La delegación Xochimilco tiene varias municipalidades con sus propios gentilicios (para nada oficiales). Los de Santa Cruz Alpixca se conocen como escoberos, a los de San Luis Tlaxialtemalco les dicen petlaxiles, en Santiago Tulyehualco son chiquihuiteros, y en San Gregorio Atlapulco también tienen un nombre: chicuarotes. Una rápida búsqueda en la Wikipedia también arroja que chicuarote es también un tipo de chile picante y una forma de describir a alguien necio y testarudo. Chicuarotes, segunda película tras la cámara de Gael García Bernal, es un trabajo muy de Xochimilco, de la vida cotidiana en la delegación y de las injusticias que están a la orden del día a nivel citadino. La película retrata una parte de Ciudad de México que casi no retratan los medios, el extremo sur donde las únicas reglas válidas son las que establece su gente. En algún punto del largometraje aparece una lona con la frase: “Al criminal se le linchará, no se le entregará a las autoridades correspondientes”. Sin embargo, en la Ciudad de México hay muchos jóvenes a los que la vida criminal se les planta como única opción. Chicuarotes pone al espectador ante esa realidad. El largometraje abre con unos cuantos chistes entre payasos de microbús. De esos que dicen cosas como “venimos a sacarles una sonrisa, no a sacarles una navaja”. Cualquiera que haya presenciado una escena semejante sabe los que escalofríos que provoca. La diferencia aquí es que esta serie de chistes malos sí terminan en un asalto. Chicuarotes deja claro que en una ciudad como ésta, llevar la vida cotidiana con levedad y sonrisas también es una forma de abrirle paso a la violencia. El ciclo es interminable.
Chicuarotes, dirigida por Gael García Bernal (2019) A pesar de su temática desoladora, Chicuarotes es en realidad una película que desborda carisma. Chicuarotes tiene un potente humor negro, cortesía del guionista Augusto Mendoza, con niveles de crudeza y absurdo que por momentos aturden. La película provoca carcajadas seguidas de silencios incómodos y angustiantes y no le apuesta a generar lástima o simpatía hacía sus personajes. El éxito de esta combinación entre amargo y chusco recae en el peso actoral de la cinta. Benny Emmanuel y Gabriel Carbajal (en su debut como actor) interpretan al Cagalacas y al Moloteco, dos jóvenes que ansían salir de la pobreza y la violencia intrafamiliar. Al escuchar que pueden comprar una plaza en el sindicato de electricistas, deciden hacer lo posible por conseguir el dinero y salir del pueblo. Gael García Bernal es un excelente artista, y no sorprende que su dirección de actores sea igual. Emmanuel y Carbajal trabajan en el tono perfecto para sus personajes. Lo mismo sucede con El Chillamil, a cargo de un genial y perturbador Daniel Giménez Cacho; Tonchi, la madre del Cagalacas, interpretada por Dolores Heredia; o Sugheili, a manos de Leidi Gutiérrez, como la principal compañera de los protagonistas. A través de ellos, las intenciones de Bernal y Mendoza logran un largometraje donde la realidad social y el absurdo tienen una relación simbiótica.
Benny Emmanuel en Chicuarotes, dirigida por Gael García Bernal. De acuerdo al escritor de la película, el guión de Chicuarotes fue registrado hace alrededor de 16 años. Usualmente este tipo de historias envejecen con facilidad, pero el resultado lleva frescura en la forma, con un dinámico manejo de cámara que la mantiene flotando en el ambiente, y también en el discurso. Sin justificar las acciones de Cagalacas o Moloteco, la película inevitablemente construye una empatía con su situación, ante la falta de oportunidades. La película es más que contemporánea, retratando a jóvenes rodeados de violencia y con dejos mínimos —pero fundamentales— de esperanza, principalmente en los personajes femeninos, que logran ir más allá de su contexto inmediato. Es como Los Olvidados para la época del smartphone y whatsapp. La cinta es un recordatorio que la Ciudad de México es inmensa. Un vasto universo en el que confluyen ideas, personajes y dinámicas de diferencias abismales. Para una ciudad del siglo XXI donde los índices de inseguridad están en altos históricos (68 secuestros diarios según la organización Alto al Secuestro), Chicuarotes es potente y necesaria.
