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Mujeres diversas contra la transfobia

Mujeres diversas contra la transfobia

Texto de
Fotografía de
Realización de
Ilustración de
Traducción de
10
.
03
.
22
AAAA
Tiempo de Lectura: 00 min

El incremento de la violencia machista ha propiciado la aparición de más feminismos transexcluyentes. Así que, entre pañuelos morados y verdes, las mujeres trans también salieron a marchar el pasado #8M. En medio de los discursos de odio, las agresiones y los homicidios, las mujeres trans resisten y gritan: “lxs trans existimos porque resistimos”.

Un cartel avanza entre un mar de 75 mil personas, que marchan la tarde del 8 de marzo de 2022, y alcanza a leerse la leyenda: “Las mujeres resistimos desde la diversidad”. Las manos que lo sostienen están rodeadas de otras con pañoletas moradas y verdes, símbolos de la lucha contra la violencia. La consigna es un exhorto a la reflexión colectiva, luego de que en los últimos meses aumentaran los discursos y actos de odio que atentan contra el derecho a la identidad de género, aquel que reconoce que cualquier persona puede no identificarse con aquel que le fue asignado al nacer. Estos discursos también provienen de grupos feministas que se autoidentifican como transexcluyentes, y ha sido el motor que ha traído a contingentes de mujeres trans a esta protestar contra la violencia machista.

Entre las asistentes camina Melissa Jade de veintiún años, quien se reconoce como una mujer trans y neurodivergente (dentro del espectro autista), tiene los párpados pintados con colores de la bandera trans —azul cielo, rosa pastel y blanco—, y asegura que “las palabras pesan y que toda la violencia física empieza con un discurso de odio intolerante”. A su lado está Paulette Cárdenas de veintiséis años, originaria de Guadalajara, Jalisco, quien por primera vez se manifiesta bajo la sombra de las jacarandas moradas de marzo en la Ciudad de México, con motivo del Día Internacional de la Mujer. Estaba insegura de venir porque esos discursos, que rechazan a las mujeres trans, representan un riesgo para ella. “Lloré, venía nerviosa porque pensé que podía ser agresivo. Muchas amigas no vinieron por eso, pero encontré un contingente que me cobijó y aquí estoy”, dice la activista que considera la lucha de las mujeres diversas tiene un objetivo común: “Todas hemos sido reprimidas durante años”.

El móvil de estas mujeres tiene relación con actos transodiantes —que discriminan y rechazan a las personas trans— como aquel de octubre de 2021, cuando Zoe, mujer trans de veintiséis años, fue víctima de un ataque con ácido afuera de un hotel de Guadalajara: un hombre a bordo de una motocicleta le provocó quemaduras en la cara, pecho y piernas. La trasladaron a un hospital privado, pero ahí el personal médico, en un acto discriminatorio, le negó el acceso y tuvo que buscar atención médica en otro lugar.

Meses después, en noviembre, Zafiro denunció una agresión en el Parque Revolución, también en Guadalajara. Acudió junto con su pareja a comprar maquillaje a la Mercadita Resisitencia Feminista cuando, de pronto, un grupo de seis mujeres las amenazó y agredió. Zafiro, mujer transgénero, escuchó que le gritaban que ese espacio era sólo para mujeres y que ella no lo era porque tenía pene.

Estas historias no han sido las únicas. En enero de este año, un diputado federal del Partido Acción Nacional expresó en su cuenta de Twitter una opinión transfóbica: “¿Y las mujeres van a permitir que hombres vestidos de mujer utilicen sus baños y vestidores, y compitan contra ellas en actividades deportivas?”. Días después replicó ideas similares en televisión de alcance continental. “Si usted viene aquí a propagar su discurso de odio, este no es el canal”, le dijo Camilo Egaña, conductor de CNN en español, a Gabriel Quadri, excandidato presidencial, antes de cortar su participación en el programa. Ese mismo mes, la activista trans Natalia Lane fue acuchillada junto a otras dos personas en la colonia Portales de la Ciudad de México.

La línea entre el discurso de odio y las agresiones físicas es muy delgada. Entre los años 2016 y 2020 la mayor cantidad de muertes violentas dentro de la comunidad LGBT+ correspondió a mujeres trans: en esos cinco años fueron asesinadas 257 de ellas, 159 personas gay y 25 lesbianas, según el informe “La otra pandemia” de LetraEse. Por ello hay una preocupación en el crecimiento que ha tenido el feminismo transexcluyente que ha hecho llamados directos en redes sociales a agredir a personas transgénero y que, en espacios públicos, ha dejado mensajes de odio, como cuando a finales de 2020, en las inmediaciones de La Puri y el Marra, dos antros LGBT+ del centro capitalino, amanecieron con pintas en sus fachadas donde se leía: “Los trans violan” o “LGBT mierda misógina”.

En esta marcha por el #8M, a la altura de la “Glorieta de las mujeres que luchan”, dos personas están tomadas de la mano. Una de ellas, de chinos abundantes, tiene amarrada al cuello la bandera trans, y la otra, una playera que dice “lesbiana, bisexual, hetero, trans: humano”. Se trata de Dana Pao González, de veintitrés años e integrante de la organización Yaaj México, quien recalca mientras camina que están ahí porque es importante recordar que cualquier discurso de odio es un apoyo directo para las violencias que se cometen contra nuestros cuerpos. “Somos humanas y el sistema patriarcal nos afecta parejo”.

Marcha del 8 de marzo de 2022
Fotografía de Alejandra Crail

¿Por qué creció tanto el separatismo?

Siobhan Guerrero —bióloga, filósofa e investigadora del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades— explica que desde los años setenta había una enorme cercanía entre el feminismo y el Movimiento de Liberación Homosexual (que nació en 1969), un proceso en el que se formaron las mujeres trans, cuando solían llamarlas “vestidas” de manera peyorativa. “La capacidad de pensar sobre la sexualidad que tenemos hoy no hubiera sido posible sin el movimiento feminista, esto tuvo repercusiones importantes con el paso de las décadas”, recalca. Desde su perspectiva, ese andar sembró la semilla que germinó en este siglo, cuando las personas trans comenzaron a luchar en contra de la patologización, la medicación obligatoria y contra el no reconocimiento de las identidades.

Considera que la exclusión dentro de algunos feminismos para con las personas trans no es nueva. Pero que ha tomado fuerza a partir de 2017 a causa de un conjunto de factores que propiciaron el “separatismo”. Primero, enumera, el fracaso de las políticas públicas que se habían implementado para combatir la desigualdad, por ejemplo, en el tema salarial: la brecha sigue siendo amplia, pese a políticas como la de paridad. Segundo, el incremento de las violencias; actualmente se calcula que todos los días mueren asesinadas once mujeres en México. “Esto, en mi opinión, alimenta una vigilancia desde las fronteras del sujeto político: quién sí es un aliado en esta lucha y quién no. Es una recriminación”, dice Guerrero. Y tercero, la falta de reconocimiento de las violencias por parte de los varones. “Esto hace que se señalen cuerpos que, de alguna forma, estas visiones consideran tocados por la masculinidad. Se sospecha de ellos y se les acusa de encarnar al machismo. Bajo esa premisa nos dicen: ‘están tocadas por el machismo, no podemos confiar en ustedes’”.

