Abdulrazak Gurnah: la resistencia migrante

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Abdulrazak Gurnah es el Premio Nobel de Literatura 2021. Originario de Zanzíbar, archipiélago en África del Este, migró al Reino Unido, huyendo de la violencia que ponía fin al protectorado británico. Su obra literaria ha seguido la migración africana y ha llevado al idioma inglés paisajes imaginativos de otras culturas, así como elementos del swahili, el árabe, el hindi, en la búsqueda por desmantelar la hegemonía cultural anglófona.

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Fotografía de
Realización de
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Traducción de

Ahora que se ha asentado un poco la euforia sorpresiva por la designación del Premio Nobel de Literatura a un escritor aparentemente desconocido, Abdulrazak Gurnah, podemos reflexionar sobre la trascendencia de su obra y del lugar que ocupa en el contexto de la literatura africana de hoy. Gurnah tiene una trayectoria consolidada dentro de la llamada tradición anglófona poscolonial, la tradición literaria de las regiones que una vez formaron parte del Imperio Británico, sobre la que el mismo Gurnah es especialista, ya que fue, hasta su retiro, académico renombrado de la Universidad de Kent, en Canterbury, una de las primeras instituciones en reconocer y ocuparse de forma sistemática de las literaturas “poscoloniales”.

El dictamen del jurado apunta, por supuesto, a la temática principal de su novelística. En efecto, su obra literaria aborda “los efectos del colonialismo y el destino de los refugiados en el abismo entre culturas y continentes con una penetración intransigente y compasiva”, pero su narrativa constituye mucho más que eso. Ahí radica su interés y trascendencia: pensar la problemática de los refugiados durante estas últimas décadas significa pensar, ineludiblemente, en la larga historia de devastación y despojo ocasionada por más de cinco siglos de expansión colonial europea. Aunque esto puede parecer algo obvio, las noticias cotidianas sobre este fenómeno suelen perder de vista la dimensión histórica que subyace las tragedias personales y colectivas que obliga a millones de personas a vivir estas ordalías, al centrarse en las dificultades experimentadas en el tiempo presente, es decir, en los problemas que enfrentan los países “receptores” de las masas provenientes de las “periferias” del planeta.

La narrativa de Gurnah llena precisamente ese vacío y construye un contexto de especificidad histórica que nos permite entender las causas de estas tragedias colectivas. Proveniente de Zanzíbar, Gurnah se ocupa de ilustrar el complejo contexto histórico de la región de África del Este, una zona que tenía fuertes vínculos comerciales con los sultanatos árabes y territorios como la India, las islas del sureste asiático y China incluso antes del fenómeno expansionista europeo. Gurnah todavía pertenece a una generación de escritores que experimentaron en carne propia los procesos independentistas en África y han vivido para atestiguar la lucha complicada y contradictoria por establecer el concepto de Estado-nación en territorios configurados por una diversidad cultural, política y religiosa tan compleja que a veces parece ser irreconciliable.

Tal es la situación de Zanzíbar que, en 1948, cuando nació Gurnah, era un sultanato bajo el protectorado británico, el cual fue derrumbado por una revolución violenta en 1964, que llevó a la persecución de la población musulmana e incorporó la isla a la recién creada República Popular de Tanganica, hoy Tanzania. Uno de los aspectos que marcó indeleblemente a Gurnah fue el frenesí de violencia que caracterizó este periodo, uno inesperado que, según él, parecía no tener justificación y que constituyó la razón definitiva para salir ilegalmente de la isla, a la que no pudo regresar por cerca de veinte años. Al igual que la familia parsi de Freddy Mercury, Gurnah logró establecerse en Inglaterra a fines de la década de 1960, cuando las leyes aún permitían la migración proveniente de las colonias, aunque la atmósfera de discriminación y exclusión afloraba en expresiones públicas como el discurso conocido como “Los ríos de sangre” del político conservador Enoch Powell.

