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La automatización crece a un ritmo acelerado en Estados Unidos. Estamos en el umbral de una nueva era tecnológica. Sin embargo, los empleos diversificados no están creciendo a la misma velocidad. Así que los trabajos mecánicos son los más propensos a desaparecer, en sectores como el de servicios, logística y alimentos, donde labora la mayoría de los latinos. ¿Qué pasará con esta fuerza laboral?
Este reportaje se realizó gracias al apoyo de la Fundación Ford
No es la hora de mayor concurrencia en el restaurante Denny’s, en Doral, Florida, la típica franquicia de desayunos estadounidenses desde 1953. Un sábado a las cuatro de la tarde, apenas un cliente espera su pedido en un rincón y huele a fritura. Servi no está ahora mismo en funcionamiento, pero, digamos, es el compañero de la camarera de turno en este local con luces tenues, mesas de madera y asientos vino tinto. Doral es una ciudad donde la comunidad latina representa 85% de sus habitantes (de una población total de 81 908 en 2020), esto es, miles de hispanos que han parado aquí. Por eso se ha vuelto fácil encontrar empanadas, pollo asado, cachapas, tequeños y arepas, por los diecinueve mil venezolanos asentados, que incluso la llaman Doralzuela. Así que entrar a este Denny’s, famoso por sus pancakes, escondido entre locales latinos, es como entrar un poco más adentro de lo que llaman el “verdadero” Estados Unidos, o una escena típica de Breaking bad.
Pero no hay mucho movimiento esta tarde del 23 de julio de 2022, así que la carga laboral está suave. “Tienes que venir los domingos en las mañanas, cuando esto se pone full”, responde la gerente del local que se acerca a mi mesa, una mujer de unos cincuenta años, de cabello rubio y de origen cubano, cuando le pregunto por las horas de más movimiento. Yo quiero ver a Servi en acción. Una especie de Robotina, como en los dibujos animados de Hanna-Barbera, pero de inicios del siglo XXI. Servi es el ayudante perfecto y la última adquisición del restaurante para aligerar dos cargas: la escasez de empleados —tan normal en estos días— y el abarrotamiento que esto genera en las horas de más movimiento. Desde el año pasado, conseguir personal es cada vez más difícil para este tipo de comercios, un fenómeno conocido como great resignation (“gran dimisión”), por los millones de renuncias que Estados Unidos ha venido experimentando: un descontento por los bajos salarios y un cambio en las relaciones de trabajo acelerado por la pandemia.
A esta hora, Servi está recargado en una pared, enchufado a un tomacorriente. Una luz verde se enciende en su pantalla e indica que está cargando. Mide poco más de un metro de alto, es blanco y ancho como una mesita de noche. En su tope tiene una bandeja blanca y espaciosa, apta para un plato con cubiertos, aunque aún no es capaz de servir bebidas. Servi es uno de los robots desarrollados por la compañía Bear Robotics, Inc. —un exemprendimiento de Google desarrollado en el corazón de Silicon Valley—, que hoy se encuentran en al menos doce compañías del territorio estadounidense, cubriendo lo que la compañía llama “soluciones inteligentes”: llevar los platos de la mesa a la cocina, o de la cocina a la habitación de un hotel, con sus tres bandejas acomodadas desde la parte inferior, casi rozando el piso, hasta la superior. Canta el “Happy birthday” —lo más solicitado— e interactúa con los clientes. No esquiva mesas ni objetos, pero puede trabajar las veinticuatro horas del día.
—También tenemos, you know, robot en la cocina que ayuda todas las nights a preparar los menús. Tienen que verlo —dice, buscando las palabras en español, sabiendo que está frente a una latina, migrante como ella—. Sorry, soy cubana, but, you know, tengo muchos años trabajando aquí.
Al robot de la cocina no lo puede mostrar ahora porque debe pedir permiso al dueño de la franquicia, pero asegura que es de gran ayuda, sobre todo en las noches, para un restaurante como este, que trabaja las veinticuatro horas, de lunes a lunes.
Aquí, en Florida, otros restaurantes están haciendo lo mismo. La cadena cubano-estadounidense Sergio’s es quizás pionera en introducir los robots meseros. Carlos Gazitua, su director ejecutivo, es un evangelizador de estos equipos. En las entrevistas que ha concedido a decenas de medios señala que el objetivo es hacer la vida de los empleados más fácil mientras contrarrestan la escasez de trabajadores. A veces solo se detienen para conectarse a la corriente eléctrica al fondo de una pared, o simplemente están en la cocina esperando un plato que entregar. Al visitar el local pregunto:
—¿Puedo ver a los robots?
—Claro, están en descanso.
—¿Tienen tiempo de descanso?
—¡No! — sonríe—. Pero es que a veces se descargan.
En Walmart, la empleadora más grande en Estados Unidos, con 1.6 millones de trabajadores, un robot de más de un metro y medio de alto que limpia el piso ha sido desconectado durante el día. El 30 de julio, cuando voy a verlo como parte de mi reportería, no logro encontrarlo. Pregunto por los pasillos y nadie sabe dónde está. Cuando ya me retiro, consulto a un último trabajador:
—Señor, ¿y el robot que limpia los pisos?
—Los niños se le montan. Creen que están en un parque de Disney y no es seguro, por eso ahora solo lo usamos de noche —responde.
De la nómina de Walmart, 18% es de origen hispano. Este equipo robótico ayuda, pero no es suficiente. Parece una amenaza inofensiva porque su tecnología aún no logra barrer debajo de los estantes ni mover equipos para un trabajo eficiente; tampoco ordenar las botellas de leche o los productos enlatados en los estantes. Chili’s, una cadena con más de 1 600 sucursales, está incorporando estas máquinas, bajo el nombre de Rita —también de Bear Robotics, Inc.—, que hablan y se mueven, operadas por los camareros. ¿Estamos viendo los inicios de una invasión robótica, o una cuarta revolución industrial en la que los robots serán los protagonistas?
A finales de 2021, empresas estadounidenses registraron un récord de empleos automatizados: veintinueve mil robots y drones contratados para la industria de logística y servicios, según datos de la Asociación para el Avance de la Automatización, un grupo comercial que representa a 1 100 organizaciones involucradas en robótica en el país. Parece un número grande y cumple con algunas de las proyecciones de que más robots estarán sirviendo comida o preparando filetes en líneas de cocina. Se cree que los confinamientos por el covid-19 aceleraron esta transición.
The Brookings Institution ha calculado que 25% de los empleos de este país, esto es, 36 millones de puestos de trabajo, enfrentarán una alta exposición a la automatización en las próximas décadas, según “Automation and artificial intelligence: how machines are affecting people and places”, informe de 2019. Se proyecta que los trabajos más vulnerables están en la administración, la manufactura, el transporte y la preparación de alimentos; se consideran de “alto riesgo” porque más de 70% de sus tareas son potencialmente automatizables. Y son los sectores en los que trabaja la mayoría de los hispanos en el país de Joe Biden.
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Hace más de dos años, un cliente se sorprendió en una tienda Walmart, en Florida, cuando vio pasar una máquina que iba limpiando sin parar los pisos y sin que ningún ser humano la condujera.
—¡Miraaa! —dice un joven, entusiasmado ante este encuentro con el futuro.
—¿Ves? ¡Nos vienen a reemplazar! —responde otro.
Sonreí ante aquella paradoja. Eran los días de marzo y abril de 2020, cuando el país perdía veintidós millones de empleos y había una tasa de 14.7% de desempleo. Para finales de aquel año, 6.3 millones de personas estaban desempleadas, según datos del Departamento del Trabajo. Pero una vez que comenzó el camino de recuperación económica en 2021, el panorama cambió: la oferta de trabajos superó la demanda. De acuerdo con una encuesta del Pew Research Center (PRC), los salarios bajos, la falta de oportunidades para lograr un ascenso y sentirse maltratados en el trabajo fueron las principales razones por las que, ese mismo año, millones de trabajadores renunciaron voluntariamente a sus empleos como parte de la gran dimisión. Solo en septiembre pasado, por cada cien vacantes había 75 trabajadores desempleados.
Bajo ese panorama, ¿de verdad los robots vienen a reemplazarnos? Una búsqueda rápida en internet arroja que al menos diez tipos de robots han entrado a granjas, restaurantes, cadenas de comida rápida y hoteles —sin contar los almacenes de Amazon—, con la voluntad de incorporarse como uno, dos o tres trabajadores más y solventar un problema —la escasez de mano de obra— que tiene muchas caras dentro de Estados Unidos.
En Florida, la granja Wish Farms, importante productora de fresas y otros frutos orgánicos, junto con su empresa aliada Harvest CROO Robotics, diseñaron un robot, Berry, que está haciendo el trabajo de decenas en los campos porque no hay gente disponible o porque las personas ya no quieren incorporarse a este tipo de labores. Es un camión de nueve metros de largo por cinco de ancho, una especie de tráiler con decenas de tenazas en su parte inferior que pueden recolectar hasta dieciséis plantas al mismo tiempo, en casi tres hectáreas por día, equivalentes a cuatro campos de fútbol. Su perfeccionamiento ha tardado al menos unos cinco años, pero para la próxima temporada de fresas, en diciembre, creen que ya podrán utilizarlo al 100%. En la industria de la caña de azúcar, las máquinas están dinamizando la escasez de cañicultores. “El caso que más conocemos de automatización es el de la caña de azúcar, donde ya se están usando máquinas para cortar la caña”, dice Nezahualcoyotl Xiuhtecutli, coordinador ejecutivo de The Farmworker Association of Florida, Inc., una organización que representa a más de diez mil trabajadores migrantes.
La automatización no es el problema. Desde organizaciones sindicales hasta académicos y empresarios con los que Gatopardo habló, se señala que estos cambios han sido parte de la historia. La automatización existe para sustituir actividades laborales con el objetivo de aumentar la calidad y la producción a un costo menor, señala el informe de The Brookings Institution. El temor por cómo la tecnología elimina puestos de trabajo también ha existido siempre y, aunque ha generado oportunidades, ahora los analistas llegan a un consenso: los robots traerán lo mismo beneficios que tensiones.
El periodista y escritor Andrés Oppenheimer señala en su libro ¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la automatización (Debate, 2018) que lo que diferencia la automatización de otros períodos es que por primera vez la tecnología crece más rápido que el empleo. “Mientras que en el siglo XVIII la humanidad tardó 119 años en esparcir las máquinas de tejer fuera de Europa, en el siglo XX tardó apenas siete años en difundir el internet desde Estados Unidos hacia todo el planeta, y en el siglo XXI WhatsApp […] logró en sus primeros seis años de vida setecientos millones de seguidores, lo mismo que logró el cristianismo durante sus primeros diecinueve siglos”, expone.
Oppenheimer divide a los tecnooptimistas de los tecnopesimistas. Mientras este último grupo señala que los avances están sucediendo cada vez más rápido, sin dar tiempo para crear suficientes nuevos empleos, los optimistas afirman que la tecnología terminará creando más trabajos de los que aniquilará. Para contrastar, el periodista cita dos ejemplos: en 1980 había sesenta mil cajeros automáticos y 485 000 empleados bancarios en Estados Unidos. Para 2002 había 352 000 cajeros automáticos y 527 empleados humanos. Los pesimistas dirán, en cambio, que el ejemplo más clásico se encuentra en la industria tecnológica. Oppenheimer refiere que, según el Banco Mundial, compañías como Google, Amazon y Meta representan apenas 0.5% del empleo total. Blockbuster, una empresa de sesenta mil trabajadores, fue desplazada por Netflix, que ahora tiene alrededor de 9 700.
Históricamente, la sustitución de mano de obra por máquinas ha liberado a los humanos de tareas para que se ocupen en otras. La revolución agrícola y las revoluciones industriales de los siglos XVIII y XIX, por ejemplo, fueron períodos de inmensa automatización, pero la demanda generó nuevos productos, servicios y, por ende, empleos. La gran protesta de Nottingham en 1811, en el Reino Unido, fue estelar por la huelga de trabajadores textiles que quemaron sus máquinas de tejer contra los telares automáticos; sin embargo, según el economista James Bessen, profesor de la Universidad de Boston citado por The Economist en “The impact on jobs. Automation and anxiety”, la cantidad de trabajadores textiles se cuadriplicó entre 1830 y 1900. Esta posibilidad es cierta, aunque no siempre ni para siempre.
La empresa de robótica Refraction AI está lanzando robots diseñados para entregar pedidos de supermercados y restaurantes. Tienen el tamaño de una bicicleta y se desplazan por la orilla de las carreteras. Ricardo B. Brazziell/USA Today Network.[/caption]
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¿Qué pasa cuando la tecnología va más rápido que la capacidad de adaptación y entrenamiento del mercado laboral en los sectores con bajos niveles educativos, como los campos de cultivo, restaurantes y hoteles, y, en general, donde el trabajo es rutinario y fácilmente automatizable?
En Estados Unidos, por ejemplo, la fuerza laboral está representada por los hispanos en 17%, y se proyecta que llegue a 30% en 2030, según “Latino workers and digitalization”, reporte de 2020 del Latino Policy & Politics Institute (LPPI), de la Universidad de California, firmado por Nick Gonzalez, Diana Garcia, Arturo Vargas Bustamente y Rodrigo Dominguez-Villegas. Se trata de una población que trabaja mayoritariamente en restaurantes y cadenas hoteleras, así como en la agricultura, sectores en los que la mano de obra está siendo más escasa, pero también en los que los latinos están sobrerrepresentados y el conocimiento tecnológico es demasiado bajo. Esta brecha preocupa, y las pocas empresas que están ofreciendo algún tipo de “reentrenamiento” lo hacen para trabajos de niveles medios en los que ya se utiliza algún tipo de tecnología, como en las áreas administrativas, informáticas o de educación, señala Dominguez-Villegas, sociólogo y filósofo por la Universidad de Massachusetts y director de Investigación del LPPI.
Dominguez-Villegas defiende que sacar a los trabajadores hispanos de esta brecha requiere políticas de Estado y también un enfoque multifactorial. Superar este rezago tecnológico requiere no solo disposición para reentrenar a la fuerza laboral, también inversión para minimizar los desiertos tecnológicos, aquellos territorios donde el acceso a internet por banda ancha es escaso.
—Lo que identificamos es que habrá mucha gente que era cajero de un supermercado que ahora necesita entrenarse para ingeniero de sistemas. Ese tipo de entrenamiento toma muchísimo más tiempo, requiere más inversión y tiene que realizarse más a largo plazo.
—¿Hay algún ejemplo exitoso?
—Es una buena pregunta, porque una de las cosas que encontramos es que no hay ejemplos muy exitosos, salvo en otros sectores y solo en algunos programas del Tratado de Libre Comercio.
Según su informe, los estados con mayor número de trabajadores latinos en riesgo de desplazamiento digital son California y Texas. En el primero, los latinos representan 40% de la fuerza laboral, pero solo 17% tiene título universitario. Más de la mitad de los hispanos (55.6%) trabaja en servicios de salud, comercio, hotelería y construcción; en estas dos últimas industrias se paga el salario mínimo del estado, quince dólares la hora. En el segundo, Texas, los hispanos (39.2% de la población) se emplean desproporcionadamente en estas mismas industrias debido a que tienen conocimientos digitales bajos y, por lo tanto, la fuerza laboral necesita capacitarse. En estados agrícolas como Florida y California, por ejemplo, los latinos indocumentados suelen vivir en desiertos tecnológicos, lo que representa un obstáculo para la capacitación y la adaptación a las nuevas necesidades del mercado.
—Muchas comunidades están en zonas rurales, un porcentaje todavía grande de latinos trabajan en agricultura y están en zonas apartadas donde no se ha invertido en acceso a internet de banda ancha —apunta Dominguez-Villegas.
Un estudio del PRC encontró en 2021 que solo 67% de los hispanos en el país tienen computadoras, mientras que ocho de cada diez adultos blancos dicen tener una; solo 65% de los latinos tienen acceso a banda ancha, frente a 80% de los adultos blancos. No hay diferencias étnicas, sin embargo, cuando se trata de teléfonos inteligentes o tabletas, actualmente las principales vías de conexión. Y el idioma es otra barrera.
—Para encontrar trabajo, encontrar programas, cumplir con los requisitos en muchos lugares, cuando existen programas de entrenamiento digital, la gente no tiene high school terminado, y no lo tiene porque en su estado no existe el GED [General Educational Development Test, examen para medir el conocimiento y las habilidades en el sistema educativo estadounidense] en otro idioma que no sea inglés.
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Los robots de entrega de Cartken se ven en el acceso posterior al patio de comidas de un centro comercial en Miami, Florida.[/caption]
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Es una mañana de agosto en Plant City, ciudad del oeste de Florida, en las oficinas de Harvest CROO Robotics, socia de Wish Farms, empresa familiar fundada a inicios del siglo XX por migrantes ucranianos que, durante tres generaciones, se han dedicado a cultivar fresas, arándanos, moras y frambuesas. En 2002 se convirtieron en la primera firma en vender fresas orgánicas a escala comercial. Once años después, Gary Wishnatzki, director ejecutivo, comenzó a entender que la escasez de personal —la mano de obra es 90% mexicana— no era un asunto temporal, sino de largo aliento; está consciente, además, de lo extenuante que puede ser este tipo de faenas.
—Esto es un problema demográfico. Ya nadie quiere hacer este trabajo, el de la cosecha, y los que quieren hacerlo ya están muy viejos. Los jóvenes no quieren y eso está trayendo serios problemas. Traer mano de obra no es una solución a largo plazo —dice Wishnatzki, acompañado de sus dos socios: Robert Pitzer, cofundador de Harvest CROO Robotics y Joseph A. McGee, presidente ejecutivo.
Estamos en una sala de reuniones que parece más bien un laboratorio. En distintas fotografías colgadas de las paredes se ve a Berry, el robot que han diseñado y que este 2022 esperan que sea ya un producto comercial.
Pitzer es un ingeniero especialista en desarrollo tecnológico. Desde joven conoce a Wishnatzki, y un día le propuso empezar a explorar soluciones automatizadas. Han creado, desde entonces, toda clase de prototipos. Berry es una apuesta que ha convocado a agricultores de Florida, quienes han invertido en la idea. Un grupo de veinte ingenieros y técnicos trabaja en el diseño para que los robots intervengan en todo el proceso: desde la recolección hasta el empaquetado.
—Casi todos los trabajadores se lo toman con calma cuando vienen las máquinas. He tenido un montón de ellos aquí, vienen y me preguntan, ya sabes, preguntas sobre lo que va a pasar. Básicamente digo: “Todavía estamos lejos”.
—Pero ¿qué les dicen?
—Les decimos: “Ustedes van a estar operando las máquinas, porque esa es la forma en que vamos a establecer esto”.
Son conscientes de que el trabajo de campo es para jóvenes. Las plantas deben recolectarse cada tres días. Y en temporada, la labor se intensifica.
—Para eso los robots son buenos —dice Wishnatzki.
Berry 8, el último modelo al cierre de esta edición, puede recolectar hasta 3.2 hectáreas entre dieciséis y veinticuatro horas. También puede hacer el trabajo de ocho personas, o de veinticinco, si estuviesen en las condiciones de contratación ideales. Esta especie de tráiler se cierne sobre las plantas y, mediante cámaras de video e inteligencia artificial, detecta las fresas que ya están a término, por ejemplo, y las captura con unas pinzas, sin dañarlas. Quizás es en lo que más han trabajado.
En este momento, Wish Farms colabora con el gobierno local en un proceso de reentrenamiento para trabajadores, un programa social para prevenir el impacto del desplazamiento tecnológico. En 2019, antes de la pandemia, fue una de las empresas que pidieron al Senado la aprobación de la Ley de Modernización de la Fuerza Laboral Agrícola, una vía legislativa para facilitar la entrada de trabajadores temporales latinos con visas H-2A, especialmente para agricultura, y así solventar la escasez de mano de obra. A principios de agosto de 2022, el Senado no la había aprobado y las negociaciones eran intensas. Wishnatzki, sin embargo, no tiene fe en esa vía. Le preocupa que, si no se atiende este fenómeno, las fresas y otros frutos y vegetales se vuelvan artículos de lujo.
—La esperanza no es una estrategia, y nosotros no podemos esperar a que el Gobierno lo resuelva, tenemos que resolver —dice, y lo están haciendo, cada vez más enfocados en que el desarrollo de Berry rinda frutos.
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Escenas del taller de Harvest CROO Robotics en Plant City, Florida, donde se desarrolla Berry, un recolector de fresas robótico.[/caption]
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A finales de mayo de 2018, veinticinco mil trabajadores afiliados a la legendaria Culinary Workers Union votaron para irse a una huelga en Las Vegas, Nevada. ¿La razón? Protegerse de la automatización en sus lugares de trabajo. Los camareros, cocineros, bartenders, meseros, trabajadores de casinos y hoteles afiliados al sindicato, fundado en 1935, un año importante para la Ley de Seguridad Social de Estados Unidos, estaban preocupados por el inminente reemplazo por la tecnología, la incursión de brazos mecánicos que hacen cocteles, las solicitudes de los clientes mediante tablets, los robots que hacen delivery, todo en un contexto de bajos salarios y débil seguridad social.
