Soy ecóloga evolutiva microbiana, lo mío es el mundo de lo pequeño, lo microscópico; un mundo generalmente ignorado porque no se ve. Sin embargo, la pandemia nos ha vuelto conscientes del poder de lo más pequeño: hoy un virus tiene en jaque a las economías mundiales.
Soy ecóloga evolutiva microbiana, lo mío es el mundo de lo pequeño, lo microscópico; un mundo generalmente ignorado porque no se ve. Sin embargo, este componente microscópico que explica la vida en la tierra es fundamental, no solo históricamente (desde el origen de la vida hasta nuestros días), sino también funcionalmente, ya que los microbios son los únicos capaces de mover todos los elementos que conforman la biosfera, es decir, la parte viva del planeta.
En medio de esta pandemia nos hemos vuelto mucho mas conscientes del inmenso poder de lo pequeño, de lo muy, muy pequeño. Actualmente un coronavirus de la familia del SARS trae en jaque a las economías mundiales. Ha matado en 3 meses a más de 250,000 personas e infectado a varios millones más. Además, este virus ha puesto al desnudo a los gobiernos del mundo, distinguiendo claramente a los países donde ha habido liderazgo y se ha logrado mitigar el daño, de los que, al negar la importancia de este enemigo invisible, dejaron que la infección se saliera de control.
Para mí, el comportamiento de México ha sido una sorpresa grata. Podemos estar o no estar de acuerdo con nuestro presidente, pero buena parte de la población ha sido disciplinada y obedecido al Dr. Gatell, el carismático subsecretario de salud que nos explica todos los días a las 7:00 pm cómo estamos y qué sigue.
Esto de estar en casa, en familia, cocinando, limpiando, leyendo y pensando, cambia las perspectivas. Solíamos tener tanta prisa por estar en algún lado, para cumplir con un horario de trabajo, llevar a los niños al colegio, ir de compras, ver amigos o familia, viajar, estar en juntas de trabajo etc… que la vida se nos iba en movernos.
Esta pausa en los traslados ha tenido consecuencias afortunadas para el aire que respiramos, para los animales, las plantas, e incluso para el estado mental de muchos afortunados que seguimos recibiendo un cheque mensual aunque nos quedemos en casa. Tristemente, está la contraparte de quienes han perdido sus empleos y aún tienen que pagar la renta, la escuela de los hijos y la comida. Espero, soy una optimista nata, que las cosas se reajusten y nuevos empleos se generen a medida que baje el peligro inminente de contagiarnos o de contagiar a alguien vulnerable.
Mientras tanto, ¿te das cuenta mi querido lector? No solo nos hemos vuelto consientes de la existencia de un mundo pequeño que nos amenaza en las manos, los zapatos y cualquier superficie que tocamos, sino que al mismo tiempo, nos hemos vuelto más consientes del “otro”, ese otro que no conocemos pero que nos puede enfermar o que podemos poner el peligro si es que somos portadores asintomáticos o poco graves. Es por esta conciencia nueva de que no estamos solos, que cuando se acabe el encierro, muchas cosas no volverán a serán igual, espero. No podemos regresar a gastar como locos en objetos que no necesitamos y que se movieron cientos de miles de kilómetros para llegar a nosotros. No podemos viajar bajo cualquier pretexto y gastar millones de bonos de carbono en el camino. Tampoco podemos ignorar el problema gigantesco del cambio climático global y sus consecuencias a largo y mediano plazo.
Estamos ante un problema de perspectiva, por un lado tenemos un enemigo invisible cuyas consecuencias en la salud son inmediatas, un virus que puede acabar con una vida en cuestión de días. Y por otro lado, llevamos 50 años acumulando un deterioro ambiental brutal que va impedir a los niños de hoy seguir viviendo como hemos vivido. Estamos secando los acuíferos, ensuciando el aire y el agua, contaminando al mar de mil maneras distintas, elevando la temperatura global del mar y derritiendo los polos y a los glaciales de las montañas, arrasando selvas, tumbando bosques, dinamitando montañas para sacar metales, y todo esto, ¿a cambio de qué?
Esta es la primera entrega de una serie donde vamos a reflexionar juntos sobre cada uno de estos problemas ambientales y sobre lo qué podemos hacer como individuos y como sociedad para combatirlos. Finalmente, es la suma de las acciones individuales, como el “quédate en casa”, lo que puede llegar a tener un impacto global.
Estamos viviendo una especie de Apocalipsis zombi, solo que el zombi no tomó la forma que nos planteó Hollywood, sino la de una partícula inanimada que al entrar al contacto con nuestras mucosas, penetra a las células del sistema respiratorio y multiplica sus propias proteínas y ácido nucleico al secuestrar las funciones normales de la célula; y al rato, en menos de 10 días, toma el control de todo nuestro cuerpo si le damos la oportunidad.
No creo que debamos regresar a la “normalidad” después de esta lección de humildad que nos ha dado una pequeñísima partícula de acido ribonucleico cubierta de proteínas y un poquito de grasa.
Que no se nos olvide que esta pequeña partícula llamada SARS-COV-2, vivía alejada en montes y selvas en Asia, entre animales silvestres como los murciélagos, y fue debido a la invasión de su ambiente que evolucionó en mercados llenos de gente, probablemente durante años, hasta que la “lotería genética” le encontró al mejor hospedero posible, nosotros, humanos deseosos de moverse, de moverse sin parar, sin pensar, febrilmente, de un lado al otro del mundo, para estar en contacto con otros humanos que comparten ese deseo voraz. Paremos un momento y reflexionemos sobre las causas y las consecuencias de nuestro encierro.