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Abdulrazak Gurnah es el Premio Nobel de Literatura 2021. Originario de Zanzíbar, archipiélago en África del Este, migró al Reino Unido, huyendo de la violencia que ponía fin al protectorado británico. Su obra literaria ha seguido la migración africana y ha llevado al idioma inglés paisajes imaginativos de otras culturas, así como elementos del swahili, el árabe, el hindi, en la búsqueda por desmantelar la hegemonía cultural anglófona.

Ahora que se ha asentado un poco la euforia sorpresiva por la designación del Premio Nobel de Literatura a un escritor aparentemente desconocido, Abdulrazak Gurnah, podemos reflexionar sobre la trascendencia de su obra y del lugar que ocupa en el contexto de la literatura africana de hoy. Gurnah tiene una trayectoria consolidada dentro de la llamada tradición anglófona poscolonial, la tradición literaria de las regiones que una vez formaron parte del Imperio Británico, sobre la que el mismo Gurnah es especialista, ya que fue, hasta su retiro, académico renombrado de la Universidad de Kent, en Canterbury, una de las primeras instituciones en reconocer y ocuparse de forma sistemática de las literaturas “poscoloniales”.

El dictamen del jurado apunta, por supuesto, a la temática principal de su novelística. En efecto, su obra literaria aborda “los efectos del colonialismo y el destino de los refugiados en el abismo entre culturas y continentes con una penetración intransigente y compasiva”, pero su narrativa constituye mucho más que eso. Ahí radica su interés y trascendencia: pensar la problemática de los refugiados durante estas últimas décadas significa pensar, ineludiblemente, en la larga historia de devastación y despojo ocasionada por más de cinco siglos de expansión colonial europea. Aunque esto puede parecer algo obvio, las noticias cotidianas sobre este fenómeno suelen perder de vista la dimensión histórica que subyace las tragedias personales y colectivas que obliga a millones de personas a vivir estas ordalías, al centrarse en las dificultades experimentadas en el tiempo presente, es decir, en los problemas que enfrentan los países “receptores” de las masas provenientes de las “periferias” del planeta.

La narrativa de Gurnah llena precisamente ese vacío y construye un contexto de especificidad histórica que nos permite entender las causas de estas tragedias colectivas. Proveniente de Zanzíbar, Gurnah se ocupa de ilustrar el complejo contexto histórico de la región de África del Este, una zona que tenía fuertes vínculos comerciales con los sultanatos árabes y territorios como la India, las islas del sureste asiático y China incluso antes del fenómeno expansionista europeo. Gurnah todavía pertenece a una generación de escritores que experimentaron en carne propia los procesos independentistas en África y han vivido para atestiguar la lucha complicada y contradictoria por establecer el concepto de Estado-nación en territorios configurados por una diversidad cultural, política y religiosa tan compleja que a veces parece ser irreconciliable.

Tal es la situación de Zanzíbar que, en 1948, cuando nació Gurnah, era un sultanato bajo el protectorado británico, el cual fue derrumbado por una revolución violenta en 1964, que llevó a la persecución de la población musulmana e incorporó la isla a la recién creada República Popular de Tanganica, hoy Tanzania. Uno de los aspectos que marcó indeleblemente a Gurnah fue el frenesí de violencia que caracterizó este periodo, uno inesperado que, según él, parecía no tener justificación y que constituyó la razón definitiva para salir ilegalmente de la isla, a la que no pudo regresar por cerca de veinte años. Al igual que la familia parsi de Freddy Mercury, Gurnah logró establecerse en Inglaterra a fines de la década de 1960, cuando las leyes aún permitían la migración proveniente de las colonias, aunque la atmósfera de discriminación y exclusión afloraba en expresiones públicas como el discurso conocido como “Los ríos de sangre” del político conservador Enoch Powell.

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Ahora que se ha asentado un poco la euforia sorpresiva por la designación del Premio Nobel de Literatura a un escritor aparentemente desconocido, Abdulrazak Gurnah, podemos reflexionar sobre la trascendencia de su obra y del lugar que ocupa en el contexto de la literatura africana de hoy. Gurnah tiene una trayectoria consolidada dentro de la llamada tradición anglófona poscolonial, la tradición literaria de las regiones que una vez formaron parte del Imperio Británico, sobre la que el mismo Gurnah es especialista, ya que fue, hasta su retiro, académico renombrado de la Universidad de Kent, en Canterbury, una de las primeras instituciones en reconocer y ocuparse de forma sistemática de las literaturas “poscoloniales”.

