Paz Alicia Garciadiego mide el tiempo en las películas que ha hecho. No por soberbia, sino por practicidad. Frases como “tardamos varios… ya no digamos años, sino películas en concretar este proyecto” o “sí, esto fue hace cuatro películas”, son formas útiles de medir fechas para la consagrada guionista, así como para localizar recuerdos eficazmente en su memoria, similar a la gente que mide el tiempo en mundiales de fútbol. Llevar una cronología precisa es algo importante, ya que Paz Alicia Garciadiego tiene más de 30 años en el oficio del cine mexicano desde un ámbito no siempre reconocido: el guionismo. Su talento la lleva este año a recibir un galardón especial en la ceremonia de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMACC), el Ariel de Oro a la trayectoria. El reconocimiento llega no sólo cuando es importante visibilizar aún más el trabajo de mujeres en el cine, sino también la labor del guionista cinematográfico. En la historia de los premios Ariel, el reconocimiento a la trayectoria jamás se le ha otorgado a una persona dedicada exclusivamente al guión de cine. Paz Alicia Garciadiego es la primera en recibirlo bajo estas condiciones. “La segunda, si incluimos a Carballido, que era básicamente un autor de teatro mucho más conocido por su labor teatral que por el cine”, aclara Garciadiego. Este premio ha sido entregado a una serie de personalidades relacionadas de un modo u otro con el mundo cinematográfico, como Ignacio López Tarso o Luis Buñuel, así como artistas que han cruzado plataformas como Silvia Pinal (que tuvo una extensa carrera en el teatro mexicano) o Fany ‘Vitola’ Kaufman. El reconocimiento a Garciadiego destaca por esta exclusividad, un guionista exclusivamente de cine jamás había sido reconocido.
Paz Alicia Garciadiego / via FICM Perfiles Sobre el reconocimiento, Garciadiego se expresa con una mezcla de felicidad e ironía: “Me siento muy contenta y muy honrada, pero junto a la alegría y a la honra es la oportunidad de decir que los guionistas existimos y los actores no inventan los diálogos. Incluso en películas que hoy están en boga, donde los actores son no profesionales, hay una historia y ese es el guión. La gente, inclusive la que trabaja en el medio, muchas veces no sabe qué es un guión. Entonces me sorprende mucho, y si puedo aprovechar para evidenciar eso me dará mucho gusto”. Paz Alicia Garciadiego nació en la Ciudad de México y creció ahí, mientras otros miembros de su familia eran de Veracruz. Gran parte de su formación la obtuvo viendo cine desde que era pequeña. Tras una vida que la llevó a estudiar una carrera universitaria (filosofía), conseguir un trabajo en el gobierno y hasta tener una hija, eventualmente encontró una vocación escribiendo historias para radio, televisión y hasta comics (antes llamados historietas). El salto a contar historias a través de celuloide se dio poco después, cuando en los 70 conoció a Arturo Ripstein, otro pilar del cine mexicano. Ripstein y Garciadiego se conocieron hablando de herejías europeas activas entre los años 1000 y 1300. El tema jamás fue olvidado y para 1998, ya con seis películas realizadas entre ambos, la dupla realizó su séptima: El Evangelio de las Maravillas, con Garciadiego desde el guión y Ripstein encargándose de la puesta en escena, un patrón que llevaba casi más de una década en repetición. El par se volvió una pareja romántica después de su primera colaboración, en el largometraje El Imperio de la Fortuna (de 1986), donde encontraron una potente química laboral en conjunto. Ser esposa del director le da a Garciadiego una serie de “privilegios”, como ella los llama, con los que no cuentan la mayoría de los guionistas. El principal de estos es que ella está presente a la hora de filmar, algo ciertamente inusual para una producción. Garciadiego, no obstante, lo describe con placer: “Yo voy al set para ver cómo me roban a la criatura. A ser partícipe del secuestro de mi criatura. Disfruto locamente ese proceso”. “Sabes que va por la película. Yo no le apuesto a mi autoría única e inequívoca, yo le apuesto a la película. Eso me parece una enseñanza central que he obtenido de estar en el set”. De acuerdo a Garciadiego, ella y Ripstein (como le llama a su marido) están en una sintonía que les permite el trabajo y el diálogo. Con tres décadas de matrimonio y carrera detrás, este vínculo es un motor profesional y de vida.
