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Lo que comenzó con un viaje en bici desde México a la Patagonia para que Toti Hope conociera a los pingüinos, hoy, seis años después, ha convertido al chico de 18 años en el primer mexicano que podría ganar la World Cup de la Union Cycliste Internationale (UCI) Mountain Bike World Series.
Toti Hope se para al filo de la vertical. Desde donde está parado hasta el fondo hay una profundidad equivalente a una casa de dos pisos, pero Toti apenas dedica unos segundos a estudiar los ocho metros que brincará con su bicicleta. A sus 18 años, el ciclista no piensa mucho en lo que será su primer salto de este entrenamiento rutinario de cara a sus próximas competencias de downhill y enduro. Desde donde Toti analiza el salto, a lo lejos se ven las colinas del Ajusco con sus árboles y hacia abajo la pista repleta de obstáculos y constantes montículos que le sumarán velocidad. Desde el borde, lo que Toti ve es una meta: ser el primer competidor mexicano en ganar la World Cup de la UCI Mountain Bike World Series, competencia internacional en la que los mejores deportistas del mundo recorren circuitos de Inglaterra, Polonia, Austria, Francia, Italia, Canadá y Estados Unidos, y en la que México nunca ha tenido una buena participación en la tabla de puntos. Toti mantiene en la mira el camino recorrido y lo que le falta. “Lo que me hace despertarme cada día es la meta, pero disfruto tanto mi vida que no ha habido ningún entrenamiento en el que haya dicho que quiero irme a mi casa”, dice Toti a Gatopardo.
El comienzo
A los 12 años, Joshua Hope —conocido como Toti— y su madre, Tania, viajaron en bicicleta desde la Ciudad de México hasta Ushuaia, en la Patagonia argentina, y durante un año y tres meses recorrieron 22 000 kilómetros y nueve países. De vuelta en México, Toti retomó el ciclismo y conoció el enduro —modalidad de ciclismo que consiste en carreras tipo rally de resistencia en las que el competidor atraviesa la montaña y la baja en el menor tiempo posible— y downhill —que califica únicamente el tiempo de bajada en campo traviesa—, disciplinas que le han dado 31 campeonatos de los 35 en los que ha competido. Con esa marca, cualquiera pensaría que llegar a la meta es un trámite y que ganará sus próximas competiciones del 21 de septiembre, cuando se una a la carrera Ultimate Urban Enduro —clasificatorio para el Red Bull Guanajuato Cerro Abajo—, y del 26 al 29 de septiembre en el Campeonato Panamericano de Downhill 2024, en El Salvador. Sin embargo, el camino a convertirse en campeón mundial es muy difícil. Estos deportes son relativamente nuevos en México y aún no se alcanza el nivel de las grandes potencias. La Federación Mexicana de Ciclismo no es parte de la World Cup de la UCI por lo que los participantes nacionales no pueden competir como representantes del país sino como individuos particulares. No hay apoyos ni becas federales, y tanto Toti como Tania deben buscar por sí mismos los patrocinios de bicicletas, cascos, refacciones, vuelos, hospedajes y alimentos. Y por supuesto que cada bajada, salto, curva y piedra en el camino debe tomarse con la seriedad y concentración que un deporte de alto riesgo supone. Toti ha tenido ya varias caídas. La más reciente lo mandó en ambulancia al hospital y resultó en una luxación de clavícula y un casco partido en cuatro. Con todo, Toti echa un vistazo desde el borde. Toma la bicicleta y encara ese salto de ocho metros de la misma manera con la que persigue su sueño. “Todo el mundo cree que no me da miedo hacer estas locuras, pero la verdad hay veces en las que por dentro estoy muriendo de miedo”, confiesa Toti Hope; pero siempre salta.
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Toti toma el lift, como se le conoce al transporte ejidal que lleva a los practicantes de downhill de la entrada del Parque Ejidal San Nicolás Totolapan, en el Ajusco, al punto de partida de la pista. Desde que sube al remolque, el ciclista intuye cómo estará la carrera en esta mañana de agosto. Las lluvias de anoche han dejado el terreno ideal: no hay muchos charcos, no hay muchas ramas, nada de polvo. La media hora que toma el recorrido de subida contrasta con el de bajada. “Hoy me iré tranquilo, pero cuando entreno muy duro puedo bajar la montaña en cinco minutos”, explica.
El downhill es una modalidad del ciclismo de montaña, pero mucho más adrenalínico y riesgoso, lo que contrasta con lo contemplativo del viaje de 22 000 kilómetros que hizo en bicicleta junto con su madre desde la Ciudad de México hasta Ushuaia, en la Patagonia argentina. De niño, Toti amaba a los pingüinos, y con el pretexto de ver a las aves en libertad, su madre Tania Hope, organizó una travesía por nueve países que realizarían durante un año y tres meses. “Quería una aventura madre e hijo para que Toti cerrara su infancia con algo que nunca olvidaría”, explica la también ciclista.
Había también otro motivo. Tania, una enamorada de la libertad, la naturaleza y la vida, quería darle a su hijo todo el tiempo que en su día a día como tatuadora no había podido brindarle. “Trabajaba un montón para sacarlo adelante. Lo veía aburrido porque no tenían televisión ni distracciones. Toti pasaba todo el tiempo en el celular”, recuerda la artista egresada de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda.
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Trazaron la ruta y pedalearon. Llevaron lo indispensable: ropa, herramientas, la máquina para tatuar con la que Tania trabajaría en cada destino y costearía el viaje, y 18 000 pesos mexicanos —menos que lo que cuesta un vuelo redondo hacia Argentina para un adulto—. Madre e hijo forjaron un vínculo a partir de todo lo que Toti contaba, pero también había muchos momentos de silencio. El pedaleo constante resulta meditabundo.
“Me empecé a conocer a mí mismo, a ver qué me gustaba, qué se me ocurría. Mi abuela dice mucho una frase: ‘el aburrimiento es una elección’. Yo lo apliqué en ese viaje. Muchos dirán que no había mucho qué hacer más que pedalear, pero yo iba en mi cabeza pensando qué quería hacer incluso cuando fuera grande”, recuerda Toti Hope. “Lo que más quería era mostrarle al mundo que hay que hacer lo que a uno le gusta. En ese momento yo estaba disfrutando mucho y me di cuenta de que en la vida hay que hacer lo que te apasiona porque es muy corta como para arrepentirse”.
En partes iguales, cada día representaba la misma dosis de rutina que de sorpresa: pedalear 6, 8, 12 horas; encontrar un sitio dónde dormir y comer; nunca alejarse de las bicicletas que entonces eran su hogar. Además de los tatuajes, Tania y Toti vivían de las fotografías que tomaban y vendían como postales, así como de la generosidad de la gente. En una ocasión les dieron 100 dólares por una de las postales y era común que en fondas y restaurantes algún comensal pagara la cuenta por ellos. Un chico de 12 años, de cabello desteñido y montado en una bicicleta totalmente cargada, con su bandera de México colgada en el equipaje, siempre inspiraba a las personas.
Lo más difícil fue alejarme de la gente que quería. De mi casa, de mi cama y de mi ducha [me] daba igual; aprendes a adaptarte, [aunque] muchas veces extrañaba a mi familia y a mis amigos. Era complicado porque era una etapa en la que todos mis amigos estaban experimentando muchas cosas.
La única vez que Tania pensó que quizá el viaje no era una buena idea fue cuando apenas iban por Cancún. Estaba en contacto con Luis Alberto Ramírez D’Angelo, conocido como Lucho, administrador del refugio para ciclistas La Casa de la Amistad, en Trujillo, Perú. En un intercambio de mensajes habían acordado que se verían ahí, además, habían sellado una promesa: Toti conocería a Lance, hijo del también ciclista. El encuentro emocionaba a ambas familias porque no es común que chicos de 12 años emprendan viajes en bicicleta tan desafiantes. Lance era campeón regional infantil y soñaba con ser profesional. Sin embargo, la promesa de llegar a los podios y la de conocer a su amigo mexicano quedaron inconclusas. Edwin Haro Ruiz atropelló a Lance cuando el chico montaba en bicicleta. Según la emisora Antena 3, el sospechoso del accidente conducía a 150 kilómetros por hora en una carretera limitada a 50 kilómetros por hora; fue puesto en libertad. Pensando en su hijo, Tania ajustó la ruta. Ya no tomarían autopistas sino veredas y rutas menos transitadas, pero seguirían adelante.
“Lo más importante en este tipo de viajes y en la vida es ser flexible”, explica Toti Hope, “luego uno se amarra a que todo tiene que ser como lo planeaste, pero los viajes son todo lo contrario. No puedes controlar las cosas porque no están en tu entorno. Una enseñanza del viaje que me va a seguir toda la vida es que tienes que ir fluyendo”.
En Guatemala también hubo momentos muy tensos como cuando Toti pidió a una camioneta que les diera un aventón a la localidad de Poptún. Quienes manejaban, aparentemente miembros de la Mara Salvatrucha, subieron a Tania, Toti y las bicicletas a la caja de la pick-up. Recorrieron, recuerda la ciclista, varios kilómetros a una velocidad más allá de la permitida y no se detuvieron en el señalamiento de Poptún. El miedo cesó cuando los hombres finalmente pararon en una gasolinera y animaron a la familia a seguir con el viaje, además de prometerles que estarían pendientes de la travesía en redes sociales. También en Guatemala, recuerda Tania Hope, un bombero quiso “pasarse de listo”. El enojo y la frustración del acoso derivó en una lección para Toti: “Esto a lo que le tuviste miedo, nosotras como mujeres lo vivimos muchísimo. Nunca quiero que hostigues a ninguna mujer”.
El resto del viaje fue, si cabe la expresión, más tranquilo, o al menos se acostumbraron a la rutina. A la altura de Lima, Toti pensó en abandonar el viaje y regresar con la gente a la que tanto extrañaba, pero el camino de vuelta era tan largo como el que faltaba por recorrer y no quiso dejar la hazaña a la mitad. En Perú, Tania tuvo una crisis de cansancio y a Toti le tocó en Chile, pero no pararon hasta llegar al punto más lejano del continente.
“No lo asimilé hasta el último día. Mi mamá me dijo ‘hoy vamos a llegar a Ushuaia’ y me cayó el veinte”, recuerda Toti Hope; “fue bonito y había muchas emociones juntas, entre emoción y tristeza, y ver hacia atrás todo lo que había pasado para llegar hasta ahí. Ese momento fue muy shockeante porque yo esperaba una satisfacción enorme y me di cuenta de que no. Lo importante no es la meta sino el proceso, y disfruté tanto el proceso que la meta se volvió algo secundario. Ya era una persona totalmente diferente a la que había comenzado el viaje. Ya no era por lo que había empezado”.
