El criptopunk que mira hacia Latinoamérica
¿Es posible que en Latinoamérica ya haya arrancado un proceso de independencia frente a EUA?
En marzo de 2012, Julian Assange se encontraba en Londres bajo arresto domiciliario, mientras esperaba para ser juzgado. Su encierro forzado no pasó en vano; el fundador de WikiLeaks —junto con el hacker Jacob Appelbaum, el miembro del Chaos Computer Club, Andy Müller-Maguhn, y el cofundador de La Quadrature du Net, Jérémie Zimmermann— escribió Cypherpunks, un poderoso manifiesto que pone sobre la mesa las discusiones por venir alrededor del Estado, la libertad de expresión, de tránsito y económica, la privacidad y la importancia de internet en la configuración geopolítica.
El libro es una conversación entre Julian y sus amigos, que a ratos parece una plática de intelectuales borrachos, pero a pesar del tono aparentemente sencillo y del constante salto entre temas, plantea dilemas de trascendencia capital; entre otras cosas, nos obliga a hacernos preguntas sobre la emancipación del individuo, la lógica del imperialismo, la importancia de internet y el poco valor que le asignamos a nuestra privacidad. Propone una solución: debemos aprender a cifrar nuestras comunicaciones, cerrarle la puerta a un Estado intrusivo. Cypherpunks, publicado en español por Grupo Planeta —la traducción es de María Maestro—, tiene acaso un problema: paradójicamente, en muchas partes está cifrado; si no se conoce el código y jerga de los autores puede resultar incomprensible.
Julian Assange escribió un prefacio especial para la edición latinoamericana. A esta región la sitúa como una que ha recuperado sobernía e independencia frente al imperio. Aunque reconoce que está en su etapa inicial, considera que «estos acontecimientos son la esperanza de nuestro mundo, mientras el sol se pone sobre la democracia en Occidente».
El WikiLeaks de Assange
Para entender plenamente la importancia del este manifiesto —aunque a Assange no le gusta ese término— hay que recordar qué es exactamente WikiLeaks. Esta plataforma comenzó a funcionar en diciembre de 2006 bajo una premisa simple: usar la tecnología para distribuir documentos clasificados por los gobiernos y brindar anonimato a sus fuentes. En 2007 asestaron un fuerte golpe gracias a un reporte secreto que documentaba los excesos de corrupción del líder keniano Daniel Arap Moi, pero 2010 fue el año más intenso para WikiLeaks. No sólo filtraron el video en el que se observa cómo militares estadounidenses disparan contra el reportero Namir Noor-Eldeen desde un helicóptero; también hicieron circular los Diarios de la Guerra de Afganistán —una colección de más de noventa mil reportes de campo del Ejército de Estados Unidos de entre 2004 y 2009— y miles de cables diplomáticos de las embajadas estadounidenses en el mundo. La guerra parecía declarada: un hombre contra el sistema. Pese a tratarse de un equipo, Assange se erigió como rostro único de WikiLeaks, lo que desde entonces le valió constantes críticas por parte de sus detractores.
El 19 de junio de 2012, el fundador de WikiLeaks, al escapar de su arresto domiciliario, se refugió en la embajada de Ecuador en Londres, país al que solicitó asilo político tras considerar que las acusaciones de acoso sexual por las que enfrentaba cargos en Suecia eran una estrategia para silenciarlo. La solicitud fue procesada en un lapso de casi dos meses. Mientras, lo que vimos en las pantallas parecían escenas de una película de espionaje: la policía inglesa sitió la embajada para detenerlo, incluso amenazaron con entrar al lugar. Después de intensas negociaciones, el 16 de agosto de 2012 Ricardo Patiño, canciller ecuatoriano, anunció oficialmente que el gobierno de Rafael Correa concedería asilo político a Assange. Entre otras, Ecuador hizo las siguientes consideraciones: «Que el señor Assange compartió con el público global información documental privilegiada que fue generada por diversas fuentes, y que afectó a funcionarios, países y organizaciones; que existen serios indicios de retaliación por parte del país o los países que produjeron la información divulgada por el señor Assange, represalia que puede poner en riesgo su seguridad, integridad e incluso su vida».