Aquellos días, Bethany Khan —una de las líderes del sindicato— estaba ansiosa: sabía que lo que exigían era difícil pero no imposible de conseguir: aumento salarial, indemnización para los desplazados por la tecnología y entrenamiento antes de la implementación de alguna automatización. Estaban decididos a lograr un cambio. Así que el sindicato organizó la votación en los puestos de trabajo. “Fue algo genial”, rememora Khan, directora de Comunicaciones y de Estrategia Digital. “Las empresas, ya sabes, no estaban de acuerdo con algunas de las propuestas”. Una nota de prensa de 2018 en el Miami Herald recordaba que la noticia pasó desapercibida en los medios de comunicación. Pero lo que pasó en Las Vegas fue trascendental. Después de la votación, en un día histórico, el 1 de junio de 2018, la Culinary Workers Union se convirtió en la primera organización estadounidense, debido a la automatización, en incorporar protección para sus trabajadores. Esta obliga al empleador a entrenar al personal frente a la introducción de tecnología, y si los trabajadores son desplazados, debe otorgar una indemnización. “Nuestro contrato es histórico, es innovador”, subraya.
La automatización sin duda está creciendo, pero no se trata de un fenómeno nuevo. Por eso la líder recalca que es necesario “asegurar que los trabajadores puedan crecer junto con la tecnología y tener una silla en la mesa de discusión, para que cuando se implemente una nueva tecnología los trabajadores tengan acceso a ella y la oportunidad de laborar. Si se crean nuevos puestos con la tecnología, hay muchas posibilidades de que los trabajadores puedan seguir trabajando, porque estarán involucrados en cada paso del camino y porque tienen un fuerte contrato sindical que los protege”, señala Khan.
Un estudio de la Oxford Martin School, “The future of employment”, de 2013, apuntó que 47% de los empleos estarán expuestos a la automatización en el futuro. Han pasado nueve años desde entonces y, aunque otros estudios tienen cifras más alentadoras, los autores defienden que el modelo de análisis sigue vigente. Solo basta buscar con palabras clave en Google y decenas de titulares aparecerán sobre la incorporación de robots y tecnologías que están revolucionando los mercados de producción o la industria de servicios. Los robots que hacen delivery fueron noticia en CNBC. “Robots para limpiar los rascacielos de Nueva York”, reseña un artículo de ZDNet en 2021. “¿Están los robots compitiendo por tu trabajo?”, tituló Jill Lepore un artículo de 2019 en The New Yorker. “La era de los robots agricultores”, publicó The New York Times en abril de 2019. “Un robot escribió todo este artículo. ¿Ya tienes miedo, humano?”, se titula una publicación en The Guardian. Aún es muy pronto para saber si el impulso de la automatización, tras la pandemia, siguió ese curso pronosticado, pero el tema sigue vigente.
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Escenas del taller de Harvest CROO Robotics en Plant City, Florida, donde se desarrolla Berry, un recolector de fresas robótico.[/caption]
Durante el confinamiento, varios grupos de trabajo comunitarios relacionados con los hispanos y el empleo comenzaron a advertir a la Universidad de California de lo que estaba sucediendo, el arribo de robots. “Entonces nos movimos y empezamos a hacer investigación sobre esto, junto con un centro de investigación que tiene todo un programa”, destaca Rodrigo Dominguez-Villegas, en referencia a Digital Skills and the Latino Workforce, del Aspen Institute, organización dirigida por empresarios para ampliar las oportunidades de los trabajadores y permitir que la economía y las comunidades prosperen. Con el apoyo de Google, se puso en marcha el proyecto para comprender mejor los desafíos y las oportunidades que enfrentan los latinos para tener éxito en la economía digital. Desde entonces continúan implementando estudios sobre la digitalización y produciendo recomendaciones sobre políticas públicas.
En el plano legislativo, los senadores Gary Peters, Debbie Stabenow, Kirsten Gillibrand y Catherine Cortez Masto introdujeron en 2019 el proyecto de ley Automation Act, que, aunque quedó en el congelador, buscaba asistir a los trabajadores “cuyos puestos de trabajo se eliminan mediante la automatización y para otros fines”. El proyecto fue leído dos veces y remitido al Comité de Finanzas para revisar su viabilidad económica, pero allí quedó. “La innovación es emocionante, pero tenemos que asegurarnos de que los trabajadores de nuestro país no se queden atrás a medida que avanza la tecnología”, señaló en un comunicado la senadora Cortez Masto. En 2021, el Congreso aprobó la Ley de Equidad Digital, que asigna 2 750 millones de dólares a iniciativas de inclusión digital. De ellos, se prometió que 1 500 millones serían destinados a los estados mediante dos programas de subvenciones, y 1 250 millones (250 millones al año durante un lustro) a reducir las brechas digitales, especialmente en comunidades en desiertos tecnológicos.
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Carlos Gazitua, director ejecutivo de Sergio’s, un joven empresario de origen cubano que estudió Finanzas y Gerencia en la Universidad de Georgetown, es un divulgador de la escasez de mano de obra y los impactos que tiene en el sector comercial. En LinkedIn publica los impactos de la crisis.
“La temporada turística está en pleno apogeo en el centro de Florida, y los hoteles se están llenando de visitantes que pagan una prima por el alojamiento durante una de las épocas más concurridas del año. Pero al igual que el resto del sector, los hoteles de Orlando siguen experimentando una escasez de personal. La reducción del personal de hotelería y cocina hace que algunas operaciones de los hoteles parezcan diferentes y que los huéspedes puedan notar el impacto con respecto a años anteriores”, publicó recientemente.
La mayoría de los empleadores estadounidenses cree que, si se otorgan más visas temporales de trabajo, como lo ha pedido México en la última visita del presidente Andrés Manuel López Obrador a Estados Unidos, la economía se dinamizará. Pero eso no lo cree Nezahualcoyotl Xiuhtecutli, de The Farmworker Association of Florida, Inc., quien considera que lo mejor sería que no existiera el programa de visas temporales. “Ya tenemos una fuerza laboral aquí [en Estados Unidos] y siempre se dice que no hay suficientes trabajadores. Si tuvieran mejores condiciones de trabajo, se les pagara mejor, seguro habría gente que estaría dispuesta a hacerlo. La razón por la que seguimos importando agricultores es porque ninguna persona con la sabiduría, con el conocimiento de sus derechos, nacional de Estados Unidos, aceptaría las condiciones con las que trabajan los trabajadores agrícolas”, declaró a Gatopardo.
Coincide Rose Khattar, economista miembro del equipo de análisis de Pobreza y Prosperidad del Center for American Progress (CAP). “La idea de que los empresarios tienen dificultades para encontrar trabajadores no es porque no haya trabajadores que quieran trabajar. Es que los trabajos que ofrecen no son de buena calidad. Y la comunidad hispana y latina es un buen ejemplo de lo que ocurre cuando las comunidades están sobrerrepresentadas en empleos de baja calidad”. Khattar destaca lo que dice el último reporte del CAP, “Latino workers continue to experience a shortage of good jobs”: “Lo que vemos en esta comunidad [hispana] es que tienen tasas de empleo extremadamente altas. ¿Qué significa eso? Que mucha gente está trabajando. Tienen trabajo. El problema es que esos empleos están mal pagados”.
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En el restaurante Chili’s, en Doral, la gerente Yeisel Dominguez me recibe durante unos quince minutos. Es una mujer alta y esbelta, de origen cubano, que lleva quince años trabajando en esta cadena de restaurantes.
—Yo aquí cocino, gerencio, lavo platos y atiendo mesas. Soy mánager, pero tengo que hacer todo. La gente no quiere trabajar, no sé si es que el Gobierno ha dado mucho dinero y la gente se siente en un estado cómodo, en una línea de confort en la que se adapta a lo que le dan… Estamos viviendo una pandemia tras la pandemia.
Chili’s, como muchos restaurantes de Florida, paga el salario mínimo por hora, 6.79 dólares, más propinas y otros beneficios contractuales. Es una de las empresas que han contratado los robots de Bear Robotics, Inc., para algunas de las franquicias que operan. Dominguez necesita quince trabajadores full time y solo tiene dos. El resto son jóvenes que trabajan medio tiempo porque están estudiando.
—El robot está planteado, desde antes de la pandemia, como algo fun, to go to the tables, sobre todo para las mesas que tienen niños, para que les digan “happy birthday!”. Si seguimos así, entonces que los robots nos suplanten a nosotros.
Dominguez cree que la ayuda económica entregada por el Gobierno durante 2020 y 2021 es una de las razones de esta crisis. Se refiere al bono a desempleados por la pandemia, cuyo último monto fue de 1 400 dólares por mes. Los cheques fueron entregados a quienes tenían un ingreso anual menor a 75 000 dólares. En 2021, este subsidio se convirtió en una lucha de fuerzas entre el partido demócrata y una fracción del republicano, que exigía que una vez que comenzara la recuperación económica se eliminara. En algunos estados republicanos, la medida finalizó meses antes de que lo hicieran sus homólogos demócratas. Y algunos empresarios, entre ellos la Cámara de Comercio de Estados Unidos, aseguran que esta fue una de las razones que contribuyeron a la escasez de mano de obra. “Los beneficios de desempleo mejorados [que terminaron en septiembre de 2021], específicamente, llevaron a que 68% de los solicitantes ganaran más en desempleo que mientras trabajaban”, señala su informe “Understanding America’s labor shortage”.
Este mismo escenario que mira Dominguez se ha repetido en decenas de locales de comida o de servicios en el país. Carteles en los que se lee “Estamos contratando” se han vuelto parte del paisaje de cualquier calle comercial. En los últimos meses, algunos de esos letreros han incorporado cuánto es el pago por hora y otros beneficios. Estados Unidos está viviendo la great resignation, término popularizado por Anthony Klotz, profesor de la Texas A&M University, quien ha catalogado este fenómeno como un juego de poder.
De los grupos demográficos que están cambiando estas relaciones laborales, son los hispanos contratados en estos sectores vulnerables quienes rotan de trabajo con frecuencia por otro en el que paguen mejor. “Ahora mismo hay muchos puestos de trabajo, así que los trabajadores tienden a tener un poco más de poder en la toma de decisiones porque pueden comparar qué trabajo no es bueno. Así que no vemos necesariamente que la gente renuncie para no trabajar. Estamos viendo que renuncian a un trabajo y luego se cambian a otro, que probablemente sea un empleo mejor”, señala Rose Khattar. “Lo importante es que tenemos que seguir capacitando a la gente. Tenemos que seguir formando trabajadores para los puestos de trabajo que van a surgir, y eso requiere invertir en la formación de aprendices”.
Pero un aspecto adicional habrá que tomar en cuenta, incluso en el dilema de la creación y diversificación d nuevas fuentes de empleo a partir de la tecnología: la ética de las máquinas. En 2009, Colin Allen y Wendell Wallach ya hablaban de esto en su libro Moral machines. Teaching robots right from wrong (Oxford University Press, 2008), en el que recuerdan que Isaac Asimov señaló, hace más de cincuenta años, que se necesitaban reglas éticas para guiar el comportamiento de las máquinas. Primera: un robot no puede herir a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daños. Segunda: un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, excepto cuando dichas órdenes entren en conflicto con la primera regla. Y tercera, un robot debe proteger su propia existencia, siempre que dicha protección no entre en conflicto con la primera o la segunda regla. “El propósito de nuestra predicción es llamar la atención sobre la necesidad de empezar a trabajar en máquinas morales ahora, y no dentro de veinte o cien años, cuando la tecnología haya alcanzado a la ciencia ficción”, sentencian en su planteamiento visionario.
Por lo pronto, la empresa Bear Robotics, Inc., creadora de Servi y Rita, los robots que hacen de meseros en restaurantes y hoteles, plantea en su página web que este es el año del robot. “Ignorar las ventajas de la automatización significa dejar mejoras críticas sobre la mesa. En 2022, en el despertar de una de las mayores realizaciones tecnológicas de nuestro tiempo, las empresas deben abrazar la próxima era de la inteligencia y entrar en el Año del Robot”.
La Florida-Israel Business Accelerator quiere conectar a clientes e inversores del estado con la tecnología trayendo más camareros robots, por ejemplo, a Tampa Bay, Miami y Orlando, donde este tipo de automatización está ya creciendo. “Hay mucha conciencia e interés en Florida. Los israelíes han descubierto Florida y están viniendo aquí, y estamos felices de apoyarlos”, dijo la directora Rakefet Bachur-Phillips en una entrevista con el Tampa Bay Times.
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Es la mañana del 7 de agosto. He vuelto a Denny’s, junto a más de quince familias que se encuentran almorzando. Servi está en funcionamiento. Cuando se dirige a las mesas se ilumina con luces verdes en la parte inferior, alumbra el piso mientras se desliza y emite un sonido de aviso: turu- turu-turu.
—Ohhh, my god! —se sorprende una señora de cabello cano que almuerza con su hijo. A ratos hablan en inglés y a ratos en español. Servi le ha traído la hamburguesa que acaba de ordenar.
—Please, take your food —dice Servi.
—This is wonderful.
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Esta historia se publicó en la edición dedicada a "La revolución tecnológica".
La automatización crece a un ritmo acelerado en Estados Unidos. Estamos en el umbral de una nueva era tecnológica. Sin embargo, los empleos diversificados no están creciendo a la misma velocidad. Así que los trabajos mecánicos son los más propensos a desaparecer, en sectores como el de servicios, logística y alimentos, donde labora la mayoría de los latinos. ¿Qué pasará con esta fuerza laboral?
Este reportaje se realizó gracias al apoyo de la Fundación Ford
No es la hora de mayor concurrencia en el restaurante Denny’s, en Doral, Florida, la típica franquicia de desayunos estadounidenses desde 1953. Un sábado a las cuatro de la tarde, apenas un cliente espera su pedido en un rincón y huele a fritura. Servi no está ahora mismo en funcionamiento, pero, digamos, es el compañero de la camarera de turno en este local con luces tenues, mesas de madera y asientos vino tinto. Doral es una ciudad donde la comunidad latina representa 85% de sus habitantes (de una población total de 81 908 en 2020), esto es, miles de hispanos que han parado aquí. Por eso se ha vuelto fácil encontrar empanadas, pollo asado, cachapas, tequeños y arepas, por los diecinueve mil venezolanos asentados, que incluso la llaman Doralzuela. Así que entrar a este Denny’s, famoso por sus pancakes, escondido entre locales latinos, es como entrar un poco más adentro de lo que llaman el “verdadero” Estados Unidos, o una escena típica de Breaking bad.
Pero no hay mucho movimiento esta tarde del 23 de julio de 2022, así que la carga laboral está suave. “Tienes que venir los domingos en las mañanas, cuando esto se pone full”, responde la gerente del local que se acerca a mi mesa, una mujer de unos cincuenta años, de cabello rubio y de origen cubano, cuando le pregunto por las horas de más movimiento. Yo quiero ver a Servi en acción. Una especie de Robotina, como en los dibujos animados de Hanna-Barbera, pero de inicios del siglo XXI. Servi es el ayudante perfecto y la última adquisición del restaurante para aligerar dos cargas: la escasez de empleados —tan normal en estos días— y el abarrotamiento que esto genera en las horas de más movimiento. Desde el año pasado, conseguir personal es cada vez más difícil para este tipo de comercios, un fenómeno conocido como great resignation (“gran dimisión”), por los millones de renuncias que Estados Unidos ha venido experimentando: un descontento por los bajos salarios y un cambio en las relaciones de trabajo acelerado por la pandemia.
A esta hora, Servi está recargado en una pared, enchufado a un tomacorriente. Una luz verde se enciende en su pantalla e indica que está cargando. Mide poco más de un metro de alto, es blanco y ancho como una mesita de noche. En su tope tiene una bandeja blanca y espaciosa, apta para un plato con cubiertos, aunque aún no es capaz de servir bebidas. Servi es uno de los robots desarrollados por la compañía Bear Robotics, Inc. —un exemprendimiento de Google desarrollado en el corazón de Silicon Valley—, que hoy se encuentran en al menos doce compañías del territorio estadounidense, cubriendo lo que la compañía llama “soluciones inteligentes”: llevar los platos de la mesa a la cocina, o de la cocina a la habitación de un hotel, con sus tres bandejas acomodadas desde la parte inferior, casi rozando el piso, hasta la superior. Canta el “Happy birthday” —lo más solicitado— e interactúa con los clientes. No esquiva mesas ni objetos, pero puede trabajar las veinticuatro horas del día.
—También tenemos, you know, robot en la cocina que ayuda todas las nights a preparar los menús. Tienen que verlo —dice, buscando las palabras en español, sabiendo que está frente a una latina, migrante como ella—. Sorry, soy cubana, but, you know, tengo muchos años trabajando aquí.
Al robot de la cocina no lo puede mostrar ahora porque debe pedir permiso al dueño de la franquicia, pero asegura que es de gran ayuda, sobre todo en las noches, para un restaurante como este, que trabaja las veinticuatro horas, de lunes a lunes.
Aquí, en Florida, otros restaurantes están haciendo lo mismo. La cadena cubano-estadounidense Sergio’s es quizás pionera en introducir los robots meseros. Carlos Gazitua, su director ejecutivo, es un evangelizador de estos equipos. En las entrevistas que ha concedido a decenas de medios señala que el objetivo es hacer la vida de los empleados más fácil mientras contrarrestan la escasez de trabajadores. A veces solo se detienen para conectarse a la corriente eléctrica al fondo de una pared, o simplemente están en la cocina esperando un plato que entregar. Al visitar el local pregunto:
—¿Puedo ver a los robots?
—Claro, están en descanso.
—¿Tienen tiempo de descanso?
—¡No! — sonríe—. Pero es que a veces se descargan.
En Walmart, la empleadora más grande en Estados Unidos, con 1.6 millones de trabajadores, un robot de más de un metro y medio de alto que limpia el piso ha sido desconectado durante el día. El 30 de julio, cuando voy a verlo como parte de mi reportería, no logro encontrarlo. Pregunto por los pasillos y nadie sabe dónde está. Cuando ya me retiro, consulto a un último trabajador:
—Señor, ¿y el robot que limpia los pisos?
—Los niños se le montan. Creen que están en un parque de Disney y no es seguro, por eso ahora solo lo usamos de noche —responde.
De la nómina de Walmart, 18% es de origen hispano. Este equipo robótico ayuda, pero no es suficiente. Parece una amenaza inofensiva porque su tecnología aún no logra barrer debajo de los estantes ni mover equipos para un trabajo eficiente; tampoco ordenar las botellas de leche o los productos enlatados en los estantes. Chili’s, una cadena con más de 1 600 sucursales, está incorporando estas máquinas, bajo el nombre de Rita —también de Bear Robotics, Inc.—, que hablan y se mueven, operadas por los camareros. ¿Estamos viendo los inicios de una invasión robótica, o una cuarta revolución industrial en la que los robots serán los protagonistas?
A finales de 2021, empresas estadounidenses registraron un récord de empleos automatizados: veintinueve mil robots y drones contratados para la industria de logística y servicios, según datos de la Asociación para el Avance de la Automatización, un grupo comercial que representa a 1 100 organizaciones involucradas en robótica en el país. Parece un número grande y cumple con algunas de las proyecciones de que más robots estarán sirviendo comida o preparando filetes en líneas de cocina. Se cree que los confinamientos por el covid-19 aceleraron esta transición.
The Brookings Institution ha calculado que 25% de los empleos de este país, esto es, 36 millones de puestos de trabajo, enfrentarán una alta exposición a la automatización en las próximas décadas, según “Automation and artificial intelligence: how machines are affecting people and places”, informe de 2019. Se proyecta que los trabajos más vulnerables están en la administración, la manufactura, el transporte y la preparación de alimentos; se consideran de “alto riesgo” porque más de 70% de sus tareas son potencialmente automatizables. Y son los sectores en los que trabaja la mayoría de los hispanos en el país de Joe Biden.
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Hace más de dos años, un cliente se sorprendió en una tienda Walmart, en Florida, cuando vio pasar una máquina que iba limpiando sin parar los pisos y sin que ningún ser humano la condujera.
—¡Miraaa! —dice un joven, entusiasmado ante este encuentro con el futuro.
—¿Ves? ¡Nos vienen a reemplazar! —responde otro.
Sonreí ante aquella paradoja. Eran los días de marzo y abril de 2020, cuando el país perdía veintidós millones de empleos y había una tasa de 14.7% de desempleo. Para finales de aquel año, 6.3 millones de personas estaban desempleadas, según datos del Departamento del Trabajo. Pero una vez que comenzó el camino de recuperación económica en 2021, el panorama cambió: la oferta de trabajos superó la demanda. De acuerdo con una encuesta del Pew Research Center (PRC), los salarios bajos, la falta de oportunidades para lograr un ascenso y sentirse maltratados en el trabajo fueron las principales razones por las que, ese mismo año, millones de trabajadores renunciaron voluntariamente a sus empleos como parte de la gran dimisión. Solo en septiembre pasado, por cada cien vacantes había 75 trabajadores desempleados.
Bajo ese panorama, ¿de verdad los robots vienen a reemplazarnos? Una búsqueda rápida en internet arroja que al menos diez tipos de robots han entrado a granjas, restaurantes, cadenas de comida rápida y hoteles —sin contar los almacenes de Amazon—, con la voluntad de incorporarse como uno, dos o tres trabajadores más y solventar un problema —la escasez de mano de obra— que tiene muchas caras dentro de Estados Unidos.