Paz Alicia Garciadiego y Arturo Ripstein. Foto vía: El Universal / Reuters El otro privilegio con el que cuenta Garciadiego es el respetuoso interés e incidencia en áreas del cine que no son exclusivas del guión, particularmente el reparto. “Yo me involucro en el casting muchísimo”, enfatiza Garciadiego. No cualquiera puede interpretar los personajes que salen de su cabeza. “A los personajes que creo, los quiero. Ripstein dice que jamás invitaría a uno a cenar a la casa, y yo tampoco, pero es necesario humanizarlos”. En las películas escritas por Garciadiego los personajes son en misma medida pervertidos y frágiles, figuras deleznables y simpáticas. Profundo Carmesí es la historia de dos personas que acosan y matan a viudas en busca de sus fortunas; en La Perdición de los Hombres un personaje es asesinado (y despojado de su calzado de serpiente) por hacer perder a otros en un juego de béisbol; mientras que Principio y Fin es la trágica historia de una familia que busca —sin éxito— salir de la pobreza. A pesar de que suele construir personajes desfavorecidos y proyectar sus problemas a través de lo absurdo, Garciadiego no busca ni aleccionar, ni inspirar conclusiones. “El cine con mensaje es como propaganda, por eso le huyo como la peste”. Novelas, cuentos cortos y hasta historias reales sirven de inspiración para que Paz Alicia Garciadiego entreteja sus relatos llenos de humor ácido y situaciones absurdas. Sobre su adaptación de El Coronel no tiene quien le escriba (original de Gabriel García Márquez), Garciadiego dice lo siguiente: “Hay que hacer de la historia algo mío, arrebatársela al autor. Tienes que faltarle absolutamente el respeto. Agarras el filete, que es la novela, y la trituras hasta convertirla en carne molida para darle la forma que el cine necesita”. La película dista mucho de la novela corta y coloca como centro de la trama una relación tóxica entre dos adultos mayores. Por esa misma razón —la necesidad de apropiarse historias y hacerlas singularmente suyas— las películas de Paz Alicia usualmente se valen de palabras extrañas, producto de su afición por la literatura y el lenguaje arcaico. “Son frases que suenan bonito, y sí la cámara tiene la obligación de crear belleza, los diálogos también tienen la posibilidad y obligación de crear belleza”. El guión es el núcleo del diálogo, y si el diálogo no es bello, la película tampoco puede serlo. Una vez que la historia está terminada y los actores han sido seleccionados, Paz Alicia Garciadiego no se involucra en la puesta en escena, no dirige actores y tampoco da órdenes en el set. A partir de entonces, deja a sus palabras tomar una vida propia.
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Paz Alicia Garciadiego / via FICM Perfiles Sobre el reconocimiento, Garciadiego se expresa con una mezcla de felicidad e ironía: “Me siento muy contenta y muy honrada, pero junto a la alegría y a la honra es la oportunidad de decir que los guionistas existimos y los actores no inventan los diálogos. Incluso en películas que hoy están en boga, donde los actores son no profesionales, hay una historia y ese es el guión. La gente, inclusive la que trabaja en el medio, muchas veces no sabe qué es un guión. Entonces me sorprende mucho, y si puedo aprovechar para evidenciar eso me dará mucho gusto”. Paz Alicia Garciadiego nació en la Ciudad de México y creció ahí, mientras otros miembros de su familia eran de Veracruz. Gran parte de su formación la obtuvo viendo cine desde que era pequeña. Tras una vida que la llevó a estudiar una carrera universitaria (filosofía), conseguir un trabajo en el gobierno y hasta tener una hija, eventualmente encontró una vocación escribiendo historias para radio, televisión y hasta comics (antes llamados historietas). El salto a contar historias a través de celuloide se dio poco después, cuando en los 70 conoció a Arturo Ripstein, otro pilar del cine mexicano. Ripstein y Garciadiego se conocieron hablando de herejías europeas activas entre los años 1000 y 1300. El tema jamás fue olvidado y para 1998, ya con seis películas realizadas entre ambos, la dupla realizó su séptima: El Evangelio de las Maravillas, con Garciadiego desde el guión y Ripstein encargándose de la puesta en escena, un patrón que llevaba casi más de una década en repetición. El par se volvió una pareja romántica después de su primera colaboración, en el largometraje El Imperio de la Fortuna (de 1986), donde encontraron una potente química laboral en conjunto. Ser esposa del director le da a Garciadiego una serie de “privilegios”, como ella los llama, con los que no cuentan la mayoría de los guionistas. El principal de estos es que ella está presente a la hora de filmar, algo ciertamente inusual para una producción. Garciadiego, no obstante, lo describe con placer: “Yo voy al set para ver cómo me roban a la criatura. A ser partícipe del secuestro de mi criatura. Disfruto locamente ese proceso”. “Sabes que va por la película. Yo no le apuesto a mi autoría única e inequívoca, yo le apuesto a la película. Eso me parece una enseñanza central que he obtenido de estar en el set”. De acuerdo a Garciadiego, ella y Ripstein (como le llama a su marido) están en una sintonía que les permite el trabajo y el diálogo. Con tres décadas de matrimonio y carrera detrás, este vínculo es un motor profesional y de vida.
