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La importancia de rebelarse contra la historia y quienes la escribieron

La importancia de rebelarse contra la historia y quienes la escribieron

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
28
.
09
.
21
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

El problema es real, la historia fue escrita por los hombres que ganaron las batallas y que borraron a su paso lo que les resultó incomodo: el despojo, el genocidio, las violaciones, los niños huérfanos y los pueblos avasallados.

En el diario La Jornada del 15 de septiembre de este año, la Dra. Claudia Sheinbaum escribió una editorial particularmente interesante donde explicó sus razones para bajar el monumento a Cristóbal Colón para reemplazarlo con la escultura de una mujer indígena. Sin embargo, en lugar de analizar a profundidad qué quiere decir este acto de "rebeldía histórica”, en un México tan polarizado, se le echaron encima argumentando que atentaba contra nuestro patrimonio histórico y hasta se lanzó una petición en Change.org firmada por más de 10,000 personas, incluyendo, por supuesto, a Margarita Zavala y al expresidente Felipe Calderón, para que Colón regresara a su sitio, razón por la cual el conquistador ya no será exiliado, sino trasladado a Polanco. Personalmente no me gustaba Tlalli, la propuesta que hizo el artista Pedro Reyes inspirado en las cabezas olmecas, pero esa es una postura estética. Eso no significa que no este de acuerdo con el argumento de Sheinbaum cuando dice que ya es hora de reivindicar a los más afectados del pasado y del presente, donde los más pobres, son en realidad LAS más pobres y desprotegidas. Las mujeres indígenas son aún más discriminadas que sus compañeros, ganan menos y mueren más jóvenes debido a que, además del racismo, pesa sobre ellas la discriminación de genero, al punto de que aún existen comunidades donde las niñas se venden en Guerrero.

Sin lugar a dudas, el lugar que ocupan las mujeres esta segunda década del siglo XXI es muy distinto que hace 50 años, claro ejemplo de ello es nuestra jefa de gobierno de la Ciudad de México, pero es verdad que el bajar a un macho invasor para poner la cabeza de una mujer indígena en un pedestal no resuelve el problema de fondo. Lo malo, como siempre, es que las discusiones en torno a temas como éste no llegan a ser lo suficientemente profundas, sino que se quedan en la superficie. El problema es real, la historia fue escrita por los hombres que ganaron las batallas y que borraron a su paso lo que les resultó incomodo: el despojo, el genocidio, las violaciones, los niños huérfanos y los pueblos avasallados. Esta revisión de la historia escrita por hombres blancos está ocurriendo en muchos lugares del mundo, por ejemplo, en Bélgica se están preguntando cómo explicar la historia del rey Leopoldo II, quien a finales del XIX fue prácticamente dueño de El Congo al convertirlo en una colonia privada, disfrazando el genocidio y la sobreexplotación de sus habitantes de labor civilizatoria, cristiana y en contra de la esclavitud. Su versión no podía estar más lejana a la realidad, pero en su momento Europa se tragó el dulce del buen rey Leopoldo, así engordara sus cofres con el oro de un territorio despojado. Ahora, el Musée du Congo, mejor conocido como Africa Museum, cerca de Bruselas, tendrá que replantear totalmente su visión y empezar a contar a los niños belgas una historia diferente, una historia vista desde El Congo, no desde el reino de Bélgica, y eso implicará reconocer que su colección está formada de objetos usurpados. Algo parecido esta ocurriendo en Estados Unidos, donde después de la reciente revolución cultural de #BlackLifesMatter se están tirando estatuas de confederados en muchos sitios, pero ahora el movimiento quiere ir más lejos para enseñar a los niños y a los adolescentes la historia desde el punto de vista de los oprimidos, de los esclavos negros. Por supuesto, los republicanos y los blancos de derecha están aterrados de que se abra esa caja de pandora y se ponga en entredicho su actitud “civilizatoria y cristiana”. De hecho, esta revisión de la historia está siendo bloqueada en muchos estados por su efecto “contaminante” en las pequeñas mentes. No vaya a ser que las lleve a dudar de las ideas en torno a las que se fundó su país. En México la actitud es un poco mas cínica, por una parte, el “pueblo bueno” son los pueblos originarios y hay que consultarles, siempre y cuando no sean mayas o zapatistas, a esos no hay que darles pasaporte y de ser posible hay que meterlos bajo la alfombra informativa e histórica. Aquí se está escribiendo la historia desde la visión de un nuevo mesías mestizo que cree que con algo de maquillaje pasará a la historia como el reivindicador de los pueblos originarios que no estén en el camino del Tren Maya. El problema real, como lo mencionaba en las columnas anteriores, es el territorio. ¿De quién es la tierra?, ¿de quién es el bosque?, ¿de quién es el agua? Las mujeres sin duda trabajan esa tierra, protegen a ese bosque y tratan de cuidar al agua, pues de eso depende su supervivencia y la de sus hijos. Sin embargo, muy pocas veces los títulos de propiedad de esas tierras son de las madres o son ellas quienes toman las decisiones en las juntas ejidales. Sin duda este es un estado machista y “civilizatorio”, aunque lo disfracen de justo y equitativo. Por eso molesta tanto al poder la propuesta zapatista, porque abre la puerta al verdadero poder de la comandanta Ramona, al poder de Marichuy, al de todos los “otres” y a la posibilidad de construir relaciones horizontales y justas. Sobretodo, relaciones respetuosas con el entorno natural, o ¿será que la madre Tierra también está mancillada precisamente por ser madre?

