De los muchos relatos del arte mexicano en los años noventa que adoptó prácticas como video, acciones, performance o instalación, ninguna ha generado más curiosidad que la del Taller de los Viernes, el espacio donde Jerónimo López, Abraham Cruzvillegas, Gabriel Kuri y Damián Ortega se reunían entre los años 1987 y 1991 —bajo la tutela de Gabriel Orozco— para desarrollar obras y discutir ideas que no tenían cabida en la escuela de arte. Entre la improvisación y una genuina voluntad por diversificar una incipiente escena artística, esfuerzos como estos cimentaron la historia del arte en el México de fin de siglo. Casi treinta años después, ¿cómo seguir escribiendo dicha historia sin perder el espíritu lúdico que la originó?
Una posible respuesta es el libro Damián Ortega. Módulos de construcción. Textos críticos, publicado por el Fondo de Cultura Económica, en el que cuarenta escritores, críticos, curadores, filósofos, periodistas y artistas analizan el trabajo de uno de los creadores nacionales más interesantes en la actualidad. Reconocido internacionalmente como uno de los artistas contemporáneos más importantes de México, con exposiciones en museos como Tate Modern en Londres, Centro Pompidou en París o Reina Sofía en Madrid, Damián Ortega es una pieza clave de la historia del arte mexicano.
Más que representar una visión conclusiva de su trayectoria, esta publicación pretende ser una carta de presentación, un cúmulo de miradas heterogéneas que orillen al lector a conocer una obra que, a partir de un profundo —aunque juguetón— entendimiento de los modos de hacer populares, entabla un diálogo discreto con las herramientas y los materiales del escultor, dejándolas ser, celebrando el diálogo entre espíritu y materia.
“Lo que a mí me interesaba es que realmente fuera un libro que reflejara el impacto que ha tenido su obra en muy distintas áreas del saber y también las distintas lecturas que se han hecho de ella con el ánimo de entender su complejidad y su abigarramiento. No cierra o no sutura lo que es su obra, sino que, más bien, la abre, suma capas interpretativas”, comenta en entrevista Luciano Concheiro, historiador y sociólogo encargado de la compilación de estos textos, quien en vez de facilitar o hacer didáctica la entrada al trabajo de Ortega, considera que es necesario entenderlo a fondo, como un cruce de cuestionamientos vital para entender no sólo el arte, sino la realidad que vivimos.
“Para mí, la obra de Damián es una inspiración para pensar ciertos problemas. Vivimos en un momento tal en México, de tal incertidumbre, de tal crisis de los conceptos con los cuales pensamos nuestra realidad, que tenemos que repensar con la misma radicalidad, y en ese sentido la obra de Damián es tan rica, plantea tantas cosas, que puede servir para empezar a entrever cosas. En los artistas he descubierto una libertad absoluta, una manera de trabajar los problemas, un elemento crítico que a veces no encuentro en otras partes, como en la academia”, dice Concheiro.
Quizás la gran pertinencia de este libro sea presentar a un artista en un país donde no suele figurar pero cuya impronta lleva irremediablemente con él, evidente en su ingenio para plantear problemas escultóricos, urbanos, económicos o arquitectónicos. ¿Cómo entender esto sin encasillar su práctica en una categoría inmóvil, sin pretender oficializar su historia? “Creo que lo interesante es que no es un artista local en el sentido más chato del término. Los problemas que plantea, las preguntas que abre van mucho más allá del contexto mexicano. ¿Cómo das cuenta de una obra así?”, se pregunta el propio Concheiro. “Para mí, esta es una buena solución, un libro disperso, indisciplinario, zigzagueante, como es la obra de Damián Ortega”, concluye.
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La obra de Damián Ortega es analizada y revisitada por críticos, escritores e historiadores en un imperdible libro.
De los muchos relatos del arte mexicano en los años noventa que adoptó prácticas como video, acciones, performance o instalación, ninguna ha generado más curiosidad que la del Taller de los Viernes, el espacio donde Jerónimo López, Abraham Cruzvillegas, Gabriel Kuri y Damián Ortega se reunían entre los años 1987 y 1991 —bajo la tutela de Gabriel Orozco— para desarrollar obras y discutir ideas que no tenían cabida en la escuela de arte. Entre la improvisación y una genuina voluntad por diversificar una incipiente escena artística, esfuerzos como estos cimentaron la historia del arte en el México de fin de siglo. Casi treinta años después, ¿cómo seguir escribiendo dicha historia sin perder el espíritu lúdico que la originó?
