Los crímenes del futuro: una película sobre la anarquía del cuerpo

Los crímenes del futuro: una película sobre la anarquía del cuerpo

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Tiempo de Lectura: 00 min

Del cuerpo de una película ha brotado otra. Crimes of the future, del cineasta canadiense David Cronenberg, retoma elementos de una de sus primeras películas para regresar a los temas que caracterizaron su carrera hasta la última década, cuando dirigió su atención al crimen organizado, el psicoanálisis y el capitalismo. ¿Por qué se reencuentra ahora con su juventud?

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
Crimes of the future (2022), de David Cronenberg.

Se ha aceptado sin mucha renuencia que Crimes of the future (2022), la película más reciente del canadiense David Cronenberg, no comparte más que el título con su homónima de 1970, escrita y dirigida también por él. En entrevistas, el primero en rechazar cualquier otro vínculo es el propio cineasta y los periodistas, quizá pasmados por un artista que parece producir solamente idolatría, le obedecen. Sin embargo, una visita a su segundo largometraje revela una dependencia que rebasa por mucho el título pero, más importante todavía, sugiere una capa de significación importante en su nueva película.

La Crimes of the future que se estrena este 14 de julio se sitúa en un tiempo venidero, aunque no sabemos con exactitud cuándo. La mayoría de los humanos ha perdido la capacidad de sentir dolor o de sufrir infecciones, y por eso se ha esparcido una rara fiebre: la gente se da placer mutilándose. Este síntoma de la evolución acelerada de la especie encuentra su par más radical en la aparición de nuevos órganos que el Estado, temeroso del rumbo que está tomando la naturaleza, desea controlar. En boca de un burócrata, el cuerpo nuevo es “insurgente”, una anomalía que no se debe llamar humana. Saul (Viggo Mortensen) y Caprice (Léa Seydoux) son artistas en ese contexto. A él le crecen constantemente estas nuevas vísceras y ella se las extirpa en performances para luego tatuarlas. El accidente de la evolución adquiere en manos de ambos personajes un significado que interesará a la policía, a los burócratas y al padre revolucionario de un niño que come plástico.

En la película de 1970 el protagonista narra porciones de esta trama: en su versión del futuro una enfermedad venérea le produce a un colega órganos nuevos que son sustituidos por otros más con cada remoción. Su cuerpo, dice, es una galaxia, y los órganos, sistemas solares. También se habla de evolución, aunque el protagonista busca combatirla con masajes que devuelvan los pies a aletas y, para rematar, aparece un grupo subversivo interesado en el cuerpo de una niña, similar a uno que vemos en la reciente Crimes of the future. No vale la pena ahondar más en la obra del joven Cronenberg, ni concluir equivocadamente que su homónima es una repetición, pero es válido y significativo llamar a esta última un apéndice: del cuerpo de una película brotó otra; del imaginario de un cineasta debutante creció, como un tumor enteramente benigno, la consciencia de su vejez. Esto no es un detalle trivial sino, tal vez, una declaración de Cronenberg, a la que ya llegaremos.

Crimes of the future (2022), de David Cronenberg.

El mundo de Crimes of the future —la de 2022— ha sido interpretado como una versión del nuestro, sobre todo tras la reversión, hace unas semanas, del juicio Roe vs. Wade, que en 1973 permitió la despenalización del aborto en Estados Unidos. Cronenberg parece llegar en un momento oportuno para denunciar la intromisión de los reaccionarios y del poder gubernamental en los cuerpos de la ciudadanía. Una aparente imagen de transgeneridad también apoya esta lectura: Saul se hace una especie de cierre en el vientre para facilitar el acceso a sus nuevos órganos y Caprice estimula la incisión como si se tratara de una vagina. En el futuro y en su pasado, parece decir Cronenberg, hay nuevos cuerpos, nuevos sexos, y ningún burócrata debería declararlos ilegales. La diversidad étnica también vincula aquel universo con nuestro presente porque nos muestra un porvenir donde conviven personajes de acentos y colores distintos, como si se tratara de una arruinada aldea babélica de donde brotará sin aviso alguno la esperanza. Parecería obvio que los crímenes del futuro son los del estado o, en todo caso, los que él considera perversiones, pero Cronenberg complica el concepto cuando vemos a los personajes cuestionar las novedades del cuerpo.

A espaldas de todos, Saul es un agente encubierto de la Agencia de Nuevos Vicios, un organismo que persigue a los individuos que alientan la evolución. Aunque las cirugías en vivo lo estimulan de forma placentera —los instrumentos fálicos penetran sus entrañas como si se tratara de un ritual orgásmico—, Saul aún se comunica con la sensación extinta del dolor. Actividades como dormir y comer lo atormentan diariamente y, en busca de una explicación, él vincula el sufrimiento con sus nuevos órganos, que podrían o no ser un producto de su voluntad. Saul le explica al detective Cope (Welket Bungué), su contacto en la policía, que no le gusta lo que está pasando con los cuerpos de la humanidad y particularmente con el suyo. Pareciera que es un reaccionario, igual que el comprometido Cope y los burócratas del Registro Nacional de Órganos, pero también como una madre que asesina al niño hambriento de plástico. Los crímenes del futuro abarcan también la renuencia de los ciudadanos a cambiar y nos preguntamos, entonces, si los performances de Saul, basados en extirparse la nueva carne, son actos de conservadurismo.

Crimes of the future (2022) de David Cronenberg.

El arte cumple —en el tiempo de Crimes of the future y en el nuestro— una función política; así lo han demostrado el marxismo y el feminismo, cuyas lecturas produjeron tensión con el formalismo, decidido a ver el arte como un idioma secreto cuyo fin no es decir algo sino reproducirse por el puro placer que causa. En defensa de la abstracción, Ernst Bloch argumentó su posibilidad revolucionaria en una polémica sobre el expresionismo con Georg Lukács, pero es innegable que el significado es más directo y, además, inextricable de las obras, que inevitablemente sirven para comunicarse, como pensaba Jean-Paul Sartre. Cronenberg parece comprometido con este último bando al mostrarnos a Saul preocupado por que las formas no consuman los significados: un tatuaje que le imprime Caprice a uno de sus órganos lo incomoda por opacar el lugar donde está impreso y caer así en el formalismo. Sobre todo, Saul pretende convertir la anarquía del cuerpo en una declaración que transforme a sus espectadores, como pasa con Timlin (Kristen Stewart), una burócrata excéntrica que se obsesiona con ser operada por él. Sin embargo, pareciera que hacia el desenlace tanto el protagonista como el director abdican.

