Las primeras variedades comerciales de alimentos modificados genéticamente en laboratorios surgieron en 1996 y años más tarde, en México, se detectó la contaminación transgénica del maíz nativo, por lo que se aplazó su liberación comercial en el país e inició una batalla legal por regular su siembra. En 2005 se publicó la Ley de Bioseguridad de Organismos Genéticamente Modificados y en ese mismo año empresas como Monsanto, Pioneer y Dow Agrosciences recibieron siete permisos para cultivar maíz transgénico en Sinaloa, Sonora y Tamaulipas, sin embargo, dichos permisos se rescindieron posteriormente por el incumplimiento de requisitos legales.
Después de años de debate, México definió que la siembra de maíz transgénico en el territorio nacional quedaría prohibida, esto bajo argumentos de protección a la biodiversidad y a la salud, pues se había vinculado a incrementos en casos de cáncer; sin embargo, esta prohibición no limitaba su importación, por lo que en años posteriores el país siguió adquiriendo maíz modificado proveniente de Estados Unidos, hasta la llegada de López Obrador. En 2020 el país emitió un decreto en el que se estableció que para 2024 habría una prohibición total de transgénicos y glifosato, que es el herbicida que se usa para este tipo de maíz, sin embargo, después de una serie de negociaciones, esta fecha se extendió hasta 2025.
En un contexto de tensiones políticas y económicas, Estados Unidos solicitó recientemente a México una serie de consultas técnicas sobre este decreto, al considerar que contraviene los acuerdos del T-MEC. El debate en torno a lo dañino que podría ser este tipo maíz se ha intensificado con el paso de los años, pero aún no hay información científica contundente al respecto. En torno al tema surgen muchas preguntas, ¿el maíz transgénico es realmente malo para la salud?, y de ser así, ¿a qué se debe?, ¿qué implicaciones comerciales podría tener para México el seguir adelante con este decreto? y ¿cuál sería la mejor forma de regular este tema?
Primero que nada, es importante saber que en México se consumen dos variedades de maíz: blanco y amarillo. El maíz blanco es el más usado, es la materia prima la tortilla y muchos de los alimentos más consumidos en el país; mientras que el amarillo es usado principalmente para la alimentación de ganado y la producción de diversos endulzantes artificiales.
Sobre el primero no hay debate, pues México produce lo suficiente para su autoconsumo, es alrededor del maíz amarillo donde está la discusión. El principal problema está en el glifosato, un herbicida usado para optimizar su cosecha al reducir la maleza que nace alrededor.
Con base en una revisión de cerca de mil estudios, la Agencia Internacional para la Investigación sobre el Cáncer de la OMS, consideró al glifosato como un posible cancerígeno para humanos y aunque el maíz amarillo está diseñado para ser tolerante a él, aún no hay pruebas suficientes que demuestren que los restos de este producto pueden permanecer en los granos, aumentando el riesgo de cáncer de quienes lo consumen. Lo que sí existe son casos de personas en diversas partes de Estados Unidos que han denunciado el desarrollo de cáncer derivado de la constante exposición con este componente.
Es de esperarse que el tema encienda alarmas en México, donde el ciudadano promedio consume un promedio de 200 kilos de maíz al año, pero si el consumo principal está centrado en el maíz blanco y no en el transgénico, ¿por qué se ha optado por la prohibición estricta y no por una regulación moderada? Jaime Morales Hernández, doctor en Agroecología por la Universidad de Córdoba, España, y vocal de la Sociedad Científica Latinoamericana de Agroecología, lo explica. “Hasta que no tengamos las suficientes evidencias de investigación para decir: ‘si usted consume dos kilos diarios de maíz transgénico en forma de totopos, tortilla, o chilaquiles no va a tener problemas, porque ya estudiamos a una generación completa’, se aplica el principio precautorio”.
En resumen, Estados Unidos le está pidiendo pruebas a México que demuestren que este maíz es dañino para la salud, pero para que estas pruebas puedan ser certeras tendría que pasar toda una generación que lo haya consumido constantemente. Ante ello, Morales Hernández brinda un argumento que podría facilitar este debate: “una de las cosas que sí representa un riesgo y un riesgo que está además científicamente comprobado, es la contaminación de los maíces nativos por los maíces transgénicos. En México hay 62 razas de maíz, alrededor de 300 variedades diferentes, que corren un alto riesgo de contaminación por el maíz transgénico”.
