A Epifanio Avilés lo han buscado por 50 años

A Epifanio Avilés lo han buscado por 50 años

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19
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Tiempo de Lectura: 00 min

El suyo fue el primer caso registrado como desaparición forzada en México.

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de

“En la escuela nos decían ‘los huérfanos’, nuestra infancia se convirtió en un calvario”, explicó Nereida Avilés en entrevista para Gatopardo. Tenía ocho años cuando su padre, Epifanio Avilés Rojas, salió de casa y no volvió más. De ese entonces han pasado 50 años y la familia Avilés Jaimes sigue exigiendo información sobre su paradero. La charla sucedió en el marco del conversatorio Niñez y desaparición forzada. Historias de México y Argentina, que tuvo lugar en una de las salas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Era una mañana nublada que iba de la mano con las historias que escucharon ahí, entre familiares de desaparecidos y representantes de organizaciones civiles y medios de comunicación. Uno a uno, los ponentes dieron voz a su causa. El dolor y desconcierto en el rostro de los asistentes era evidente. Cuando llegó el turno de Nereida Avilés, el salón quedó en completo silencio y es que la historia de su padre es la prueba de que el Estado mexicano lleva al menos 50 años desapareciendo personas. Epifanio Avilés Rojas encabeza la lista de desaparecidos del Comité Eureka, pues su caso fue el primero en documentarse como una desaparición forzada a manos de agentes del Ejército. Durante décadas su esposa Braulia Jaimes ha pedido al Gobierno conocer el paradero de su esposo, sin embargo, como en el 99% de los casos ocurridos en México, la impunidad permanece. “El Estado mexicano nos destruyó la vida”, dijo Nereida sin titubeo alguno. Su voz capturó la atención de todos los presentes. Ella ya sabe cómo hacerlo, pues por años ha sido portavoz de las denuncias sobre el caso de su padre. En esta ocasión, la charla no se centraba solo en Epifanio Avilés Rojas sino en sus tres hijos y la forma en que su ausencia ha marcado sus vidas.

Nereida tenía ocho años cuando se llevaron a sus papá, sus hermanos tan solo seis y cuatro. Hasta el 19 de mayo de 1969, fecha en la que Epifanio Avilés fue detenido y trasladado al cuartel militar de Ciudad Altamirano, en Guerrero, vivían la vida de una familia normal, en una granja en Cuajimalpa. Con ellos vivía también Florentino, el hermano de su madre, y su primo de 12 años. Fue él quien tuvo que cuidar de ellos mientras su mamá salía a exigir respuestas.

Con ocho, seis y cuatro años de edad, los niños de la familia Avilés Jaimes se vieron forzados a crecer de inmediato. “Un grupo de hombres llegó a la casa, tocaron muy fuerte a la puerta, entraron y destruyeron todo. Buscaban a mi papá y a mi tío, pero hasta la comida se llevaron”, recordó Nereida. Eran muy pequeños para comprender lo que pasaba, pero ver a su mamá llorar no podía ser una buena señal. Los agentes acusaban a Epifanio y a Florentino de intentar robar una camioneta del Banco Comercial Mexicano, pero ahí no encontraron nada. Abandonaron la casa dejando una familia violentada y llena de preguntas. Nereida recuerda que por algún tiempo su mamá guardó el dolor para sí misma. Les decía que su papá se había ido a Guerrero y que pronto regresaría. “Eventualmente nos contó la verdad”, dijo. Florentino, hermano menor de Braulia, era miembro activo de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR) guerrilleras que surgieron en el país en aquellos años y cuyo líder fue el profesor Genaro Vázquez Rojas, originario de Guerrero. Epifanio se unió al grupo pocos días después de la matanza del 2 de octubre y su militancia fue breve pero intensa. No duró más de seis meses.

En aquel entonces, Florentino y Epifanio, junto con Juan Antúnez, planearon “una expropiación” en la que asaltarían una camioneta del Banco Comercial Mexicano. El plan estaba hecho, pero la ejecución no salió bien y fueron emboscados por la policía. Florentino fue detenido en el lugar y llevado a la cárcel de Lecumberri, pero Epifanio logró huir. La noticia, recordó Nereida, se esparció rápidamente por el vecindario. “La gente comenzó a alejarse de nosotros y nos pidieron la casa”, compartió. Aunque Braulia encontró la forma de sacar adelante a sus hijos y a su sobrino, el precio fue alto para los menores. Ella salía de la casa todos los días en busca de respuestas, pensando que si su esposo había logrado huir estaría oculto en la sierra de Guerrero. Al menos ese había sido el plan de acción en caso de que algo saliera mal. “Pero mi papá no pudo, quería vernos y decidió dejar su escondite. Consideró entregarse porque pensó que podría tener un juicio justo”, dice Nereida. La esperanza de Epifanio estaba muy alejada de la realidad y fue arrestado en Guerrero antes de que pudiera volver con su familia. Braulia se enteró de su aprehensión por medio un telegrama. A Epifanio Avilés lo detuvieron un grupo de soldados al mando del mayor de infantería Antonio López Rivera en el poblado de Las Cruces, Guerrero. Braulia le siguió la pista, pero lo último que supo de su esposo es que fue entregado al general Miguel Bracamontes y lo subieron a una avioneta. “Mi madre pensó que lo llevarían a Lecumberri como a mi tío, pero eso no sucedió. No supimos más de mi papá”. Ante el desprecio de la gente que los conocía, tuvieron que moverse de zona, entrar a una nueva escuela y comenzar una nueva vida. “Mi mamá vendió gelatinas para darnos de comer y sacarnos adelante”, compartió Nereida.

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles Braulia tenía mucho sobre sus hombros y aunque estaba presente para sus hijos, la búsqueda de su esposo y la exigencia de respuestas era prioridad. “En la escuela nos veían solos y nos molestaban”, recuerda su hija, quien hoy lo entiende todo.“Mi madre preguntaba por él en todos lados, en cuarteles militares, estaciones de policía y cárceles”. Braulia Jaimes denunció la desaparición de su esposo también en los periódicos y se unió a las manifestaciones de madres y esposas de otros detenidos y desaparecidos. Sin embargo, las noticias sobre Epifanio nunca llegaron y a la fecha, el Estado sigue sin tocar el caso. Nereida es doctora, Blanca estudió Turismo y Jaime, Relaciones Internacionales. A pesar del viacrucis que vivieron y que se extiende hasta hoy, los tres están construyendo su propio camino. A pesar del modus operandi que utilizó el gobierno para desaparecer a Epifanio Avilés y del hecho que su caso fue el primero en catalogarse como “desaparición forzada”, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) no lo reportó como tal en su Informe Especial sobre Desapariciones Forzadas en la década de los setenta y principios de los 80, publicado en 2001. Su familia sabe que Epifanio Avilés Rojas llegó con vida al Cuartel Militar Número Uno, pero este 2019 cumple 50 años esperando saber lo que pasó después, atrapada en el limbo de una impunidad absoluta.

*Fotografía de portada: Giulia Iacolutti, Vivos 2014 / Instagram

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“En la escuela nos decían ‘los huérfanos’, nuestra infancia se convirtió en un calvario”, explicó Nereida Avilés en entrevista para Gatopardo. Tenía ocho años cuando su padre, Epifanio Avilés Rojas, salió de casa y no volvió más. De ese entonces han pasado 50 años y la familia Avilés Jaimes sigue exigiendo información sobre su paradero. La charla sucedió en el marco del conversatorio Niñez y desaparición forzada. Historias de México y Argentina, que tuvo lugar en una de las salas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Era una mañana nublada que iba de la mano con las historias que escucharon ahí, entre familiares de desaparecidos y representantes de organizaciones civiles y medios de comunicación. Uno a uno, los ponentes dieron voz a su causa. El dolor y desconcierto en el rostro de los asistentes era evidente. Cuando llegó el turno de Nereida Avilés, el salón quedó en completo silencio y es que la historia de su padre es la prueba de que el Estado mexicano lleva al menos 50 años desapareciendo personas. Epifanio Avilés Rojas encabeza la lista de desaparecidos del Comité Eureka, pues su caso fue el primero en documentarse como una desaparición forzada a manos de agentes del Ejército. Durante décadas su esposa Braulia Jaimes ha pedido al Gobierno conocer el paradero de su esposo, sin embargo, como en el 99% de los casos ocurridos en México, la impunidad permanece. “El Estado mexicano nos destruyó la vida”, dijo Nereida sin titubeo alguno. Su voz capturó la atención de todos los presentes. Ella ya sabe cómo hacerlo, pues por años ha sido portavoz de las denuncias sobre el caso de su padre. En esta ocasión, la charla no se centraba solo en Epifanio Avilés Rojas sino en sus tres hijos y la forma en que su ausencia ha marcado sus vidas.

Nereida tenía ocho años cuando se llevaron a sus papá, sus hermanos tan solo seis y cuatro. Hasta el 19 de mayo de 1969, fecha en la que Epifanio Avilés fue detenido y trasladado al cuartel militar de Ciudad Altamirano, en Guerrero, vivían la vida de una familia normal, en una granja en Cuajimalpa. Con ellos vivía también Florentino, el hermano de su madre, y su primo de 12 años. Fue él quien tuvo que cuidar de ellos mientras su mamá salía a exigir respuestas.

Con ocho, seis y cuatro años de edad, los niños de la familia Avilés Jaimes se vieron forzados a crecer de inmediato. “Un grupo de hombres llegó a la casa, tocaron muy fuerte a la puerta, entraron y destruyeron todo. Buscaban a mi papá y a mi tío, pero hasta la comida se llevaron”, recordó Nereida. Eran muy pequeños para comprender lo que pasaba, pero ver a su mamá llorar no podía ser una buena señal. Los agentes acusaban a Epifanio y a Florentino de intentar robar una camioneta del Banco Comercial Mexicano, pero ahí no encontraron nada. Abandonaron la casa dejando una familia violentada y llena de preguntas. Nereida recuerda que por algún tiempo su mamá guardó el dolor para sí misma. Les decía que su papá se había ido a Guerrero y que pronto regresaría. “Eventualmente nos contó la verdad”, dijo. Florentino, hermano menor de Braulia, era miembro activo de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR) guerrilleras que surgieron en el país en aquellos años y cuyo líder fue el profesor Genaro Vázquez Rojas, originario de Guerrero. Epifanio se unió al grupo pocos días después de la matanza del 2 de octubre y su militancia fue breve pero intensa. No duró más de seis meses.