El dictamen del jurado apunta, por supuesto, a la temática principal de su novelística. En efecto, su obra literaria aborda “los efectos del colonialismo y el destino de los refugiados en el abismo entre culturas y continentes con una penetración intransigente y compasiva”, pero su narrativa constituye mucho más que eso. Ahí radica su interés y trascendencia: pensar la problemática de los refugiados durante estas últimas décadas significa pensar, ineludiblemente, en la larga historia de devastación y despojo ocasionada por más de cinco siglos de expansión colonial europea. Aunque esto puede parecer algo obvio, las noticias cotidianas sobre este fenómeno suelen perder de vista la dimensión histórica que subyace las tragedias personales y colectivas que obliga a millones de personas a vivir estas ordalías, al centrarse en las dificultades experimentadas en el tiempo presente, es decir, en los problemas que enfrentan los países “receptores” de las masas provenientes de las “periferias” del planeta.

La narrativa de Gurnah llena precisamente ese vacío y construye un contexto de especificidad histórica que nos permite entender las causas de estas tragedias colectivas. Proveniente de Zanzíbar, Gurnah se ocupa de ilustrar el complejo contexto histórico de la región de África del Este, una zona que tenía fuertes vínculos comerciales con los sultanatos árabes y territorios como la India, las islas del sureste asiático y China incluso antes del fenómeno expansionista europeo. Gurnah todavía pertenece a una generación de escritores que experimentaron en carne propia los procesos independentistas en África y han vivido para atestiguar la lucha complicada y contradictoria por establecer el concepto de Estado-nación en territorios configurados por una diversidad cultural, política y religiosa tan compleja que a veces parece ser irreconciliable.

Tal es la situación de Zanzíbar que, en 1948, cuando nació Gurnah, era un sultanato bajo el protectorado británico, el cual fue derrumbado por una revolución violenta en 1964, que llevó a la persecución de la población musulmana e incorporó la isla a la recién creada República Popular de Tanganica, hoy Tanzania. Uno de los aspectos que marcó indeleblemente a Gurnah fue el frenesí de violencia que caracterizó este periodo, uno inesperado que, según él, parecía no tener justificación y que constituyó la razón definitiva para salir ilegalmente de la isla, a la que no pudo regresar por cerca de veinte años. Al igual que la familia parsi de Freddy Mercury, Gurnah logró establecerse en Inglaterra a fines de la década de 1960, cuando las leyes aún permitían la migración proveniente de las colonias, aunque la atmósfera de discriminación y exclusión afloraba en expresiones públicas como el discurso conocido como “Los ríos de sangre” del político conservador Enoch Powell.

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Ahora que se ha asentado un poco la euforia sorpresiva por la designación del Premio Nobel de Literatura a un escritor aparentemente desconocido, Abdulrazak Gurnah, podemos reflexionar sobre la trascendencia de su obra y del lugar que ocupa en el contexto de la literatura africana de hoy. Gurnah tiene una trayectoria consolidada dentro de la llamada tradición anglófona poscolonial, la tradición literaria de las regiones que una vez formaron parte del Imperio Británico, sobre la que el mismo Gurnah es especialista, ya que fue, hasta su retiro, académico renombrado de la Universidad de Kent, en Canterbury, una de las primeras instituciones en reconocer y ocuparse de forma sistemática de las literaturas “poscoloniales”.