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El problema es real, la historia fue escrita por los hombres que ganaron las batallas y que borraron a su paso lo que les resultó incomodo: el despojo, el genocidio, las violaciones, los niños huérfanos y los pueblos avasallados.

En el diario La Jornada del 15 de septiembre de este año, la Dra. Claudia Sheinbaum escribió una editorial particularmente interesante donde explicó sus razones para bajar el monumento a Cristóbal Colón para reemplazarlo con la escultura de una mujer indígena. Sin embargo, en lugar de analizar a profundidad qué quiere decir este acto de "rebeldía histórica”, en un México tan polarizado, se le echaron encima argumentando que atentaba contra nuestro patrimonio histórico y hasta se lanzó una petición en Change.org firmada por más de 10,000 personas, incluyendo, por supuesto, a Margarita Zavala y al expresidente Felipe Calderón, para que Colón regresara a su sitio, razón por la cual el conquistador ya no será exiliado, sino trasladado a Polanco. Personalmente no me gustaba Tlalli, la propuesta que hizo el artista Pedro Reyes inspirado en las cabezas olmecas, pero esa es una postura estética. Eso no significa que no este de acuerdo con el argumento de Sheinbaum cuando dice que ya es hora de reivindicar a los más afectados del pasado y del presente, donde los más pobres, son en realidad LAS más pobres y desprotegidas. Las mujeres indígenas son aún más discriminadas que sus compañeros, ganan menos y mueren más jóvenes debido a que, además del racismo, pesa sobre ellas la discriminación de genero, al punto de que aún existen comunidades donde las niñas se venden en Guerrero.

