El hombre hojalata. HAL 9000. Los replicantes. R2-D2. Terminator. David. Robotina. Sonny. Ava. Samantha. La lista sigue creciendo. Desde hace años, la humanidad se pregunta cómo será nuestra convivencia con tecnologías cada vez más inteligentes. Si en un futuro las máquinas tendrán sentimientos, habrá la famosa rebelión tipo Skynet o un escenario tan catastrófico como imaginó Isaac Asimov. Que si los robots se volverán en contra de sus dueños, que si nos dejarán indefensos, que si nos convertiremos en sus esclavos. Las preguntas son muchas y las respuestas, todavía, inciertas. Pero más allá de las grandes máquinas con ambiciones de conquista, son nuestros celulares —los dispositivos que usamos a diario y que alojan a Siri, a Alexa, a Facebook, a Netflix, a Spotify— los verdaderos ejemplos de que hay inteligencia artificial en todo lo que nos rodea. Pero no son sólo algoritmos instalados en nuestras pantallas, sino también los vehículos autónomos, los sensores que detectan nuestro estado de ánimo, los contenidos personalizados. No, no es una promesa. Es una realidad.
Llamamos inteligencia artificial (IA) a la tecnología que permite que las máquinas desempeñen tareas asociadas a la actividad humana y que, además, tengan la capacidad de aprendizaje para desarrollarlas de mejor manera a través del insumo y procesamiento de datos. La investigación inició en los cincuenta con la publicación del artículo “Computing Machinery and Intelligence”, del matemático Alan Turing, que reflexionaba sobre cómo construir máquinas inteligentes y medir su inteligencia. El término se acuñó oficialmente en 1956, por John McCarthy, profesor de Dartmouth.
En los años siguientes, agencias gubernamentales en Estados Unidos empezaron a financiar proyectos que entrenaran computadoras para imitar el razonamiento humano básico. La Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa de Estados Unidos (DARPA, por sus siglas en inglés) ha sido una figura clave. En los setenta, por ejemplo, financió el mapeo de calles y, en 2003, fue pionero en la configuración de asistentes personales inteligentes, once años antes de que Siri y Google Now vieran la luz.[caption id="attachment_236457" align="aligncenter" width="620"]
"The universal machine" de Alan Turing[/caption]
En este panorama, las universidades han tenido un papel crucial. En 1966, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) desarrolló ELIZA, el primer chatbot, un programa informático diseñado para simular una conversación interactiva con usuarios humanos. Su misión era enseñar a las computadoras a comunicarse con nosotros mediante texto. En 1979, por otro lado, el Laboratorio de Inteligencia Artificial de la Universidad de Stanford desarrolló el Stanford Cart, un incipiente vehículo controlado por una computadora que, en un video disponible en The New York Times, atravesó con éxito una sala llena de sillas.
Sin embargo, fue en 1997 cuando el potencial oculto de esta tecnología comenzó a adquirir mayor visibilidad: la supercomputadora de IBM, DeepBlue, venció al entonces campeón mundial de ajedrez, Garry Kasparov, en una serie de seis juegos. “Tuvo el impacto de una tragedia griega”, declaró después Monty Newborn, presidente del comité de ajedrez de la Association for Computing, responsable de oficiar aquel combate. Veinte años después, el programa de Google, AlphaZero, derrotaría a Stockfish, el mejor programa de juego de ajedrez a escala global, en una serie de cien partidas.
La clave del ascenso de la IA radica en tres grandes hitos: el desarrollo de más y mejores microprocesadores accesibles; la creciente sofisticación en la recopilación de datos —conocido ahora como big data—; así como la programación de mejores algoritmos. Se estima que las ganancias en el mercado a escala global incrementen de 3 200 millones de dólares, en 2016, a 89 850 millones, en 2025.
