Zelda Fitzgerald quería ser su propia musa
Zelda Fitzgerald
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Zelda Fitzgerald quería ser su propia musa

Para su mala suerte, el mundo la conoció a través de la pluma de su esposo.

Tiempo de lectura: 4 minutos

Bailarina, pintora y escritora, Zelda Fitzgerald intentó serlo todo. Para su mala fortuna, pasó a la historia como la musa de uno de los más brillantes escritores norteamericanos del siglo XX, su esposo, F. Scott Fitzgerald. Se casaron en 1920, un par de semanas después de que Scott publicara Este lado del paraíso, su primer libro. Ella había condicionado el sí hasta entonces. Rosalind Connage, el segundo amor de Amory Blaine – protagonista de la novela – fue el primero de muchos personajes femeninos que inspiró. Una vez establecidos en Nueva York, el éxito no tardó en llegar.

Los dorados años veinte hicieron efecto y los Fitzgerald se convirtieron en los personajes del momento, todos querían conocerlos. Su relación alcanzó el más alto perfil social. El alcohol y las fiestas se convirtieron en una constante del día a día de la pareja. Él era uno de los escritores más populares y ella se convirtió en un ícono flapper junto a aquellas mujeres que a inicios de la década adoptaron un estilo arriesgado para la época. Le dijeron adiós al corsé, optaron por cortar su cabello a la altura de la mandíbula. Usaban mucho maquillaje, escuchaban jazz, bailaban charleston, fumaban y bebían; nada más alejado de lo socialmente aceptado para una mujer de su tiempo.  Zelda Fitzgerald se había convertido en una de las principales flappers y supo sacarle provecho a ello. Su relación se convirtió en una suerte de convivencia artista-musa, más allá del amor que sentía uno por el otro.

Sin embargo, el frenesí que dirigía su relación desapareció antes de los esperado cuando Zelda quedó embarazada y dio a luz a una niña llamada Frances Scott Fitzgerald. Para ese entonces, la vida de la pareja se bifurcó y aquella imagen de glamour que los había dirigido hasta el momento, se redujo a una fachada ocasional. Scott Fitzgerald siguió escribiendo, se valía de todos los recursos a su alrededor para construir historias en las que Zelda siempre fue el eje principal. Sin embargo, en el mundo fuera del papel y más allá de las letras, ella tenía todo el potencial de una figura trágica y el escritor exprimió esa certeza. El autor llegó incluso a tomar sus diarios y cartas para sacar fragmentos y acomodarlos en sus novelas.

Zelda y Scott Fitzgerald

Fue así que el mundo conoció a Zelda Fitzgerald a través de la pluma de quien vivía con ella. Hermosos y Malditos, su segunda novela, es prueba de ello. La historia cuenta la vida de un matrimonio, Gloria Gilbert y Anthony Patch, que vive para dar grandes fiestas y gasta su dinero en banalidades, pero de un momento a otro su fuente de ingresos se detiene para atraparlos en un espiral de decadencia donde el alcoholismo los apaga poco a poco. Se trata de una historia que sin duda alguna retrataba a los Fitzgerald, una obviedad que ella le incomodó. Para ese entonces, de la pareja de ensueño que en algún momento fueron quedaba muy poco. El alcoholismo de Scott estaba fuera de control, los celos se apoderaron de Zelda y las deudas crecían día a día. En un intento desesperado, la pareja coescribió la obra de teatro The Vegetable, pero el fracaso que vino con ella les hizo plantearse la idea de buscar un sitio distinto para comenzar de nuevo.

París fue el lugar elegido. La familia Fitzgerald llegó allá en 1924, un año antes de que Scott reapareciera en la escena literaria con El gran Gatsby, su obra más notable y el punto de quiebre con su esposa. Estando ahí convivieron con muchos de los intelectuales de la llamada «generación perdida», entre ellos Ernest Hemingway y Gertrude Stein. Zelda y Scott intentaron seguir con la agitada vida social que tenían en Nueva York, pero el proceso creativo por el que él pasó fue exhaustivo. Poco a poco la relación se fue enfriando y Zelda Fitzgerald llevó la parte más dolorosa del proceso. Primero intentó seguir escribiendo, se refugió en la pintura e incluso intentó incursionar en el ballet, disciplina a la que había dedicado toda su infancia en Alabama. Sin embargo, lo único que la hizo salir del agujero en que su matrimonio se había convertido fue Edouard Jozan, un joven piloto francés.

Luego de pasar algunas semanas con Jozan, Zelda Fitzgerald le pidió el divorcio a Scott. Él se negó y se aferró a mantenerla en casa. El piloto terminó por abandonar París y  el matrimonio jamás se recuperó de eso. Cuando por fin se publicó El gran Gatsby, Scott estaba completamente atrapado por el alcohol y la estabilidad emocional de Zelda estaba en una pendiente peligrosa. El escritor nunca la apoyó ni con el baile, ni con la pintura y mucho menos con la escritura, pero en ella jamás se apagó el deseo de crear, de darse a conocer a través de su propio arte.

En 1930, Zelda Fitzgerald fue diagnosticada con esquizofrenia e internada en un sanatorio. Fue en aquel pésimo escenario donde Zelda consiguió lo que por años deseó: escribir un libro. Bastaron seis semanas para que la flapper de los locos veinte escribiera Resérvame el vals, una novela que le permitió por fin mostrar al mundo su notable talento. En ella dio vida a Alabama, nombrada en honor a su ciudad de origen, una chica que se casa con que se casa David Knight, un joven artista destinado al éxito en la pintura. Zelda creó imágenes únicas y diálogos muy cercanos al mundo del teatro, todo a partir de lo vivido en su matrimonio con Fitzgerald.

La noticia enfureció a Scott, quien la acusó de haber usado material biográfico que él tenía reservado para su propio libro. En muchas ocasiones, él había recurrido a ese recurso, pero jamás logró alcanzar el punto de intimidad con el que Zelda dotó a Resérvame el vals. El gran escritor no se detuvo hasta que el libro de su esposa fue editado y modificado a su conveniencia. Zelda Fitzgerald, acostumbrada a ser silenciada, lo permitió.

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