En aquel entonces, Florentino y Epifanio, junto con Juan Antúnez, planearon “una expropiación” en la que asaltarían una camioneta del Banco Comercial Mexicano. El plan estaba hecho, pero la ejecución no salió bien y fueron emboscados por la policía. Florentino fue detenido en el lugar y llevado a la cárcel de Lecumberri, pero Epifanio logró huir. La noticia, recordó Nereida, se esparció rápidamente por el vecindario. “La gente comenzó a alejarse de nosotros y nos pidieron la casa”, compartió. Aunque Braulia encontró la forma de sacar adelante a sus hijos y a su sobrino, el precio fue alto para los menores. Ella salía de la casa todos los días en busca de respuestas, pensando que si su esposo había logrado huir estaría oculto en la sierra de Guerrero. Al menos ese había sido el plan de acción en caso de que algo saliera mal. “Pero mi papá no pudo, quería vernos y decidió dejar su escondite. Consideró entregarse porque pensó que podría tener un juicio justo”, dice Nereida. La esperanza de Epifanio estaba muy alejada de la realidad y fue arrestado en Guerrero antes de que pudiera volver con su familia. Braulia se enteró de su aprehensión por medio un telegrama. A Epifanio Avilés lo detuvieron un grupo de soldados al mando del mayor de infantería Antonio López Rivera en el poblado de Las Cruces, Guerrero. Braulia le siguió la pista, pero lo último que supo de su esposo es que fue entregado al general Miguel Bracamontes y lo subieron a una avioneta. “Mi madre pensó que lo llevarían a Lecumberri como a mi tío, pero eso no sucedió. No supimos más de mi papá”. Ante el desprecio de la gente que los conocía, tuvieron que moverse de zona, entrar a una nueva escuela y comenzar una nueva vida. “Mi mamá vendió gelatinas para darnos de comer y sacarnos adelante”, compartió Nereida.

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles Braulia tenía mucho sobre sus hombros y aunque estaba presente para sus hijos, la búsqueda de su esposo y la exigencia de respuestas era prioridad. “En la escuela nos veían solos y nos molestaban”, recuerda su hija, quien hoy lo entiende todo.“Mi madre preguntaba por él en todos lados, en cuarteles militares, estaciones de policía y cárceles”. Braulia Jaimes denunció la desaparición de su esposo también en los periódicos y se unió a las manifestaciones de madres y esposas de otros detenidos y desaparecidos. Sin embargo, las noticias sobre Epifanio nunca llegaron y a la fecha, el Estado sigue sin tocar el caso. Nereida es doctora, Blanca estudió Turismo y Jaime, Relaciones Internacionales. A pesar del viacrucis que vivieron y que se extiende hasta hoy, los tres están construyendo su propio camino. A pesar del modus operandi que utilizó el gobierno para desaparecer a Epifanio Avilés y del hecho que su caso fue el primero en catalogarse como “desaparición forzada”, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) no lo reportó como tal en su Informe Especial sobre Desapariciones Forzadas en la década de los setenta y principios de los 80, publicado en 2001. Su familia sabe que Epifanio Avilés Rojas llegó con vida al Cuartel Militar Número Uno, pero este 2019 cumple 50 años esperando saber lo que pasó después, atrapada en el limbo de una impunidad absoluta.

*Fotografía de portada: Giulia Iacolutti, Vivos 2014 / Instagram

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“En la escuela nos decían ‘los huérfanos’, nuestra infancia se convirtió en un calvario”, explicó Nereida Avilés en entrevista para Gatopardo. Tenía ocho años cuando su padre, Epifanio Avilés Rojas, salió de casa y no volvió más. De ese entonces han pasado 50 años y la familia Avilés Jaimes sigue exigiendo información sobre su paradero. La charla sucedió en el marco del conversatorio Niñez y desaparición forzada. Historias de México y Argentina, que tuvo lugar en una de las salas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Era una mañana nublada que iba de la mano con las historias que escucharon ahí, entre familiares de desaparecidos y representantes de organizaciones civiles y medios de comunicación. Uno a uno, los ponentes dieron voz a su causa. El dolor y desconcierto en el rostro de los asistentes era evidente. Cuando llegó el turno de Nereida Avilés, el salón quedó en completo silencio y es que la historia de su padre es la prueba de que el Estado mexicano lleva al menos 50 años desapareciendo personas. Epifanio Avilés Rojas encabeza la lista de desaparecidos del Comité Eureka, pues su caso fue el primero en documentarse como una desaparición forzada a manos de agentes del Ejército. Durante décadas su esposa Braulia Jaimes ha pedido al Gobierno conocer el paradero de su esposo, sin embargo, como en el 99% de los casos ocurridos en México, la impunidad permanece. “El Estado mexicano nos destruyó la vida”, dijo Nereida sin titubeo alguno. Su voz capturó la atención de todos los presentes. Ella ya sabe cómo hacerlo, pues por años ha sido portavoz de las denuncias sobre el caso de su padre. En esta ocasión, la charla no se centraba solo en Epifanio Avilés Rojas sino en sus tres hijos y la forma en que su ausencia ha marcado sus vidas.

Nereida tenía ocho años cuando se llevaron a sus papá, sus hermanos tan solo seis y cuatro. Hasta el 19 de mayo de 1969, fecha en la que Epifanio Avilés fue detenido y trasladado al cuartel militar de Ciudad Altamirano, en Guerrero, vivían la vida de una familia normal, en una granja en Cuajimalpa. Con ellos vivía también Florentino, el hermano de su madre, y su primo de 12 años. Fue él quien tuvo que cuidar de ellos mientras su mamá salía a exigir respuestas.

Con ocho, seis y cuatro años de edad, los niños de la familia Avilés Jaimes se vieron forzados a crecer de inmediato. “Un grupo de hombres llegó a la casa, tocaron muy fuerte a la puerta, entraron y destruyeron todo. Buscaban a mi papá y a mi tío, pero hasta la comida se llevaron”, recordó Nereida. Eran muy pequeños para comprender lo que pasaba, pero ver a su mamá llorar no podía ser una buena señal. Los agentes acusaban a Epifanio y a Florentino de intentar robar una camioneta del Banco Comercial Mexicano, pero ahí no encontraron nada. Abandonaron la casa dejando una familia violentada y llena de preguntas. Nereida recuerda que por algún tiempo su mamá guardó el dolor para sí misma. Les decía que su papá se había ido a Guerrero y que pronto regresaría. “Eventualmente nos contó la verdad”, dijo. Florentino, hermano menor de Braulia, era miembro activo de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR) guerrilleras que surgieron en el país en aquellos años y cuyo líder fue el profesor Genaro Vázquez Rojas, originario de Guerrero. Epifanio se unió al grupo pocos días después de la matanza del 2 de octubre y su militancia fue breve pero intensa. No duró más de seis meses.

En aquel entonces, Florentino y Epifanio, junto con Juan Antúnez, planearon “una expropiación” en la que asaltarían una camioneta del Banco Comercial Mexicano. El plan estaba hecho, pero la ejecución no salió bien y fueron emboscados por la policía. Florentino fue detenido en el lugar y llevado a la cárcel de Lecumberri, pero Epifanio logró huir. La noticia, recordó Nereida, se esparció rápidamente por el vecindario. “La gente comenzó a alejarse de nosotros y nos pidieron la casa”, compartió. Aunque Braulia encontró la forma de sacar adelante a sus hijos y a su sobrino, el precio fue alto para los menores. Ella salía de la casa todos los días en busca de respuestas, pensando que si su esposo había logrado huir estaría oculto en la sierra de Guerrero. Al menos ese había sido el plan de acción en caso de que algo saliera mal. “Pero mi papá no pudo, quería vernos y decidió dejar su escondite. Consideró entregarse porque pensó que podría tener un juicio justo”, dice Nereida. La esperanza de Epifanio estaba muy alejada de la realidad y fue arrestado en Guerrero antes de que pudiera volver con su familia. Braulia se enteró de su aprehensión por medio un telegrama. A Epifanio Avilés lo detuvieron un grupo de soldados al mando del mayor de infantería Antonio López Rivera en el poblado de Las Cruces, Guerrero. Braulia le siguió la pista, pero lo último que supo de su esposo es que fue entregado al general Miguel Bracamontes y lo subieron a una avioneta. “Mi madre pensó que lo llevarían a Lecumberri como a mi tío, pero eso no sucedió. No supimos más de mi papá”. Ante el desprecio de la gente que los conocía, tuvieron que moverse de zona, entrar a una nueva escuela y comenzar una nueva vida. “Mi mamá vendió gelatinas para darnos de comer y sacarnos adelante”, compartió Nereida.

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles Braulia tenía mucho sobre sus hombros y aunque estaba presente para sus hijos, la búsqueda de su esposo y la exigencia de respuestas era prioridad. “En la escuela nos veían solos y nos molestaban”, recuerda su hija, quien hoy lo entiende todo.“Mi madre preguntaba por él en todos lados, en cuarteles militares, estaciones de policía y cárceles”. Braulia Jaimes denunció la desaparición de su esposo también en los periódicos y se unió a las manifestaciones de madres y esposas de otros detenidos y desaparecidos. Sin embargo, las noticias sobre Epifanio nunca llegaron y a la fecha, el Estado sigue sin tocar el caso. Nereida es doctora, Blanca estudió Turismo y Jaime, Relaciones Internacionales. A pesar del viacrucis que vivieron y que se extiende hasta hoy, los tres están construyendo su propio camino. A pesar del modus operandi que utilizó el gobierno para desaparecer a Epifanio Avilés y del hecho que su caso fue el primero en catalogarse como “desaparición forzada”, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) no lo reportó como tal en su Informe Especial sobre Desapariciones Forzadas en la década de los setenta y principios de los 80, publicado en 2001. Su familia sabe que Epifanio Avilés Rojas llegó con vida al Cuartel Militar Número Uno, pero este 2019 cumple 50 años esperando saber lo que pasó después, atrapada en el limbo de una impunidad absoluta.

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El suyo fue el primer caso registrado como desaparición forzada en México.

“En la escuela nos decían ‘los huérfanos’, nuestra infancia se convirtió en un calvario”, explicó Nereida Avilés en entrevista para Gatopardo. Tenía ocho años cuando su padre, Epifanio Avilés Rojas, salió de casa y no volvió más. De ese entonces han pasado 50 años y la familia Avilés Jaimes sigue exigiendo información sobre su paradero. La charla sucedió en el marco del conversatorio Niñez y desaparición forzada. Historias de México y Argentina, que tuvo lugar en una de las salas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Era una mañana nublada que iba de la mano con las historias que escucharon ahí, entre familiares de desaparecidos y representantes de organizaciones civiles y medios de comunicación. Uno a uno, los ponentes dieron voz a su causa. El dolor y desconcierto en el rostro de los asistentes era evidente. Cuando llegó el turno de Nereida Avilés, el salón quedó en completo silencio y es que la historia de su padre es la prueba de que el Estado mexicano lleva al menos 50 años desapareciendo personas. Epifanio Avilés Rojas encabeza la lista de desaparecidos del Comité Eureka, pues su caso fue el primero en documentarse como una desaparición forzada a manos de agentes del Ejército. Durante décadas su esposa Braulia Jaimes ha pedido al Gobierno conocer el paradero de su esposo, sin embargo, como en el 99% de los casos ocurridos en México, la impunidad permanece. “El Estado mexicano nos destruyó la vida”, dijo Nereida sin titubeo alguno. Su voz capturó la atención de todos los presentes. Ella ya sabe cómo hacerlo, pues por años ha sido portavoz de las denuncias sobre el caso de su padre. En esta ocasión, la charla no se centraba solo en Epifanio Avilés Rojas sino en sus tres hijos y la forma en que su ausencia ha marcado sus vidas.