Por estos argumentos crece el nivel de preocupación por la inseguridad y la desigualdad, lo cual impulsa el surgimiento de estas posturas que, asegura, tienen que ver con el fracaso del Estado. “Hay una sensación de miedo, de que se está debilitando la poca estructura que hay por el clima de violencia. Es desafortunado porque no se dan cuenta que de alguna forma vivimos violencias, no idénticas, pero que sí se tocan”. Desafortunadamente, dice la investigadora, también del otro lado comienzan a verse a las voces feministas como el enemigo. “Es preocupante, peligroso. Si nos deshumanizamos, se nos olvida que detrás hay una persona que merece dignidad y tiene una historia política, que tiene una historia también de vulneraciones”, recalca Guerrero.

Marcha del 8 de marzo de 2022
Fotografía de Alejandra Crail

La resistencia

Una bandera de los cinco colores trans cubre el cuerpo de una joven que marcha sobre la avenida Paseo de la Reforma. A su lado una mujer más sostiene un cartel en el que se lee: “Mientras México sea un país transfeminicida, esta lucha también es nuestra”. En otro contingente, Camila Lemus de veintiséis años, marcha rodeada de chicas a quienes recién conoció, dice que es su primera marcha y sostiene un cartel que tiene la leyenda: “Que ser mujer trans no me cueste la vida”. La resistencia de las mujeres trans está presente.

Leah Muñoz, especialista en temas de género, en su columna del Washington Post, “No basta con decir ‘no’ a la transfobia, hace falta posicionarse abiertamente”, reconoce la importancia de estos posicionamientos, del cobijo de otros feminismos para con las mujeres trans que también luchan porque, aunque ha habido avances en el reconocimiento legal del derecho a la identidad, incluyendo la de los menores de edad, la transfobia está creciendo. Vuelven discursos añejos que se pensaría habían quedado en el pasado, como aquel que dice que el derecho a la identidad es una enfermedad mental, que atenta contra los derechos de las mujeres cisgénero o bien que las pone en riesgo. Muñoz habla de “terrorismo estocástico”, es decir, el que aumenta la posibilidad de un ataque violento como efecto de los discursos de odio.

En la Ciudad de México un conjunto de organizaciones se unió para abrir contingentes seguros para personas trans el #8M, se organizaron virtualmente y acordaron como punto de reunión la esquina de Paseo de la Reforma y Florencia para marchar conjuntamente. “Este #8M marchemos juntes por la autonomía de las adolescencias y el reconocimiento de nuestras diversidades e identidades. Contingente incluyente y no separatista, abierto a personas trans y no binaries”, se leía en el cartel respaldado por veintitrés organizaciones. Priss Palomares, integrante de la colectiva Marcha Lencha, explica que la toma del espacio público es una manera simbólica de decir: “las calles también son nuestras, podemos tener diferencias, pero esta lucha es conjunta”.

Xóchitl Rodríguez, oficial de Comunicación de la organización Balance, recalca que es urgente que desde los distintos feminismos se replantee cómo compartir los espacios que habitamos con un ejercicio libre, con la posibilidad de vivir felices entre la diferencia. “Tendríamos que encontrar puntos de encuentro, del respeto a todos los derechos, que arropen la diversidad porque hay una serie de personas que existimos y que muchas veces no son reconocidas”. En este sentido, Lizbeth Quezada, coordinadora del programa Adolescentes, Autonomía y Sexualidad en Balance, argumenta que las mismas juventudes ya están exigiendo ir más allá de una visión biológica, “una realidad que ningún discurso puede negar”.

Entre pañuelos morados y verdes, las huellas de color morado que quedaron marcadas sobre el asfalto de Reforma representan los pasos de las que ya no están, también de ellas y elles, quienes pelean sus propias batallas en contra de la violencia y que marchan también porque reconocen al mismo enemigo. Entre esas manos se levanta otro cartel: “Resistimos porque existimos”.

Fotografía de Alejandra Crail
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El incremento de la violencia machista ha propiciado la aparición de más feminismos transexcluyentes. Así que, entre pañuelos morados y verdes, las mujeres trans también salieron a marchar el pasado #8M. En medio de los discursos de odio, las agresiones y los homicidios, las mujeres trans resisten y gritan: “lxs trans existimos porque resistimos”.

Un cartel avanza entre un mar de 75 mil personas, que marchan la tarde del 8 de marzo de 2022, y alcanza a leerse la leyenda: “Las mujeres resistimos desde la diversidad”. Las manos que lo sostienen están rodeadas de otras con pañoletas moradas y verdes, símbolos de la lucha contra la violencia. La consigna es un exhorto a la reflexión colectiva, luego de que en los últimos meses aumentaran los discursos y actos de odio que atentan contra el derecho a la identidad de género, aquel que reconoce que cualquier persona puede no identificarse con aquel que le fue asignado al nacer. Estos discursos también provienen de grupos feministas que se autoidentifican como transexcluyentes, y ha sido el motor que ha traído a contingentes de mujeres trans a esta protestar contra la violencia machista.

Entre las asistentes camina Melissa Jade de veintiún años, quien se reconoce como una mujer trans y neurodivergente (dentro del espectro autista), tiene los párpados pintados con colores de la bandera trans —azul cielo, rosa pastel y blanco—, y asegura que “las palabras pesan y que toda la violencia física empieza con un discurso de odio intolerante”. A su lado está Paulette Cárdenas de veintiséis años, originaria de Guadalajara, Jalisco, quien por primera vez se manifiesta bajo la sombra de las jacarandas moradas de marzo en la Ciudad de México, con motivo del Día Internacional de la Mujer. Estaba insegura de venir porque esos discursos, que rechazan a las mujeres trans, representan un riesgo para ella. “Lloré, venía nerviosa porque pensé que podía ser agresivo. Muchas amigas no vinieron por eso, pero encontré un contingente que me cobijó y aquí estoy”, dice la activista que considera la lucha de las mujeres diversas tiene un objetivo común: “Todas hemos sido reprimidas durante años”.

El móvil de estas mujeres tiene relación con actos transodiantes —que discriminan y rechazan a las personas trans— como aquel de octubre de 2021, cuando Zoe, mujer trans de veintiséis años, fue víctima de un ataque con ácido afuera de un hotel de Guadalajara: un hombre a bordo de una motocicleta le provocó quemaduras en la cara, pecho y piernas. La trasladaron a un hospital privado, pero ahí el personal médico, en un acto discriminatorio, le negó el acceso y tuvo que buscar atención médica en otro lugar.