Una posible respuesta es el libro Damián Ortega. Módulos de construcción. Textos críticos, publicado por el Fondo de Cultura Económica, en el que cuarenta escritores, críticos, curadores, filósofos, periodistas y artistas analizan el trabajo de uno de los creadores nacionales más interesantes en la actualidad. Reconocido internacionalmente como uno de los artistas contemporáneos más importantes de México, con exposiciones en museos como Tate Modern en Londres, Centro Pompidou en París o Reina Sofía en Madrid, Damián Ortega es una pieza clave de la historia del arte mexicano.
Más que representar una visión conclusiva de su trayectoria, esta publicación pretende ser una carta de presentación, un cúmulo de miradas heterogéneas que orillen al lector a conocer una obra que, a partir de un profundo —aunque juguetón— entendimiento de los modos de hacer populares, entabla un diálogo discreto con las herramientas y los materiales del escultor, dejándolas ser, celebrando el diálogo entre espíritu y materia.
“Lo que a mí me interesaba es que realmente fuera un libro que reflejara el impacto que ha tenido su obra en muy distintas áreas del saber y también las distintas lecturas que se han hecho de ella con el ánimo de entender su complejidad y su abigarramiento. No cierra o no sutura lo que es su obra, sino que, más bien, la abre, suma capas interpretativas”, comenta en entrevista Luciano Concheiro, historiador y sociólogo encargado de la compilación de estos textos, quien en vez de facilitar o hacer didáctica la entrada al trabajo de Ortega, considera que es necesario entenderlo a fondo, como un cruce de cuestionamientos vital para entender no sólo el arte, sino la realidad que vivimos.
“Para mí, la obra de Damián es una inspiración para pensar ciertos problemas. Vivimos en un momento tal en México, de tal incertidumbre, de tal crisis de los conceptos con los cuales pensamos nuestra realidad, que tenemos que repensar con la misma radicalidad, y en ese sentido la obra de Damián es tan rica, plantea tantas cosas, que puede servir para empezar a entrever cosas. En los artistas he descubierto una libertad absoluta, una manera de trabajar los problemas, un elemento crítico que a veces no encuentro en otras partes, como en la academia”, dice Concheiro.
Quizás la gran pertinencia de este libro sea presentar a un artista en un país donde no suele figurar pero cuya impronta lleva irremediablemente con él, evidente en su ingenio para plantear problemas escultóricos, urbanos, económicos o arquitectónicos. ¿Cómo entender esto sin encasillar su práctica en una categoría inmóvil, sin pretender oficializar su historia? “Creo que lo interesante es que no es un artista local en el sentido más chato del término. Los problemas que plantea, las preguntas que abre van mucho más allá del contexto mexicano. ¿Cómo das cuenta de una obra así?”, se pregunta el propio Concheiro. “Para mí, esta es una buena solución, un libro disperso, indisciplinario, zigzagueante, como es la obra de Damián Ortega”, concluye.
La obra de Damián Ortega es analizada y revisitada por críticos, escritores e historiadores en un imperdible libro.
De los muchos relatos del arte mexicano en los años noventa que adoptó prácticas como video, acciones, performance o instalación, ninguna ha generado más curiosidad que la del Taller de los Viernes, el espacio donde Jerónimo López, Abraham Cruzvillegas, Gabriel Kuri y Damián Ortega se reunían entre los años 1987 y 1991 —bajo la tutela de Gabriel Orozco— para desarrollar obras y discutir ideas que no tenían cabida en la escuela de arte. Entre la improvisación y una genuina voluntad por diversificar una incipiente escena artística, esfuerzos como estos cimentaron la historia del arte en el México de fin de siglo. Casi treinta años después, ¿cómo seguir escribiendo dicha historia sin perder el espíritu lúdico que la originó?
Una posible respuesta es el libro Damián Ortega. Módulos de construcción. Textos críticos, publicado por el Fondo de Cultura Económica, en el que cuarenta escritores, críticos, curadores, filósofos, periodistas y artistas analizan el trabajo de uno de los creadores nacionales más interesantes en la actualidad. Reconocido internacionalmente como uno de los artistas contemporáneos más importantes de México, con exposiciones en museos como Tate Modern en Londres, Centro Pompidou en París o Reina Sofía en Madrid, Damián Ortega es una pieza clave de la historia del arte mexicano.