Nereida tenía ocho años cuando se llevaron a sus papá, sus hermanos tan solo seis y cuatro. Hasta el 19 de mayo de 1969, fecha en la que Epifanio Avilés fue detenido y trasladado al cuartel militar de Ciudad Altamirano, en Guerrero, vivían la vida de una familia normal, en una granja en Cuajimalpa. Con ellos vivía también Florentino, el hermano de su madre, y su primo de 12 años. Fue él quien tuvo que cuidar de ellos mientras su mamá salía a exigir respuestas.

Con ocho, seis y cuatro años de edad, los niños de la familia Avilés Jaimes se vieron forzados a crecer de inmediato. “Un grupo de hombres llegó a la casa, tocaron muy fuerte a la puerta, entraron y destruyeron todo. Buscaban a mi papá y a mi tío, pero hasta la comida se llevaron”, recordó Nereida. Eran muy pequeños para comprender lo que pasaba, pero ver a su mamá llorar no podía ser una buena señal. Los agentes acusaban a Epifanio y a Florentino de intentar robar una camioneta del Banco Comercial Mexicano, pero ahí no encontraron nada. Abandonaron la casa dejando una familia violentada y llena de preguntas. Nereida recuerda que por algún tiempo su mamá guardó el dolor para sí misma. Les decía que su papá se había ido a Guerrero y que pronto regresaría. “Eventualmente nos contó la verdad”, dijo. Florentino, hermano menor de Braulia, era miembro activo de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR) guerrilleras que surgieron en el país en aquellos años y cuyo líder fue el profesor Genaro Vázquez Rojas, originario de Guerrero. Epifanio se unió al grupo pocos días después de la matanza del 2 de octubre y su militancia fue breve pero intensa. No duró más de seis meses.

En aquel entonces, Florentino y Epifanio, junto con Juan Antúnez, planearon “una expropiación” en la que asaltarían una camioneta del Banco Comercial Mexicano. El plan estaba hecho, pero la ejecución no salió bien y fueron emboscados por la policía. Florentino fue detenido en el lugar y llevado a la cárcel de Lecumberri, pero Epifanio logró huir. La noticia, recordó Nereida, se esparció rápidamente por el vecindario. “La gente comenzó a alejarse de nosotros y nos pidieron la casa”, compartió. Aunque Braulia encontró la forma de sacar adelante a sus hijos y a su sobrino, el precio fue alto para los menores. Ella salía de la casa todos los días en busca de respuestas, pensando que si su esposo había logrado huir estaría oculto en la sierra de Guerrero. Al menos ese había sido el plan de acción en caso de que algo saliera mal. “Pero mi papá no pudo, quería vernos y decidió dejar su escondite. Consideró entregarse porque pensó que podría tener un juicio justo”, dice Nereida. La esperanza de Epifanio estaba muy alejada de la realidad y fue arrestado en Guerrero antes de que pudiera volver con su familia. Braulia se enteró de su aprehensión por medio un telegrama. A Epifanio Avilés lo detuvieron un grupo de soldados al mando del mayor de infantería Antonio López Rivera en el poblado de Las Cruces, Guerrero. Braulia le siguió la pista, pero lo último que supo de su esposo es que fue entregado al general Miguel Bracamontes y lo subieron a una avioneta. “Mi madre pensó que lo llevarían a Lecumberri como a mi tío, pero eso no sucedió. No supimos más de mi papá”. Ante el desprecio de la gente que los conocía, tuvieron que moverse de zona, entrar a una nueva escuela y comenzar una nueva vida. “Mi mamá vendió gelatinas para darnos de comer y sacarnos adelante”, compartió Nereida.

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles Braulia tenía mucho sobre sus hombros y aunque estaba presente para sus hijos, la búsqueda de su esposo y la exigencia de respuestas era prioridad. “En la escuela nos veían solos y nos molestaban”, recuerda su hija, quien hoy lo entiende todo.“Mi madre preguntaba por él en todos lados, en cuarteles militares, estaciones de policía y cárceles”. Braulia Jaimes denunció la desaparición de su esposo también en los periódicos y se unió a las manifestaciones de madres y esposas de otros detenidos y desaparecidos. Sin embargo, las noticias sobre Epifanio nunca llegaron y a la fecha, el Estado sigue sin tocar el caso. Nereida es doctora, Blanca estudió Turismo y Jaime, Relaciones Internacionales. A pesar del viacrucis que vivieron y que se extiende hasta hoy, los tres están construyendo su propio camino. A pesar del modus operandi que utilizó el gobierno para desaparecer a Epifanio Avilés y del hecho que su caso fue el primero en catalogarse como “desaparición forzada”, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) no lo reportó como tal en su Informe Especial sobre Desapariciones Forzadas en la década de los setenta y principios de los 80, publicado en 2001. Su familia sabe que Epifanio Avilés Rojas llegó con vida al Cuartel Militar Número Uno, pero este 2019 cumple 50 años esperando saber lo que pasó después, atrapada en el limbo de una impunidad absoluta.

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“En la escuela nos decían ‘los huérfanos’, nuestra infancia se convirtió en un calvario”, explicó Nereida Avilés en entrevista para Gatopardo. Tenía ocho años cuando su padre, Epifanio Avilés Rojas, salió de casa y no volvió más. De ese entonces han pasado 50 años y la familia Avilés Jaimes sigue exigiendo información sobre su paradero. La charla sucedió en el marco del conversatorio Niñez y desaparición forzada. Historias de México y Argentina, que tuvo lugar en una de las salas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Era una mañana nublada que iba de la mano con las historias que escucharon ahí, entre familiares de desaparecidos y representantes de organizaciones civiles y medios de comunicación. Uno a uno, los ponentes dieron voz a su causa. El dolor y desconcierto en el rostro de los asistentes era evidente. Cuando llegó el turno de Nereida Avilés, el salón quedó en completo silencio y es que la historia de su padre es la prueba de que el Estado mexicano lleva al menos 50 años desapareciendo personas. Epifanio Avilés Rojas encabeza la lista de desaparecidos del Comité Eureka, pues su caso fue el primero en documentarse como una desaparición forzada a manos de agentes del Ejército. Durante décadas su esposa Braulia Jaimes ha pedido al Gobierno conocer el paradero de su esposo, sin embargo, como en el 99% de los casos ocurridos en México, la impunidad permanece. “El Estado mexicano nos destruyó la vida”, dijo Nereida sin titubeo alguno. Su voz capturó la atención de todos los presentes. Ella ya sabe cómo hacerlo, pues por años ha sido portavoz de las denuncias sobre el caso de su padre. En esta ocasión, la charla no se centraba solo en Epifanio Avilés Rojas sino en sus tres hijos y la forma en que su ausencia ha marcado sus vidas.

Nereida tenía ocho años cuando se llevaron a sus papá, sus hermanos tan solo seis y cuatro. Hasta el 19 de mayo de 1969, fecha en la que Epifanio Avilés fue detenido y trasladado al cuartel militar de Ciudad Altamirano, en Guerrero, vivían la vida de una familia normal, en una granja en Cuajimalpa. Con ellos vivía también Florentino, el hermano de su madre, y su primo de 12 años. Fue él quien tuvo que cuidar de ellos mientras su mamá salía a exigir respuestas.

Con ocho, seis y cuatro años de edad, los niños de la familia Avilés Jaimes se vieron forzados a crecer de inmediato. “Un grupo de hombres llegó a la casa, tocaron muy fuerte a la puerta, entraron y destruyeron todo. Buscaban a mi papá y a mi tío, pero hasta la comida se llevaron”, recordó Nereida. Eran muy pequeños para comprender lo que pasaba, pero ver a su mamá llorar no podía ser una buena señal. Los agentes acusaban a Epifanio y a Florentino de intentar robar una camioneta del Banco Comercial Mexicano, pero ahí no encontraron nada. Abandonaron la casa dejando una familia violentada y llena de preguntas. Nereida recuerda que por algún tiempo su mamá guardó el dolor para sí misma. Les decía que su papá se había ido a Guerrero y que pronto regresaría. “Eventualmente nos contó la verdad”, dijo. Florentino, hermano menor de Braulia, era miembro activo de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR) guerrilleras que surgieron en el país en aquellos años y cuyo líder fue el profesor Genaro Vázquez Rojas, originario de Guerrero. Epifanio se unió al grupo pocos días después de la matanza del 2 de octubre y su militancia fue breve pero intensa. No duró más de seis meses.

En aquel entonces, Florentino y Epifanio, junto con Juan Antúnez, planearon “una expropiación” en la que asaltarían una camioneta del Banco Comercial Mexicano. El plan estaba hecho, pero la ejecución no salió bien y fueron emboscados por la policía. Florentino fue detenido en el lugar y llevado a la cárcel de Lecumberri, pero Epifanio logró huir. La noticia, recordó Nereida, se esparció rápidamente por el vecindario. “La gente comenzó a alejarse de nosotros y nos pidieron la casa”, compartió. Aunque Braulia encontró la forma de sacar adelante a sus hijos y a su sobrino, el precio fue alto para los menores. Ella salía de la casa todos los días en busca de respuestas, pensando que si su esposo había logrado huir estaría oculto en la sierra de Guerrero. Al menos ese había sido el plan de acción en caso de que algo saliera mal. “Pero mi papá no pudo, quería vernos y decidió dejar su escondite. Consideró entregarse porque pensó que podría tener un juicio justo”, dice Nereida. La esperanza de Epifanio estaba muy alejada de la realidad y fue arrestado en Guerrero antes de que pudiera volver con su familia. Braulia se enteró de su aprehensión por medio un telegrama. A Epifanio Avilés lo detuvieron un grupo de soldados al mando del mayor de infantería Antonio López Rivera en el poblado de Las Cruces, Guerrero. Braulia le siguió la pista, pero lo último que supo de su esposo es que fue entregado al general Miguel Bracamontes y lo subieron a una avioneta. “Mi madre pensó que lo llevarían a Lecumberri como a mi tío, pero eso no sucedió. No supimos más de mi papá”. Ante el desprecio de la gente que los conocía, tuvieron que moverse de zona, entrar a una nueva escuela y comenzar una nueva vida. “Mi mamá vendió gelatinas para darnos de comer y sacarnos adelante”, compartió Nereida.