En el país se consumen variantes transgénicas de frutas y verduras como la papaya, el tomate, la calabaza, la papa, etc. Sin embargo, a diferencia de éstas, las semillas del maíz son más delicadas y susceptibles de mezclarse, por lo que es más probable que las variantes locales se contaminen con la presencia de maíz transgénico y se vayan perdiendo poco a poco. De hecho, en 2003, campesinos y comunidades indígenas publicaron pruebas de la contaminación de variedades nativas de maíz en al menos nueve estados, aun sin que la siembra de maíz transgénico esté permitida en México.
Pero a pesar de esto hay científicos a favor de su importación y consumo. Agustín López Munguía Canales, catedrático e investigador de la UNAM, y doctor en Biotecnología por el Instituto Nacional de Ciencias Aplicadas de Toulouse, Francia, explica su postura: “Los alimentos modificados genéticamente han sido los más vigilados en la historia de la agricultura moderna. El glifosato, per se, es una de esas moléculas que surgen una vez cada siglo y es una maravilla, porque hace que el trabajo en el campo se reduzca significativamente. El gobierno propuso regresar al machete, pero en los tiempos que estamos viviendo, con la demanda de alimentos que hay y las superficies que se siembran, regresar al machete no parece un argumento serio o una opción viable; entonces yo creo que hay que buscar opciones, porque el problema del glifosato ha sido su éxito, es tan efectivo que estamos abusando”.
Aunque, como mencionamos, aun no hay estudios contundentes sobre el glifosato como agente cancerígeno. “La Organización Mundial de la Salud lo clasificó como probable peligro, tan probable como lo puede ser la carne, entonces si nos vamos a fiar por ese criterio de probabilidad, empezaría por decir que todo producto es un tóxico potencial, todo depende de cuánto usemos. Tan tóxico es el glifosato como lo es la sal o la aspirina, lo que tenemos que regular es cuánto se está usando en el campo. Si no ponemos ciencia en la argumentación para este tipo de negociaciones, pues vamos a caer en un caso donde lo que se impone es el poder económico, a ver quién puede castigar más a quien”, argumenta Agustín López Munguía.
Aunque tienen posturas diferentes respecto al glifosato, ambos expertos coinciden en que lo que urge es una regulación de su uso.
Aún queda la duda de cómo México manejará la situación con su socio comercial para evitar repercusiones, ya que una violación al T-MEC podría traer graves consecuencias. Actualmente se requieren 19 millones de toneladas anuales para satisfacer la demanda de maíz amarillo, de las cuáles solo cuatro se producen en México, siendo las demás de origen estadounidense.
Renata Zilli, maestra en Relaciones Internacionales y Economía Internacional por la Johns Hopkins School e investigadora de tiempo completo para el Centro Europeo para la Política Económica Internacional, hace un análisis del panorama actual: “el gobierno de México emitió un nuevo decreto el 13 de febrero, en el cual hizo una corrección, al decir, ‘no vamos a prohibir la importación para la industria pecuaria, pero sí vamos a prohibir la importación, la producción y el uso del maíz transgénico para el consumo humano, para la tortilla o derivados’ ”. Sin embargo, esto no fue suficiente para el gobierno estadounidense, que quiere vender el maíz sin restricciones y está negociando para lograrlo. “Actualmente estamos en la primera etapa formal del proceso, que es de consultas sobre un desacuerdo comercial y digo formal, porque ya ha habido una serie de encuentros con agencias del gobierno”, aclara Zilli.
Si esto no fuera suficiente para resolver el conflicto, habría que pasar a una etapa definitoria de paneles, donde un conjunto de expertos deberá definir quién tiene la razón. “En caso de que el panel determine que México efectivamente está violando los compromisos del T-MEC, se emitirá un laudo arbitral y ahí México tendría que acatar completamente la resolución del panel”, aunque para llegar a este punto, explica Zilli, aún falta tiempo.
El presidente se ha mostrado dispuesto a negociar, ya que ha aceptado extender el periodo de importación hasta 2025, y ha relajado las medidas prohibicionistas limitándolas al maíz de consumo humano. Sin embargo, la falta de pruebas científicas contundentes seguirá siendo una gran limitante para tomar decisiones certeras en torno al tema.
Para más información al respecto escucha el episodio completo de Semanario Gatopardo en voz de Fernanda Caso.