Más que representar una visión conclusiva de su trayectoria, esta publicación pretende ser una carta de presentación, un cúmulo de miradas heterogéneas que orillen al lector a conocer una obra que, a partir de un profundo —aunque juguetón— entendimiento de los modos de hacer populares, entabla un diálogo discreto con las herramientas y los materiales del escultor, dejándolas ser, celebrando el diálogo entre espíritu y materia.
“Lo que a mí me interesaba es que realmente fuera un libro que reflejara el impacto que ha tenido su obra en muy distintas áreas del saber y también las distintas lecturas que se han hecho de ella con el ánimo de entender su complejidad y su abigarramiento. No cierra o no sutura lo que es su obra, sino que, más bien, la abre, suma capas interpretativas”, comenta en entrevista Luciano Concheiro, historiador y sociólogo encargado de la compilación de estos textos, quien en vez de facilitar o hacer didáctica la entrada al trabajo de Ortega, considera que es necesario entenderlo a fondo, como un cruce de cuestionamientos vital para entender no sólo el arte, sino la realidad que vivimos.
“Para mí, la obra de Damián es una inspiración para pensar ciertos problemas. Vivimos en un momento tal en México, de tal incertidumbre, de tal crisis de los conceptos con los cuales pensamos nuestra realidad, que tenemos que repensar con la misma radicalidad, y en ese sentido la obra de Damián es tan rica, plantea tantas cosas, que puede servir para empezar a entrever cosas. En los artistas he descubierto una libertad absoluta, una manera de trabajar los problemas, un elemento crítico que a veces no encuentro en otras partes, como en la academia”, dice Concheiro.
Quizás la gran pertinencia de este libro sea presentar a un artista en un país donde no suele figurar pero cuya impronta lleva irremediablemente con él, evidente en su ingenio para plantear problemas escultóricos, urbanos, económicos o arquitectónicos. ¿Cómo entender esto sin encasillar su práctica en una categoría inmóvil, sin pretender oficializar su historia? “Creo que lo interesante es que no es un artista local en el sentido más chato del término. Los problemas que plantea, las preguntas que abre van mucho más allá del contexto mexicano. ¿Cómo das cuenta de una obra así?”, se pregunta el propio Concheiro. “Para mí, esta es una buena solución, un libro disperso, indisciplinario, zigzagueante, como es la obra de Damián Ortega”, concluye.
La obra de Damián Ortega es analizada y revisitada por críticos, escritores e historiadores en un imperdible libro.
De los muchos relatos del arte mexicano en los años noventa que adoptó prácticas como video, acciones, performance o instalación, ninguna ha generado más curiosidad que la del Taller de los Viernes, el espacio donde Jerónimo López, Abraham Cruzvillegas, Gabriel Kuri y Damián Ortega se reunían entre los años 1987 y 1991 —bajo la tutela de Gabriel Orozco— para desarrollar obras y discutir ideas que no tenían cabida en la escuela de arte. Entre la improvisación y una genuina voluntad por diversificar una incipiente escena artística, esfuerzos como estos cimentaron la historia del arte en el México de fin de siglo. Casi treinta años después, ¿cómo seguir escribiendo dicha historia sin perder el espíritu lúdico que la originó?
Una posible respuesta es el libro Damián Ortega. Módulos de construcción. Textos críticos, publicado por el Fondo de Cultura Económica, en el que cuarenta escritores, críticos, curadores, filósofos, periodistas y artistas analizan el trabajo de uno de los creadores nacionales más interesantes en la actualidad. Reconocido internacionalmente como uno de los artistas contemporáneos más importantes de México, con exposiciones en museos como Tate Modern en Londres, Centro Pompidou en París o Reina Sofía en Madrid, Damián Ortega es una pieza clave de la historia del arte mexicano.
Más que representar una visión conclusiva de su trayectoria, esta publicación pretende ser una carta de presentación, un cúmulo de miradas heterogéneas que orillen al lector a conocer una obra que, a partir de un profundo —aunque juguetón— entendimiento de los modos de hacer populares, entabla un diálogo discreto con las herramientas y los materiales del escultor, dejándolas ser, celebrando el diálogo entre espíritu y materia.
“Lo que a mí me interesaba es que realmente fuera un libro que reflejara el impacto que ha tenido su obra en muy distintas áreas del saber y también las distintas lecturas que se han hecho de ella con el ánimo de entender su complejidad y su abigarramiento. No cierra o no sutura lo que es su obra, sino que, más bien, la abre, suma capas interpretativas”, comenta en entrevista Luciano Concheiro, historiador y sociólogo encargado de la compilación de estos textos, quien en vez de facilitar o hacer didáctica la entrada al trabajo de Ortega, considera que es necesario entenderlo a fondo, como un cruce de cuestionamientos vital para entender no sólo el arte, sino la realidad que vivimos.