Paz Alicia Garciadiego y Arturo Ripstein. Foto vía: El Universal / Reuters El otro privilegio con el que cuenta Garciadiego es el respetuoso interés e incidencia en áreas del cine que no son exclusivas del guión, particularmente el reparto. “Yo me involucro en el casting muchísimo”, enfatiza Garciadiego. No cualquiera puede interpretar los personajes que salen de su cabeza. “A los personajes que creo, los quiero. Ripstein dice que jamás invitaría a uno a cenar a la casa, y yo tampoco, pero es necesario humanizarlos”. En las películas escritas por Garciadiego los personajes son en misma medida pervertidos y frágiles, figuras deleznables y simpáticas. Profundo Carmesí es la historia de dos personas que acosan y matan a viudas en busca de sus fortunas; en La Perdición de los Hombres un personaje es asesinado (y despojado de su calzado de serpiente) por hacer perder a otros en un juego de béisbol; mientras que Principio y Fin es la trágica historia de una familia que busca —sin éxito— salir de la pobreza. A pesar de que suele construir personajes desfavorecidos y proyectar sus problemas a través de lo absurdo, Garciadiego no busca ni aleccionar, ni inspirar conclusiones. “El cine con mensaje es como propaganda, por eso le huyo como la peste”. Novelas, cuentos cortos y hasta historias reales sirven de inspiración para que Paz Alicia Garciadiego entreteja sus relatos llenos de humor ácido y situaciones absurdas. Sobre su adaptación de El Coronel no tiene quien le escriba (original de Gabriel García Márquez), Garciadiego dice lo siguiente: “Hay que hacer de la historia algo mío, arrebatársela al autor. Tienes que faltarle absolutamente el respeto. Agarras el filete, que es la novela, y la trituras hasta convertirla en carne molida para darle la forma que el cine necesita”. La película dista mucho de la novela corta y coloca como centro de la trama una relación tóxica entre dos adultos mayores. Por esa misma razón —la necesidad de apropiarse historias y hacerlas singularmente suyas— las películas de Paz Alicia usualmente se valen de palabras extrañas, producto de su afición por la literatura y el lenguaje arcaico. “Son frases que suenan bonito, y sí la cámara tiene la obligación de crear belleza, los diálogos también tienen la posibilidad y obligación de crear belleza”. El guión es el núcleo del diálogo, y si el diálogo no es bello, la película tampoco puede serlo. Una vez que la historia está terminada y los actores han sido seleccionados, Paz Alicia Garciadiego no se involucra en la puesta en escena, no dirige actores y tampoco da órdenes en el set. A partir de entonces, deja a sus palabras tomar una vida propia.