[caption id="attachment_236458" align="aligncenter" width="620"]
Stanford Cart creado por el Laboratorio de Inteligencia Artificial[/caption]
Personajes brillantes e innovadores como Elon Musk y Mark Zuckerberg están apostando en iniciativas para explorar los alcances de esta tecnología. En 2015, Musk fundó OpenAI, un proyecto de investigación sin fines de lucro, después de que un año antes diera a conocer su temor de que la inteligencia artificial podría ser más peligrosa que las armas nucleares. La tecnológica Google, a su vez, tiene como principal brazo de innovación en el tema a la firma DeepMind, una start-up inglesa que compró en 2014.
Hoy es un hecho que la IA está ganando más y más terreno. En salud, por ejemplo, la recopilación y gestión de datos son de suma importancia para la creación de expedientes digitales. En la agricultura, los científicos están desarrollando drones para levantar y mejorar los rendimientos de los cultivos. En el sector automotriz, las armadoras crean vehículos capaces de conducir autónomamente. En el de la publicidad y los viajes, las empresas cada vez más se sirven de IA para conocer mejor a sus usuarios. Músicos y artistas se han valido del uso de algoritmos para crear composiciones inexistentes, como la sinfonía inconclusa de Schubert.
A lo largo de las siguiente especial, iniciaremos un camino sobre las aplicaciones que tiene la inteligencia artificial en campos en los que interactuamos. Si bien todavía seguimos sin saber mucho sobre el futuro que tanto se hipotetiza, lo cierto es que el potencial es, aún, infinito.
*Ilustraciones de Alejandro Viñuela
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La "sinfonía inconclusa" de Schubert
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El futuro nos alcanzó
El hombre hojalata. HAL 9000. Los replicantes. R2-D2. Terminator. David. Robotina. Sonny. Ava. Samantha. La lista sigue creciendo. Desde hace años, la humanidad se pregunta cómo será nuestra convivencia con tecnologías cada vez más inteligentes. Si en un futuro las máquinas tendrán sentimientos, habrá la famosa rebelión tipo Skynet o un escenario tan catastrófico como imaginó Isaac Asimov. Que si los robots se volverán en contra de sus dueños, que si nos dejarán indefensos, que si nos convertiremos en sus esclavos. Las preguntas son muchas y las respuestas, todavía, inciertas. Pero más allá de las grandes máquinas con ambiciones de conquista, son nuestros celulares —los dispositivos que usamos a diario y que alojan a Siri, a Alexa, a Facebook, a Netflix, a Spotify— los verdaderos ejemplos de que hay inteligencia artificial en todo lo que nos rodea. Pero no son sólo algoritmos instalados en nuestras pantallas, sino también los vehículos autónomos, los sensores que detectan nuestro estado de ánimo, los contenidos personalizados. No, no es una promesa. Es una realidad.
Llamamos inteligencia artificial (IA) a la tecnología que permite que las máquinas desempeñen tareas asociadas a la actividad humana y que, además, tengan la capacidad de aprendizaje para desarrollarlas de mejor manera a través del insumo y procesamiento de datos. La investigación inició en los cincuenta con la publicación del artículo “Computing Machinery and Intelligence”, del matemático Alan Turing, que reflexionaba sobre cómo construir máquinas inteligentes y medir su inteligencia. El término se acuñó oficialmente en 1956, por John McCarthy, profesor de Dartmouth.
En los años siguientes, agencias gubernamentales en Estados Unidos empezaron a financiar proyectos que entrenaran computadoras para imitar el razonamiento humano básico. La Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa de Estados Unidos (DARPA, por sus siglas en inglés) ha sido una figura clave. En los setenta, por ejemplo, financió el mapeo de calles y, en 2003, fue pionero en la configuración de asistentes personales inteligentes, once años antes de que Siri y Google Now vieran la luz.[caption id="attachment_236457" align="aligncenter" width="620"]
"The universal machine" de Alan Turing[/caption]
En este panorama, las universidades han tenido un papel crucial. En 1966, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) desarrolló ELIZA, el primer chatbot, un programa informático diseñado para simular una conversación interactiva con usuarios humanos. Su misión era enseñar a las computadoras a comunicarse con nosotros mediante texto. En 1979, por otro lado, el Laboratorio de Inteligencia Artificial de la Universidad de Stanford desarrolló el Stanford Cart, un incipiente vehículo controlado por una computadora que, en un video disponible en The New York Times, atravesó con éxito una sala llena de sillas.
