Usted observa el mosaico de gestos inertes en la cara de los asistentes a la reunión por Zoom. Imagina quién está usando zapatos y quién no. Fantasea con quién está tomando la reunión en su casa y quién en casa de su amante. ¿Quién tendrá amantes? ¿Quién irá a la playa?
Usted tiene un mecanismo de supervivencia favorito: cotizar vuelos de avión. No los compra pero reproduce dentro de sí una película que la salva de la reunión por videoconferencia de las nueve. En la película sus pies resucitados acarician la arena de una playa aguamarina, llamémosle Punta del Paraíso. Usted, en Punta del Paraíso, no carga maletas ni yunques en el entrecejo, no tiene ropa que lavar ni enmendar, ni hipoteca en la espalda que pagar. No hay madre colgada en sus hombros que atender. No caben las apariencias guardadas, ni hay mesuras ni medidas que tomar. De tomarse algo, toma Vitamina D sin necesidad de una cápsula porque el sol es un galante que la abraza por la espalda. Sin penas. No hay estómago sumido ni consecuencias que asumir, así en la película de sus adentros. En la videoconferencia de las nueve un hombre balbucea algo sobre una tabla monocromática y sus porcentajes. Su voz gris es un país nublado. Usted observa el mosaico de gestos inertes en la cara de los asistentes a la reunión. Imagina quién está usando zapatos y quién no. Fantasea con quién está tomando la reunión en su casa y quién en casa de su amante. ¿Quién tendrá amantes? ¿Quién irá a la playa? Fuera de la videoconferencia usted viste pantalones de pijama y salpicadas de maquillaje en su cara desértica llena de dunas y dudas que mimetizan un:
“No pude despertarme antes porque dentro de mí vive un gigante hambriento que se roba todo el aire de la habitación y me hace vivir al borde del agotamiento, pero sonrío”.
Los cláxones sinfónicos taladran su pared y sus pies están tan secos y rasposos como su lengua. Dentro de la videoconferencia pide su opinión el líder del proyecto, usted contesta por arte de improvisación un: “estoy de acuerdo con valorar otras opciones para eficientar el presupuesto y lograr una mejor rentabilidad”, escucha al unísono un coloquial contemporáneo: “estás en mute”. Dé click y repítalo, vuelva a dar click para dejar que algún otro opine sobre lo crucial. Piense que “mute” en español es muda: estar muda. Piense también en el verbo “mutar”, piense en cómo anhela mutar y mudarse. Piense en mudarse de piel a una más húmeda y suave. Piense en la canción de Piero que se llama “Tengo la piel cansada de la tarde” y que dice “... guardo los verdes, verdes de tu bosque”. Cambie de pestaña en el navegador, busque una habitación que podría ser propia por unos días de vacaciones en un bosque quizás llamado San José. Piense en la filosofía de Pau Donés que dice: “La vida es urgente”, déjese tomar por su ascendente arrebatado que es un signo de fuego. Compre el boleto de avión. Reserve unos días en la playa. Reserve unos días en la montaña también. Sepa que del otro lado de la videollamada hay al menos otras dos personas haciendo lo mismo que usted. Alineación de planetas. Sepa también que cuando llegue esa santa Semana Santa y la playa aguamarina sea su piso y la arena se cuele entre sus sábanas pegostiosas, cuando los piquetes de mosquito le vistan la pierna de lunares rojos, usted anhelará volver a la comodidad de su cama, al ritual de su café.
Usted observa el mosaico de gestos inertes en la cara de los asistentes a la reunión por Zoom. Imagina quién está usando zapatos y quién no. Fantasea con quién está tomando la reunión en su casa y quién en casa de su amante. ¿Quién tendrá amantes? ¿Quién irá a la playa?