Saul se parece a Cronenberg: ambos son artistas encanecidos que hablan en susurros pero llama la atención que el personaje se viste con un traje negro y una capucha que evocan a la Parca. Crimes of the future consuma la inquietud del cineasta con su propia muerte, que empezó con un cortometraje titulado sin sutileza: The death of David Cronenberg(2021). Ahí el director se encuentra con su propio cadáver y lo besa en los labios; se reconcilia con su mortalidad y prepara así el reencuentro con su juventud que supone Crimes of the future. Esta película, que a los 79 años de su creador podría ser una de sus últimas, brota, como lo expliqué al principio, de una de sus primeras, y compila aspectos de la filmografía entera de Cronenberg: la incisión vaginal en el estómago del protagonista apareció antes en Videodrome (1983); la baba ácida del niño que come plástico remite a The fly (1986), y un trío entre Caprice, Saul y la máquina con la que ella le extirpa sus órganos habla de un fetiche tecnológico parecido al de Crash (1996).

Con su renuencia agónica al cuerpo nuevo, Saul se distingue de los jóvenes protagonistas de aquellas películas, fascinados todos con el futuro de sus entrañas. ¿Será él una imagen del Cronenberg que renunció en la última década a las imágenes de cicatrices e infecciones; que se desvió para buscar en el capitalismo, la celebridad, el crimen organizado y el psicoanálisis la invasión del cuerpo colectivo? Sólo puede saberlo el propio director, pero quizá por ello vuelve con insistencia a la piel rasgada y nos presenta un sarcófago venoso donde huesos parecidos a la goma cortan deleitosamente el cuerpo de Saul. Cronenberg se reconcilia consigo mismo, como en el cortometraje de su muerte, y ahora filma un martirio evocando a Carl Theodor Dreyer que expresa una reunión sublime con el silencio: el significado más grande es el más inasible, y por ello Crimes of the future, a pesar de abarcar tanto, no dice nada: su abrazo a la paradoja es un acto admirable de sabiduría.

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Del cuerpo de una película ha brotado otra. Crimes of the future, del cineasta canadiense David Cronenberg, retoma elementos de una de sus primeras películas para regresar a los temas que caracterizaron su carrera hasta la última década, cuando dirigió su atención al crimen organizado, el psicoanálisis y el capitalismo. ¿Por qué se reencuentra ahora con su juventud?

Se ha aceptado sin mucha renuencia que Crimes of the future (2022), la película más reciente del canadiense David Cronenberg, no comparte más que el título con su homónima de 1970, escrita y dirigida también por él. En entrevistas, el primero en rechazar cualquier otro vínculo es el propio cineasta y los periodistas, quizá pasmados por un artista que parece producir solamente idolatría, le obedecen. Sin embargo, una visita a su segundo largometraje revela una dependencia que rebasa por mucho el título pero, más importante todavía, sugiere una capa de significación importante en su nueva película.

La Crimes of the future que se estrena este 14 de julio se sitúa en un tiempo venidero, aunque no sabemos con exactitud cuándo. La mayoría de los humanos ha perdido la capacidad de sentir dolor o de sufrir infecciones, y por eso se ha esparcido una rara fiebre: la gente se da placer mutilándose. Este síntoma de la evolución acelerada de la especie encuentra su par más radical en la aparición de nuevos órganos que el Estado, temeroso del rumbo que está tomando la naturaleza, desea controlar. En boca de un burócrata, el cuerpo nuevo es “insurgente”, una anomalía que no se debe llamar humana. Saul (Viggo Mortensen) y Caprice (Léa Seydoux) son artistas en ese contexto. A él le crecen constantemente estas nuevas vísceras y ella se las extirpa en performances para luego tatuarlas. El accidente de la evolución adquiere en manos de ambos personajes un significado que interesará a la policía, a los burócratas y al padre revolucionario de un niño que come plástico.

En la película de 1970 el protagonista narra porciones de esta trama: en su versión del futuro una enfermedad venérea le produce a un colega órganos nuevos que son sustituidos por otros más con cada remoción. Su cuerpo, dice, es una galaxia, y los órganos, sistemas solares. También se habla de evolución, aunque el protagonista busca combatirla con masajes que devuelvan los pies a aletas y, para rematar, aparece un grupo subversivo interesado en el cuerpo de una niña, similar a uno que vemos en la reciente Crimes of the future. No vale la pena ahondar más en la obra del joven Cronenberg, ni concluir equivocadamente que su homónima es una repetición, pero es válido y significativo llamar a esta última un apéndice: del cuerpo de una película brotó otra; del imaginario de un cineasta debutante creció, como un tumor enteramente benigno, la consciencia de su vejez. Esto no es un detalle trivial sino, tal vez, una declaración de Cronenberg, a la que ya llegaremos.

Crimes of the future (2022), de David Cronenberg.

El mundo de Crimes of the future —la de 2022— ha sido interpretado como una versión del nuestro, sobre todo tras la reversión, hace unas semanas, del juicio Roe vs. Wade, que en 1973 permitió la despenalización del aborto en Estados Unidos. Cronenberg parece llegar en un momento oportuno para denunciar la intromisión de los reaccionarios y del poder gubernamental en los cuerpos de la ciudadanía. Una aparente imagen de transgeneridad también apoya esta lectura: Saul se hace una especie de cierre en el vientre para facilitar el acceso a sus nuevos órganos y Caprice estimula la incisión como si se tratara de una vagina. En el futuro y en su pasado, parece decir Cronenberg, hay nuevos cuerpos, nuevos sexos, y ningún burócrata debería declararlos ilegales. La diversidad étnica también vincula aquel universo con nuestro presente porque nos muestra un porvenir donde conviven personajes de acentos y colores distintos, como si se tratara de una arruinada aldea babélica de donde brotará sin aviso alguno la esperanza. Parecería obvio que los crímenes del futuro son los del estado o, en todo caso, los que él considera perversiones, pero Cronenberg complica el concepto cuando vemos a los personajes cuestionar las novedades del cuerpo.