Meses después, en noviembre, Zafiro denunció una agresión en el Parque Revolución, también en Guadalajara. Acudió junto con su pareja a comprar maquillaje a la Mercadita Resisitencia Feminista cuando, de pronto, un grupo de seis mujeres las amenazó y agredió. Zafiro, mujer transgénero, escuchó que le gritaban que ese espacio era sólo para mujeres y que ella no lo era porque tenía pene.

Estas historias no han sido las únicas. En enero de este año, un diputado federal del Partido Acción Nacional expresó en su cuenta de Twitter una opinión transfóbica: “¿Y las mujeres van a permitir que hombres vestidos de mujer utilicen sus baños y vestidores, y compitan contra ellas en actividades deportivas?”. Días después replicó ideas similares en televisión de alcance continental. “Si usted viene aquí a propagar su discurso de odio, este no es el canal”, le dijo Camilo Egaña, conductor de CNN en español, a Gabriel Quadri, excandidato presidencial, antes de cortar su participación en el programa. Ese mismo mes, la activista trans Natalia Lane fue acuchillada junto a otras dos personas en la colonia Portales de la Ciudad de México.

La línea entre el discurso de odio y las agresiones físicas es muy delgada. Entre los años 2016 y 2020 la mayor cantidad de muertes violentas dentro de la comunidad LGBT+ correspondió a mujeres trans: en esos cinco años fueron asesinadas 257 de ellas, 159 personas gay y 25 lesbianas, según el informe “La otra pandemia” de LetraEse. Por ello hay una preocupación en el crecimiento que ha tenido el feminismo transexcluyente que ha hecho llamados directos en redes sociales a agredir a personas transgénero y que, en espacios públicos, ha dejado mensajes de odio, como cuando a finales de 2020, en las inmediaciones de La Puri y el Marra, dos antros LGBT+ del centro capitalino, amanecieron con pintas en sus fachadas donde se leía: “Los trans violan” o “LGBT mierda misógina”.

En esta marcha por el #8M, a la altura de la “Glorieta de las mujeres que luchan”, dos personas están tomadas de la mano. Una de ellas, de chinos abundantes, tiene amarrada al cuello la bandera trans, y la otra, una playera que dice “lesbiana, bisexual, hetero, trans: humano”. Se trata de Dana Pao González, de veintitrés años e integrante de la organización Yaaj México, quien recalca mientras camina que están ahí porque es importante recordar que cualquier discurso de odio es un apoyo directo para las violencias que se cometen contra nuestros cuerpos. “Somos humanas y el sistema patriarcal nos afecta parejo”.

Marcha del 8 de marzo de 2022
Fotografía de Alejandra Crail

¿Por qué creció tanto el separatismo?

Siobhan Guerrero —bióloga, filósofa e investigadora del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades— explica que desde los años setenta había una enorme cercanía entre el feminismo y el Movimiento de Liberación Homosexual (que nació en 1969), un proceso en el que se formaron las mujeres trans, cuando solían llamarlas “vestidas” de manera peyorativa. “La capacidad de pensar sobre la sexualidad que tenemos hoy no hubiera sido posible sin el movimiento feminista, esto tuvo repercusiones importantes con el paso de las décadas”, recalca. Desde su perspectiva, ese andar sembró la semilla que germinó en este siglo, cuando las personas trans comenzaron a luchar en contra de la patologización, la medicación obligatoria y contra el no reconocimiento de las identidades.

Considera que la exclusión dentro de algunos feminismos para con las personas trans no es nueva. Pero que ha tomado fuerza a partir de 2017 a causa de un conjunto de factores que propiciaron el “separatismo”. Primero, enumera, el fracaso de las políticas públicas que se habían implementado para combatir la desigualdad, por ejemplo, en el tema salarial: la brecha sigue siendo amplia, pese a políticas como la de paridad. Segundo, el incremento de las violencias; actualmente se calcula que todos los días mueren asesinadas once mujeres en México. “Esto, en mi opinión, alimenta una vigilancia desde las fronteras del sujeto político: quién sí es un aliado en esta lucha y quién no. Es una recriminación”, dice Guerrero. Y tercero, la falta de reconocimiento de las violencias por parte de los varones. “Esto hace que se señalen cuerpos que, de alguna forma, estas visiones consideran tocados por la masculinidad. Se sospecha de ellos y se les acusa de encarnar al machismo. Bajo esa premisa nos dicen: ‘están tocadas por el machismo, no podemos confiar en ustedes’”.

Por estos argumentos crece el nivel de preocupación por la inseguridad y la desigualdad, lo cual impulsa el surgimiento de estas posturas que, asegura, tienen que ver con el fracaso del Estado. “Hay una sensación de miedo, de que se está debilitando la poca estructura que hay por el clima de violencia. Es desafortunado porque no se dan cuenta que de alguna forma vivimos violencias, no idénticas, pero que sí se tocan”. Desafortunadamente, dice la investigadora, también del otro lado comienzan a verse a las voces feministas como el enemigo. “Es preocupante, peligroso. Si nos deshumanizamos, se nos olvida que detrás hay una persona que merece dignidad y tiene una historia política, que tiene una historia también de vulneraciones”, recalca Guerrero.

Marcha del 8 de marzo de 2022
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La resistencia

Una bandera de los cinco colores trans cubre el cuerpo de una joven que marcha sobre la avenida Paseo de la Reforma. A su lado una mujer más sostiene un cartel en el que se lee: “Mientras México sea un país transfeminicida, esta lucha también es nuestra”. En otro contingente, Camila Lemus de veintiséis años, marcha rodeada de chicas a quienes recién conoció, dice que es su primera marcha y sostiene un cartel que tiene la leyenda: “Que ser mujer trans no me cueste la vida”. La resistencia de las mujeres trans está presente.

Leah Muñoz, especialista en temas de género, en su columna del Washington Post, “No basta con decir ‘no’ a la transfobia, hace falta posicionarse abiertamente”, reconoce la importancia de estos posicionamientos, del cobijo de otros feminismos para con las mujeres trans que también luchan porque, aunque ha habido avances en el reconocimiento legal del derecho a la identidad, incluyendo la de los menores de edad, la transfobia está creciendo. Vuelven discursos añejos que se pensaría habían quedado en el pasado, como aquel que dice que el derecho a la identidad es una enfermedad mental, que atenta contra los derechos de las mujeres cisgénero o bien que las pone en riesgo. Muñoz habla de “terrorismo estocástico”, es decir, el que aumenta la posibilidad de un ataque violento como efecto de los discursos de odio.

