A orillas de la laguna Nichupté, en Cancún, Quintana Roo, existe el Malecón Tajamar. Este proyecto, iniciado por Fonatur, fue detenido hace seis años por riñas legales por la protección del ecosistema, y el territorio ha sido adoptado por los cancunenses como el espacio público que les faltaba. Hoy es una ventana de la ciudad a la laguna, la misma sobre la que se pretende construir un puente vehicular.
A la orilla de la laguna Nichupté, en Cancún, el Malecón Tajamar lleva a los transeúntes por caminos que no conducen a ningún otro lado más que a la vista al humedal. Así ocurre entre las avenidas trazadas entre lotes que tienen dueños, pero no permisos para construir. A pesar de quedar abandonado, los cancunenses lo han adoptado desde que se terminó de construir, en 2012, como un lugar público, de recreación y esparcimiento. Un sitio para hacer pícnics, organizar celebraciones de cumpleaños, platicar o solo “echar chal”. Algunos van a correr, a pasear a los perros o a enseñarles a los niños a andar en bicicleta. Es un punto de encuentro. Entre juicios y amparos, lo que sería un megadesarrollo inmobiliario se consolidó como un andador público que no tenía esta ciudad, famosa por sus playas de arena blanca, que antes de la pandemia dejaba una derrama de más de seis mil millones de dólares.
Los restos del Malecón Tajamar figuran hoy en los índices de recomendaciones turísticas. Ocupa el puesto 53 de la lista de 134 cosas por hacer en Cancún, de acuerdo con Tripadvisor, entre las clásicas atracciones, como Playa Delfines, los parques de Xcaret y la zona hotelera en avenida Kukulcán. El malecón iba a ser un desarrollo de 74.2 hectáreas que conectaría la laguna con el mar Caribe. Se encuentra junto a un área natural protegida por sus manglares, con una extensión de 3,500 hectáreas; un sistema lagunar o humedal que ha sido habitado por tlacuaches, garzas, colibríes e incluso cocodrilos, con la certificación Ramsar de humedales con importancia de conservación.
Lejos del polígono del proyecto del malecón y del área natural protegida, ahora se construirá un puente vehicular que atravesará una porción del sistema lagunar y buscará conectar la entrada de Cancún con su zona de playas. Tendrá tres carriles y 8.8 kilómetros de extensión, lo que lo convertirá en el segundo más largo de América Latina, según ha dicho la Secretaría de Infraestructura, Comunicaciones y Transporte, con el fin de solucionar el congestionamiento vial que tiene la zona hotelera. El puente buscará resolver el problema de movilidad de tránsito, y llevará más automóviles a la zona.
“Cancún es una ciudad que no fue diseñada con espacios públicos. Se planeó el centro, pero cuando se expandió no había espacios públicos. En mi infancia, siempre digo que mi espacio público era el área de juegos de McDonald’s”, contó Carlos Brown, vecino cancunense y economista, en una conversación en Twitter Spaces, organizada por Gatopardo.
Cuando se habla del Malecón Tajamar, “estamos hablando de un manglar urbano frente a la plaza comercial más importante del estado, Las Américas”, explica Araceli Domínguez, una líder ambientalista de Cancún. “Es la única ventana que tenemos a la laguna. Ya nos cerraron todas las ventanas a ella, ya nos cerraron todas las ventanas al mar. No lo puedes ver por ningún lugar, excepto que te metas por un callejón y no hay dónde estacionarse”. El sitio donde está el malecón es un espacio privilegiado, rodeado de fauna, que desde 2003 fue contemplado para su urbanización por el Fondo Nacional de Fomento al Turismo (Fonatur), “con el propósito de generar condiciones óptimas para conectar ordenadamente el desarrollo de la zona urbana con la zona hotelera”, dice la tarjeta informativa publicada en 2016.