Assange estaba a salvo. Así comenzó el affaire del australiano de 42 años con Latinoamérica. El gobierno inglés negó la posibilidad de emitir un salvoconducto, la embajada se convirtió también —desde entonces— en casa de Julian.
Una entrevista a larga distancia
Entrevisté a Julián Assange cinco días después de que Edward Snowden reveló que él había filtrado a los periódicos The Guardian y Washington Post la información relacionada con los programas de vigilancia gubernamental de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) del gobierno de Estados Unidos. La política internacional parecía entrar en una nueva crisis desatada por los whistleblowers. Tras desenmascarar la doble moral del gobierno de Barack Obama, Snowden, en realidad, puso en disputa el espacio de poder internacional al que parece aferrarse la deslavada potencia estadounidense.
Julian Assange estaba empeñado en defender en los medios al ex contratista de la NSA al mismo tiempo que hacía relaciones públicas para promover su libro en México. Había aprobado cuatro entrevistas para periodistas locales. El tiempo no era mucho y la diferencia de horarios no parecía muy cómoda para el entrevistado. Para cuando logré enlazarme con él eran las 11 de la noche en Londres. El abogado Wolfgang Kaleck —famoso por enjuiciar a Donald Rumsfeld por las violaciones a los derechos humanos en Abu Gharib y Guantánamo— se encontraba con él esa noche, según me confirmó el propio Kaleck un par de semanas después en un café de la ciudad de México.
La entrevista se llevó a cabo en la sede de Grupo Planeta. La información que conocimos por las filtraciones de Snowden daba punto final a la idea de internet como un espacio neutro, sin fronteras, libre y común para dar paso a la imagen de una dimensión donde todo es vigilado; un campo de batalla que, pese a la insistencia de la filosofía de Silicon Valley, los ciudadanos somos los más débiles frente a las corporaciones y el Estado. Antes de comenzar la entrevista, el fundador de WikiLeaks me recibió con un «¡Hola!» en perfecto español.
¿Internet ha muerto?, le pregunto.
Assange duda en ser tajante con la respuesta. Por el contrario, ofrece un panorama balanceado aunque pesimista. Hace una revisión histórica que separa la época entre 1990 y 2000 —cuando internet estaba en construcción y se gozaba de libertad de comunicación— y otra entre 2000 y la actualidad —cuando los Estados han tomado control de la red y se vigila constantemente a las personas—. Assange afirma que, si bien la tecnología de internet no ha cambiado tan drásticamente, sí se ha transformado la manera en cómo el Estado lo usa y vigila. Aunque internet ha servido para conectar a miles de personas para intercambiar información, el concepto de internet, según Assange, se ha vuelto contra sí mismo: hoy, navegar en la red significa entregar datos e información privada a un gobierno sin defensa ni garantía. Es lapidario: «Internet es una amenaza para la civilización humana».
El debate que plantea Assange no es nuevo. En los años noventa del siglo XX, Nicholas Negroponte y Neil Potsdam pusieron en el centro del debate de «la era digital» la tensión entre los optimistas —los que piensan internet como una plataforma de empoderamiento ciudadano— y los pesimistas —que juzgan internet como el espacio de abuso de los poderosos para el control social—. En los últimos años, la llamada primavera árabe ha puesto al día esta discusión. El mayor triunfo (quizás el único verdadero) de los movimientos en Oriente Medio y el norte de África se dio en Túnez, donde la información de los cables diplomáticos, filtrada a través de WikiLeaks, sirvió como catalizador de la movilización social.
De acuerdo con los relatores especiales en materia de libertad de expresión, tanto de la ONU como de la OEA, las restricciones a la libertad de expresión en internet «sólo resultan aceptables cuando cumplen con los estándares internacionales que disponen, entre otras cosas, que deberán estar previstas por la ley y perseguir una finalidad legítima reconocida por el derecho internacional y ser necesarias para alcanzar dicha finalidad». Pero, ¿cómo entender la libertad de expresión en un mundo donde todo lo que digas puede ser usado en tu contra?