En su entrenamiento en el Ajusco, cuando está a punto de descender como bólido, Toti contempla su bicicleta y dice que no, que no repetirá el viaje hasta que tenga 70 años. Tiene que ver con la adrenalina, pero no únicamente por el salto de ocho metros de alto que repetirá dos veces en este sábado de 2024 o esas rampas a las que se enfrentará de nuevo a solo dos semanas de haberse dislocado el brazo en una caída. La emoción apunta a convertirse en el primer mexicano en ganar la World Cup de la UCI Mountain Bike World Series, pero, sobre todo, a vivir el proceso.
“Quiero mostrar cómo es la vida de un atleta. Los momentos difíciles y los buenos para que la gente se humanice más con todos los atletas. Esto va a ayudar a que el deporte mejore porque unos los ve y piensa que son unas máquinas, que son gente fuera de este mundo”, señala Toti.
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Toti Hope aprovecha las rectas, como le llama a esos serpenteantes senderos llenos de ramas y rocas que no pueden ser ignoradas al manubrio. Ahí es donde el competidor se siente más cómodo y gana tiempo en las carreras de downhill y enduro. Las curvas son lo que más se le dificulta, pero la idea es que en cada entrenamiento lleve su límite físico y mental un poco más lejos. Cada día aumenta la velocidad, cierra más las curvas y arriesga en los saltos. También hay algo de suerte, confiesa.
En este entrenamiento de agosto, la vertical de ocho metros ha quedado muy atrás y Toti ha volado ya otra prueba conocida como “el columpio”, en la que el ciclista baja a toda velocidad una depresión en forma de “u” para brincar de vuelta hacia la pista; y el chico lo ha llevado con calma hasta que llega a la serie de rampas y saltos en la que hace dos semanas tuvo un accidente que lo mandó al hospital.
La suerte consiste en avanzar por un empedrado, bajar una primera pendiente de tres metros, saltar una rampa de tablones de unos cuatro o cinco metros, enfilar una recta y tomar una rampa de tierra que le hará volar otros 9 o 10 metros de largo. La última vez que lo hizo fue con una bicicleta nueva, más ligera que la de 18 kilogramos que generalmente usa. Ese día el cálculo no salió bien y voló más de lo debido. Cuando vio que el recibidor había quedado atrás y que su inclinación no era la correcta supo que el golpe era inevitable. Toti, de 71 kilos y 1.78 metros, cayó de cara desde cuatro metros de altura y a 40 kilómetros por hora. El casco se rompió en cuatro, los ojos y la nariz se le llenaron de tierra y, aturdido, logró caminar hasta la ambulancia. En el hospital fue diagnosticado con una luxación de clavícula.
Cuando me recuperé y me dijeron que podía volver a rodar, pensaba en el Ajusco y me ponía muy nervioso, se me aceleraba el corazón porque tenía el sentimiento de casi matarme. Decidí ir con una psicóloga deportiva porque parte de esto es que a veces necesitas ayuda; no sabes cómo manejarlo. Antes de rodar tuve una sesión con la psicóloga y me ayudó a darme cuenta de que va a depender de mí. Es retomar la confianza y saber que eres capaz de hacerlo.
En este entrenamiento, a Toti se le ve precavido y aunque pedalea con fuerza hacia la última rampa no logra completar el salto. “Es el trauma”, dice, y repite el circuito, pero sin completar de nuevo el segundo salto. Y lo seguirá intentando hasta que lo logre. No le queda de otra. Debe superar la desconfianza lo antes posible y seguir con su preparación pues, como ha dicho, todo depende de él.
Podría interesarte leer el artículo: "Imane Khelif: De escenificaciones, supremacía y justicia biológica".
En Latinoamérica, considera Toti, los competidores a vencer en downhill y enduro son los de Brasil y Colombia, y ni hablar de los estadounidenses y europeos. “Cuando han venido del extranjero, dicen que las pistas son muy fáciles”, explica Tania Hope. Tampoco hay apoyos federales y la Federación Mexicana de Ciclismo no es parte de la World Cup de la UCI por lo que la única forma en la que Toti eventualmente podrá competir es como individuo y no como abanderado del país.
Con su trabajo, Toti y Tania costean por sí mismos los vuelos, equipaje, hospedajes y viáticos de las competencias. En 2021, Tania abrió HOPE Team, escuela de downhill y enduro para cuarenta infancias y juventudes en la que Toti es profesor. Y parte del trabajo duro, además de dar clases y entrenar, es la constante búsqueda de patrocinadores de bicicletas —de más de 100 000 pesos—, cascos –de más de 3 000 pesos—, suspensiones, frenos y todo tipo de refacciones. “Lo que nos respalda mucho es lo del viaje”, señala Tania; “la gente dice que si un niño pedaleó 22 000 kilómetros durante un año y medio para ver pingüinos, obviamente va a hacer todo lo que necesite para llegar a cumplir su sueño de ser el mejor de México y el mundo. Así sin nada, así como nos fuimos al viaje sin dinero, sin saber nada de ciclismo, sin unas buenas bicis, sin conocer a nadie, siendo una mujer y un niño, podemos lograr cualquier cosa”.
Con el deseo de cumplir su sueño, Toti participará el 21 de septiembre en la carrera Ultimate Urban Enduro, clasificatorio para el Red Bull Guanajuato Cerro Abajo, considerado el evento de bici de montaña más importante en México. Esta sería para Toti la primera competencia seguida por millones de personas alrededor del mundo. Y de ganar esta primera etapa clasificatoria, tendría un boleto para probarse en una segunda instancia de la que saldrán solo 15 ciclistas de 33. Pocos días después, del 26 al 29 de septiembre, representará a México en el Campeonato Panamericano de Downhill 2024 de El Salvador, como parte de la categoría Junior. Según las estadísticas —ha ganado casi el 90% de sus carreras—, Toti debería quedar en lo más alto de ambas tablas. Pero los podios, insiste, son solo parte de la trama. Hay una cosa muy poderosa en su enunciación. Toti no habla de la copa mundial como un sueño sino como de una realidad. Su biografía en Instagram simplemente dice “documentando mi proceso para llegar a la World Cup”.
“Yo le creo. Le creo. Sé que lo va a hacer”, asegura Tania mientras su hijo hace una última bajada por la montaña como parte de su entrenamiento.
Y antes de que termine el día, Toti vuelve a saltar esa vertical de ocho metros y se enfrenta de nuevo a la rampa que lo llevó al hospital. “No es que no tenga miedo”, dice el ciclista, “pero lo hago con miedo porque sé que soy capaz y porque prefiero vencer esos miedos a quedarme con el ‘¿qué hubiera pasado’”. Toti Hope lucha por ser el primer mexicano en ganar la World Cup de la UCI Mountain Bike World Series porque nadie va a contárselo.
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Toti Hope entrenando en la pista Panamericana, del Parque Nacional Cumbres del Ajusco, en la Ciudad de México.
Lo que comenzó con un viaje en bici desde México a la Patagonia para que Toti Hope conociera a los pingüinos, hoy, seis años después, ha convertido al chico de 18 años en el primer mexicano que podría ganar la World Cup de la Union Cycliste Internationale (UCI) Mountain Bike World Series.
Toti Hope se para al filo de la vertical. Desde donde está parado hasta el fondo hay una profundidad equivalente a una casa de dos pisos, pero Toti apenas dedica unos segundos a estudiar los ocho metros que brincará con su bicicleta. A sus 18 años, el ciclista no piensa mucho en lo que será su primer salto de este entrenamiento rutinario de cara a sus próximas competencias de downhill y enduro. Desde donde Toti analiza el salto, a lo lejos se ven las colinas del Ajusco con sus árboles y hacia abajo la pista repleta de obstáculos y constantes montículos que le sumarán velocidad. Desde el borde, lo que Toti ve es una meta: ser el primer competidor mexicano en ganar la World Cup de la UCI Mountain Bike World Series, competencia internacional en la que los mejores deportistas del mundo recorren circuitos de Inglaterra, Polonia, Austria, Francia, Italia, Canadá y Estados Unidos, y en la que México nunca ha tenido una buena participación en la tabla de puntos. Toti mantiene en la mira el camino recorrido y lo que le falta. “Lo que me hace despertarme cada día es la meta, pero disfruto tanto mi vida que no ha habido ningún entrenamiento en el que haya dicho que quiero irme a mi casa”, dice Toti a Gatopardo.
El comienzo
A los 12 años, Joshua Hope —conocido como Toti— y su madre, Tania, viajaron en bicicleta desde la Ciudad de México hasta Ushuaia, en la Patagonia argentina, y durante un año y tres meses recorrieron 22 000 kilómetros y nueve países. De vuelta en México, Toti retomó el ciclismo y conoció el enduro —modalidad de ciclismo que consiste en carreras tipo rally de resistencia en las que el competidor atraviesa la montaña y la baja en el menor tiempo posible— y downhill —que califica únicamente el tiempo de bajada en campo traviesa—, disciplinas que le han dado 31 campeonatos de los 35 en los que ha competido. Con esa marca, cualquiera pensaría que llegar a la meta es un trámite y que ganará sus próximas competiciones del 21 de septiembre, cuando se una a la carrera Ultimate Urban Enduro —clasificatorio para el Red Bull Guanajuato Cerro Abajo—, y del 26 al 29 de septiembre en el Campeonato Panamericano de Downhill 2024, en El Salvador. Sin embargo, el camino a convertirse en campeón mundial es muy difícil. Estos deportes son relativamente nuevos en México y aún no se alcanza el nivel de las grandes potencias. La Federación Mexicana de Ciclismo no es parte de la World Cup de la UCI por lo que los participantes nacionales no pueden competir como representantes del país sino como individuos particulares. No hay apoyos ni becas federales, y tanto Toti como Tania deben buscar por sí mismos los patrocinios de bicicletas, cascos, refacciones, vuelos, hospedajes y alimentos. Y por supuesto que cada bajada, salto, curva y piedra en el camino debe tomarse con la seriedad y concentración que un deporte de alto riesgo supone. Toti ha tenido ya varias caídas. La más reciente lo mandó en ambulancia al hospital y resultó en una luxación de clavícula y un casco partido en cuatro. Con todo, Toti echa un vistazo desde el borde. Toma la bicicleta y encara ese salto de ocho metros de la misma manera con la que persigue su sueño. “Todo el mundo cree que no me da miedo hacer estas locuras, pero la verdad hay veces en las que por dentro estoy muriendo de miedo”, confiesa Toti Hope; pero siempre salta.