En Florida, la granja Wish Farms, importante productora de fresas y otros frutos orgánicos, junto con su empresa aliada Harvest CROO Robotics, diseñaron un robot, Berry, que está haciendo el trabajo de decenas en los campos porque no hay gente disponible o porque las personas ya no quieren incorporarse a este tipo de labores. Es un camión de nueve metros de largo por cinco de ancho, una especie de tráiler con decenas de tenazas en su parte inferior que pueden recolectar hasta dieciséis plantas al mismo tiempo, en casi tres hectáreas por día, equivalentes a cuatro campos de fútbol. Su perfeccionamiento ha tardado al menos unos cinco años, pero para la próxima temporada de fresas, en diciembre, creen que ya podrán utilizarlo al 100%. En la industria de la caña de azúcar, las máquinas están dinamizando la escasez de cañicultores. “El caso que más conocemos de automatización es el de la caña de azúcar, donde ya se están usando máquinas para cortar la caña”, dice Nezahualcoyotl Xiuhtecutli, coordinador ejecutivo de The Farmworker Association of Florida, Inc., una organización que representa a más de diez mil trabajadores migrantes.
La automatización no es el problema. Desde organizaciones sindicales hasta académicos y empresarios con los que Gatopardo habló, se señala que estos cambios han sido parte de la historia. La automatización existe para sustituir actividades laborales con el objetivo de aumentar la calidad y la producción a un costo menor, señala el informe de The Brookings Institution. El temor por cómo la tecnología elimina puestos de trabajo también ha existido siempre y, aunque ha generado oportunidades, ahora los analistas llegan a un consenso: los robots traerán lo mismo beneficios que tensiones.
El periodista y escritor Andrés Oppenheimer señala en su libro ¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la automatización (Debate, 2018) que lo que diferencia la automatización de otros períodos es que por primera vez la tecnología crece más rápido que el empleo. “Mientras que en el siglo XVIII la humanidad tardó 119 años en esparcir las máquinas de tejer fuera de Europa, en el siglo XX tardó apenas siete años en difundir el internet desde Estados Unidos hacia todo el planeta, y en el siglo XXI WhatsApp […] logró en sus primeros seis años de vida setecientos millones de seguidores, lo mismo que logró el cristianismo durante sus primeros diecinueve siglos”, expone.
Oppenheimer divide a los tecnooptimistas de los tecnopesimistas. Mientras este último grupo señala que los avances están sucediendo cada vez más rápido, sin dar tiempo para crear suficientes nuevos empleos, los optimistas afirman que la tecnología terminará creando más trabajos de los que aniquilará. Para contrastar, el periodista cita dos ejemplos: en 1980 había sesenta mil cajeros automáticos y 485 000 empleados bancarios en Estados Unidos. Para 2002 había 352 000 cajeros automáticos y 527 empleados humanos. Los pesimistas dirán, en cambio, que el ejemplo más clásico se encuentra en la industria tecnológica. Oppenheimer refiere que, según el Banco Mundial, compañías como Google, Amazon y Meta representan apenas 0.5% del empleo total. Blockbuster, una empresa de sesenta mil trabajadores, fue desplazada por Netflix, que ahora tiene alrededor de 9 700.
Históricamente, la sustitución de mano de obra por máquinas ha liberado a los humanos de tareas para que se ocupen en otras. La revolución agrícola y las revoluciones industriales de los siglos XVIII y XIX, por ejemplo, fueron períodos de inmensa automatización, pero la demanda generó nuevos productos, servicios y, por ende, empleos. La gran protesta de Nottingham en 1811, en el Reino Unido, fue estelar por la huelga de trabajadores textiles que quemaron sus máquinas de tejer contra los telares automáticos; sin embargo, según el economista James Bessen, profesor de la Universidad de Boston citado por The Economist en “The impact on jobs. Automation and anxiety”, la cantidad de trabajadores textiles se cuadriplicó entre 1830 y 1900. Esta posibilidad es cierta, aunque no siempre ni para siempre.
La empresa de robótica Refraction AI está lanzando robots diseñados para entregar pedidos de supermercados y restaurantes. Tienen el tamaño de una bicicleta y se desplazan por la orilla de las carreteras. Ricardo B. Brazziell/USA Today Network.[/caption]
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¿Qué pasa cuando la tecnología va más rápido que la capacidad de adaptación y entrenamiento del mercado laboral en los sectores con bajos niveles educativos, como los campos de cultivo, restaurantes y hoteles, y, en general, donde el trabajo es rutinario y fácilmente automatizable?
En Estados Unidos, por ejemplo, la fuerza laboral está representada por los hispanos en 17%, y se proyecta que llegue a 30% en 2030, según “Latino workers and digitalization”, reporte de 2020 del Latino Policy & Politics Institute (LPPI), de la Universidad de California, firmado por Nick Gonzalez, Diana Garcia, Arturo Vargas Bustamente y Rodrigo Dominguez-Villegas. Se trata de una población que trabaja mayoritariamente en restaurantes y cadenas hoteleras, así como en la agricultura, sectores en los que la mano de obra está siendo más escasa, pero también en los que los latinos están sobrerrepresentados y el conocimiento tecnológico es demasiado bajo. Esta brecha preocupa, y las pocas empresas que están ofreciendo algún tipo de “reentrenamiento” lo hacen para trabajos de niveles medios en los que ya se utiliza algún tipo de tecnología, como en las áreas administrativas, informáticas o de educación, señala Dominguez-Villegas, sociólogo y filósofo por la Universidad de Massachusetts y director de Investigación del LPPI.
Dominguez-Villegas defiende que sacar a los trabajadores hispanos de esta brecha requiere políticas de Estado y también un enfoque multifactorial. Superar este rezago tecnológico requiere no solo disposición para reentrenar a la fuerza laboral, también inversión para minimizar los desiertos tecnológicos, aquellos territorios donde el acceso a internet por banda ancha es escaso.
—Lo que identificamos es que habrá mucha gente que era cajero de un supermercado que ahora necesita entrenarse para ingeniero de sistemas. Ese tipo de entrenamiento toma muchísimo más tiempo, requiere más inversión y tiene que realizarse más a largo plazo.
—¿Hay algún ejemplo exitoso?
—Es una buena pregunta, porque una de las cosas que encontramos es que no hay ejemplos muy exitosos, salvo en otros sectores y solo en algunos programas del Tratado de Libre Comercio.
Según su informe, los estados con mayor número de trabajadores latinos en riesgo de desplazamiento digital son California y Texas. En el primero, los latinos representan 40% de la fuerza laboral, pero solo 17% tiene título universitario. Más de la mitad de los hispanos (55.6%) trabaja en servicios de salud, comercio, hotelería y construcción; en estas dos últimas industrias se paga el salario mínimo del estado, quince dólares la hora. En el segundo, Texas, los hispanos (39.2% de la población) se emplean desproporcionadamente en estas mismas industrias debido a que tienen conocimientos digitales bajos y, por lo tanto, la fuerza laboral necesita capacitarse. En estados agrícolas como Florida y California, por ejemplo, los latinos indocumentados suelen vivir en desiertos tecnológicos, lo que representa un obstáculo para la capacitación y la adaptación a las nuevas necesidades del mercado.
—Muchas comunidades están en zonas rurales, un porcentaje todavía grande de latinos trabajan en agricultura y están en zonas apartadas donde no se ha invertido en acceso a internet de banda ancha —apunta Dominguez-Villegas.
Un estudio del PRC encontró en 2021 que solo 67% de los hispanos en el país tienen computadoras, mientras que ocho de cada diez adultos blancos dicen tener una; solo 65% de los latinos tienen acceso a banda ancha, frente a 80% de los adultos blancos. No hay diferencias étnicas, sin embargo, cuando se trata de teléfonos inteligentes o tabletas, actualmente las principales vías de conexión. Y el idioma es otra barrera.
—Para encontrar trabajo, encontrar programas, cumplir con los requisitos en muchos lugares, cuando existen programas de entrenamiento digital, la gente no tiene high school terminado, y no lo tiene porque en su estado no existe el GED [General Educational Development Test, examen para medir el conocimiento y las habilidades en el sistema educativo estadounidense] en otro idioma que no sea inglés.
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Los robots de entrega de Cartken se ven en el acceso posterior al patio de comidas de un centro comercial en Miami, Florida.[/caption]
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Es una mañana de agosto en Plant City, ciudad del oeste de Florida, en las oficinas de Harvest CROO Robotics, socia de Wish Farms, empresa familiar fundada a inicios del siglo XX por migrantes ucranianos que, durante tres generaciones, se han dedicado a cultivar fresas, arándanos, moras y frambuesas. En 2002 se convirtieron en la primera firma en vender fresas orgánicas a escala comercial. Once años después, Gary Wishnatzki, director ejecutivo, comenzó a entender que la escasez de personal —la mano de obra es 90% mexicana— no era un asunto temporal, sino de largo aliento; está consciente, además, de lo extenuante que puede ser este tipo de faenas.
—Esto es un problema demográfico. Ya nadie quiere hacer este trabajo, el de la cosecha, y los que quieren hacerlo ya están muy viejos. Los jóvenes no quieren y eso está trayendo serios problemas. Traer mano de obra no es una solución a largo plazo —dice Wishnatzki, acompañado de sus dos socios: Robert Pitzer, cofundador de Harvest CROO Robotics y Joseph A. McGee, presidente ejecutivo.
Estamos en una sala de reuniones que parece más bien un laboratorio. En distintas fotografías colgadas de las paredes se ve a Berry, el robot que han diseñado y que este 2022 esperan que sea ya un producto comercial.
Pitzer es un ingeniero especialista en desarrollo tecnológico. Desde joven conoce a Wishnatzki, y un día le propuso empezar a explorar soluciones automatizadas. Han creado, desde entonces, toda clase de prototipos. Berry es una apuesta que ha convocado a agricultores de Florida, quienes han invertido en la idea. Un grupo de veinte ingenieros y técnicos trabaja en el diseño para que los robots intervengan en todo el proceso: desde la recolección hasta el empaquetado.
—Casi todos los trabajadores se lo toman con calma cuando vienen las máquinas. He tenido un montón de ellos aquí, vienen y me preguntan, ya sabes, preguntas sobre lo que va a pasar. Básicamente digo: “Todavía estamos lejos”.
—Pero ¿qué les dicen?
—Les decimos: “Ustedes van a estar operando las máquinas, porque esa es la forma en que vamos a establecer esto”.
Son conscientes de que el trabajo de campo es para jóvenes. Las plantas deben recolectarse cada tres días. Y en temporada, la labor se intensifica.
—Para eso los robots son buenos —dice Wishnatzki.
Berry 8, el último modelo al cierre de esta edición, puede recolectar hasta 3.2 hectáreas entre dieciséis y veinticuatro horas. También puede hacer el trabajo de ocho personas, o de veinticinco, si estuviesen en las condiciones de contratación ideales. Esta especie de tráiler se cierne sobre las plantas y, mediante cámaras de video e inteligencia artificial, detecta las fresas que ya están a término, por ejemplo, y las captura con unas pinzas, sin dañarlas. Quizás es en lo que más han trabajado.
En este momento, Wish Farms colabora con el gobierno local en un proceso de reentrenamiento para trabajadores, un programa social para prevenir el impacto del desplazamiento tecnológico. En 2019, antes de la pandemia, fue una de las empresas que pidieron al Senado la aprobación de la Ley de Modernización de la Fuerza Laboral Agrícola, una vía legislativa para facilitar la entrada de trabajadores temporales latinos con visas H-2A, especialmente para agricultura, y así solventar la escasez de mano de obra. A principios de agosto de 2022, el Senado no la había aprobado y las negociaciones eran intensas. Wishnatzki, sin embargo, no tiene fe en esa vía. Le preocupa que, si no se atiende este fenómeno, las fresas y otros frutos y vegetales se vuelvan artículos de lujo.
—La esperanza no es una estrategia, y nosotros no podemos esperar a que el Gobierno lo resuelva, tenemos que resolver —dice, y lo están haciendo, cada vez más enfocados en que el desarrollo de Berry rinda frutos.
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Escenas del taller de Harvest CROO Robotics en Plant City, Florida, donde se desarrolla Berry, un recolector de fresas robótico.[/caption]
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A finales de mayo de 2018, veinticinco mil trabajadores afiliados a la legendaria Culinary Workers Union votaron para irse a una huelga en Las Vegas, Nevada. ¿La razón? Protegerse de la automatización en sus lugares de trabajo. Los camareros, cocineros, bartenders, meseros, trabajadores de casinos y hoteles afiliados al sindicato, fundado en 1935, un año importante para la Ley de Seguridad Social de Estados Unidos, estaban preocupados por el inminente reemplazo por la tecnología, la incursión de brazos mecánicos que hacen cocteles, las solicitudes de los clientes mediante tablets, los robots que hacen delivery, todo en un contexto de bajos salarios y débil seguridad social.
Aquellos días, Bethany Khan —una de las líderes del sindicato— estaba ansiosa: sabía que lo que exigían era difícil pero no imposible de conseguir: aumento salarial, indemnización para los desplazados por la tecnología y entrenamiento antes de la implementación de alguna automatización. Estaban decididos a lograr un cambio. Así que el sindicato organizó la votación en los puestos de trabajo. “Fue algo genial”, rememora Khan, directora de Comunicaciones y de Estrategia Digital. “Las empresas, ya sabes, no estaban de acuerdo con algunas de las propuestas”. Una nota de prensa de 2018 en el Miami Herald recordaba que la noticia pasó desapercibida en los medios de comunicación. Pero lo que pasó en Las Vegas fue trascendental. Después de la votación, en un día histórico, el 1 de junio de 2018, la Culinary Workers Union se convirtió en la primera organización estadounidense, debido a la automatización, en incorporar protección para sus trabajadores. Esta obliga al empleador a entrenar al personal frente a la introducción de tecnología, y si los trabajadores son desplazados, debe otorgar una indemnización. “Nuestro contrato es histórico, es innovador”, subraya.
La automatización sin duda está creciendo, pero no se trata de un fenómeno nuevo. Por eso la líder recalca que es necesario “asegurar que los trabajadores puedan crecer junto con la tecnología y tener una silla en la mesa de discusión, para que cuando se implemente una nueva tecnología los trabajadores tengan acceso a ella y la oportunidad de laborar. Si se crean nuevos puestos con la tecnología, hay muchas posibilidades de que los trabajadores puedan seguir trabajando, porque estarán involucrados en cada paso del camino y porque tienen un fuerte contrato sindical que los protege”, señala Khan.
Un estudio de la Oxford Martin School, “The future of employment”, de 2013, apuntó que 47% de los empleos estarán expuestos a la automatización en el futuro. Han pasado nueve años desde entonces y, aunque otros estudios tienen cifras más alentadoras, los autores defienden que el modelo de análisis sigue vigente. Solo basta buscar con palabras clave en Google y decenas de titulares aparecerán sobre la incorporación de robots y tecnologías que están revolucionando los mercados de producción o la industria de servicios. Los robots que hacen delivery fueron noticia en CNBC. “Robots para limpiar los rascacielos de Nueva York”, reseña un artículo de ZDNet en 2021. “¿Están los robots compitiendo por tu trabajo?”, tituló Jill Lepore un artículo de 2019 en The New Yorker. “La era de los robots agricultores”, publicó The New York Times en abril de 2019. “Un robot escribió todo este artículo. ¿Ya tienes miedo, humano?”, se titula una publicación en The Guardian. Aún es muy pronto para saber si el impulso de la automatización, tras la pandemia, siguió ese curso pronosticado, pero el tema sigue vigente.
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Escenas del taller de Harvest CROO Robotics en Plant City, Florida, donde se desarrolla Berry, un recolector de fresas robótico.[/caption]
Durante el confinamiento, varios grupos de trabajo comunitarios relacionados con los hispanos y el empleo comenzaron a advertir a la Universidad de California de lo que estaba sucediendo, el arribo de robots. “Entonces nos movimos y empezamos a hacer investigación sobre esto, junto con un centro de investigación que tiene todo un programa”, destaca Rodrigo Dominguez-Villegas, en referencia a Digital Skills and the Latino Workforce, del Aspen Institute, organización dirigida por empresarios para ampliar las oportunidades de los trabajadores y permitir que la economía y las comunidades prosperen. Con el apoyo de Google, se puso en marcha el proyecto para comprender mejor los desafíos y las oportunidades que enfrentan los latinos para tener éxito en la economía digital. Desde entonces continúan implementando estudios sobre la digitalización y produciendo recomendaciones sobre políticas públicas.
En el plano legislativo, los senadores Gary Peters, Debbie Stabenow, Kirsten Gillibrand y Catherine Cortez Masto introdujeron en 2019 el proyecto de ley Automation Act, que, aunque quedó en el congelador, buscaba asistir a los trabajadores “cuyos puestos de trabajo se eliminan mediante la automatización y para otros fines”. El proyecto fue leído dos veces y remitido al Comité de Finanzas para revisar su viabilidad económica, pero allí quedó. “La innovación es emocionante, pero tenemos que asegurarnos de que los trabajadores de nuestro país no se queden atrás a medida que avanza la tecnología”, señaló en un comunicado la senadora Cortez Masto. En 2021, el Congreso aprobó la Ley de Equidad Digital, que asigna 2 750 millones de dólares a iniciativas de inclusión digital. De ellos, se prometió que 1 500 millones serían destinados a los estados mediante dos programas de subvenciones, y 1 250 millones (250 millones al año durante un lustro) a reducir las brechas digitales, especialmente en comunidades en desiertos tecnológicos.
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Carlos Gazitua, director ejecutivo de Sergio’s, un joven empresario de origen cubano que estudió Finanzas y Gerencia en la Universidad de Georgetown, es un divulgador de la escasez de mano de obra y los impactos que tiene en el sector comercial. En LinkedIn publica los impactos de la crisis.
“La temporada turística está en pleno apogeo en el centro de Florida, y los hoteles se están llenando de visitantes que pagan una prima por el alojamiento durante una de las épocas más concurridas del año. Pero al igual que el resto del sector, los hoteles de Orlando siguen experimentando una escasez de personal. La reducción del personal de hotelería y cocina hace que algunas operaciones de los hoteles parezcan diferentes y que los huéspedes puedan notar el impacto con respecto a años anteriores”, publicó recientemente.
La mayoría de los empleadores estadounidenses cree que, si se otorgan más visas temporales de trabajo, como lo ha pedido México en la última visita del presidente Andrés Manuel López Obrador a Estados Unidos, la economía se dinamizará. Pero eso no lo cree Nezahualcoyotl Xiuhtecutli, de The Farmworker Association of Florida, Inc., quien considera que lo mejor sería que no existiera el programa de visas temporales. “Ya tenemos una fuerza laboral aquí [en Estados Unidos] y siempre se dice que no hay suficientes trabajadores. Si tuvieran mejores condiciones de trabajo, se les pagara mejor, seguro habría gente que estaría dispuesta a hacerlo. La razón por la que seguimos importando agricultores es porque ninguna persona con la sabiduría, con el conocimiento de sus derechos, nacional de Estados Unidos, aceptaría las condiciones con las que trabajan los trabajadores agrícolas”, declaró a Gatopardo.
Coincide Rose Khattar, economista miembro del equipo de análisis de Pobreza y Prosperidad del Center for American Progress (CAP). “La idea de que los empresarios tienen dificultades para encontrar trabajadores no es porque no haya trabajadores que quieran trabajar. Es que los trabajos que ofrecen no son de buena calidad. Y la comunidad hispana y latina es un buen ejemplo de lo que ocurre cuando las comunidades están sobrerrepresentadas en empleos de baja calidad”. Khattar destaca lo que dice el último reporte del CAP, “Latino workers continue to experience a shortage of good jobs”: “Lo que vemos en esta comunidad [hispana] es que tienen tasas de empleo extremadamente altas. ¿Qué significa eso? Que mucha gente está trabajando. Tienen trabajo. El problema es que esos empleos están mal pagados”.
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En el restaurante Chili’s, en Doral, la gerente Yeisel Dominguez me recibe durante unos quince minutos. Es una mujer alta y esbelta, de origen cubano, que lleva quince años trabajando en esta cadena de restaurantes.
—Yo aquí cocino, gerencio, lavo platos y atiendo mesas. Soy mánager, pero tengo que hacer todo. La gente no quiere trabajar, no sé si es que el Gobierno ha dado mucho dinero y la gente se siente en un estado cómodo, en una línea de confort en la que se adapta a lo que le dan… Estamos viviendo una pandemia tras la pandemia.
Chili’s, como muchos restaurantes de Florida, paga el salario mínimo por hora, 6.79 dólares, más propinas y otros beneficios contractuales. Es una de las empresas que han contratado los robots de Bear Robotics, Inc., para algunas de las franquicias que operan. Dominguez necesita quince trabajadores full time y solo tiene dos. El resto son jóvenes que trabajan medio tiempo porque están estudiando.
—El robot está planteado, desde antes de la pandemia, como algo fun, to go to the tables, sobre todo para las mesas que tienen niños, para que les digan “happy birthday!”. Si seguimos así, entonces que los robots nos suplanten a nosotros.
Dominguez cree que la ayuda económica entregada por el Gobierno durante 2020 y 2021 es una de las razones de esta crisis. Se refiere al bono a desempleados por la pandemia, cuyo último monto fue de 1 400 dólares por mes. Los cheques fueron entregados a quienes tenían un ingreso anual menor a 75 000 dólares. En 2021, este subsidio se convirtió en una lucha de fuerzas entre el partido demócrata y una fracción del republicano, que exigía que una vez que comenzara la recuperación económica se eliminara. En algunos estados republicanos, la medida finalizó meses antes de que lo hicieran sus homólogos demócratas. Y algunos empresarios, entre ellos la Cámara de Comercio de Estados Unidos, aseguran que esta fue una de las razones que contribuyeron a la escasez de mano de obra. “Los beneficios de desempleo mejorados [que terminaron en septiembre de 2021], específicamente, llevaron a que 68% de los solicitantes ganaran más en desempleo que mientras trabajaban”, señala su informe “Understanding America’s labor shortage”.
