Netflix estrena un documental sobre Walter Mercado, el astrólogo que se las ingenió para abrirse camino en los medios como intérprete del fabuloso personaje que eligió desde muy joven y que le abrió camino a la diversidad en la televisión.
Voltear al pasado como ejercicio de ubicación espacio-temporal es necesario, incluso lógico, para la comprensión de lo contemporáneo. Sin embargo, no es algo que suceda tan frecuentemente, pues de ser así, se habría dado pie a cambios que siguen en una lista de espera, urgente y posible. Ejemplo claro de ello es el clasismo y el racismo, que se mezclan con las incontables fobias derivadas de una educación de género casi inexistente en buena parte del mundo, además de una empatía fracturada.
Benditos los astros que, en un escenario tan aparentemente desolador, traen a Walter Mercado de vuelta a las pantallas a través del documental Mucho, mucho amor. El actor puertorriqueño convertido en astrólogo y conductor, que en la década de los ‘90 conquistó las televisiones de todo el continente, está de vuelta y cómo nunca lo habíamos visto. Despojado de la antigua maquinaria mediática que en su momento le dió visibilidad, aunque fuera para satirizarlo, Walter, quien llegó a tener más de 120 milllones de espectadores, llegó a Netflix para contar su historia en el documental Mucho, mucho amor. Aún instalado en su fabuloso personaje, revela los secretos detrás de su ascenso a la fama. Aún en un momento histórico donde la diversidad era víctima de la invisibilización mediática, su mensaje logró franquear todos los prejuicios que se le presentaban como obstáculos.
Para Walter la superficie era parte de su discurso, le era importante esparcir un mensaje de auto aceptación, de no temer a mostrarnos ante el mundo cómo somos y hacerlo a como dé lugar. En él, lo externo no era una puerta cerrada, sino una ventana abierta. Lejos de mostrar un ego desbordado, Walter Mercado era vanidoso sin ser banal; grandilocuente, pero sin pretender algo que no sentía ser. Al mismo tiempo se asumió como intérprete plenamente consciente del personaje que eligió desde muy temprano en su vida. Lo hizo durante más de 80 años, desde que despertaba hasta que se iba a dormir, y frente o detrás de las cámaras. Sabemos que maquillaba tanto sus arrugas como su pasado, pero con intenciones transparentes. Lo que se omite no pesa tanto como lo que se ve, y como decía Juan Gabriel, “lo que se ve no se pregunta”.
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Para revelar parte del misterio de este personaje, apareció Mucho, mucho amor, tras su paso por los festivales de cine en Miami y Sundance en 2019. Dirigido por Cristina Constantini y Kareem Tabsch, el documental se centra en la figura de Walter Mercado, quien entre los años setenta y noventa, gozó de una creciente fama que lo llevo a conquistar a todo tipo de público, no solo en su natal Puerto Rico, sino en cada rincón de Latinoamérica y en Estados Unidos.
Mucho, mucho amor es el segundo largometraje documental de Constantini y Tabsch, aunque el primero como dupla en la silla de la dirección. Ambos vienen de proyectos donde han dirigido las cámaras a microcosmos, como lo hizo Cristina para explorar la vida adolescente de quienes compiten en las ferias de ciencia estadounidenses. Por su lado, Kareem había contado historias de personajes cuya realidad va de lo increíble a lo cotidiano, ya sea que se trate de un hombre enamorado de un delfín, o de una pintoresca comunidad de ancianos en Miami.
Con estos antecedentes no sorprende el retrato minucioso y respetuoso que hacen de la figura del astrólogo y estrella de la televisión. La pareja a cargo de la dirección en Mucho, mucho amor entendió de inmediato que a Walter Mercado no había que obligarlo a nada. Primero, porque sus batallas verdaderamente importantes ya habían sido conquistadas y, también, porque el personaje central de su película estuvo siempre en completo control de qué quería decir, cómo expresarlo, y también de cómo evadir aquello que no quería responder.
"Despojado de la antigua maquinaria mediática que en su momento le dió visibilidad, aunque fuera para satirizarlo, Walter, quien llegó a tener más de 120 milllones de espectadores, llegó a Netflix para contar su historia en el documental Mucho, mucho amor".
“Lo de Walter era profesionalismo puro. Tenía 50 años frente a un lente. Calculaba todo lo que hacía, porque buscaba que todo saliera perfecto. Cada toma quería saber si se le notaban las arrugas o cómo estaban las luces. Y eso fue lo más difícil de este documental, porque estábamos ante alguien muy entrenado frente a las cámaras”, dice Cristina Constantini.