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles Braulia tenía mucho sobre sus hombros y aunque estaba presente para sus hijos, la búsqueda de su esposo y la exigencia de respuestas era prioridad. “En la escuela nos veían solos y nos molestaban”, recuerda su hija, quien hoy lo entiende todo.“Mi madre preguntaba por él en todos lados, en cuarteles militares, estaciones de policía y cárceles”. Braulia Jaimes denunció la desaparición de su esposo también en los periódicos y se unió a las manifestaciones de madres y esposas de otros detenidos y desaparecidos. Sin embargo, las noticias sobre Epifanio nunca llegaron y a la fecha, el Estado sigue sin tocar el caso. Nereida es doctora, Blanca estudió Turismo y Jaime, Relaciones Internacionales. A pesar del viacrucis que vivieron y que se extiende hasta hoy, los tres están construyendo su propio camino. A pesar del modus operandi que utilizó el gobierno para desaparecer a Epifanio Avilés y del hecho que su caso fue el primero en catalogarse como “desaparición forzada”, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) no lo reportó como tal en su Informe Especial sobre Desapariciones Forzadas en la década de los setenta y principios de los 80, publicado en 2001. Su familia sabe que Epifanio Avilés Rojas llegó con vida al Cuartel Militar Número Uno, pero este 2019 cumple 50 años esperando saber lo que pasó después, atrapada en el limbo de una impunidad absoluta.

*Fotografía de portada: Giulia Iacolutti, Vivos 2014 / Instagram

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El suyo fue el primer caso registrado como desaparición forzada en México.

“En la escuela nos decían ‘los huérfanos’, nuestra infancia se convirtió en un calvario”, explicó Nereida Avilés en entrevista para Gatopardo. Tenía ocho años cuando su padre, Epifanio Avilés Rojas, salió de casa y no volvió más. De ese entonces han pasado 50 años y la familia Avilés Jaimes sigue exigiendo información sobre su paradero. La charla sucedió en el marco del conversatorio Niñez y desaparición forzada. Historias de México y Argentina, que tuvo lugar en una de las salas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Era una mañana nublada que iba de la mano con las historias que escucharon ahí, entre familiares de desaparecidos y representantes de organizaciones civiles y medios de comunicación. Uno a uno, los ponentes dieron voz a su causa. El dolor y desconcierto en el rostro de los asistentes era evidente. Cuando llegó el turno de Nereida Avilés, el salón quedó en completo silencio y es que la historia de su padre es la prueba de que el Estado mexicano lleva al menos 50 años desapareciendo personas. Epifanio Avilés Rojas encabeza la lista de desaparecidos del Comité Eureka, pues su caso fue el primero en documentarse como una desaparición forzada a manos de agentes del Ejército. Durante décadas su esposa Braulia Jaimes ha pedido al Gobierno conocer el paradero de su esposo, sin embargo, como en el 99% de los casos ocurridos en México, la impunidad permanece. “El Estado mexicano nos destruyó la vida”, dijo Nereida sin titubeo alguno. Su voz capturó la atención de todos los presentes. Ella ya sabe cómo hacerlo, pues por años ha sido portavoz de las denuncias sobre el caso de su padre. En esta ocasión, la charla no se centraba solo en Epifanio Avilés Rojas sino en sus tres hijos y la forma en que su ausencia ha marcado sus vidas.

Nereida tenía ocho años cuando se llevaron a sus papá, sus hermanos tan solo seis y cuatro. Hasta el 19 de mayo de 1969, fecha en la que Epifanio Avilés fue detenido y trasladado al cuartel militar de Ciudad Altamirano, en Guerrero, vivían la vida de una familia normal, en una granja en Cuajimalpa. Con ellos vivía también Florentino, el hermano de su madre, y su primo de 12 años. Fue él quien tuvo que cuidar de ellos mientras su mamá salía a exigir respuestas.

Con ocho, seis y cuatro años de edad, los niños de la familia Avilés Jaimes se vieron forzados a crecer de inmediato. “Un grupo de hombres llegó a la casa, tocaron muy fuerte a la puerta, entraron y destruyeron todo. Buscaban a mi papá y a mi tío, pero hasta la comida se llevaron”, recordó Nereida. Eran muy pequeños para comprender lo que pasaba, pero ver a su mamá llorar no podía ser una buena señal. Los agentes acusaban a Epifanio y a Florentino de intentar robar una camioneta del Banco Comercial Mexicano, pero ahí no encontraron nada. Abandonaron la casa dejando una familia violentada y llena de preguntas. Nereida recuerda que por algún tiempo su mamá guardó el dolor para sí misma. Les decía que su papá se había ido a Guerrero y que pronto regresaría. “Eventualmente nos contó la verdad”, dijo. Florentino, hermano menor de Braulia, era miembro activo de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR) guerrilleras que surgieron en el país en aquellos años y cuyo líder fue el profesor Genaro Vázquez Rojas, originario de Guerrero. Epifanio se unió al grupo pocos días después de la matanza del 2 de octubre y su militancia fue breve pero intensa. No duró más de seis meses.

En aquel entonces, Florentino y Epifanio, junto con Juan Antúnez, planearon “una expropiación” en la que asaltarían una camioneta del Banco Comercial Mexicano. El plan estaba hecho, pero la ejecución no salió bien y fueron emboscados por la policía. Florentino fue detenido en el lugar y llevado a la cárcel de Lecumberri, pero Epifanio logró huir. La noticia, recordó Nereida, se esparció rápidamente por el vecindario. “La gente comenzó a alejarse de nosotros y nos pidieron la casa”, compartió. Aunque Braulia encontró la forma de sacar adelante a sus hijos y a su sobrino, el precio fue alto para los menores. Ella salía de la casa todos los días en busca de respuestas, pensando que si su esposo había logrado huir estaría oculto en la sierra de Guerrero. Al menos ese había sido el plan de acción en caso de que algo saliera mal. “Pero mi papá no pudo, quería vernos y decidió dejar su escondite. Consideró entregarse porque pensó que podría tener un juicio justo”, dice Nereida. La esperanza de Epifanio estaba muy alejada de la realidad y fue arrestado en Guerrero antes de que pudiera volver con su familia. Braulia se enteró de su aprehensión por medio un telegrama. A Epifanio Avilés lo detuvieron un grupo de soldados al mando del mayor de infantería Antonio López Rivera en el poblado de Las Cruces, Guerrero. Braulia le siguió la pista, pero lo último que supo de su esposo es que fue entregado al general Miguel Bracamontes y lo subieron a una avioneta. “Mi madre pensó que lo llevarían a Lecumberri como a mi tío, pero eso no sucedió. No supimos más de mi papá”. Ante el desprecio de la gente que los conocía, tuvieron que moverse de zona, entrar a una nueva escuela y comenzar una nueva vida. “Mi mamá vendió gelatinas para darnos de comer y sacarnos adelante”, compartió Nereida.

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles Braulia tenía mucho sobre sus hombros y aunque estaba presente para sus hijos, la búsqueda de su esposo y la exigencia de respuestas era prioridad. “En la escuela nos veían solos y nos molestaban”, recuerda su hija, quien hoy lo entiende todo.“Mi madre preguntaba por él en todos lados, en cuarteles militares, estaciones de policía y cárceles”. Braulia Jaimes denunció la desaparición de su esposo también en los periódicos y se unió a las manifestaciones de madres y esposas de otros detenidos y desaparecidos. Sin embargo, las noticias sobre Epifanio nunca llegaron y a la fecha, el Estado sigue sin tocar el caso. Nereida es doctora, Blanca estudió Turismo y Jaime, Relaciones Internacionales. A pesar del viacrucis que vivieron y que se extiende hasta hoy, los tres están construyendo su propio camino. A pesar del modus operandi que utilizó el gobierno para desaparecer a Epifanio Avilés y del hecho que su caso fue el primero en catalogarse como “desaparición forzada”, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) no lo reportó como tal en su Informe Especial sobre Desapariciones Forzadas en la década de los setenta y principios de los 80, publicado en 2001. Su familia sabe que Epifanio Avilés Rojas llegó con vida al Cuartel Militar Número Uno, pero este 2019 cumple 50 años esperando saber lo que pasó después, atrapada en el limbo de una impunidad absoluta.

*Fotografía de portada: Giulia Iacolutti, Vivos 2014 / Instagram

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El suyo fue el primer caso registrado como desaparición forzada en México.

“En la escuela nos decían ‘los huérfanos’, nuestra infancia se convirtió en un calvario”, explicó Nereida Avilés en entrevista para Gatopardo. Tenía ocho años cuando su padre, Epifanio Avilés Rojas, salió de casa y no volvió más. De ese entonces han pasado 50 años y la familia Avilés Jaimes sigue exigiendo información sobre su paradero. La charla sucedió en el marco del conversatorio Niñez y desaparición forzada. Historias de México y Argentina, que tuvo lugar en una de las salas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Era una mañana nublada que iba de la mano con las historias que escucharon ahí, entre familiares de desaparecidos y representantes de organizaciones civiles y medios de comunicación. Uno a uno, los ponentes dieron voz a su causa. El dolor y desconcierto en el rostro de los asistentes era evidente. Cuando llegó el turno de Nereida Avilés, el salón quedó en completo silencio y es que la historia de su padre es la prueba de que el Estado mexicano lleva al menos 50 años desapareciendo personas. Epifanio Avilés Rojas encabeza la lista de desaparecidos del Comité Eureka, pues su caso fue el primero en documentarse como una desaparición forzada a manos de agentes del Ejército. Durante décadas su esposa Braulia Jaimes ha pedido al Gobierno conocer el paradero de su esposo, sin embargo, como en el 99% de los casos ocurridos en México, la impunidad permanece. “El Estado mexicano nos destruyó la vida”, dijo Nereida sin titubeo alguno. Su voz capturó la atención de todos los presentes. Ella ya sabe cómo hacerlo, pues por años ha sido portavoz de las denuncias sobre el caso de su padre. En esta ocasión, la charla no se centraba solo en Epifanio Avilés Rojas sino en sus tres hijos y la forma en que su ausencia ha marcado sus vidas.

Nereida tenía ocho años cuando se llevaron a sus papá, sus hermanos tan solo seis y cuatro. Hasta el 19 de mayo de 1969, fecha en la que Epifanio Avilés fue detenido y trasladado al cuartel militar de Ciudad Altamirano, en Guerrero, vivían la vida de una familia normal, en una granja en Cuajimalpa. Con ellos vivía también Florentino, el hermano de su madre, y su primo de 12 años. Fue él quien tuvo que cuidar de ellos mientras su mamá salía a exigir respuestas.

Con ocho, seis y cuatro años de edad, los niños de la familia Avilés Jaimes se vieron forzados a crecer de inmediato. “Un grupo de hombres llegó a la casa, tocaron muy fuerte a la puerta, entraron y destruyeron todo. Buscaban a mi papá y a mi tío, pero hasta la comida se llevaron”, recordó Nereida. Eran muy pequeños para comprender lo que pasaba, pero ver a su mamá llorar no podía ser una buena señal. Los agentes acusaban a Epifanio y a Florentino de intentar robar una camioneta del Banco Comercial Mexicano, pero ahí no encontraron nada. Abandonaron la casa dejando una familia violentada y llena de preguntas. Nereida recuerda que por algún tiempo su mamá guardó el dolor para sí misma. Les decía que su papá se había ido a Guerrero y que pronto regresaría. “Eventualmente nos contó la verdad”, dijo. Florentino, hermano menor de Braulia, era miembro activo de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR) guerrilleras que surgieron en el país en aquellos años y cuyo líder fue el profesor Genaro Vázquez Rojas, originario de Guerrero. Epifanio se unió al grupo pocos días después de la matanza del 2 de octubre y su militancia fue breve pero intensa. No duró más de seis meses.