A espaldas de todos, Saul es un agente encubierto de la Agencia de Nuevos Vicios, un organismo que persigue a los individuos que alientan la evolución. Aunque las cirugías en vivo lo estimulan de forma placentera —los instrumentos fálicos penetran sus entrañas como si se tratara de un ritual orgásmico—, Saul aún se comunica con la sensación extinta del dolor. Actividades como dormir y comer lo atormentan diariamente y, en busca de una explicación, él vincula el sufrimiento con sus nuevos órganos, que podrían o no ser un producto de su voluntad. Saul le explica al detective Cope (Welket Bungué), su contacto en la policía, que no le gusta lo que está pasando con los cuerpos de la humanidad y particularmente con el suyo. Pareciera que es un reaccionario, igual que el comprometido Cope y los burócratas del Registro Nacional de Órganos, pero también como una madre que asesina al niño hambriento de plástico. Los crímenes del futuro abarcan también la renuencia de los ciudadanos a cambiar y nos preguntamos, entonces, si los performances de Saul, basados en extirparse la nueva carne, son actos de conservadurismo.

Crimes of the future (2022) de David Cronenberg.

El arte cumple —en el tiempo de Crimes of the future y en el nuestro— una función política; así lo han demostrado el marxismo y el feminismo, cuyas lecturas produjeron tensión con el formalismo, decidido a ver el arte como un idioma secreto cuyo fin no es decir algo sino reproducirse por el puro placer que causa. En defensa de la abstracción, Ernst Bloch argumentó su posibilidad revolucionaria en una polémica sobre el expresionismo con Georg Lukács, pero es innegable que el significado es más directo y, además, inextricable de las obras, que inevitablemente sirven para comunicarse, como pensaba Jean-Paul Sartre. Cronenberg parece comprometido con este último bando al mostrarnos a Saul preocupado por que las formas no consuman los significados: un tatuaje que le imprime Caprice a uno de sus órganos lo incomoda por opacar el lugar donde está impreso y caer así en el formalismo. Sobre todo, Saul pretende convertir la anarquía del cuerpo en una declaración que transforme a sus espectadores, como pasa con Timlin (Kristen Stewart), una burócrata excéntrica que se obsesiona con ser operada por él. Sin embargo, pareciera que hacia el desenlace tanto el protagonista como el director abdican.

Saul se parece a Cronenberg: ambos son artistas encanecidos que hablan en susurros pero llama la atención que el personaje se viste con un traje negro y una capucha que evocan a la Parca. Crimes of the future consuma la inquietud del cineasta con su propia muerte, que empezó con un cortometraje titulado sin sutileza: The death of David Cronenberg(2021). Ahí el director se encuentra con su propio cadáver y lo besa en los labios; se reconcilia con su mortalidad y prepara así el reencuentro con su juventud que supone Crimes of the future. Esta película, que a los 79 años de su creador podría ser una de sus últimas, brota, como lo expliqué al principio, de una de sus primeras, y compila aspectos de la filmografía entera de Cronenberg: la incisión vaginal en el estómago del protagonista apareció antes en Videodrome (1983); la baba ácida del niño que come plástico remite a The fly (1986), y un trío entre Caprice, Saul y la máquina con la que ella le extirpa sus órganos habla de un fetiche tecnológico parecido al de Crash (1996).

Con su renuencia agónica al cuerpo nuevo, Saul se distingue de los jóvenes protagonistas de aquellas películas, fascinados todos con el futuro de sus entrañas. ¿Será él una imagen del Cronenberg que renunció en la última década a las imágenes de cicatrices e infecciones; que se desvió para buscar en el capitalismo, la celebridad, el crimen organizado y el psicoanálisis la invasión del cuerpo colectivo? Sólo puede saberlo el propio director, pero quizá por ello vuelve con insistencia a la piel rasgada y nos presenta un sarcófago venoso donde huesos parecidos a la goma cortan deleitosamente el cuerpo de Saul. Cronenberg se reconcilia consigo mismo, como en el cortometraje de su muerte, y ahora filma un martirio evocando a Carl Theodor Dreyer que expresa una reunión sublime con el silencio: el significado más grande es el más inasible, y por ello Crimes of the future, a pesar de abarcar tanto, no dice nada: su abrazo a la paradoja es un acto admirable de sabiduría.

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Del cuerpo de una película ha brotado otra. Crimes of the future, del cineasta canadiense David Cronenberg, retoma elementos de una de sus primeras películas para regresar a los temas que caracterizaron su carrera hasta la última década, cuando dirigió su atención al crimen organizado, el psicoanálisis y el capitalismo. ¿Por qué se reencuentra ahora con su juventud?

Se ha aceptado sin mucha renuencia que Crimes of the future (2022), la película más reciente del canadiense David Cronenberg, no comparte más que el título con su homónima de 1970, escrita y dirigida también por él. En entrevistas, el primero en rechazar cualquier otro vínculo es el propio cineasta y los periodistas, quizá pasmados por un artista que parece producir solamente idolatría, le obedecen. Sin embargo, una visita a su segundo largometraje revela una dependencia que rebasa por mucho el título pero, más importante todavía, sugiere una capa de significación importante en su nueva película.

La Crimes of the future que se estrena este 14 de julio se sitúa en un tiempo venidero, aunque no sabemos con exactitud cuándo. La mayoría de los humanos ha perdido la capacidad de sentir dolor o de sufrir infecciones, y por eso se ha esparcido una rara fiebre: la gente se da placer mutilándose. Este síntoma de la evolución acelerada de la especie encuentra su par más radical en la aparición de nuevos órganos que el Estado, temeroso del rumbo que está tomando la naturaleza, desea controlar. En boca de un burócrata, el cuerpo nuevo es “insurgente”, una anomalía que no se debe llamar humana. Saul (Viggo Mortensen) y Caprice (Léa Seydoux) son artistas en ese contexto. A él le crecen constantemente estas nuevas vísceras y ella se las extirpa en performances para luego tatuarlas. El accidente de la evolución adquiere en manos de ambos personajes un significado que interesará a la policía, a los burócratas y al padre revolucionario de un niño que come plástico.