Según palabras de Kareem Tabsch, también director, “después de tantos años de experiencia ante todo tipo de periodistas, cualquier pregunta que uno se pueda imaginar ya se la habían hecho. Para todas esas tenía respuestas ensayadas. Era un absoluto profesional”.
Y aunque en la actualidad la decisión de Walter Mercado de no hablar abiertamente de su preferencia e identidad sexual, podría considerarse una omisión en la lucha por la diversidad, su discurso era los suficientemente fuerte y claro en su expresión estética. Durante Mucho, mucho amor queda en evidencia que, para un personaje como Walter Mercado, cualquier palabra hubiera significado menos que la forma en que la decía. Sus capas, maquillaje y peinados eran el grito de aceptación y diversidad que atravesó una época llena de cerrazón, sin necesidad de revelar más de lo que él tenía la voluntad de hacer.
“La verdad es que nosotros sí fuimos bastante agresivos a la hora de sacar temas. Walter nunca decía que no, pero siempre encontraba una manera de virar la conversación”, cuenta el productor Alex Fumero, quien también ha estado detrás del show I think you should leave with Chris Robinson, uno de los contenidos más peculiares de comedia en el catálogo de proyectos originales de Netflix.
En este documental Walter Mercado recuerda los obstáculos que la sociedad le puso en el camino, por más dolorosos que fueran, según los testimonios de su gente cercana, con una filosofía de vida tan positiva que fue siempre contagiosa. Durante décadas de carrera, nadie le encontró un punto débil que opacara los buenos deseos que mandó a sus seguidores en cada uno de sus programas.
“Walter nunca decía no. Era muy amable y muy dulce. Creo que algunas personas tomaron ventaja de eso”, recuerda Cristina, la directora. Después de filmar durante más de dos años a su lado, ella se refiere al protagonista de su documental como alguien muy valiente.
"Sus capas, maquillaje y peinados eran el grito de aceptación y diversidad que atravesó una época llena de cerrazón, sin necesidad de revelar más de lo que él tenía la voluntad de hacer".
En el documental Kareem y Cristina dieron un recorrido por los cuartos donde descansaban religiosamente sus vestuarios, algunos diseñados por Versace o Swarovski exclusivamente para Walter Mercado, quien durante la filmación se desenvolvió con aún más seguridad de la habitual. Muchos de esos atuendos parecían haberse retirado antes que él, al representar diferentes capas de una coraza que el tiempo y los frutos de su trabajo habían dejado atrás.
El astrólogo fue víctima de los malos manejos por parte de contados pero significativos personajes en su vida, mismos que llegaron a despojarlo hasta de su nombre y marca, de las cuales pasó mucho tiempo sin tener derechos o control. Sin embargo, Walter nunca mostró rencor, aunque sí un desgaste físico que eventualmente puso pausa a su vida terrenal para, como se menciona en algún momento de Mucho, mucho amor, “dejar de ser una estrella y convertirse en una constelación”.
Judith Butler, la filósofa estructuralista que ha dedicado gran parte de su trabajo a la teoría queer, el feminismo y la subversión en temas de identidad de género ha dicho que, “operar desde la matriz del poder no es lo mismo que replicar relaciones de dominio con una postura crítica, pues esto ofrece la posibilidad de repetir una ley o regla sin que eso implique consolidarla, sino desplazarla”. En el caso de Walter Mercado, quien gozó del éxito y la aceptación mediática sin necesariamente haber escapado de la sorna pública, esta línea de pensamiento podría describir su paso por el ojo público. Y aunque su postura no era explícitamente combativa de las problemáticas que pudieron haber detenido su ascenso, sería injusto decir que no las desafió en cada uno de sus gestos.
“A Walter no le gustaban los títulos. No le gustaba decir que era X o Y, excepto quizá que era puertorriqueño y latino”, reflexiona Alex Fumero. “Pero sí era consciente de muchas cosas que representaba. El mensaje que quería darle a la gente, fueran o no queer, es que se sintieran bien de ser quienes fueran y que eran lo suficientemente valiosos para ser incluidos”.
Es verdad que hay mucho trabajo por delante en los medios para hacer una justa representación de las diversas perspectivas de género y este documental es un esfuerzo en este sentido. Sin embargo, analizar si el reciente boom de contenidos queer o representativos de la comunidad LGBTI+ se trata o no de una tendencia oportunista para explotar a una audiencia antes ignorada y ahora atendida con fines comerciales, es una discusión necesaria, aunque digna de otro espacio.
El camino sigue siendo irregular, delicado y lleno de obstáculos. Sin embargo, es justo decir que el mensaje de amor de Walter Mercado empieza a rendir frutos a pesar de su ausencia.
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