En aquel entonces, Florentino y Epifanio, junto con Juan Antúnez, planearon “una expropiación” en la que asaltarían una camioneta del Banco Comercial Mexicano. El plan estaba hecho, pero la ejecución no salió bien y fueron emboscados por la policía. Florentino fue detenido en el lugar y llevado a la cárcel de Lecumberri, pero Epifanio logró huir. La noticia, recordó Nereida, se esparció rápidamente por el vecindario. “La gente comenzó a alejarse de nosotros y nos pidieron la casa”, compartió. Aunque Braulia encontró la forma de sacar adelante a sus hijos y a su sobrino, el precio fue alto para los menores. Ella salía de la casa todos los días en busca de respuestas, pensando que si su esposo había logrado huir estaría oculto en la sierra de Guerrero. Al menos ese había sido el plan de acción en caso de que algo saliera mal. “Pero mi papá no pudo, quería vernos y decidió dejar su escondite. Consideró entregarse porque pensó que podría tener un juicio justo”, dice Nereida. La esperanza de Epifanio estaba muy alejada de la realidad y fue arrestado en Guerrero antes de que pudiera volver con su familia. Braulia se enteró de su aprehensión por medio un telegrama. A Epifanio Avilés lo detuvieron un grupo de soldados al mando del mayor de infantería Antonio López Rivera en el poblado de Las Cruces, Guerrero. Braulia le siguió la pista, pero lo último que supo de su esposo es que fue entregado al general Miguel Bracamontes y lo subieron a una avioneta. “Mi madre pensó que lo llevarían a Lecumberri como a mi tío, pero eso no sucedió. No supimos más de mi papá”. Ante el desprecio de la gente que los conocía, tuvieron que moverse de zona, entrar a una nueva escuela y comenzar una nueva vida. “Mi mamá vendió gelatinas para darnos de comer y sacarnos adelante”, compartió Nereida.

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles Braulia tenía mucho sobre sus hombros y aunque estaba presente para sus hijos, la búsqueda de su esposo y la exigencia de respuestas era prioridad. “En la escuela nos veían solos y nos molestaban”, recuerda su hija, quien hoy lo entiende todo.“Mi madre preguntaba por él en todos lados, en cuarteles militares, estaciones de policía y cárceles”. Braulia Jaimes denunció la desaparición de su esposo también en los periódicos y se unió a las manifestaciones de madres y esposas de otros detenidos y desaparecidos. Sin embargo, las noticias sobre Epifanio nunca llegaron y a la fecha, el Estado sigue sin tocar el caso. Nereida es doctora, Blanca estudió Turismo y Jaime, Relaciones Internacionales. A pesar del viacrucis que vivieron y que se extiende hasta hoy, los tres están construyendo su propio camino. A pesar del modus operandi que utilizó el gobierno para desaparecer a Epifanio Avilés y del hecho que su caso fue el primero en catalogarse como “desaparición forzada”, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) no lo reportó como tal en su Informe Especial sobre Desapariciones Forzadas en la década de los setenta y principios de los 80, publicado en 2001. Su familia sabe que Epifanio Avilés Rojas llegó con vida al Cuartel Militar Número Uno, pero este 2019 cumple 50 años esperando saber lo que pasó después, atrapada en el limbo de una impunidad absoluta.

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El suyo fue el primer caso registrado como desaparición forzada en México.

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“En la escuela nos decían ‘los huérfanos’, nuestra infancia se convirtió en un calvario”, explicó Nereida Avilés en entrevista para Gatopardo. Tenía ocho años cuando su padre, Epifanio Avilés Rojas, salió de casa y no volvió más. De ese entonces han pasado 50 años y la familia Avilés Jaimes sigue exigiendo información sobre su paradero. La charla sucedió en el marco del conversatorio Niñez y desaparición forzada. Historias de México y Argentina, que tuvo lugar en una de las salas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Era una mañana nublada que iba de la mano con las historias que escucharon ahí, entre familiares de desaparecidos y representantes de organizaciones civiles y medios de comunicación. Uno a uno, los ponentes dieron voz a su causa. El dolor y desconcierto en el rostro de los asistentes era evidente. Cuando llegó el turno de Nereida Avilés, el salón quedó en completo silencio y es que la historia de su padre es la prueba de que el Estado mexicano lleva al menos 50 años desapareciendo personas. Epifanio Avilés Rojas encabeza la lista de desaparecidos del Comité Eureka, pues su caso fue el primero en documentarse como una desaparición forzada a manos de agentes del Ejército. Durante décadas su esposa Braulia Jaimes ha pedido al Gobierno conocer el paradero de su esposo, sin embargo, como en el 99% de los casos ocurridos en México, la impunidad permanece. “El Estado mexicano nos destruyó la vida”, dijo Nereida sin titubeo alguno. Su voz capturó la atención de todos los presentes. Ella ya sabe cómo hacerlo, pues por años ha sido portavoz de las denuncias sobre el caso de su padre. En esta ocasión, la charla no se centraba solo en Epifanio Avilés Rojas sino en sus tres hijos y la forma en que su ausencia ha marcado sus vidas.

Nereida tenía ocho años cuando se llevaron a sus papá, sus hermanos tan solo seis y cuatro. Hasta el 19 de mayo de 1969, fecha en la que Epifanio Avilés fue detenido y trasladado al cuartel militar de Ciudad Altamirano, en Guerrero, vivían la vida de una familia normal, en una granja en Cuajimalpa. Con ellos vivía también Florentino, el hermano de su madre, y su primo de 12 años. Fue él quien tuvo que cuidar de ellos mientras su mamá salía a exigir respuestas.

Con ocho, seis y cuatro años de edad, los niños de la familia Avilés Jaimes se vieron forzados a crecer de inmediato. “Un grupo de hombres llegó a la casa, tocaron muy fuerte a la puerta, entraron y destruyeron todo. Buscaban a mi papá y a mi tío, pero hasta la comida se llevaron”, recordó Nereida. Eran muy pequeños para comprender lo que pasaba, pero ver a su mamá llorar no podía ser una buena señal. Los agentes acusaban a Epifanio y a Florentino de intentar robar una camioneta del Banco Comercial Mexicano, pero ahí no encontraron nada. Abandonaron la casa dejando una familia violentada y llena de preguntas. Nereida recuerda que por algún tiempo su mamá guardó el dolor para sí misma. Les decía que su papá se había ido a Guerrero y que pronto regresaría. “Eventualmente nos contó la verdad”, dijo. Florentino, hermano menor de Braulia, era miembro activo de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR) guerrilleras que surgieron en el país en aquellos años y cuyo líder fue el profesor Genaro Vázquez Rojas, originario de Guerrero. Epifanio se unió al grupo pocos días después de la matanza del 2 de octubre y su militancia fue breve pero intensa. No duró más de seis meses.

En aquel entonces, Florentino y Epifanio, junto con Juan Antúnez, planearon “una expropiación” en la que asaltarían una camioneta del Banco Comercial Mexicano. El plan estaba hecho, pero la ejecución no salió bien y fueron emboscados por la policía. Florentino fue detenido en el lugar y llevado a la cárcel de Lecumberri, pero Epifanio logró huir. La noticia, recordó Nereida, se esparció rápidamente por el vecindario. “La gente comenzó a alejarse de nosotros y nos pidieron la casa”, compartió. Aunque Braulia encontró la forma de sacar adelante a sus hijos y a su sobrino, el precio fue alto para los menores. Ella salía de la casa todos los días en busca de respuestas, pensando que si su esposo había logrado huir estaría oculto en la sierra de Guerrero. Al menos ese había sido el plan de acción en caso de que algo saliera mal. “Pero mi papá no pudo, quería vernos y decidió dejar su escondite. Consideró entregarse porque pensó que podría tener un juicio justo”, dice Nereida. La esperanza de Epifanio estaba muy alejada de la realidad y fue arrestado en Guerrero antes de que pudiera volver con su familia. Braulia se enteró de su aprehensión por medio un telegrama. A Epifanio Avilés lo detuvieron un grupo de soldados al mando del mayor de infantería Antonio López Rivera en el poblado de Las Cruces, Guerrero. Braulia le siguió la pista, pero lo último que supo de su esposo es que fue entregado al general Miguel Bracamontes y lo subieron a una avioneta. “Mi madre pensó que lo llevarían a Lecumberri como a mi tío, pero eso no sucedió. No supimos más de mi papá”. Ante el desprecio de la gente que los conocía, tuvieron que moverse de zona, entrar a una nueva escuela y comenzar una nueva vida. “Mi mamá vendió gelatinas para darnos de comer y sacarnos adelante”, compartió Nereida.

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles Braulia tenía mucho sobre sus hombros y aunque estaba presente para sus hijos, la búsqueda de su esposo y la exigencia de respuestas era prioridad. “En la escuela nos veían solos y nos molestaban”, recuerda su hija, quien hoy lo entiende todo.“Mi madre preguntaba por él en todos lados, en cuarteles militares, estaciones de policía y cárceles”. Braulia Jaimes denunció la desaparición de su esposo también en los periódicos y se unió a las manifestaciones de madres y esposas de otros detenidos y desaparecidos. Sin embargo, las noticias sobre Epifanio nunca llegaron y a la fecha, el Estado sigue sin tocar el caso. Nereida es doctora, Blanca estudió Turismo y Jaime, Relaciones Internacionales. A pesar del viacrucis que vivieron y que se extiende hasta hoy, los tres están construyendo su propio camino. A pesar del modus operandi que utilizó el gobierno para desaparecer a Epifanio Avilés y del hecho que su caso fue el primero en catalogarse como “desaparición forzada”, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) no lo reportó como tal en su Informe Especial sobre Desapariciones Forzadas en la década de los setenta y principios de los 80, publicado en 2001. Su familia sabe que Epifanio Avilés Rojas llegó con vida al Cuartel Militar Número Uno, pero este 2019 cumple 50 años esperando saber lo que pasó después, atrapada en el limbo de una impunidad absoluta.

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“En la escuela nos decían ‘los huérfanos’, nuestra infancia se convirtió en un calvario”, explicó Nereida Avilés en entrevista para Gatopardo. Tenía ocho años cuando su padre, Epifanio Avilés Rojas, salió de casa y no volvió más. De ese entonces han pasado 50 años y la familia Avilés Jaimes sigue exigiendo información sobre su paradero. La charla sucedió en el marco del conversatorio Niñez y desaparición forzada. Historias de México y Argentina, que tuvo lugar en una de las salas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Era una mañana nublada que iba de la mano con las historias que escucharon ahí, entre familiares de desaparecidos y representantes de organizaciones civiles y medios de comunicación. Uno a uno, los ponentes dieron voz a su causa. El dolor y desconcierto en el rostro de los asistentes era evidente. Cuando llegó el turno de Nereida Avilés, el salón quedó en completo silencio y es que la historia de su padre es la prueba de que el Estado mexicano lleva al menos 50 años desapareciendo personas. Epifanio Avilés Rojas encabeza la lista de desaparecidos del Comité Eureka, pues su caso fue el primero en documentarse como una desaparición forzada a manos de agentes del Ejército. Durante décadas su esposa Braulia Jaimes ha pedido al Gobierno conocer el paradero de su esposo, sin embargo, como en el 99% de los casos ocurridos en México, la impunidad permanece. “El Estado mexicano nos destruyó la vida”, dijo Nereida sin titubeo alguno. Su voz capturó la atención de todos los presentes. Ella ya sabe cómo hacerlo, pues por años ha sido portavoz de las denuncias sobre el caso de su padre. En esta ocasión, la charla no se centraba solo en Epifanio Avilés Rojas sino en sus tres hijos y la forma en que su ausencia ha marcado sus vidas.