Este mismo escenario que mira Dominguez se ha repetido en decenas de locales de comida o de servicios en el país. Carteles en los que se lee “Estamos contratando” se han vuelto parte del paisaje de cualquier calle comercial. En los últimos meses, algunos de esos letreros han incorporado cuánto es el pago por hora y otros beneficios. Estados Unidos está viviendo la great resignation, término popularizado por Anthony Klotz, profesor de la Texas A&M University, quien ha catalogado este fenómeno como un juego de poder.
De los grupos demográficos que están cambiando estas relaciones laborales, son los hispanos contratados en estos sectores vulnerables quienes rotan de trabajo con frecuencia por otro en el que paguen mejor. “Ahora mismo hay muchos puestos de trabajo, así que los trabajadores tienden a tener un poco más de poder en la toma de decisiones porque pueden comparar qué trabajo no es bueno. Así que no vemos necesariamente que la gente renuncie para no trabajar. Estamos viendo que renuncian a un trabajo y luego se cambian a otro, que probablemente sea un empleo mejor”, señala Rose Khattar. “Lo importante es que tenemos que seguir capacitando a la gente. Tenemos que seguir formando trabajadores para los puestos de trabajo que van a surgir, y eso requiere invertir en la formación de aprendices”.
Pero un aspecto adicional habrá que tomar en cuenta, incluso en el dilema de la creación y diversificación d nuevas fuentes de empleo a partir de la tecnología: la ética de las máquinas. En 2009, Colin Allen y Wendell Wallach ya hablaban de esto en su libro Moral machines. Teaching robots right from wrong (Oxford University Press, 2008), en el que recuerdan que Isaac Asimov señaló, hace más de cincuenta años, que se necesitaban reglas éticas para guiar el comportamiento de las máquinas. Primera: un robot no puede herir a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daños. Segunda: un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, excepto cuando dichas órdenes entren en conflicto con la primera regla. Y tercera, un robot debe proteger su propia existencia, siempre que dicha protección no entre en conflicto con la primera o la segunda regla. “El propósito de nuestra predicción es llamar la atención sobre la necesidad de empezar a trabajar en máquinas morales ahora, y no dentro de veinte o cien años, cuando la tecnología haya alcanzado a la ciencia ficción”, sentencian en su planteamiento visionario.
Por lo pronto, la empresa Bear Robotics, Inc., creadora de Servi y Rita, los robots que hacen de meseros en restaurantes y hoteles, plantea en su página web que este es el año del robot. “Ignorar las ventajas de la automatización significa dejar mejoras críticas sobre la mesa. En 2022, en el despertar de una de las mayores realizaciones tecnológicas de nuestro tiempo, las empresas deben abrazar la próxima era de la inteligencia y entrar en el Año del Robot”.
La Florida-Israel Business Accelerator quiere conectar a clientes e inversores del estado con la tecnología trayendo más camareros robots, por ejemplo, a Tampa Bay, Miami y Orlando, donde este tipo de automatización está ya creciendo. “Hay mucha conciencia e interés en Florida. Los israelíes han descubierto Florida y están viniendo aquí, y estamos felices de apoyarlos”, dijo la directora Rakefet Bachur-Phillips en una entrevista con el Tampa Bay Times.
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Es la mañana del 7 de agosto. He vuelto a Denny’s, junto a más de quince familias que se encuentran almorzando. Servi está en funcionamiento. Cuando se dirige a las mesas se ilumina con luces verdes en la parte inferior, alumbra el piso mientras se desliza y emite un sonido de aviso: turu- turu-turu.
—Ohhh, my god! —se sorprende una señora de cabello cano que almuerza con su hijo. A ratos hablan en inglés y a ratos en español. Servi le ha traído la hamburguesa que acaba de ordenar.
—Please, take your food —dice Servi.
—This is wonderful.
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Esta historia se publicó en la edición dedicada a "La revolución tecnológica".
La automatización crece a un ritmo acelerado en Estados Unidos. Estamos en el umbral de una nueva era tecnológica. Sin embargo, los empleos diversificados no están creciendo a la misma velocidad. Así que los trabajos mecánicos son los más propensos a desaparecer, en sectores como el de servicios, logística y alimentos, donde labora la mayoría de los latinos. ¿Qué pasará con esta fuerza laboral?
Este reportaje se realizó gracias al apoyo de la Fundación Ford
No es la hora de mayor concurrencia en el restaurante Denny’s, en Doral, Florida, la típica franquicia de desayunos estadounidenses desde 1953. Un sábado a las cuatro de la tarde, apenas un cliente espera su pedido en un rincón y huele a fritura. Servi no está ahora mismo en funcionamiento, pero, digamos, es el compañero de la camarera de turno en este local con luces tenues, mesas de madera y asientos vino tinto. Doral es una ciudad donde la comunidad latina representa 85% de sus habitantes (de una población total de 81 908 en 2020), esto es, miles de hispanos que han parado aquí. Por eso se ha vuelto fácil encontrar empanadas, pollo asado, cachapas, tequeños y arepas, por los diecinueve mil venezolanos asentados, que incluso la llaman Doralzuela. Así que entrar a este Denny’s, famoso por sus pancakes, escondido entre locales latinos, es como entrar un poco más adentro de lo que llaman el “verdadero” Estados Unidos, o una escena típica de Breaking bad.
Pero no hay mucho movimiento esta tarde del 23 de julio de 2022, así que la carga laboral está suave. “Tienes que venir los domingos en las mañanas, cuando esto se pone full”, responde la gerente del local que se acerca a mi mesa, una mujer de unos cincuenta años, de cabello rubio y de origen cubano, cuando le pregunto por las horas de más movimiento. Yo quiero ver a Servi en acción. Una especie de Robotina, como en los dibujos animados de Hanna-Barbera, pero de inicios del siglo XXI. Servi es el ayudante perfecto y la última adquisición del restaurante para aligerar dos cargas: la escasez de empleados —tan normal en estos días— y el abarrotamiento que esto genera en las horas de más movimiento. Desde el año pasado, conseguir personal es cada vez más difícil para este tipo de comercios, un fenómeno conocido como great resignation (“gran dimisión”), por los millones de renuncias que Estados Unidos ha venido experimentando: un descontento por los bajos salarios y un cambio en las relaciones de trabajo acelerado por la pandemia.
A esta hora, Servi está recargado en una pared, enchufado a un tomacorriente. Una luz verde se enciende en su pantalla e indica que está cargando. Mide poco más de un metro de alto, es blanco y ancho como una mesita de noche. En su tope tiene una bandeja blanca y espaciosa, apta para un plato con cubiertos, aunque aún no es capaz de servir bebidas. Servi es uno de los robots desarrollados por la compañía Bear Robotics, Inc. —un exemprendimiento de Google desarrollado en el corazón de Silicon Valley—, que hoy se encuentran en al menos doce compañías del territorio estadounidense, cubriendo lo que la compañía llama “soluciones inteligentes”: llevar los platos de la mesa a la cocina, o de la cocina a la habitación de un hotel, con sus tres bandejas acomodadas desde la parte inferior, casi rozando el piso, hasta la superior. Canta el “Happy birthday” —lo más solicitado— e interactúa con los clientes. No esquiva mesas ni objetos, pero puede trabajar las veinticuatro horas del día.
—También tenemos, you know, robot en la cocina que ayuda todas las nights a preparar los menús. Tienen que verlo —dice, buscando las palabras en español, sabiendo que está frente a una latina, migrante como ella—. Sorry, soy cubana, but, you know, tengo muchos años trabajando aquí.
Al robot de la cocina no lo puede mostrar ahora porque debe pedir permiso al dueño de la franquicia, pero asegura que es de gran ayuda, sobre todo en las noches, para un restaurante como este, que trabaja las veinticuatro horas, de lunes a lunes.
Aquí, en Florida, otros restaurantes están haciendo lo mismo. La cadena cubano-estadounidense Sergio’s es quizás pionera en introducir los robots meseros. Carlos Gazitua, su director ejecutivo, es un evangelizador de estos equipos. En las entrevistas que ha concedido a decenas de medios señala que el objetivo es hacer la vida de los empleados más fácil mientras contrarrestan la escasez de trabajadores. A veces solo se detienen para conectarse a la corriente eléctrica al fondo de una pared, o simplemente están en la cocina esperando un plato que entregar. Al visitar el local pregunto:
—¿Puedo ver a los robots?
—Claro, están en descanso.
—¿Tienen tiempo de descanso?
—¡No! — sonríe—. Pero es que a veces se descargan.
En Walmart, la empleadora más grande en Estados Unidos, con 1.6 millones de trabajadores, un robot de más de un metro y medio de alto que limpia el piso ha sido desconectado durante el día. El 30 de julio, cuando voy a verlo como parte de mi reportería, no logro encontrarlo. Pregunto por los pasillos y nadie sabe dónde está. Cuando ya me retiro, consulto a un último trabajador:
—Señor, ¿y el robot que limpia los pisos?
—Los niños se le montan. Creen que están en un parque de Disney y no es seguro, por eso ahora solo lo usamos de noche —responde.
De la nómina de Walmart, 18% es de origen hispano. Este equipo robótico ayuda, pero no es suficiente. Parece una amenaza inofensiva porque su tecnología aún no logra barrer debajo de los estantes ni mover equipos para un trabajo eficiente; tampoco ordenar las botellas de leche o los productos enlatados en los estantes. Chili’s, una cadena con más de 1 600 sucursales, está incorporando estas máquinas, bajo el nombre de Rita —también de Bear Robotics, Inc.—, que hablan y se mueven, operadas por los camareros. ¿Estamos viendo los inicios de una invasión robótica, o una cuarta revolución industrial en la que los robots serán los protagonistas?
A finales de 2021, empresas estadounidenses registraron un récord de empleos automatizados: veintinueve mil robots y drones contratados para la industria de logística y servicios, según datos de la Asociación para el Avance de la Automatización, un grupo comercial que representa a 1 100 organizaciones involucradas en robótica en el país. Parece un número grande y cumple con algunas de las proyecciones de que más robots estarán sirviendo comida o preparando filetes en líneas de cocina. Se cree que los confinamientos por el covid-19 aceleraron esta transición.
The Brookings Institution ha calculado que 25% de los empleos de este país, esto es, 36 millones de puestos de trabajo, enfrentarán una alta exposición a la automatización en las próximas décadas, según “Automation and artificial intelligence: how machines are affecting people and places”, informe de 2019. Se proyecta que los trabajos más vulnerables están en la administración, la manufactura, el transporte y la preparación de alimentos; se consideran de “alto riesgo” porque más de 70% de sus tareas son potencialmente automatizables. Y son los sectores en los que trabaja la mayoría de los hispanos en el país de Joe Biden.
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Hace más de dos años, un cliente se sorprendió en una tienda Walmart, en Florida, cuando vio pasar una máquina que iba limpiando sin parar los pisos y sin que ningún ser humano la condujera.
—¡Miraaa! —dice un joven, entusiasmado ante este encuentro con el futuro.
—¿Ves? ¡Nos vienen a reemplazar! —responde otro.
Sonreí ante aquella paradoja. Eran los días de marzo y abril de 2020, cuando el país perdía veintidós millones de empleos y había una tasa de 14.7% de desempleo. Para finales de aquel año, 6.3 millones de personas estaban desempleadas, según datos del Departamento del Trabajo. Pero una vez que comenzó el camino de recuperación económica en 2021, el panorama cambió: la oferta de trabajos superó la demanda. De acuerdo con una encuesta del Pew Research Center (PRC), los salarios bajos, la falta de oportunidades para lograr un ascenso y sentirse maltratados en el trabajo fueron las principales razones por las que, ese mismo año, millones de trabajadores renunciaron voluntariamente a sus empleos como parte de la gran dimisión. Solo en septiembre pasado, por cada cien vacantes había 75 trabajadores desempleados.
Bajo ese panorama, ¿de verdad los robots vienen a reemplazarnos? Una búsqueda rápida en internet arroja que al menos diez tipos de robots han entrado a granjas, restaurantes, cadenas de comida rápida y hoteles —sin contar los almacenes de Amazon—, con la voluntad de incorporarse como uno, dos o tres trabajadores más y solventar un problema —la escasez de mano de obra— que tiene muchas caras dentro de Estados Unidos.
En Florida, la granja Wish Farms, importante productora de fresas y otros frutos orgánicos, junto con su empresa aliada Harvest CROO Robotics, diseñaron un robot, Berry, que está haciendo el trabajo de decenas en los campos porque no hay gente disponible o porque las personas ya no quieren incorporarse a este tipo de labores. Es un camión de nueve metros de largo por cinco de ancho, una especie de tráiler con decenas de tenazas en su parte inferior que pueden recolectar hasta dieciséis plantas al mismo tiempo, en casi tres hectáreas por día, equivalentes a cuatro campos de fútbol. Su perfeccionamiento ha tardado al menos unos cinco años, pero para la próxima temporada de fresas, en diciembre, creen que ya podrán utilizarlo al 100%. En la industria de la caña de azúcar, las máquinas están dinamizando la escasez de cañicultores. “El caso que más conocemos de automatización es el de la caña de azúcar, donde ya se están usando máquinas para cortar la caña”, dice Nezahualcoyotl Xiuhtecutli, coordinador ejecutivo de The Farmworker Association of Florida, Inc., una organización que representa a más de diez mil trabajadores migrantes.
La automatización no es el problema. Desde organizaciones sindicales hasta académicos y empresarios con los que Gatopardo habló, se señala que estos cambios han sido parte de la historia. La automatización existe para sustituir actividades laborales con el objetivo de aumentar la calidad y la producción a un costo menor, señala el informe de The Brookings Institution. El temor por cómo la tecnología elimina puestos de trabajo también ha existido siempre y, aunque ha generado oportunidades, ahora los analistas llegan a un consenso: los robots traerán lo mismo beneficios que tensiones.
El periodista y escritor Andrés Oppenheimer señala en su libro ¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la automatización (Debate, 2018) que lo que diferencia la automatización de otros períodos es que por primera vez la tecnología crece más rápido que el empleo. “Mientras que en el siglo XVIII la humanidad tardó 119 años en esparcir las máquinas de tejer fuera de Europa, en el siglo XX tardó apenas siete años en difundir el internet desde Estados Unidos hacia todo el planeta, y en el siglo XXI WhatsApp […] logró en sus primeros seis años de vida setecientos millones de seguidores, lo mismo que logró el cristianismo durante sus primeros diecinueve siglos”, expone.
Oppenheimer divide a los tecnooptimistas de los tecnopesimistas. Mientras este último grupo señala que los avances están sucediendo cada vez más rápido, sin dar tiempo para crear suficientes nuevos empleos, los optimistas afirman que la tecnología terminará creando más trabajos de los que aniquilará. Para contrastar, el periodista cita dos ejemplos: en 1980 había sesenta mil cajeros automáticos y 485 000 empleados bancarios en Estados Unidos. Para 2002 había 352 000 cajeros automáticos y 527 empleados humanos. Los pesimistas dirán, en cambio, que el ejemplo más clásico se encuentra en la industria tecnológica. Oppenheimer refiere que, según el Banco Mundial, compañías como Google, Amazon y Meta representan apenas 0.5% del empleo total. Blockbuster, una empresa de sesenta mil trabajadores, fue desplazada por Netflix, que ahora tiene alrededor de 9 700.
Históricamente, la sustitución de mano de obra por máquinas ha liberado a los humanos de tareas para que se ocupen en otras. La revolución agrícola y las revoluciones industriales de los siglos XVIII y XIX, por ejemplo, fueron períodos de inmensa automatización, pero la demanda generó nuevos productos, servicios y, por ende, empleos. La gran protesta de Nottingham en 1811, en el Reino Unido, fue estelar por la huelga de trabajadores textiles que quemaron sus máquinas de tejer contra los telares automáticos; sin embargo, según el economista James Bessen, profesor de la Universidad de Boston citado por The Economist en “The impact on jobs. Automation and anxiety”, la cantidad de trabajadores textiles se cuadriplicó entre 1830 y 1900. Esta posibilidad es cierta, aunque no siempre ni para siempre.
La empresa de robótica Refraction AI está lanzando robots diseñados para entregar pedidos de supermercados y restaurantes. Tienen el tamaño de una bicicleta y se desplazan por la orilla de las carreteras. Ricardo B. Brazziell/USA Today Network.[/caption]
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¿Qué pasa cuando la tecnología va más rápido que la capacidad de adaptación y entrenamiento del mercado laboral en los sectores con bajos niveles educativos, como los campos de cultivo, restaurantes y hoteles, y, en general, donde el trabajo es rutinario y fácilmente automatizable?
En Estados Unidos, por ejemplo, la fuerza laboral está representada por los hispanos en 17%, y se proyecta que llegue a 30% en 2030, según “Latino workers and digitalization”, reporte de 2020 del Latino Policy & Politics Institute (LPPI), de la Universidad de California, firmado por Nick Gonzalez, Diana Garcia, Arturo Vargas Bustamente y Rodrigo Dominguez-Villegas. Se trata de una población que trabaja mayoritariamente en restaurantes y cadenas hoteleras, así como en la agricultura, sectores en los que la mano de obra está siendo más escasa, pero también en los que los latinos están sobrerrepresentados y el conocimiento tecnológico es demasiado bajo. Esta brecha preocupa, y las pocas empresas que están ofreciendo algún tipo de “reentrenamiento” lo hacen para trabajos de niveles medios en los que ya se utiliza algún tipo de tecnología, como en las áreas administrativas, informáticas o de educación, señala Dominguez-Villegas, sociólogo y filósofo por la Universidad de Massachusetts y director de Investigación del LPPI.
Dominguez-Villegas defiende que sacar a los trabajadores hispanos de esta brecha requiere políticas de Estado y también un enfoque multifactorial. Superar este rezago tecnológico requiere no solo disposición para reentrenar a la fuerza laboral, también inversión para minimizar los desiertos tecnológicos, aquellos territorios donde el acceso a internet por banda ancha es escaso.
—Lo que identificamos es que habrá mucha gente que era cajero de un supermercado que ahora necesita entrenarse para ingeniero de sistemas. Ese tipo de entrenamiento toma muchísimo más tiempo, requiere más inversión y tiene que realizarse más a largo plazo.
—¿Hay algún ejemplo exitoso?
—Es una buena pregunta, porque una de las cosas que encontramos es que no hay ejemplos muy exitosos, salvo en otros sectores y solo en algunos programas del Tratado de Libre Comercio.
Según su informe, los estados con mayor número de trabajadores latinos en riesgo de desplazamiento digital son California y Texas. En el primero, los latinos representan 40% de la fuerza laboral, pero solo 17% tiene título universitario. Más de la mitad de los hispanos (55.6%) trabaja en servicios de salud, comercio, hotelería y construcción; en estas dos últimas industrias se paga el salario mínimo del estado, quince dólares la hora. En el segundo, Texas, los hispanos (39.2% de la población) se emplean desproporcionadamente en estas mismas industrias debido a que tienen conocimientos digitales bajos y, por lo tanto, la fuerza laboral necesita capacitarse. En estados agrícolas como Florida y California, por ejemplo, los latinos indocumentados suelen vivir en desiertos tecnológicos, lo que representa un obstáculo para la capacitación y la adaptación a las nuevas necesidades del mercado.
—Muchas comunidades están en zonas rurales, un porcentaje todavía grande de latinos trabajan en agricultura y están en zonas apartadas donde no se ha invertido en acceso a internet de banda ancha —apunta Dominguez-Villegas.
Un estudio del PRC encontró en 2021 que solo 67% de los hispanos en el país tienen computadoras, mientras que ocho de cada diez adultos blancos dicen tener una; solo 65% de los latinos tienen acceso a banda ancha, frente a 80% de los adultos blancos. No hay diferencias étnicas, sin embargo, cuando se trata de teléfonos inteligentes o tabletas, actualmente las principales vías de conexión. Y el idioma es otra barrera.
—Para encontrar trabajo, encontrar programas, cumplir con los requisitos en muchos lugares, cuando existen programas de entrenamiento digital, la gente no tiene high school terminado, y no lo tiene porque en su estado no existe el GED [General Educational Development Test, examen para medir el conocimiento y las habilidades en el sistema educativo estadounidense] en otro idioma que no sea inglés.
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Los robots de entrega de Cartken se ven en el acceso posterior al patio de comidas de un centro comercial en Miami, Florida.[/caption]
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Es una mañana de agosto en Plant City, ciudad del oeste de Florida, en las oficinas de Harvest CROO Robotics, socia de Wish Farms, empresa familiar fundada a inicios del siglo XX por migrantes ucranianos que, durante tres generaciones, se han dedicado a cultivar fresas, arándanos, moras y frambuesas. En 2002 se convirtieron en la primera firma en vender fresas orgánicas a escala comercial. Once años después, Gary Wishnatzki, director ejecutivo, comenzó a entender que la escasez de personal —la mano de obra es 90% mexicana— no era un asunto temporal, sino de largo aliento; está consciente, además, de lo extenuante que puede ser este tipo de faenas.