En la Ciudad de México un conjunto de organizaciones se unió para abrir contingentes seguros para personas trans el #8M, se organizaron virtualmente y acordaron como punto de reunión la esquina de Paseo de la Reforma y Florencia para marchar conjuntamente. “Este #8M marchemos juntes por la autonomía de las adolescencias y el reconocimiento de nuestras diversidades e identidades. Contingente incluyente y no separatista, abierto a personas trans y no binaries”, se leía en el cartel respaldado por veintitrés organizaciones. Priss Palomares, integrante de la colectiva Marcha Lencha, explica que la toma del espacio público es una manera simbólica de decir: “las calles también son nuestras, podemos tener diferencias, pero esta lucha es conjunta”.

Xóchitl Rodríguez, oficial de Comunicación de la organización Balance, recalca que es urgente que desde los distintos feminismos se replantee cómo compartir los espacios que habitamos con un ejercicio libre, con la posibilidad de vivir felices entre la diferencia. “Tendríamos que encontrar puntos de encuentro, del respeto a todos los derechos, que arropen la diversidad porque hay una serie de personas que existimos y que muchas veces no son reconocidas”. En este sentido, Lizbeth Quezada, coordinadora del programa Adolescentes, Autonomía y Sexualidad en Balance, argumenta que las mismas juventudes ya están exigiendo ir más allá de una visión biológica, “una realidad que ningún discurso puede negar”.

Entre pañuelos morados y verdes, las huellas de color morado que quedaron marcadas sobre el asfalto de Reforma representan los pasos de las que ya no están, también de ellas y elles, quienes pelean sus propias batallas en contra de la violencia y que marchan también porque reconocen al mismo enemigo. Entre esas manos se levanta otro cartel: “Resistimos porque existimos”.

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El incremento de la violencia machista ha propiciado la aparición de más feminismos transexcluyentes. Así que, entre pañuelos morados y verdes, las mujeres trans también salieron a marchar el pasado #8M. En medio de los discursos de odio, las agresiones y los homicidios, las mujeres trans resisten y gritan: “lxs trans existimos porque resistimos”.

Un cartel avanza entre un mar de 75 mil personas, que marchan la tarde del 8 de marzo de 2022, y alcanza a leerse la leyenda: “Las mujeres resistimos desde la diversidad”. Las manos que lo sostienen están rodeadas de otras con pañoletas moradas y verdes, símbolos de la lucha contra la violencia. La consigna es un exhorto a la reflexión colectiva, luego de que en los últimos meses aumentaran los discursos y actos de odio que atentan contra el derecho a la identidad de género, aquel que reconoce que cualquier persona puede no identificarse con aquel que le fue asignado al nacer. Estos discursos también provienen de grupos feministas que se autoidentifican como transexcluyentes, y ha sido el motor que ha traído a contingentes de mujeres trans a esta protestar contra la violencia machista.

Entre las asistentes camina Melissa Jade de veintiún años, quien se reconoce como una mujer trans y neurodivergente (dentro del espectro autista), tiene los párpados pintados con colores de la bandera trans —azul cielo, rosa pastel y blanco—, y asegura que “las palabras pesan y que toda la violencia física empieza con un discurso de odio intolerante”. A su lado está Paulette Cárdenas de veintiséis años, originaria de Guadalajara, Jalisco, quien por primera vez se manifiesta bajo la sombra de las jacarandas moradas de marzo en la Ciudad de México, con motivo del Día Internacional de la Mujer. Estaba insegura de venir porque esos discursos, que rechazan a las mujeres trans, representan un riesgo para ella. “Lloré, venía nerviosa porque pensé que podía ser agresivo. Muchas amigas no vinieron por eso, pero encontré un contingente que me cobijó y aquí estoy”, dice la activista que considera la lucha de las mujeres diversas tiene un objetivo común: “Todas hemos sido reprimidas durante años”.

El móvil de estas mujeres tiene relación con actos transodiantes —que discriminan y rechazan a las personas trans— como aquel de octubre de 2021, cuando Zoe, mujer trans de veintiséis años, fue víctima de un ataque con ácido afuera de un hotel de Guadalajara: un hombre a bordo de una motocicleta le provocó quemaduras en la cara, pecho y piernas. La trasladaron a un hospital privado, pero ahí el personal médico, en un acto discriminatorio, le negó el acceso y tuvo que buscar atención médica en otro lugar.

Meses después, en noviembre, Zafiro denunció una agresión en el Parque Revolución, también en Guadalajara. Acudió junto con su pareja a comprar maquillaje a la Mercadita Resisitencia Feminista cuando, de pronto, un grupo de seis mujeres las amenazó y agredió. Zafiro, mujer transgénero, escuchó que le gritaban que ese espacio era sólo para mujeres y que ella no lo era porque tenía pene.

Estas historias no han sido las únicas. En enero de este año, un diputado federal del Partido Acción Nacional expresó en su cuenta de Twitter una opinión transfóbica: “¿Y las mujeres van a permitir que hombres vestidos de mujer utilicen sus baños y vestidores, y compitan contra ellas en actividades deportivas?”. Días después replicó ideas similares en televisión de alcance continental. “Si usted viene aquí a propagar su discurso de odio, este no es el canal”, le dijo Camilo Egaña, conductor de CNN en español, a Gabriel Quadri, excandidato presidencial, antes de cortar su participación en el programa. Ese mismo mes, la activista trans Natalia Lane fue acuchillada junto a otras dos personas en la colonia Portales de la Ciudad de México.

La línea entre el discurso de odio y las agresiones físicas es muy delgada. Entre los años 2016 y 2020 la mayor cantidad de muertes violentas dentro de la comunidad LGBT+ correspondió a mujeres trans: en esos cinco años fueron asesinadas 257 de ellas, 159 personas gay y 25 lesbianas, según el informe “La otra pandemia” de LetraEse. Por ello hay una preocupación en el crecimiento que ha tenido el feminismo transexcluyente que ha hecho llamados directos en redes sociales a agredir a personas transgénero y que, en espacios públicos, ha dejado mensajes de odio, como cuando a finales de 2020, en las inmediaciones de La Puri y el Marra, dos antros LGBT+ del centro capitalino, amanecieron con pintas en sus fachadas donde se leía: “Los trans violan” o “LGBT mierda misógina”.

En esta marcha por el #8M, a la altura de la “Glorieta de las mujeres que luchan”, dos personas están tomadas de la mano. Una de ellas, de chinos abundantes, tiene amarrada al cuello la bandera trans, y la otra, una playera que dice “lesbiana, bisexual, hetero, trans: humano”. Se trata de Dana Pao González, de veintitrés años e integrante de la organización Yaaj México, quien recalca mientras camina que están ahí porque es importante recordar que cualquier discurso de odio es un apoyo directo para las violencias que se cometen contra nuestros cuerpos. “Somos humanas y el sistema patriarcal nos afecta parejo”.

Marcha del 8 de marzo de 2022
Fotografía de Alejandra Crail

¿Por qué creció tanto el separatismo?