AM: La personas creen que tienen libertad de expresión en la red. Pero si están constantemente vigiladas, ¿esta libertad es una ilusión?
JA: Si no tenemos comunicaciones privadas —y no sé por qué la gente no presta mucha atención en ello— entonces hay que modificar esa comunicación para protegernos de esa vigilancia. En ese sentido no podemos expresarnos libremente. La comunicación entre las personas, a menos que sea en persona y alejadas de la tecnología, ha dejado de ser privada y eso es un problema serio, no sólo porque las personas no pueden expresarse libremente sino porque, con el espionaje a la vida privada, se configuran los elementos de un Estado totalitario. Es un Estado que ataca a sus ciudadanos.
Según Assange el poder de las personas radica en poder hacer circular la información libremente. La información como un escudo para los individuos tiene poco valor si los enemigos potenciales (el Estado y las corporaciones) conocen su contenido y arquitectura. En la entrevista, Julian Assange hace una interesante analogía entre la criptografía y la posibilidad de portar armas. Opina que la Segunda Enmienda de la Constitución estadounidense puede usarse como ejemplo. El espíritu de la ley que imprimieron los llamados «padres fundadores» tiene lógica: si las personas pueden estar armadas, podrán rebelarse en cualquier momento contra los regímenes totalitarios. El problema es que los medios para cifrar información son ilegales. La pelea se encuentra en hacerlos disponibles para que los ciudadanos puedan usar estas nuevas armas.
Una de las críticas más comunes a los personajes de esta naturaleza (Assange, Snowden o Bradley Manning, el analista de inteligencia del Ejército estadounidense que filtró los Diarios de Guerra de Afganistán y los cables diplomáticos) es que «no creen en nada» o peor aún «que están en contra de todo» (como si eso estuviera mal). Que son «caos» por no ser statu quo.
AM: ¿Qué valor le asigna al concepto de estabilidad?
JA: La estabilidad es muy importante para las personas. Producir instituciones y leyes predecibles es importante, aun cuando esas leyes no sean del todo buenas. Si no las aplicamos de manera arbitraria, sino consuetudinaria, entonces las personas que no están cómodas con ellas podrán evitarlas haciendo otras actividades o moviéndose de un lugar a otro. La criptografía permite la construcción de áreas estables. Una vez que estas construcciones son desarrolladas en el sentido correcto, se previene que los Estados puedan destruirlas. Por eso debe considerarse como el futuro legal para las personas y su derecho de propiedad.
Durante la entrevista, Assange parece un hombre más sensato que el retrato que sus críticos se empeñan en hacer. Hablamos de Latinoamérica, ya que su libro esboza una fascinación por nuestra región que no se acaba de entender.
AM: ¿Qué ves en Latinoamérica que no vemos nosotros?
JA: Entiendo que cuando estás desde adentro no se ve igual. Hay que concentrarse en los problemas a resolver. Yo puedo comparar las diferencias porque yo estoy fuera de Latinoamérica. Hay problemas, pero también hay un progreso muy significativo. Hay una ganancia de independencia frente al poder de Estados Unidos en Latinoamérica, una libertad que hace años hubiera sido imposible de pensar y que estaba silenciada en un país como Ecuador. La habilidad política de Ecuador proviene de la solidaridad latinoamericana y del incremento de su independencia.
Si bien Assange resulta uno de los más visibles, hay muchos otros que comparten y defienden sus valores y diagnósticos sobre el futuro. Una generación interesada en lo público y conectada.
AM: ¿Cuál es el motor de la nueva sociedad?
JA: Transferencia horizontal de la información entre todas las personas del mundo. Todas las épocas de la humanidad convergiendo en la red, el periodo de educación política mundial más grande del que tenemos memoria en el mundo. Las personas sienten que son parte de este sistema y que pueden cambiar las cosas. Es el nacimiento de una sociedad transnacional.
