Ganadora del premio al Mejor Director en el pasado Festival de Cannes, la nueva película del autor coreano Park Chan-wook narra la historia de un detective que se enamora de una sospechosa de homicidio para luego tomar numerosas vueltas. El estilo dramático y visualmente excesivo logra crear algo que la industria estadounidense ha olvidado hacer: entretenimiento con valor cinematográfico.
Una caja de sushi es, para mí, la imagen más memorable en Decision to leave (2022). Suena extraño, considerando que la película es una especie de noir romántico aplaudido más por los sentimientos que por las sensaciones que evoca, pero el director coreano Park Chan-wook se propone claramente hacer de esta trivialidad un signo:
El protagonista, un detective insomne, casado y metódico, llamado Jang Hae-jun (Park Hae-il), decide cenar con una sospechosa de homicidio china, Song Seo-rae (Tang Wei), en plena sala de interrogatorios. Su esposo, un burócrata migratorio, apareció muerto unos días antes al pie de una montaña de donde puede o no haber resbalado, y Seo-rae —atractiva, joven, sospechosa— es seguida por Hae-jun hasta que él decide citarla en la estación de policía. Ahí Seo-rae le enseña unas heridas en su pierna y él pide a una colega que le tome fotografías para respetar el protocolo de género pero tarda mucho en llegar; desesperado, él mismo se encarga de capturar las imágenes en un momento que sugiere una conexión erótica, aunque de forma inusual para una película noir: el plano es abierto y subraya más la torpeza de Hae-jun que la seducción de Seo-rae, casi imperceptible.
Volviendo a la caja de sushi, tras un rato de interrogar a la viuda, el detective le pregunta si desea cenar y entonces vemos una suntuosa elección: de por sí el nigiri implica una delicadeza y un cuidado particulares pero los contenedores de salsa de soya en forma de pez, las piezas de sushi colocadas con cuidado bajo una luz amarilla, de atardecer, y la forma tan sutil en que comen los protagonistas, transmiten, por un lado, el romance que da pie al resto de la trama, pero por el otro una idea de método —de perfección— que domina la película entera.
La simetría absoluta y el ingenio excesivo son ya marcas del estilo de Park. Es famoso el plano de un pasillo donde el protagonista de Oldboy (2003) pelea con decenas de enemigos mientras la cámara lo mantiene en el centro del cuadro con un aterciopelado travelling de izquierda a derecha. Con cada película el director se ha hecho más obsesivo y Decision to leave aparece en un periodo culminante de su estilo con planos desde la perspectiva de cadáveres o teléfonos. En una de las imágenes más interesantes, Hae-jun observa a Seo-rae con binoculares y un corte nos lleva al interior del departamento donde se encuentran ella y una versión imaginaria de él, que observa cada detalle como si en verdad estuviera ahí: la mirada, aunque sea de acecho, los acerca y los enamora.
Park hace imágenes como los directores del cine mudo, cuya imposibilidad de reproducir el diálogo forzaba a los cineastas a comunicar todo con imágenes, trucos, cortes. Los directores más importantes aprendieron así a hacer algo más que un registro blando de obras teatrales: cine. Por esta razón Park es al mismo tiempo sorprendente y anacrónico pero constantemente cinematográfico. No conviene revelar mucho más de la trama laberíntica y dependiente de la sorpresa, pero puedo decir que la estructura, basada en un reencuentro y dos muertes, trae a colación Vertigo (1958), de Alfred Hitchcock, quizá la más importante de las películas de detectives o, tal vez, como lo afirma el crítico español Miguel Marías, la más importante película de todas. Park ha negado en entrevistas la influencia consciente de Hitchcock aunque acepta ser admirador de su película. Quizás algo de ella se filtró involuntariamente, lo cual se puede decir de otros aspectos dramáticos en Decision to leave.
La trama contiene romance, deseo, cierto grado de infidelidad, o incluso alusiones a temas políticos —Seo-rae es nieta de un general coreano que ayudó a liberar Manchuria de los japoneses— pero no se trata de estos temas, es decir, no hay una exploración cabal de ellos ni mucho menos conclusiones. Tampoco preguntas. Park y su coguionista Jeong Seo-kyeong tienen mayor interés en contar la historia sin atarla a necesidades simbólicas y por ello practican un perfeccionismo narrativo que hace de cualquier tema un brote del subconsciente y además revela su idea del cine: un juguete.
Es común pensar que las filmografías más relevantes en la historia lo sean por las cosas que dicen: Ingmar Bergman, sobre la melancolía y el choque generacional; Andréi Tarkovski, sobre la fe y la censura. Pero, entonces, ¿qué importancia tendría el cine sobre los silencios de Chantal Akerman o el de las masacres de Dario Argento? Lo inexplicable y lo anecdótico merecen el mismo lugar que lo tópico porque en realidad no importa de qué hablen las películas sino su ingenio para representarlo en imágenes y sonidos. El tema implícito en el personaje de Hae-jun en Decision to leave es la perfección, el orden —lo encontramos en su carácter cuidadoso que trae crema humectante y toallitas húmedas siempre a la mano—, pero la trama no lo expresa tan elocuentemente como la imagen del sushi y el resto del imaginario visual de Park.
Decision to leave choca también con las convenciones del film noir. Como lo demuestra la torpeza de Hae-jun al tomar la fotografía de la pierna de Seo-rae, difícilmente podríamos confundirlo con los personajes duros de Robert Mitchum o Fred MacMurray en el noir clásico de Hollywood; ella tampoco embona fácilmente en categorías de mujer fatal como Veronica Lake. Quizá lo único que retiene Park de aquella tradición es la fatalidad y el caos, en oposición constante con su estilo calculado. La transgresión más evidente quizá sea el humor, que podría demostrar la influencia del anime.
Park no suele hablar de cine animado pero Oldboy está basada en un manga. La prueba más contundente de sus aficiones se ve en la forma en que el director usa el montaje y los acercamientos de cámara para darle más contundencia a ciertos gags, como uno en Decision to leave donde Hae-jun es mordido por una tortuga. Estas decisiones se asemejan a la técnica de películas y series animadas asiáticas que rara vez dudan en meter un gag hasta en las tramas más alucinantes —se me ocurre Neon genesis evangelion (1995-96)— porque el humor es ya parte de sus convenciones. En el cine industrial coreano vemos algo similar: Bong Joon-ho, director del éxito Parasite (2019), ha incluido chistes y un apego a la complejidad narrativa similares a los de Park en toda su filmografía.
La pregunta que esto deja es: ¿qué lugar tiene en el cine contemporáneo una película como Decision to leave, que les arrebató a Claire Denis y a David Cronenberg el premio a la Mejor Dirección en Cannes? Claramente hay otras como ella y es más el resultado de una tendencia que de un riesgo, aunque también es atípica en un tiempo cuando la industria dominante, Hollywood, ha olvidado a sus clásicos, de Hitchcock y Raoul Walsh hasta la generación de los setenta, que rechaza las tendencias de producción contemporánea. Corea, convertida en una especie de patio validado por Hollywood —no olvidemos los premios de Parasite—, está produciendo las películas que las audiencias extrañamos desde hace mucho: entretenimiento vistoso y nutritivo, parte de una dieta que se permite ciertos lujos, como una elegante caja de sushi.