Nereida tenía ocho años cuando se llevaron a sus papá, sus hermanos tan solo seis y cuatro. Hasta el 19 de mayo de 1969, fecha en la que Epifanio Avilés fue detenido y trasladado al cuartel militar de Ciudad Altamirano, en Guerrero, vivían la vida de una familia normal, en una granja en Cuajimalpa. Con ellos vivía también Florentino, el hermano de su madre, y su primo de 12 años. Fue él quien tuvo que cuidar de ellos mientras su mamá salía a exigir respuestas.

Con ocho, seis y cuatro años de edad, los niños de la familia Avilés Jaimes se vieron forzados a crecer de inmediato. “Un grupo de hombres llegó a la casa, tocaron muy fuerte a la puerta, entraron y destruyeron todo. Buscaban a mi papá y a mi tío, pero hasta la comida se llevaron”, recordó Nereida. Eran muy pequeños para comprender lo que pasaba, pero ver a su mamá llorar no podía ser una buena señal. Los agentes acusaban a Epifanio y a Florentino de intentar robar una camioneta del Banco Comercial Mexicano, pero ahí no encontraron nada. Abandonaron la casa dejando una familia violentada y llena de preguntas. Nereida recuerda que por algún tiempo su mamá guardó el dolor para sí misma. Les decía que su papá se había ido a Guerrero y que pronto regresaría. “Eventualmente nos contó la verdad”, dijo. Florentino, hermano menor de Braulia, era miembro activo de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR) guerrilleras que surgieron en el país en aquellos años y cuyo líder fue el profesor Genaro Vázquez Rojas, originario de Guerrero. Epifanio se unió al grupo pocos días después de la matanza del 2 de octubre y su militancia fue breve pero intensa. No duró más de seis meses.

En aquel entonces, Florentino y Epifanio, junto con Juan Antúnez, planearon “una expropiación” en la que asaltarían una camioneta del Banco Comercial Mexicano. El plan estaba hecho, pero la ejecución no salió bien y fueron emboscados por la policía. Florentino fue detenido en el lugar y llevado a la cárcel de Lecumberri, pero Epifanio logró huir. La noticia, recordó Nereida, se esparció rápidamente por el vecindario. “La gente comenzó a alejarse de nosotros y nos pidieron la casa”, compartió. Aunque Braulia encontró la forma de sacar adelante a sus hijos y a su sobrino, el precio fue alto para los menores. Ella salía de la casa todos los días en busca de respuestas, pensando que si su esposo había logrado huir estaría oculto en la sierra de Guerrero. Al menos ese había sido el plan de acción en caso de que algo saliera mal. “Pero mi papá no pudo, quería vernos y decidió dejar su escondite. Consideró entregarse porque pensó que podría tener un juicio justo”, dice Nereida. La esperanza de Epifanio estaba muy alejada de la realidad y fue arrestado en Guerrero antes de que pudiera volver con su familia. Braulia se enteró de su aprehensión por medio un telegrama. A Epifanio Avilés lo detuvieron un grupo de soldados al mando del mayor de infantería Antonio López Rivera en el poblado de Las Cruces, Guerrero. Braulia le siguió la pista, pero lo último que supo de su esposo es que fue entregado al general Miguel Bracamontes y lo subieron a una avioneta. “Mi madre pensó que lo llevarían a Lecumberri como a mi tío, pero eso no sucedió. No supimos más de mi papá”. Ante el desprecio de la gente que los conocía, tuvieron que moverse de zona, entrar a una nueva escuela y comenzar una nueva vida. “Mi mamá vendió gelatinas para darnos de comer y sacarnos adelante”, compartió Nereida.

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles Braulia tenía mucho sobre sus hombros y aunque estaba presente para sus hijos, la búsqueda de su esposo y la exigencia de respuestas era prioridad. “En la escuela nos veían solos y nos molestaban”, recuerda su hija, quien hoy lo entiende todo.“Mi madre preguntaba por él en todos lados, en cuarteles militares, estaciones de policía y cárceles”. Braulia Jaimes denunció la desaparición de su esposo también en los periódicos y se unió a las manifestaciones de madres y esposas de otros detenidos y desaparecidos. Sin embargo, las noticias sobre Epifanio nunca llegaron y a la fecha, el Estado sigue sin tocar el caso. Nereida es doctora, Blanca estudió Turismo y Jaime, Relaciones Internacionales. A pesar del viacrucis que vivieron y que se extiende hasta hoy, los tres están construyendo su propio camino. A pesar del modus operandi que utilizó el gobierno para desaparecer a Epifanio Avilés y del hecho que su caso fue el primero en catalogarse como “desaparición forzada”, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) no lo reportó como tal en su Informe Especial sobre Desapariciones Forzadas en la década de los setenta y principios de los 80, publicado en 2001. Su familia sabe que Epifanio Avilés Rojas llegó con vida al Cuartel Militar Número Uno, pero este 2019 cumple 50 años esperando saber lo que pasó después, atrapada en el limbo de una impunidad absoluta.

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A Epifanio Avilés lo han buscado por 50 años

A Epifanio Avilés lo han buscado por 50 años

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Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
02
.
07
.
19
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

El suyo fue el primer caso registrado como desaparición forzada en México.

“En la escuela nos decían ‘los huérfanos’, nuestra infancia se convirtió en un calvario”, explicó Nereida Avilés en entrevista para Gatopardo. Tenía ocho años cuando su padre, Epifanio Avilés Rojas, salió de casa y no volvió más. De ese entonces han pasado 50 años y la familia Avilés Jaimes sigue exigiendo información sobre su paradero. La charla sucedió en el marco del conversatorio Niñez y desaparición forzada. Historias de México y Argentina, que tuvo lugar en una de las salas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Era una mañana nublada que iba de la mano con las historias que escucharon ahí, entre familiares de desaparecidos y representantes de organizaciones civiles y medios de comunicación. Uno a uno, los ponentes dieron voz a su causa. El dolor y desconcierto en el rostro de los asistentes era evidente. Cuando llegó el turno de Nereida Avilés, el salón quedó en completo silencio y es que la historia de su padre es la prueba de que el Estado mexicano lleva al menos 50 años desapareciendo personas. Epifanio Avilés Rojas encabeza la lista de desaparecidos del Comité Eureka, pues su caso fue el primero en documentarse como una desaparición forzada a manos de agentes del Ejército. Durante décadas su esposa Braulia Jaimes ha pedido al Gobierno conocer el paradero de su esposo, sin embargo, como en el 99% de los casos ocurridos en México, la impunidad permanece. “El Estado mexicano nos destruyó la vida”, dijo Nereida sin titubeo alguno. Su voz capturó la atención de todos los presentes. Ella ya sabe cómo hacerlo, pues por años ha sido portavoz de las denuncias sobre el caso de su padre. En esta ocasión, la charla no se centraba solo en Epifanio Avilés Rojas sino en sus tres hijos y la forma en que su ausencia ha marcado sus vidas.

Nereida tenía ocho años cuando se llevaron a sus papá, sus hermanos tan solo seis y cuatro. Hasta el 19 de mayo de 1969, fecha en la que Epifanio Avilés fue detenido y trasladado al cuartel militar de Ciudad Altamirano, en Guerrero, vivían la vida de una familia normal, en una granja en Cuajimalpa. Con ellos vivía también Florentino, el hermano de su madre, y su primo de 12 años. Fue él quien tuvo que cuidar de ellos mientras su mamá salía a exigir respuestas.

Con ocho, seis y cuatro años de edad, los niños de la familia Avilés Jaimes se vieron forzados a crecer de inmediato. “Un grupo de hombres llegó a la casa, tocaron muy fuerte a la puerta, entraron y destruyeron todo. Buscaban a mi papá y a mi tío, pero hasta la comida se llevaron”, recordó Nereida. Eran muy pequeños para comprender lo que pasaba, pero ver a su mamá llorar no podía ser una buena señal. Los agentes acusaban a Epifanio y a Florentino de intentar robar una camioneta del Banco Comercial Mexicano, pero ahí no encontraron nada. Abandonaron la casa dejando una familia violentada y llena de preguntas. Nereida recuerda que por algún tiempo su mamá guardó el dolor para sí misma. Les decía que su papá se había ido a Guerrero y que pronto regresaría. “Eventualmente nos contó la verdad”, dijo. Florentino, hermano menor de Braulia, era miembro activo de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR) guerrilleras que surgieron en el país en aquellos años y cuyo líder fue el profesor Genaro Vázquez Rojas, originario de Guerrero. Epifanio se unió al grupo pocos días después de la matanza del 2 de octubre y su militancia fue breve pero intensa. No duró más de seis meses.

En aquel entonces, Florentino y Epifanio, junto con Juan Antúnez, planearon “una expropiación” en la que asaltarían una camioneta del Banco Comercial Mexicano. El plan estaba hecho, pero la ejecución no salió bien y fueron emboscados por la policía. Florentino fue detenido en el lugar y llevado a la cárcel de Lecumberri, pero Epifanio logró huir. La noticia, recordó Nereida, se esparció rápidamente por el vecindario. “La gente comenzó a alejarse de nosotros y nos pidieron la casa”, compartió. Aunque Braulia encontró la forma de sacar adelante a sus hijos y a su sobrino, el precio fue alto para los menores. Ella salía de la casa todos los días en busca de respuestas, pensando que si su esposo había logrado huir estaría oculto en la sierra de Guerrero. Al menos ese había sido el plan de acción en caso de que algo saliera mal. “Pero mi papá no pudo, quería vernos y decidió dejar su escondite. Consideró entregarse porque pensó que podría tener un juicio justo”, dice Nereida. La esperanza de Epifanio estaba muy alejada de la realidad y fue arrestado en Guerrero antes de que pudiera volver con su familia. Braulia se enteró de su aprehensión por medio un telegrama. A Epifanio Avilés lo detuvieron un grupo de soldados al mando del mayor de infantería Antonio López Rivera en el poblado de Las Cruces, Guerrero. Braulia le siguió la pista, pero lo último que supo de su esposo es que fue entregado al general Miguel Bracamontes y lo subieron a una avioneta. “Mi madre pensó que lo llevarían a Lecumberri como a mi tío, pero eso no sucedió. No supimos más de mi papá”. Ante el desprecio de la gente que los conocía, tuvieron que moverse de zona, entrar a una nueva escuela y comenzar una nueva vida. “Mi mamá vendió gelatinas para darnos de comer y sacarnos adelante”, compartió Nereida.