AM: ¿Qué futuro queda entonces para esta generación, en un mundo donde quienes revelan secretos de interés público están en la cárcel y no aquellos que fueron exhibidos?
JA: Tenemos que entender que el cambio es producido por diferentes personas. Por un lado, estamos produciendo súper-Estados y un súper-Estado de vigilancia; por el otro, se está construyendo una nueva política internacional. Esto tiene impacto en la transmisión de valores y la nueva forma de hacer política. Los jóvenes, junto con este mundo, se siguen formando y probablemente ellos mismos no lo reconozcan. Sólo hay que observar lo que comparten en internet, lo que buscan Manning, Anonymous, WikiLeaks o yo mismo. De alguna manera somos el símbolo de los valores de este nuevo mundo. Tales valores actualizados —democracia real, transparencia, privacidad— serán centrales en la nueva sociedad global. Frente a los jóvenes educados por internet, las agencias como la CIA han perdido la batalla. Snowden es un claro ejemplo.
Y sin embargo, Snowden
El 22 de junio, Estados Unidos revocó el pasaporte de Edward Snowden y solicitó su extradición desde Hong Kong. Al día siguiente, el ex contratista de la NSA apareció en Moscú presumiblemente tras volar en una ruta comercial. El gobierno estadounidense reclamó al chino no haber cooperado con la detención del «traidor». Assange, paralelamente, aseguraba a los medios de comunicación que Snowden estaba en un lugar seguro y que su destino sería el mismo país que lo acoge: Ecuador.
Lejos de ayudar, el activismo de Julian Assange tensó las cosas en Ecuador. Parte de la opinión pública internacional lo veía a él como artífice de la voluntad del gobierno ecuatoriano. La cadena de televisión latina Univisión dio a conocer un salvoconducto fechado el mismo 22 de junio, en el que el gobierno ecuatoriano, a través del Cónsul General en Londres, Félix Narváez, pedía libre tránsito para que el portador llegara a Ecuador para su asilo político. De acuerdo con la información obtenida por Univisón, el 26 de junio, el presidente Correa comunicó a su gabinete que ese documento era inválido. El 27 por la mañana el secretario de Comunicaciones, Fernando Alvarado, y la secretaria de la Gestión Pública, Betty Tola, anunciaron la decisión de no ofrecer asilo a Snowden. Días después, en una entrevista para el periódico The Guardian, Correa aclaró el entuerto: sólo si Snowden se encontraba en territorio de Ecuador podría considerarse la petición de asilo, la aclaración del presidente de alguna manera calmó el activismo de Assange en el tema.
Después de un mes en el aeropuerto de Moscú, el gobierno ruso brindó asilo a Edward Snowden. El 1 de agosto de 2013, el excontratista de la NSA se encontraba en un lugar seguro, como lo informó su abogado Anatoly Kucherena, quien mostró los documentos que garantizan un año de asilo para el whistleblower. La empresa latinoamericana había fracasado. El punto más álgido de esta ocurrió el 2 de julio, cuando se impidió al avión presidencial de Bolivia el sobrevuelo en espacio aéreo de España, Francia y Portugal. La razón: Snowden, presuntamente, viajaba con Evo Morales.
Los presidentes latinoamericanos parecían aprovecharse de la coyuntura para mandar un mensaje al mundo: somos el polo ideológico más independiente frente al imperio. Con una retórica que parecía un coctel de bolivarianismo y las reflexiones de Eduardo Galeano lograron actualizar un debate internacional estancado en un mundo sin polos.
Postal latinoamericana
Probablemente la intuición de Julian Assange acerca de la nueva independencia latinoamericana tenga ya síntomas visibles en la aproximación de la sociedad civil a lo público, a hackear el sistema. En un plano distinto al de la política internacional, una incipiente sociedad civil con acceso a la tecnología está transformando el panorama político de los países latinoamericanos. De alguna manera, la batalla cultural de los hackers ha triunfado en estas latitudes. Hoy existe una generación conectada por internet que encuentra batallas comunes en Colombia, Chile, Perú, Guatemala o México, una que ha licuado las fronteras y que usa las redes sociales y el código para modificar su realidad social: hackers cívicos por doquier.