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Toti toma el lift, como se le conoce al transporte ejidal que lleva a los practicantes de downhill de la entrada del Parque Ejidal San Nicolás Totolapan, en el Ajusco, al punto de partida de la pista. Desde que sube al remolque, el ciclista intuye cómo estará la carrera en esta mañana de agosto. Las lluvias de anoche han dejado el terreno ideal: no hay muchos charcos, no hay muchas ramas, nada de polvo. La media hora que toma el recorrido de subida contrasta con el de bajada. “Hoy me iré tranquilo, pero cuando entreno muy duro puedo bajar la montaña en cinco minutos”, explica.
El downhill es una modalidad del ciclismo de montaña, pero mucho más adrenalínico y riesgoso, lo que contrasta con lo contemplativo del viaje de 22 000 kilómetros que hizo en bicicleta junto con su madre desde la Ciudad de México hasta Ushuaia, en la Patagonia argentina. De niño, Toti amaba a los pingüinos, y con el pretexto de ver a las aves en libertad, su madre Tania Hope, organizó una travesía por nueve países que realizarían durante un año y tres meses. “Quería una aventura madre e hijo para que Toti cerrara su infancia con algo que nunca olvidaría”, explica la también ciclista.
Había también otro motivo. Tania, una enamorada de la libertad, la naturaleza y la vida, quería darle a su hijo todo el tiempo que en su día a día como tatuadora no había podido brindarle. “Trabajaba un montón para sacarlo adelante. Lo veía aburrido porque no tenían televisión ni distracciones. Toti pasaba todo el tiempo en el celular”, recuerda la artista egresada de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda.
Te recomendamos leer el reportaje: "Una casa llena de medallas: Jessica García y su camino a París 2024".
Trazaron la ruta y pedalearon. Llevaron lo indispensable: ropa, herramientas, la máquina para tatuar con la que Tania trabajaría en cada destino y costearía el viaje, y 18 000 pesos mexicanos —menos que lo que cuesta un vuelo redondo hacia Argentina para un adulto—. Madre e hijo forjaron un vínculo a partir de todo lo que Toti contaba, pero también había muchos momentos de silencio. El pedaleo constante resulta meditabundo.
“Me empecé a conocer a mí mismo, a ver qué me gustaba, qué se me ocurría. Mi abuela dice mucho una frase: ‘el aburrimiento es una elección’. Yo lo apliqué en ese viaje. Muchos dirán que no había mucho qué hacer más que pedalear, pero yo iba en mi cabeza pensando qué quería hacer incluso cuando fuera grande”, recuerda Toti Hope. “Lo que más quería era mostrarle al mundo que hay que hacer lo que a uno le gusta. En ese momento yo estaba disfrutando mucho y me di cuenta de que en la vida hay que hacer lo que te apasiona porque es muy corta como para arrepentirse”.
En partes iguales, cada día representaba la misma dosis de rutina que de sorpresa: pedalear 6, 8, 12 horas; encontrar un sitio dónde dormir y comer; nunca alejarse de las bicicletas que entonces eran su hogar. Además de los tatuajes, Tania y Toti vivían de las fotografías que tomaban y vendían como postales, así como de la generosidad de la gente. En una ocasión les dieron 100 dólares por una de las postales y era común que en fondas y restaurantes algún comensal pagara la cuenta por ellos. Un chico de 12 años, de cabello desteñido y montado en una bicicleta totalmente cargada, con su bandera de México colgada en el equipaje, siempre inspiraba a las personas.
Lo más difícil fue alejarme de la gente que quería. De mi casa, de mi cama y de mi ducha [me] daba igual; aprendes a adaptarte, [aunque] muchas veces extrañaba a mi familia y a mis amigos. Era complicado porque era una etapa en la que todos mis amigos estaban experimentando muchas cosas.
La única vez que Tania pensó que quizá el viaje no era una buena idea fue cuando apenas iban por Cancún. Estaba en contacto con Luis Alberto Ramírez D’Angelo, conocido como Lucho, administrador del refugio para ciclistas La Casa de la Amistad, en Trujillo, Perú. En un intercambio de mensajes habían acordado que se verían ahí, además, habían sellado una promesa: Toti conocería a Lance, hijo del también ciclista. El encuentro emocionaba a ambas familias porque no es común que chicos de 12 años emprendan viajes en bicicleta tan desafiantes. Lance era campeón regional infantil y soñaba con ser profesional. Sin embargo, la promesa de llegar a los podios y la de conocer a su amigo mexicano quedaron inconclusas. Edwin Haro Ruiz atropelló a Lance cuando el chico montaba en bicicleta. Según la emisora Antena 3, el sospechoso del accidente conducía a 150 kilómetros por hora en una carretera limitada a 50 kilómetros por hora; fue puesto en libertad. Pensando en su hijo, Tania ajustó la ruta. Ya no tomarían autopistas sino veredas y rutas menos transitadas, pero seguirían adelante.
“Lo más importante en este tipo de viajes y en la vida es ser flexible”, explica Toti Hope, “luego uno se amarra a que todo tiene que ser como lo planeaste, pero los viajes son todo lo contrario. No puedes controlar las cosas porque no están en tu entorno. Una enseñanza del viaje que me va a seguir toda la vida es que tienes que ir fluyendo”.
En Guatemala también hubo momentos muy tensos como cuando Toti pidió a una camioneta que les diera un aventón a la localidad de Poptún. Quienes manejaban, aparentemente miembros de la Mara Salvatrucha, subieron a Tania, Toti y las bicicletas a la caja de la pick-up. Recorrieron, recuerda la ciclista, varios kilómetros a una velocidad más allá de la permitida y no se detuvieron en el señalamiento de Poptún. El miedo cesó cuando los hombres finalmente pararon en una gasolinera y animaron a la familia a seguir con el viaje, además de prometerles que estarían pendientes de la travesía en redes sociales. También en Guatemala, recuerda Tania Hope, un bombero quiso “pasarse de listo”. El enojo y la frustración del acoso derivó en una lección para Toti: “Esto a lo que le tuviste miedo, nosotras como mujeres lo vivimos muchísimo. Nunca quiero que hostigues a ninguna mujer”.
El resto del viaje fue, si cabe la expresión, más tranquilo, o al menos se acostumbraron a la rutina. A la altura de Lima, Toti pensó en abandonar el viaje y regresar con la gente a la que tanto extrañaba, pero el camino de vuelta era tan largo como el que faltaba por recorrer y no quiso dejar la hazaña a la mitad. En Perú, Tania tuvo una crisis de cansancio y a Toti le tocó en Chile, pero no pararon hasta llegar al punto más lejano del continente.
“No lo asimilé hasta el último día. Mi mamá me dijo ‘hoy vamos a llegar a Ushuaia’ y me cayó el veinte”, recuerda Toti Hope; “fue bonito y había muchas emociones juntas, entre emoción y tristeza, y ver hacia atrás todo lo que había pasado para llegar hasta ahí. Ese momento fue muy shockeante porque yo esperaba una satisfacción enorme y me di cuenta de que no. Lo importante no es la meta sino el proceso, y disfruté tanto el proceso que la meta se volvió algo secundario. Ya era una persona totalmente diferente a la que había comenzado el viaje. Ya no era por lo que había empezado”.
En su entrenamiento en el Ajusco, cuando está a punto de descender como bólido, Toti contempla su bicicleta y dice que no, que no repetirá el viaje hasta que tenga 70 años. Tiene que ver con la adrenalina, pero no únicamente por el salto de ocho metros de alto que repetirá dos veces en este sábado de 2024 o esas rampas a las que se enfrentará de nuevo a solo dos semanas de haberse dislocado el brazo en una caída. La emoción apunta a convertirse en el primer mexicano en ganar la World Cup de la UCI Mountain Bike World Series, pero, sobre todo, a vivir el proceso.
“Quiero mostrar cómo es la vida de un atleta. Los momentos difíciles y los buenos para que la gente se humanice más con todos los atletas. Esto va a ayudar a que el deporte mejore porque unos los ve y piensa que son unas máquinas, que son gente fuera de este mundo”, señala Toti.
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Toti Hope aprovecha las rectas, como le llama a esos serpenteantes senderos llenos de ramas y rocas que no pueden ser ignoradas al manubrio. Ahí es donde el competidor se siente más cómodo y gana tiempo en las carreras de downhill y enduro. Las curvas son lo que más se le dificulta, pero la idea es que en cada entrenamiento lleve su límite físico y mental un poco más lejos. Cada día aumenta la velocidad, cierra más las curvas y arriesga en los saltos. También hay algo de suerte, confiesa.
En este entrenamiento de agosto, la vertical de ocho metros ha quedado muy atrás y Toti ha volado ya otra prueba conocida como “el columpio”, en la que el ciclista baja a toda velocidad una depresión en forma de “u” para brincar de vuelta hacia la pista; y el chico lo ha llevado con calma hasta que llega a la serie de rampas y saltos en la que hace dos semanas tuvo un accidente que lo mandó al hospital.
La suerte consiste en avanzar por un empedrado, bajar una primera pendiente de tres metros, saltar una rampa de tablones de unos cuatro o cinco metros, enfilar una recta y tomar una rampa de tierra que le hará volar otros 9 o 10 metros de largo. La última vez que lo hizo fue con una bicicleta nueva, más ligera que la de 18 kilogramos que generalmente usa. Ese día el cálculo no salió bien y voló más de lo debido. Cuando vio que el recibidor había quedado atrás y que su inclinación no era la correcta supo que el golpe era inevitable. Toti, de 71 kilos y 1.78 metros, cayó de cara desde cuatro metros de altura y a 40 kilómetros por hora. El casco se rompió en cuatro, los ojos y la nariz se le llenaron de tierra y, aturdido, logró caminar hasta la ambulancia. En el hospital fue diagnosticado con una luxación de clavícula.
Cuando me recuperé y me dijeron que podía volver a rodar, pensaba en el Ajusco y me ponía muy nervioso, se me aceleraba el corazón porque tenía el sentimiento de casi matarme. Decidí ir con una psicóloga deportiva porque parte de esto es que a veces necesitas ayuda; no sabes cómo manejarlo. Antes de rodar tuve una sesión con la psicóloga y me ayudó a darme cuenta de que va a depender de mí. Es retomar la confianza y saber que eres capaz de hacerlo.