“Para mí, la obra de Damián es una inspiración para pensar ciertos problemas. Vivimos en un momento tal en México, de tal incertidumbre, de tal crisis de los conceptos con los cuales pensamos nuestra realidad, que tenemos que repensar con la misma radicalidad, y en ese sentido la obra de Damián es tan rica, plantea tantas cosas, que puede servir para empezar a entrever cosas. En los artistas he descubierto una libertad absoluta, una manera de trabajar los problemas, un elemento crítico que a veces no encuentro en otras partes, como en la academia”, dice Concheiro.
Quizás la gran pertinencia de este libro sea presentar a un artista en un país donde no suele figurar pero cuya impronta lleva irremediablemente con él, evidente en su ingenio para plantear problemas escultóricos, urbanos, económicos o arquitectónicos. ¿Cómo entender esto sin encasillar su práctica en una categoría inmóvil, sin pretender oficializar su historia? “Creo que lo interesante es que no es un artista local en el sentido más chato del término. Los problemas que plantea, las preguntas que abre van mucho más allá del contexto mexicano. ¿Cómo das cuenta de una obra así?”, se pregunta el propio Concheiro. “Para mí, esta es una buena solución, un libro disperso, indisciplinario, zigzagueante, como es la obra de Damián Ortega”, concluye.
La obra de Damián Ortega es analizada y revisitada por críticos, escritores e historiadores en un imperdible libro.
De los muchos relatos del arte mexicano en los años noventa que adoptó prácticas como video, acciones, performance o instalación, ninguna ha generado más curiosidad que la del Taller de los Viernes, el espacio donde Jerónimo López, Abraham Cruzvillegas, Gabriel Kuri y Damián Ortega se reunían entre los años 1987 y 1991 —bajo la tutela de Gabriel Orozco— para desarrollar obras y discutir ideas que no tenían cabida en la escuela de arte. Entre la improvisación y una genuina voluntad por diversificar una incipiente escena artística, esfuerzos como estos cimentaron la historia del arte en el México de fin de siglo. Casi treinta años después, ¿cómo seguir escribiendo dicha historia sin perder el espíritu lúdico que la originó?
Una posible respuesta es el libro Damián Ortega. Módulos de construcción. Textos críticos, publicado por el Fondo de Cultura Económica, en el que cuarenta escritores, críticos, curadores, filósofos, periodistas y artistas analizan el trabajo de uno de los creadores nacionales más interesantes en la actualidad. Reconocido internacionalmente como uno de los artistas contemporáneos más importantes de México, con exposiciones en museos como Tate Modern en Londres, Centro Pompidou en París o Reina Sofía en Madrid, Damián Ortega es una pieza clave de la historia del arte mexicano.
Más que representar una visión conclusiva de su trayectoria, esta publicación pretende ser una carta de presentación, un cúmulo de miradas heterogéneas que orillen al lector a conocer una obra que, a partir de un profundo —aunque juguetón— entendimiento de los modos de hacer populares, entabla un diálogo discreto con las herramientas y los materiales del escultor, dejándolas ser, celebrando el diálogo entre espíritu y materia.
“Lo que a mí me interesaba es que realmente fuera un libro que reflejara el impacto que ha tenido su obra en muy distintas áreas del saber y también las distintas lecturas que se han hecho de ella con el ánimo de entender su complejidad y su abigarramiento. No cierra o no sutura lo que es su obra, sino que, más bien, la abre, suma capas interpretativas”, comenta en entrevista Luciano Concheiro, historiador y sociólogo encargado de la compilación de estos textos, quien en vez de facilitar o hacer didáctica la entrada al trabajo de Ortega, considera que es necesario entenderlo a fondo, como un cruce de cuestionamientos vital para entender no sólo el arte, sino la realidad que vivimos.
“Para mí, la obra de Damián es una inspiración para pensar ciertos problemas. Vivimos en un momento tal en México, de tal incertidumbre, de tal crisis de los conceptos con los cuales pensamos nuestra realidad, que tenemos que repensar con la misma radicalidad, y en ese sentido la obra de Damián es tan rica, plantea tantas cosas, que puede servir para empezar a entrever cosas. En los artistas he descubierto una libertad absoluta, una manera de trabajar los problemas, un elemento crítico que a veces no encuentro en otras partes, como en la academia”, dice Concheiro.