Aquí, en vez de toda la maleza, los árboles y los charcos de agua que ya se convirtieron en pequeñas lagunas con mangle, se hubieran levantado edificios de hasta catorce pisos. Los de atrás iban a ser más altos, los de adelante más chaparritos para aprovechar la vista. El proyecto fue primero presentado y aprobado durante la administración de John McCarthy, entonces director general de Fonatur, en el sexenio de Vicente Fox. Sin embargo, la construcción y autorización en materia de impacto ambiental sucedió después, bajo la dirección de Miguel Gómez Mont.
El malecón se construyó: “Vialidades, guarniciones y banquetas; la instalación de drenaje sanitario y pluvial; la electrificación y el alumbrado público; y la lotificación de los terrenos en venta”, apuntó Fonatur en una presentación del proyecto. Un pasaje a orillas de la laguna, con ramificaciones de calles en torno a grandes predios que se vendieron a privados. Incluso había un espacio designado (diez mil metros de predio) para la construcción de un centro religioso de los Legionarios de Cristo. Su idea era edificar la basílica de Santa María de Guadalupe del Mar, que Emiliano Ruiz Parra describe en un reportaje publicado en Gatopardo como “un edificio con una cruz de 110 metros de altura, con capacidad para mil quinientas personas y con un costo estimado de doce millones de dólares”. De acuerdo con ArchDaily, el despacho responsable era Sanzpont, cuyo portafolio incluye proyectos en lugares como Tulum, España y Estados Unidos.
El desarrollo completo apuntaba una derrama de once mil millones de pesos, y el valor total de la venta de los lotes era de dos mil millones para Fonatur. Para 2015, sin embargo, no se pudo levantar nada. Los recuadros de tierra que en los que se inició la obra, se repoblaron de especies de flora y fauna de nueva cuenta. Domínguez, también presidenta del Grupo Ecologista del Mayab, dice que hoy “la gente viene hacer yoga, a caminar, a correr, a patinar. Es un espacio de esparcimiento y de convivencia familiar que no tenemos en ningún otro sitio de Cancún”.
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“Diego y Laura”, “Alexis y Addy”, “Rashil y Lineth”. Marcas en los árboles con navaja para rememorar un amor latente se leen igual que tatuajes frente a la laguna Nichupté. Una pequeña rana dibujada con gis acompaña a una familia en un pícnic. Mikaela espera con sus hieleras: vende aguas y “saborines” —congeladas de sabores— a quince pesos, sonríe de oreja a oreja cuando trata de vender bajo la sombra de una palmera. Detrás de la adopción de este espacio público natural hubo una serie de inconformidades. Un día entraron a talar. Durante la presidencia de Peña Nieto —y con Roberto Borge Angulo como gobernador de Quintana Roo—, el escándalo se desató.
En julio de 2015, maquinaria pesada llegó al malecón e ingresaron a los predios lotificados. “Cuando empezaron a tirar los manglares fue que una jovencita [Mirna Aubert] con hijos chiquitos, vecina, vio y escuchó cómo estaban tirando todo y cómo tronaban los manglares al caer y las aves chillando y otro tipo de animales ahí también corriendo de un lado a otro con los trascabos. Y entonces ella hizo un llamado por redes sociales, la gente llegó y trataron de detener a las máquinas”, rememora Araceli Domínguez, quien fue convocada para guiar el movimiento ciudadano Salvemos Manglar Tajamar. Los vecinos se organizaron y se manifestaron por tierra y por agua en contra de las construcciones. Llegaron los amparos, los juicios.
El Economista reportó que las manifestaciones ciudadanas duraron una semana, la Procuraduría Federal de Protección al Ambiente (Profepa) clausuró las obras de desmonte que habían sido iniciadas y señaló a BI & DI Real Estate, que era dueña de diez lotes: “La empresa no había realizado los procedimientos de ley que la obligaban a reubicar las especies animales del lugar, así como reforestar las especies vegetales protegidas en la misma proporción en que iban a ser taladas”, se leía en la nota. El Universal, por su parte, hablaba de la apertura de una investigación desde la entonces Procuraduría General de la República por presuntos delitos ambientales.