Usted tiene un mecanismo de supervivencia favorito: cotizar vuelos de avión. No los compra pero reproduce dentro de sí una película que la salva de la reunión por videoconferencia de las nueve. En la película sus pies resucitados acarician la arena de una playa aguamarina, llamémosle Punta del Paraíso. Usted, en Punta del Paraíso, no carga maletas ni yunques en el entrecejo, no tiene ropa que lavar ni enmendar, ni hipoteca en la espalda que pagar. No hay madre colgada en sus hombros que atender. No caben las apariencias guardadas, ni hay mesuras ni medidas que tomar. De tomarse algo, toma Vitamina D sin necesidad de una cápsula porque el sol es un galante que la abraza por la espalda. Sin penas. No hay estómago sumido ni consecuencias que asumir, así en la película de sus adentros. En la videoconferencia de las nueve un hombre balbucea algo sobre una tabla monocromática y sus porcentajes. Su voz gris es un país nublado. Usted observa el mosaico de gestos inertes en la cara de los asistentes a la reunión. Imagina quién está usando zapatos y quién no. Fantasea con quién está tomando la reunión en su casa y quién en casa de su amante. ¿Quién tendrá amantes? ¿Quién irá a la playa? Fuera de la videoconferencia usted viste pantalones de pijama y salpicadas de maquillaje en su cara desértica llena de dunas y dudas que mimetizan un:
“No pude despertarme antes porque dentro de mí vive un gigante hambriento que se roba todo el aire de la habitación y me hace vivir al borde del agotamiento, pero sonrío”.
Los cláxones sinfónicos taladran su pared y sus pies están tan secos y rasposos como su lengua. Dentro de la videoconferencia pide su opinión el líder del proyecto, usted contesta por arte de improvisación un: “estoy de acuerdo con valorar otras opciones para eficientar el presupuesto y lograr una mejor rentabilidad”, escucha al unísono un coloquial contemporáneo: “estás en mute”. Dé click y repítalo, vuelva a dar click para dejar que algún otro opine sobre lo crucial. Piense que “mute” en español es muda: estar muda. Piense también en el verbo “mutar”, piense en cómo anhela mutar y mudarse. Piense en mudarse de piel a una más húmeda y suave. Piense en la canción de Piero que se llama “Tengo la piel cansada de la tarde” y que dice “... guardo los verdes, verdes de tu bosque”. Cambie de pestaña en el navegador, busque una habitación que podría ser propia por unos días de vacaciones en un bosque quizás llamado San José. Piense en la filosofía de Pau Donés que dice: “La vida es urgente”, déjese tomar por su ascendente arrebatado que es un signo de fuego. Compre el boleto de avión. Reserve unos días en la playa. Reserve unos días en la montaña también. Sepa que del otro lado de la videollamada hay al menos otras dos personas haciendo lo mismo que usted. Alineación de planetas. Sepa también que cuando llegue esa santa Semana Santa y la playa aguamarina sea su piso y la arena se cuele entre sus sábanas pegostiosas, cuando los piquetes de mosquito le vistan la pierna de lunares rojos, usted anhelará volver a la comodidad de su cama, al ritual de su café.
Usted observa el mosaico de gestos inertes en la cara de los asistentes a la reunión por Zoom. Imagina quién está usando zapatos y quién no. Fantasea con quién está tomando la reunión en su casa y quién en casa de su amante. ¿Quién tendrá amantes? ¿Quién irá a la playa?
Usted tiene un mecanismo de supervivencia favorito: cotizar vuelos de avión. No los compra pero reproduce dentro de sí una película que la salva de la reunión por videoconferencia de las nueve. En la película sus pies resucitados acarician la arena de una playa aguamarina, llamémosle Punta del Paraíso. Usted, en Punta del Paraíso, no carga maletas ni yunques en el entrecejo, no tiene ropa que lavar ni enmendar, ni hipoteca en la espalda que pagar. No hay madre colgada en sus hombros que atender. No caben las apariencias guardadas, ni hay mesuras ni medidas que tomar. De tomarse algo, toma Vitamina D sin necesidad de una cápsula porque el sol es un galante que la abraza por la espalda. Sin penas. No hay estómago sumido ni consecuencias que asumir, así en la película de sus adentros. En la videoconferencia de las nueve un hombre balbucea algo sobre una tabla monocromática y sus porcentajes. Su voz gris es un país nublado. Usted observa el mosaico de gestos inertes en la cara de los asistentes a la reunión. Imagina quién está usando zapatos y quién no. Fantasea con quién está tomando la reunión en su casa y quién en casa de su amante. ¿Quién tendrá amantes? ¿Quién irá a la playa? Fuera de la videoconferencia usted viste pantalones de pijama y salpicadas de maquillaje en su cara desértica llena de dunas y dudas que mimetizan un:
“No pude despertarme antes porque dentro de mí vive un gigante hambriento que se roba todo el aire de la habitación y me hace vivir al borde del agotamiento, pero sonrío”.