En mayo pasado, mientras participaba en el Foro de Internet de Estocolmo, pude constatar el vigor de estos nuevos actores públicos en Latinoamérica. Juntos armamos una mesa redonda para brindar a los asistentes un panorama de la batalla por la libertad de internet en la región que, en palabras de Assange, constituye una de las más importantes de nuestros tiempos.
Organizaciones como Derechos Digitales en Chile; la coalición de Creative Commons, en Colombia, junto con la Fundación Karisma y las escuelas de hackers, en Brasil y Perú, y activistas como Renata Ávila en Guatemala o el grupo Codeando México dan cuenta de una nueva gesta latinoamericana, silenciosa y efectiva. No solamente están conectados entre sí: comparten muchos de los valores pregonados por Assange, Manning, Snowden o Aaron Swartz —un activista de internet perseguido por compartir artículos académicos del servicio Jstor—, además, en muchos casos han logrado establecer canales de interlocución con los gobiernos o influido en decisiones fundamentales como el freno de la llamada Ley Lleras —un proyecto de ley que busca regular la responsabilidad de los proveedores de servicios de internet frente a las infracciones de derechos de autor de los usuarios— en Colombia o el rechazo al Acuerdo Comercial Antifalsificación (ACTA) en México —que representó un modelo de negociación pública en la que la sociedad civil ganó la partida—. El Senado de la República concluyó que el polémico acuerdo era contrario a los principios Constitucionales y que atentaba contra los derechos fundamentales.
Hoy, entre otras batallas, los hackers cívicos en Latinoamérica conforman un frente contra el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP, por sus siglas en inglés), un controvertido acuerdo que compromete a la región negociado actualmente por once países que, en conjunto, son el hogar de seiscientos sesenta millones de personas y generan más de veinte mil millones de dólares en actividad económica anual: los Estados Unidos, Canadá, Chile, Perú, Brunei, Malasia, México, Singapur, Vietnam, Australia y Nueva Zelanda. Japón y Tailandia también han expresado su interés en participar en las conversaciones.
Para los activistas, el TPP tiene problemas de forma y fondo; con respecto a la forma, se argumenta la opacidad y falta de democracia en la negociación del acuerdo. Respecto al fondo, la organización estadounidense Electronic Frontier Foundation señala algunas consecuencias que el tratado tendrá en el entorno digital como la responsabilidad de intermediarios por lo que hacen los usuarios de redes o foros en internet, el aumento a las restricciones de uso de obra protegida (incluso si es con fines legales) y el aumento de costo en los servicios de internet. Por su parte, Médicos sin Fronteras sugiere que las medidas harán extremadamente difícil la entrada al mercado de competidores de medicamentos genéricos, manteniendo los precios a niveles prohibitivos, con consecuencias devastadoras para la salud pública. Esta particular batalla en el continente pondrá el reflector sobre los actores políticos pertenecientes a esa sociedad transnacional a la que se refiere Assange.
Aunado a esto, la revolución de los datos abiertos, el uso de las redes sociales para la incidencia política y las iniciativas ciudadanas que solucionan problemas públicos con el uso y proceso de la información, dan cuenta de un importante cambio que confirma la idea de una región en vías de emancipación.
A manera de conclusión, una nota personal
Los medios de comunicación en muchas ocasiones ponen énfasis en los asuntos equivocados, en el caso de WikiLeaks, por ejemplo, no son pocas las veces que se han ocupado de condenar al mensajero para no hablar del mensaje. Se debe reconocer que WikiLeaks plantea por lo menos una forma de repensar el corazón de nuestras relaciones democráticas: la de los ciudadanos con el Estado, la de los ciudadanos con los medios de comunicación y la de los medios con el Estado. Poniendo al descubierto una información previamente oculta que desnuda esas relaciones, actualizamos el paradigma actual del Estado y la democracia; es decir, cuánto nos representan quienes nos representan, qué decisiones toman y cómo las toman.