Sin lugar a dudas, el lugar que ocupan las mujeres esta segunda década del siglo XXI es muy distinto que hace 50 años, claro ejemplo de ello es nuestra jefa de gobierno de la Ciudad de México, pero es verdad que el bajar a un macho invasor para poner la cabeza de una mujer indígena en un pedestal no resuelve el problema de fondo. Lo malo, como siempre, es que las discusiones en torno a temas como éste no llegan a ser lo suficientemente profundas, sino que se quedan en la superficie. El problema es real, la historia fue escrita por los hombres que ganaron las batallas y que borraron a su paso lo que les resultó incomodo: el despojo, el genocidio, las violaciones, los niños huérfanos y los pueblos avasallados. Esta revisión de la historia escrita por hombres blancos está ocurriendo en muchos lugares del mundo, por ejemplo, en Bélgica se están preguntando cómo explicar la historia del rey Leopoldo II, quien a finales del XIX fue prácticamente dueño de El Congo al convertirlo en una colonia privada, disfrazando el genocidio y la sobreexplotación de sus habitantes de labor civilizatoria, cristiana y en contra de la esclavitud. Su versión no podía estar más lejana a la realidad, pero en su momento Europa se tragó el dulce del buen rey Leopoldo, así engordara sus cofres con el oro de un territorio despojado. Ahora, el Musée du Congo, mejor conocido como Africa Museum, cerca de Bruselas, tendrá que replantear totalmente su visión y empezar a contar a los niños belgas una historia diferente, una historia vista desde El Congo, no desde el reino de Bélgica, y eso implicará reconocer que su colección está formada de objetos usurpados. Algo parecido esta ocurriendo en Estados Unidos, donde después de la reciente revolución cultural de #BlackLifesMatter se están tirando estatuas de confederados en muchos sitios, pero ahora el movimiento quiere ir más lejos para enseñar a los niños y a los adolescentes la historia desde el punto de vista de los oprimidos, de los esclavos negros. Por supuesto, los republicanos y los blancos de derecha están aterrados de que se abra esa caja de pandora y se ponga en entredicho su actitud “civilizatoria y cristiana”. De hecho, esta revisión de la historia está siendo bloqueada en muchos estados por su efecto “contaminante” en las pequeñas mentes. No vaya a ser que las lleve a dudar de las ideas en torno a las que se fundó su país. En México la actitud es un poco mas cínica, por una parte, el “pueblo bueno” son los pueblos originarios y hay que consultarles, siempre y cuando no sean mayas o zapatistas, a esos no hay que darles pasaporte y de ser posible hay que meterlos bajo la alfombra informativa e histórica. Aquí se está escribiendo la historia desde la visión de un nuevo mesías mestizo que cree que con algo de maquillaje pasará a la historia como el reivindicador de los pueblos originarios que no estén en el camino del Tren Maya. El problema real, como lo mencionaba en las columnas anteriores, es el territorio. ¿De quién es la tierra?, ¿de quién es el bosque?, ¿de quién es el agua? Las mujeres sin duda trabajan esa tierra, protegen a ese bosque y tratan de cuidar al agua, pues de eso depende su supervivencia y la de sus hijos. Sin embargo, muy pocas veces los títulos de propiedad de esas tierras son de las madres o son ellas quienes toman las decisiones en las juntas ejidales. Sin duda este es un estado machista y “civilizatorio”, aunque lo disfracen de justo y equitativo. Por eso molesta tanto al poder la propuesta zapatista, porque abre la puerta al verdadero poder de la comandanta Ramona, al poder de Marichuy, al de todos los “otres” y a la posibilidad de construir relaciones horizontales y justas. Sobretodo, relaciones respetuosas con el entorno natural, o ¿será que la madre Tierra también está mancillada precisamente por ser madre?

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En el diario La Jornada del 15 de septiembre de este año, la Dra. Claudia Sheinbaum escribió una editorial particularmente interesante donde explicó sus razones para bajar el monumento a Cristóbal Colón para reemplazarlo con la escultura de una mujer indígena. Sin embargo, en lugar de analizar a profundidad qué quiere decir este acto de "rebeldía histórica”, en un México tan polarizado, se le echaron encima argumentando que atentaba contra nuestro patrimonio histórico y hasta se lanzó una petición en Change.org firmada por más de 10,000 personas, incluyendo, por supuesto, a Margarita Zavala y al expresidente Felipe Calderón, para que Colón regresara a su sitio, razón por la cual el conquistador ya no será exiliado, sino trasladado a Polanco. Personalmente no me gustaba Tlalli, la propuesta que hizo el artista Pedro Reyes inspirado en las cabezas olmecas, pero esa es una postura estética. Eso no significa que no este de acuerdo con el argumento de Sheinbaum cuando dice que ya es hora de reivindicar a los más afectados del pasado y del presente, donde los más pobres, son en realidad LAS más pobres y desprotegidas. Las mujeres indígenas son aún más discriminadas que sus compañeros, ganan menos y mueren más jóvenes debido a que, además del racismo, pesa sobre ellas la discriminación de genero, al punto de que aún existen comunidades donde las niñas se venden en Guerrero.