Los cláxones sinfónicos taladran su pared y sus pies están tan secos y rasposos como su lengua. Dentro de la videoconferencia pide su opinión el líder del proyecto, usted contesta por arte de improvisación un: “estoy de acuerdo con valorar otras opciones para eficientar el presupuesto y lograr una mejor rentabilidad”, escucha al unísono un coloquial contemporáneo: “estás en mute”. Dé click y repítalo, vuelva a dar click para dejar que algún otro opine sobre lo crucial. Piense que “mute” en español es muda: estar muda. Piense también en el verbo “mutar”, piense en cómo anhela mutar y mudarse. Piense en mudarse de piel a una más húmeda y suave. Piense en la canción de Piero que se llama “Tengo la piel cansada de la tarde” y que dice “... guardo los verdes, verdes de tu bosque”. Cambie de pestaña en el navegador, busque una habitación que podría ser propia por unos días de vacaciones en un bosque quizás llamado San José. Piense en la filosofía de Pau Donés que dice: “La vida es urgente”, déjese tomar por su ascendente arrebatado que es un signo de fuego. Compre el boleto de avión. Reserve unos días en la playa. Reserve unos días en la montaña también. Sepa que del otro lado de la videollamada hay al menos otras dos personas haciendo lo mismo que usted. Alineación de planetas. Sepa también que cuando llegue esa santa Semana Santa y la playa aguamarina sea su piso y la arena se cuele entre sus sábanas pegostiosas, cuando los piquetes de mosquito le vistan la pierna de lunares rojos, usted anhelará volver a la comodidad de su cama, al ritual de su café.
Usted observa el mosaico de gestos inertes en la cara de los asistentes a la reunión por Zoom. Imagina quién está usando zapatos y quién no. Fantasea con quién está tomando la reunión en su casa y quién en casa de su amante. ¿Quién tendrá amantes? ¿Quién irá a la playa?
Usted tiene un mecanismo de supervivencia favorito: cotizar vuelos de avión. No los compra pero reproduce dentro de sí una película que la salva de la reunión por videoconferencia de las nueve. En la película sus pies resucitados acarician la arena de una playa aguamarina, llamémosle Punta del Paraíso. Usted, en Punta del Paraíso, no carga maletas ni yunques en el entrecejo, no tiene ropa que lavar ni enmendar, ni hipoteca en la espalda que pagar. No hay madre colgada en sus hombros que atender. No caben las apariencias guardadas, ni hay mesuras ni medidas que tomar. De tomarse algo, toma Vitamina D sin necesidad de una cápsula porque el sol es un galante que la abraza por la espalda. Sin penas. No hay estómago sumido ni consecuencias que asumir, así en la película de sus adentros. En la videoconferencia de las nueve un hombre balbucea algo sobre una tabla monocromática y sus porcentajes. Su voz gris es un país nublado. Usted observa el mosaico de gestos inertes en la cara de los asistentes a la reunión. Imagina quién está usando zapatos y quién no. Fantasea con quién está tomando la reunión en su casa y quién en casa de su amante. ¿Quién tendrá amantes? ¿Quién irá a la playa? Fuera de la videoconferencia usted viste pantalones de pijama y salpicadas de maquillaje en su cara desértica llena de dunas y dudas que mimetizan un:
“No pude despertarme antes porque dentro de mí vive un gigante hambriento que se roba todo el aire de la habitación y me hace vivir al borde del agotamiento, pero sonrío”.