En la película de 1970 el protagonista narra porciones de esta trama: en su versión del futuro una enfermedad venérea le produce a un colega órganos nuevos que son sustituidos por otros más con cada remoción. Su cuerpo, dice, es una galaxia, y los órganos, sistemas solares. También se habla de evolución, aunque el protagonista busca combatirla con masajes que devuelvan los pies a aletas y, para rematar, aparece un grupo subversivo interesado en el cuerpo de una niña, similar a uno que vemos en la reciente Crimes of the future. No vale la pena ahondar más en la obra del joven Cronenberg, ni concluir equivocadamente que su homónima es una repetición, pero es válido y significativo llamar a esta última un apéndice: del cuerpo de una película brotó otra; del imaginario de un cineasta debutante creció, como un tumor enteramente benigno, la consciencia de su vejez. Esto no es un detalle trivial sino, tal vez, una declaración de Cronenberg, a la que ya llegaremos.

Crimes of the future (2022), de David Cronenberg.

El mundo de Crimes of the future —la de 2022— ha sido interpretado como una versión del nuestro, sobre todo tras la reversión, hace unas semanas, del juicio Roe vs. Wade, que en 1973 permitió la despenalización del aborto en Estados Unidos. Cronenberg parece llegar en un momento oportuno para denunciar la intromisión de los reaccionarios y del poder gubernamental en los cuerpos de la ciudadanía. Una aparente imagen de transgeneridad también apoya esta lectura: Saul se hace una especie de cierre en el vientre para facilitar el acceso a sus nuevos órganos y Caprice estimula la incisión como si se tratara de una vagina. En el futuro y en su pasado, parece decir Cronenberg, hay nuevos cuerpos, nuevos sexos, y ningún burócrata debería declararlos ilegales. La diversidad étnica también vincula aquel universo con nuestro presente porque nos muestra un porvenir donde conviven personajes de acentos y colores distintos, como si se tratara de una arruinada aldea babélica de donde brotará sin aviso alguno la esperanza. Parecería obvio que los crímenes del futuro son los del estado o, en todo caso, los que él considera perversiones, pero Cronenberg complica el concepto cuando vemos a los personajes cuestionar las novedades del cuerpo.

A espaldas de todos, Saul es un agente encubierto de la Agencia de Nuevos Vicios, un organismo que persigue a los individuos que alientan la evolución. Aunque las cirugías en vivo lo estimulan de forma placentera —los instrumentos fálicos penetran sus entrañas como si se tratara de un ritual orgásmico—, Saul aún se comunica con la sensación extinta del dolor. Actividades como dormir y comer lo atormentan diariamente y, en busca de una explicación, él vincula el sufrimiento con sus nuevos órganos, que podrían o no ser un producto de su voluntad. Saul le explica al detective Cope (Welket Bungué), su contacto en la policía, que no le gusta lo que está pasando con los cuerpos de la humanidad y particularmente con el suyo. Pareciera que es un reaccionario, igual que el comprometido Cope y los burócratas del Registro Nacional de Órganos, pero también como una madre que asesina al niño hambriento de plástico. Los crímenes del futuro abarcan también la renuencia de los ciudadanos a cambiar y nos preguntamos, entonces, si los performances de Saul, basados en extirparse la nueva carne, son actos de conservadurismo.

Crimes of the future (2022) de David Cronenberg.

El arte cumple —en el tiempo de Crimes of the future y en el nuestro— una función política; así lo han demostrado el marxismo y el feminismo, cuyas lecturas produjeron tensión con el formalismo, decidido a ver el arte como un idioma secreto cuyo fin no es decir algo sino reproducirse por el puro placer que causa. En defensa de la abstracción, Ernst Bloch argumentó su posibilidad revolucionaria en una polémica sobre el expresionismo con Georg Lukács, pero es innegable que el significado es más directo y, además, inextricable de las obras, que inevitablemente sirven para comunicarse, como pensaba Jean-Paul Sartre. Cronenberg parece comprometido con este último bando al mostrarnos a Saul preocupado por que las formas no consuman los significados: un tatuaje que le imprime Caprice a uno de sus órganos lo incomoda por opacar el lugar donde está impreso y caer así en el formalismo. Sobre todo, Saul pretende convertir la anarquía del cuerpo en una declaración que transforme a sus espectadores, como pasa con Timlin (Kristen Stewart), una burócrata excéntrica que se obsesiona con ser operada por él. Sin embargo, pareciera que hacia el desenlace tanto el protagonista como el director abdican.

Saul se parece a Cronenberg: ambos son artistas encanecidos que hablan en susurros pero llama la atención que el personaje se viste con un traje negro y una capucha que evocan a la Parca. Crimes of the future consuma la inquietud del cineasta con su propia muerte, que empezó con un cortometraje titulado sin sutileza: The death of David Cronenberg(2021). Ahí el director se encuentra con su propio cadáver y lo besa en los labios; se reconcilia con su mortalidad y prepara así el reencuentro con su juventud que supone Crimes of the future. Esta película, que a los 79 años de su creador podría ser una de sus últimas, brota, como lo expliqué al principio, de una de sus primeras, y compila aspectos de la filmografía entera de Cronenberg: la incisión vaginal en el estómago del protagonista apareció antes en Videodrome (1983); la baba ácida del niño que come plástico remite a The fly (1986), y un trío entre Caprice, Saul y la máquina con la que ella le extirpa sus órganos habla de un fetiche tecnológico parecido al de Crash (1996).

Con su renuencia agónica al cuerpo nuevo, Saul se distingue de los jóvenes protagonistas de aquellas películas, fascinados todos con el futuro de sus entrañas. ¿Será él una imagen del Cronenberg que renunció en la última década a las imágenes de cicatrices e infecciones; que se desvió para buscar en el capitalismo, la celebridad, el crimen organizado y el psicoanálisis la invasión del cuerpo colectivo? Sólo puede saberlo el propio director, pero quizá por ello vuelve con insistencia a la piel rasgada y nos presenta un sarcófago venoso donde huesos parecidos a la goma cortan deleitosamente el cuerpo de Saul. Cronenberg se reconcilia consigo mismo, como en el cortometraje de su muerte, y ahora filma un martirio evocando a Carl Theodor Dreyer que expresa una reunión sublime con el silencio: el significado más grande es el más inasible, y por ello Crimes of the future, a pesar de abarcar tanto, no dice nada: su abrazo a la paradoja es un acto admirable de sabiduría.