—Esto es un problema demográfico. Ya nadie quiere hacer este trabajo, el de la cosecha, y los que quieren hacerlo ya están muy viejos. Los jóvenes no quieren y eso está trayendo serios problemas. Traer mano de obra no es una solución a largo plazo —dice Wishnatzki, acompañado de sus dos socios: Robert Pitzer, cofundador de Harvest CROO Robotics y Joseph A. McGee, presidente ejecutivo.
Estamos en una sala de reuniones que parece más bien un laboratorio. En distintas fotografías colgadas de las paredes se ve a Berry, el robot que han diseñado y que este 2022 esperan que sea ya un producto comercial.
Pitzer es un ingeniero especialista en desarrollo tecnológico. Desde joven conoce a Wishnatzki, y un día le propuso empezar a explorar soluciones automatizadas. Han creado, desde entonces, toda clase de prototipos. Berry es una apuesta que ha convocado a agricultores de Florida, quienes han invertido en la idea. Un grupo de veinte ingenieros y técnicos trabaja en el diseño para que los robots intervengan en todo el proceso: desde la recolección hasta el empaquetado.
—Casi todos los trabajadores se lo toman con calma cuando vienen las máquinas. He tenido un montón de ellos aquí, vienen y me preguntan, ya sabes, preguntas sobre lo que va a pasar. Básicamente digo: “Todavía estamos lejos”.
—Pero ¿qué les dicen?
—Les decimos: “Ustedes van a estar operando las máquinas, porque esa es la forma en que vamos a establecer esto”.
Son conscientes de que el trabajo de campo es para jóvenes. Las plantas deben recolectarse cada tres días. Y en temporada, la labor se intensifica.
—Para eso los robots son buenos —dice Wishnatzki.
Berry 8, el último modelo al cierre de esta edición, puede recolectar hasta 3.2 hectáreas entre dieciséis y veinticuatro horas. También puede hacer el trabajo de ocho personas, o de veinticinco, si estuviesen en las condiciones de contratación ideales. Esta especie de tráiler se cierne sobre las plantas y, mediante cámaras de video e inteligencia artificial, detecta las fresas que ya están a término, por ejemplo, y las captura con unas pinzas, sin dañarlas. Quizás es en lo que más han trabajado.
En este momento, Wish Farms colabora con el gobierno local en un proceso de reentrenamiento para trabajadores, un programa social para prevenir el impacto del desplazamiento tecnológico. En 2019, antes de la pandemia, fue una de las empresas que pidieron al Senado la aprobación de la Ley de Modernización de la Fuerza Laboral Agrícola, una vía legislativa para facilitar la entrada de trabajadores temporales latinos con visas H-2A, especialmente para agricultura, y así solventar la escasez de mano de obra. A principios de agosto de 2022, el Senado no la había aprobado y las negociaciones eran intensas. Wishnatzki, sin embargo, no tiene fe en esa vía. Le preocupa que, si no se atiende este fenómeno, las fresas y otros frutos y vegetales se vuelvan artículos de lujo.
—La esperanza no es una estrategia, y nosotros no podemos esperar a que el Gobierno lo resuelva, tenemos que resolver —dice, y lo están haciendo, cada vez más enfocados en que el desarrollo de Berry rinda frutos.
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Escenas del taller de Harvest CROO Robotics en Plant City, Florida, donde se desarrolla Berry, un recolector de fresas robótico.[/caption]
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A finales de mayo de 2018, veinticinco mil trabajadores afiliados a la legendaria Culinary Workers Union votaron para irse a una huelga en Las Vegas, Nevada. ¿La razón? Protegerse de la automatización en sus lugares de trabajo. Los camareros, cocineros, bartenders, meseros, trabajadores de casinos y hoteles afiliados al sindicato, fundado en 1935, un año importante para la Ley de Seguridad Social de Estados Unidos, estaban preocupados por el inminente reemplazo por la tecnología, la incursión de brazos mecánicos que hacen cocteles, las solicitudes de los clientes mediante tablets, los robots que hacen delivery, todo en un contexto de bajos salarios y débil seguridad social.
Aquellos días, Bethany Khan —una de las líderes del sindicato— estaba ansiosa: sabía que lo que exigían era difícil pero no imposible de conseguir: aumento salarial, indemnización para los desplazados por la tecnología y entrenamiento antes de la implementación de alguna automatización. Estaban decididos a lograr un cambio. Así que el sindicato organizó la votación en los puestos de trabajo. “Fue algo genial”, rememora Khan, directora de Comunicaciones y de Estrategia Digital. “Las empresas, ya sabes, no estaban de acuerdo con algunas de las propuestas”. Una nota de prensa de 2018 en el Miami Herald recordaba que la noticia pasó desapercibida en los medios de comunicación. Pero lo que pasó en Las Vegas fue trascendental. Después de la votación, en un día histórico, el 1 de junio de 2018, la Culinary Workers Union se convirtió en la primera organización estadounidense, debido a la automatización, en incorporar protección para sus trabajadores. Esta obliga al empleador a entrenar al personal frente a la introducción de tecnología, y si los trabajadores son desplazados, debe otorgar una indemnización. “Nuestro contrato es histórico, es innovador”, subraya.
La automatización sin duda está creciendo, pero no se trata de un fenómeno nuevo. Por eso la líder recalca que es necesario “asegurar que los trabajadores puedan crecer junto con la tecnología y tener una silla en la mesa de discusión, para que cuando se implemente una nueva tecnología los trabajadores tengan acceso a ella y la oportunidad de laborar. Si se crean nuevos puestos con la tecnología, hay muchas posibilidades de que los trabajadores puedan seguir trabajando, porque estarán involucrados en cada paso del camino y porque tienen un fuerte contrato sindical que los protege”, señala Khan.
Un estudio de la Oxford Martin School, “The future of employment”, de 2013, apuntó que 47% de los empleos estarán expuestos a la automatización en el futuro. Han pasado nueve años desde entonces y, aunque otros estudios tienen cifras más alentadoras, los autores defienden que el modelo de análisis sigue vigente. Solo basta buscar con palabras clave en Google y decenas de titulares aparecerán sobre la incorporación de robots y tecnologías que están revolucionando los mercados de producción o la industria de servicios. Los robots que hacen delivery fueron noticia en CNBC. “Robots para limpiar los rascacielos de Nueva York”, reseña un artículo de ZDNet en 2021. “¿Están los robots compitiendo por tu trabajo?”, tituló Jill Lepore un artículo de 2019 en The New Yorker. “La era de los robots agricultores”, publicó The New York Times en abril de 2019. “Un robot escribió todo este artículo. ¿Ya tienes miedo, humano?”, se titula una publicación en The Guardian. Aún es muy pronto para saber si el impulso de la automatización, tras la pandemia, siguió ese curso pronosticado, pero el tema sigue vigente.
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Escenas del taller de Harvest CROO Robotics en Plant City, Florida, donde se desarrolla Berry, un recolector de fresas robótico.[/caption]
Durante el confinamiento, varios grupos de trabajo comunitarios relacionados con los hispanos y el empleo comenzaron a advertir a la Universidad de California de lo que estaba sucediendo, el arribo de robots. “Entonces nos movimos y empezamos a hacer investigación sobre esto, junto con un centro de investigación que tiene todo un programa”, destaca Rodrigo Dominguez-Villegas, en referencia a Digital Skills and the Latino Workforce, del Aspen Institute, organización dirigida por empresarios para ampliar las oportunidades de los trabajadores y permitir que la economía y las comunidades prosperen. Con el apoyo de Google, se puso en marcha el proyecto para comprender mejor los desafíos y las oportunidades que enfrentan los latinos para tener éxito en la economía digital. Desde entonces continúan implementando estudios sobre la digitalización y produciendo recomendaciones sobre políticas públicas.
En el plano legislativo, los senadores Gary Peters, Debbie Stabenow, Kirsten Gillibrand y Catherine Cortez Masto introdujeron en 2019 el proyecto de ley Automation Act, que, aunque quedó en el congelador, buscaba asistir a los trabajadores “cuyos puestos de trabajo se eliminan mediante la automatización y para otros fines”. El proyecto fue leído dos veces y remitido al Comité de Finanzas para revisar su viabilidad económica, pero allí quedó. “La innovación es emocionante, pero tenemos que asegurarnos de que los trabajadores de nuestro país no se queden atrás a medida que avanza la tecnología”, señaló en un comunicado la senadora Cortez Masto. En 2021, el Congreso aprobó la Ley de Equidad Digital, que asigna 2 750 millones de dólares a iniciativas de inclusión digital. De ellos, se prometió que 1 500 millones serían destinados a los estados mediante dos programas de subvenciones, y 1 250 millones (250 millones al año durante un lustro) a reducir las brechas digitales, especialmente en comunidades en desiertos tecnológicos.
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Carlos Gazitua, director ejecutivo de Sergio’s, un joven empresario de origen cubano que estudió Finanzas y Gerencia en la Universidad de Georgetown, es un divulgador de la escasez de mano de obra y los impactos que tiene en el sector comercial. En LinkedIn publica los impactos de la crisis.
“La temporada turística está en pleno apogeo en el centro de Florida, y los hoteles se están llenando de visitantes que pagan una prima por el alojamiento durante una de las épocas más concurridas del año. Pero al igual que el resto del sector, los hoteles de Orlando siguen experimentando una escasez de personal. La reducción del personal de hotelería y cocina hace que algunas operaciones de los hoteles parezcan diferentes y que los huéspedes puedan notar el impacto con respecto a años anteriores”, publicó recientemente.
La mayoría de los empleadores estadounidenses cree que, si se otorgan más visas temporales de trabajo, como lo ha pedido México en la última visita del presidente Andrés Manuel López Obrador a Estados Unidos, la economía se dinamizará. Pero eso no lo cree Nezahualcoyotl Xiuhtecutli, de The Farmworker Association of Florida, Inc., quien considera que lo mejor sería que no existiera el programa de visas temporales. “Ya tenemos una fuerza laboral aquí [en Estados Unidos] y siempre se dice que no hay suficientes trabajadores. Si tuvieran mejores condiciones de trabajo, se les pagara mejor, seguro habría gente que estaría dispuesta a hacerlo. La razón por la que seguimos importando agricultores es porque ninguna persona con la sabiduría, con el conocimiento de sus derechos, nacional de Estados Unidos, aceptaría las condiciones con las que trabajan los trabajadores agrícolas”, declaró a Gatopardo.
Coincide Rose Khattar, economista miembro del equipo de análisis de Pobreza y Prosperidad del Center for American Progress (CAP). “La idea de que los empresarios tienen dificultades para encontrar trabajadores no es porque no haya trabajadores que quieran trabajar. Es que los trabajos que ofrecen no son de buena calidad. Y la comunidad hispana y latina es un buen ejemplo de lo que ocurre cuando las comunidades están sobrerrepresentadas en empleos de baja calidad”. Khattar destaca lo que dice el último reporte del CAP, “Latino workers continue to experience a shortage of good jobs”: “Lo que vemos en esta comunidad [hispana] es que tienen tasas de empleo extremadamente altas. ¿Qué significa eso? Que mucha gente está trabajando. Tienen trabajo. El problema es que esos empleos están mal pagados”.
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En el restaurante Chili’s, en Doral, la gerente Yeisel Dominguez me recibe durante unos quince minutos. Es una mujer alta y esbelta, de origen cubano, que lleva quince años trabajando en esta cadena de restaurantes.
—Yo aquí cocino, gerencio, lavo platos y atiendo mesas. Soy mánager, pero tengo que hacer todo. La gente no quiere trabajar, no sé si es que el Gobierno ha dado mucho dinero y la gente se siente en un estado cómodo, en una línea de confort en la que se adapta a lo que le dan… Estamos viviendo una pandemia tras la pandemia.
Chili’s, como muchos restaurantes de Florida, paga el salario mínimo por hora, 6.79 dólares, más propinas y otros beneficios contractuales. Es una de las empresas que han contratado los robots de Bear Robotics, Inc., para algunas de las franquicias que operan. Dominguez necesita quince trabajadores full time y solo tiene dos. El resto son jóvenes que trabajan medio tiempo porque están estudiando.
—El robot está planteado, desde antes de la pandemia, como algo fun, to go to the tables, sobre todo para las mesas que tienen niños, para que les digan “happy birthday!”. Si seguimos así, entonces que los robots nos suplanten a nosotros.
Dominguez cree que la ayuda económica entregada por el Gobierno durante 2020 y 2021 es una de las razones de esta crisis. Se refiere al bono a desempleados por la pandemia, cuyo último monto fue de 1 400 dólares por mes. Los cheques fueron entregados a quienes tenían un ingreso anual menor a 75 000 dólares. En 2021, este subsidio se convirtió en una lucha de fuerzas entre el partido demócrata y una fracción del republicano, que exigía que una vez que comenzara la recuperación económica se eliminara. En algunos estados republicanos, la medida finalizó meses antes de que lo hicieran sus homólogos demócratas. Y algunos empresarios, entre ellos la Cámara de Comercio de Estados Unidos, aseguran que esta fue una de las razones que contribuyeron a la escasez de mano de obra. “Los beneficios de desempleo mejorados [que terminaron en septiembre de 2021], específicamente, llevaron a que 68% de los solicitantes ganaran más en desempleo que mientras trabajaban”, señala su informe “Understanding America’s labor shortage”.
Este mismo escenario que mira Dominguez se ha repetido en decenas de locales de comida o de servicios en el país. Carteles en los que se lee “Estamos contratando” se han vuelto parte del paisaje de cualquier calle comercial. En los últimos meses, algunos de esos letreros han incorporado cuánto es el pago por hora y otros beneficios. Estados Unidos está viviendo la great resignation, término popularizado por Anthony Klotz, profesor de la Texas A&M University, quien ha catalogado este fenómeno como un juego de poder.
De los grupos demográficos que están cambiando estas relaciones laborales, son los hispanos contratados en estos sectores vulnerables quienes rotan de trabajo con frecuencia por otro en el que paguen mejor. “Ahora mismo hay muchos puestos de trabajo, así que los trabajadores tienden a tener un poco más de poder en la toma de decisiones porque pueden comparar qué trabajo no es bueno. Así que no vemos necesariamente que la gente renuncie para no trabajar. Estamos viendo que renuncian a un trabajo y luego se cambian a otro, que probablemente sea un empleo mejor”, señala Rose Khattar. “Lo importante es que tenemos que seguir capacitando a la gente. Tenemos que seguir formando trabajadores para los puestos de trabajo que van a surgir, y eso requiere invertir en la formación de aprendices”.
Pero un aspecto adicional habrá que tomar en cuenta, incluso en el dilema de la creación y diversificación d nuevas fuentes de empleo a partir de la tecnología: la ética de las máquinas. En 2009, Colin Allen y Wendell Wallach ya hablaban de esto en su libro Moral machines. Teaching robots right from wrong (Oxford University Press, 2008), en el que recuerdan que Isaac Asimov señaló, hace más de cincuenta años, que se necesitaban reglas éticas para guiar el comportamiento de las máquinas. Primera: un robot no puede herir a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daños. Segunda: un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, excepto cuando dichas órdenes entren en conflicto con la primera regla. Y tercera, un robot debe proteger su propia existencia, siempre que dicha protección no entre en conflicto con la primera o la segunda regla. “El propósito de nuestra predicción es llamar la atención sobre la necesidad de empezar a trabajar en máquinas morales ahora, y no dentro de veinte o cien años, cuando la tecnología haya alcanzado a la ciencia ficción”, sentencian en su planteamiento visionario.
Por lo pronto, la empresa Bear Robotics, Inc., creadora de Servi y Rita, los robots que hacen de meseros en restaurantes y hoteles, plantea en su página web que este es el año del robot. “Ignorar las ventajas de la automatización significa dejar mejoras críticas sobre la mesa. En 2022, en el despertar de una de las mayores realizaciones tecnológicas de nuestro tiempo, las empresas deben abrazar la próxima era de la inteligencia y entrar en el Año del Robot”.
La Florida-Israel Business Accelerator quiere conectar a clientes e inversores del estado con la tecnología trayendo más camareros robots, por ejemplo, a Tampa Bay, Miami y Orlando, donde este tipo de automatización está ya creciendo. “Hay mucha conciencia e interés en Florida. Los israelíes han descubierto Florida y están viniendo aquí, y estamos felices de apoyarlos”, dijo la directora Rakefet Bachur-Phillips en una entrevista con el Tampa Bay Times.
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Es la mañana del 7 de agosto. He vuelto a Denny’s, junto a más de quince familias que se encuentran almorzando. Servi está en funcionamiento. Cuando se dirige a las mesas se ilumina con luces verdes en la parte inferior, alumbra el piso mientras se desliza y emite un sonido de aviso: turu- turu-turu.
—Ohhh, my god! —se sorprende una señora de cabello cano que almuerza con su hijo. A ratos hablan en inglés y a ratos en español. Servi le ha traído la hamburguesa que acaba de ordenar.
—Please, take your food —dice Servi.
—This is wonderful.
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Esta historia se publicó en la edición dedicada a "La revolución tecnológica".
La automatización crece a un ritmo acelerado en Estados Unidos. Estamos en el umbral de una nueva era tecnológica. Sin embargo, los empleos diversificados no están creciendo a la misma velocidad. Así que los trabajos mecánicos son los más propensos a desaparecer, en sectores como el de servicios, logística y alimentos, donde labora la mayoría de los latinos. ¿Qué pasará con esta fuerza laboral?
Este reportaje se realizó gracias al apoyo de la Fundación Ford
No es la hora de mayor concurrencia en el restaurante Denny’s, en Doral, Florida, la típica franquicia de desayunos estadounidenses desde 1953. Un sábado a las cuatro de la tarde, apenas un cliente espera su pedido en un rincón y huele a fritura. Servi no está ahora mismo en funcionamiento, pero, digamos, es el compañero de la camarera de turno en este local con luces tenues, mesas de madera y asientos vino tinto. Doral es una ciudad donde la comunidad latina representa 85% de sus habitantes (de una población total de 81 908 en 2020), esto es, miles de hispanos que han parado aquí. Por eso se ha vuelto fácil encontrar empanadas, pollo asado, cachapas, tequeños y arepas, por los diecinueve mil venezolanos asentados, que incluso la llaman Doralzuela. Así que entrar a este Denny’s, famoso por sus pancakes, escondido entre locales latinos, es como entrar un poco más adentro de lo que llaman el “verdadero” Estados Unidos, o una escena típica de Breaking bad.
Pero no hay mucho movimiento esta tarde del 23 de julio de 2022, así que la carga laboral está suave. “Tienes que venir los domingos en las mañanas, cuando esto se pone full”, responde la gerente del local que se acerca a mi mesa, una mujer de unos cincuenta años, de cabello rubio y de origen cubano, cuando le pregunto por las horas de más movimiento. Yo quiero ver a Servi en acción. Una especie de Robotina, como en los dibujos animados de Hanna-Barbera, pero de inicios del siglo XXI. Servi es el ayudante perfecto y la última adquisición del restaurante para aligerar dos cargas: la escasez de empleados —tan normal en estos días— y el abarrotamiento que esto genera en las horas de más movimiento. Desde el año pasado, conseguir personal es cada vez más difícil para este tipo de comercios, un fenómeno conocido como great resignation (“gran dimisión”), por los millones de renuncias que Estados Unidos ha venido experimentando: un descontento por los bajos salarios y un cambio en las relaciones de trabajo acelerado por la pandemia.
A esta hora, Servi está recargado en una pared, enchufado a un tomacorriente. Una luz verde se enciende en su pantalla e indica que está cargando. Mide poco más de un metro de alto, es blanco y ancho como una mesita de noche. En su tope tiene una bandeja blanca y espaciosa, apta para un plato con cubiertos, aunque aún no es capaz de servir bebidas. Servi es uno de los robots desarrollados por la compañía Bear Robotics, Inc. —un exemprendimiento de Google desarrollado en el corazón de Silicon Valley—, que hoy se encuentran en al menos doce compañías del territorio estadounidense, cubriendo lo que la compañía llama “soluciones inteligentes”: llevar los platos de la mesa a la cocina, o de la cocina a la habitación de un hotel, con sus tres bandejas acomodadas desde la parte inferior, casi rozando el piso, hasta la superior. Canta el “Happy birthday” —lo más solicitado— e interactúa con los clientes. No esquiva mesas ni objetos, pero puede trabajar las veinticuatro horas del día.
—También tenemos, you know, robot en la cocina que ayuda todas las nights a preparar los menús. Tienen que verlo —dice, buscando las palabras en español, sabiendo que está frente a una latina, migrante como ella—. Sorry, soy cubana, but, you know, tengo muchos años trabajando aquí.
Al robot de la cocina no lo puede mostrar ahora porque debe pedir permiso al dueño de la franquicia, pero asegura que es de gran ayuda, sobre todo en las noches, para un restaurante como este, que trabaja las veinticuatro horas, de lunes a lunes.
Aquí, en Florida, otros restaurantes están haciendo lo mismo. La cadena cubano-estadounidense Sergio’s es quizás pionera en introducir los robots meseros. Carlos Gazitua, su director ejecutivo, es un evangelizador de estos equipos. En las entrevistas que ha concedido a decenas de medios señala que el objetivo es hacer la vida de los empleados más fácil mientras contrarrestan la escasez de trabajadores. A veces solo se detienen para conectarse a la corriente eléctrica al fondo de una pared, o simplemente están en la cocina esperando un plato que entregar. Al visitar el local pregunto:
—¿Puedo ver a los robots?