Sin embargo, fue en 1997 cuando el potencial oculto de esta tecnología comenzó a adquirir mayor visibilidad: la supercomputadora de IBM, DeepBlue, venció al entonces campeón mundial de ajedrez, Garry Kasparov, en una serie de seis juegos. “Tuvo el impacto de una tragedia griega”, declaró después Monty Newborn, presidente del comité de ajedrez de la Association for Computing, responsable de oficiar aquel combate. Veinte años después, el programa de Google, AlphaZero, derrotaría a Stockfish, el mejor programa de juego de ajedrez a escala global, en una serie de cien partidas.
La clave del ascenso de la IA radica en tres grandes hitos: el desarrollo de más y mejores microprocesadores accesibles; la creciente sofisticación en la recopilación de datos —conocido ahora como big data—; así como la programación de mejores algoritmos. Se estima que las ganancias en el mercado a escala global incrementen de 3 200 millones de dólares, en 2016, a 89 850 millones, en 2025.
[caption id="attachment_236458" align="aligncenter" width="620"]
Stanford Cart creado por el Laboratorio de Inteligencia Artificial[/caption]
Personajes brillantes e innovadores como Elon Musk y Mark Zuckerberg están apostando en iniciativas para explorar los alcances de esta tecnología. En 2015, Musk fundó OpenAI, un proyecto de investigación sin fines de lucro, después de que un año antes diera a conocer su temor de que la inteligencia artificial podría ser más peligrosa que las armas nucleares. La tecnológica Google, a su vez, tiene como principal brazo de innovación en el tema a la firma DeepMind, una start-up inglesa que compró en 2014.
Hoy es un hecho que la IA está ganando más y más terreno. En salud, por ejemplo, la recopilación y gestión de datos son de suma importancia para la creación de expedientes digitales. En la agricultura, los científicos están desarrollando drones para levantar y mejorar los rendimientos de los cultivos. En el sector automotriz, las armadoras crean vehículos capaces de conducir autónomamente. En el de la publicidad y los viajes, las empresas cada vez más se sirven de IA para conocer mejor a sus usuarios. Músicos y artistas se han valido del uso de algoritmos para crear composiciones inexistentes, como la sinfonía inconclusa de Schubert.
A lo largo de las siguiente especial, iniciaremos un camino sobre las aplicaciones que tiene la inteligencia artificial en campos en los que interactuamos. Si bien todavía seguimos sin saber mucho sobre el futuro que tanto se hipotetiza, lo cierto es que el potencial es, aún, infinito.
*Ilustraciones de Alejandro Viñuela
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El hombre hojalata. HAL 9000. Los replicantes. R2-D2. Terminator. David. Robotina. Sonny. Ava. Samantha. La lista sigue creciendo. Desde hace años, la humanidad se pregunta cómo será nuestra convivencia con tecnologías cada vez más inteligentes. Si en un futuro las máquinas tendrán sentimientos, habrá la famosa rebelión tipo Skynet o un escenario tan catastrófico como imaginó Isaac Asimov. Que si los robots se volverán en contra de sus dueños, que si nos dejarán indefensos, que si nos convertiremos en sus esclavos. Las preguntas son muchas y las respuestas, todavía, inciertas. Pero más allá de las grandes máquinas con ambiciones de conquista, son nuestros celulares —los dispositivos que usamos a diario y que alojan a Siri, a Alexa, a Facebook, a Netflix, a Spotify— los verdaderos ejemplos de que hay inteligencia artificial en todo lo que nos rodea. Pero no son sólo algoritmos instalados en nuestras pantallas, sino también los vehículos autónomos, los sensores que detectan nuestro estado de ánimo, los contenidos personalizados. No, no es una promesa. Es una realidad.
Llamamos inteligencia artificial (IA) a la tecnología que permite que las máquinas desempeñen tareas asociadas a la actividad humana y que, además, tengan la capacidad de aprendizaje para desarrollarlas de mejor manera a través del insumo y procesamiento de datos. La investigación inició en los cincuenta con la publicación del artículo “Computing Machinery and Intelligence”, del matemático Alan Turing, que reflexionaba sobre cómo construir máquinas inteligentes y medir su inteligencia. El término se acuñó oficialmente en 1956, por John McCarthy, profesor de Dartmouth.