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Del cuerpo de una película ha brotado otra. Crimes of the future, del cineasta canadiense David Cronenberg, retoma elementos de una de sus primeras películas para regresar a los temas que caracterizaron su carrera hasta la última década, cuando dirigió su atención al crimen organizado, el psicoanálisis y el capitalismo. ¿Por qué se reencuentra ahora con su juventud?

Se ha aceptado sin mucha renuencia que Crimes of the future (2022), la película más reciente del canadiense David Cronenberg, no comparte más que el título con su homónima de 1970, escrita y dirigida también por él. En entrevistas, el primero en rechazar cualquier otro vínculo es el propio cineasta y los periodistas, quizá pasmados por un artista que parece producir solamente idolatría, le obedecen. Sin embargo, una visita a su segundo largometraje revela una dependencia que rebasa por mucho el título pero, más importante todavía, sugiere una capa de significación importante en su nueva película.

La Crimes of the future que se estrena este 14 de julio se sitúa en un tiempo venidero, aunque no sabemos con exactitud cuándo. La mayoría de los humanos ha perdido la capacidad de sentir dolor o de sufrir infecciones, y por eso se ha esparcido una rara fiebre: la gente se da placer mutilándose. Este síntoma de la evolución acelerada de la especie encuentra su par más radical en la aparición de nuevos órganos que el Estado, temeroso del rumbo que está tomando la naturaleza, desea controlar. En boca de un burócrata, el cuerpo nuevo es “insurgente”, una anomalía que no se debe llamar humana. Saul (Viggo Mortensen) y Caprice (Léa Seydoux) son artistas en ese contexto. A él le crecen constantemente estas nuevas vísceras y ella se las extirpa en performances para luego tatuarlas. El accidente de la evolución adquiere en manos de ambos personajes un significado que interesará a la policía, a los burócratas y al padre revolucionario de un niño que come plástico.

En la película de 1970 el protagonista narra porciones de esta trama: en su versión del futuro una enfermedad venérea le produce a un colega órganos nuevos que son sustituidos por otros más con cada remoción. Su cuerpo, dice, es una galaxia, y los órganos, sistemas solares. También se habla de evolución, aunque el protagonista busca combatirla con masajes que devuelvan los pies a aletas y, para rematar, aparece un grupo subversivo interesado en el cuerpo de una niña, similar a uno que vemos en la reciente Crimes of the future. No vale la pena ahondar más en la obra del joven Cronenberg, ni concluir equivocadamente que su homónima es una repetición, pero es válido y significativo llamar a esta última un apéndice: del cuerpo de una película brotó otra; del imaginario de un cineasta debutante creció, como un tumor enteramente benigno, la consciencia de su vejez. Esto no es un detalle trivial sino, tal vez, una declaración de Cronenberg, a la que ya llegaremos.

Crimes of the future (2022), de David Cronenberg.

El mundo de Crimes of the future —la de 2022— ha sido interpretado como una versión del nuestro, sobre todo tras la reversión, hace unas semanas, del juicio Roe vs. Wade, que en 1973 permitió la despenalización del aborto en Estados Unidos. Cronenberg parece llegar en un momento oportuno para denunciar la intromisión de los reaccionarios y del poder gubernamental en los cuerpos de la ciudadanía. Una aparente imagen de transgeneridad también apoya esta lectura: Saul se hace una especie de cierre en el vientre para facilitar el acceso a sus nuevos órganos y Caprice estimula la incisión como si se tratara de una vagina. En el futuro y en su pasado, parece decir Cronenberg, hay nuevos cuerpos, nuevos sexos, y ningún burócrata debería declararlos ilegales. La diversidad étnica también vincula aquel universo con nuestro presente porque nos muestra un porvenir donde conviven personajes de acentos y colores distintos, como si se tratara de una arruinada aldea babélica de donde brotará sin aviso alguno la esperanza. Parecería obvio que los crímenes del futuro son los del estado o, en todo caso, los que él considera perversiones, pero Cronenberg complica el concepto cuando vemos a los personajes cuestionar las novedades del cuerpo.

A espaldas de todos, Saul es un agente encubierto de la Agencia de Nuevos Vicios, un organismo que persigue a los individuos que alientan la evolución. Aunque las cirugías en vivo lo estimulan de forma placentera —los instrumentos fálicos penetran sus entrañas como si se tratara de un ritual orgásmico—, Saul aún se comunica con la sensación extinta del dolor. Actividades como dormir y comer lo atormentan diariamente y, en busca de una explicación, él vincula el sufrimiento con sus nuevos órganos, que podrían o no ser un producto de su voluntad. Saul le explica al detective Cope (Welket Bungué), su contacto en la policía, que no le gusta lo que está pasando con los cuerpos de la humanidad y particularmente con el suyo. Pareciera que es un reaccionario, igual que el comprometido Cope y los burócratas del Registro Nacional de Órganos, pero también como una madre que asesina al niño hambriento de plástico. Los crímenes del futuro abarcan también la renuencia de los ciudadanos a cambiar y nos preguntamos, entonces, si los performances de Saul, basados en extirparse la nueva carne, son actos de conservadurismo.

Crimes of the future (2022) de David Cronenberg.

El arte cumple —en el tiempo de Crimes of the future y en el nuestro— una función política; así lo han demostrado el marxismo y el feminismo, cuyas lecturas produjeron tensión con el formalismo, decidido a ver el arte como un idioma secreto cuyo fin no es decir algo sino reproducirse por el puro placer que causa. En defensa de la abstracción, Ernst Bloch argumentó su posibilidad revolucionaria en una polémica sobre el expresionismo con Georg Lukács, pero es innegable que el significado es más directo y, además, inextricable de las obras, que inevitablemente sirven para comunicarse, como pensaba Jean-Paul Sartre. Cronenberg parece comprometido con este último bando al mostrarnos a Saul preocupado por que las formas no consuman los significados: un tatuaje que le imprime Caprice a uno de sus órganos lo incomoda por opacar el lugar donde está impreso y caer así en el formalismo. Sobre todo, Saul pretende convertir la anarquía del cuerpo en una declaración que transforme a sus espectadores, como pasa con Timlin (Kristen Stewart), una burócrata excéntrica que se obsesiona con ser operada por él. Sin embargo, pareciera que hacia el desenlace tanto el protagonista como el director abdican.