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles Braulia tenía mucho sobre sus hombros y aunque estaba presente para sus hijos, la búsqueda de su esposo y la exigencia de respuestas era prioridad. “En la escuela nos veían solos y nos molestaban”, recuerda su hija, quien hoy lo entiende todo.“Mi madre preguntaba por él en todos lados, en cuarteles militares, estaciones de policía y cárceles”. Braulia Jaimes denunció la desaparición de su esposo también en los periódicos y se unió a las manifestaciones de madres y esposas de otros detenidos y desaparecidos. Sin embargo, las noticias sobre Epifanio nunca llegaron y a la fecha, el Estado sigue sin tocar el caso. Nereida es doctora, Blanca estudió Turismo y Jaime, Relaciones Internacionales. A pesar del viacrucis que vivieron y que se extiende hasta hoy, los tres están construyendo su propio camino. A pesar del modus operandi que utilizó el gobierno para desaparecer a Epifanio Avilés y del hecho que su caso fue el primero en catalogarse como “desaparición forzada”, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) no lo reportó como tal en su Informe Especial sobre Desapariciones Forzadas en la década de los setenta y principios de los 80, publicado en 2001. Su familia sabe que Epifanio Avilés Rojas llegó con vida al Cuartel Militar Número Uno, pero este 2019 cumple 50 años esperando saber lo que pasó después, atrapada en el limbo de una impunidad absoluta.

*Fotografía de portada: Giulia Iacolutti, Vivos 2014 / Instagram

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El suyo fue el primer caso registrado como desaparición forzada en México.

“En la escuela nos decían ‘los huérfanos’, nuestra infancia se convirtió en un calvario”, explicó Nereida Avilés en entrevista para Gatopardo. Tenía ocho años cuando su padre, Epifanio Avilés Rojas, salió de casa y no volvió más. De ese entonces han pasado 50 años y la familia Avilés Jaimes sigue exigiendo información sobre su paradero. La charla sucedió en el marco del conversatorio Niñez y desaparición forzada. Historias de México y Argentina, que tuvo lugar en una de las salas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Era una mañana nublada que iba de la mano con las historias que escucharon ahí, entre familiares de desaparecidos y representantes de organizaciones civiles y medios de comunicación. Uno a uno, los ponentes dieron voz a su causa. El dolor y desconcierto en el rostro de los asistentes era evidente. Cuando llegó el turno de Nereida Avilés, el salón quedó en completo silencio y es que la historia de su padre es la prueba de que el Estado mexicano lleva al menos 50 años desapareciendo personas. Epifanio Avilés Rojas encabeza la lista de desaparecidos del Comité Eureka, pues su caso fue el primero en documentarse como una desaparición forzada a manos de agentes del Ejército. Durante décadas su esposa Braulia Jaimes ha pedido al Gobierno conocer el paradero de su esposo, sin embargo, como en el 99% de los casos ocurridos en México, la impunidad permanece. “El Estado mexicano nos destruyó la vida”, dijo Nereida sin titubeo alguno. Su voz capturó la atención de todos los presentes. Ella ya sabe cómo hacerlo, pues por años ha sido portavoz de las denuncias sobre el caso de su padre. En esta ocasión, la charla no se centraba solo en Epifanio Avilés Rojas sino en sus tres hijos y la forma en que su ausencia ha marcado sus vidas.

Nereida tenía ocho años cuando se llevaron a sus papá, sus hermanos tan solo seis y cuatro. Hasta el 19 de mayo de 1969, fecha en la que Epifanio Avilés fue detenido y trasladado al cuartel militar de Ciudad Altamirano, en Guerrero, vivían la vida de una familia normal, en una granja en Cuajimalpa. Con ellos vivía también Florentino, el hermano de su madre, y su primo de 12 años. Fue él quien tuvo que cuidar de ellos mientras su mamá salía a exigir respuestas.

Con ocho, seis y cuatro años de edad, los niños de la familia Avilés Jaimes se vieron forzados a crecer de inmediato. “Un grupo de hombres llegó a la casa, tocaron muy fuerte a la puerta, entraron y destruyeron todo. Buscaban a mi papá y a mi tío, pero hasta la comida se llevaron”, recordó Nereida. Eran muy pequeños para comprender lo que pasaba, pero ver a su mamá llorar no podía ser una buena señal. Los agentes acusaban a Epifanio y a Florentino de intentar robar una camioneta del Banco Comercial Mexicano, pero ahí no encontraron nada. Abandonaron la casa dejando una familia violentada y llena de preguntas. Nereida recuerda que por algún tiempo su mamá guardó el dolor para sí misma. Les decía que su papá se había ido a Guerrero y que pronto regresaría. “Eventualmente nos contó la verdad”, dijo. Florentino, hermano menor de Braulia, era miembro activo de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR) guerrilleras que surgieron en el país en aquellos años y cuyo líder fue el profesor Genaro Vázquez Rojas, originario de Guerrero. Epifanio se unió al grupo pocos días después de la matanza del 2 de octubre y su militancia fue breve pero intensa. No duró más de seis meses.

En aquel entonces, Florentino y Epifanio, junto con Juan Antúnez, planearon “una expropiación” en la que asaltarían una camioneta del Banco Comercial Mexicano. El plan estaba hecho, pero la ejecución no salió bien y fueron emboscados por la policía. Florentino fue detenido en el lugar y llevado a la cárcel de Lecumberri, pero Epifanio logró huir. La noticia, recordó Nereida, se esparció rápidamente por el vecindario. “La gente comenzó a alejarse de nosotros y nos pidieron la casa”, compartió. Aunque Braulia encontró la forma de sacar adelante a sus hijos y a su sobrino, el precio fue alto para los menores. Ella salía de la casa todos los días en busca de respuestas, pensando que si su esposo había logrado huir estaría oculto en la sierra de Guerrero. Al menos ese había sido el plan de acción en caso de que algo saliera mal. “Pero mi papá no pudo, quería vernos y decidió dejar su escondite. Consideró entregarse porque pensó que podría tener un juicio justo”, dice Nereida. La esperanza de Epifanio estaba muy alejada de la realidad y fue arrestado en Guerrero antes de que pudiera volver con su familia. Braulia se enteró de su aprehensión por medio un telegrama. A Epifanio Avilés lo detuvieron un grupo de soldados al mando del mayor de infantería Antonio López Rivera en el poblado de Las Cruces, Guerrero. Braulia le siguió la pista, pero lo último que supo de su esposo es que fue entregado al general Miguel Bracamontes y lo subieron a una avioneta. “Mi madre pensó que lo llevarían a Lecumberri como a mi tío, pero eso no sucedió. No supimos más de mi papá”. Ante el desprecio de la gente que los conocía, tuvieron que moverse de zona, entrar a una nueva escuela y comenzar una nueva vida. “Mi mamá vendió gelatinas para darnos de comer y sacarnos adelante”, compartió Nereida.

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles Braulia tenía mucho sobre sus hombros y aunque estaba presente para sus hijos, la búsqueda de su esposo y la exigencia de respuestas era prioridad. “En la escuela nos veían solos y nos molestaban”, recuerda su hija, quien hoy lo entiende todo.“Mi madre preguntaba por él en todos lados, en cuarteles militares, estaciones de policía y cárceles”. Braulia Jaimes denunció la desaparición de su esposo también en los periódicos y se unió a las manifestaciones de madres y esposas de otros detenidos y desaparecidos. Sin embargo, las noticias sobre Epifanio nunca llegaron y a la fecha, el Estado sigue sin tocar el caso. Nereida es doctora, Blanca estudió Turismo y Jaime, Relaciones Internacionales. A pesar del viacrucis que vivieron y que se extiende hasta hoy, los tres están construyendo su propio camino. A pesar del modus operandi que utilizó el gobierno para desaparecer a Epifanio Avilés y del hecho que su caso fue el primero en catalogarse como “desaparición forzada”, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) no lo reportó como tal en su Informe Especial sobre Desapariciones Forzadas en la década de los setenta y principios de los 80, publicado en 2001. Su familia sabe que Epifanio Avilés Rojas llegó con vida al Cuartel Militar Número Uno, pero este 2019 cumple 50 años esperando saber lo que pasó después, atrapada en el limbo de una impunidad absoluta.

*Fotografía de portada: Giulia Iacolutti, Vivos 2014 / Instagram

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“En la escuela nos decían ‘los huérfanos’, nuestra infancia se convirtió en un calvario”, explicó Nereida Avilés en entrevista para Gatopardo. Tenía ocho años cuando su padre, Epifanio Avilés Rojas, salió de casa y no volvió más. De ese entonces han pasado 50 años y la familia Avilés Jaimes sigue exigiendo información sobre su paradero. La charla sucedió en el marco del conversatorio Niñez y desaparición forzada. Historias de México y Argentina, que tuvo lugar en una de las salas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Era una mañana nublada que iba de la mano con las historias que escucharon ahí, entre familiares de desaparecidos y representantes de organizaciones civiles y medios de comunicación. Uno a uno, los ponentes dieron voz a su causa. El dolor y desconcierto en el rostro de los asistentes era evidente. Cuando llegó el turno de Nereida Avilés, el salón quedó en completo silencio y es que la historia de su padre es la prueba de que el Estado mexicano lleva al menos 50 años desapareciendo personas. Epifanio Avilés Rojas encabeza la lista de desaparecidos del Comité Eureka, pues su caso fue el primero en documentarse como una desaparición forzada a manos de agentes del Ejército. Durante décadas su esposa Braulia Jaimes ha pedido al Gobierno conocer el paradero de su esposo, sin embargo, como en el 99% de los casos ocurridos en México, la impunidad permanece. “El Estado mexicano nos destruyó la vida”, dijo Nereida sin titubeo alguno. Su voz capturó la atención de todos los presentes. Ella ya sabe cómo hacerlo, pues por años ha sido portavoz de las denuncias sobre el caso de su padre. En esta ocasión, la charla no se centraba solo en Epifanio Avilés Rojas sino en sus tres hijos y la forma en que su ausencia ha marcado sus vidas.

Nereida tenía ocho años cuando se llevaron a sus papá, sus hermanos tan solo seis y cuatro. Hasta el 19 de mayo de 1969, fecha en la que Epifanio Avilés fue detenido y trasladado al cuartel militar de Ciudad Altamirano, en Guerrero, vivían la vida de una familia normal, en una granja en Cuajimalpa. Con ellos vivía también Florentino, el hermano de su madre, y su primo de 12 años. Fue él quien tuvo que cuidar de ellos mientras su mamá salía a exigir respuestas.

