La primera exposición de Don Baldemar se organizó, de manera clandestina, en las bancas donde solía dormir. El evento se anunció en redes sociales y poco a poco fue haciéndose de una red de clientes y seguidores de su arte. Hoy suma ya ocho exposiciones en diferentes estados de la República mexicana.
Un hombre de 76 años, con las manos callosas de trabajar, una chamarra verde militar gruesa, una gran bolsa negra de plástico en la mano y una sonrisa con pocos dientes entra a LOOT, la galería de arte ubicada en la colonia Roma Norte. Ese mismo día por la tarde se expondrían sus dibujos para ser vendidos en Gran Salón México, una feria dedicada a la ilustración contemporánea que se lleva a cabo anualmente en la Ciudad de México.
“Yo nunca me imaginé que iba a pisar un suelo así”, es lo primero que Don Baldemar dice cuando al entrar da sus primeros pasos sobre el piso recién lustrado y de material brilloso que se extiende hasta el final de la galería. Don Baldemar Véliz es un ilustrador que, hasta hace unos meses, dormía en una banca cerca de la Diana Cazadora, sobre el Paseo de la Reforma.
“¿Tiene familia usted?”, le pregunto. “Pues, mire, mi señora es mi panza y mis hijos son mis tripas. Todos los días les tengo que dar de comer”, responde.
En marzo del 2020 su vida cambió gracias a sus dibujos y al esfuerzo de Tania Ríos. Hoy Don Balde duerme en un pequeño departamento que paga con las ganancias de sus ilustraciones.
“Dios se apiadó de mí y me mandó un ángel para sacarme de vivir en las peores condiciones, ese ángel es ella”, dice Don Balde y apunta a Tania con un dedo firme. Tania Ríos, a quien Don Balde, entre risas, llama “mamá”, es una joven que en medio de la pandemia decidió apoyarlo y comenzó a publicar en redes sociales su trabajo, su cuenta de Instagram creció tanto que Don Balde ha llegado a vender ilustraciones en Japón y otras partes del mundo.
Tania me explica que la primera exposición de Don Baldemar se organizó, de manera clandestina, en las bancas donde solía dormir. El evento se anunció en redes sociales y poco a poco fue haciéndose de una red de clientes y seguidores de su arte. Hoy suma ya ocho exposiciones en diferentes estados de la República mexicana.
Con un tono muy alegre Don Baldemar brinca de tema en tema a lo largo de nuestra conversación. Pasa de hablar sobre animales y sus propiedades curativas, a la travesía que emprendió cuando “brincó el charco” hacia El Paso, Texas, y sorprendió a la “migra gringa” con un inglés aprendido de oído. Poco se interesa en hablar sobre sus dibujos, que tiene extendidos sobre la mesa como un gran mantel colorido hecho de cartón y papel. Dibujos que ha hecho sobre recibos de luz y de renta, alguno que trazó al reverso de otro o pegó en pedazos de cajas de cartón. “Acá se me acabó la pintura blanca y tuve que pintarlo de amarillo, por eso el tigre es de ese color”, explica.
A Don Baldemar le gusta dibujar animales que suele acompañar de alguna frase creativa, escrita en inglés o en español. “Hai te voy”, escribió por ejemplo, para acompañar un dibujo de un gran gato con los dientes y garras de fuera. Varias de sus obras incluyen leones o felinos de gran tamaño, pero también animales del campo como conejos y serpientes. Me cuenta que muchos de ellos son animales que solía ver cuando vivía en el campo antes de mudarse a la Ciudad de México a los 18 años. Comparte, con gran seguridad, que comer piel de serpiente de cascabel previene enfermedades como el cáncer y la diabetes, y que los búhos duermen siempre con los ojos abiertos.
Sin embargo, la obra de Don Baldemar no se limita solo a animales, otros de sus dibujos retratan personajes de televisión, mujeres, la vida en las calles, trabajadoras sexuales y desnudos eróticos. Dibujos que, al mostrar, acompaña de una que otra anécdota de tono pícaro. “Ay, Don Balde…”, exclama Tania cada tanto, un tanto apenada.