Saul se parece a Cronenberg: ambos son artistas encanecidos que hablan en susurros pero llama la atención que el personaje se viste con un traje negro y una capucha que evocan a la Parca. Crimes of the future consuma la inquietud del cineasta con su propia muerte, que empezó con un cortometraje titulado sin sutileza: The death of David Cronenberg(2021). Ahí el director se encuentra con su propio cadáver y lo besa en los labios; se reconcilia con su mortalidad y prepara así el reencuentro con su juventud que supone Crimes of the future. Esta película, que a los 79 años de su creador podría ser una de sus últimas, brota, como lo expliqué al principio, de una de sus primeras, y compila aspectos de la filmografía entera de Cronenberg: la incisión vaginal en el estómago del protagonista apareció antes en Videodrome (1983); la baba ácida del niño que come plástico remite a The fly (1986), y un trío entre Caprice, Saul y la máquina con la que ella le extirpa sus órganos habla de un fetiche tecnológico parecido al de Crash (1996).

Con su renuencia agónica al cuerpo nuevo, Saul se distingue de los jóvenes protagonistas de aquellas películas, fascinados todos con el futuro de sus entrañas. ¿Será él una imagen del Cronenberg que renunció en la última década a las imágenes de cicatrices e infecciones; que se desvió para buscar en el capitalismo, la celebridad, el crimen organizado y el psicoanálisis la invasión del cuerpo colectivo? Sólo puede saberlo el propio director, pero quizá por ello vuelve con insistencia a la piel rasgada y nos presenta un sarcófago venoso donde huesos parecidos a la goma cortan deleitosamente el cuerpo de Saul. Cronenberg se reconcilia consigo mismo, como en el cortometraje de su muerte, y ahora filma un martirio evocando a Carl Theodor Dreyer que expresa una reunión sublime con el silencio: el significado más grande es el más inasible, y por ello Crimes of the future, a pesar de abarcar tanto, no dice nada: su abrazo a la paradoja es un acto admirable de sabiduría.

Crimes of the future (2022), de David Cronenberg.
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Los crímenes del futuro: una película sobre la anarquía del cuerpo

Los crímenes del futuro: una película sobre la anarquía del cuerpo

11
.
07
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22
2022
Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
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Del cuerpo de una película ha brotado otra. Crimes of the future, del cineasta canadiense David Cronenberg, retoma elementos de una de sus primeras películas para regresar a los temas que caracterizaron su carrera hasta la última década, cuando dirigió su atención al crimen organizado, el psicoanálisis y el capitalismo. ¿Por qué se reencuentra ahora con su juventud?

Se ha aceptado sin mucha renuencia que Crimes of the future (2022), la película más reciente del canadiense David Cronenberg, no comparte más que el título con su homónima de 1970, escrita y dirigida también por él. En entrevistas, el primero en rechazar cualquier otro vínculo es el propio cineasta y los periodistas, quizá pasmados por un artista que parece producir solamente idolatría, le obedecen. Sin embargo, una visita a su segundo largometraje revela una dependencia que rebasa por mucho el título pero, más importante todavía, sugiere una capa de significación importante en su nueva película.

La Crimes of the future que se estrena este 14 de julio se sitúa en un tiempo venidero, aunque no sabemos con exactitud cuándo. La mayoría de los humanos ha perdido la capacidad de sentir dolor o de sufrir infecciones, y por eso se ha esparcido una rara fiebre: la gente se da placer mutilándose. Este síntoma de la evolución acelerada de la especie encuentra su par más radical en la aparición de nuevos órganos que el Estado, temeroso del rumbo que está tomando la naturaleza, desea controlar. En boca de un burócrata, el cuerpo nuevo es “insurgente”, una anomalía que no se debe llamar humana. Saul (Viggo Mortensen) y Caprice (Léa Seydoux) son artistas en ese contexto. A él le crecen constantemente estas nuevas vísceras y ella se las extirpa en performances para luego tatuarlas. El accidente de la evolución adquiere en manos de ambos personajes un significado que interesará a la policía, a los burócratas y al padre revolucionario de un niño que come plástico.

En la película de 1970 el protagonista narra porciones de esta trama: en su versión del futuro una enfermedad venérea le produce a un colega órganos nuevos que son sustituidos por otros más con cada remoción. Su cuerpo, dice, es una galaxia, y los órganos, sistemas solares. También se habla de evolución, aunque el protagonista busca combatirla con masajes que devuelvan los pies a aletas y, para rematar, aparece un grupo subversivo interesado en el cuerpo de una niña, similar a uno que vemos en la reciente Crimes of the future. No vale la pena ahondar más en la obra del joven Cronenberg, ni concluir equivocadamente que su homónima es una repetición, pero es válido y significativo llamar a esta última un apéndice: del cuerpo de una película brotó otra; del imaginario de un cineasta debutante creció, como un tumor enteramente benigno, la consciencia de su vejez. Esto no es un detalle trivial sino, tal vez, una declaración de Cronenberg, a la que ya llegaremos.

Crimes of the future (2022), de David Cronenberg.

El mundo de Crimes of the future —la de 2022— ha sido interpretado como una versión del nuestro, sobre todo tras la reversión, hace unas semanas, del juicio Roe vs. Wade, que en 1973 permitió la despenalización del aborto en Estados Unidos. Cronenberg parece llegar en un momento oportuno para denunciar la intromisión de los reaccionarios y del poder gubernamental en los cuerpos de la ciudadanía. Una aparente imagen de transgeneridad también apoya esta lectura: Saul se hace una especie de cierre en el vientre para facilitar el acceso a sus nuevos órganos y Caprice estimula la incisión como si se tratara de una vagina. En el futuro y en su pasado, parece decir Cronenberg, hay nuevos cuerpos, nuevos sexos, y ningún burócrata debería declararlos ilegales. La diversidad étnica también vincula aquel universo con nuestro presente porque nos muestra un porvenir donde conviven personajes de acentos y colores distintos, como si se tratara de una arruinada aldea babélica de donde brotará sin aviso alguno la esperanza. Parecería obvio que los crímenes del futuro son los del estado o, en todo caso, los que él considera perversiones, pero Cronenberg complica el concepto cuando vemos a los personajes cuestionar las novedades del cuerpo.