—Claro, están en descanso.
—¿Tienen tiempo de descanso?
—¡No! — sonríe—. Pero es que a veces se descargan.
En Walmart, la empleadora más grande en Estados Unidos, con 1.6 millones de trabajadores, un robot de más de un metro y medio de alto que limpia el piso ha sido desconectado durante el día. El 30 de julio, cuando voy a verlo como parte de mi reportería, no logro encontrarlo. Pregunto por los pasillos y nadie sabe dónde está. Cuando ya me retiro, consulto a un último trabajador:
—Señor, ¿y el robot que limpia los pisos?
—Los niños se le montan. Creen que están en un parque de Disney y no es seguro, por eso ahora solo lo usamos de noche —responde.
De la nómina de Walmart, 18% es de origen hispano. Este equipo robótico ayuda, pero no es suficiente. Parece una amenaza inofensiva porque su tecnología aún no logra barrer debajo de los estantes ni mover equipos para un trabajo eficiente; tampoco ordenar las botellas de leche o los productos enlatados en los estantes. Chili’s, una cadena con más de 1 600 sucursales, está incorporando estas máquinas, bajo el nombre de Rita —también de Bear Robotics, Inc.—, que hablan y se mueven, operadas por los camareros. ¿Estamos viendo los inicios de una invasión robótica, o una cuarta revolución industrial en la que los robots serán los protagonistas?
A finales de 2021, empresas estadounidenses registraron un récord de empleos automatizados: veintinueve mil robots y drones contratados para la industria de logística y servicios, según datos de la Asociación para el Avance de la Automatización, un grupo comercial que representa a 1 100 organizaciones involucradas en robótica en el país. Parece un número grande y cumple con algunas de las proyecciones de que más robots estarán sirviendo comida o preparando filetes en líneas de cocina. Se cree que los confinamientos por el covid-19 aceleraron esta transición.
The Brookings Institution ha calculado que 25% de los empleos de este país, esto es, 36 millones de puestos de trabajo, enfrentarán una alta exposición a la automatización en las próximas décadas, según “Automation and artificial intelligence: how machines are affecting people and places”, informe de 2019. Se proyecta que los trabajos más vulnerables están en la administración, la manufactura, el transporte y la preparación de alimentos; se consideran de “alto riesgo” porque más de 70% de sus tareas son potencialmente automatizables. Y son los sectores en los que trabaja la mayoría de los hispanos en el país de Joe Biden.
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Hace más de dos años, un cliente se sorprendió en una tienda Walmart, en Florida, cuando vio pasar una máquina que iba limpiando sin parar los pisos y sin que ningún ser humano la condujera.
—¡Miraaa! —dice un joven, entusiasmado ante este encuentro con el futuro.
—¿Ves? ¡Nos vienen a reemplazar! —responde otro.
Sonreí ante aquella paradoja. Eran los días de marzo y abril de 2020, cuando el país perdía veintidós millones de empleos y había una tasa de 14.7% de desempleo. Para finales de aquel año, 6.3 millones de personas estaban desempleadas, según datos del Departamento del Trabajo. Pero una vez que comenzó el camino de recuperación económica en 2021, el panorama cambió: la oferta de trabajos superó la demanda. De acuerdo con una encuesta del Pew Research Center (PRC), los salarios bajos, la falta de oportunidades para lograr un ascenso y sentirse maltratados en el trabajo fueron las principales razones por las que, ese mismo año, millones de trabajadores renunciaron voluntariamente a sus empleos como parte de la gran dimisión. Solo en septiembre pasado, por cada cien vacantes había 75 trabajadores desempleados.
Bajo ese panorama, ¿de verdad los robots vienen a reemplazarnos? Una búsqueda rápida en internet arroja que al menos diez tipos de robots han entrado a granjas, restaurantes, cadenas de comida rápida y hoteles —sin contar los almacenes de Amazon—, con la voluntad de incorporarse como uno, dos o tres trabajadores más y solventar un problema —la escasez de mano de obra— que tiene muchas caras dentro de Estados Unidos.
En Florida, la granja Wish Farms, importante productora de fresas y otros frutos orgánicos, junto con su empresa aliada Harvest CROO Robotics, diseñaron un robot, Berry, que está haciendo el trabajo de decenas en los campos porque no hay gente disponible o porque las personas ya no quieren incorporarse a este tipo de labores. Es un camión de nueve metros de largo por cinco de ancho, una especie de tráiler con decenas de tenazas en su parte inferior que pueden recolectar hasta dieciséis plantas al mismo tiempo, en casi tres hectáreas por día, equivalentes a cuatro campos de fútbol. Su perfeccionamiento ha tardado al menos unos cinco años, pero para la próxima temporada de fresas, en diciembre, creen que ya podrán utilizarlo al 100%. En la industria de la caña de azúcar, las máquinas están dinamizando la escasez de cañicultores. “El caso que más conocemos de automatización es el de la caña de azúcar, donde ya se están usando máquinas para cortar la caña”, dice Nezahualcoyotl Xiuhtecutli, coordinador ejecutivo de The Farmworker Association of Florida, Inc., una organización que representa a más de diez mil trabajadores migrantes.
La automatización no es el problema. Desde organizaciones sindicales hasta académicos y empresarios con los que Gatopardo habló, se señala que estos cambios han sido parte de la historia. La automatización existe para sustituir actividades laborales con el objetivo de aumentar la calidad y la producción a un costo menor, señala el informe de The Brookings Institution. El temor por cómo la tecnología elimina puestos de trabajo también ha existido siempre y, aunque ha generado oportunidades, ahora los analistas llegan a un consenso: los robots traerán lo mismo beneficios que tensiones.
El periodista y escritor Andrés Oppenheimer señala en su libro ¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la automatización (Debate, 2018) que lo que diferencia la automatización de otros períodos es que por primera vez la tecnología crece más rápido que el empleo. “Mientras que en el siglo XVIII la humanidad tardó 119 años en esparcir las máquinas de tejer fuera de Europa, en el siglo XX tardó apenas siete años en difundir el internet desde Estados Unidos hacia todo el planeta, y en el siglo XXI WhatsApp […] logró en sus primeros seis años de vida setecientos millones de seguidores, lo mismo que logró el cristianismo durante sus primeros diecinueve siglos”, expone.
Oppenheimer divide a los tecnooptimistas de los tecnopesimistas. Mientras este último grupo señala que los avances están sucediendo cada vez más rápido, sin dar tiempo para crear suficientes nuevos empleos, los optimistas afirman que la tecnología terminará creando más trabajos de los que aniquilará. Para contrastar, el periodista cita dos ejemplos: en 1980 había sesenta mil cajeros automáticos y 485 000 empleados bancarios en Estados Unidos. Para 2002 había 352 000 cajeros automáticos y 527 empleados humanos. Los pesimistas dirán, en cambio, que el ejemplo más clásico se encuentra en la industria tecnológica. Oppenheimer refiere que, según el Banco Mundial, compañías como Google, Amazon y Meta representan apenas 0.5% del empleo total. Blockbuster, una empresa de sesenta mil trabajadores, fue desplazada por Netflix, que ahora tiene alrededor de 9 700.
Históricamente, la sustitución de mano de obra por máquinas ha liberado a los humanos de tareas para que se ocupen en otras. La revolución agrícola y las revoluciones industriales de los siglos XVIII y XIX, por ejemplo, fueron períodos de inmensa automatización, pero la demanda generó nuevos productos, servicios y, por ende, empleos. La gran protesta de Nottingham en 1811, en el Reino Unido, fue estelar por la huelga de trabajadores textiles que quemaron sus máquinas de tejer contra los telares automáticos; sin embargo, según el economista James Bessen, profesor de la Universidad de Boston citado por The Economist en “The impact on jobs. Automation and anxiety”, la cantidad de trabajadores textiles se cuadriplicó entre 1830 y 1900. Esta posibilidad es cierta, aunque no siempre ni para siempre.
La empresa de robótica Refraction AI está lanzando robots diseñados para entregar pedidos de supermercados y restaurantes. Tienen el tamaño de una bicicleta y se desplazan por la orilla de las carreteras. Ricardo B. Brazziell/USA Today Network.[/caption]
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¿Qué pasa cuando la tecnología va más rápido que la capacidad de adaptación y entrenamiento del mercado laboral en los sectores con bajos niveles educativos, como los campos de cultivo, restaurantes y hoteles, y, en general, donde el trabajo es rutinario y fácilmente automatizable?
En Estados Unidos, por ejemplo, la fuerza laboral está representada por los hispanos en 17%, y se proyecta que llegue a 30% en 2030, según “Latino workers and digitalization”, reporte de 2020 del Latino Policy & Politics Institute (LPPI), de la Universidad de California, firmado por Nick Gonzalez, Diana Garcia, Arturo Vargas Bustamente y Rodrigo Dominguez-Villegas. Se trata de una población que trabaja mayoritariamente en restaurantes y cadenas hoteleras, así como en la agricultura, sectores en los que la mano de obra está siendo más escasa, pero también en los que los latinos están sobrerrepresentados y el conocimiento tecnológico es demasiado bajo. Esta brecha preocupa, y las pocas empresas que están ofreciendo algún tipo de “reentrenamiento” lo hacen para trabajos de niveles medios en los que ya se utiliza algún tipo de tecnología, como en las áreas administrativas, informáticas o de educación, señala Dominguez-Villegas, sociólogo y filósofo por la Universidad de Massachusetts y director de Investigación del LPPI.
Dominguez-Villegas defiende que sacar a los trabajadores hispanos de esta brecha requiere políticas de Estado y también un enfoque multifactorial. Superar este rezago tecnológico requiere no solo disposición para reentrenar a la fuerza laboral, también inversión para minimizar los desiertos tecnológicos, aquellos territorios donde el acceso a internet por banda ancha es escaso.
—Lo que identificamos es que habrá mucha gente que era cajero de un supermercado que ahora necesita entrenarse para ingeniero de sistemas. Ese tipo de entrenamiento toma muchísimo más tiempo, requiere más inversión y tiene que realizarse más a largo plazo.
—¿Hay algún ejemplo exitoso?
—Es una buena pregunta, porque una de las cosas que encontramos es que no hay ejemplos muy exitosos, salvo en otros sectores y solo en algunos programas del Tratado de Libre Comercio.
Según su informe, los estados con mayor número de trabajadores latinos en riesgo de desplazamiento digital son California y Texas. En el primero, los latinos representan 40% de la fuerza laboral, pero solo 17% tiene título universitario. Más de la mitad de los hispanos (55.6%) trabaja en servicios de salud, comercio, hotelería y construcción; en estas dos últimas industrias se paga el salario mínimo del estado, quince dólares la hora. En el segundo, Texas, los hispanos (39.2% de la población) se emplean desproporcionadamente en estas mismas industrias debido a que tienen conocimientos digitales bajos y, por lo tanto, la fuerza laboral necesita capacitarse. En estados agrícolas como Florida y California, por ejemplo, los latinos indocumentados suelen vivir en desiertos tecnológicos, lo que representa un obstáculo para la capacitación y la adaptación a las nuevas necesidades del mercado.
—Muchas comunidades están en zonas rurales, un porcentaje todavía grande de latinos trabajan en agricultura y están en zonas apartadas donde no se ha invertido en acceso a internet de banda ancha —apunta Dominguez-Villegas.
Un estudio del PRC encontró en 2021 que solo 67% de los hispanos en el país tienen computadoras, mientras que ocho de cada diez adultos blancos dicen tener una; solo 65% de los latinos tienen acceso a banda ancha, frente a 80% de los adultos blancos. No hay diferencias étnicas, sin embargo, cuando se trata de teléfonos inteligentes o tabletas, actualmente las principales vías de conexión. Y el idioma es otra barrera.
—Para encontrar trabajo, encontrar programas, cumplir con los requisitos en muchos lugares, cuando existen programas de entrenamiento digital, la gente no tiene high school terminado, y no lo tiene porque en su estado no existe el GED [General Educational Development Test, examen para medir el conocimiento y las habilidades en el sistema educativo estadounidense] en otro idioma que no sea inglés.
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Los robots de entrega de Cartken se ven en el acceso posterior al patio de comidas de un centro comercial en Miami, Florida.[/caption]
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Es una mañana de agosto en Plant City, ciudad del oeste de Florida, en las oficinas de Harvest CROO Robotics, socia de Wish Farms, empresa familiar fundada a inicios del siglo XX por migrantes ucranianos que, durante tres generaciones, se han dedicado a cultivar fresas, arándanos, moras y frambuesas. En 2002 se convirtieron en la primera firma en vender fresas orgánicas a escala comercial. Once años después, Gary Wishnatzki, director ejecutivo, comenzó a entender que la escasez de personal —la mano de obra es 90% mexicana— no era un asunto temporal, sino de largo aliento; está consciente, además, de lo extenuante que puede ser este tipo de faenas.
—Esto es un problema demográfico. Ya nadie quiere hacer este trabajo, el de la cosecha, y los que quieren hacerlo ya están muy viejos. Los jóvenes no quieren y eso está trayendo serios problemas. Traer mano de obra no es una solución a largo plazo —dice Wishnatzki, acompañado de sus dos socios: Robert Pitzer, cofundador de Harvest CROO Robotics y Joseph A. McGee, presidente ejecutivo.
Estamos en una sala de reuniones que parece más bien un laboratorio. En distintas fotografías colgadas de las paredes se ve a Berry, el robot que han diseñado y que este 2022 esperan que sea ya un producto comercial.
Pitzer es un ingeniero especialista en desarrollo tecnológico. Desde joven conoce a Wishnatzki, y un día le propuso empezar a explorar soluciones automatizadas. Han creado, desde entonces, toda clase de prototipos. Berry es una apuesta que ha convocado a agricultores de Florida, quienes han invertido en la idea. Un grupo de veinte ingenieros y técnicos trabaja en el diseño para que los robots intervengan en todo el proceso: desde la recolección hasta el empaquetado.
—Casi todos los trabajadores se lo toman con calma cuando vienen las máquinas. He tenido un montón de ellos aquí, vienen y me preguntan, ya sabes, preguntas sobre lo que va a pasar. Básicamente digo: “Todavía estamos lejos”.
—Pero ¿qué les dicen?
—Les decimos: “Ustedes van a estar operando las máquinas, porque esa es la forma en que vamos a establecer esto”.
Son conscientes de que el trabajo de campo es para jóvenes. Las plantas deben recolectarse cada tres días. Y en temporada, la labor se intensifica.
—Para eso los robots son buenos —dice Wishnatzki.
Berry 8, el último modelo al cierre de esta edición, puede recolectar hasta 3.2 hectáreas entre dieciséis y veinticuatro horas. También puede hacer el trabajo de ocho personas, o de veinticinco, si estuviesen en las condiciones de contratación ideales. Esta especie de tráiler se cierne sobre las plantas y, mediante cámaras de video e inteligencia artificial, detecta las fresas que ya están a término, por ejemplo, y las captura con unas pinzas, sin dañarlas. Quizás es en lo que más han trabajado.
En este momento, Wish Farms colabora con el gobierno local en un proceso de reentrenamiento para trabajadores, un programa social para prevenir el impacto del desplazamiento tecnológico. En 2019, antes de la pandemia, fue una de las empresas que pidieron al Senado la aprobación de la Ley de Modernización de la Fuerza Laboral Agrícola, una vía legislativa para facilitar la entrada de trabajadores temporales latinos con visas H-2A, especialmente para agricultura, y así solventar la escasez de mano de obra. A principios de agosto de 2022, el Senado no la había aprobado y las negociaciones eran intensas. Wishnatzki, sin embargo, no tiene fe en esa vía. Le preocupa que, si no se atiende este fenómeno, las fresas y otros frutos y vegetales se vuelvan artículos de lujo.
—La esperanza no es una estrategia, y nosotros no podemos esperar a que el Gobierno lo resuelva, tenemos que resolver —dice, y lo están haciendo, cada vez más enfocados en que el desarrollo de Berry rinda frutos.
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Escenas del taller de Harvest CROO Robotics en Plant City, Florida, donde se desarrolla Berry, un recolector de fresas robótico.[/caption]
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A finales de mayo de 2018, veinticinco mil trabajadores afiliados a la legendaria Culinary Workers Union votaron para irse a una huelga en Las Vegas, Nevada. ¿La razón? Protegerse de la automatización en sus lugares de trabajo. Los camareros, cocineros, bartenders, meseros, trabajadores de casinos y hoteles afiliados al sindicato, fundado en 1935, un año importante para la Ley de Seguridad Social de Estados Unidos, estaban preocupados por el inminente reemplazo por la tecnología, la incursión de brazos mecánicos que hacen cocteles, las solicitudes de los clientes mediante tablets, los robots que hacen delivery, todo en un contexto de bajos salarios y débil seguridad social.
Aquellos días, Bethany Khan —una de las líderes del sindicato— estaba ansiosa: sabía que lo que exigían era difícil pero no imposible de conseguir: aumento salarial, indemnización para los desplazados por la tecnología y entrenamiento antes de la implementación de alguna automatización. Estaban decididos a lograr un cambio. Así que el sindicato organizó la votación en los puestos de trabajo. “Fue algo genial”, rememora Khan, directora de Comunicaciones y de Estrategia Digital. “Las empresas, ya sabes, no estaban de acuerdo con algunas de las propuestas”. Una nota de prensa de 2018 en el Miami Herald recordaba que la noticia pasó desapercibida en los medios de comunicación. Pero lo que pasó en Las Vegas fue trascendental. Después de la votación, en un día histórico, el 1 de junio de 2018, la Culinary Workers Union se convirtió en la primera organización estadounidense, debido a la automatización, en incorporar protección para sus trabajadores. Esta obliga al empleador a entrenar al personal frente a la introducción de tecnología, y si los trabajadores son desplazados, debe otorgar una indemnización. “Nuestro contrato es histórico, es innovador”, subraya.
La automatización sin duda está creciendo, pero no se trata de un fenómeno nuevo. Por eso la líder recalca que es necesario “asegurar que los trabajadores puedan crecer junto con la tecnología y tener una silla en la mesa de discusión, para que cuando se implemente una nueva tecnología los trabajadores tengan acceso a ella y la oportunidad de laborar. Si se crean nuevos puestos con la tecnología, hay muchas posibilidades de que los trabajadores puedan seguir trabajando, porque estarán involucrados en cada paso del camino y porque tienen un fuerte contrato sindical que los protege”, señala Khan.
Un estudio de la Oxford Martin School, “The future of employment”, de 2013, apuntó que 47% de los empleos estarán expuestos a la automatización en el futuro. Han pasado nueve años desde entonces y, aunque otros estudios tienen cifras más alentadoras, los autores defienden que el modelo de análisis sigue vigente. Solo basta buscar con palabras clave en Google y decenas de titulares aparecerán sobre la incorporación de robots y tecnologías que están revolucionando los mercados de producción o la industria de servicios. Los robots que hacen delivery fueron noticia en CNBC. “Robots para limpiar los rascacielos de Nueva York”, reseña un artículo de ZDNet en 2021. “¿Están los robots compitiendo por tu trabajo?”, tituló Jill Lepore un artículo de 2019 en The New Yorker. “La era de los robots agricultores”, publicó The New York Times en abril de 2019. “Un robot escribió todo este artículo. ¿Ya tienes miedo, humano?”, se titula una publicación en The Guardian. Aún es muy pronto para saber si el impulso de la automatización, tras la pandemia, siguió ese curso pronosticado, pero el tema sigue vigente.
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Escenas del taller de Harvest CROO Robotics en Plant City, Florida, donde se desarrolla Berry, un recolector de fresas robótico.[/caption]
Durante el confinamiento, varios grupos de trabajo comunitarios relacionados con los hispanos y el empleo comenzaron a advertir a la Universidad de California de lo que estaba sucediendo, el arribo de robots. “Entonces nos movimos y empezamos a hacer investigación sobre esto, junto con un centro de investigación que tiene todo un programa”, destaca Rodrigo Dominguez-Villegas, en referencia a Digital Skills and the Latino Workforce, del Aspen Institute, organización dirigida por empresarios para ampliar las oportunidades de los trabajadores y permitir que la economía y las comunidades prosperen. Con el apoyo de Google, se puso en marcha el proyecto para comprender mejor los desafíos y las oportunidades que enfrentan los latinos para tener éxito en la economía digital. Desde entonces continúan implementando estudios sobre la digitalización y produciendo recomendaciones sobre políticas públicas.
En el plano legislativo, los senadores Gary Peters, Debbie Stabenow, Kirsten Gillibrand y Catherine Cortez Masto introdujeron en 2019 el proyecto de ley Automation Act, que, aunque quedó en el congelador, buscaba asistir a los trabajadores “cuyos puestos de trabajo se eliminan mediante la automatización y para otros fines”. El proyecto fue leído dos veces y remitido al Comité de Finanzas para revisar su viabilidad económica, pero allí quedó. “La innovación es emocionante, pero tenemos que asegurarnos de que los trabajadores de nuestro país no se queden atrás a medida que avanza la tecnología”, señaló en un comunicado la senadora Cortez Masto. En 2021, el Congreso aprobó la Ley de Equidad Digital, que asigna 2 750 millones de dólares a iniciativas de inclusión digital. De ellos, se prometió que 1 500 millones serían destinados a los estados mediante dos programas de subvenciones, y 1 250 millones (250 millones al año durante un lustro) a reducir las brechas digitales, especialmente en comunidades en desiertos tecnológicos.
