La frontera entre la vida y la muerte. Crónica del nuevo exilio mexicano

La frontera entre la vida y la muerte

Eileen Truax
Fotografía de Julián Cardona


En medio del exilio involuntario de cien mil mexicanos a Estados Unidos, un hombre, Carlos Spector, se ha dedicado a guiarlos y protegerlos. Ésta es la historia del abogado que lleva sobre sus hombros el peso de la tragedia de familias enteras.

Tiempo de lectura: 25 minutos

El desierto es canijo. Cada vez que sopla el viento, la carretera que lleva al pueblo se cubre de polvo, de una tierra que se pega a los autos, a los zapatos, a la lengua. Las orillas de las calles están bordeadas por ese terregal que separa al pavimento de las austeras viviendas de una planta, de tonos grises, ocres o pastel, cercadas con reja de gallinero. Algunos arbolitos crecen retando la aridez entre los triciclos de los patios y la ropa que se seca al sol. Parece que estamos en Guadalupe, en el Valle de Juárez, Chihuahua; la Iglesia de El Nazareno, la tortillería del supermercado, el letrero de comida casera ayudan a crear la ilusión. Pero antes de dar la vuelta en la carretera, en el punto donde acaba el desierto raso y empieza la línea de viviendas polvorientas, un tímido letrero marca territorio: se encuentra usted en Fabens, estado de Texas.

La distancia entre Fabens y Guadalupe son quince kilómetros partidos a la mitad por el Río Bravo, en el cruce fronterizo entre Estados Unidos y México, unos minutos al este de los puentes entre El Paso y Ciudad Juárez. La avenida Lower Island, de este lado, se convierte en la calle Cruz Reyes de aquel. Detrás de un letrero que dice Estados Unidos Mexicanos empieza otra línea de casas que es como un espejo: los mismos colores, los arbolitos retadores, la tierra que bordea el camino; los mismos nombres, los mismos apellidos. La diferencia es que en Guadalupe, las casas se quedaron solas. A los que vivían ahí los empezaron a matar. Los que quedaron vivos fueron amenazados, extorsionados, mutilados; agarraron un par de cosas, o a veces ninguna, cruzaron la frontera y no volvieron.

Los que salieron de Guadalupe llegaron a Fabens sin nada. No saben hablar inglés, no tienen ahorros, no tienen muebles, no tienen propiedades, no tienen documentos. Algunos no tienen consigo ni un viejo álbum con fotos familiares. A Fabens llegaron sin sueños, sin certezas, con la única esperanza de sobrevivir.

A Fabens llegaron con la vida a cuestas y nada más. La distancia entre Fabens y Guadalupe es la distancia entre la vida y la muerte.

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