En los años siguientes, agencias gubernamentales en Estados Unidos empezaron a financiar proyectos que entrenaran computadoras para imitar el razonamiento humano básico. La Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa de Estados Unidos (DARPA, por sus siglas en inglés) ha sido una figura clave. En los setenta, por ejemplo, financió el mapeo de calles y, en 2003, fue pionero en la configuración de asistentes personales inteligentes, once años antes de que Siri y Google Now vieran la luz.[caption id="attachment_236457" align="aligncenter" width="620"]
"The universal machine" de Alan Turing[/caption]
En este panorama, las universidades han tenido un papel crucial. En 1966, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) desarrolló ELIZA, el primer chatbot, un programa informático diseñado para simular una conversación interactiva con usuarios humanos. Su misión era enseñar a las computadoras a comunicarse con nosotros mediante texto. En 1979, por otro lado, el Laboratorio de Inteligencia Artificial de la Universidad de Stanford desarrolló el Stanford Cart, un incipiente vehículo controlado por una computadora que, en un video disponible en The New York Times, atravesó con éxito una sala llena de sillas.
Sin embargo, fue en 1997 cuando el potencial oculto de esta tecnología comenzó a adquirir mayor visibilidad: la supercomputadora de IBM, DeepBlue, venció al entonces campeón mundial de ajedrez, Garry Kasparov, en una serie de seis juegos. “Tuvo el impacto de una tragedia griega”, declaró después Monty Newborn, presidente del comité de ajedrez de la Association for Computing, responsable de oficiar aquel combate. Veinte años después, el programa de Google, AlphaZero, derrotaría a Stockfish, el mejor programa de juego de ajedrez a escala global, en una serie de cien partidas.
La clave del ascenso de la IA radica en tres grandes hitos: el desarrollo de más y mejores microprocesadores accesibles; la creciente sofisticación en la recopilación de datos —conocido ahora como big data—; así como la programación de mejores algoritmos. Se estima que las ganancias en el mercado a escala global incrementen de 3 200 millones de dólares, en 2016, a 89 850 millones, en 2025.
[caption id="attachment_236458" align="aligncenter" width="620"]
Stanford Cart creado por el Laboratorio de Inteligencia Artificial[/caption]
Personajes brillantes e innovadores como Elon Musk y Mark Zuckerberg están apostando en iniciativas para explorar los alcances de esta tecnología. En 2015, Musk fundó OpenAI, un proyecto de investigación sin fines de lucro, después de que un año antes diera a conocer su temor de que la inteligencia artificial podría ser más peligrosa que las armas nucleares. La tecnológica Google, a su vez, tiene como principal brazo de innovación en el tema a la firma DeepMind, una start-up inglesa que compró en 2014.
Hoy es un hecho que la IA está ganando más y más terreno. En salud, por ejemplo, la recopilación y gestión de datos son de suma importancia para la creación de expedientes digitales. En la agricultura, los científicos están desarrollando drones para levantar y mejorar los rendimientos de los cultivos. En el sector automotriz, las armadoras crean vehículos capaces de conducir autónomamente. En el de la publicidad y los viajes, las empresas cada vez más se sirven de IA para conocer mejor a sus usuarios. Músicos y artistas se han valido del uso de algoritmos para crear composiciones inexistentes, como la sinfonía inconclusa de Schubert.
A lo largo de las siguiente especial, iniciaremos un camino sobre las aplicaciones que tiene la inteligencia artificial en campos en los que interactuamos. Si bien todavía seguimos sin saber mucho sobre el futuro que tanto se hipotetiza, lo cierto es que el potencial es, aún, infinito.
