Paterson: La poesía de un día cualquiera
Paterson es una lección de narrativa, construida a partir de la vena contemplativa de Jim Jarmusch. Es una trama que supera el reto de construirse en medio la rutina y la repetición casi coreográfica, a partir detalles sutiles.
Los seis días en los que transcurre Paterson, la más reciente película de Jim Jarmusch, comienzan prácticamente de la misma forma: con la luz que se filtra entre las cortinas alrededor de las 6:15 de la mañana de un mes cálido en la ciudad de Paterson, New Jersey. Una joven pareja, interpretada por Adam Driver y Golshifteh Farahani, abre los ojos a un lunes, martes, jueves o viernes cualquiera. Él, que también se llama Paterson, se levanta sin demasiado esfuerzo, desayuna Cheerios y sale de la casa. Endereza el buzón, que está siempre a punto de caerse y se dirige, lonchera en mano, a la estación de autobuses. Aborda el número 23. Es chofer y su ruta es la misma todos los días. A la hora del almuerzo se sienta para comer el sándwich que diariamente le prepara su esposa, Laura, en una banca frente a la única vista de postal que tiene esta ciudad: la cascada que forma el río Passaic. Cuando su turno termina vuelve a casa, cena con ella y después sale a pasear a Marvin, su bulldog inglés. A medio camino hace una parada para tomarse una cerveza en el bar del barrio mientras platica con el bartender y Marie, una chica que todas las noches y en ese mismo bar, intenta terminar con su novio. Cuando el tarro se vacía, se despide y recoge a Marvin, que siempre lo espera afuera, y camina de regreso a casa. A Laura le gusta ese olor a cerveza con que se mete a la cama todas las noches.
Paterson es una lección de narrativa, construida a partir de la vena contemplativa de Jarmusch. Es una trama que supera el reto de construirse en medio la rutina y la repetición casi coreográfica, a partir detalles sutiles: excepciones a la monotonía que en una historia como esta lo significan todo. Las variaciones son, por ejemplo, si Paterson despierta a Laura con cinco, cuatro o tres besos en el hombro, para descubrir que cuando se olvida de hacerlo, ella lo alcanza en la barra de la cocina, todavía entre sueños y con el cobertor enredado, para reclamárselos sin decir nada. Las variaciones son la noche en la que Laura, en vez de cocinar en casa, le propone pedir pizza y lo invita al cine; o es ella quien se levanta primero y lo deja quedarse en la cama hasta más tarde.
A Paterson, que también es un poeta amateur, a veces se le pierde la mirada de aburrimiento mientras maneja en línea recta, deteniéndose cada pocos metros para subir pasajeros, durante su largo turno de trabajo. Pero de pronto le regresa el brillo a los ojos al escuchar la conversación de un par de jóvenes que dicen ser los únicos anarquistas de la ciudad, o la de dos hombres que se comparten historias sobre mujeres guapas, que si tienen suerte, terminarán en sexo. En un trabajo como éste, esas historias son oxígeno y son también pequeños ladrillos en la historia de la cinta.
Mientras la película avanza, el espectador se sorprende entretenido, intentando llevar la cuenta de los muchos pares de gemelos que aparecen hombro con hombro en varias escenas, o descifrar por qué el buzón se cae todos los días; y se emociona cuando Paterson se encuentra en su ciudad gris con otra poeta, una niña de unos diez años que también tiene una hermana gemela. Y es así, entre lo cotidiano, que surge la poesía. La de Paterson, que escribe a mano en un pequeño cuaderno en sus ratos libres, y la de Jarmusch, que no se rige por presiones de tiempo, ni por la tentación de detonar drama cuando cuenta historias.
Poem
I’m in the house
It’s nice out
Warm
Sun on cold snow
First day of spring
Or last day of winter
My legs run up the stairs
And out the door
My top half here writing
Dice uno de los poemas de Paterson, escritos por Ron Padgett especialmente para la película y que no tiene sentido traducir. Al igual que la cinta, sus palabras ponen al espectador ante la belleza que sólo descubren quienes saben mirar dos veces.
De pronto las mañanas cotidianas son mañanas de luces irrepetibles, y esa pareja que a simple vista parece ordinaria, revela personajes complejos; un par de seres humanos que se saben afortunados de haberse encontrado y trabajan a diario, entre sutilezas, para no distanciarse y proteger la magia que sólo ellos ven en el otro. Paterson es el héroe de la historia y ella su musa, que se queda en casa todos los días pintando patrones blanco y negro sobre toda superficie, y lo espera de regreso con el entusiasmo de una niña y un platillo distinto, no necesariamente afortunado, sobre la mesa. Él finge que no está mal para no desanimarla y ella le pide una promesa: que este fin de semana sí fotocopie sus poemas, pues le angustia que los originales en el cuaderno que pasea a diario sean la única evidencia de lo que, está segura, es un talento digno de atesorarse. Marvin, el perro, es testigo de todo y manifiesta la exasperación que le provocan sus compañeros de casa con las exhalaciones exageradas de un adolescente malagradecido.
Como Paterson y Jarmusch, Allen Ginsberg y William Carlos Williams encontraron en la anodina Paterson, New Jersey, inspiración para crear poesías. Todas son obras de arte.
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