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Más de tres décadas de carrera hacen de Paz Alicia Garciadiego una guionista consagrada para México
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Paz Alicia Garciadiego / via FICM Perfiles Sobre el reconocimiento, Garciadiego se expresa con una mezcla de felicidad e ironía: “Me siento muy contenta y muy honrada, pero junto a la alegría y a la honra es la oportunidad de decir que los guionistas existimos y los actores no inventan los diálogos. Incluso en películas que hoy están en boga, donde los actores son no profesionales, hay una historia y ese es el guión. La gente, inclusive la que trabaja en el medio, muchas veces no sabe qué es un guión. Entonces me sorprende mucho, y si puedo aprovechar para evidenciar eso me dará mucho gusto”. Paz Alicia Garciadiego nació en la Ciudad de México y creció ahí, mientras otros miembros de su familia eran de Veracruz. Gran parte de su formación la obtuvo viendo cine desde que era pequeña. Tras una vida que la llevó a estudiar una carrera universitaria (filosofía), conseguir un trabajo en el gobierno y hasta tener una hija, eventualmente encontró una vocación escribiendo historias para radio, televisión y hasta comics (antes llamados historietas). El salto a contar historias a través de celuloide se dio poco después, cuando en los 70 conoció a Arturo Ripstein, otro pilar del cine mexicano. Ripstein y Garciadiego se conocieron hablando de herejías europeas activas entre los años 1000 y 1300. El tema jamás fue olvidado y para 1998, ya con seis películas realizadas entre ambos, la dupla realizó su séptima: El Evangelio de las Maravillas, con Garciadiego desde el guión y Ripstein encargándose de la puesta en escena, un patrón que llevaba casi más de una década en repetición. El par se volvió una pareja romántica después de su primera colaboración, en el largometraje El Imperio de la Fortuna (de 1986), donde encontraron una potente química laboral en conjunto. Ser esposa del director le da a Garciadiego una serie de “privilegios”, como ella los llama, con los que no cuentan la mayoría de los guionistas. El principal de estos es que ella está presente a la hora de filmar, algo ciertamente inusual para una producción. Garciadiego, no obstante, lo describe con placer: “Yo voy al set para ver cómo me roban a la criatura. A ser partícipe del secuestro de mi criatura. Disfruto locamente ese proceso”. “Sabes que va por la película. Yo no le apuesto a mi autoría única e inequívoca, yo le apuesto a la película. Eso me parece una enseñanza central que he obtenido de estar en el set”. De acuerdo a Garciadiego, ella y Ripstein (como le llama a su marido) están en una sintonía que les permite el trabajo y el diálogo. Con tres décadas de matrimonio y carrera detrás, este vínculo es un motor profesional y de vida.
Paz Alicia Garciadiego y Arturo Ripstein. Foto vía: El Universal / Reuters El otro privilegio con el que cuenta Garciadiego es el respetuoso interés e incidencia en áreas del cine que no son exclusivas del guión, particularmente el reparto. “Yo me involucro en el casting muchísimo”, enfatiza Garciadiego. No cualquiera puede interpretar los personajes que salen de su cabeza. “A los personajes que creo, los quiero. Ripstein dice que jamás invitaría a uno a cenar a la casa, y yo tampoco, pero es necesario humanizarlos”. En las películas escritas por Garciadiego los personajes son en misma medida pervertidos y frágiles, figuras deleznables y simpáticas. Profundo Carmesí es la historia de dos personas que acosan y matan a viudas en busca de sus fortunas; en La Perdición de los Hombres un personaje es asesinado (y despojado de su calzado de serpiente) por hacer perder a otros en un juego de béisbol; mientras que Principio y Fin es la trágica historia de una familia que busca —sin éxito— salir de la pobreza. A pesar de que suele construir personajes desfavorecidos y proyectar sus problemas a través de lo absurdo, Garciadiego no busca ni aleccionar, ni inspirar conclusiones. “El cine con mensaje es como propaganda, por eso le huyo como la peste”. Novelas, cuentos cortos y hasta historias reales sirven de inspiración para que Paz Alicia Garciadiego entreteja sus relatos llenos de humor ácido y situaciones absurdas. Sobre su adaptación de El Coronel no tiene quien le escriba (original de Gabriel García Márquez), Garciadiego dice lo siguiente: “Hay que hacer de la historia algo mío, arrebatársela al autor. Tienes que faltarle absolutamente el respeto. Agarras el filete, que es la novela, y la trituras hasta convertirla en carne molida para darle la forma que el cine necesita”. La película dista mucho de la novela corta y coloca como centro de la trama una relación tóxica entre dos adultos mayores. Por esa misma razón —la necesidad de apropiarse historias y hacerlas singularmente suyas— las películas de Paz Alicia usualmente se valen de palabras extrañas, producto de su afición por la literatura y el lenguaje arcaico. “Son frases que suenan bonito, y sí la cámara tiene la obligación de crear belleza, los diálogos también tienen la posibilidad y obligación de crear belleza”. El guión es el núcleo del diálogo, y si el diálogo no es bello, la película tampoco puede serlo. Una vez que la historia está terminada y los actores han sido seleccionados, Paz Alicia Garciadiego no se involucra en la puesta en escena, no dirige actores y tampoco da órdenes en el set. A partir de entonces, deja a sus palabras tomar una vida propia.
