Los rumbos de la destrucción: Eduardo Abaroa

Los rumbos de la destrucción: Eduardo Abaroa

El Museo Amparo de Puebla dedica una retrospectiva al artista Eduardo Abaroa, con la que confirma su mirada crítica.

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La nación, según el antropólogo Roger Bartra, es “el más impenetrable de los territorios de la sociedad moderna”. Lo escribe en la primera página de su libro La jaula de la melancolía, y continúa con otra frase más dura pero igualmente certera: “Todos sabemos que esas líneas negras en los mapas políticos son como cicatrices de innumerables guerras, saqueos y conquistas”.

De saqueos disfrazados de conquistas va gran parte de la obra del artista mexicano Eduardo Abaroa. Su pieza más emblemática es un plan detallado para lograr la Destrucción total del Museo de Antropología: un violento e hipotético planteamiento de demoler el recinto, que denuncia la pretensión del gobierno del presidente Adolfo López Mateos de resumir la complejidad de decenas de culturas indígenas en un museo, que, en este caso, era un aparato de Estado. El proyecto le permite al gobierno, hasta nuestros días, exhibir a los pueblos originarios como riqueza de aparador, que no sólo desconoce, sino margina, violenta y saquea.

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«El otro mundo, y otro» (2008) es la pieza que inaugura la exhibición de Abaroa en el Museo Amparo.

La crítica de Abaroa retoma ideas de arqueólogos, antropólogos y escritores como Eduardo Matos Moctezuma, Guillermo Bonfil Batalla, Roger Bartra, Octavio Paz, Heriberto Yépez y Claudio Lomnitz, entre otros, y se exhibe como parte de la muestra “Tipología del estorbo”, en el Museo Amparo, en el centro de Puebla, que estará abierta al público hasta el próximo 2 de octubre.

Según su investigación, los explosivos no serían un método eficiente para demoler una construcción de esas características. Sin embargo, el consultor que lo asesoró le confesó que los políticos suelen pedir el uso de explosivos en sus demoliciones “oficiales”, por el espectáculo que despliegan. El show es útil cuando se quiere ilustrar la “condena enérgica” con que destruyen algo en aras del progreso. Sus planos para la demolición, impresos en serigrafía, ilustran el método más eficiente a utilizar en cada zona del museo. Por medio de grúas, excavadoras con martillo, cizallas hidráulicas y cemento expansivo, demoler por completo la obra arquitectónica de Pedro Ramírez Vázquez y todo lo que alberga tomaría más o menos tres meses.

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«Destrucción total del Museo de Antropología» (2012) describe un proceso meramente físico para la demolición de este recinto cultural.

Este proyecto, al que Abaroa ha dedicado varios años de su carrera, se exhibió en una primera fase en Kurimanzutto en 2012. Provocó que varias personas llegaran hasta las oficinas de la galería, en el segundo piso, para expresar su molestia y denunciar aquello como una falta de respeto. Entre arquitectos, despertó gran controversia. Ahora para esta exhibición en el Amparo, Abaroa añadió una sala adicional donde lleva su crítica más allá, al proponer piezas que ilustrarían de forma más honesta la situación de los pueblos originarios en el México actual.

“Para los ideólogos del museo, no hay un México, sino dos: un México activo que reconoce a otro pasivo. Unos son los mexicanos de hoy, y otros, los que quedan presos en la ambigüedad histórica sin pertenencia clara, al pasado o al presente”, dice, con esa voz característica de los videos institucionales, una pieza audiovisual que fuera de foco recorre las instalaciones de Antropología. Y frente a esta pantalla, una tabla enlista veinte de los muchísimos casos de despojo y extractivismo a comunidades indígenas en el país. “Es un intento de generar conciencia, pero no deja de ser arte con todo lo bueno y malo que implica el término”, dice Abaroa en entrevista. “No me parece lícito quedarme callado mientras seguimos todos contentos, viendo o disfrutando de este dispositivo educativo, que es el museo, sin cuestionarnos lo que realmente pasa con las personas que están ahí representadas.”

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«Punto de reunión (la sed es gratis)», 2007, es un dispensador de agua de madera y yeso, que en vez de quitar la sed, la provoca.

Desde las primeras salas en esta exhibición, que recorre su trayectoria, se hace evidente el humor fino e ironía del artista aplicados a la crítica social y política. Bisutería, varios kilómetros (1991) es un plan para rodear por completo el territorio mexicano con una delgada cadena dorada. El costo aproximado: seis millones de dólares, es un comentario al gobierno neoliberal que en los años noventa vendió varias empresas estatales a particulares a precios bajísimos y trató, por otro lado, de ocultar su profunda crisis económica y social.

Las piezas que marcan la nueva etapa en su carrera son videos donde plasma curiosidades cada vez más amplias. La caverna del diablo (2017), filmada al interior de una gruta volcánica, alude a la noción pitagórica de que hay una base matemática para entender el mundo, aún en la oscuridad; y La gran catástrofe del oxígeno (2014) es una instalación que visualiza una teoría científica sobre una etapa temprana de la evolución de la Tierra, cuando bacterias cianofitas realizaron por primera vez una fotosíntesis productora de oxígeno, provocando que el planeta congelara. Hoy la emergencia es inversa, el oxígeno escasea y los gases de efecto invernadero suben la temperatura de la Tierra a una velocidad alarmante.

Desde el arte, Eduardo Abaroa no puede modificar el rumbo de la humanidad hacia la destrucción, pero no se cansa de señalarlo.

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«Carro de supermercado con repelente para insectos» (1996).

 

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