Hay algunos síntomas de este cambio:
Se llama Ali Ahmed, tiene 12 años y cursa el primer año de secundaria; vive en Egipto y protesta. Su mirada denota cierta dureza, aunque su cándida sonrisa revela su niñez. Ali tiene muy claro lo que no quiere para su país: un sistema teocrático-fascista; entiende el legado de la revolución que le arrebató el poder a Hosni Mubarak y lo defiende. Ali construye un discurso a partir de «lo que sabe»: escucha a las personas, usa su cerebro, lee periódicos y busca información en internet.
Internet conecta a personas como Ali con el mundo; les permite conocer información, comentarla, compartirla y, sobre todo, los hace sentir parte de una comunidad global. Internet es, en cierta forma, el triunfo del socialismo utópico: estructuras centralizadas e individuos que forman comunidades en condiciones de igualdad. Es el único lugar donde pueden convivir (o no) todos sin problemas y, por ello, es el campo de batalla más grande de la actualidad.
Edward Snowden se asumió como un «hombre sin Estado» una vez que se le revocó el pasaporte. Snowden también es un síntoma de la época en que internet nos ha puesto: una especie de conciencia colectiva alejada de nuestras identidades nacionales. De ahí que la batalla por internet se perciba como un estadio de involución que debemos superar. La crisis provocada por el whistleblower así lo revela: en un abrir y cerrar de ojos, Estados Unidos es la nueva Rusia y los presidentes latinoamericanos han aprovechado la coyuntura para colocarse como un polo ideológico contra «El Imperio». La «Guerra Tibia».
Las palabras de Ali no difieren en mucho de las de Snowden o de los activistas en Brasil y Turquía. Esto se debe a la formación de una opinión pública global que se aplica a contextos locales. La operación se desarrolla de la siguiente manera: en su definición clásica, la opinión pública atiende sólo el agregado de preferencias. Lo que las redes añaden es que estas preferencias son contagiadas, incluso entre individuos que no tienen contacto directo. Lo que internet aporta es la visibilización de ese proceso de contagio. Formación y agregación como procesos simultáneos. Uno puede ver sus redes al tiempo que se ve influido por ellas.
El futuro nos alcanzó. La ola actual de la crisis del Estado moderno la veremos en vivo y será más rápida que nunca. Una idea parece instalarse en esta generación «sin Estado»: si el gobierno no confía en los ciudadanos (y los espía), ¿por qué confiar en el gobierno? Una comunidad con valores compartidos que replantea el contrato social. Julian Assange, en su libro, asegura que las tres características del mejor futuro posible en este contexto son: la autodeterminación, la diversidad y las redes de autodeterminación. En otras palabras, que también son las suyas:
Una población global altamente calificada —no me refiero a estudios oficiales, sino a personas bien formadas en la comprensión del funcionamiento de la civilización humana a nivel político, industrial, científico y psicosocial— gracias al libre intercambio de información; gente que estimule la creación de culturas dinámicas y la máxima diversificación del pensamiento individual, una mayor autodeterminación tanto regional como de grupos de interés capaces de interconectarse con rapidez e intercambiar valor por encima de las fronteras geográficas.
Si bien Assange pone sobre la mesa el tema de una batalla cultural ganada por una generación y perdida por las estructuras, las víctimas siguen siendo perseguidas. Estados Unidos, sin embargo, parece no entender su momento y padece la nostalgia de su autoridad perdida. El juicio secreto de Bradley Manning y su sentencia por los 19 cargos que lo condenan a prisión de por vida, exhiben la precariedad de estos nuevos héroes. Aaron Swartz se suicidó después de una injusta persecución del Estado y el futuro de Snowden parece incierto en tierras rusas. De este lado del charco, los hackers cívicos se han integrado de manera menos marginal a la vida pública y trabajan consolidando una lucha contra los gobiernos y sus políticas tendientes a recortar libertades en la red. La batalla por la libertad de internet es la más importante de la primera mitad del siglo XXI. Al parecer, Latinoamérica será el centro y no la periferia de esa batalla. //
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