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Paz Alicia Garciadiego / via FICM Perfiles Sobre el reconocimiento, Garciadiego se expresa con una mezcla de felicidad e ironía: “Me siento muy contenta y muy honrada, pero junto a la alegría y a la honra es la oportunidad de decir que los guionistas existimos y los actores no inventan los diálogos. Incluso en películas que hoy están en boga, donde los actores son no profesionales, hay una historia y ese es el guión. La gente, inclusive la que trabaja en el medio, muchas veces no sabe qué es un guión. Entonces me sorprende mucho, y si puedo aprovechar para evidenciar eso me dará mucho gusto”. Paz Alicia Garciadiego nació en la Ciudad de México y creció ahí, mientras otros miembros de su familia eran de Veracruz. Gran parte de su formación la obtuvo viendo cine desde que era pequeña. Tras una vida que la llevó a estudiar una carrera universitaria (filosofía), conseguir un trabajo en el gobierno y hasta tener una hija, eventualmente encontró una vocación escribiendo historias para radio, televisión y hasta comics (antes llamados historietas). El salto a contar historias a través de celuloide se dio poco después, cuando en los 70 conoció a Arturo Ripstein, otro pilar del cine mexicano. Ripstein y Garciadiego se conocieron hablando de herejías europeas activas entre los años 1000 y 1300. El tema jamás fue olvidado y para 1998, ya con seis películas realizadas entre ambos, la dupla realizó su séptima: El Evangelio de las Maravillas, con Garciadiego desde el guión y Ripstein encargándose de la puesta en escena, un patrón que llevaba casi más de una década en repetición. El par se volvió una pareja romántica después de su primera colaboración, en el largometraje El Imperio de la Fortuna (de 1986), donde encontraron una potente química laboral en conjunto. Ser esposa del director le da a Garciadiego una serie de “privilegios”, como ella los llama, con los que no cuentan la mayoría de los guionistas. El principal de estos es que ella está presente a la hora de filmar, algo ciertamente inusual para una producción. Garciadiego, no obstante, lo describe con placer: “Yo voy al set para ver cómo me roban a la criatura. A ser partícipe del secuestro de mi criatura. Disfruto locamente ese proceso”. “Sabes que va por la película. Yo no le apuesto a mi autoría única e inequívoca, yo le apuesto a la película. Eso me parece una enseñanza central que he obtenido de estar en el set”. De acuerdo a Garciadiego, ella y Ripstein (como le llama a su marido) están en una sintonía que les permite el trabajo y el diálogo. Con tres décadas de matrimonio y carrera detrás, este vínculo es un motor profesional y de vida.