*Ilustraciones de Alejandro Viñuela
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El futuro nos alcanzó
El hombre hojalata. HAL 9000. Los replicantes. R2-D2. Terminator. David. Robotina. Sonny. Ava. Samantha. La lista sigue creciendo. Desde hace años, la humanidad se pregunta cómo será nuestra convivencia con tecnologías cada vez más inteligentes. Si en un futuro las máquinas tendrán sentimientos, habrá la famosa rebelión tipo Skynet o un escenario tan catastrófico como imaginó Isaac Asimov. Que si los robots se volverán en contra de sus dueños, que si nos dejarán indefensos, que si nos convertiremos en sus esclavos. Las preguntas son muchas y las respuestas, todavía, inciertas. Pero más allá de las grandes máquinas con ambiciones de conquista, son nuestros celulares —los dispositivos que usamos a diario y que alojan a Siri, a Alexa, a Facebook, a Netflix, a Spotify— los verdaderos ejemplos de que hay inteligencia artificial en todo lo que nos rodea. Pero no son sólo algoritmos instalados en nuestras pantallas, sino también los vehículos autónomos, los sensores que detectan nuestro estado de ánimo, los contenidos personalizados. No, no es una promesa. Es una realidad.
Llamamos inteligencia artificial (IA) a la tecnología que permite que las máquinas desempeñen tareas asociadas a la actividad humana y que, además, tengan la capacidad de aprendizaje para desarrollarlas de mejor manera a través del insumo y procesamiento de datos. La investigación inició en los cincuenta con la publicación del artículo “Computing Machinery and Intelligence”, del matemático Alan Turing, que reflexionaba sobre cómo construir máquinas inteligentes y medir su inteligencia. El término se acuñó oficialmente en 1956, por John McCarthy, profesor de Dartmouth.
En los años siguientes, agencias gubernamentales en Estados Unidos empezaron a financiar proyectos que entrenaran computadoras para imitar el razonamiento humano básico. La Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa de Estados Unidos (DARPA, por sus siglas en inglés) ha sido una figura clave. En los setenta, por ejemplo, financió el mapeo de calles y, en 2003, fue pionero en la configuración de asistentes personales inteligentes, once años antes de que Siri y Google Now vieran la luz.[caption id="attachment_236457" align="aligncenter" width="620"]
"The universal machine" de Alan Turing[/caption]
En este panorama, las universidades han tenido un papel crucial. En 1966, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) desarrolló ELIZA, el primer chatbot, un programa informático diseñado para simular una conversación interactiva con usuarios humanos. Su misión era enseñar a las computadoras a comunicarse con nosotros mediante texto. En 1979, por otro lado, el Laboratorio de Inteligencia Artificial de la Universidad de Stanford desarrolló el Stanford Cart, un incipiente vehículo controlado por una computadora que, en un video disponible en The New York Times, atravesó con éxito una sala llena de sillas.
Sin embargo, fue en 1997 cuando el potencial oculto de esta tecnología comenzó a adquirir mayor visibilidad: la supercomputadora de IBM, DeepBlue, venció al entonces campeón mundial de ajedrez, Garry Kasparov, en una serie de seis juegos. “Tuvo el impacto de una tragedia griega”, declaró después Monty Newborn, presidente del comité de ajedrez de la Association for Computing, responsable de oficiar aquel combate. Veinte años después, el programa de Google, AlphaZero, derrotaría a Stockfish, el mejor programa de juego de ajedrez a escala global, en una serie de cien partidas.
La clave del ascenso de la IA radica en tres grandes hitos: el desarrollo de más y mejores microprocesadores accesibles; la creciente sofisticación en la recopilación de datos —conocido ahora como big data—; así como la programación de mejores algoritmos. Se estima que las ganancias en el mercado a escala global incrementen de 3 200 millones de dólares, en 2016, a 89 850 millones, en 2025.
[caption id="attachment_236458" align="aligncenter" width="620"]
Stanford Cart creado por el Laboratorio de Inteligencia Artificial[/caption]
Personajes brillantes e innovadores como Elon Musk y Mark Zuckerberg están apostando en iniciativas para explorar los alcances de esta tecnología. En 2015, Musk fundó OpenAI, un proyecto de investigación sin fines de lucro, después de que un año antes diera a conocer su temor de que la inteligencia artificial podría ser más peligrosa que las armas nucleares. La tecnológica Google, a su vez, tiene como principal brazo de innovación en el tema a la firma DeepMind, una start-up inglesa que compró en 2014.