A espaldas de todos, Saul es un agente encubierto de la Agencia de Nuevos Vicios, un organismo que persigue a los individuos que alientan la evolución. Aunque las cirugías en vivo lo estimulan de forma placentera —los instrumentos fálicos penetran sus entrañas como si se tratara de un ritual orgásmico—, Saul aún se comunica con la sensación extinta del dolor. Actividades como dormir y comer lo atormentan diariamente y, en busca de una explicación, él vincula el sufrimiento con sus nuevos órganos, que podrían o no ser un producto de su voluntad. Saul le explica al detective Cope (Welket Bungué), su contacto en la policía, que no le gusta lo que está pasando con los cuerpos de la humanidad y particularmente con el suyo. Pareciera que es un reaccionario, igual que el comprometido Cope y los burócratas del Registro Nacional de Órganos, pero también como una madre que asesina al niño hambriento de plástico. Los crímenes del futuro abarcan también la renuencia de los ciudadanos a cambiar y nos preguntamos, entonces, si los performances de Saul, basados en extirparse la nueva carne, son actos de conservadurismo.

Crimes of the future (2022) de David Cronenberg.

El arte cumple —en el tiempo de Crimes of the future y en el nuestro— una función política; así lo han demostrado el marxismo y el feminismo, cuyas lecturas produjeron tensión con el formalismo, decidido a ver el arte como un idioma secreto cuyo fin no es decir algo sino reproducirse por el puro placer que causa. En defensa de la abstracción, Ernst Bloch argumentó su posibilidad revolucionaria en una polémica sobre el expresionismo con Georg Lukács, pero es innegable que el significado es más directo y, además, inextricable de las obras, que inevitablemente sirven para comunicarse, como pensaba Jean-Paul Sartre. Cronenberg parece comprometido con este último bando al mostrarnos a Saul preocupado por que las formas no consuman los significados: un tatuaje que le imprime Caprice a uno de sus órganos lo incomoda por opacar el lugar donde está impreso y caer así en el formalismo. Sobre todo, Saul pretende convertir la anarquía del cuerpo en una declaración que transforme a sus espectadores, como pasa con Timlin (Kristen Stewart), una burócrata excéntrica que se obsesiona con ser operada por él. Sin embargo, pareciera que hacia el desenlace tanto el protagonista como el director abdican.

Saul se parece a Cronenberg: ambos son artistas encanecidos que hablan en susurros pero llama la atención que el personaje se viste con un traje negro y una capucha que evocan a la Parca. Crimes of the future consuma la inquietud del cineasta con su propia muerte, que empezó con un cortometraje titulado sin sutileza: The death of David Cronenberg(2021). Ahí el director se encuentra con su propio cadáver y lo besa en los labios; se reconcilia con su mortalidad y prepara así el reencuentro con su juventud que supone Crimes of the future. Esta película, que a los 79 años de su creador podría ser una de sus últimas, brota, como lo expliqué al principio, de una de sus primeras, y compila aspectos de la filmografía entera de Cronenberg: la incisión vaginal en el estómago del protagonista apareció antes en Videodrome (1983); la baba ácida del niño que come plástico remite a The fly (1986), y un trío entre Caprice, Saul y la máquina con la que ella le extirpa sus órganos habla de un fetiche tecnológico parecido al de Crash (1996).

Con su renuencia agónica al cuerpo nuevo, Saul se distingue de los jóvenes protagonistas de aquellas películas, fascinados todos con el futuro de sus entrañas. ¿Será él una imagen del Cronenberg que renunció en la última década a las imágenes de cicatrices e infecciones; que se desvió para buscar en el capitalismo, la celebridad, el crimen organizado y el psicoanálisis la invasión del cuerpo colectivo? Sólo puede saberlo el propio director, pero quizá por ello vuelve con insistencia a la piel rasgada y nos presenta un sarcófago venoso donde huesos parecidos a la goma cortan deleitosamente el cuerpo de Saul. Cronenberg se reconcilia consigo mismo, como en el cortometraje de su muerte, y ahora filma un martirio evocando a Carl Theodor Dreyer que expresa una reunión sublime con el silencio: el significado más grande es el más inasible, y por ello Crimes of the future, a pesar de abarcar tanto, no dice nada: su abrazo a la paradoja es un acto admirable de sabiduría.

Crimes of the future (2022), de David Cronenberg.
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Los crímenes del futuro: una película sobre la anarquía del cuerpo

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Del cuerpo de una película ha brotado otra. Crimes of the future, del cineasta canadiense David Cronenberg, retoma elementos de una de sus primeras películas para regresar a los temas que caracterizaron su carrera hasta la última década, cuando dirigió su atención al crimen organizado, el psicoanálisis y el capitalismo. ¿Por qué se reencuentra ahora con su juventud?

Texto de
Fotografía de
Realización de
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Se ha aceptado sin mucha renuencia que Crimes of the future (2022), la película más reciente del canadiense David Cronenberg, no comparte más que el título con su homónima de 1970, escrita y dirigida también por él. En entrevistas, el primero en rechazar cualquier otro vínculo es el propio cineasta y los periodistas, quizá pasmados por un artista que parece producir solamente idolatría, le obedecen. Sin embargo, una visita a su segundo largometraje revela una dependencia que rebasa por mucho el título pero, más importante todavía, sugiere una capa de significación importante en su nueva película.

La Crimes of the future que se estrena este 14 de julio se sitúa en un tiempo venidero, aunque no sabemos con exactitud cuándo. La mayoría de los humanos ha perdido la capacidad de sentir dolor o de sufrir infecciones, y por eso se ha esparcido una rara fiebre: la gente se da placer mutilándose. Este síntoma de la evolución acelerada de la especie encuentra su par más radical en la aparición de nuevos órganos que el Estado, temeroso del rumbo que está tomando la naturaleza, desea controlar. En boca de un burócrata, el cuerpo nuevo es “insurgente”, una anomalía que no se debe llamar humana. Saul (Viggo Mortensen) y Caprice (Léa Seydoux) son artistas en ese contexto. A él le crecen constantemente estas nuevas vísceras y ella se las extirpa en performances para luego tatuarlas. El accidente de la evolución adquiere en manos de ambos personajes un significado que interesará a la policía, a los burócratas y al padre revolucionario de un niño que come plástico.

