Álex de la Iglesia estrenó El bar en Berlín
El cineasta español Álex de la Iglesia estrenó «El bar» en Berlín. Su nueva cinta propone una alegoría del apocalipsis entre las paredes de una cafetería madrileña.
Cantaba el grupo español Gabinete Caligari que no hay como el calor del amor en un bar. Pero ¿qué hay del calor del miedo? ¿Cómo aumentan la tensión y la temperatura en el acotado y claustrofóbico espacio de una tasca española cuando el temor irrumpe? Álex de la Iglesia (Bilbao, 1965) ya exploró el pánico entre los parroquianos de una taberna en su corto debut Mirindas asesinas, de 1991, y ahora regresa a esa experiencia y amplía la tensión en su decimocuarta película.
Su nueva entrega entre el humor y el pavor se titula El bar. Ocho personas de diferentes edades, talantes y origen social se ven atrapadas en un bar ante la amenaza de un francotirador apostado en la calle. La película compila un catálogo de terrores contemporáneos, desde el terrorismo yihadista hasta la pandemia del ébola. Es un subrayado de la cultura del terror en la que vivimos inmersos.
“Cuando mi madre se enteró de que venía a Berlín, me advirtió que tuviera cuidado, porque, de repente, un gran camión podría atropellarme por la calle. Pero si hubiera ido a París, me hubiera dicho que no pisara una discoteca. Ya sabemos cómo trabajan los grupos terroristas. El miedo es la materia con la que moldeamos nuestra realidad”, lamentaba el director en la pasada Berlinale.
La anécdota que inspiró la trama fue un desayuno compartido con su coguionista de cabecera y amigo, Jorge Guerricaechevarría, en un bar mítico del barrio de Malasaña en Madrid, El Palentino. A su barra se ha acodado fauna diversa, que va de Andrés Calamaro a Esperanza Aguirre, la ex ministra de Cultura del Partido Popular. Allí grabó Manu Chao el vídeo Me llaman calle y el grupo gallego de punk-rock Siniestro Total le dedicó una estrofa en su Somos Siniestro Total.
Una mañana, un indigente entró al local dando unos alaridos “a lo Diablo de Tasmania”, asegura de la Iglesia. La dueña del bar, Lola, le dio una bofetada y le dijo: “¡Cállate!, que sea la última vez que entras gritando”, y le dio de comer.
El rifirrafe se ha colado en la película, así como los personajes del mendigo desquiciado y de la recia dueña del establecimiento. Les acompañan un hípster, una niña fresa, una adicta a las máquinas tragaperras, dos parados cincuentones y un camarero bonachón. Juntos conforman un microcosmos de la sociedad española. Las tensiones, los roces y las sospechas van creciendo entre ellos.
En este “descenso a los infiernos” hay homenajes a clásicos del terror de serie B, como La cabina (Antonio Mercero, 1972), La hija de Frankenstein (Richard Cunha, 1958), El ángel exterminador (Luis Buñuel, 1962) y La mansión de los horrores (William Castle, 1959). “En El bar hay más retazos de cine que impresiones reales de mi vida, porque, para mí, las películas son pedazos reales de mi existencia. Hay personajes de ficción que considero más importantes que los de carne y hueso. Prefiero al Capitán Haddock que al vecino con el que subo en el ascensor. Hay momentos en los que confundo cine y realidad. Y trato de reiterarme en esa locura”, se confiesa.
De la Iglesia acude a la cita con los medios en la capital alemana con sus gafas de pasta negra. Su conversación está salpicada de referencias al séptimo arte, como cuando alega que la única razón para seguir vivo es el humor, porque “es una buena arma y un buen escudo, como el que sostiene el Capitán América. Con la risa puedes atacar y defenderte”. O cuando ahonda en su acariciado proyecto de adaptación de las aventuras de El Santo. “Llevo tres años detrás de la producción y es una verdadera batalla. La idea es hacer un tipo diferente de superhéroe, un personaje mexicano en un mundo latino tratando de luchar contra la corrupción, la política y los muros.”
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