En este entrenamiento, a Toti se le ve precavido y aunque pedalea con fuerza hacia la última rampa no logra completar el salto. “Es el trauma”, dice, y repite el circuito, pero sin completar de nuevo el segundo salto. Y lo seguirá intentando hasta que lo logre. No le queda de otra. Debe superar la desconfianza lo antes posible y seguir con su preparación pues, como ha dicho, todo depende de él.
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En Latinoamérica, considera Toti, los competidores a vencer en downhill y enduro son los de Brasil y Colombia, y ni hablar de los estadounidenses y europeos. “Cuando han venido del extranjero, dicen que las pistas son muy fáciles”, explica Tania Hope. Tampoco hay apoyos federales y la Federación Mexicana de Ciclismo no es parte de la World Cup de la UCI por lo que la única forma en la que Toti eventualmente podrá competir es como individuo y no como abanderado del país.
Con su trabajo, Toti y Tania costean por sí mismos los vuelos, equipaje, hospedajes y viáticos de las competencias. En 2021, Tania abrió HOPE Team, escuela de downhill y enduro para cuarenta infancias y juventudes en la que Toti es profesor. Y parte del trabajo duro, además de dar clases y entrenar, es la constante búsqueda de patrocinadores de bicicletas —de más de 100 000 pesos—, cascos –de más de 3 000 pesos—, suspensiones, frenos y todo tipo de refacciones. “Lo que nos respalda mucho es lo del viaje”, señala Tania; “la gente dice que si un niño pedaleó 22 000 kilómetros durante un año y medio para ver pingüinos, obviamente va a hacer todo lo que necesite para llegar a cumplir su sueño de ser el mejor de México y el mundo. Así sin nada, así como nos fuimos al viaje sin dinero, sin saber nada de ciclismo, sin unas buenas bicis, sin conocer a nadie, siendo una mujer y un niño, podemos lograr cualquier cosa”.
Con el deseo de cumplir su sueño, Toti participará el 21 de septiembre en la carrera Ultimate Urban Enduro, clasificatorio para el Red Bull Guanajuato Cerro Abajo, considerado el evento de bici de montaña más importante en México. Esta sería para Toti la primera competencia seguida por millones de personas alrededor del mundo. Y de ganar esta primera etapa clasificatoria, tendría un boleto para probarse en una segunda instancia de la que saldrán solo 15 ciclistas de 33. Pocos días después, del 26 al 29 de septiembre, representará a México en el Campeonato Panamericano de Downhill 2024 de El Salvador, como parte de la categoría Junior. Según las estadísticas —ha ganado casi el 90% de sus carreras—, Toti debería quedar en lo más alto de ambas tablas. Pero los podios, insiste, son solo parte de la trama. Hay una cosa muy poderosa en su enunciación. Toti no habla de la copa mundial como un sueño sino como de una realidad. Su biografía en Instagram simplemente dice “documentando mi proceso para llegar a la World Cup”.
“Yo le creo. Le creo. Sé que lo va a hacer”, asegura Tania mientras su hijo hace una última bajada por la montaña como parte de su entrenamiento.
Y antes de que termine el día, Toti vuelve a saltar esa vertical de ocho metros y se enfrenta de nuevo a la rampa que lo llevó al hospital. “No es que no tenga miedo”, dice el ciclista, “pero lo hago con miedo porque sé que soy capaz y porque prefiero vencer esos miedos a quedarme con el ‘¿qué hubiera pasado’”. Toti Hope lucha por ser el primer mexicano en ganar la World Cup de la UCI Mountain Bike World Series porque nadie va a contárselo.
Lo que comenzó con un viaje en bici desde México a la Patagonia para que Toti Hope conociera a los pingüinos, hoy, seis años después, ha convertido al chico de 18 años en el primer mexicano que podría ganar la World Cup de la Union Cycliste Internationale (UCI) Mountain Bike World Series.
Toti Hope se para al filo de la vertical. Desde donde está parado hasta el fondo hay una profundidad equivalente a una casa de dos pisos, pero Toti apenas dedica unos segundos a estudiar los ocho metros que brincará con su bicicleta. A sus 18 años, el ciclista no piensa mucho en lo que será su primer salto de este entrenamiento rutinario de cara a sus próximas competencias de downhill y enduro. Desde donde Toti analiza el salto, a lo lejos se ven las colinas del Ajusco con sus árboles y hacia abajo la pista repleta de obstáculos y constantes montículos que le sumarán velocidad. Desde el borde, lo que Toti ve es una meta: ser el primer competidor mexicano en ganar la World Cup de la UCI Mountain Bike World Series, competencia internacional en la que los mejores deportistas del mundo recorren circuitos de Inglaterra, Polonia, Austria, Francia, Italia, Canadá y Estados Unidos, y en la que México nunca ha tenido una buena participación en la tabla de puntos. Toti mantiene en la mira el camino recorrido y lo que le falta. “Lo que me hace despertarme cada día es la meta, pero disfruto tanto mi vida que no ha habido ningún entrenamiento en el que haya dicho que quiero irme a mi casa”, dice Toti a Gatopardo.
El comienzo
A los 12 años, Joshua Hope —conocido como Toti— y su madre, Tania, viajaron en bicicleta desde la Ciudad de México hasta Ushuaia, en la Patagonia argentina, y durante un año y tres meses recorrieron 22 000 kilómetros y nueve países. De vuelta en México, Toti retomó el ciclismo y conoció el enduro —modalidad de ciclismo que consiste en carreras tipo rally de resistencia en las que el competidor atraviesa la montaña y la baja en el menor tiempo posible— y downhill —que califica únicamente el tiempo de bajada en campo traviesa—, disciplinas que le han dado 31 campeonatos de los 35 en los que ha competido. Con esa marca, cualquiera pensaría que llegar a la meta es un trámite y que ganará sus próximas competiciones del 21 de septiembre, cuando se una a la carrera Ultimate Urban Enduro —clasificatorio para el Red Bull Guanajuato Cerro Abajo—, y del 26 al 29 de septiembre en el Campeonato Panamericano de Downhill 2024, en El Salvador. Sin embargo, el camino a convertirse en campeón mundial es muy difícil. Estos deportes son relativamente nuevos en México y aún no se alcanza el nivel de las grandes potencias. La Federación Mexicana de Ciclismo no es parte de la World Cup de la UCI por lo que los participantes nacionales no pueden competir como representantes del país sino como individuos particulares. No hay apoyos ni becas federales, y tanto Toti como Tania deben buscar por sí mismos los patrocinios de bicicletas, cascos, refacciones, vuelos, hospedajes y alimentos. Y por supuesto que cada bajada, salto, curva y piedra en el camino debe tomarse con la seriedad y concentración que un deporte de alto riesgo supone. Toti ha tenido ya varias caídas. La más reciente lo mandó en ambulancia al hospital y resultó en una luxación de clavícula y un casco partido en cuatro. Con todo, Toti echa un vistazo desde el borde. Toma la bicicleta y encara ese salto de ocho metros de la misma manera con la que persigue su sueño. “Todo el mundo cree que no me da miedo hacer estas locuras, pero la verdad hay veces en las que por dentro estoy muriendo de miedo”, confiesa Toti Hope; pero siempre salta.
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Toti toma el lift, como se le conoce al transporte ejidal que lleva a los practicantes de downhill de la entrada del Parque Ejidal San Nicolás Totolapan, en el Ajusco, al punto de partida de la pista. Desde que sube al remolque, el ciclista intuye cómo estará la carrera en esta mañana de agosto. Las lluvias de anoche han dejado el terreno ideal: no hay muchos charcos, no hay muchas ramas, nada de polvo. La media hora que toma el recorrido de subida contrasta con el de bajada. “Hoy me iré tranquilo, pero cuando entreno muy duro puedo bajar la montaña en cinco minutos”, explica.
El downhill es una modalidad del ciclismo de montaña, pero mucho más adrenalínico y riesgoso, lo que contrasta con lo contemplativo del viaje de 22 000 kilómetros que hizo en bicicleta junto con su madre desde la Ciudad de México hasta Ushuaia, en la Patagonia argentina. De niño, Toti amaba a los pingüinos, y con el pretexto de ver a las aves en libertad, su madre Tania Hope, organizó una travesía por nueve países que realizarían durante un año y tres meses. “Quería una aventura madre e hijo para que Toti cerrara su infancia con algo que nunca olvidaría”, explica la también ciclista.
Había también otro motivo. Tania, una enamorada de la libertad, la naturaleza y la vida, quería darle a su hijo todo el tiempo que en su día a día como tatuadora no había podido brindarle. “Trabajaba un montón para sacarlo adelante. Lo veía aburrido porque no tenían televisión ni distracciones. Toti pasaba todo el tiempo en el celular”, recuerda la artista egresada de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda.
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Trazaron la ruta y pedalearon. Llevaron lo indispensable: ropa, herramientas, la máquina para tatuar con la que Tania trabajaría en cada destino y costearía el viaje, y 18 000 pesos mexicanos —menos que lo que cuesta un vuelo redondo hacia Argentina para un adulto—. Madre e hijo forjaron un vínculo a partir de todo lo que Toti contaba, pero también había muchos momentos de silencio. El pedaleo constante resulta meditabundo.
“Me empecé a conocer a mí mismo, a ver qué me gustaba, qué se me ocurría. Mi abuela dice mucho una frase: ‘el aburrimiento es una elección’. Yo lo apliqué en ese viaje. Muchos dirán que no había mucho qué hacer más que pedalear, pero yo iba en mi cabeza pensando qué quería hacer incluso cuando fuera grande”, recuerda Toti Hope. “Lo que más quería era mostrarle al mundo que hay que hacer lo que a uno le gusta. En ese momento yo estaba disfrutando mucho y me di cuenta de que en la vida hay que hacer lo que te apasiona porque es muy corta como para arrepentirse”.
En partes iguales, cada día representaba la misma dosis de rutina que de sorpresa: pedalear 6, 8, 12 horas; encontrar un sitio dónde dormir y comer; nunca alejarse de las bicicletas que entonces eran su hogar. Además de los tatuajes, Tania y Toti vivían de las fotografías que tomaban y vendían como postales, así como de la generosidad de la gente. En una ocasión les dieron 100 dólares por una de las postales y era común que en fondas y restaurantes algún comensal pagara la cuenta por ellos. Un chico de 12 años, de cabello desteñido y montado en una bicicleta totalmente cargada, con su bandera de México colgada en el equipaje, siempre inspiraba a las personas.