Sin lugar a dudas, el lugar que ocupan las mujeres esta segunda década del siglo XXI es muy distinto que hace 50 años, claro ejemplo de ello es nuestra jefa de gobierno de la Ciudad de México, pero es verdad que el bajar a un macho invasor para poner la cabeza de una mujer indígena en un pedestal no resuelve el problema de fondo. Lo malo, como siempre, es que las discusiones en torno a temas como éste no llegan a ser lo suficientemente profundas, sino que se quedan en la superficie. El problema es real, la historia fue escrita por los hombres que ganaron las batallas y que borraron a su paso lo que les resultó incomodo: el despojo, el genocidio, las violaciones, los niños huérfanos y los pueblos avasallados. Esta revisión de la historia escrita por hombres blancos está ocurriendo en muchos lugares del mundo, por ejemplo, en Bélgica se están preguntando cómo explicar la historia del rey Leopoldo II, quien a finales del XIX fue prácticamente dueño de El Congo al convertirlo en una colonia privada, disfrazando el genocidio y la sobreexplotación de sus habitantes de labor civilizatoria, cristiana y en contra de la esclavitud. Su versión no podía estar más lejana a la realidad, pero en su momento Europa se tragó el dulce del buen rey Leopoldo, así engordara sus cofres con el oro de un territorio despojado. Ahora, el Musée du Congo, mejor conocido como Africa Museum, cerca de Bruselas, tendrá que replantear totalmente su visión y empezar a contar a los niños belgas una historia diferente, una historia vista desde El Congo, no desde el reino de Bélgica, y eso implicará reconocer que su colección está formada de objetos usurpados. Algo parecido esta ocurriendo en Estados Unidos, donde después de la reciente revolución cultural de #BlackLifesMatter se están tirando estatuas de confederados en muchos sitios, pero ahora el movimiento quiere ir más lejos para enseñar a los niños y a los adolescentes la historia desde el punto de vista de los oprimidos, de los esclavos negros. Por supuesto, los republicanos y los blancos de derecha están aterrados de que se abra esa caja de pandora y se ponga en entredicho su actitud “civilizatoria y cristiana”. De hecho, esta revisión de la historia está siendo bloqueada en muchos estados por su efecto “contaminante” en las pequeñas mentes. No vaya a ser que las lleve a dudar de las ideas en torno a las que se fundó su país. En México la actitud es un poco mas cínica, por una parte, el “pueblo bueno” son los pueblos originarios y hay que consultarles, siempre y cuando no sean mayas o zapatistas, a esos no hay que darles pasaporte y de ser posible hay que meterlos bajo la alfombra informativa e histórica. Aquí se está escribiendo la historia desde la visión de un nuevo mesías mestizo que cree que con algo de maquillaje pasará a la historia como el reivindicador de los pueblos originarios que no estén en el camino del Tren Maya. El problema real, como lo mencionaba en las columnas anteriores, es el territorio. ¿De quién es la tierra?, ¿de quién es el bosque?, ¿de quién es el agua? Las mujeres sin duda trabajan esa tierra, protegen a ese bosque y tratan de cuidar al agua, pues de eso depende su supervivencia y la de sus hijos. Sin embargo, muy pocas veces los títulos de propiedad de esas tierras son de las madres o son ellas quienes toman las decisiones en las juntas ejidales. Sin duda este es un estado machista y “civilizatorio”, aunque lo disfracen de justo y equitativo. Por eso molesta tanto al poder la propuesta zapatista, porque abre la puerta al verdadero poder de la comandanta Ramona, al poder de Marichuy, al de todos los “otres” y a la posibilidad de construir relaciones horizontales y justas. Sobretodo, relaciones respetuosas con el entorno natural, o ¿será que la madre Tierra también está mancillada precisamente por ser madre?