Quizás la gran pertinencia de este libro sea presentar a un artista en un país donde no suele figurar pero cuya impronta lleva irremediablemente con él, evidente en su ingenio para plantear problemas escultóricos, urbanos, económicos o arquitectónicos. ¿Cómo entender esto sin encasillar su práctica en una categoría inmóvil, sin pretender oficializar su historia? “Creo que lo interesante es que no es un artista local en el sentido más chato del término. Los problemas que plantea, las preguntas que abre van mucho más allá del contexto mexicano. ¿Cómo das cuenta de una obra así?”, se pregunta el propio Concheiro. “Para mí, esta es una buena solución, un libro disperso, indisciplinario, zigzagueante, como es la obra de Damián Ortega”, concluye.
De los muchos relatos del arte mexicano en los años noventa que adoptó prácticas como video, acciones, performance o instalación, ninguna ha generado más curiosidad que la del Taller de los Viernes, el espacio donde Jerónimo López, Abraham Cruzvillegas, Gabriel Kuri y Damián Ortega se reunían entre los años 1987 y 1991 —bajo la tutela de Gabriel Orozco— para desarrollar obras y discutir ideas que no tenían cabida en la escuela de arte. Entre la improvisación y una genuina voluntad por diversificar una incipiente escena artística, esfuerzos como estos cimentaron la historia del arte en el México de fin de siglo. Casi treinta años después, ¿cómo seguir escribiendo dicha historia sin perder el espíritu lúdico que la originó?
Una posible respuesta es el libro Damián Ortega. Módulos de construcción. Textos críticos, publicado por el Fondo de Cultura Económica, en el que cuarenta escritores, críticos, curadores, filósofos, periodistas y artistas analizan el trabajo de uno de los creadores nacionales más interesantes en la actualidad. Reconocido internacionalmente como uno de los artistas contemporáneos más importantes de México, con exposiciones en museos como Tate Modern en Londres, Centro Pompidou en París o Reina Sofía en Madrid, Damián Ortega es una pieza clave de la historia del arte mexicano.
Más que representar una visión conclusiva de su trayectoria, esta publicación pretende ser una carta de presentación, un cúmulo de miradas heterogéneas que orillen al lector a conocer una obra que, a partir de un profundo —aunque juguetón— entendimiento de los modos de hacer populares, entabla un diálogo discreto con las herramientas y los materiales del escultor, dejándolas ser, celebrando el diálogo entre espíritu y materia.
“Lo que a mí me interesaba es que realmente fuera un libro que reflejara el impacto que ha tenido su obra en muy distintas áreas del saber y también las distintas lecturas que se han hecho de ella con el ánimo de entender su complejidad y su abigarramiento. No cierra o no sutura lo que es su obra, sino que, más bien, la abre, suma capas interpretativas”, comenta en entrevista Luciano Concheiro, historiador y sociólogo encargado de la compilación de estos textos, quien en vez de facilitar o hacer didáctica la entrada al trabajo de Ortega, considera que es necesario entenderlo a fondo, como un cruce de cuestionamientos vital para entender no sólo el arte, sino la realidad que vivimos.
“Para mí, la obra de Damián es una inspiración para pensar ciertos problemas. Vivimos en un momento tal en México, de tal incertidumbre, de tal crisis de los conceptos con los cuales pensamos nuestra realidad, que tenemos que repensar con la misma radicalidad, y en ese sentido la obra de Damián es tan rica, plantea tantas cosas, que puede servir para empezar a entrever cosas. En los artistas he descubierto una libertad absoluta, una manera de trabajar los problemas, un elemento crítico que a veces no encuentro en otras partes, como en la academia”, dice Concheiro.
Quizás la gran pertinencia de este libro sea presentar a un artista en un país donde no suele figurar pero cuya impronta lleva irremediablemente con él, evidente en su ingenio para plantear problemas escultóricos, urbanos, económicos o arquitectónicos. ¿Cómo entender esto sin encasillar su práctica en una categoría inmóvil, sin pretender oficializar su historia? “Creo que lo interesante es que no es un artista local en el sentido más chato del término. Los problemas que plantea, las preguntas que abre van mucho más allá del contexto mexicano. ¿Cómo das cuenta de una obra así?”, se pregunta el propio Concheiro. “Para mí, esta es una buena solución, un libro disperso, indisciplinario, zigzagueante, como es la obra de Damián Ortega”, concluye.
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