Lo más difícil fue alejarme de la gente que quería. De mi casa, de mi cama y de mi ducha [me] daba igual; aprendes a adaptarte, [aunque] muchas veces extrañaba a mi familia y a mis amigos. Era complicado porque era una etapa en la que todos mis amigos estaban experimentando muchas cosas.
La única vez que Tania pensó que quizá el viaje no era una buena idea fue cuando apenas iban por Cancún. Estaba en contacto con Luis Alberto Ramírez D’Angelo, conocido como Lucho, administrador del refugio para ciclistas La Casa de la Amistad, en Trujillo, Perú. En un intercambio de mensajes habían acordado que se verían ahí, además, habían sellado una promesa: Toti conocería a Lance, hijo del también ciclista. El encuentro emocionaba a ambas familias porque no es común que chicos de 12 años emprendan viajes en bicicleta tan desafiantes. Lance era campeón regional infantil y soñaba con ser profesional. Sin embargo, la promesa de llegar a los podios y la de conocer a su amigo mexicano quedaron inconclusas. Edwin Haro Ruiz atropelló a Lance cuando el chico montaba en bicicleta. Según la emisora Antena 3, el sospechoso del accidente conducía a 150 kilómetros por hora en una carretera limitada a 50 kilómetros por hora; fue puesto en libertad. Pensando en su hijo, Tania ajustó la ruta. Ya no tomarían autopistas sino veredas y rutas menos transitadas, pero seguirían adelante.
“Lo más importante en este tipo de viajes y en la vida es ser flexible”, explica Toti Hope, “luego uno se amarra a que todo tiene que ser como lo planeaste, pero los viajes son todo lo contrario. No puedes controlar las cosas porque no están en tu entorno. Una enseñanza del viaje que me va a seguir toda la vida es que tienes que ir fluyendo”.
En Guatemala también hubo momentos muy tensos como cuando Toti pidió a una camioneta que les diera un aventón a la localidad de Poptún. Quienes manejaban, aparentemente miembros de la Mara Salvatrucha, subieron a Tania, Toti y las bicicletas a la caja de la pick-up. Recorrieron, recuerda la ciclista, varios kilómetros a una velocidad más allá de la permitida y no se detuvieron en el señalamiento de Poptún. El miedo cesó cuando los hombres finalmente pararon en una gasolinera y animaron a la familia a seguir con el viaje, además de prometerles que estarían pendientes de la travesía en redes sociales. También en Guatemala, recuerda Tania Hope, un bombero quiso “pasarse de listo”. El enojo y la frustración del acoso derivó en una lección para Toti: “Esto a lo que le tuviste miedo, nosotras como mujeres lo vivimos muchísimo. Nunca quiero que hostigues a ninguna mujer”.
El resto del viaje fue, si cabe la expresión, más tranquilo, o al menos se acostumbraron a la rutina. A la altura de Lima, Toti pensó en abandonar el viaje y regresar con la gente a la que tanto extrañaba, pero el camino de vuelta era tan largo como el que faltaba por recorrer y no quiso dejar la hazaña a la mitad. En Perú, Tania tuvo una crisis de cansancio y a Toti le tocó en Chile, pero no pararon hasta llegar al punto más lejano del continente.
“No lo asimilé hasta el último día. Mi mamá me dijo ‘hoy vamos a llegar a Ushuaia’ y me cayó el veinte”, recuerda Toti Hope; “fue bonito y había muchas emociones juntas, entre emoción y tristeza, y ver hacia atrás todo lo que había pasado para llegar hasta ahí. Ese momento fue muy shockeante porque yo esperaba una satisfacción enorme y me di cuenta de que no. Lo importante no es la meta sino el proceso, y disfruté tanto el proceso que la meta se volvió algo secundario. Ya era una persona totalmente diferente a la que había comenzado el viaje. Ya no era por lo que había empezado”.
En su entrenamiento en el Ajusco, cuando está a punto de descender como bólido, Toti contempla su bicicleta y dice que no, que no repetirá el viaje hasta que tenga 70 años. Tiene que ver con la adrenalina, pero no únicamente por el salto de ocho metros de alto que repetirá dos veces en este sábado de 2024 o esas rampas a las que se enfrentará de nuevo a solo dos semanas de haberse dislocado el brazo en una caída. La emoción apunta a convertirse en el primer mexicano en ganar la World Cup de la UCI Mountain Bike World Series, pero, sobre todo, a vivir el proceso.
“Quiero mostrar cómo es la vida de un atleta. Los momentos difíciles y los buenos para que la gente se humanice más con todos los atletas. Esto va a ayudar a que el deporte mejore porque unos los ve y piensa que son unas máquinas, que son gente fuera de este mundo”, señala Toti.
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Toti Hope aprovecha las rectas, como le llama a esos serpenteantes senderos llenos de ramas y rocas que no pueden ser ignoradas al manubrio. Ahí es donde el competidor se siente más cómodo y gana tiempo en las carreras de downhill y enduro. Las curvas son lo que más se le dificulta, pero la idea es que en cada entrenamiento lleve su límite físico y mental un poco más lejos. Cada día aumenta la velocidad, cierra más las curvas y arriesga en los saltos. También hay algo de suerte, confiesa.
En este entrenamiento de agosto, la vertical de ocho metros ha quedado muy atrás y Toti ha volado ya otra prueba conocida como “el columpio”, en la que el ciclista baja a toda velocidad una depresión en forma de “u” para brincar de vuelta hacia la pista; y el chico lo ha llevado con calma hasta que llega a la serie de rampas y saltos en la que hace dos semanas tuvo un accidente que lo mandó al hospital.
La suerte consiste en avanzar por un empedrado, bajar una primera pendiente de tres metros, saltar una rampa de tablones de unos cuatro o cinco metros, enfilar una recta y tomar una rampa de tierra que le hará volar otros 9 o 10 metros de largo. La última vez que lo hizo fue con una bicicleta nueva, más ligera que la de 18 kilogramos que generalmente usa. Ese día el cálculo no salió bien y voló más de lo debido. Cuando vio que el recibidor había quedado atrás y que su inclinación no era la correcta supo que el golpe era inevitable. Toti, de 71 kilos y 1.78 metros, cayó de cara desde cuatro metros de altura y a 40 kilómetros por hora. El casco se rompió en cuatro, los ojos y la nariz se le llenaron de tierra y, aturdido, logró caminar hasta la ambulancia. En el hospital fue diagnosticado con una luxación de clavícula.
Cuando me recuperé y me dijeron que podía volver a rodar, pensaba en el Ajusco y me ponía muy nervioso, se me aceleraba el corazón porque tenía el sentimiento de casi matarme. Decidí ir con una psicóloga deportiva porque parte de esto es que a veces necesitas ayuda; no sabes cómo manejarlo. Antes de rodar tuve una sesión con la psicóloga y me ayudó a darme cuenta de que va a depender de mí. Es retomar la confianza y saber que eres capaz de hacerlo.
En este entrenamiento, a Toti se le ve precavido y aunque pedalea con fuerza hacia la última rampa no logra completar el salto. “Es el trauma”, dice, y repite el circuito, pero sin completar de nuevo el segundo salto. Y lo seguirá intentando hasta que lo logre. No le queda de otra. Debe superar la desconfianza lo antes posible y seguir con su preparación pues, como ha dicho, todo depende de él.
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En Latinoamérica, considera Toti, los competidores a vencer en downhill y enduro son los de Brasil y Colombia, y ni hablar de los estadounidenses y europeos. “Cuando han venido del extranjero, dicen que las pistas son muy fáciles”, explica Tania Hope. Tampoco hay apoyos federales y la Federación Mexicana de Ciclismo no es parte de la World Cup de la UCI por lo que la única forma en la que Toti eventualmente podrá competir es como individuo y no como abanderado del país.
Con su trabajo, Toti y Tania costean por sí mismos los vuelos, equipaje, hospedajes y viáticos de las competencias. En 2021, Tania abrió HOPE Team, escuela de downhill y enduro para cuarenta infancias y juventudes en la que Toti es profesor. Y parte del trabajo duro, además de dar clases y entrenar, es la constante búsqueda de patrocinadores de bicicletas —de más de 100 000 pesos—, cascos –de más de 3 000 pesos—, suspensiones, frenos y todo tipo de refacciones. “Lo que nos respalda mucho es lo del viaje”, señala Tania; “la gente dice que si un niño pedaleó 22 000 kilómetros durante un año y medio para ver pingüinos, obviamente va a hacer todo lo que necesite para llegar a cumplir su sueño de ser el mejor de México y el mundo. Así sin nada, así como nos fuimos al viaje sin dinero, sin saber nada de ciclismo, sin unas buenas bicis, sin conocer a nadie, siendo una mujer y un niño, podemos lograr cualquier cosa”.
Con el deseo de cumplir su sueño, Toti participará el 21 de septiembre en la carrera Ultimate Urban Enduro, clasificatorio para el Red Bull Guanajuato Cerro Abajo, considerado el evento de bici de montaña más importante en México. Esta sería para Toti la primera competencia seguida por millones de personas alrededor del mundo. Y de ganar esta primera etapa clasificatoria, tendría un boleto para probarse en una segunda instancia de la que saldrán solo 15 ciclistas de 33. Pocos días después, del 26 al 29 de septiembre, representará a México en el Campeonato Panamericano de Downhill 2024 de El Salvador, como parte de la categoría Junior. Según las estadísticas —ha ganado casi el 90% de sus carreras—, Toti debería quedar en lo más alto de ambas tablas. Pero los podios, insiste, son solo parte de la trama. Hay una cosa muy poderosa en su enunciación. Toti no habla de la copa mundial como un sueño sino como de una realidad. Su biografía en Instagram simplemente dice “documentando mi proceso para llegar a la World Cup”.
“Yo le creo. Le creo. Sé que lo va a hacer”, asegura Tania mientras su hijo hace una última bajada por la montaña como parte de su entrenamiento.
Y antes de que termine el día, Toti vuelve a saltar esa vertical de ocho metros y se enfrenta de nuevo a la rampa que lo llevó al hospital. “No es que no tenga miedo”, dice el ciclista, “pero lo hago con miedo porque sé que soy capaz y porque prefiero vencer esos miedos a quedarme con el ‘¿qué hubiera pasado’”. Toti Hope lucha por ser el primer mexicano en ganar la World Cup de la UCI Mountain Bike World Series porque nadie va a contárselo.
Toti Hope entrenando en la pista Panamericana, del Parque Nacional Cumbres del Ajusco, en la Ciudad de México.
