El campeonato regional de futbol, que se juega en la Tamarindo Foundation en Guarjila, El Salvador, se canceló porque no había suficientes jóvenes para armar los equipos. Muchas familias han migrado, se han ido, por miedo. Y los que quedan, niños, adolescentes, jóvenes, temen salir a las calles en gran parte de las zonas más vulnerables del país.

Ha pasado un año desde que arrancó el régimen de excepción de Nayib Bukele. El presidente y la Policía Nacional Civil se propusieron limpiar El Salvador del terror de las pandillas y han celebrado las cifras de detenciones masivas, que llegaron a ser tres mil en tres días, cinco mil en una semana y más de veinticinco mil en un mes. Durante meses, todos los días hubo arrestos arbitrarios en los que se llevaron a jóvenes inocentes —incluso menores de edad— a prisiones hacinadas donde se violan los derechos humanos. Ahí, pandilleros e inocentes por igual se enfrentan a enfermedades, tortura psicológica y muerte. Muerte a golpes, muerte por desnutrición, deshidratación. Muertes negadas y ocultas en las cifras de cero homicidios.

En el cantón de Guarjila, a un par de horas de la capital, San Salvador, a pesar del infierno que se vive, un grupo de niños valientes juegan; ayudan entre todos al más chiquito a escalar un poste y llevarse la victoria, algo que a esa edad significa mucho. La fotografía es de Miguel Tovar y muestra uno de esos momentos en los que la inocencia protege de la realidad. Su trabajo proviene del reportaje escrito por John Gibler, «Los que nada deben», en esta edición.

Más sobre la edición «Crecer en resistencia».