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En el diario La Jornada del 15 de septiembre de este año, la Dra. Claudia Sheinbaum escribió una editorial particularmente interesante donde explicó sus razones para bajar el monumento a Cristóbal Colón para reemplazarlo con la escultura de una mujer indígena. Sin embargo, en lugar de analizar a profundidad qué quiere decir este acto de "rebeldía histórica”, en un México tan polarizado, se le echaron encima argumentando que atentaba contra nuestro patrimonio histórico y hasta se lanzó una petición en Change.org firmada por más de 10,000 personas, incluyendo, por supuesto, a Margarita Zavala y al expresidente Felipe Calderón, para que Colón regresara a su sitio, razón por la cual el conquistador ya no será exiliado, sino trasladado a Polanco. Personalmente no me gustaba Tlalli, la propuesta que hizo el artista Pedro Reyes inspirado en las cabezas olmecas, pero esa es una postura estética. Eso no significa que no este de acuerdo con el argumento de Sheinbaum cuando dice que ya es hora de reivindicar a los más afectados del pasado y del presente, donde los más pobres, son en realidad LAS más pobres y desprotegidas. Las mujeres indígenas son aún más discriminadas que sus compañeros, ganan menos y mueren más jóvenes debido a que, además del racismo, pesa sobre ellas la discriminación de genero, al punto de que aún existen comunidades donde las niñas se venden en Guerrero.

Sin lugar a dudas, el lugar que ocupan las mujeres esta segunda década del siglo XXI es muy distinto que hace 50 años, claro ejemplo de ello es nuestra jefa de gobierno de la Ciudad de México, pero es verdad que el bajar a un macho invasor para poner la cabeza de una mujer indígena en un pedestal no resuelve el problema de fondo. Lo malo, como siempre, es que las discusiones en torno a temas como éste no llegan a ser lo suficientemente profundas, sino que se quedan en la superficie. El problema es real, la historia fue escrita por los hombres que ganaron las batallas y que borraron a su paso lo que les resultó incomodo: el despojo, el genocidio, las violaciones, los niños huérfanos y los pueblos avasallados. Esta revisión de la historia escrita por hombres blancos está ocurriendo en muchos lugares del mundo, por ejemplo, en Bélgica se están preguntando cómo explicar la historia del rey Leopoldo II, quien a finales del XIX fue prácticamente dueño de El Congo al convertirlo en una colonia privada, disfrazando el genocidio y la sobreexplotación de sus habitantes de labor civilizatoria, cristiana y en contra de la esclavitud. Su versión no podía estar más lejana a la realidad, pero en su momento Europa se tragó el dulce del buen rey Leopoldo, así engordara sus cofres con el oro de un territorio despojado. Ahora, el Musée du Congo, mejor conocido como Africa Museum, cerca de Bruselas, tendrá que replantear totalmente su visión y empezar a contar a los niños belgas una historia diferente, una historia vista desde El Congo, no desde el reino de Bélgica, y eso implicará reconocer que su colección está formada de objetos usurpados. Algo parecido esta ocurriendo en Estados Unidos, donde después de la reciente revolución cultural de #BlackLifesMatter se están tirando estatuas de confederados en muchos sitios, pero ahora el movimiento quiere ir más lejos para enseñar a los niños y a los adolescentes la historia desde el punto de vista de los oprimidos, de los esclavos negros. Por supuesto, los republicanos y los blancos de derecha están aterrados de que se abra esa caja de pandora y se ponga en entredicho su actitud “civilizatoria y cristiana”. De hecho, esta revisión de la historia está siendo bloqueada en muchos estados por su efecto “contaminante” en las pequeñas mentes. No vaya a ser que las lleve a dudar de las ideas en torno a las que se fundó su país. En México la actitud es un poco mas cínica, por una parte, el “pueblo bueno” son los pueblos originarios y hay que consultarles, siempre y cuando no sean mayas o zapatistas, a esos no hay que darles pasaporte y de ser posible hay que meterlos bajo la alfombra informativa e histórica. Aquí se está escribiendo la historia desde la visión de un nuevo mesías mestizo que cree que con algo de maquillaje pasará a la historia como el reivindicador de los pueblos originarios que no estén en el camino del Tren Maya. El problema real, como lo mencionaba en las columnas anteriores, es el territorio. ¿De quién es la tierra?, ¿de quién es el bosque?, ¿de quién es el agua? Las mujeres sin duda trabajan esa tierra, protegen a ese bosque y tratan de cuidar al agua, pues de eso depende su supervivencia y la de sus hijos. Sin embargo, muy pocas veces los títulos de propiedad de esas tierras son de las madres o son ellas quienes toman las decisiones en las juntas ejidales. Sin duda este es un estado machista y “civilizatorio”, aunque lo disfracen de justo y equitativo. Por eso molesta tanto al poder la propuesta zapatista, porque abre la puerta al verdadero poder de la comandanta Ramona, al poder de Marichuy, al de todos los “otres” y a la posibilidad de construir relaciones horizontales y justas. Sobretodo, relaciones respetuosas con el entorno natural, o ¿será que la madre Tierra también está mancillada precisamente por ser madre?