Paz Alicia Garciadiego y Arturo Ripstein. Foto vía: El Universal / Reuters El otro privilegio con el que cuenta Garciadiego es el respetuoso interés e incidencia en áreas del cine que no son exclusivas del guión, particularmente el reparto. “Yo me involucro en el casting muchísimo”, enfatiza Garciadiego. No cualquiera puede interpretar los personajes que salen de su cabeza. “A los personajes que creo, los quiero. Ripstein dice que jamás invitaría a uno a cenar a la casa, y yo tampoco, pero es necesario humanizarlos”. En las películas escritas por Garciadiego los personajes son en misma medida pervertidos y frágiles, figuras deleznables y simpáticas. Profundo Carmesí es la historia de dos personas que acosan y matan a viudas en busca de sus fortunas; en La Perdición de los Hombres un personaje es asesinado (y despojado de su calzado de serpiente) por hacer perder a otros en un juego de béisbol; mientras que Principio y Fin es la trágica historia de una familia que busca —sin éxito— salir de la pobreza. A pesar de que suele construir personajes desfavorecidos y proyectar sus problemas a través de lo absurdo, Garciadiego no busca ni aleccionar, ni inspirar conclusiones. “El cine con mensaje es como propaganda, por eso le huyo como la peste”. Novelas, cuentos cortos y hasta historias reales sirven de inspiración para que Paz Alicia Garciadiego entreteja sus relatos llenos de humor ácido y situaciones absurdas. Sobre su adaptación de El Coronel no tiene quien le escriba (original de Gabriel García Márquez), Garciadiego dice lo siguiente: “Hay que hacer de la historia algo mío, arrebatársela al autor. Tienes que faltarle absolutamente el respeto. Agarras el filete, que es la novela, y la trituras hasta convertirla en carne molida para darle la forma que el cine necesita”. La película dista mucho de la novela corta y coloca como centro de la trama una relación tóxica entre dos adultos mayores. Por esa misma razón —la necesidad de apropiarse historias y hacerlas singularmente suyas— las películas de Paz Alicia usualmente se valen de palabras extrañas, producto de su afición por la literatura y el lenguaje arcaico. “Son frases que suenan bonito, y sí la cámara tiene la obligación de crear belleza, los diálogos también tienen la posibilidad y obligación de crear belleza”. El guión es el núcleo del diálogo, y si el diálogo no es bello, la película tampoco puede serlo. Una vez que la historia está terminada y los actores han sido seleccionados, Paz Alicia Garciadiego no se involucra en la puesta en escena, no dirige actores y tampoco da órdenes en el set. A partir de entonces, deja a sus palabras tomar una vida propia.
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Paz Alicia Garciadiego mide el tiempo en las películas que ha hecho. No por soberbia, sino por practicidad. Frases como “tardamos varios… ya no digamos años, sino películas en concretar este proyecto” o “sí, esto fue hace cuatro películas”, son formas útiles de medir fechas para la consagrada guionista, así como para localizar recuerdos eficazmente en su memoria, similar a la gente que mide el tiempo en mundiales de fútbol. Llevar una cronología precisa es algo importante, ya que Paz Alicia Garciadiego tiene más de 30 años en el oficio del cine mexicano desde un ámbito no siempre reconocido: el guionismo. Su talento la lleva este año a recibir un galardón especial en la ceremonia de la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas (AMACC), el Ariel de Oro a la trayectoria. El reconocimiento llega no sólo cuando es importante visibilizar aún más el trabajo de mujeres en el cine, sino también la labor del guionista cinematográfico. En la historia de los premios Ariel, el reconocimiento a la trayectoria jamás se le ha otorgado a una persona dedicada exclusivamente al guión de cine. Paz Alicia Garciadiego es la primera en recibirlo bajo estas condiciones. “La segunda, si incluimos a Carballido, que era básicamente un autor de teatro mucho más conocido por su labor teatral que por el cine”, aclara Garciadiego. Este premio ha sido entregado a una serie de personalidades relacionadas de un modo u otro con el mundo cinematográfico, como Ignacio López Tarso o Luis Buñuel, así como artistas que han cruzado plataformas como Silvia Pinal (que tuvo una extensa carrera en el teatro mexicano) o Fany ‘Vitola’ Kaufman. El reconocimiento a Garciadiego destaca por esta exclusividad, un guionista exclusivamente de cine jamás había sido reconocido.