Lo que comenzó con un viaje en bici desde México a la Patagonia para que Toti Hope conociera a los pingüinos, hoy, seis años después, ha convertido al chico de 18 años en el primer mexicano que podría ganar la World Cup de la Union Cycliste Internationale (UCI) Mountain Bike World Series.
Toti Hope se para al filo de la vertical. Desde donde está parado hasta el fondo hay una profundidad equivalente a una casa de dos pisos, pero Toti apenas dedica unos segundos a estudiar los ocho metros que brincará con su bicicleta. A sus 18 años, el ciclista no piensa mucho en lo que será su primer salto de este entrenamiento rutinario de cara a sus próximas competencias de downhill y enduro. Desde donde Toti analiza el salto, a lo lejos se ven las colinas del Ajusco con sus árboles y hacia abajo la pista repleta de obstáculos y constantes montículos que le sumarán velocidad. Desde el borde, lo que Toti ve es una meta: ser el primer competidor mexicano en ganar la World Cup de la UCI Mountain Bike World Series, competencia internacional en la que los mejores deportistas del mundo recorren circuitos de Inglaterra, Polonia, Austria, Francia, Italia, Canadá y Estados Unidos, y en la que México nunca ha tenido una buena participación en la tabla de puntos. Toti mantiene en la mira el camino recorrido y lo que le falta. “Lo que me hace despertarme cada día es la meta, pero disfruto tanto mi vida que no ha habido ningún entrenamiento en el que haya dicho que quiero irme a mi casa”, dice Toti a Gatopardo.
El comienzo
A los 12 años, Joshua Hope —conocido como Toti— y su madre, Tania, viajaron en bicicleta desde la Ciudad de México hasta Ushuaia, en la Patagonia argentina, y durante un año y tres meses recorrieron 22 000 kilómetros y nueve países. De vuelta en México, Toti retomó el ciclismo y conoció el enduro —modalidad de ciclismo que consiste en carreras tipo rally de resistencia en las que el competidor atraviesa la montaña y la baja en el menor tiempo posible— y downhill —que califica únicamente el tiempo de bajada en campo traviesa—, disciplinas que le han dado 31 campeonatos de los 35 en los que ha competido. Con esa marca, cualquiera pensaría que llegar a la meta es un trámite y que ganará sus próximas competiciones del 21 de septiembre, cuando se una a la carrera Ultimate Urban Enduro —clasificatorio para el Red Bull Guanajuato Cerro Abajo—, y del 26 al 29 de septiembre en el Campeonato Panamericano de Downhill 2024, en El Salvador. Sin embargo, el camino a convertirse en campeón mundial es muy difícil. Estos deportes son relativamente nuevos en México y aún no se alcanza el nivel de las grandes potencias. La Federación Mexicana de Ciclismo no es parte de la World Cup de la UCI por lo que los participantes nacionales no pueden competir como representantes del país sino como individuos particulares. No hay apoyos ni becas federales, y tanto Toti como Tania deben buscar por sí mismos los patrocinios de bicicletas, cascos, refacciones, vuelos, hospedajes y alimentos. Y por supuesto que cada bajada, salto, curva y piedra en el camino debe tomarse con la seriedad y concentración que un deporte de alto riesgo supone. Toti ha tenido ya varias caídas. La más reciente lo mandó en ambulancia al hospital y resultó en una luxación de clavícula y un casco partido en cuatro. Con todo, Toti echa un vistazo desde el borde. Toma la bicicleta y encara ese salto de ocho metros de la misma manera con la que persigue su sueño. “Todo el mundo cree que no me da miedo hacer estas locuras, pero la verdad hay veces en las que por dentro estoy muriendo de miedo”, confiesa Toti Hope; pero siempre salta.
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Toti toma el lift, como se le conoce al transporte ejidal que lleva a los practicantes de downhill de la entrada del Parque Ejidal San Nicolás Totolapan, en el Ajusco, al punto de partida de la pista. Desde que sube al remolque, el ciclista intuye cómo estará la carrera en esta mañana de agosto. Las lluvias de anoche han dejado el terreno ideal: no hay muchos charcos, no hay muchas ramas, nada de polvo. La media hora que toma el recorrido de subida contrasta con el de bajada. “Hoy me iré tranquilo, pero cuando entreno muy duro puedo bajar la montaña en cinco minutos”, explica.
El downhill es una modalidad del ciclismo de montaña, pero mucho más adrenalínico y riesgoso, lo que contrasta con lo contemplativo del viaje de 22 000 kilómetros que hizo en bicicleta junto con su madre desde la Ciudad de México hasta Ushuaia, en la Patagonia argentina. De niño, Toti amaba a los pingüinos, y con el pretexto de ver a las aves en libertad, su madre Tania Hope, organizó una travesía por nueve países que realizarían durante un año y tres meses. “Quería una aventura madre e hijo para que Toti cerrara su infancia con algo que nunca olvidaría”, explica la también ciclista.
Había también otro motivo. Tania, una enamorada de la libertad, la naturaleza y la vida, quería darle a su hijo todo el tiempo que en su día a día como tatuadora no había podido brindarle. “Trabajaba un montón para sacarlo adelante. Lo veía aburrido porque no tenían televisión ni distracciones. Toti pasaba todo el tiempo en el celular”, recuerda la artista egresada de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda.
Te recomendamos leer el reportaje: "Una casa llena de medallas: Jessica García y su camino a París 2024".
Trazaron la ruta y pedalearon. Llevaron lo indispensable: ropa, herramientas, la máquina para tatuar con la que Tania trabajaría en cada destino y costearía el viaje, y 18 000 pesos mexicanos —menos que lo que cuesta un vuelo redondo hacia Argentina para un adulto—. Madre e hijo forjaron un vínculo a partir de todo lo que Toti contaba, pero también había muchos momentos de silencio. El pedaleo constante resulta meditabundo.
“Me empecé a conocer a mí mismo, a ver qué me gustaba, qué se me ocurría. Mi abuela dice mucho una frase: ‘el aburrimiento es una elección’. Yo lo apliqué en ese viaje. Muchos dirán que no había mucho qué hacer más que pedalear, pero yo iba en mi cabeza pensando qué quería hacer incluso cuando fuera grande”, recuerda Toti Hope. “Lo que más quería era mostrarle al mundo que hay que hacer lo que a uno le gusta. En ese momento yo estaba disfrutando mucho y me di cuenta de que en la vida hay que hacer lo que te apasiona porque es muy corta como para arrepentirse”.
En partes iguales, cada día representaba la misma dosis de rutina que de sorpresa: pedalear 6, 8, 12 horas; encontrar un sitio dónde dormir y comer; nunca alejarse de las bicicletas que entonces eran su hogar. Además de los tatuajes, Tania y Toti vivían de las fotografías que tomaban y vendían como postales, así como de la generosidad de la gente. En una ocasión les dieron 100 dólares por una de las postales y era común que en fondas y restaurantes algún comensal pagara la cuenta por ellos. Un chico de 12 años, de cabello desteñido y montado en una bicicleta totalmente cargada, con su bandera de México colgada en el equipaje, siempre inspiraba a las personas.
Lo más difícil fue alejarme de la gente que quería. De mi casa, de mi cama y de mi ducha [me] daba igual; aprendes a adaptarte, [aunque] muchas veces extrañaba a mi familia y a mis amigos. Era complicado porque era una etapa en la que todos mis amigos estaban experimentando muchas cosas.
La única vez que Tania pensó que quizá el viaje no era una buena idea fue cuando apenas iban por Cancún. Estaba en contacto con Luis Alberto Ramírez D’Angelo, conocido como Lucho, administrador del refugio para ciclistas La Casa de la Amistad, en Trujillo, Perú. En un intercambio de mensajes habían acordado que se verían ahí, además, habían sellado una promesa: Toti conocería a Lance, hijo del también ciclista. El encuentro emocionaba a ambas familias porque no es común que chicos de 12 años emprendan viajes en bicicleta tan desafiantes. Lance era campeón regional infantil y soñaba con ser profesional. Sin embargo, la promesa de llegar a los podios y la de conocer a su amigo mexicano quedaron inconclusas. Edwin Haro Ruiz atropelló a Lance cuando el chico montaba en bicicleta. Según la emisora Antena 3, el sospechoso del accidente conducía a 150 kilómetros por hora en una carretera limitada a 50 kilómetros por hora; fue puesto en libertad. Pensando en su hijo, Tania ajustó la ruta. Ya no tomarían autopistas sino veredas y rutas menos transitadas, pero seguirían adelante.
“Lo más importante en este tipo de viajes y en la vida es ser flexible”, explica Toti Hope, “luego uno se amarra a que todo tiene que ser como lo planeaste, pero los viajes son todo lo contrario. No puedes controlar las cosas porque no están en tu entorno. Una enseñanza del viaje que me va a seguir toda la vida es que tienes que ir fluyendo”.
En Guatemala también hubo momentos muy tensos como cuando Toti pidió a una camioneta que les diera un aventón a la localidad de Poptún. Quienes manejaban, aparentemente miembros de la Mara Salvatrucha, subieron a Tania, Toti y las bicicletas a la caja de la pick-up. Recorrieron, recuerda la ciclista, varios kilómetros a una velocidad más allá de la permitida y no se detuvieron en el señalamiento de Poptún. El miedo cesó cuando los hombres finalmente pararon en una gasolinera y animaron a la familia a seguir con el viaje, además de prometerles que estarían pendientes de la travesía en redes sociales. También en Guatemala, recuerda Tania Hope, un bombero quiso “pasarse de listo”. El enojo y la frustración del acoso derivó en una lección para Toti: “Esto a lo que le tuviste miedo, nosotras como mujeres lo vivimos muchísimo. Nunca quiero que hostigues a ninguna mujer”.
El resto del viaje fue, si cabe la expresión, más tranquilo, o al menos se acostumbraron a la rutina. A la altura de Lima, Toti pensó en abandonar el viaje y regresar con la gente a la que tanto extrañaba, pero el camino de vuelta era tan largo como el que faltaba por recorrer y no quiso dejar la hazaña a la mitad. En Perú, Tania tuvo una crisis de cansancio y a Toti le tocó en Chile, pero no pararon hasta llegar al punto más lejano del continente.
“No lo asimilé hasta el último día. Mi mamá me dijo ‘hoy vamos a llegar a Ushuaia’ y me cayó el veinte”, recuerda Toti Hope; “fue bonito y había muchas emociones juntas, entre emoción y tristeza, y ver hacia atrás todo lo que había pasado para llegar hasta ahí. Ese momento fue muy shockeante porque yo esperaba una satisfacción enorme y me di cuenta de que no. Lo importante no es la meta sino el proceso, y disfruté tanto el proceso que la meta se volvió algo secundario. Ya era una persona totalmente diferente a la que había comenzado el viaje. Ya no era por lo que había empezado”.