A solicitud encabezada por Domínguez, el primer amparo fue presentado por el Centro Mexicano de Derecho Ambiental contra la autorización del impacto ambiental que la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales (Semarnat) había aprobado para la construcción en 2005. El argumento era la destrucción de los manglares; se alegaba que en la autorización había información falsa porque “se omitió señalar la existencia de manglar en la zona”. No se consiguió la suspensión del proyecto, pero, según Domínguez, citando a Fonatur, en “Malecón Tajamar, un parteaguas en la defensa del derecho al ambiente sano en México”, consultado por Gatopardo, “se colocaron los sellos de suspensión a las obras del malecón y se acondicionó el primer campamento con guardias permanentes; mientras que en otros puntos se llevaron a cabo rondines —de la sociedad civil—, con el fin de vigilar que no se reactivara ninguna actividad de relleno”. La sociedad civil se había organizado.
Hubo otro amparo, en agosto de 2015, que llamó la atención. Los demandantes eran 113 menores y sus tutores quienes, por medio de un grupo de abogados, exigían el cumplimiento de su derecho a ser escuchados y tener un medio ambiente sano. “Me gustan muchísimo los animales, cualquier tipo de animal, no me gusta que se queden sin casa porque están construyendo ahí en el Tajamar”, le dijo uno de los niños, Alberto, a BBC Mundo. El amparo pedía la suspensión de obras de desmonte de manglar, la cual fue concedida. No obstante, el juzgado solicitó una fianza de veinte millones de pesos por las afectaciones que se generarían a terceros: los desarrolladores y los órganos de gobierno involucrados. Los niños no podían pagar esa suma. “Ahí se armó un merequetengue y era tan grande que creo que hasta los jueces no sabían qué hacer”, dice Francisco Córdova Lira, dueño de un par de predios en el Malecón Tajamar. “Sonaba muy injusto, porque pues pobres niños”.
Terminó ese año, los permisos estaban prontos a vencer; caducarían en febrero de 2016. De nuevo comenzaban actividades en Tajamar con intención de continuar con las construcciones. Entre el 10 y 14 de enero, Fonatur afirma que se realizaron “actividades de rescate de flora y fauna”. “Rescate y traslado del cocodrilo a la laguna Nichupté”, “ubicación, captura, rescate y reubicación de iguanas en las inmediaciones del manglar Nichupté” y “vivero temporal donde se trasladaron las especies”, dicen los pies de foto que acompañan la evidencia fotográfica mostrada en una presentación oficial accesible en línea. Las imágenes dan cuenta del traslado de cocodrilos en pickups y de un letrero —“Vivero temporal”— atado a unos árboles, alrededor de los cuales se ven plantas con bolsas de plástico a modo de macetas. “Rescate de aproximadamente 11,423 ejemplares de flora silvestre”, “se propició la migración natural de fauna silvestre a sitios contiguos mediante acciones que permitieron su protección”, se añade en el documento.
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Es un mediodía de julio de 2022. La vista del agua es extensa, la laguna dulce dispersa un olor salado que arrastra el mar. El oleaje choca con el cemento del malecón. Se escuchan las risas de un grupo de niñas, unas hermanas, acompañadas de su madre, que vienen a patinar sobre el camino trazado. En la entrada, un hombre estrella cocos contra un bloque. Intenta romperlos y sacar la pulpa. Lo logra. Una mujer rusa que no habla español se detiene con su hija, que va en bicicleta, a mirar un pequeño pájaro dentro del hueco de una palmera, donde debería estar el follaje. Llevan un mes viviendo en Cancún.
El malecón está construido a un costado de la ciudad. Entre la naturaleza, una serie de calles interconectadas bordean grandes pedazos de tierra exentos de presencia humana. Se nota el paso de la gente que tal vez no se queda, pero vuelve. Hay basura por doquier y los botes llenos son asaltados por animales de rapiña. Sobre sus bicicletas van Frida y Alejandro; él, con un casco de Red Bull, hace de guía turístico para ella, quien nunca antes ha visitado el sitio. Daniela Franco Buzo, vecina y guía de tours en kayak sobre la laguna, ha visto flamencos sobrevolar el agua y algunos delfines y tiburones nadar. Cuenta que, a eso de la tarde o por las noches, sobre las calles del malecón, a veces caminan los cocodrilos. “Ya una vez que estás ahí te das cuenta de que los cocodrilos te tienen más miedo a ti que tú a ellos. Tienes que ver al cocodrilo antes de que te vea a ti, porque si te ve, inmediatamente se va a esconder”.