En la película de 1970 el protagonista narra porciones de esta trama: en su versión del futuro una enfermedad venérea le produce a un colega órganos nuevos que son sustituidos por otros más con cada remoción. Su cuerpo, dice, es una galaxia, y los órganos, sistemas solares. También se habla de evolución, aunque el protagonista busca combatirla con masajes que devuelvan los pies a aletas y, para rematar, aparece un grupo subversivo interesado en el cuerpo de una niña, similar a uno que vemos en la reciente Crimes of the future. No vale la pena ahondar más en la obra del joven Cronenberg, ni concluir equivocadamente que su homónima es una repetición, pero es válido y significativo llamar a esta última un apéndice: del cuerpo de una película brotó otra; del imaginario de un cineasta debutante creció, como un tumor enteramente benigno, la consciencia de su vejez. Esto no es un detalle trivial sino, tal vez, una declaración de Cronenberg, a la que ya llegaremos.

Crimes of the future (2022), de David Cronenberg.

El mundo de Crimes of the future —la de 2022— ha sido interpretado como una versión del nuestro, sobre todo tras la reversión, hace unas semanas, del juicio Roe vs. Wade, que en 1973 permitió la despenalización del aborto en Estados Unidos. Cronenberg parece llegar en un momento oportuno para denunciar la intromisión de los reaccionarios y del poder gubernamental en los cuerpos de la ciudadanía. Una aparente imagen de transgeneridad también apoya esta lectura: Saul se hace una especie de cierre en el vientre para facilitar el acceso a sus nuevos órganos y Caprice estimula la incisión como si se tratara de una vagina. En el futuro y en su pasado, parece decir Cronenberg, hay nuevos cuerpos, nuevos sexos, y ningún burócrata debería declararlos ilegales. La diversidad étnica también vincula aquel universo con nuestro presente porque nos muestra un porvenir donde conviven personajes de acentos y colores distintos, como si se tratara de una arruinada aldea babélica de donde brotará sin aviso alguno la esperanza. Parecería obvio que los crímenes del futuro son los del estado o, en todo caso, los que él considera perversiones, pero Cronenberg complica el concepto cuando vemos a los personajes cuestionar las novedades del cuerpo.

A espaldas de todos, Saul es un agente encubierto de la Agencia de Nuevos Vicios, un organismo que persigue a los individuos que alientan la evolución. Aunque las cirugías en vivo lo estimulan de forma placentera —los instrumentos fálicos penetran sus entrañas como si se tratara de un ritual orgásmico—, Saul aún se comunica con la sensación extinta del dolor. Actividades como dormir y comer lo atormentan diariamente y, en busca de una explicación, él vincula el sufrimiento con sus nuevos órganos, que podrían o no ser un producto de su voluntad. Saul le explica al detective Cope (Welket Bungué), su contacto en la policía, que no le gusta lo que está pasando con los cuerpos de la humanidad y particularmente con el suyo. Pareciera que es un reaccionario, igual que el comprometido Cope y los burócratas del Registro Nacional de Órganos, pero también como una madre que asesina al niño hambriento de plástico. Los crímenes del futuro abarcan también la renuencia de los ciudadanos a cambiar y nos preguntamos, entonces, si los performances de Saul, basados en extirparse la nueva carne, son actos de conservadurismo.

Crimes of the future (2022) de David Cronenberg.

El arte cumple —en el tiempo de Crimes of the future y en el nuestro— una función política; así lo han demostrado el marxismo y el feminismo, cuyas lecturas produjeron tensión con el formalismo, decidido a ver el arte como un idioma secreto cuyo fin no es decir algo sino reproducirse por el puro placer que causa. En defensa de la abstracción, Ernst Bloch argumentó su posibilidad revolucionaria en una polémica sobre el expresionismo con Georg Lukács, pero es innegable que el significado es más directo y, además, inextricable de las obras, que inevitablemente sirven para comunicarse, como pensaba Jean-Paul Sartre. Cronenberg parece comprometido con este último bando al mostrarnos a Saul preocupado por que las formas no consuman los significados: un tatuaje que le imprime Caprice a uno de sus órganos lo incomoda por opacar el lugar donde está impreso y caer así en el formalismo. Sobre todo, Saul pretende convertir la anarquía del cuerpo en una declaración que transforme a sus espectadores, como pasa con Timlin (Kristen Stewart), una burócrata excéntrica que se obsesiona con ser operada por él. Sin embargo, pareciera que hacia el desenlace tanto el protagonista como el director abdican.

Saul se parece a Cronenberg: ambos son artistas encanecidos que hablan en susurros pero llama la atención que el personaje se viste con un traje negro y una capucha que evocan a la Parca. Crimes of the future consuma la inquietud del cineasta con su propia muerte, que empezó con un cortometraje titulado sin sutileza: The death of David Cronenberg(2021). Ahí el director se encuentra con su propio cadáver y lo besa en los labios; se reconcilia con su mortalidad y prepara así el reencuentro con su juventud que supone Crimes of the future. Esta película, que a los 79 años de su creador podría ser una de sus últimas, brota, como lo expliqué al principio, de una de sus primeras, y compila aspectos de la filmografía entera de Cronenberg: la incisión vaginal en el estómago del protagonista apareció antes en Videodrome (1983); la baba ácida del niño que come plástico remite a The fly (1986), y un trío entre Caprice, Saul y la máquina con la que ella le extirpa sus órganos habla de un fetiche tecnológico parecido al de Crash (1996).

Con su renuencia agónica al cuerpo nuevo, Saul se distingue de los jóvenes protagonistas de aquellas películas, fascinados todos con el futuro de sus entrañas. ¿Será él una imagen del Cronenberg que renunció en la última década a las imágenes de cicatrices e infecciones; que se desvió para buscar en el capitalismo, la celebridad, el crimen organizado y el psicoanálisis la invasión del cuerpo colectivo? Sólo puede saberlo el propio director, pero quizá por ello vuelve con insistencia a la piel rasgada y nos presenta un sarcófago venoso donde huesos parecidos a la goma cortan deleitosamente el cuerpo de Saul. Cronenberg se reconcilia consigo mismo, como en el cortometraje de su muerte, y ahora filma un martirio evocando a Carl Theodor Dreyer que expresa una reunión sublime con el silencio: el significado más grande es el más inasible, y por ello Crimes of the future, a pesar de abarcar tanto, no dice nada: su abrazo a la paradoja es un acto admirable de sabiduría.

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