En su entrenamiento en el Ajusco, cuando está a punto de descender como bólido, Toti contempla su bicicleta y dice que no, que no repetirá el viaje hasta que tenga 70 años. Tiene que ver con la adrenalina, pero no únicamente por el salto de ocho metros de alto que repetirá dos veces en este sábado de 2024 o esas rampas a las que se enfrentará de nuevo a solo dos semanas de haberse dislocado el brazo en una caída. La emoción apunta a convertirse en el primer mexicano en ganar la World Cup de la UCI Mountain Bike World Series, pero, sobre todo, a vivir el proceso.
“Quiero mostrar cómo es la vida de un atleta. Los momentos difíciles y los buenos para que la gente se humanice más con todos los atletas. Esto va a ayudar a que el deporte mejore porque unos los ve y piensa que son unas máquinas, que son gente fuera de este mundo”, señala Toti.
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Toti Hope aprovecha las rectas, como le llama a esos serpenteantes senderos llenos de ramas y rocas que no pueden ser ignoradas al manubrio. Ahí es donde el competidor se siente más cómodo y gana tiempo en las carreras de downhill y enduro. Las curvas son lo que más se le dificulta, pero la idea es que en cada entrenamiento lleve su límite físico y mental un poco más lejos. Cada día aumenta la velocidad, cierra más las curvas y arriesga en los saltos. También hay algo de suerte, confiesa.
En este entrenamiento de agosto, la vertical de ocho metros ha quedado muy atrás y Toti ha volado ya otra prueba conocida como “el columpio”, en la que el ciclista baja a toda velocidad una depresión en forma de “u” para brincar de vuelta hacia la pista; y el chico lo ha llevado con calma hasta que llega a la serie de rampas y saltos en la que hace dos semanas tuvo un accidente que lo mandó al hospital.
La suerte consiste en avanzar por un empedrado, bajar una primera pendiente de tres metros, saltar una rampa de tablones de unos cuatro o cinco metros, enfilar una recta y tomar una rampa de tierra que le hará volar otros 9 o 10 metros de largo. La última vez que lo hizo fue con una bicicleta nueva, más ligera que la de 18 kilogramos que generalmente usa. Ese día el cálculo no salió bien y voló más de lo debido. Cuando vio que el recibidor había quedado atrás y que su inclinación no era la correcta supo que el golpe era inevitable. Toti, de 71 kilos y 1.78 metros, cayó de cara desde cuatro metros de altura y a 40 kilómetros por hora. El casco se rompió en cuatro, los ojos y la nariz se le llenaron de tierra y, aturdido, logró caminar hasta la ambulancia. En el hospital fue diagnosticado con una luxación de clavícula.
Cuando me recuperé y me dijeron que podía volver a rodar, pensaba en el Ajusco y me ponía muy nervioso, se me aceleraba el corazón porque tenía el sentimiento de casi matarme. Decidí ir con una psicóloga deportiva porque parte de esto es que a veces necesitas ayuda; no sabes cómo manejarlo. Antes de rodar tuve una sesión con la psicóloga y me ayudó a darme cuenta de que va a depender de mí. Es retomar la confianza y saber que eres capaz de hacerlo.
En este entrenamiento, a Toti se le ve precavido y aunque pedalea con fuerza hacia la última rampa no logra completar el salto. “Es el trauma”, dice, y repite el circuito, pero sin completar de nuevo el segundo salto. Y lo seguirá intentando hasta que lo logre. No le queda de otra. Debe superar la desconfianza lo antes posible y seguir con su preparación pues, como ha dicho, todo depende de él.
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En Latinoamérica, considera Toti, los competidores a vencer en downhill y enduro son los de Brasil y Colombia, y ni hablar de los estadounidenses y europeos. “Cuando han venido del extranjero, dicen que las pistas son muy fáciles”, explica Tania Hope. Tampoco hay apoyos federales y la Federación Mexicana de Ciclismo no es parte de la World Cup de la UCI por lo que la única forma en la que Toti eventualmente podrá competir es como individuo y no como abanderado del país.
Con su trabajo, Toti y Tania costean por sí mismos los vuelos, equipaje, hospedajes y viáticos de las competencias. En 2021, Tania abrió HOPE Team, escuela de downhill y enduro para cuarenta infancias y juventudes en la que Toti es profesor. Y parte del trabajo duro, además de dar clases y entrenar, es la constante búsqueda de patrocinadores de bicicletas —de más de 100 000 pesos—, cascos –de más de 3 000 pesos—, suspensiones, frenos y todo tipo de refacciones. “Lo que nos respalda mucho es lo del viaje”, señala Tania; “la gente dice que si un niño pedaleó 22 000 kilómetros durante un año y medio para ver pingüinos, obviamente va a hacer todo lo que necesite para llegar a cumplir su sueño de ser el mejor de México y el mundo. Así sin nada, así como nos fuimos al viaje sin dinero, sin saber nada de ciclismo, sin unas buenas bicis, sin conocer a nadie, siendo una mujer y un niño, podemos lograr cualquier cosa”.
Con el deseo de cumplir su sueño, Toti participará el 21 de septiembre en la carrera Ultimate Urban Enduro, clasificatorio para el Red Bull Guanajuato Cerro Abajo, considerado el evento de bici de montaña más importante en México. Esta sería para Toti la primera competencia seguida por millones de personas alrededor del mundo. Y de ganar esta primera etapa clasificatoria, tendría un boleto para probarse en una segunda instancia de la que saldrán solo 15 ciclistas de 33. Pocos días después, del 26 al 29 de septiembre, representará a México en el Campeonato Panamericano de Downhill 2024 de El Salvador, como parte de la categoría Junior. Según las estadísticas —ha ganado casi el 90% de sus carreras—, Toti debería quedar en lo más alto de ambas tablas. Pero los podios, insiste, son solo parte de la trama. Hay una cosa muy poderosa en su enunciación. Toti no habla de la copa mundial como un sueño sino como de una realidad. Su biografía en Instagram simplemente dice “documentando mi proceso para llegar a la World Cup”.
“Yo le creo. Le creo. Sé que lo va a hacer”, asegura Tania mientras su hijo hace una última bajada por la montaña como parte de su entrenamiento.
Y antes de que termine el día, Toti vuelve a saltar esa vertical de ocho metros y se enfrenta de nuevo a la rampa que lo llevó al hospital. “No es que no tenga miedo”, dice el ciclista, “pero lo hago con miedo porque sé que soy capaz y porque prefiero vencer esos miedos a quedarme con el ‘¿qué hubiera pasado’”. Toti Hope lucha por ser el primer mexicano en ganar la World Cup de la UCI Mountain Bike World Series porque nadie va a contárselo.
Lo que comenzó con un viaje en bici desde México a la Patagonia para que Toti Hope conociera a los pingüinos, hoy, seis años después, ha convertido al chico de 18 años en el primer mexicano que podría ganar la World Cup de la Union Cycliste Internationale (UCI) Mountain Bike World Series.
Toti Hope se para al filo de la vertical. Desde donde está parado hasta el fondo hay una profundidad equivalente a una casa de dos pisos, pero Toti apenas dedica unos segundos a estudiar los ocho metros que brincará con su bicicleta. A sus 18 años, el ciclista no piensa mucho en lo que será su primer salto de este entrenamiento rutinario de cara a sus próximas competencias de downhill y enduro. Desde donde Toti analiza el salto, a lo lejos se ven las colinas del Ajusco con sus árboles y hacia abajo la pista repleta de obstáculos y constantes montículos que le sumarán velocidad. Desde el borde, lo que Toti ve es una meta: ser el primer competidor mexicano en ganar la World Cup de la UCI Mountain Bike World Series, competencia internacional en la que los mejores deportistas del mundo recorren circuitos de Inglaterra, Polonia, Austria, Francia, Italia, Canadá y Estados Unidos, y en la que México nunca ha tenido una buena participación en la tabla de puntos. Toti mantiene en la mira el camino recorrido y lo que le falta. “Lo que me hace despertarme cada día es la meta, pero disfruto tanto mi vida que no ha habido ningún entrenamiento en el que haya dicho que quiero irme a mi casa”, dice Toti a Gatopardo.
El comienzo
A los 12 años, Joshua Hope —conocido como Toti— y su madre, Tania, viajaron en bicicleta desde la Ciudad de México hasta Ushuaia, en la Patagonia argentina, y durante un año y tres meses recorrieron 22 000 kilómetros y nueve países. De vuelta en México, Toti retomó el ciclismo y conoció el enduro —modalidad de ciclismo que consiste en carreras tipo rally de resistencia en las que el competidor atraviesa la montaña y la baja en el menor tiempo posible— y downhill —que califica únicamente el tiempo de bajada en campo traviesa—, disciplinas que le han dado 31 campeonatos de los 35 en los que ha competido. Con esa marca, cualquiera pensaría que llegar a la meta es un trámite y que ganará sus próximas competiciones del 21 de septiembre, cuando se una a la carrera Ultimate Urban Enduro —clasificatorio para el Red Bull Guanajuato Cerro Abajo—, y del 26 al 29 de septiembre en el Campeonato Panamericano de Downhill 2024, en El Salvador. Sin embargo, el camino a convertirse en campeón mundial es muy difícil. Estos deportes son relativamente nuevos en México y aún no se alcanza el nivel de las grandes potencias. La Federación Mexicana de Ciclismo no es parte de la World Cup de la UCI por lo que los participantes nacionales no pueden competir como representantes del país sino como individuos particulares. No hay apoyos ni becas federales, y tanto Toti como Tania deben buscar por sí mismos los patrocinios de bicicletas, cascos, refacciones, vuelos, hospedajes y alimentos. Y por supuesto que cada bajada, salto, curva y piedra en el camino debe tomarse con la seriedad y concentración que un deporte de alto riesgo supone. Toti ha tenido ya varias caídas. La más reciente lo mandó en ambulancia al hospital y resultó en una luxación de clavícula y un casco partido en cuatro. Con todo, Toti echa un vistazo desde el borde. Toma la bicicleta y encara ese salto de ocho metros de la misma manera con la que persigue su sueño. “Todo el mundo cree que no me da miedo hacer estas locuras, pero la verdad hay veces en las que por dentro estoy muriendo de miedo”, confiesa Toti Hope; pero siempre salta.