Francisco Córdova Lira ronda los setenta años y vive en Isla Mujeres, en un departamento con vista al mar. Es exdirector del Grupo Xcaret, empresario y dueño de predios en el Malecón Tajamar. Tiene dos de los 43 lotes que se comercializaron, los compró a nombre de la empresa Ciscolang, S. A. de C. V., creada en sociedad con Rafael Lang, sucesor de la presidencia del Consejo Coordinador Empresarial del Caribe. Sus predios están ubicados hasta adelante, sobre el malecón, y hacia la orilla, junto a la laguna. Su plan era construir un edificio de cuatro plantas con uso habitacional para parejas y solteros. “Flats”, dice. Pero a pesar de los planes que tenía, con contundencia y seguridad en la voz afirma: “Tajamar representa un gran fracaso del Estado mexicano”. El desarrollo prometía ser “algo bonito” para Cancún: “Es una tristeza que se haya desarrollado algo tan bello para los cancunenses y que hayan sido los cancunenses los que lo pararon”. Señala sus lotes en un mapa y dice: “Tampoco era vegetación así maravillosa, había nacido después de que ya habían depredado. Tajamar está lleno de mentiras, pero por intereses particulares”.
La intención de las autoridades locales era que cada dueño de los lotes vendidos se hiciera responsable de las labores de limpieza. Córdova Lira cuenta que recibió notificación para proceder con dichos trabajos en sus predios, e incluso para pagar derechos municipales, “no baratos, ochenta mil pesos”, para la obra. Pero cerca de la fecha de vencimiento de los permisos de la Semarnat, el gobierno local tomó la batuta del chapeo. “Me habló el presidente municipal; primero el director de Fonatur, y me dijo: ‘Vamos a limpiarlo nosotros todo completo porque se va a vencer la MIA [Manifestación de Impacto Ambiental], y no todo el mundo ha terminado, entonces vamos a proceder a limpiar todos los terrenos para que no tengamos problemas’. Yo dije: ‘Bueno, pues, está bien. Ya había contratado’, dije, ‘pero ya no hay problema’”.
A la una y media de la mañana de ese 16 de enero ingresaron camiones con material de relleno al malecón para realizar labores de chapeo y desmonte. Según El Economista, eran veinte vehículos acompañados de unidades de vigilancia de la Marina, policía municipal y tránsito. Por su parte, el relato de Araceli Domínguez sobre los hechos menciona ochenta vehículos. “La devastación duró dos días. Olía a muerte, varias decenas de zopilotes revolotearon sobre los restos de animales muertos”, añade. Al otro día ya había un escándalo mediático, rememora Francisco: “Muy sorpresivo para todos, porque pues ninguno de los desarrolladores participamos ni en la limpieza, ni la policía ni nada, no hicimos absolutamente nada”.
Greenpeace condenó los hechos. Se hablaba de un ecocidio. Notas informativas fueron publicadas en medios nacionales e internacionales. Incluso hay una página en Wikipedia titulada “Destrucción del manglar Tajamar en 2016”, la cual menciona que 57 hectáreas fueron devastadas. Animal Político también reportó 70 hectáreas con trabajo de desmonte y limpieza y la devastación de 90% del manglar. Fonatur negó el ecocidio, “pues reubicó a las especies y cumplió con todas las normas ambientales”, pero vecinos de la zona mostraron fotografías en redes sociales de especies vulneradas, “enterradas y muertas”, explicó el medio.