Con ocho, seis y cuatro años de edad, los niños de la familia Avilés Jaimes se vieron forzados a crecer de inmediato. “Un grupo de hombres llegó a la casa, tocaron muy fuerte a la puerta, entraron y destruyeron todo. Buscaban a mi papá y a mi tío, pero hasta la comida se llevaron”, recordó Nereida. Eran muy pequeños para comprender lo que pasaba, pero ver a su mamá llorar no podía ser una buena señal. Los agentes acusaban a Epifanio y a Florentino de intentar robar una camioneta del Banco Comercial Mexicano, pero ahí no encontraron nada. Abandonaron la casa dejando una familia violentada y llena de preguntas. Nereida recuerda que por algún tiempo su mamá guardó el dolor para sí misma. Les decía que su papá se había ido a Guerrero y que pronto regresaría. “Eventualmente nos contó la verdad”, dijo. Florentino, hermano menor de Braulia, era miembro activo de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR) guerrilleras que surgieron en el país en aquellos años y cuyo líder fue el profesor Genaro Vázquez Rojas, originario de Guerrero. Epifanio se unió al grupo pocos días después de la matanza del 2 de octubre y su militancia fue breve pero intensa. No duró más de seis meses.

En aquel entonces, Florentino y Epifanio, junto con Juan Antúnez, planearon “una expropiación” en la que asaltarían una camioneta del Banco Comercial Mexicano. El plan estaba hecho, pero la ejecución no salió bien y fueron emboscados por la policía. Florentino fue detenido en el lugar y llevado a la cárcel de Lecumberri, pero Epifanio logró huir. La noticia, recordó Nereida, se esparció rápidamente por el vecindario. “La gente comenzó a alejarse de nosotros y nos pidieron la casa”, compartió. Aunque Braulia encontró la forma de sacar adelante a sus hijos y a su sobrino, el precio fue alto para los menores. Ella salía de la casa todos los días en busca de respuestas, pensando que si su esposo había logrado huir estaría oculto en la sierra de Guerrero. Al menos ese había sido el plan de acción en caso de que algo saliera mal. “Pero mi papá no pudo, quería vernos y decidió dejar su escondite. Consideró entregarse porque pensó que podría tener un juicio justo”, dice Nereida. La esperanza de Epifanio estaba muy alejada de la realidad y fue arrestado en Guerrero antes de que pudiera volver con su familia. Braulia se enteró de su aprehensión por medio un telegrama. A Epifanio Avilés lo detuvieron un grupo de soldados al mando del mayor de infantería Antonio López Rivera en el poblado de Las Cruces, Guerrero. Braulia le siguió la pista, pero lo último que supo de su esposo es que fue entregado al general Miguel Bracamontes y lo subieron a una avioneta. “Mi madre pensó que lo llevarían a Lecumberri como a mi tío, pero eso no sucedió. No supimos más de mi papá”. Ante el desprecio de la gente que los conocía, tuvieron que moverse de zona, entrar a una nueva escuela y comenzar una nueva vida. “Mi mamá vendió gelatinas para darnos de comer y sacarnos adelante”, compartió Nereida.

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles Braulia tenía mucho sobre sus hombros y aunque estaba presente para sus hijos, la búsqueda de su esposo y la exigencia de respuestas era prioridad. “En la escuela nos veían solos y nos molestaban”, recuerda su hija, quien hoy lo entiende todo.“Mi madre preguntaba por él en todos lados, en cuarteles militares, estaciones de policía y cárceles”. Braulia Jaimes denunció la desaparición de su esposo también en los periódicos y se unió a las manifestaciones de madres y esposas de otros detenidos y desaparecidos. Sin embargo, las noticias sobre Epifanio nunca llegaron y a la fecha, el Estado sigue sin tocar el caso. Nereida es doctora, Blanca estudió Turismo y Jaime, Relaciones Internacionales. A pesar del viacrucis que vivieron y que se extiende hasta hoy, los tres están construyendo su propio camino. A pesar del modus operandi que utilizó el gobierno para desaparecer a Epifanio Avilés y del hecho que su caso fue el primero en catalogarse como “desaparición forzada”, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) no lo reportó como tal en su Informe Especial sobre Desapariciones Forzadas en la década de los setenta y principios de los 80, publicado en 2001. Su familia sabe que Epifanio Avilés Rojas llegó con vida al Cuartel Militar Número Uno, pero este 2019 cumple 50 años esperando saber lo que pasó después, atrapada en el limbo de una impunidad absoluta.

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“En la escuela nos decían ‘los huérfanos’, nuestra infancia se convirtió en un calvario”, explicó Nereida Avilés en entrevista para Gatopardo. Tenía ocho años cuando su padre, Epifanio Avilés Rojas, salió de casa y no volvió más. De ese entonces han pasado 50 años y la familia Avilés Jaimes sigue exigiendo información sobre su paradero. La charla sucedió en el marco del conversatorio Niñez y desaparición forzada. Historias de México y Argentina, que tuvo lugar en una de las salas de la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Era una mañana nublada que iba de la mano con las historias que escucharon ahí, entre familiares de desaparecidos y representantes de organizaciones civiles y medios de comunicación. Uno a uno, los ponentes dieron voz a su causa. El dolor y desconcierto en el rostro de los asistentes era evidente. Cuando llegó el turno de Nereida Avilés, el salón quedó en completo silencio y es que la historia de su padre es la prueba de que el Estado mexicano lleva al menos 50 años desapareciendo personas. Epifanio Avilés Rojas encabeza la lista de desaparecidos del Comité Eureka, pues su caso fue el primero en documentarse como una desaparición forzada a manos de agentes del Ejército. Durante décadas su esposa Braulia Jaimes ha pedido al Gobierno conocer el paradero de su esposo, sin embargo, como en el 99% de los casos ocurridos en México, la impunidad permanece. “El Estado mexicano nos destruyó la vida”, dijo Nereida sin titubeo alguno. Su voz capturó la atención de todos los presentes. Ella ya sabe cómo hacerlo, pues por años ha sido portavoz de las denuncias sobre el caso de su padre. En esta ocasión, la charla no se centraba solo en Epifanio Avilés Rojas sino en sus tres hijos y la forma en que su ausencia ha marcado sus vidas.

Nereida tenía ocho años cuando se llevaron a sus papá, sus hermanos tan solo seis y cuatro. Hasta el 19 de mayo de 1969, fecha en la que Epifanio Avilés fue detenido y trasladado al cuartel militar de Ciudad Altamirano, en Guerrero, vivían la vida de una familia normal, en una granja en Cuajimalpa. Con ellos vivía también Florentino, el hermano de su madre, y su primo de 12 años. Fue él quien tuvo que cuidar de ellos mientras su mamá salía a exigir respuestas.

Con ocho, seis y cuatro años de edad, los niños de la familia Avilés Jaimes se vieron forzados a crecer de inmediato. “Un grupo de hombres llegó a la casa, tocaron muy fuerte a la puerta, entraron y destruyeron todo. Buscaban a mi papá y a mi tío, pero hasta la comida se llevaron”, recordó Nereida. Eran muy pequeños para comprender lo que pasaba, pero ver a su mamá llorar no podía ser una buena señal. Los agentes acusaban a Epifanio y a Florentino de intentar robar una camioneta del Banco Comercial Mexicano, pero ahí no encontraron nada. Abandonaron la casa dejando una familia violentada y llena de preguntas. Nereida recuerda que por algún tiempo su mamá guardó el dolor para sí misma. Les decía que su papá se había ido a Guerrero y que pronto regresaría. “Eventualmente nos contó la verdad”, dijo. Florentino, hermano menor de Braulia, era miembro activo de la Asociación Cívica Nacional Revolucionaria (ACNR) guerrilleras que surgieron en el país en aquellos años y cuyo líder fue el profesor Genaro Vázquez Rojas, originario de Guerrero. Epifanio se unió al grupo pocos días después de la matanza del 2 de octubre y su militancia fue breve pero intensa. No duró más de seis meses.

En aquel entonces, Florentino y Epifanio, junto con Juan Antúnez, planearon “una expropiación” en la que asaltarían una camioneta del Banco Comercial Mexicano. El plan estaba hecho, pero la ejecución no salió bien y fueron emboscados por la policía. Florentino fue detenido en el lugar y llevado a la cárcel de Lecumberri, pero Epifanio logró huir. La noticia, recordó Nereida, se esparció rápidamente por el vecindario. “La gente comenzó a alejarse de nosotros y nos pidieron la casa”, compartió. Aunque Braulia encontró la forma de sacar adelante a sus hijos y a su sobrino, el precio fue alto para los menores. Ella salía de la casa todos los días en busca de respuestas, pensando que si su esposo había logrado huir estaría oculto en la sierra de Guerrero. Al menos ese había sido el plan de acción en caso de que algo saliera mal. “Pero mi papá no pudo, quería vernos y decidió dejar su escondite. Consideró entregarse porque pensó que podría tener un juicio justo”, dice Nereida. La esperanza de Epifanio estaba muy alejada de la realidad y fue arrestado en Guerrero antes de que pudiera volver con su familia. Braulia se enteró de su aprehensión por medio un telegrama. A Epifanio Avilés lo detuvieron un grupo de soldados al mando del mayor de infantería Antonio López Rivera en el poblado de Las Cruces, Guerrero. Braulia le siguió la pista, pero lo último que supo de su esposo es que fue entregado al general Miguel Bracamontes y lo subieron a una avioneta. “Mi madre pensó que lo llevarían a Lecumberri como a mi tío, pero eso no sucedió. No supimos más de mi papá”. Ante el desprecio de la gente que los conocía, tuvieron que moverse de zona, entrar a una nueva escuela y comenzar una nueva vida. “Mi mamá vendió gelatinas para darnos de comer y sacarnos adelante”, compartió Nereida.

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles

Braulia Jaimes, esposa de Epifanio Áviles Braulia tenía mucho sobre sus hombros y aunque estaba presente para sus hijos, la búsqueda de su esposo y la exigencia de respuestas era prioridad. “En la escuela nos veían solos y nos molestaban”, recuerda su hija, quien hoy lo entiende todo.“Mi madre preguntaba por él en todos lados, en cuarteles militares, estaciones de policía y cárceles”. Braulia Jaimes denunció la desaparición de su esposo también en los periódicos y se unió a las manifestaciones de madres y esposas de otros detenidos y desaparecidos. Sin embargo, las noticias sobre Epifanio nunca llegaron y a la fecha, el Estado sigue sin tocar el caso. Nereida es doctora, Blanca estudió Turismo y Jaime, Relaciones Internacionales. A pesar del viacrucis que vivieron y que se extiende hasta hoy, los tres están construyendo su propio camino. A pesar del modus operandi que utilizó el gobierno para desaparecer a Epifanio Avilés y del hecho que su caso fue el primero en catalogarse como “desaparición forzada”, la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH) no lo reportó como tal en su Informe Especial sobre Desapariciones Forzadas en la década de los setenta y principios de los 80, publicado en 2001. Su familia sabe que Epifanio Avilés Rojas llegó con vida al Cuartel Militar Número Uno, pero este 2019 cumple 50 años esperando saber lo que pasó después, atrapada en el limbo de una impunidad absoluta.

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