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La segunda película dirigida por Gael García retrata la Ciudad México entre la violencia y el humor
La delegación Xochimilco tiene varias municipalidades con sus propios gentilicios (para nada oficiales). Los de Santa Cruz Alpixca se conocen como escoberos, a los de San Luis Tlaxialtemalco les dicen petlaxiles, en Santiago Tulyehualco son chiquihuiteros, y en San Gregorio Atlapulco también tienen un nombre: chicuarotes. Una rápida búsqueda en la Wikipedia también arroja que chicuarote es también un tipo de chile picante y una forma de describir a alguien necio y testarudo. Chicuarotes, segunda película tras la cámara de Gael García Bernal, es un trabajo muy de Xochimilco, de la vida cotidiana en la delegación y de las injusticias que están a la orden del día a nivel citadino. La película retrata una parte de Ciudad de México que casi no retratan los medios, el extremo sur donde las únicas reglas válidas son las que establece su gente. En algún punto del largometraje aparece una lona con la frase: “Al criminal se le linchará, no se le entregará a las autoridades correspondientes”. Sin embargo, en la Ciudad de México hay muchos jóvenes a los que la vida criminal se les planta como única opción. Chicuarotes pone al espectador ante esa realidad. El largometraje abre con unos cuantos chistes entre payasos de microbús. De esos que dicen cosas como “venimos a sacarles una sonrisa, no a sacarles una navaja”. Cualquiera que haya presenciado una escena semejante sabe los que escalofríos que provoca. La diferencia aquí es que esta serie de chistes malos sí terminan en un asalto. Chicuarotes deja claro que en una ciudad como ésta, llevar la vida cotidiana con levedad y sonrisas también es una forma de abrirle paso a la violencia. El ciclo es interminable.
Chicuarotes, dirigida por Gael García Bernal (2019) A pesar de su temática desoladora, Chicuarotes es en realidad una película que desborda carisma. Chicuarotes tiene un potente humor negro, cortesía del guionista Augusto Mendoza, con niveles de crudeza y absurdo que por momentos aturden. La película provoca carcajadas seguidas de silencios incómodos y angustiantes y no le apuesta a generar lástima o simpatía hacía sus personajes. El éxito de esta combinación entre amargo y chusco recae en el peso actoral de la cinta. Benny Emmanuel y Gabriel Carbajal (en su debut como actor) interpretan al Cagalacas y al Moloteco, dos jóvenes que ansían salir de la pobreza y la violencia intrafamiliar. Al escuchar que pueden comprar una plaza en el sindicato de electricistas, deciden hacer lo posible por conseguir el dinero y salir del pueblo. Gael García Bernal es un excelente artista, y no sorprende que su dirección de actores sea igual. Emmanuel y Carbajal trabajan en el tono perfecto para sus personajes. Lo mismo sucede con El Chillamil, a cargo de un genial y perturbador Daniel Giménez Cacho; Tonchi, la madre del Cagalacas, interpretada por Dolores Heredia; o Sugheili, a manos de Leidi Gutiérrez, como la principal compañera de los protagonistas. A través de ellos, las intenciones de Bernal y Mendoza logran un largometraje donde la realidad social y el absurdo tienen una relación simbiótica.
Benny Emmanuel en Chicuarotes, dirigida por Gael García Bernal. De acuerdo al escritor de la película, el guión de Chicuarotes fue registrado hace alrededor de 16 años. Usualmente este tipo de historias envejecen con facilidad, pero el resultado lleva frescura en la forma, con un dinámico manejo de cámara que la mantiene flotando en el ambiente, y también en el discurso. Sin justificar las acciones de Cagalacas o Moloteco, la película inevitablemente construye una empatía con su situación, ante la falta de oportunidades. La película es más que contemporánea, retratando a jóvenes rodeados de violencia y con dejos mínimos —pero fundamentales— de esperanza, principalmente en los personajes femeninos, que logran ir más allá de su contexto inmediato. Es como Los Olvidados para la época del smartphone y whatsapp. La cinta es un recordatorio que la Ciudad de México es inmensa. Un vasto universo en el que confluyen ideas, personajes y dinámicas de diferencias abismales. Para una ciudad del siglo XXI donde los índices de inseguridad están en altos históricos (68 secuestros diarios según la organización Alto al Secuestro), Chicuarotes es potente y necesaria.
