La casa de los locos: Crónica de una catástrofe medioambiental

La casa de los locos

La mayor catástrofe medioambiental de Brasil ocurrió el 5 de noviembre de 2015 en Mariana, Minas Gerais.

Tiempo de lectura: 18 minutos

La mayor catástrofe medioambiental de Brasil ocurrió el 5 de noviembre de 2015 en Mariana, Minas Gerais. La presa que contenía los residuos de la mina de hierro de Germano se desmoronó y un torrente de barro mató a diecinueve personas y a catorce toneladas de peces, arrasó seis poblaciones y contaminó kilómetros hasta llegar al mar. La minera, que no pagó indemnizaciones a las víctimas ni repuso las viviendas perdidas, acaba de obtener el primer permiso para volver a operar. Los habitantes de la zona esperan con ansias que vuelva a hacerlo: sus ingresos dependen de la fuente de trabajo que terminó con la vida tal como la conocían. 

Una vez al mes suena una sirena en el centro de Mariana. Su largo lamento rebota en las calles empedradas y en los blancos edificios coloniales. La pequeña ciudad de sesenta mil habitantes fue la primera capital del estado de Minas Gerais —bautizado así en referencia a su intensa actividad minera—, que linda con Río de Janeiro y Sao Paulo. Gran parte del oro que enriqueció al imperio portugués durante el siglo xviii provenía de Mariana, de ahí sus caserones coloniales y sus muchas iglesias con interiores dorados. Ahora, una vez al mes, quienes perdieron todo hace más de dos años escuchan en Mariana la sirena que no sonó el 5 de noviembre de 2015, la que no les alertó de que un mar de barro estaba a punto de engullir sus casas. Aquel día la única sirena que les avisó se llama Paula.

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Paula Geralda Alves es una de las seiscientas personas que vivían en Bento Rodrigues, un barrio periférico de Mariana.

Paula Geralda Alves es una de las seiscientas personas que vivían en Bento Rodrigues, un barrio periférico de Mariana. Su vida transcurría apaciblemente en el tranquilo poblado centenario rodeado de montañas y bosques tropicales, con casitas bajas, calles asfaltadas y la iglesia de São Bento, patrimonio colonial del siglo xviii. Había vivido allí sus treinta y seis años, y le gustaba. Al igual que la mayoría de sus vecinos, trabajaba para Samarco, la empresa propietaria de la mina de hierro de Germano, situada a pocos kilómetros de sus casas, valle arriba. No sospechaba que su fuente de ingresos llegaría a convertirse en una amenaza mortal. Samarco —una alianza de dos de las mayores mineras del mundo, Vale y BHP Billiton— parecía una empresa seria. Fue la décima mayor exportadora de Brasil en 2014, año en que consiguió el mejor resultado financiero de su historia: un beneficio de casi tres billones de reales, casi un billón de dólares. Esa parecía una cantidad suficiente como para que todo estuviera en orden en la mina, pensaba Paula.

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En la misma región en la que se encuentra la mina de Germano, la empresa Vale tiene en activo la mina de Brucutu, de donde también se extrae hierro.

El complejo minero de Germano forma parte del gran yacimiento mineral conocido como Cuadrilátero Ferrífero de Minas Gerais, en el que se encuentran las mayores reservas de hierro del país. Y no son pocas; Brasil es el segundo productor de hierro del mundo, después de Australia. Hasta que cesó su actividad el día del desastre, en Germano se trabajaba la tierra a cielo abierto para obtener itabirita, una roca compuesta de cuarzo granular y óxido de hierro. Después de pasar por varios procesos para lograr la máxima concentración de hierro, la pulpa obtenida viajaba cuatrocientos kilómetros hasta llegar a la unidad de Ubu, en el litoral de Espíritu Santo. Allí se llevaba a cabo el proceso de pelotización. Las pequeñas bolas de hierro concentrado embarcaban en buques y se exportaban a diecinueve países, donde eran utilizadas para la producción del acero que sirve para fabricar numerosos objetos.

Los residuos del proceso de extracción de hierro se acumulaban en dos presas en Germano. La más nueva, la de Fundão, fue inaugurada en 2008. Los propios residuos, secos y compactos, formaban sus diques. El sistema es tan arriesgado que requiere de un control constante de la cantidad de agua y es fundamental drenar el exceso para que la estructura no pierda estabilidad.

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