Siobhan Guerrero —bióloga, filósofa e investigadora del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades— explica que desde los años setenta había una enorme cercanía entre el feminismo y el Movimiento de Liberación Homosexual (que nació en 1969), un proceso en el que se formaron las mujeres trans, cuando solían llamarlas “vestidas” de manera peyorativa. “La capacidad de pensar sobre la sexualidad que tenemos hoy no hubiera sido posible sin el movimiento feminista, esto tuvo repercusiones importantes con el paso de las décadas”, recalca. Desde su perspectiva, ese andar sembró la semilla que germinó en este siglo, cuando las personas trans comenzaron a luchar en contra de la patologización, la medicación obligatoria y contra el no reconocimiento de las identidades.

Considera que la exclusión dentro de algunos feminismos para con las personas trans no es nueva. Pero que ha tomado fuerza a partir de 2017 a causa de un conjunto de factores que propiciaron el “separatismo”. Primero, enumera, el fracaso de las políticas públicas que se habían implementado para combatir la desigualdad, por ejemplo, en el tema salarial: la brecha sigue siendo amplia, pese a políticas como la de paridad. Segundo, el incremento de las violencias; actualmente se calcula que todos los días mueren asesinadas once mujeres en México. “Esto, en mi opinión, alimenta una vigilancia desde las fronteras del sujeto político: quién sí es un aliado en esta lucha y quién no. Es una recriminación”, dice Guerrero. Y tercero, la falta de reconocimiento de las violencias por parte de los varones. “Esto hace que se señalen cuerpos que, de alguna forma, estas visiones consideran tocados por la masculinidad. Se sospecha de ellos y se les acusa de encarnar al machismo. Bajo esa premisa nos dicen: ‘están tocadas por el machismo, no podemos confiar en ustedes’”.

Por estos argumentos crece el nivel de preocupación por la inseguridad y la desigualdad, lo cual impulsa el surgimiento de estas posturas que, asegura, tienen que ver con el fracaso del Estado. “Hay una sensación de miedo, de que se está debilitando la poca estructura que hay por el clima de violencia. Es desafortunado porque no se dan cuenta que de alguna forma vivimos violencias, no idénticas, pero que sí se tocan”. Desafortunadamente, dice la investigadora, también del otro lado comienzan a verse a las voces feministas como el enemigo. “Es preocupante, peligroso. Si nos deshumanizamos, se nos olvida que detrás hay una persona que merece dignidad y tiene una historia política, que tiene una historia también de vulneraciones”, recalca Guerrero.

Marcha del 8 de marzo de 2022
Fotografía de Alejandra Crail

La resistencia

Una bandera de los cinco colores trans cubre el cuerpo de una joven que marcha sobre la avenida Paseo de la Reforma. A su lado una mujer más sostiene un cartel en el que se lee: “Mientras México sea un país transfeminicida, esta lucha también es nuestra”. En otro contingente, Camila Lemus de veintiséis años, marcha rodeada de chicas a quienes recién conoció, dice que es su primera marcha y sostiene un cartel que tiene la leyenda: “Que ser mujer trans no me cueste la vida”. La resistencia de las mujeres trans está presente.

Leah Muñoz, especialista en temas de género, en su columna del Washington Post, “No basta con decir ‘no’ a la transfobia, hace falta posicionarse abiertamente”, reconoce la importancia de estos posicionamientos, del cobijo de otros feminismos para con las mujeres trans que también luchan porque, aunque ha habido avances en el reconocimiento legal del derecho a la identidad, incluyendo la de los menores de edad, la transfobia está creciendo. Vuelven discursos añejos que se pensaría habían quedado en el pasado, como aquel que dice que el derecho a la identidad es una enfermedad mental, que atenta contra los derechos de las mujeres cisgénero o bien que las pone en riesgo. Muñoz habla de “terrorismo estocástico”, es decir, el que aumenta la posibilidad de un ataque violento como efecto de los discursos de odio.

En la Ciudad de México un conjunto de organizaciones se unió para abrir contingentes seguros para personas trans el #8M, se organizaron virtualmente y acordaron como punto de reunión la esquina de Paseo de la Reforma y Florencia para marchar conjuntamente. “Este #8M marchemos juntes por la autonomía de las adolescencias y el reconocimiento de nuestras diversidades e identidades. Contingente incluyente y no separatista, abierto a personas trans y no binaries”, se leía en el cartel respaldado por veintitrés organizaciones. Priss Palomares, integrante de la colectiva Marcha Lencha, explica que la toma del espacio público es una manera simbólica de decir: “las calles también son nuestras, podemos tener diferencias, pero esta lucha es conjunta”.

Xóchitl Rodríguez, oficial de Comunicación de la organización Balance, recalca que es urgente que desde los distintos feminismos se replantee cómo compartir los espacios que habitamos con un ejercicio libre, con la posibilidad de vivir felices entre la diferencia. “Tendríamos que encontrar puntos de encuentro, del respeto a todos los derechos, que arropen la diversidad porque hay una serie de personas que existimos y que muchas veces no son reconocidas”. En este sentido, Lizbeth Quezada, coordinadora del programa Adolescentes, Autonomía y Sexualidad en Balance, argumenta que las mismas juventudes ya están exigiendo ir más allá de una visión biológica, “una realidad que ningún discurso puede negar”.

Entre pañuelos morados y verdes, las huellas de color morado que quedaron marcadas sobre el asfalto de Reforma representan los pasos de las que ya no están, también de ellas y elles, quienes pelean sus propias batallas en contra de la violencia y que marchan también porque reconocen al mismo enemigo. Entre esas manos se levanta otro cartel: “Resistimos porque existimos”.

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El incremento de la violencia machista ha propiciado la aparición de más feminismos transexcluyentes. Así que, entre pañuelos morados y verdes, las mujeres trans también salieron a marchar el pasado #8M. En medio de los discursos de odio, las agresiones y los homicidios, las mujeres trans resisten y gritan: “lxs trans existimos porque resistimos”.

Un cartel avanza entre un mar de 75 mil personas, que marchan la tarde del 8 de marzo de 2022, y alcanza a leerse la leyenda: “Las mujeres resistimos desde la diversidad”. Las manos que lo sostienen están rodeadas de otras con pañoletas moradas y verdes, símbolos de la lucha contra la violencia. La consigna es un exhorto a la reflexión colectiva, luego de que en los últimos meses aumentaran los discursos y actos de odio que atentan contra el derecho a la identidad de género, aquel que reconoce que cualquier persona puede no identificarse con aquel que le fue asignado al nacer. Estos discursos también provienen de grupos feministas que se autoidentifican como transexcluyentes, y ha sido el motor que ha traído a contingentes de mujeres trans a esta protestar contra la violencia machista.

