“Jackie”: Muerte y resurrección del sueño americano
“Jackie”, de Pablo Larraín y protagonizada por Natalie Portman, inauguró la 5ª edición del Festival Internacional de Cine de Los Cabos.
El duelo es, por sí mismo, un proceso difícil de asimilar en la intimidad, pero ¿qué pasa cuando un corazón destrozado es asediado por un país entero en busca de respuestas? Jackie, el primer largometraje en habla inglesa del cineasta chileno Pablo Larraín, es un estudio reflexivo y profundo de los primeros días de Jacqueline Kennedy como viuda de John F. Kennedy, presidente de los Estados Unidos asesinado en Dallas, Texas, el 22 de noviembre de 1963. Esta película fue la encargada de inaugurar la 5ª edición del Festival Internacional de Cine de Los Cabos.
La trágica y súbita muerte de Kennedy devastó a una generación de estadounidenses que vieron desmoronarse frente a ellos la pureza del sueño americano. Al día de hoy, su asesinato está rodeado de un aura de conspiración y misterio que alimenta la leyenda de uno de los líderes más carismáticos en la historia de los Estados Unidos. La escena de su muerte, captada en televisión y reproducida y reimaginada cientos de veces desde entonces, es una de las imágenes más enraizadas en la memoria colectiva estadounidense – e incluso en la memoria global.
Para Larraín, cuyo cine se caracteriza por profundas y exhaustivas miradas al pasado, fue un movimiento atrevido y riesgoso taclear este momento histórico para llevarlo a la pantalla grande. A ello debe sumarse una transgresión extraordinaria: la de contar la historia no desde la experiencia de JFK, si no desde el duelo de su viuda, Jackie Kennedy, la mujer que en dos disparos pasó de ser la percibida reina del mundo libre a la mujer más triste de su país.
El elenco de Jackie, encabezado por Natalie Portman en una interpretación que seguramente le significará nominaciones en los premios Oscar y los Globos de Oro, incluye a figuras destacadas como John Hurt, Billy Crudup y Peter Sarsgaard. Con actuaciones que expresan el azoramiento y dolor de sus personajes a través de miradas, palabras contenidas y el eventual exabrupto emocional, el equipo actoral brilla gracias a la dirección minuciosa de Larraín.
Como en trabajos anteriores, el director realizó una investigación exhaustiva de materiales documentales que entreteje con su propia filmación, borrando la línea entre su propio estilo fílmico y el de los videos de archivo en los que se apoya. El diseño de vestuario y producción de Jackie es preciso y elegante, y rinde homenaje a la vanidad y elegancia misma de la verdadera Jacqueline Kennedy. Esta riqueza visual, la fotografía Stéphane Fontaine (Rust and Bone, Captain Fantastic) y la edición de Sebastián Sepúlveda (El club) permiten un interesante juego de texturas en el que se apoyan los saltos narrativos del excelente guión de Noah Oppenheim, premiado en el Festival Internacional de Cine de Venecia, donde Jackie tuvo su estreno mundial.
El éxito indiscutible de Jackie, no obstante, descansa en los hombros de Natalie Portman y en su capacidad para transmitir en pantalla el profundo shock que Jacqueline Kennedy vivió en los días posteriores al asesinato de su esposo. Su momento de mayor desgracia estaba bajo los reflectores internacionales y la desesperanza de un país entero la miraba como un niño a su madre al morir su figura paterna: ¿qué hacemos ahora?, ¿cómo seguimos adelante?
Apoyada en Bobby Kennedy (Peter Sarsgaard), fiscal general de los Estados Unidos y hermano menor de John F. Kennedy, y en su asistente personal Nancy Tuckerman (Greta Gerwig), Jackie debe planear el funeral de quien fuera el hombre más poderoso del mundo y el padre de sus hijos. Debe hacerlo con los ojos del mundo sobre ella y con la latente amenaza a la seguridad nacional que implica el asesinato de un presidente. La narración de estos crudos momentos en su vida parte de una entrevista publicada en la revista Life por el periodista Theodore H. Wallace (Billy Crudup) meses después de los hechos. Las secuencias en las que Wallace entrevista a la viuda se sienten en algunos momentos como duelos de ingenio y en otros como mirar a un depredador acechando a su presa, sin que sea realmente claro quién de ambos tiene el verdadero control de la situación.
La gracia y elegancia con la que Jacqueline Kennedy enfrenta a la opinión pública es quizá el engaño más grande de su vida. Por fuera se aprecia como una estatua de mármol a la que nadie podrá derrumbar; sin embargo, su absoluta vulnerabilidad y el terror a seguir adelante le impiden admitir su propia devastación interna. Por su propia mano, Jackie se compromete a preservar el legado de su marido, sin importar cuánto de la leyenda sea verdad y cuánto idealización. En el contexto contemporáneo, Jackie podría convertirse en una película simbólica que le recuerde al público estadounidense que una parte fundamental del poder de sus líderes no viene de los hechos fríos, sino de las emociones que inspiren a su nación.
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