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Carlos Gazitua, director ejecutivo de Sergio’s, un joven empresario de origen cubano que estudió Finanzas y Gerencia en la Universidad de Georgetown, es un divulgador de la escasez de mano de obra y los impactos que tiene en el sector comercial. En LinkedIn publica los impactos de la crisis.
“La temporada turística está en pleno apogeo en el centro de Florida, y los hoteles se están llenando de visitantes que pagan una prima por el alojamiento durante una de las épocas más concurridas del año. Pero al igual que el resto del sector, los hoteles de Orlando siguen experimentando una escasez de personal. La reducción del personal de hotelería y cocina hace que algunas operaciones de los hoteles parezcan diferentes y que los huéspedes puedan notar el impacto con respecto a años anteriores”, publicó recientemente.
La mayoría de los empleadores estadounidenses cree que, si se otorgan más visas temporales de trabajo, como lo ha pedido México en la última visita del presidente Andrés Manuel López Obrador a Estados Unidos, la economía se dinamizará. Pero eso no lo cree Nezahualcoyotl Xiuhtecutli, de The Farmworker Association of Florida, Inc., quien considera que lo mejor sería que no existiera el programa de visas temporales. “Ya tenemos una fuerza laboral aquí [en Estados Unidos] y siempre se dice que no hay suficientes trabajadores. Si tuvieran mejores condiciones de trabajo, se les pagara mejor, seguro habría gente que estaría dispuesta a hacerlo. La razón por la que seguimos importando agricultores es porque ninguna persona con la sabiduría, con el conocimiento de sus derechos, nacional de Estados Unidos, aceptaría las condiciones con las que trabajan los trabajadores agrícolas”, declaró a Gatopardo.
Coincide Rose Khattar, economista miembro del equipo de análisis de Pobreza y Prosperidad del Center for American Progress (CAP). “La idea de que los empresarios tienen dificultades para encontrar trabajadores no es porque no haya trabajadores que quieran trabajar. Es que los trabajos que ofrecen no son de buena calidad. Y la comunidad hispana y latina es un buen ejemplo de lo que ocurre cuando las comunidades están sobrerrepresentadas en empleos de baja calidad”. Khattar destaca lo que dice el último reporte del CAP, “Latino workers continue to experience a shortage of good jobs”: “Lo que vemos en esta comunidad [hispana] es que tienen tasas de empleo extremadamente altas. ¿Qué significa eso? Que mucha gente está trabajando. Tienen trabajo. El problema es que esos empleos están mal pagados”.
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En el restaurante Chili’s, en Doral, la gerente Yeisel Dominguez me recibe durante unos quince minutos. Es una mujer alta y esbelta, de origen cubano, que lleva quince años trabajando en esta cadena de restaurantes.
—Yo aquí cocino, gerencio, lavo platos y atiendo mesas. Soy mánager, pero tengo que hacer todo. La gente no quiere trabajar, no sé si es que el Gobierno ha dado mucho dinero y la gente se siente en un estado cómodo, en una línea de confort en la que se adapta a lo que le dan… Estamos viviendo una pandemia tras la pandemia.
Chili’s, como muchos restaurantes de Florida, paga el salario mínimo por hora, 6.79 dólares, más propinas y otros beneficios contractuales. Es una de las empresas que han contratado los robots de Bear Robotics, Inc., para algunas de las franquicias que operan. Dominguez necesita quince trabajadores full time y solo tiene dos. El resto son jóvenes que trabajan medio tiempo porque están estudiando.
—El robot está planteado, desde antes de la pandemia, como algo fun, to go to the tables, sobre todo para las mesas que tienen niños, para que les digan “happy birthday!”. Si seguimos así, entonces que los robots nos suplanten a nosotros.
Dominguez cree que la ayuda económica entregada por el Gobierno durante 2020 y 2021 es una de las razones de esta crisis. Se refiere al bono a desempleados por la pandemia, cuyo último monto fue de 1 400 dólares por mes. Los cheques fueron entregados a quienes tenían un ingreso anual menor a 75 000 dólares. En 2021, este subsidio se convirtió en una lucha de fuerzas entre el partido demócrata y una fracción del republicano, que exigía que una vez que comenzara la recuperación económica se eliminara. En algunos estados republicanos, la medida finalizó meses antes de que lo hicieran sus homólogos demócratas. Y algunos empresarios, entre ellos la Cámara de Comercio de Estados Unidos, aseguran que esta fue una de las razones que contribuyeron a la escasez de mano de obra. “Los beneficios de desempleo mejorados [que terminaron en septiembre de 2021], específicamente, llevaron a que 68% de los solicitantes ganaran más en desempleo que mientras trabajaban”, señala su informe “Understanding America’s labor shortage”.
Este mismo escenario que mira Dominguez se ha repetido en decenas de locales de comida o de servicios en el país. Carteles en los que se lee “Estamos contratando” se han vuelto parte del paisaje de cualquier calle comercial. En los últimos meses, algunos de esos letreros han incorporado cuánto es el pago por hora y otros beneficios. Estados Unidos está viviendo la great resignation, término popularizado por Anthony Klotz, profesor de la Texas A&M University, quien ha catalogado este fenómeno como un juego de poder.
De los grupos demográficos que están cambiando estas relaciones laborales, son los hispanos contratados en estos sectores vulnerables quienes rotan de trabajo con frecuencia por otro en el que paguen mejor. “Ahora mismo hay muchos puestos de trabajo, así que los trabajadores tienden a tener un poco más de poder en la toma de decisiones porque pueden comparar qué trabajo no es bueno. Así que no vemos necesariamente que la gente renuncie para no trabajar. Estamos viendo que renuncian a un trabajo y luego se cambian a otro, que probablemente sea un empleo mejor”, señala Rose Khattar. “Lo importante es que tenemos que seguir capacitando a la gente. Tenemos que seguir formando trabajadores para los puestos de trabajo que van a surgir, y eso requiere invertir en la formación de aprendices”.
Pero un aspecto adicional habrá que tomar en cuenta, incluso en el dilema de la creación y diversificación d nuevas fuentes de empleo a partir de la tecnología: la ética de las máquinas. En 2009, Colin Allen y Wendell Wallach ya hablaban de esto en su libro Moral machines. Teaching robots right from wrong (Oxford University Press, 2008), en el que recuerdan que Isaac Asimov señaló, hace más de cincuenta años, que se necesitaban reglas éticas para guiar el comportamiento de las máquinas. Primera: un robot no puede herir a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daños. Segunda: un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, excepto cuando dichas órdenes entren en conflicto con la primera regla. Y tercera, un robot debe proteger su propia existencia, siempre que dicha protección no entre en conflicto con la primera o la segunda regla. “El propósito de nuestra predicción es llamar la atención sobre la necesidad de empezar a trabajar en máquinas morales ahora, y no dentro de veinte o cien años, cuando la tecnología haya alcanzado a la ciencia ficción”, sentencian en su planteamiento visionario.
Por lo pronto, la empresa Bear Robotics, Inc., creadora de Servi y Rita, los robots que hacen de meseros en restaurantes y hoteles, plantea en su página web que este es el año del robot. “Ignorar las ventajas de la automatización significa dejar mejoras críticas sobre la mesa. En 2022, en el despertar de una de las mayores realizaciones tecnológicas de nuestro tiempo, las empresas deben abrazar la próxima era de la inteligencia y entrar en el Año del Robot”.
La Florida-Israel Business Accelerator quiere conectar a clientes e inversores del estado con la tecnología trayendo más camareros robots, por ejemplo, a Tampa Bay, Miami y Orlando, donde este tipo de automatización está ya creciendo. “Hay mucha conciencia e interés en Florida. Los israelíes han descubierto Florida y están viniendo aquí, y estamos felices de apoyarlos”, dijo la directora Rakefet Bachur-Phillips en una entrevista con el Tampa Bay Times.
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Es la mañana del 7 de agosto. He vuelto a Denny’s, junto a más de quince familias que se encuentran almorzando. Servi está en funcionamiento. Cuando se dirige a las mesas se ilumina con luces verdes en la parte inferior, alumbra el piso mientras se desliza y emite un sonido de aviso: turu- turu-turu.
—Ohhh, my god! —se sorprende una señora de cabello cano que almuerza con su hijo. A ratos hablan en inglés y a ratos en español. Servi le ha traído la hamburguesa que acaba de ordenar.
—Please, take your food —dice Servi.
—This is wonderful.
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Esta historia se publicó en la edición dedicada a "La revolución tecnológica".
La automatización crece a un ritmo acelerado en Estados Unidos. Estamos en el umbral de una nueva era tecnológica. Sin embargo, los empleos diversificados no están creciendo a la misma velocidad. Así que los trabajos mecánicos son los más propensos a desaparecer, en sectores como el de servicios, logística y alimentos, donde labora la mayoría de los latinos. ¿Qué pasará con esta fuerza laboral?
Este reportaje se realizó gracias al apoyo de la Fundación Ford
No es la hora de mayor concurrencia en el restaurante Denny’s, en Doral, Florida, la típica franquicia de desayunos estadounidenses desde 1953. Un sábado a las cuatro de la tarde, apenas un cliente espera su pedido en un rincón y huele a fritura. Servi no está ahora mismo en funcionamiento, pero, digamos, es el compañero de la camarera de turno en este local con luces tenues, mesas de madera y asientos vino tinto. Doral es una ciudad donde la comunidad latina representa 85% de sus habitantes (de una población total de 81 908 en 2020), esto es, miles de hispanos que han parado aquí. Por eso se ha vuelto fácil encontrar empanadas, pollo asado, cachapas, tequeños y arepas, por los diecinueve mil venezolanos asentados, que incluso la llaman Doralzuela. Así que entrar a este Denny’s, famoso por sus pancakes, escondido entre locales latinos, es como entrar un poco más adentro de lo que llaman el “verdadero” Estados Unidos, o una escena típica de Breaking bad.
Pero no hay mucho movimiento esta tarde del 23 de julio de 2022, así que la carga laboral está suave. “Tienes que venir los domingos en las mañanas, cuando esto se pone full”, responde la gerente del local que se acerca a mi mesa, una mujer de unos cincuenta años, de cabello rubio y de origen cubano, cuando le pregunto por las horas de más movimiento. Yo quiero ver a Servi en acción. Una especie de Robotina, como en los dibujos animados de Hanna-Barbera, pero de inicios del siglo XXI. Servi es el ayudante perfecto y la última adquisición del restaurante para aligerar dos cargas: la escasez de empleados —tan normal en estos días— y el abarrotamiento que esto genera en las horas de más movimiento. Desde el año pasado, conseguir personal es cada vez más difícil para este tipo de comercios, un fenómeno conocido como great resignation (“gran dimisión”), por los millones de renuncias que Estados Unidos ha venido experimentando: un descontento por los bajos salarios y un cambio en las relaciones de trabajo acelerado por la pandemia.
A esta hora, Servi está recargado en una pared, enchufado a un tomacorriente. Una luz verde se enciende en su pantalla e indica que está cargando. Mide poco más de un metro de alto, es blanco y ancho como una mesita de noche. En su tope tiene una bandeja blanca y espaciosa, apta para un plato con cubiertos, aunque aún no es capaz de servir bebidas. Servi es uno de los robots desarrollados por la compañía Bear Robotics, Inc. —un exemprendimiento de Google desarrollado en el corazón de Silicon Valley—, que hoy se encuentran en al menos doce compañías del territorio estadounidense, cubriendo lo que la compañía llama “soluciones inteligentes”: llevar los platos de la mesa a la cocina, o de la cocina a la habitación de un hotel, con sus tres bandejas acomodadas desde la parte inferior, casi rozando el piso, hasta la superior. Canta el “Happy birthday” —lo más solicitado— e interactúa con los clientes. No esquiva mesas ni objetos, pero puede trabajar las veinticuatro horas del día.
—También tenemos, you know, robot en la cocina que ayuda todas las nights a preparar los menús. Tienen que verlo —dice, buscando las palabras en español, sabiendo que está frente a una latina, migrante como ella—. Sorry, soy cubana, but, you know, tengo muchos años trabajando aquí.
Al robot de la cocina no lo puede mostrar ahora porque debe pedir permiso al dueño de la franquicia, pero asegura que es de gran ayuda, sobre todo en las noches, para un restaurante como este, que trabaja las veinticuatro horas, de lunes a lunes.
Aquí, en Florida, otros restaurantes están haciendo lo mismo. La cadena cubano-estadounidense Sergio’s es quizás pionera en introducir los robots meseros. Carlos Gazitua, su director ejecutivo, es un evangelizador de estos equipos. En las entrevistas que ha concedido a decenas de medios señala que el objetivo es hacer la vida de los empleados más fácil mientras contrarrestan la escasez de trabajadores. A veces solo se detienen para conectarse a la corriente eléctrica al fondo de una pared, o simplemente están en la cocina esperando un plato que entregar. Al visitar el local pregunto:
—¿Puedo ver a los robots?
—Claro, están en descanso.
—¿Tienen tiempo de descanso?
—¡No! — sonríe—. Pero es que a veces se descargan.
En Walmart, la empleadora más grande en Estados Unidos, con 1.6 millones de trabajadores, un robot de más de un metro y medio de alto que limpia el piso ha sido desconectado durante el día. El 30 de julio, cuando voy a verlo como parte de mi reportería, no logro encontrarlo. Pregunto por los pasillos y nadie sabe dónde está. Cuando ya me retiro, consulto a un último trabajador:
—Señor, ¿y el robot que limpia los pisos?
—Los niños se le montan. Creen que están en un parque de Disney y no es seguro, por eso ahora solo lo usamos de noche —responde.
De la nómina de Walmart, 18% es de origen hispano. Este equipo robótico ayuda, pero no es suficiente. Parece una amenaza inofensiva porque su tecnología aún no logra barrer debajo de los estantes ni mover equipos para un trabajo eficiente; tampoco ordenar las botellas de leche o los productos enlatados en los estantes. Chili’s, una cadena con más de 1 600 sucursales, está incorporando estas máquinas, bajo el nombre de Rita —también de Bear Robotics, Inc.—, que hablan y se mueven, operadas por los camareros. ¿Estamos viendo los inicios de una invasión robótica, o una cuarta revolución industrial en la que los robots serán los protagonistas?
A finales de 2021, empresas estadounidenses registraron un récord de empleos automatizados: veintinueve mil robots y drones contratados para la industria de logística y servicios, según datos de la Asociación para el Avance de la Automatización, un grupo comercial que representa a 1 100 organizaciones involucradas en robótica en el país. Parece un número grande y cumple con algunas de las proyecciones de que más robots estarán sirviendo comida o preparando filetes en líneas de cocina. Se cree que los confinamientos por el covid-19 aceleraron esta transición.
The Brookings Institution ha calculado que 25% de los empleos de este país, esto es, 36 millones de puestos de trabajo, enfrentarán una alta exposición a la automatización en las próximas décadas, según “Automation and artificial intelligence: how machines are affecting people and places”, informe de 2019. Se proyecta que los trabajos más vulnerables están en la administración, la manufactura, el transporte y la preparación de alimentos; se consideran de “alto riesgo” porque más de 70% de sus tareas son potencialmente automatizables. Y son los sectores en los que trabaja la mayoría de los hispanos en el país de Joe Biden.
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Hace más de dos años, un cliente se sorprendió en una tienda Walmart, en Florida, cuando vio pasar una máquina que iba limpiando sin parar los pisos y sin que ningún ser humano la condujera.
—¡Miraaa! —dice un joven, entusiasmado ante este encuentro con el futuro.
—¿Ves? ¡Nos vienen a reemplazar! —responde otro.
Sonreí ante aquella paradoja. Eran los días de marzo y abril de 2020, cuando el país perdía veintidós millones de empleos y había una tasa de 14.7% de desempleo. Para finales de aquel año, 6.3 millones de personas estaban desempleadas, según datos del Departamento del Trabajo. Pero una vez que comenzó el camino de recuperación económica en 2021, el panorama cambió: la oferta de trabajos superó la demanda. De acuerdo con una encuesta del Pew Research Center (PRC), los salarios bajos, la falta de oportunidades para lograr un ascenso y sentirse maltratados en el trabajo fueron las principales razones por las que, ese mismo año, millones de trabajadores renunciaron voluntariamente a sus empleos como parte de la gran dimisión. Solo en septiembre pasado, por cada cien vacantes había 75 trabajadores desempleados.
Bajo ese panorama, ¿de verdad los robots vienen a reemplazarnos? Una búsqueda rápida en internet arroja que al menos diez tipos de robots han entrado a granjas, restaurantes, cadenas de comida rápida y hoteles —sin contar los almacenes de Amazon—, con la voluntad de incorporarse como uno, dos o tres trabajadores más y solventar un problema —la escasez de mano de obra— que tiene muchas caras dentro de Estados Unidos.
En Florida, la granja Wish Farms, importante productora de fresas y otros frutos orgánicos, junto con su empresa aliada Harvest CROO Robotics, diseñaron un robot, Berry, que está haciendo el trabajo de decenas en los campos porque no hay gente disponible o porque las personas ya no quieren incorporarse a este tipo de labores. Es un camión de nueve metros de largo por cinco de ancho, una especie de tráiler con decenas de tenazas en su parte inferior que pueden recolectar hasta dieciséis plantas al mismo tiempo, en casi tres hectáreas por día, equivalentes a cuatro campos de fútbol. Su perfeccionamiento ha tardado al menos unos cinco años, pero para la próxima temporada de fresas, en diciembre, creen que ya podrán utilizarlo al 100%. En la industria de la caña de azúcar, las máquinas están dinamizando la escasez de cañicultores. “El caso que más conocemos de automatización es el de la caña de azúcar, donde ya se están usando máquinas para cortar la caña”, dice Nezahualcoyotl Xiuhtecutli, coordinador ejecutivo de The Farmworker Association of Florida, Inc., una organización que representa a más de diez mil trabajadores migrantes.
La automatización no es el problema. Desde organizaciones sindicales hasta académicos y empresarios con los que Gatopardo habló, se señala que estos cambios han sido parte de la historia. La automatización existe para sustituir actividades laborales con el objetivo de aumentar la calidad y la producción a un costo menor, señala el informe de The Brookings Institution. El temor por cómo la tecnología elimina puestos de trabajo también ha existido siempre y, aunque ha generado oportunidades, ahora los analistas llegan a un consenso: los robots traerán lo mismo beneficios que tensiones.
El periodista y escritor Andrés Oppenheimer señala en su libro ¡Sálvese quien pueda! El futuro del trabajo en la era de la automatización (Debate, 2018) que lo que diferencia la automatización de otros períodos es que por primera vez la tecnología crece más rápido que el empleo. “Mientras que en el siglo XVIII la humanidad tardó 119 años en esparcir las máquinas de tejer fuera de Europa, en el siglo XX tardó apenas siete años en difundir el internet desde Estados Unidos hacia todo el planeta, y en el siglo XXI WhatsApp […] logró en sus primeros seis años de vida setecientos millones de seguidores, lo mismo que logró el cristianismo durante sus primeros diecinueve siglos”, expone.
Oppenheimer divide a los tecnooptimistas de los tecnopesimistas. Mientras este último grupo señala que los avances están sucediendo cada vez más rápido, sin dar tiempo para crear suficientes nuevos empleos, los optimistas afirman que la tecnología terminará creando más trabajos de los que aniquilará. Para contrastar, el periodista cita dos ejemplos: en 1980 había sesenta mil cajeros automáticos y 485 000 empleados bancarios en Estados Unidos. Para 2002 había 352 000 cajeros automáticos y 527 empleados humanos. Los pesimistas dirán, en cambio, que el ejemplo más clásico se encuentra en la industria tecnológica. Oppenheimer refiere que, según el Banco Mundial, compañías como Google, Amazon y Meta representan apenas 0.5% del empleo total. Blockbuster, una empresa de sesenta mil trabajadores, fue desplazada por Netflix, que ahora tiene alrededor de 9 700.
Históricamente, la sustitución de mano de obra por máquinas ha liberado a los humanos de tareas para que se ocupen en otras. La revolución agrícola y las revoluciones industriales de los siglos XVIII y XIX, por ejemplo, fueron períodos de inmensa automatización, pero la demanda generó nuevos productos, servicios y, por ende, empleos. La gran protesta de Nottingham en 1811, en el Reino Unido, fue estelar por la huelga de trabajadores textiles que quemaron sus máquinas de tejer contra los telares automáticos; sin embargo, según el economista James Bessen, profesor de la Universidad de Boston citado por The Economist en “The impact on jobs. Automation and anxiety”, la cantidad de trabajadores textiles se cuadriplicó entre 1830 y 1900. Esta posibilidad es cierta, aunque no siempre ni para siempre.
La empresa de robótica Refraction AI está lanzando robots diseñados para entregar pedidos de supermercados y restaurantes. Tienen el tamaño de una bicicleta y se desplazan por la orilla de las carreteras. Ricardo B. Brazziell/USA Today Network.[/caption]
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¿Qué pasa cuando la tecnología va más rápido que la capacidad de adaptación y entrenamiento del mercado laboral en los sectores con bajos niveles educativos, como los campos de cultivo, restaurantes y hoteles, y, en general, donde el trabajo es rutinario y fácilmente automatizable?