Entre las asistentes camina Melissa Jade de veintiún años, quien se reconoce como una mujer trans y neurodivergente (dentro del espectro autista), tiene los párpados pintados con colores de la bandera trans —azul cielo, rosa pastel y blanco—, y asegura que “las palabras pesan y que toda la violencia física empieza con un discurso de odio intolerante”. A su lado está Paulette Cárdenas de veintiséis años, originaria de Guadalajara, Jalisco, quien por primera vez se manifiesta bajo la sombra de las jacarandas moradas de marzo en la Ciudad de México, con motivo del Día Internacional de la Mujer. Estaba insegura de venir porque esos discursos, que rechazan a las mujeres trans, representan un riesgo para ella. “Lloré, venía nerviosa porque pensé que podía ser agresivo. Muchas amigas no vinieron por eso, pero encontré un contingente que me cobijó y aquí estoy”, dice la activista que considera la lucha de las mujeres diversas tiene un objetivo común: “Todas hemos sido reprimidas durante años”.

El móvil de estas mujeres tiene relación con actos transodiantes —que discriminan y rechazan a las personas trans— como aquel de octubre de 2021, cuando Zoe, mujer trans de veintiséis años, fue víctima de un ataque con ácido afuera de un hotel de Guadalajara: un hombre a bordo de una motocicleta le provocó quemaduras en la cara, pecho y piernas. La trasladaron a un hospital privado, pero ahí el personal médico, en un acto discriminatorio, le negó el acceso y tuvo que buscar atención médica en otro lugar.

Meses después, en noviembre, Zafiro denunció una agresión en el Parque Revolución, también en Guadalajara. Acudió junto con su pareja a comprar maquillaje a la Mercadita Resisitencia Feminista cuando, de pronto, un grupo de seis mujeres las amenazó y agredió. Zafiro, mujer transgénero, escuchó que le gritaban que ese espacio era sólo para mujeres y que ella no lo era porque tenía pene.

Estas historias no han sido las únicas. En enero de este año, un diputado federal del Partido Acción Nacional expresó en su cuenta de Twitter una opinión transfóbica: “¿Y las mujeres van a permitir que hombres vestidos de mujer utilicen sus baños y vestidores, y compitan contra ellas en actividades deportivas?”. Días después replicó ideas similares en televisión de alcance continental. “Si usted viene aquí a propagar su discurso de odio, este no es el canal”, le dijo Camilo Egaña, conductor de CNN en español, a Gabriel Quadri, excandidato presidencial, antes de cortar su participación en el programa. Ese mismo mes, la activista trans Natalia Lane fue acuchillada junto a otras dos personas en la colonia Portales de la Ciudad de México.

La línea entre el discurso de odio y las agresiones físicas es muy delgada. Entre los años 2016 y 2020 la mayor cantidad de muertes violentas dentro de la comunidad LGBT+ correspondió a mujeres trans: en esos cinco años fueron asesinadas 257 de ellas, 159 personas gay y 25 lesbianas, según el informe “La otra pandemia” de LetraEse. Por ello hay una preocupación en el crecimiento que ha tenido el feminismo transexcluyente que ha hecho llamados directos en redes sociales a agredir a personas transgénero y que, en espacios públicos, ha dejado mensajes de odio, como cuando a finales de 2020, en las inmediaciones de La Puri y el Marra, dos antros LGBT+ del centro capitalino, amanecieron con pintas en sus fachadas donde se leía: “Los trans violan” o “LGBT mierda misógina”.

En esta marcha por el #8M, a la altura de la “Glorieta de las mujeres que luchan”, dos personas están tomadas de la mano. Una de ellas, de chinos abundantes, tiene amarrada al cuello la bandera trans, y la otra, una playera que dice “lesbiana, bisexual, hetero, trans: humano”. Se trata de Dana Pao González, de veintitrés años e integrante de la organización Yaaj México, quien recalca mientras camina que están ahí porque es importante recordar que cualquier discurso de odio es un apoyo directo para las violencias que se cometen contra nuestros cuerpos. “Somos humanas y el sistema patriarcal nos afecta parejo”.

Marcha del 8 de marzo de 2022
Fotografía de Alejandra Crail

¿Por qué creció tanto el separatismo?

Siobhan Guerrero —bióloga, filósofa e investigadora del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades— explica que desde los años setenta había una enorme cercanía entre el feminismo y el Movimiento de Liberación Homosexual (que nació en 1969), un proceso en el que se formaron las mujeres trans, cuando solían llamarlas “vestidas” de manera peyorativa. “La capacidad de pensar sobre la sexualidad que tenemos hoy no hubiera sido posible sin el movimiento feminista, esto tuvo repercusiones importantes con el paso de las décadas”, recalca. Desde su perspectiva, ese andar sembró la semilla que germinó en este siglo, cuando las personas trans comenzaron a luchar en contra de la patologización, la medicación obligatoria y contra el no reconocimiento de las identidades.

Considera que la exclusión dentro de algunos feminismos para con las personas trans no es nueva. Pero que ha tomado fuerza a partir de 2017 a causa de un conjunto de factores que propiciaron el “separatismo”. Primero, enumera, el fracaso de las políticas públicas que se habían implementado para combatir la desigualdad, por ejemplo, en el tema salarial: la brecha sigue siendo amplia, pese a políticas como la de paridad. Segundo, el incremento de las violencias; actualmente se calcula que todos los días mueren asesinadas once mujeres en México. “Esto, en mi opinión, alimenta una vigilancia desde las fronteras del sujeto político: quién sí es un aliado en esta lucha y quién no. Es una recriminación”, dice Guerrero. Y tercero, la falta de reconocimiento de las violencias por parte de los varones. “Esto hace que se señalen cuerpos que, de alguna forma, estas visiones consideran tocados por la masculinidad. Se sospecha de ellos y se les acusa de encarnar al machismo. Bajo esa premisa nos dicen: ‘están tocadas por el machismo, no podemos confiar en ustedes’”.

Por estos argumentos crece el nivel de preocupación por la inseguridad y la desigualdad, lo cual impulsa el surgimiento de estas posturas que, asegura, tienen que ver con el fracaso del Estado. “Hay una sensación de miedo, de que se está debilitando la poca estructura que hay por el clima de violencia. Es desafortunado porque no se dan cuenta que de alguna forma vivimos violencias, no idénticas, pero que sí se tocan”. Desafortunadamente, dice la investigadora, también del otro lado comienzan a verse a las voces feministas como el enemigo. “Es preocupante, peligroso. Si nos deshumanizamos, se nos olvida que detrás hay una persona que merece dignidad y tiene una historia política, que tiene una historia también de vulneraciones”, recalca Guerrero.

Marcha del 8 de marzo de 2022
Fotografía de Alejandra Crail

La resistencia

Una bandera de los cinco colores trans cubre el cuerpo de una joven que marcha sobre la avenida Paseo de la Reforma. A su lado una mujer más sostiene un cartel en el que se lee: “Mientras México sea un país transfeminicida, esta lucha también es nuestra”. En otro contingente, Camila Lemus de veintiséis años, marcha rodeada de chicas a quienes recién conoció, dice que es su primera marcha y sostiene un cartel que tiene la leyenda: “Que ser mujer trans no me cueste la vida”. La resistencia de las mujeres trans está presente.