Hoy es un hecho que la IA está ganando más y más terreno. En salud, por ejemplo, la recopilación y gestión de datos son de suma importancia para la creación de expedientes digitales. En la agricultura, los científicos están desarrollando drones para levantar y mejorar los rendimientos de los cultivos. En el sector automotriz, las armadoras crean vehículos capaces de conducir autónomamente. En el de la publicidad y los viajes, las empresas cada vez más se sirven de IA para conocer mejor a sus usuarios. Músicos y artistas se han valido del uso de algoritmos para crear composiciones inexistentes, como la sinfonía inconclusa de Schubert.
A lo largo de las siguiente especial, iniciaremos un camino sobre las aplicaciones que tiene la inteligencia artificial en campos en los que interactuamos. Si bien todavía seguimos sin saber mucho sobre el futuro que tanto se hipotetiza, lo cierto es que el potencial es, aún, infinito.
*Ilustraciones de Alejandro Viñuela
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El futuro nos alcanzó
El hombre hojalata. HAL 9000. Los replicantes. R2-D2. Terminator. David. Robotina. Sonny. Ava. Samantha. La lista sigue creciendo. Desde hace años, la humanidad se pregunta cómo será nuestra convivencia con tecnologías cada vez más inteligentes. Si en un futuro las máquinas tendrán sentimientos, habrá la famosa rebelión tipo Skynet o un escenario tan catastrófico como imaginó Isaac Asimov. Que si los robots se volverán en contra de sus dueños, que si nos dejarán indefensos, que si nos convertiremos en sus esclavos. Las preguntas son muchas y las respuestas, todavía, inciertas. Pero más allá de las grandes máquinas con ambiciones de conquista, son nuestros celulares —los dispositivos que usamos a diario y que alojan a Siri, a Alexa, a Facebook, a Netflix, a Spotify— los verdaderos ejemplos de que hay inteligencia artificial en todo lo que nos rodea. Pero no son sólo algoritmos instalados en nuestras pantallas, sino también los vehículos autónomos, los sensores que detectan nuestro estado de ánimo, los contenidos personalizados. No, no es una promesa. Es una realidad.
Llamamos inteligencia artificial (IA) a la tecnología que permite que las máquinas desempeñen tareas asociadas a la actividad humana y que, además, tengan la capacidad de aprendizaje para desarrollarlas de mejor manera a través del insumo y procesamiento de datos. La investigación inició en los cincuenta con la publicación del artículo “Computing Machinery and Intelligence”, del matemático Alan Turing, que reflexionaba sobre cómo construir máquinas inteligentes y medir su inteligencia. El término se acuñó oficialmente en 1956, por John McCarthy, profesor de Dartmouth.
En los años siguientes, agencias gubernamentales en Estados Unidos empezaron a financiar proyectos que entrenaran computadoras para imitar el razonamiento humano básico. La Agencia de Proyectos de Investigación Avanzados de Defensa de Estados Unidos (DARPA, por sus siglas en inglés) ha sido una figura clave. En los setenta, por ejemplo, financió el mapeo de calles y, en 2003, fue pionero en la configuración de asistentes personales inteligentes, once años antes de que Siri y Google Now vieran la luz.[caption id="attachment_236457" align="aligncenter" width="620"]
"The universal machine" de Alan Turing[/caption]
En este panorama, las universidades han tenido un papel crucial. En 1966, el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) desarrolló ELIZA, el primer chatbot, un programa informático diseñado para simular una conversación interactiva con usuarios humanos. Su misión era enseñar a las computadoras a comunicarse con nosotros mediante texto. En 1979, por otro lado, el Laboratorio de Inteligencia Artificial de la Universidad de Stanford desarrolló el Stanford Cart, un incipiente vehículo controlado por una computadora que, en un video disponible en The New York Times, atravesó con éxito una sala llena de sillas.