Siendo autodidacta en el dibujo, sus obras son tan espontáneas y auténticas como su personalidad. A través de trazos comparte sus vivencias de una manera tan honesta y sencilla que conectan fácilmente con cualquier espectador.
“Mis plumas que brillan ya casi se me acaban”, dice Don Balde. “¿Cuáles son esas?”, le pregunto. “Unas plumas de colores con glitter que Don Balde usa para delinear”, me aclara Tania.
En cuanto a herramientas de trabajo, Don Balde usa lápices de colores y plumas para trazar líneas firmes que simulan texturas, pero también experimenta con cuanto material tenga a la mano, incluso ha hecho un par de collages y una pintura al óleo. Se trata de una colaboración con el ilustrador mexicano Carlos Rodríguez, quien también expone en Gran Salón México y fue el responsable de presentarle la obra de Don Baldemar a Maru Aguzzi, directora de esta feria de ilustración.
Don Balde toma entre sus manos la ilustración de un gran león de color amarillo, uno de sus personajes recurrentes que, en esta ocasión, aparece montado por un hombre desnudo, personaje insignia de Rodríguez, en medio de la selva. La historia detrás de esta colaboración comenzó en julio de este año, cuando Don Balde aún vivía en la calle y Carlos Rodríguez lo buscó a través de su página de Instagram para colaborar. Unos días más tarde, le envió un enorme lienzo en blanco y una caja de pinturas al óleo para que comenzara a trabajar.
“Yo hice el león y se lo entregué. Él le puso sombra y toda la cosa”, me explica, mientras ve el dibujo con cariño, recordando, me imagino, aquel tiempo en el que extendía el lienzo sobre el suelo de Reforma para pintar junto a la banca que le servía como asiento y cama.
Gran Salón México nació en 2014, en medio de un ambiente que prometía un cambio importante para la ilustración en América Latina. Tras trabajar durante años con ilustradores, Maru Aguzzi, diseñadora argentina que ha vivido mucho tiempo en México, decidió que era el momento de crear un espacio para promover y difundir la ilustración mexicana contemporánea.
Este año Gran Salón México reunió a más de 30 ilustradores mexicanos, entre ellos Pamela Medina, Emmanuel García, Daniela Salmón, Beto Petiches y Frossshhh; y cinco artistas invitados de República Checa. Barbora Müllerová y Naděžda Bilinová, directoras de LUSTR, un festival de ilustración en Praga, fueron las encargadas de seleccionar y traer su trabajo. Las obras de los 35 artistas invitados llenaron por completo las cuatro paredes de LOOT y fueron un éxito en ventas.
La ilustración parece ubicarse en un sitio borroso entre el diseño y el arte contemporáneo, con tintes de ambos, pero sin pertenecer a ninguno. Charlando con Maru coincidimos en que una de las grandes diferencias radica en que la ilustración no necesita conocer una técnica específica, dominar materiales especiales o estar respaldada por un bagaje cultural mínimo; cualquiera puede dibujar, todos lo hemos hecho alguna vez en nuestra vida. Eso lo hace una disciplina menos exclusiva y por lo tanto, menos elitista, permite que personajes como Don Balde puedan entrar al medio y exponer codo a codo con ilustradores de renombre internacional.
“Si me invitan otra vez para el próximo año les voy a hacer unos dibujos mejores. Yo hubiera sido un pintor de los grandes, pero me aferré a dibujar así nomás”, dice Don Balde mientras camina por el pasillo de la galería que exhibe su obra cerca de la entrada, del lado derecho. Ahí, seis de sus dibujos enmarcados cuelgan en una pared blanca junto con una ficha que habla de su autor. Don Baldemar Véliz observa en silencio sin darse cuenta de que ya es uno de los grandes.