Leah Muñoz, especialista en temas de género, en su columna del Washington Post, “No basta con decir ‘no’ a la transfobia, hace falta posicionarse abiertamente”, reconoce la importancia de estos posicionamientos, del cobijo de otros feminismos para con las mujeres trans que también luchan porque, aunque ha habido avances en el reconocimiento legal del derecho a la identidad, incluyendo la de los menores de edad, la transfobia está creciendo. Vuelven discursos añejos que se pensaría habían quedado en el pasado, como aquel que dice que el derecho a la identidad es una enfermedad mental, que atenta contra los derechos de las mujeres cisgénero o bien que las pone en riesgo. Muñoz habla de “terrorismo estocástico”, es decir, el que aumenta la posibilidad de un ataque violento como efecto de los discursos de odio.

En la Ciudad de México un conjunto de organizaciones se unió para abrir contingentes seguros para personas trans el #8M, se organizaron virtualmente y acordaron como punto de reunión la esquina de Paseo de la Reforma y Florencia para marchar conjuntamente. “Este #8M marchemos juntes por la autonomía de las adolescencias y el reconocimiento de nuestras diversidades e identidades. Contingente incluyente y no separatista, abierto a personas trans y no binaries”, se leía en el cartel respaldado por veintitrés organizaciones. Priss Palomares, integrante de la colectiva Marcha Lencha, explica que la toma del espacio público es una manera simbólica de decir: “las calles también son nuestras, podemos tener diferencias, pero esta lucha es conjunta”.

Xóchitl Rodríguez, oficial de Comunicación de la organización Balance, recalca que es urgente que desde los distintos feminismos se replantee cómo compartir los espacios que habitamos con un ejercicio libre, con la posibilidad de vivir felices entre la diferencia. “Tendríamos que encontrar puntos de encuentro, del respeto a todos los derechos, que arropen la diversidad porque hay una serie de personas que existimos y que muchas veces no son reconocidas”. En este sentido, Lizbeth Quezada, coordinadora del programa Adolescentes, Autonomía y Sexualidad en Balance, argumenta que las mismas juventudes ya están exigiendo ir más allá de una visión biológica, “una realidad que ningún discurso puede negar”.

Entre pañuelos morados y verdes, las huellas de color morado que quedaron marcadas sobre el asfalto de Reforma representan los pasos de las que ya no están, también de ellas y elles, quienes pelean sus propias batallas en contra de la violencia y que marchan también porque reconocen al mismo enemigo. Entre esas manos se levanta otro cartel: “Resistimos porque existimos”.

Fotografía de Alejandra Crail
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Mujeres diversas contra la transfobia

Mujeres diversas contra la transfobia

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El incremento de la violencia machista ha propiciado la aparición de más feminismos transexcluyentes. Así que, entre pañuelos morados y verdes, las mujeres trans también salieron a marchar el pasado #8M. En medio de los discursos de odio, las agresiones y los homicidios, las mujeres trans resisten y gritan: “lxs trans existimos porque resistimos”.

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Un cartel avanza entre un mar de 75 mil personas, que marchan la tarde del 8 de marzo de 2022, y alcanza a leerse la leyenda: “Las mujeres resistimos desde la diversidad”. Las manos que lo sostienen están rodeadas de otras con pañoletas moradas y verdes, símbolos de la lucha contra la violencia. La consigna es un exhorto a la reflexión colectiva, luego de que en los últimos meses aumentaran los discursos y actos de odio que atentan contra el derecho a la identidad de género, aquel que reconoce que cualquier persona puede no identificarse con aquel que le fue asignado al nacer. Estos discursos también provienen de grupos feministas que se autoidentifican como transexcluyentes, y ha sido el motor que ha traído a contingentes de mujeres trans a esta protestar contra la violencia machista.

Entre las asistentes camina Melissa Jade de veintiún años, quien se reconoce como una mujer trans y neurodivergente (dentro del espectro autista), tiene los párpados pintados con colores de la bandera trans —azul cielo, rosa pastel y blanco—, y asegura que “las palabras pesan y que toda la violencia física empieza con un discurso de odio intolerante”. A su lado está Paulette Cárdenas de veintiséis años, originaria de Guadalajara, Jalisco, quien por primera vez se manifiesta bajo la sombra de las jacarandas moradas de marzo en la Ciudad de México, con motivo del Día Internacional de la Mujer. Estaba insegura de venir porque esos discursos, que rechazan a las mujeres trans, representan un riesgo para ella. “Lloré, venía nerviosa porque pensé que podía ser agresivo. Muchas amigas no vinieron por eso, pero encontré un contingente que me cobijó y aquí estoy”, dice la activista que considera la lucha de las mujeres diversas tiene un objetivo común: “Todas hemos sido reprimidas durante años”.

El móvil de estas mujeres tiene relación con actos transodiantes —que discriminan y rechazan a las personas trans— como aquel de octubre de 2021, cuando Zoe, mujer trans de veintiséis años, fue víctima de un ataque con ácido afuera de un hotel de Guadalajara: un hombre a bordo de una motocicleta le provocó quemaduras en la cara, pecho y piernas. La trasladaron a un hospital privado, pero ahí el personal médico, en un acto discriminatorio, le negó el acceso y tuvo que buscar atención médica en otro lugar.

Meses después, en noviembre, Zafiro denunció una agresión en el Parque Revolución, también en Guadalajara. Acudió junto con su pareja a comprar maquillaje a la Mercadita Resisitencia Feminista cuando, de pronto, un grupo de seis mujeres las amenazó y agredió. Zafiro, mujer transgénero, escuchó que le gritaban que ese espacio era sólo para mujeres y que ella no lo era porque tenía pene.

Estas historias no han sido las únicas. En enero de este año, un diputado federal del Partido Acción Nacional expresó en su cuenta de Twitter una opinión transfóbica: “¿Y las mujeres van a permitir que hombres vestidos de mujer utilicen sus baños y vestidores, y compitan contra ellas en actividades deportivas?”. Días después replicó ideas similares en televisión de alcance continental. “Si usted viene aquí a propagar su discurso de odio, este no es el canal”, le dijo Camilo Egaña, conductor de CNN en español, a Gabriel Quadri, excandidato presidencial, antes de cortar su participación en el programa. Ese mismo mes, la activista trans Natalia Lane fue acuchillada junto a otras dos personas en la colonia Portales de la Ciudad de México.