El dictamen del jurado apunta, por supuesto, a la temática principal de su novelística. En efecto, su obra literaria aborda “los efectos del colonialismo y el destino de los refugiados en el abismo entre culturas y continentes con una penetración intransigente y compasiva”, pero su narrativa constituye mucho más que eso. Ahí radica su interés y trascendencia: pensar la problemática de los refugiados durante estas últimas décadas significa pensar, ineludiblemente, en la larga historia de devastación y despojo ocasionada por más de cinco siglos de expansión colonial europea. Aunque esto puede parecer algo obvio, las noticias cotidianas sobre este fenómeno suelen perder de vista la dimensión histórica que subyace las tragedias personales y colectivas que obliga a millones de personas a vivir estas ordalías, al centrarse en las dificultades experimentadas en el tiempo presente, es decir, en los problemas que enfrentan los países “receptores” de las masas provenientes de las “periferias” del planeta.

La narrativa de Gurnah llena precisamente ese vacío y construye un contexto de especificidad histórica que nos permite entender las causas de estas tragedias colectivas. Proveniente de Zanzíbar, Gurnah se ocupa de ilustrar el complejo contexto histórico de la región de África del Este, una zona que tenía fuertes vínculos comerciales con los sultanatos árabes y territorios como la India, las islas del sureste asiático y China incluso antes del fenómeno expansionista europeo. Gurnah todavía pertenece a una generación de escritores que experimentaron en carne propia los procesos independentistas en África y han vivido para atestiguar la lucha complicada y contradictoria por establecer el concepto de Estado-nación en territorios configurados por una diversidad cultural, política y religiosa tan compleja que a veces parece ser irreconciliable.

Tal es la situación de Zanzíbar que, en 1948, cuando nació Gurnah, era un sultanato bajo el protectorado británico, el cual fue derrumbado por una revolución violenta en 1964, que llevó a la persecución de la población musulmana e incorporó la isla a la recién creada República Popular de Tanganica, hoy Tanzania. Uno de los aspectos que marcó indeleblemente a Gurnah fue el frenesí de violencia que caracterizó este periodo, uno inesperado que, según él, parecía no tener justificación y que constituyó la razón definitiva para salir ilegalmente de la isla, a la que no pudo regresar por cerca de veinte años. Al igual que la familia parsi de Freddy Mercury, Gurnah logró establecerse en Inglaterra a fines de la década de 1960, cuando las leyes aún permitían la migración proveniente de las colonias, aunque la atmósfera de discriminación y exclusión afloraba en expresiones públicas como el discurso conocido como “Los ríos de sangre” del político conservador Enoch Powell.

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Ahora que se ha asentado un poco la euforia sorpresiva por la designación del Premio Nobel de Literatura a un escritor aparentemente desconocido, Abdulrazak Gurnah, podemos reflexionar sobre la trascendencia de su obra y del lugar que ocupa en el contexto de la literatura africana de hoy. Gurnah tiene una trayectoria consolidada dentro de la llamada tradición anglófona poscolonial, la tradición literaria de las regiones que una vez formaron parte del Imperio Británico, sobre la que el mismo Gurnah es especialista, ya que fue, hasta su retiro, académico renombrado de la Universidad de Kent, en Canterbury, una de las primeras instituciones en reconocer y ocuparse de forma sistemática de las literaturas “poscoloniales”.

El dictamen del jurado apunta, por supuesto, a la temática principal de su novelística. En efecto, su obra literaria aborda “los efectos del colonialismo y el destino de los refugiados en el abismo entre culturas y continentes con una penetración intransigente y compasiva”, pero su narrativa constituye mucho más que eso. Ahí radica su interés y trascendencia: pensar la problemática de los refugiados durante estas últimas décadas significa pensar, ineludiblemente, en la larga historia de devastación y despojo ocasionada por más de cinco siglos de expansión colonial europea. Aunque esto puede parecer algo obvio, las noticias cotidianas sobre este fenómeno suelen perder de vista la dimensión histórica que subyace las tragedias personales y colectivas que obliga a millones de personas a vivir estas ordalías, al centrarse en las dificultades experimentadas en el tiempo presente, es decir, en los problemas que enfrentan los países “receptores” de las masas provenientes de las “periferias” del planeta.

