Acabó el exilio, Elena Garro
En diciembre se celebra el centenario de Elena Garro una de las escritoras mexicanas fundamentales del siglo XX. A pesar de las polémicas, su legado habla por sí solo.
La azarosa vida de Elena Garro opacó su obra durante décadas: novelas, cuentos y obras de teatro donde la luz y el tiempo —que en el fondo son lo mismo— fueron los personajes principales. Ahora que se conmemora el centenario de su nacimiento, es momento de disipar las sombras y el barullo que han prevalecido sobre ella —la visión misógina y chismosa, de victimista y victimaria—, para revelar una obra monumental.
El punto más complicado de su veta biográfica fue su actuación tras la matanza de Tlatelolco en 1968, cuando su vida pública se fracturó y repercutió de forma honda al grado de ser considerada “la Malinche” de los intelectuales.
Tras Tlatelolco, ella y algunos políticos fueron acusados de estar detrás del movimiento estudiantil con el oscuro propósito de derrocar al gobierno mexicano. Ella se defendió, a su vez, acusando a intelectuales y artistas de ser los verdaderos responsables del 2 de octubre. Garro quedó atrapada en una compleja trama que involucró a medios y al entonces secretario de Gobernación, Luis Echeverría. El desprecio público cayó sobre ella. Pero no sería su único capítulo polémico: ella aseguró al FBI haber coincidido con Lee Harvey Oswald en una fiesta realizada en la Ciudad de México, poco antes de que asesinaran a John F. Kennedy en 1963.
En ese 1963, Garro ganó el Premio Xavier Villaurrutia por Los recuerdos del porvenir, considerada su obra maestra y brutal, donde criticó el curso que tomó la Revolución Mexicana; un clásico por su estructura circular y el tratamiento del tiempo y la memoria que utilizó. El manuscrito (escrito en 1953) estuvo guardado en un baúl durante mucho tiempo, rechazado por editoriales e, incluso, a punto de ser quemado. Finalmente fue publicado diez años después convirtiéndola en precursora del movimiento literario más importante que ha dado Latinoamérica: el realismo mágico.
A su producción se suman otros títulos fundamentales. Los cuentos de La semana de colores y las narraciones paranoicas de Andamos huyendo Lola se pueden leer como el lado luminoso y la cara oscura de un eclipse. Las farsas teatrales de Un hogar sólido y el drama histórico-documental Felipe Ángeles, la colocaron como una dramaturga vanguardista y épica. Abordó el feminicidio y la violencia sexual. También expuso la injusticia contra los indígenas. Su literatura expone, sin ser panfletaria, un discurso disidente que ataca la versión oficial y a quienes detentan el poder político. Hay quienes la recuerdan por casarse con uno de los intelectuales influyentes del país, y otros más la llaman “la Juan Rulfo femenina”, pero ambas son una visión machista: Elena Garro es Elena Garro.
Quedan aún temas pendientes: la filosofía, las migraciones provocadas por la represión, el boom latinoamericano del que ella y otras autoras fueron excluidas, o la influencia que tuvo el romanticismo alemán y los clásicos españoles en ella. El fallecido Emmanuel Carballo no dudó en considerarla la mexicana más importante tan sólo después de Sor Juana Inés de la Cruz.
La verdadera Elena Garro, la que importa, la que hechiza y tortura a sus lectores, está en sus libros con una prosa hecha con todas las tonalidades del sol: puede deslumbrar o calcinar. Y, sin embargo, su obra debe seguir siendo objeto de estudio con el propósito de entenderla. El sello Debate publicará en los próximos meses Debo olvidar que existí, libro que buscará reconstruir los hechos en los que se involucró con base en documentación y testimonios inéditos.
Falleció en 1998, a los 71 años, después de un largo exilio; y en su sepelio, en Cuernavaca, apenas hubo un puñado de personas. Ahora que su centenario se ha convertido en un acto oficial, lo que importa es su legado. “Elena Garro es todo un género literario”, lo aseguró Elena Poniatowska el pasado septiembre, y lo es.
Lee un adelanto de «Debo olvidar que existí», sobre Elena Garro.
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