La línea entre el discurso de odio y las agresiones físicas es muy delgada. Entre los años 2016 y 2020 la mayor cantidad de muertes violentas dentro de la comunidad LGBT+ correspondió a mujeres trans: en esos cinco años fueron asesinadas 257 de ellas, 159 personas gay y 25 lesbianas, según el informe “La otra pandemia” de LetraEse. Por ello hay una preocupación en el crecimiento que ha tenido el feminismo transexcluyente que ha hecho llamados directos en redes sociales a agredir a personas transgénero y que, en espacios públicos, ha dejado mensajes de odio, como cuando a finales de 2020, en las inmediaciones de La Puri y el Marra, dos antros LGBT+ del centro capitalino, amanecieron con pintas en sus fachadas donde se leía: “Los trans violan” o “LGBT mierda misógina”.

En esta marcha por el #8M, a la altura de la “Glorieta de las mujeres que luchan”, dos personas están tomadas de la mano. Una de ellas, de chinos abundantes, tiene amarrada al cuello la bandera trans, y la otra, una playera que dice “lesbiana, bisexual, hetero, trans: humano”. Se trata de Dana Pao González, de veintitrés años e integrante de la organización Yaaj México, quien recalca mientras camina que están ahí porque es importante recordar que cualquier discurso de odio es un apoyo directo para las violencias que se cometen contra nuestros cuerpos. “Somos humanas y el sistema patriarcal nos afecta parejo”.

Marcha del 8 de marzo de 2022
Fotografía de Alejandra Crail

¿Por qué creció tanto el separatismo?

Siobhan Guerrero —bióloga, filósofa e investigadora del Centro de Investigaciones Interdisciplinarias en Ciencias y Humanidades— explica que desde los años setenta había una enorme cercanía entre el feminismo y el Movimiento de Liberación Homosexual (que nació en 1969), un proceso en el que se formaron las mujeres trans, cuando solían llamarlas “vestidas” de manera peyorativa. “La capacidad de pensar sobre la sexualidad que tenemos hoy no hubiera sido posible sin el movimiento feminista, esto tuvo repercusiones importantes con el paso de las décadas”, recalca. Desde su perspectiva, ese andar sembró la semilla que germinó en este siglo, cuando las personas trans comenzaron a luchar en contra de la patologización, la medicación obligatoria y contra el no reconocimiento de las identidades.

Considera que la exclusión dentro de algunos feminismos para con las personas trans no es nueva. Pero que ha tomado fuerza a partir de 2017 a causa de un conjunto de factores que propiciaron el “separatismo”. Primero, enumera, el fracaso de las políticas públicas que se habían implementado para combatir la desigualdad, por ejemplo, en el tema salarial: la brecha sigue siendo amplia, pese a políticas como la de paridad. Segundo, el incremento de las violencias; actualmente se calcula que todos los días mueren asesinadas once mujeres en México. “Esto, en mi opinión, alimenta una vigilancia desde las fronteras del sujeto político: quién sí es un aliado en esta lucha y quién no. Es una recriminación”, dice Guerrero. Y tercero, la falta de reconocimiento de las violencias por parte de los varones. “Esto hace que se señalen cuerpos que, de alguna forma, estas visiones consideran tocados por la masculinidad. Se sospecha de ellos y se les acusa de encarnar al machismo. Bajo esa premisa nos dicen: ‘están tocadas por el machismo, no podemos confiar en ustedes’”.

Por estos argumentos crece el nivel de preocupación por la inseguridad y la desigualdad, lo cual impulsa el surgimiento de estas posturas que, asegura, tienen que ver con el fracaso del Estado. “Hay una sensación de miedo, de que se está debilitando la poca estructura que hay por el clima de violencia. Es desafortunado porque no se dan cuenta que de alguna forma vivimos violencias, no idénticas, pero que sí se tocan”. Desafortunadamente, dice la investigadora, también del otro lado comienzan a verse a las voces feministas como el enemigo. “Es preocupante, peligroso. Si nos deshumanizamos, se nos olvida que detrás hay una persona que merece dignidad y tiene una historia política, que tiene una historia también de vulneraciones”, recalca Guerrero.

Marcha del 8 de marzo de 2022
Fotografía de Alejandra Crail

La resistencia

Una bandera de los cinco colores trans cubre el cuerpo de una joven que marcha sobre la avenida Paseo de la Reforma. A su lado una mujer más sostiene un cartel en el que se lee: “Mientras México sea un país transfeminicida, esta lucha también es nuestra”. En otro contingente, Camila Lemus de veintiséis años, marcha rodeada de chicas a quienes recién conoció, dice que es su primera marcha y sostiene un cartel que tiene la leyenda: “Que ser mujer trans no me cueste la vida”. La resistencia de las mujeres trans está presente.

Leah Muñoz, especialista en temas de género, en su columna del Washington Post, “No basta con decir ‘no’ a la transfobia, hace falta posicionarse abiertamente”, reconoce la importancia de estos posicionamientos, del cobijo de otros feminismos para con las mujeres trans que también luchan porque, aunque ha habido avances en el reconocimiento legal del derecho a la identidad, incluyendo la de los menores de edad, la transfobia está creciendo. Vuelven discursos añejos que se pensaría habían quedado en el pasado, como aquel que dice que el derecho a la identidad es una enfermedad mental, que atenta contra los derechos de las mujeres cisgénero o bien que las pone en riesgo. Muñoz habla de “terrorismo estocástico”, es decir, el que aumenta la posibilidad de un ataque violento como efecto de los discursos de odio.

En la Ciudad de México un conjunto de organizaciones se unió para abrir contingentes seguros para personas trans el #8M, se organizaron virtualmente y acordaron como punto de reunión la esquina de Paseo de la Reforma y Florencia para marchar conjuntamente. “Este #8M marchemos juntes por la autonomía de las adolescencias y el reconocimiento de nuestras diversidades e identidades. Contingente incluyente y no separatista, abierto a personas trans y no binaries”, se leía en el cartel respaldado por veintitrés organizaciones. Priss Palomares, integrante de la colectiva Marcha Lencha, explica que la toma del espacio público es una manera simbólica de decir: “las calles también son nuestras, podemos tener diferencias, pero esta lucha es conjunta”.

Xóchitl Rodríguez, oficial de Comunicación de la organización Balance, recalca que es urgente que desde los distintos feminismos se replantee cómo compartir los espacios que habitamos con un ejercicio libre, con la posibilidad de vivir felices entre la diferencia. “Tendríamos que encontrar puntos de encuentro, del respeto a todos los derechos, que arropen la diversidad porque hay una serie de personas que existimos y que muchas veces no son reconocidas”. En este sentido, Lizbeth Quezada, coordinadora del programa Adolescentes, Autonomía y Sexualidad en Balance, argumenta que las mismas juventudes ya están exigiendo ir más allá de una visión biológica, “una realidad que ningún discurso puede negar”.

Entre pañuelos morados y verdes, las huellas de color morado que quedaron marcadas sobre el asfalto de Reforma representan los pasos de las que ya no están, también de ellas y elles, quienes pelean sus propias batallas en contra de la violencia y que marchan también porque reconocen al mismo enemigo. Entre esas manos se levanta otro cartel: “Resistimos porque existimos”.

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