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La delegación Xochimilco tiene varias municipalidades con sus propios gentilicios (para nada oficiales). Los de Santa Cruz Alpixca se conocen como escoberos, a los de San Luis Tlaxialtemalco les dicen petlaxiles, en Santiago Tulyehualco son chiquihuiteros, y en San Gregorio Atlapulco también tienen un nombre: chicuarotes. Una rápida búsqueda en la Wikipedia también arroja que chicuarote es también un tipo de chile picante y una forma de describir a alguien necio y testarudo. Chicuarotes, segunda película tras la cámara de Gael García Bernal, es un trabajo muy de Xochimilco, de la vida cotidiana en la delegación y de las injusticias que están a la orden del día a nivel citadino. La película retrata una parte de Ciudad de México que casi no retratan los medios, el extremo sur donde las únicas reglas válidas son las que establece su gente. En algún punto del largometraje aparece una lona con la frase: “Al criminal se le linchará, no se le entregará a las autoridades correspondientes”. Sin embargo, en la Ciudad de México hay muchos jóvenes a los que la vida criminal se les planta como única opción. Chicuarotes pone al espectador ante esa realidad. El largometraje abre con unos cuantos chistes entre payasos de microbús. De esos que dicen cosas como “venimos a sacarles una sonrisa, no a sacarles una navaja”. Cualquiera que haya presenciado una escena semejante sabe los que escalofríos que provoca. La diferencia aquí es que esta serie de chistes malos sí terminan en un asalto. Chicuarotes deja claro que en una ciudad como ésta, llevar la vida cotidiana con levedad y sonrisas también es una forma de abrirle paso a la violencia. El ciclo es interminable.
Chicuarotes, dirigida por Gael García Bernal (2019) A pesar de su temática desoladora, Chicuarotes es en realidad una película que desborda carisma. Chicuarotes tiene un potente humor negro, cortesía del guionista Augusto Mendoza, con niveles de crudeza y absurdo que por momentos aturden. La película provoca carcajadas seguidas de silencios incómodos y angustiantes y no le apuesta a generar lástima o simpatía hacía sus personajes. El éxito de esta combinación entre amargo y chusco recae en el peso actoral de la cinta. Benny Emmanuel y Gabriel Carbajal (en su debut como actor) interpretan al Cagalacas y al Moloteco, dos jóvenes que ansían salir de la pobreza y la violencia intrafamiliar. Al escuchar que pueden comprar una plaza en el sindicato de electricistas, deciden hacer lo posible por conseguir el dinero y salir del pueblo. Gael García Bernal es un excelente artista, y no sorprende que su dirección de actores sea igual. Emmanuel y Carbajal trabajan en el tono perfecto para sus personajes. Lo mismo sucede con El Chillamil, a cargo de un genial y perturbador Daniel Giménez Cacho; Tonchi, la madre del Cagalacas, interpretada por Dolores Heredia; o Sugheili, a manos de Leidi Gutiérrez, como la principal compañera de los protagonistas. A través de ellos, las intenciones de Bernal y Mendoza logran un largometraje donde la realidad social y el absurdo tienen una relación simbiótica.
Benny Emmanuel en Chicuarotes, dirigida por Gael García Bernal. De acuerdo al escritor de la película, el guión de Chicuarotes fue registrado hace alrededor de 16 años. Usualmente este tipo de historias envejecen con facilidad, pero el resultado lleva frescura en la forma, con un dinámico manejo de cámara que la mantiene flotando en el ambiente, y también en el discurso. Sin justificar las acciones de Cagalacas o Moloteco, la película inevitablemente construye una empatía con su situación, ante la falta de oportunidades. La película es más que contemporánea, retratando a jóvenes rodeados de violencia y con dejos mínimos —pero fundamentales— de esperanza, principalmente en los personajes femeninos, que logran ir más allá de su contexto inmediato. Es como Los Olvidados para la época del smartphone y whatsapp. La cinta es un recordatorio que la Ciudad de México es inmensa. Un vasto universo en el que confluyen ideas, personajes y dinámicas de diferencias abismales. Para una ciudad del siglo XXI donde los índices de inseguridad están en altos históricos (68 secuestros diarios según la organización Alto al Secuestro), Chicuarotes es potente y necesaria.
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La delegación Xochimilco tiene varias municipalidades con sus propios gentilicios (para nada oficiales). Los de Santa Cruz Alpixca se conocen como escoberos, a los de San Luis Tlaxialtemalco les dicen petlaxiles, en Santiago Tulyehualco son chiquihuiteros, y en San Gregorio Atlapulco también tienen un nombre: chicuarotes. Una rápida búsqueda en la Wikipedia también arroja que chicuarote es también un tipo de chile picante y una forma de describir a alguien necio y testarudo. Chicuarotes, segunda película tras la cámara de Gael García Bernal, es un trabajo muy de Xochimilco, de la vida cotidiana en la delegación y de las injusticias que están a la orden del día a nivel citadino. La película retrata una parte de Ciudad de México que casi no retratan los medios, el extremo sur donde las únicas reglas válidas son las que establece su gente. En algún punto del largometraje aparece una lona con la frase: “Al criminal se le linchará, no se le entregará a las autoridades correspondientes”. Sin embargo, en la Ciudad de México hay muchos jóvenes a los que la vida criminal se les planta como única opción. Chicuarotes pone al espectador ante esa realidad. El largometraje abre con unos cuantos chistes entre payasos de microbús. De esos que dicen cosas como “venimos a sacarles una sonrisa, no a sacarles una navaja”. Cualquiera que haya presenciado una escena semejante sabe los que escalofríos que provoca. La diferencia aquí es que esta serie de chistes malos sí terminan en un asalto. Chicuarotes deja claro que en una ciudad como ésta, llevar la vida cotidiana con levedad y sonrisas también es una forma de abrirle paso a la violencia. El ciclo es interminable.