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Sin lugar a dudas, el lugar que ocupan las mujeres esta segunda década del siglo XXI es muy distinto que hace 50 años, claro ejemplo de ello es nuestra jefa de gobierno de la Ciudad de México, pero es verdad que el bajar a un macho invasor para poner la cabeza de una mujer indígena en un pedestal no resuelve el problema de fondo. Lo malo, como siempre, es que las discusiones en torno a temas como éste no llegan a ser lo suficientemente profundas, sino que se quedan en la superficie. El problema es real, la historia fue escrita por los hombres que ganaron las batallas y que borraron a su paso lo que les resultó incomodo: el despojo, el genocidio, las violaciones, los niños huérfanos y los pueblos avasallados. Esta revisión de la historia escrita por hombres blancos está ocurriendo en muchos lugares del mundo, por ejemplo, en Bélgica se están preguntando cómo explicar la historia del rey Leopoldo II, quien a finales del XIX fue prácticamente dueño de El Congo al convertirlo en una colonia privada, disfrazando el genocidio y la sobreexplotación de sus habitantes de labor civilizatoria, cristiana y en contra de la esclavitud. Su versión no podía estar más lejana a la realidad, pero en su momento Europa se tragó el dulce del buen rey Leopoldo, así engordara sus cofres con el oro de un territorio despojado. Ahora, el Musée du Congo, mejor conocido como Africa Museum, cerca de Bruselas, tendrá que replantear totalmente su visión y empezar a contar a los niños belgas una historia diferente, una historia vista desde El Congo, no desde el reino de Bélgica, y eso implicará reconocer que su colección está formada de objetos usurpados. Algo parecido esta ocurriendo en Estados Unidos, donde después de la reciente revolución cultural de #BlackLifesMatter se están tirando estatuas de confederados en muchos sitios, pero ahora el movimiento quiere ir más lejos para enseñar a los niños y a los adolescentes la historia desde el punto de vista de los oprimidos, de los esclavos negros. Por supuesto, los republicanos y los blancos de derecha están aterrados de que se abra esa caja de pandora y se ponga en entredicho su actitud “civilizatoria y cristiana”. De hecho, esta revisión de la historia está siendo bloqueada en muchos estados por su efecto “contaminante” en las pequeñas mentes. No vaya a ser que las lleve a dudar de las ideas en torno a las que se fundó su país. En México la actitud es un poco mas cínica, por una parte, el “pueblo bueno” son los pueblos originarios y hay que consultarles, siempre y cuando no sean mayas o zapatistas, a esos no hay que darles pasaporte y de ser posible hay que meterlos bajo la alfombra informativa e histórica. Aquí se está escribiendo la historia desde la visión de un nuevo mesías mestizo que cree que con algo de maquillaje pasará a la historia como el reivindicador de los pueblos originarios que no estén en el camino del Tren Maya. El problema real, como lo mencionaba en las columnas anteriores, es el territorio. ¿De quién es la tierra?, ¿de quién es el bosque?, ¿de quién es el agua? Las mujeres sin duda trabajan esa tierra, protegen a ese bosque y tratan de cuidar al agua, pues de eso depende su supervivencia y la de sus hijos. Sin embargo, muy pocas veces los títulos de propiedad de esas tierras son de las madres o son ellas quienes toman las decisiones en las juntas ejidales. Sin duda este es un estado machista y “civilizatorio”, aunque lo disfracen de justo y equitativo. Por eso molesta tanto al poder la propuesta zapatista, porque abre la puerta al verdadero poder de la comandanta Ramona, al poder de Marichuy, al de todos los “otres” y a la posibilidad de construir relaciones horizontales y justas. Sobretodo, relaciones respetuosas con el entorno natural, o ¿será que la madre Tierra también está mancillada precisamente por ser madre?

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