La narrativa de Gurnah llena precisamente ese vacío y construye un contexto de especificidad histórica que nos permite entender las causas de estas tragedias colectivas. Proveniente de Zanzíbar, Gurnah se ocupa de ilustrar el complejo contexto histórico de la región de África del Este, una zona que tenía fuertes vínculos comerciales con los sultanatos árabes y territorios como la India, las islas del sureste asiático y China incluso antes del fenómeno expansionista europeo. Gurnah todavía pertenece a una generación de escritores que experimentaron en carne propia los procesos independentistas en África y han vivido para atestiguar la lucha complicada y contradictoria por establecer el concepto de Estado-nación en territorios configurados por una diversidad cultural, política y religiosa tan compleja que a veces parece ser irreconciliable.

Tal es la situación de Zanzíbar que, en 1948, cuando nació Gurnah, era un sultanato bajo el protectorado británico, el cual fue derrumbado por una revolución violenta en 1964, que llevó a la persecución de la población musulmana e incorporó la isla a la recién creada República Popular de Tanganica, hoy Tanzania. Uno de los aspectos que marcó indeleblemente a Gurnah fue el frenesí de violencia que caracterizó este periodo, uno inesperado que, según él, parecía no tener justificación y que constituyó la razón definitiva para salir ilegalmente de la isla, a la que no pudo regresar por cerca de veinte años. Al igual que la familia parsi de Freddy Mercury, Gurnah logró establecerse en Inglaterra a fines de la década de 1960, cuando las leyes aún permitían la migración proveniente de las colonias, aunque la atmósfera de discriminación y exclusión afloraba en expresiones públicas como el discurso conocido como “Los ríos de sangre” del político conservador Enoch Powell.

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El dictamen del jurado apunta, por supuesto, a la temática principal de su novelística. En efecto, su obra literaria aborda “los efectos del colonialismo y el destino de los refugiados en el abismo entre culturas y continentes con una penetración intransigente y compasiva”, pero su narrativa constituye mucho más que eso. Ahí radica su interés y trascendencia: pensar la problemática de los refugiados durante estas últimas décadas significa pensar, ineludiblemente, en la larga historia de devastación y despojo ocasionada por más de cinco siglos de expansión colonial europea. Aunque esto puede parecer algo obvio, las noticias cotidianas sobre este fenómeno suelen perder de vista la dimensión histórica que subyace las tragedias personales y colectivas que obliga a millones de personas a vivir estas ordalías, al centrarse en las dificultades experimentadas en el tiempo presente, es decir, en los problemas que enfrentan los países “receptores” de las masas provenientes de las “periferias” del planeta.

La narrativa de Gurnah llena precisamente ese vacío y construye un contexto de especificidad histórica que nos permite entender las causas de estas tragedias colectivas. Proveniente de Zanzíbar, Gurnah se ocupa de ilustrar el complejo contexto histórico de la región de África del Este, una zona que tenía fuertes vínculos comerciales con los sultanatos árabes y territorios como la India, las islas del sureste asiático y China incluso antes del fenómeno expansionista europeo. Gurnah todavía pertenece a una generación de escritores que experimentaron en carne propia los procesos independentistas en África y han vivido para atestiguar la lucha complicada y contradictoria por establecer el concepto de Estado-nación en territorios configurados por una diversidad cultural, política y religiosa tan compleja que a veces parece ser irreconciliable.

Tal es la situación de Zanzíbar que, en 1948, cuando nació Gurnah, era un sultanato bajo el protectorado británico, el cual fue derrumbado por una revolución violenta en 1964, que llevó a la persecución de la población musulmana e incorporó la isla a la recién creada República Popular de Tanganica, hoy Tanzania. Uno de los aspectos que marcó indeleblemente a Gurnah fue el frenesí de violencia que caracterizó este periodo, uno inesperado que, según él, parecía no tener justificación y que constituyó la razón definitiva para salir ilegalmente de la isla, a la que no pudo regresar por cerca de veinte años. Al igual que la familia parsi de Freddy Mercury, Gurnah logró establecerse en Inglaterra a fines de la década de 1960, cuando las leyes aún permitían la migración proveniente de las colonias, aunque la atmósfera de discriminación y exclusión afloraba en expresiones públicas como el discurso conocido como “Los ríos de sangre” del político conservador Enoch Powell.

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