Chicuarotes, dirigida por Gael García Bernal (2019) A pesar de su temática desoladora, Chicuarotes es en realidad una película que desborda carisma. Chicuarotes tiene un potente humor negro, cortesía del guionista Augusto Mendoza, con niveles de crudeza y absurdo que por momentos aturden. La película provoca carcajadas seguidas de silencios incómodos y angustiantes y no le apuesta a generar lástima o simpatía hacía sus personajes. El éxito de esta combinación entre amargo y chusco recae en el peso actoral de la cinta. Benny Emmanuel y Gabriel Carbajal (en su debut como actor) interpretan al Cagalacas y al Moloteco, dos jóvenes que ansían salir de la pobreza y la violencia intrafamiliar. Al escuchar que pueden comprar una plaza en el sindicato de electricistas, deciden hacer lo posible por conseguir el dinero y salir del pueblo. Gael García Bernal es un excelente artista, y no sorprende que su dirección de actores sea igual. Emmanuel y Carbajal trabajan en el tono perfecto para sus personajes. Lo mismo sucede con El Chillamil, a cargo de un genial y perturbador Daniel Giménez Cacho; Tonchi, la madre del Cagalacas, interpretada por Dolores Heredia; o Sugheili, a manos de Leidi Gutiérrez, como la principal compañera de los protagonistas. A través de ellos, las intenciones de Bernal y Mendoza logran un largometraje donde la realidad social y el absurdo tienen una relación simbiótica.
Benny Emmanuel en Chicuarotes, dirigida por Gael García Bernal. De acuerdo al escritor de la película, el guión de Chicuarotes fue registrado hace alrededor de 16 años. Usualmente este tipo de historias envejecen con facilidad, pero el resultado lleva frescura en la forma, con un dinámico manejo de cámara que la mantiene flotando en el ambiente, y también en el discurso. Sin justificar las acciones de Cagalacas o Moloteco, la película inevitablemente construye una empatía con su situación, ante la falta de oportunidades. La película es más que contemporánea, retratando a jóvenes rodeados de violencia y con dejos mínimos —pero fundamentales— de esperanza, principalmente en los personajes femeninos, que logran ir más allá de su contexto inmediato. Es como Los Olvidados para la época del smartphone y whatsapp. La cinta es un recordatorio que la Ciudad de México es inmensa. Un vasto universo en el que confluyen ideas, personajes y dinámicas de diferencias abismales. Para una ciudad del siglo XXI donde los índices de inseguridad están en altos históricos (68 secuestros diarios según la organización Alto al Secuestro), Chicuarotes es potente y necesaria.
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La delegación Xochimilco tiene varias municipalidades con sus propios gentilicios (para nada oficiales). Los de Santa Cruz Alpixca se conocen como escoberos, a los de San Luis Tlaxialtemalco les dicen petlaxiles, en Santiago Tulyehualco son chiquihuiteros, y en San Gregorio Atlapulco también tienen un nombre: chicuarotes. Una rápida búsqueda en la Wikipedia también arroja que chicuarote es también un tipo de chile picante y una forma de describir a alguien necio y testarudo. Chicuarotes, segunda película tras la cámara de Gael García Bernal, es un trabajo muy de Xochimilco, de la vida cotidiana en la delegación y de las injusticias que están a la orden del día a nivel citadino. La película retrata una parte de Ciudad de México que casi no retratan los medios, el extremo sur donde las únicas reglas válidas son las que establece su gente. En algún punto del largometraje aparece una lona con la frase: “Al criminal se le linchará, no se le entregará a las autoridades correspondientes”. Sin embargo, en la Ciudad de México hay muchos jóvenes a los que la vida criminal se les planta como única opción. Chicuarotes pone al espectador ante esa realidad. El largometraje abre con unos cuantos chistes entre payasos de microbús. De esos que dicen cosas como “venimos a sacarles una sonrisa, no a sacarles una navaja”. Cualquiera que haya presenciado una escena semejante sabe los que escalofríos que provoca. La diferencia aquí es que esta serie de chistes malos sí terminan en un asalto. Chicuarotes deja claro que en una ciudad como ésta, llevar la vida cotidiana con levedad y sonrisas también es una forma de abrirle paso a la violencia. El ciclo es interminable.