Sin embargo, fue en 1997 cuando el potencial oculto de esta tecnología comenzó a adquirir mayor visibilidad: la supercomputadora de IBM, DeepBlue, venció al entonces campeón mundial de ajedrez, Garry Kasparov, en una serie de seis juegos. “Tuvo el impacto de una tragedia griega”, declaró después Monty Newborn, presidente del comité de ajedrez de la Association for Computing, responsable de oficiar aquel combate. Veinte años después, el programa de Google, AlphaZero, derrotaría a Stockfish, el mejor programa de juego de ajedrez a escala global, en una serie de cien partidas.
La clave del ascenso de la IA radica en tres grandes hitos: el desarrollo de más y mejores microprocesadores accesibles; la creciente sofisticación en la recopilación de datos —conocido ahora como big data—; así como la programación de mejores algoritmos. Se estima que las ganancias en el mercado a escala global incrementen de 3 200 millones de dólares, en 2016, a 89 850 millones, en 2025.
[caption id="attachment_236458" align="aligncenter" width="620"]
Stanford Cart creado por el Laboratorio de Inteligencia Artificial[/caption]
Personajes brillantes e innovadores como Elon Musk y Mark Zuckerberg están apostando en iniciativas para explorar los alcances de esta tecnología. En 2015, Musk fundó OpenAI, un proyecto de investigación sin fines de lucro, después de que un año antes diera a conocer su temor de que la inteligencia artificial podría ser más peligrosa que las armas nucleares. La tecnológica Google, a su vez, tiene como principal brazo de innovación en el tema a la firma DeepMind, una start-up inglesa que compró en 2014.
Hoy es un hecho que la IA está ganando más y más terreno. En salud, por ejemplo, la recopilación y gestión de datos son de suma importancia para la creación de expedientes digitales. En la agricultura, los científicos están desarrollando drones para levantar y mejorar los rendimientos de los cultivos. En el sector automotriz, las armadoras crean vehículos capaces de conducir autónomamente. En el de la publicidad y los viajes, las empresas cada vez más se sirven de IA para conocer mejor a sus usuarios. Músicos y artistas se han valido del uso de algoritmos para crear composiciones inexistentes, como la sinfonía inconclusa de Schubert.
A lo largo de las siguiente especial, iniciaremos un camino sobre las aplicaciones que tiene la inteligencia artificial en campos en los que interactuamos. Si bien todavía seguimos sin saber mucho sobre el futuro que tanto se hipotetiza, lo cierto es que el potencial es, aún, infinito.
*Ilustraciones de Alejandro Viñuela
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La clave del ascenso de la IA radica en tres grandes hitos: el desarrollo de más y mejores microprocesadores accesibles; la creciente sofisticación en la recopilación de datos —conocido ahora como big data—; así como la programación de mejores algoritmos. Se estima que las ganancias en el mercado a escala global incrementen de 3 200 millones de dólares, en 2016, a 89 850 millones, en 2025.
[caption id="attachment_236458" align="aligncenter" width="620"]
Stanford Cart creado por el Laboratorio de Inteligencia Artificial[/caption]
Personajes brillantes e innovadores como Elon Musk y Mark Zuckerberg están apostando en iniciativas para explorar los alcances de esta tecnología. En 2015, Musk fundó OpenAI, un proyecto de investigación sin fines de lucro, después de que un año antes diera a conocer su temor de que la inteligencia artificial podría ser más peligrosa que las armas nucleares. La tecnológica Google, a su vez, tiene como principal brazo de innovación en el tema a la firma DeepMind, una start-up inglesa que compró en 2014.
Hoy es un hecho que la IA está ganando más y más terreno. En salud, por ejemplo, la recopilación y gestión de datos son de suma importancia para la creación de expedientes digitales. En la agricultura, los científicos están desarrollando drones para levantar y mejorar los rendimientos de los cultivos. En el sector automotriz, las armadoras crean vehículos capaces de conducir autónomamente. En el de la publicidad y los viajes, las empresas cada vez más se sirven de IA para conocer mejor a sus usuarios. Músicos y artistas se han valido del uso de algoritmos para crear composiciones inexistentes, como la sinfonía inconclusa de Schubert.
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