Paz Alicia Garciadiego / via FICM Perfiles Sobre el reconocimiento, Garciadiego se expresa con una mezcla de felicidad e ironía: “Me siento muy contenta y muy honrada, pero junto a la alegría y a la honra es la oportunidad de decir que los guionistas existimos y los actores no inventan los diálogos. Incluso en películas que hoy están en boga, donde los actores son no profesionales, hay una historia y ese es el guión. La gente, inclusive la que trabaja en el medio, muchas veces no sabe qué es un guión. Entonces me sorprende mucho, y si puedo aprovechar para evidenciar eso me dará mucho gusto”. Paz Alicia Garciadiego nació en la Ciudad de México y creció ahí, mientras otros miembros de su familia eran de Veracruz. Gran parte de su formación la obtuvo viendo cine desde que era pequeña. Tras una vida que la llevó a estudiar una carrera universitaria (filosofía), conseguir un trabajo en el gobierno y hasta tener una hija, eventualmente encontró una vocación escribiendo historias para radio, televisión y hasta comics (antes llamados historietas). El salto a contar historias a través de celuloide se dio poco después, cuando en los 70 conoció a Arturo Ripstein, otro pilar del cine mexicano. Ripstein y Garciadiego se conocieron hablando de herejías europeas activas entre los años 1000 y 1300. El tema jamás fue olvidado y para 1998, ya con seis películas realizadas entre ambos, la dupla realizó su séptima: El Evangelio de las Maravillas, con Garciadiego desde el guión y Ripstein encargándose de la puesta en escena, un patrón que llevaba casi más de una década en repetición. El par se volvió una pareja romántica después de su primera colaboración, en el largometraje El Imperio de la Fortuna (de 1986), donde encontraron una potente química laboral en conjunto. Ser esposa del director le da a Garciadiego una serie de “privilegios”, como ella los llama, con los que no cuentan la mayoría de los guionistas. El principal de estos es que ella está presente a la hora de filmar, algo ciertamente inusual para una producción. Garciadiego, no obstante, lo describe con placer: “Yo voy al set para ver cómo me roban a la criatura. A ser partícipe del secuestro de mi criatura. Disfruto locamente ese proceso”. “Sabes que va por la película. Yo no le apuesto a mi autoría única e inequívoca, yo le apuesto a la película. Eso me parece una enseñanza central que he obtenido de estar en el set”. De acuerdo a Garciadiego, ella y Ripstein (como le llama a su marido) están en una sintonía que les permite el trabajo y el diálogo. Con tres décadas de matrimonio y carrera detrás, este vínculo es un motor profesional y de vida.
Paz Alicia Garciadiego y Arturo Ripstein. Foto vía: El Universal / Reuters El otro privilegio con el que cuenta Garciadiego es el respetuoso interés e incidencia en áreas del cine que no son exclusivas del guión, particularmente el reparto. “Yo me involucro en el casting muchísimo”, enfatiza Garciadiego. No cualquiera puede interpretar los personajes que salen de su cabeza. “A los personajes que creo, los quiero. Ripstein dice que jamás invitaría a uno a cenar a la casa, y yo tampoco, pero es necesario humanizarlos”. En las películas escritas por Garciadiego los personajes son en misma medida pervertidos y frágiles, figuras deleznables y simpáticas. Profundo Carmesí es la historia de dos personas que acosan y matan a viudas en busca de sus fortunas; en La Perdición de los Hombres un personaje es asesinado (y despojado de su calzado de serpiente) por hacer perder a otros en un juego de béisbol; mientras que Principio y Fin es la trágica historia de una familia que busca —sin éxito— salir de la pobreza. A pesar de que suele construir personajes desfavorecidos y proyectar sus problemas a través de lo absurdo, Garciadiego no busca ni aleccionar, ni inspirar conclusiones. “El cine con mensaje es como propaganda, por eso le huyo como la peste”. Novelas, cuentos cortos y hasta historias reales sirven de inspiración para que Paz Alicia Garciadiego entreteja sus relatos llenos de humor ácido y situaciones absurdas. Sobre su adaptación de El Coronel no tiene quien le escriba (original de Gabriel García Márquez), Garciadiego dice lo siguiente: “Hay que hacer de la historia algo mío, arrebatársela al autor. Tienes que faltarle absolutamente el respeto. Agarras el filete, que es la novela, y la trituras hasta convertirla en carne molida para darle la forma que el cine necesita”. La película dista mucho de la novela corta y coloca como centro de la trama una relación tóxica entre dos adultos mayores. Por esa misma razón —la necesidad de apropiarse historias y hacerlas singularmente suyas— las películas de Paz Alicia usualmente se valen de palabras extrañas, producto de su afición por la literatura y el lenguaje arcaico. “Son frases que suenan bonito, y sí la cámara tiene la obligación de crear belleza, los diálogos también tienen la posibilidad y obligación de crear belleza”. El guión es el núcleo del diálogo, y si el diálogo no es bello, la película tampoco puede serlo. Una vez que la historia está terminada y los actores han sido seleccionados, Paz Alicia Garciadiego no se involucra en la puesta en escena, no dirige actores y tampoco da órdenes en el set. A partir de entonces, deja a sus palabras tomar una vida propia.
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