Los cláxones sinfónicos taladran su pared y sus pies están tan secos y rasposos como su lengua. Dentro de la videoconferencia pide su opinión el líder del proyecto, usted contesta por arte de improvisación un: “estoy de acuerdo con valorar otras opciones para eficientar el presupuesto y lograr una mejor rentabilidad”, escucha al unísono un coloquial contemporáneo: “estás en mute”. Dé click y repítalo, vuelva a dar click para dejar que algún otro opine sobre lo crucial. Piense que “mute” en español es muda: estar muda. Piense también en el verbo “mutar”, piense en cómo anhela mutar y mudarse. Piense en mudarse de piel a una más húmeda y suave. Piense en la canción de Piero que se llama “Tengo la piel cansada de la tarde” y que dice “... guardo los verdes, verdes de tu bosque”. Cambie de pestaña en el navegador, busque una habitación que podría ser propia por unos días de vacaciones en un bosque quizás llamado San José. Piense en la filosofía de Pau Donés que dice: “La vida es urgente”, déjese tomar por su ascendente arrebatado que es un signo de fuego. Compre el boleto de avión. Reserve unos días en la playa. Reserve unos días en la montaña también. Sepa que del otro lado de la videollamada hay al menos otras dos personas haciendo lo mismo que usted. Alineación de planetas. Sepa también que cuando llegue esa santa Semana Santa y la playa aguamarina sea su piso y la arena se cuele entre sus sábanas pegostiosas, cuando los piquetes de mosquito le vistan la pierna de lunares rojos, usted anhelará volver a la comodidad de su cama, al ritual de su café.
Usted observa el mosaico de gestos inertes en la cara de los asistentes a la reunión por Zoom. Imagina quién está usando zapatos y quién no. Fantasea con quién está tomando la reunión en su casa y quién en casa de su amante. ¿Quién tendrá amantes? ¿Quién irá a la playa?
Usted tiene un mecanismo de supervivencia favorito: cotizar vuelos de avión. No los compra pero reproduce dentro de sí una película que la salva de la reunión por videoconferencia de las nueve. En la película sus pies resucitados acarician la arena de una playa aguamarina, llamémosle Punta del Paraíso. Usted, en Punta del Paraíso, no carga maletas ni yunques en el entrecejo, no tiene ropa que lavar ni enmendar, ni hipoteca en la espalda que pagar. No hay madre colgada en sus hombros que atender. No caben las apariencias guardadas, ni hay mesuras ni medidas que tomar. De tomarse algo, toma Vitamina D sin necesidad de una cápsula porque el sol es un galante que la abraza por la espalda. Sin penas. No hay estómago sumido ni consecuencias que asumir, así en la película de sus adentros. En la videoconferencia de las nueve un hombre balbucea algo sobre una tabla monocromática y sus porcentajes. Su voz gris es un país nublado. Usted observa el mosaico de gestos inertes en la cara de los asistentes a la reunión. Imagina quién está usando zapatos y quién no. Fantasea con quién está tomando la reunión en su casa y quién en casa de su amante. ¿Quién tendrá amantes? ¿Quién irá a la playa? Fuera de la videoconferencia usted viste pantalones de pijama y salpicadas de maquillaje en su cara desértica llena de dunas y dudas que mimetizan un:
“No pude despertarme antes porque dentro de mí vive un gigante hambriento que se roba todo el aire de la habitación y me hace vivir al borde del agotamiento, pero sonrío”.
Los cláxones sinfónicos taladran su pared y sus pies están tan secos y rasposos como su lengua. Dentro de la videoconferencia pide su opinión el líder del proyecto, usted contesta por arte de improvisación un: “estoy de acuerdo con valorar otras opciones para eficientar el presupuesto y lograr una mejor rentabilidad”, escucha al unísono un coloquial contemporáneo: “estás en mute”. Dé click y repítalo, vuelva a dar click para dejar que algún otro opine sobre lo crucial. Piense que “mute” en español es muda: estar muda. Piense también en el verbo “mutar”, piense en cómo anhela mutar y mudarse. Piense en mudarse de piel a una más húmeda y suave. Piense en la canción de Piero que se llama “Tengo la piel cansada de la tarde” y que dice “... guardo los verdes, verdes de tu bosque”. Cambie de pestaña en el navegador, busque una habitación que podría ser propia por unos días de vacaciones en un bosque quizás llamado San José. Piense en la filosofía de Pau Donés que dice: “La vida es urgente”, déjese tomar por su ascendente arrebatado que es un signo de fuego. Compre el boleto de avión. Reserve unos días en la playa. Reserve unos días en la montaña también. Sepa que del otro lado de la videollamada hay al menos otras dos personas haciendo lo mismo que usted. Alineación de planetas. Sepa también que cuando llegue esa santa Semana Santa y la playa aguamarina sea su piso y la arena se cuele entre sus sábanas pegostiosas, cuando los piquetes de mosquito le vistan la pierna de lunares rojos, usted anhelará volver a la comodidad de su cama, al ritual de su café.