En Estados Unidos, por ejemplo, la fuerza laboral está representada por los hispanos en 17%, y se proyecta que llegue a 30% en 2030, según “Latino workers and digitalization”, reporte de 2020 del Latino Policy & Politics Institute (LPPI), de la Universidad de California, firmado por Nick Gonzalez, Diana Garcia, Arturo Vargas Bustamente y Rodrigo Dominguez-Villegas. Se trata de una población que trabaja mayoritariamente en restaurantes y cadenas hoteleras, así como en la agricultura, sectores en los que la mano de obra está siendo más escasa, pero también en los que los latinos están sobrerrepresentados y el conocimiento tecnológico es demasiado bajo. Esta brecha preocupa, y las pocas empresas que están ofreciendo algún tipo de “reentrenamiento” lo hacen para trabajos de niveles medios en los que ya se utiliza algún tipo de tecnología, como en las áreas administrativas, informáticas o de educación, señala Dominguez-Villegas, sociólogo y filósofo por la Universidad de Massachusetts y director de Investigación del LPPI.
Dominguez-Villegas defiende que sacar a los trabajadores hispanos de esta brecha requiere políticas de Estado y también un enfoque multifactorial. Superar este rezago tecnológico requiere no solo disposición para reentrenar a la fuerza laboral, también inversión para minimizar los desiertos tecnológicos, aquellos territorios donde el acceso a internet por banda ancha es escaso.
—Lo que identificamos es que habrá mucha gente que era cajero de un supermercado que ahora necesita entrenarse para ingeniero de sistemas. Ese tipo de entrenamiento toma muchísimo más tiempo, requiere más inversión y tiene que realizarse más a largo plazo.
—¿Hay algún ejemplo exitoso?
—Es una buena pregunta, porque una de las cosas que encontramos es que no hay ejemplos muy exitosos, salvo en otros sectores y solo en algunos programas del Tratado de Libre Comercio.
Según su informe, los estados con mayor número de trabajadores latinos en riesgo de desplazamiento digital son California y Texas. En el primero, los latinos representan 40% de la fuerza laboral, pero solo 17% tiene título universitario. Más de la mitad de los hispanos (55.6%) trabaja en servicios de salud, comercio, hotelería y construcción; en estas dos últimas industrias se paga el salario mínimo del estado, quince dólares la hora. En el segundo, Texas, los hispanos (39.2% de la población) se emplean desproporcionadamente en estas mismas industrias debido a que tienen conocimientos digitales bajos y, por lo tanto, la fuerza laboral necesita capacitarse. En estados agrícolas como Florida y California, por ejemplo, los latinos indocumentados suelen vivir en desiertos tecnológicos, lo que representa un obstáculo para la capacitación y la adaptación a las nuevas necesidades del mercado.
—Muchas comunidades están en zonas rurales, un porcentaje todavía grande de latinos trabajan en agricultura y están en zonas apartadas donde no se ha invertido en acceso a internet de banda ancha —apunta Dominguez-Villegas.
Un estudio del PRC encontró en 2021 que solo 67% de los hispanos en el país tienen computadoras, mientras que ocho de cada diez adultos blancos dicen tener una; solo 65% de los latinos tienen acceso a banda ancha, frente a 80% de los adultos blancos. No hay diferencias étnicas, sin embargo, cuando se trata de teléfonos inteligentes o tabletas, actualmente las principales vías de conexión. Y el idioma es otra barrera.
—Para encontrar trabajo, encontrar programas, cumplir con los requisitos en muchos lugares, cuando existen programas de entrenamiento digital, la gente no tiene high school terminado, y no lo tiene porque en su estado no existe el GED [General Educational Development Test, examen para medir el conocimiento y las habilidades en el sistema educativo estadounidense] en otro idioma que no sea inglés.
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Los robots de entrega de Cartken se ven en el acceso posterior al patio de comidas de un centro comercial en Miami, Florida.[/caption]
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Es una mañana de agosto en Plant City, ciudad del oeste de Florida, en las oficinas de Harvest CROO Robotics, socia de Wish Farms, empresa familiar fundada a inicios del siglo XX por migrantes ucranianos que, durante tres generaciones, se han dedicado a cultivar fresas, arándanos, moras y frambuesas. En 2002 se convirtieron en la primera firma en vender fresas orgánicas a escala comercial. Once años después, Gary Wishnatzki, director ejecutivo, comenzó a entender que la escasez de personal —la mano de obra es 90% mexicana— no era un asunto temporal, sino de largo aliento; está consciente, además, de lo extenuante que puede ser este tipo de faenas.
—Esto es un problema demográfico. Ya nadie quiere hacer este trabajo, el de la cosecha, y los que quieren hacerlo ya están muy viejos. Los jóvenes no quieren y eso está trayendo serios problemas. Traer mano de obra no es una solución a largo plazo —dice Wishnatzki, acompañado de sus dos socios: Robert Pitzer, cofundador de Harvest CROO Robotics y Joseph A. McGee, presidente ejecutivo.
Estamos en una sala de reuniones que parece más bien un laboratorio. En distintas fotografías colgadas de las paredes se ve a Berry, el robot que han diseñado y que este 2022 esperan que sea ya un producto comercial.
Pitzer es un ingeniero especialista en desarrollo tecnológico. Desde joven conoce a Wishnatzki, y un día le propuso empezar a explorar soluciones automatizadas. Han creado, desde entonces, toda clase de prototipos. Berry es una apuesta que ha convocado a agricultores de Florida, quienes han invertido en la idea. Un grupo de veinte ingenieros y técnicos trabaja en el diseño para que los robots intervengan en todo el proceso: desde la recolección hasta el empaquetado.
—Casi todos los trabajadores se lo toman con calma cuando vienen las máquinas. He tenido un montón de ellos aquí, vienen y me preguntan, ya sabes, preguntas sobre lo que va a pasar. Básicamente digo: “Todavía estamos lejos”.
—Pero ¿qué les dicen?
—Les decimos: “Ustedes van a estar operando las máquinas, porque esa es la forma en que vamos a establecer esto”.
Son conscientes de que el trabajo de campo es para jóvenes. Las plantas deben recolectarse cada tres días. Y en temporada, la labor se intensifica.
—Para eso los robots son buenos —dice Wishnatzki.
Berry 8, el último modelo al cierre de esta edición, puede recolectar hasta 3.2 hectáreas entre dieciséis y veinticuatro horas. También puede hacer el trabajo de ocho personas, o de veinticinco, si estuviesen en las condiciones de contratación ideales. Esta especie de tráiler se cierne sobre las plantas y, mediante cámaras de video e inteligencia artificial, detecta las fresas que ya están a término, por ejemplo, y las captura con unas pinzas, sin dañarlas. Quizás es en lo que más han trabajado.
En este momento, Wish Farms colabora con el gobierno local en un proceso de reentrenamiento para trabajadores, un programa social para prevenir el impacto del desplazamiento tecnológico. En 2019, antes de la pandemia, fue una de las empresas que pidieron al Senado la aprobación de la Ley de Modernización de la Fuerza Laboral Agrícola, una vía legislativa para facilitar la entrada de trabajadores temporales latinos con visas H-2A, especialmente para agricultura, y así solventar la escasez de mano de obra. A principios de agosto de 2022, el Senado no la había aprobado y las negociaciones eran intensas. Wishnatzki, sin embargo, no tiene fe en esa vía. Le preocupa que, si no se atiende este fenómeno, las fresas y otros frutos y vegetales se vuelvan artículos de lujo.
—La esperanza no es una estrategia, y nosotros no podemos esperar a que el Gobierno lo resuelva, tenemos que resolver —dice, y lo están haciendo, cada vez más enfocados en que el desarrollo de Berry rinda frutos.
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Escenas del taller de Harvest CROO Robotics en Plant City, Florida, donde se desarrolla Berry, un recolector de fresas robótico.[/caption]
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A finales de mayo de 2018, veinticinco mil trabajadores afiliados a la legendaria Culinary Workers Union votaron para irse a una huelga en Las Vegas, Nevada. ¿La razón? Protegerse de la automatización en sus lugares de trabajo. Los camareros, cocineros, bartenders, meseros, trabajadores de casinos y hoteles afiliados al sindicato, fundado en 1935, un año importante para la Ley de Seguridad Social de Estados Unidos, estaban preocupados por el inminente reemplazo por la tecnología, la incursión de brazos mecánicos que hacen cocteles, las solicitudes de los clientes mediante tablets, los robots que hacen delivery, todo en un contexto de bajos salarios y débil seguridad social.
Aquellos días, Bethany Khan —una de las líderes del sindicato— estaba ansiosa: sabía que lo que exigían era difícil pero no imposible de conseguir: aumento salarial, indemnización para los desplazados por la tecnología y entrenamiento antes de la implementación de alguna automatización. Estaban decididos a lograr un cambio. Así que el sindicato organizó la votación en los puestos de trabajo. “Fue algo genial”, rememora Khan, directora de Comunicaciones y de Estrategia Digital. “Las empresas, ya sabes, no estaban de acuerdo con algunas de las propuestas”. Una nota de prensa de 2018 en el Miami Herald recordaba que la noticia pasó desapercibida en los medios de comunicación. Pero lo que pasó en Las Vegas fue trascendental. Después de la votación, en un día histórico, el 1 de junio de 2018, la Culinary Workers Union se convirtió en la primera organización estadounidense, debido a la automatización, en incorporar protección para sus trabajadores. Esta obliga al empleador a entrenar al personal frente a la introducción de tecnología, y si los trabajadores son desplazados, debe otorgar una indemnización. “Nuestro contrato es histórico, es innovador”, subraya.
La automatización sin duda está creciendo, pero no se trata de un fenómeno nuevo. Por eso la líder recalca que es necesario “asegurar que los trabajadores puedan crecer junto con la tecnología y tener una silla en la mesa de discusión, para que cuando se implemente una nueva tecnología los trabajadores tengan acceso a ella y la oportunidad de laborar. Si se crean nuevos puestos con la tecnología, hay muchas posibilidades de que los trabajadores puedan seguir trabajando, porque estarán involucrados en cada paso del camino y porque tienen un fuerte contrato sindical que los protege”, señala Khan.
Un estudio de la Oxford Martin School, “The future of employment”, de 2013, apuntó que 47% de los empleos estarán expuestos a la automatización en el futuro. Han pasado nueve años desde entonces y, aunque otros estudios tienen cifras más alentadoras, los autores defienden que el modelo de análisis sigue vigente. Solo basta buscar con palabras clave en Google y decenas de titulares aparecerán sobre la incorporación de robots y tecnologías que están revolucionando los mercados de producción o la industria de servicios. Los robots que hacen delivery fueron noticia en CNBC. “Robots para limpiar los rascacielos de Nueva York”, reseña un artículo de ZDNet en 2021. “¿Están los robots compitiendo por tu trabajo?”, tituló Jill Lepore un artículo de 2019 en The New Yorker. “La era de los robots agricultores”, publicó The New York Times en abril de 2019. “Un robot escribió todo este artículo. ¿Ya tienes miedo, humano?”, se titula una publicación en The Guardian. Aún es muy pronto para saber si el impulso de la automatización, tras la pandemia, siguió ese curso pronosticado, pero el tema sigue vigente.
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Escenas del taller de Harvest CROO Robotics en Plant City, Florida, donde se desarrolla Berry, un recolector de fresas robótico.[/caption]
Durante el confinamiento, varios grupos de trabajo comunitarios relacionados con los hispanos y el empleo comenzaron a advertir a la Universidad de California de lo que estaba sucediendo, el arribo de robots. “Entonces nos movimos y empezamos a hacer investigación sobre esto, junto con un centro de investigación que tiene todo un programa”, destaca Rodrigo Dominguez-Villegas, en referencia a Digital Skills and the Latino Workforce, del Aspen Institute, organización dirigida por empresarios para ampliar las oportunidades de los trabajadores y permitir que la economía y las comunidades prosperen. Con el apoyo de Google, se puso en marcha el proyecto para comprender mejor los desafíos y las oportunidades que enfrentan los latinos para tener éxito en la economía digital. Desde entonces continúan implementando estudios sobre la digitalización y produciendo recomendaciones sobre políticas públicas.
En el plano legislativo, los senadores Gary Peters, Debbie Stabenow, Kirsten Gillibrand y Catherine Cortez Masto introdujeron en 2019 el proyecto de ley Automation Act, que, aunque quedó en el congelador, buscaba asistir a los trabajadores “cuyos puestos de trabajo se eliminan mediante la automatización y para otros fines”. El proyecto fue leído dos veces y remitido al Comité de Finanzas para revisar su viabilidad económica, pero allí quedó. “La innovación es emocionante, pero tenemos que asegurarnos de que los trabajadores de nuestro país no se queden atrás a medida que avanza la tecnología”, señaló en un comunicado la senadora Cortez Masto. En 2021, el Congreso aprobó la Ley de Equidad Digital, que asigna 2 750 millones de dólares a iniciativas de inclusión digital. De ellos, se prometió que 1 500 millones serían destinados a los estados mediante dos programas de subvenciones, y 1 250 millones (250 millones al año durante un lustro) a reducir las brechas digitales, especialmente en comunidades en desiertos tecnológicos.
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Carlos Gazitua, director ejecutivo de Sergio’s, un joven empresario de origen cubano que estudió Finanzas y Gerencia en la Universidad de Georgetown, es un divulgador de la escasez de mano de obra y los impactos que tiene en el sector comercial. En LinkedIn publica los impactos de la crisis.
“La temporada turística está en pleno apogeo en el centro de Florida, y los hoteles se están llenando de visitantes que pagan una prima por el alojamiento durante una de las épocas más concurridas del año. Pero al igual que el resto del sector, los hoteles de Orlando siguen experimentando una escasez de personal. La reducción del personal de hotelería y cocina hace que algunas operaciones de los hoteles parezcan diferentes y que los huéspedes puedan notar el impacto con respecto a años anteriores”, publicó recientemente.
La mayoría de los empleadores estadounidenses cree que, si se otorgan más visas temporales de trabajo, como lo ha pedido México en la última visita del presidente Andrés Manuel López Obrador a Estados Unidos, la economía se dinamizará. Pero eso no lo cree Nezahualcoyotl Xiuhtecutli, de The Farmworker Association of Florida, Inc., quien considera que lo mejor sería que no existiera el programa de visas temporales. “Ya tenemos una fuerza laboral aquí [en Estados Unidos] y siempre se dice que no hay suficientes trabajadores. Si tuvieran mejores condiciones de trabajo, se les pagara mejor, seguro habría gente que estaría dispuesta a hacerlo. La razón por la que seguimos importando agricultores es porque ninguna persona con la sabiduría, con el conocimiento de sus derechos, nacional de Estados Unidos, aceptaría las condiciones con las que trabajan los trabajadores agrícolas”, declaró a Gatopardo.
Coincide Rose Khattar, economista miembro del equipo de análisis de Pobreza y Prosperidad del Center for American Progress (CAP). “La idea de que los empresarios tienen dificultades para encontrar trabajadores no es porque no haya trabajadores que quieran trabajar. Es que los trabajos que ofrecen no son de buena calidad. Y la comunidad hispana y latina es un buen ejemplo de lo que ocurre cuando las comunidades están sobrerrepresentadas en empleos de baja calidad”. Khattar destaca lo que dice el último reporte del CAP, “Latino workers continue to experience a shortage of good jobs”: “Lo que vemos en esta comunidad [hispana] es que tienen tasas de empleo extremadamente altas. ¿Qué significa eso? Que mucha gente está trabajando. Tienen trabajo. El problema es que esos empleos están mal pagados”.
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En el restaurante Chili’s, en Doral, la gerente Yeisel Dominguez me recibe durante unos quince minutos. Es una mujer alta y esbelta, de origen cubano, que lleva quince años trabajando en esta cadena de restaurantes.
—Yo aquí cocino, gerencio, lavo platos y atiendo mesas. Soy mánager, pero tengo que hacer todo. La gente no quiere trabajar, no sé si es que el Gobierno ha dado mucho dinero y la gente se siente en un estado cómodo, en una línea de confort en la que se adapta a lo que le dan… Estamos viviendo una pandemia tras la pandemia.
Chili’s, como muchos restaurantes de Florida, paga el salario mínimo por hora, 6.79 dólares, más propinas y otros beneficios contractuales. Es una de las empresas que han contratado los robots de Bear Robotics, Inc., para algunas de las franquicias que operan. Dominguez necesita quince trabajadores full time y solo tiene dos. El resto son jóvenes que trabajan medio tiempo porque están estudiando.
—El robot está planteado, desde antes de la pandemia, como algo fun, to go to the tables, sobre todo para las mesas que tienen niños, para que les digan “happy birthday!”. Si seguimos así, entonces que los robots nos suplanten a nosotros.
Dominguez cree que la ayuda económica entregada por el Gobierno durante 2020 y 2021 es una de las razones de esta crisis. Se refiere al bono a desempleados por la pandemia, cuyo último monto fue de 1 400 dólares por mes. Los cheques fueron entregados a quienes tenían un ingreso anual menor a 75 000 dólares. En 2021, este subsidio se convirtió en una lucha de fuerzas entre el partido demócrata y una fracción del republicano, que exigía que una vez que comenzara la recuperación económica se eliminara. En algunos estados republicanos, la medida finalizó meses antes de que lo hicieran sus homólogos demócratas. Y algunos empresarios, entre ellos la Cámara de Comercio de Estados Unidos, aseguran que esta fue una de las razones que contribuyeron a la escasez de mano de obra. “Los beneficios de desempleo mejorados [que terminaron en septiembre de 2021], específicamente, llevaron a que 68% de los solicitantes ganaran más en desempleo que mientras trabajaban”, señala su informe “Understanding America’s labor shortage”.
Este mismo escenario que mira Dominguez se ha repetido en decenas de locales de comida o de servicios en el país. Carteles en los que se lee “Estamos contratando” se han vuelto parte del paisaje de cualquier calle comercial. En los últimos meses, algunos de esos letreros han incorporado cuánto es el pago por hora y otros beneficios. Estados Unidos está viviendo la great resignation, término popularizado por Anthony Klotz, profesor de la Texas A&M University, quien ha catalogado este fenómeno como un juego de poder.
De los grupos demográficos que están cambiando estas relaciones laborales, son los hispanos contratados en estos sectores vulnerables quienes rotan de trabajo con frecuencia por otro en el que paguen mejor. “Ahora mismo hay muchos puestos de trabajo, así que los trabajadores tienden a tener un poco más de poder en la toma de decisiones porque pueden comparar qué trabajo no es bueno. Así que no vemos necesariamente que la gente renuncie para no trabajar. Estamos viendo que renuncian a un trabajo y luego se cambian a otro, que probablemente sea un empleo mejor”, señala Rose Khattar. “Lo importante es que tenemos que seguir capacitando a la gente. Tenemos que seguir formando trabajadores para los puestos de trabajo que van a surgir, y eso requiere invertir en la formación de aprendices”.
Pero un aspecto adicional habrá que tomar en cuenta, incluso en el dilema de la creación y diversificación d nuevas fuentes de empleo a partir de la tecnología: la ética de las máquinas. En 2009, Colin Allen y Wendell Wallach ya hablaban de esto en su libro Moral machines. Teaching robots right from wrong (Oxford University Press, 2008), en el que recuerdan que Isaac Asimov señaló, hace más de cincuenta años, que se necesitaban reglas éticas para guiar el comportamiento de las máquinas. Primera: un robot no puede herir a un ser humano o, por inacción, permitir que un ser humano sufra daños. Segunda: un robot debe obedecer las órdenes que le den los seres humanos, excepto cuando dichas órdenes entren en conflicto con la primera regla. Y tercera, un robot debe proteger su propia existencia, siempre que dicha protección no entre en conflicto con la primera o la segunda regla. “El propósito de nuestra predicción es llamar la atención sobre la necesidad de empezar a trabajar en máquinas morales ahora, y no dentro de veinte o cien años, cuando la tecnología haya alcanzado a la ciencia ficción”, sentencian en su planteamiento visionario.
Por lo pronto, la empresa Bear Robotics, Inc., creadora de Servi y Rita, los robots que hacen de meseros en restaurantes y hoteles, plantea en su página web que este es el año del robot. “Ignorar las ventajas de la automatización significa dejar mejoras críticas sobre la mesa. En 2022, en el despertar de una de las mayores realizaciones tecnológicas de nuestro tiempo, las empresas deben abrazar la próxima era de la inteligencia y entrar en el Año del Robot”.
La Florida-Israel Business Accelerator quiere conectar a clientes e inversores del estado con la tecnología trayendo más camareros robots, por ejemplo, a Tampa Bay, Miami y Orlando, donde este tipo de automatización está ya creciendo. “Hay mucha conciencia e interés en Florida. Los israelíes han descubierto Florida y están viniendo aquí, y estamos felices de apoyarlos”, dijo la directora Rakefet Bachur-Phillips en una entrevista con el Tampa Bay Times.
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Es la mañana del 7 de agosto. He vuelto a Denny’s, junto a más de quince familias que se encuentran almorzando. Servi está en funcionamiento. Cuando se dirige a las mesas se ilumina con luces verdes en la parte inferior, alumbra el piso mientras se desliza y emite un sonido de aviso: turu- turu-turu.
—Ohhh, my god! —se sorprende una señora de cabello cano que almuerza con su hijo. A ratos hablan en inglés y a ratos en español. Servi le ha traído la hamburguesa que acaba de ordenar.
—Please, take your food —dice Servi.
—This is wonderful.
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Esta historia se publicó en la edición dedicada a "La revolución tecnológica".
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