En un comunicado de prensa fechado doce días después, el 28 de enero, la Profepa descartó posibles daños ambientales y también el ecocidio. Además, absolvió de responsabilidades a cualquier órgano gubernamental. La sanción a BI & DI Real Estate se justificaba “tras encontrarla responsable de remover vegetación forestal en predios del Malecón Cancún Tajamar”. Fue de 6.6 millones de pesos, además de “la obligación de restaurar 7.2 hectáreas en los terrenos afectados por la empresa”.
Pero la participación ciudadana no cesó. Hasta el 24 de mayo de 2016 se habían presentado dieciséis demandas de amparo contra la construcción en Tajamar, que incluso se formalizaron en amparos comunitarios. “Era una estrategia de presión por parte de la sociedad para demostrar que algo estaba mal”, afirma Roberto Villalobos, vecino cancunense, DJ, scout y miembro del grupo La Tierra Nuestra Casa. Uno de los amparos, el J.A. 664/2017-III, que estaba bajo su nombre, fue resuelto en 2017 y logró la suspensión definitiva de obras en Tajamar, afirma.
El final del malecón, desde la óptica de Córdova Lira, quedó retratado en la imagen de “ochenta inversionistas que metieron mucho dinero, totalmente defraudados; todo el pueblo mexicano que metió sus impuestos, y se tiraron a la basura, y todos los ambientalistas que no creo que se sientan orgullosos de lo que hicieron”. Domínguez, desde su lugar, construye una imagen distinta, un sitio en disputa que continúa siendo un espacio de recreación y convivencia con la naturaleza, “la única ventana que tenemos a la laguna, a poder ver el atardecer, el amanecer, la salida de la luna cuando está llena”.
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Cristina Ortiz, una vecina que lleva viviendo seis meses en Cancún, dice: “Me parece un lugar muy atractivo, como los malecones de las ciudades antiguas, por ejemplo, en Veracruz, donde la gente se junta, un área de esparcimiento, y es muy importante que exista en las ciudades. En Cancún no hay un centro, no hay un zócalo, entonces que haya un espacio para la comunidad, donde pueda haber actividades diversas para todas las edades y todo tipo de gente, es algo que valoro”.
Aunque el destino de Tajamar parece haber encallado en aguas más tranquilas, la laguna sigue siendo un sitio atractivo para proyectos como el Puente Vehicular Nichupté. A pesar de que la Manifestación de Impacto Ambiental, consultado en la Semarnat, expediente 23QR2022V0008, justifica la vialidad del proyecto al tomar el tema ambiental como eje rector y partiendo de premisas que especifican que la construcción y operación “no deben comprometer la estructura y función de los importantes ecosistemas y recursos naturales existentes”, que se garantizará “la no generación de impactos [....] desde el punto de vista ambiental”, sí revela que el sistema lagunar ha sufrido el impacto ambiental “acumulativo y sinérgico” por diversas causas en los últimos años, como el tratamiento inadecuado de aguas residuales, que ha provocado niveles de contaminación, afectación de la calidad del agua y sedimentos y, por lo tanto, de los pastos marinos.
A pesar de esto, para la bióloga y ambientalista Daniela Franco Buzo, será el “puente del infierno”. Hay un temor extendido de que “el levantamiento de sedimentos enturbie el agua y no pueda filtrarse la luz del sol, impidiendo a los pastos marinos hacer su función como sumideros de carbono”, dice el periodista Ricardo Hernández Ruiz. “Y van a construir el puente donde cruzan todas estas aves”, agrega la bióloga, en referencia al corredor migratorio, que incluye a especies como los flamencos.
De acuerdo con Reforma, se incluirá además un andador peatonal que busca conectar la zona hotelera con el centro de la ciudad, una intención similar al plan inicial de Tajamar. El flujo de tránsito y el estacionamiento es un problema laberíntico para el paraíso de Quintana Roo, explica Franco Buzo, y compara esta solución con el segundo piso del Periférico de la Ciudad de México: “Lo único que pasó es que ahora hay tráfico arriba y tráfico abajo”.
La laguna hoy es un espacio de encuentro. Los cancunenses esperan que pueda seguir así, a pesar de los proyectos que amenazan con incidir en sus ecosistemas.