Chicuarotes, dirigida por Gael García Bernal (2019) A pesar de su temática desoladora, Chicuarotes es en realidad una película que desborda carisma. Chicuarotes tiene un potente humor negro, cortesía del guionista Augusto Mendoza, con niveles de crudeza y absurdo que por momentos aturden. La película provoca carcajadas seguidas de silencios incómodos y angustiantes y no le apuesta a generar lástima o simpatía hacía sus personajes. El éxito de esta combinación entre amargo y chusco recae en el peso actoral de la cinta. Benny Emmanuel y Gabriel Carbajal (en su debut como actor) interpretan al Cagalacas y al Moloteco, dos jóvenes que ansían salir de la pobreza y la violencia intrafamiliar. Al escuchar que pueden comprar una plaza en el sindicato de electricistas, deciden hacer lo posible por conseguir el dinero y salir del pueblo. Gael García Bernal es un excelente artista, y no sorprende que su dirección de actores sea igual. Emmanuel y Carbajal trabajan en el tono perfecto para sus personajes. Lo mismo sucede con El Chillamil, a cargo de un genial y perturbador Daniel Giménez Cacho; Tonchi, la madre del Cagalacas, interpretada por Dolores Heredia; o Sugheili, a manos de Leidi Gutiérrez, como la principal compañera de los protagonistas. A través de ellos, las intenciones de Bernal y Mendoza logran un largometraje donde la realidad social y el absurdo tienen una relación simbiótica.
Benny Emmanuel en Chicuarotes, dirigida por Gael García Bernal. De acuerdo al escritor de la película, el guión de Chicuarotes fue registrado hace alrededor de 16 años. Usualmente este tipo de historias envejecen con facilidad, pero el resultado lleva frescura en la forma, con un dinámico manejo de cámara que la mantiene flotando en el ambiente, y también en el discurso. Sin justificar las acciones de Cagalacas o Moloteco, la película inevitablemente construye una empatía con su situación, ante la falta de oportunidades. La película es más que contemporánea, retratando a jóvenes rodeados de violencia y con dejos mínimos —pero fundamentales— de esperanza, principalmente en los personajes femeninos, que logran ir más allá de su contexto inmediato. Es como Los Olvidados para la época del smartphone y whatsapp. La cinta es un recordatorio que la Ciudad de México es inmensa. Un vasto universo en el que confluyen ideas, personajes y dinámicas de diferencias abismales. Para una ciudad del siglo XXI donde los índices de inseguridad están en altos históricos (68 secuestros diarios según la organización Alto al Secuestro), Chicuarotes es potente y necesaria.
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Chicuarotes, dirigida por Gael García Bernal (2019) A pesar de su temática desoladora, Chicuarotes es en realidad una película que desborda carisma. Chicuarotes tiene un potente humor negro, cortesía del guionista Augusto Mendoza, con niveles de crudeza y absurdo que por momentos aturden. La película provoca carcajadas seguidas de silencios incómodos y angustiantes y no le apuesta a generar lástima o simpatía hacía sus personajes. El éxito de esta combinación entre amargo y chusco recae en el peso actoral de la cinta. Benny Emmanuel y Gabriel Carbajal (en su debut como actor) interpretan al Cagalacas y al Moloteco, dos jóvenes que ansían salir de la pobreza y la violencia intrafamiliar. Al escuchar que pueden comprar una plaza en el sindicato de electricistas, deciden hacer lo posible por conseguir el dinero y salir del pueblo. Gael García Bernal es un excelente artista, y no sorprende que su dirección de actores sea igual. Emmanuel y Carbajal trabajan en el tono perfecto para sus personajes. Lo mismo sucede con El Chillamil, a cargo de un genial y perturbador Daniel Giménez Cacho; Tonchi, la madre del Cagalacas, interpretada por Dolores Heredia; o Sugheili, a manos de Leidi Gutiérrez, como la principal compañera de los protagonistas. A través de ellos, las intenciones de Bernal y Mendoza logran un largometraje donde la realidad social y el absurdo tienen una relación simbiótica.
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