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Toti toma el lift, como se le conoce al transporte ejidal que lleva a los practicantes de downhill de la entrada del Parque Ejidal San Nicolás Totolapan, en el Ajusco, al punto de partida de la pista. Desde que sube al remolque, el ciclista intuye cómo estará la carrera en esta mañana de agosto. Las lluvias de anoche han dejado el terreno ideal: no hay muchos charcos, no hay muchas ramas, nada de polvo. La media hora que toma el recorrido de subida contrasta con el de bajada. “Hoy me iré tranquilo, pero cuando entreno muy duro puedo bajar la montaña en cinco minutos”, explica.
El downhill es una modalidad del ciclismo de montaña, pero mucho más adrenalínico y riesgoso, lo que contrasta con lo contemplativo del viaje de 22 000 kilómetros que hizo en bicicleta junto con su madre desde la Ciudad de México hasta Ushuaia, en la Patagonia argentina. De niño, Toti amaba a los pingüinos, y con el pretexto de ver a las aves en libertad, su madre Tania Hope, organizó una travesía por nueve países que realizarían durante un año y tres meses. “Quería una aventura madre e hijo para que Toti cerrara su infancia con algo que nunca olvidaría”, explica la también ciclista.
Había también otro motivo. Tania, una enamorada de la libertad, la naturaleza y la vida, quería darle a su hijo todo el tiempo que en su día a día como tatuadora no había podido brindarle. “Trabajaba un montón para sacarlo adelante. Lo veía aburrido porque no tenían televisión ni distracciones. Toti pasaba todo el tiempo en el celular”, recuerda la artista egresada de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda.
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Trazaron la ruta y pedalearon. Llevaron lo indispensable: ropa, herramientas, la máquina para tatuar con la que Tania trabajaría en cada destino y costearía el viaje, y 18 000 pesos mexicanos —menos que lo que cuesta un vuelo redondo hacia Argentina para un adulto—. Madre e hijo forjaron un vínculo a partir de todo lo que Toti contaba, pero también había muchos momentos de silencio. El pedaleo constante resulta meditabundo.
“Me empecé a conocer a mí mismo, a ver qué me gustaba, qué se me ocurría. Mi abuela dice mucho una frase: ‘el aburrimiento es una elección’. Yo lo apliqué en ese viaje. Muchos dirán que no había mucho qué hacer más que pedalear, pero yo iba en mi cabeza pensando qué quería hacer incluso cuando fuera grande”, recuerda Toti Hope. “Lo que más quería era mostrarle al mundo que hay que hacer lo que a uno le gusta. En ese momento yo estaba disfrutando mucho y me di cuenta de que en la vida hay que hacer lo que te apasiona porque es muy corta como para arrepentirse”.
En partes iguales, cada día representaba la misma dosis de rutina que de sorpresa: pedalear 6, 8, 12 horas; encontrar un sitio dónde dormir y comer; nunca alejarse de las bicicletas que entonces eran su hogar. Además de los tatuajes, Tania y Toti vivían de las fotografías que tomaban y vendían como postales, así como de la generosidad de la gente. En una ocasión les dieron 100 dólares por una de las postales y era común que en fondas y restaurantes algún comensal pagara la cuenta por ellos. Un chico de 12 años, de cabello desteñido y montado en una bicicleta totalmente cargada, con su bandera de México colgada en el equipaje, siempre inspiraba a las personas.
Lo más difícil fue alejarme de la gente que quería. De mi casa, de mi cama y de mi ducha [me] daba igual; aprendes a adaptarte, [aunque] muchas veces extrañaba a mi familia y a mis amigos. Era complicado porque era una etapa en la que todos mis amigos estaban experimentando muchas cosas.
La única vez que Tania pensó que quizá el viaje no era una buena idea fue cuando apenas iban por Cancún. Estaba en contacto con Luis Alberto Ramírez D’Angelo, conocido como Lucho, administrador del refugio para ciclistas La Casa de la Amistad, en Trujillo, Perú. En un intercambio de mensajes habían acordado que se verían ahí, además, habían sellado una promesa: Toti conocería a Lance, hijo del también ciclista. El encuentro emocionaba a ambas familias porque no es común que chicos de 12 años emprendan viajes en bicicleta tan desafiantes. Lance era campeón regional infantil y soñaba con ser profesional. Sin embargo, la promesa de llegar a los podios y la de conocer a su amigo mexicano quedaron inconclusas. Edwin Haro Ruiz atropelló a Lance cuando el chico montaba en bicicleta. Según la emisora Antena 3, el sospechoso del accidente conducía a 150 kilómetros por hora en una carretera limitada a 50 kilómetros por hora; fue puesto en libertad. Pensando en su hijo, Tania ajustó la ruta. Ya no tomarían autopistas sino veredas y rutas menos transitadas, pero seguirían adelante.
“Lo más importante en este tipo de viajes y en la vida es ser flexible”, explica Toti Hope, “luego uno se amarra a que todo tiene que ser como lo planeaste, pero los viajes son todo lo contrario. No puedes controlar las cosas porque no están en tu entorno. Una enseñanza del viaje que me va a seguir toda la vida es que tienes que ir fluyendo”.
En Guatemala también hubo momentos muy tensos como cuando Toti pidió a una camioneta que les diera un aventón a la localidad de Poptún. Quienes manejaban, aparentemente miembros de la Mara Salvatrucha, subieron a Tania, Toti y las bicicletas a la caja de la pick-up. Recorrieron, recuerda la ciclista, varios kilómetros a una velocidad más allá de la permitida y no se detuvieron en el señalamiento de Poptún. El miedo cesó cuando los hombres finalmente pararon en una gasolinera y animaron a la familia a seguir con el viaje, además de prometerles que estarían pendientes de la travesía en redes sociales. También en Guatemala, recuerda Tania Hope, un bombero quiso “pasarse de listo”. El enojo y la frustración del acoso derivó en una lección para Toti: “Esto a lo que le tuviste miedo, nosotras como mujeres lo vivimos muchísimo. Nunca quiero que hostigues a ninguna mujer”.
El resto del viaje fue, si cabe la expresión, más tranquilo, o al menos se acostumbraron a la rutina. A la altura de Lima, Toti pensó en abandonar el viaje y regresar con la gente a la que tanto extrañaba, pero el camino de vuelta era tan largo como el que faltaba por recorrer y no quiso dejar la hazaña a la mitad. En Perú, Tania tuvo una crisis de cansancio y a Toti le tocó en Chile, pero no pararon hasta llegar al punto más lejano del continente.
“No lo asimilé hasta el último día. Mi mamá me dijo ‘hoy vamos a llegar a Ushuaia’ y me cayó el veinte”, recuerda Toti Hope; “fue bonito y había muchas emociones juntas, entre emoción y tristeza, y ver hacia atrás todo lo que había pasado para llegar hasta ahí. Ese momento fue muy shockeante porque yo esperaba una satisfacción enorme y me di cuenta de que no. Lo importante no es la meta sino el proceso, y disfruté tanto el proceso que la meta se volvió algo secundario. Ya era una persona totalmente diferente a la que había comenzado el viaje. Ya no era por lo que había empezado”.
En su entrenamiento en el Ajusco, cuando está a punto de descender como bólido, Toti contempla su bicicleta y dice que no, que no repetirá el viaje hasta que tenga 70 años. Tiene que ver con la adrenalina, pero no únicamente por el salto de ocho metros de alto que repetirá dos veces en este sábado de 2024 o esas rampas a las que se enfrentará de nuevo a solo dos semanas de haberse dislocado el brazo en una caída. La emoción apunta a convertirse en el primer mexicano en ganar la World Cup de la UCI Mountain Bike World Series, pero, sobre todo, a vivir el proceso.
“Quiero mostrar cómo es la vida de un atleta. Los momentos difíciles y los buenos para que la gente se humanice más con todos los atletas. Esto va a ayudar a que el deporte mejore porque unos los ve y piensa que son unas máquinas, que son gente fuera de este mundo”, señala Toti.
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Toti Hope aprovecha las rectas, como le llama a esos serpenteantes senderos llenos de ramas y rocas que no pueden ser ignoradas al manubrio. Ahí es donde el competidor se siente más cómodo y gana tiempo en las carreras de downhill y enduro. Las curvas son lo que más se le dificulta, pero la idea es que en cada entrenamiento lleve su límite físico y mental un poco más lejos. Cada día aumenta la velocidad, cierra más las curvas y arriesga en los saltos. También hay algo de suerte, confiesa.
En este entrenamiento de agosto, la vertical de ocho metros ha quedado muy atrás y Toti ha volado ya otra prueba conocida como “el columpio”, en la que el ciclista baja a toda velocidad una depresión en forma de “u” para brincar de vuelta hacia la pista; y el chico lo ha llevado con calma hasta que llega a la serie de rampas y saltos en la que hace dos semanas tuvo un accidente que lo mandó al hospital.
La suerte consiste en avanzar por un empedrado, bajar una primera pendiente de tres metros, saltar una rampa de tablones de unos cuatro o cinco metros, enfilar una recta y tomar una rampa de tierra que le hará volar otros 9 o 10 metros de largo. La última vez que lo hizo fue con una bicicleta nueva, más ligera que la de 18 kilogramos que generalmente usa. Ese día el cálculo no salió bien y voló más de lo debido. Cuando vio que el recibidor había quedado atrás y que su inclinación no era la correcta supo que el golpe era inevitable. Toti, de 71 kilos y 1.78 metros, cayó de cara desde cuatro metros de altura y a 40 kilómetros por hora. El casco se rompió en cuatro, los ojos y la nariz se le llenaron de tierra y, aturdido, logró caminar hasta la ambulancia. En el hospital fue diagnosticado con una luxación de clavícula.
Cuando me recuperé y me dijeron que podía volver a rodar, pensaba en el Ajusco y me ponía muy nervioso, se me aceleraba el corazón porque tenía el sentimiento de casi matarme. Decidí ir con una psicóloga deportiva porque parte de esto es que a veces necesitas ayuda; no sabes cómo manejarlo. Antes de rodar tuve una sesión con la psicóloga y me ayudó a darme cuenta de que va a depender de mí. Es retomar la confianza y saber que eres capaz de hacerlo.
En este entrenamiento, a Toti se le ve precavido y aunque pedalea con fuerza hacia la última rampa no logra completar el salto. “Es el trauma”, dice, y repite el circuito, pero sin completar de nuevo el segundo salto. Y lo seguirá intentando hasta que lo logre. No le queda de otra. Debe superar la desconfianza lo antes posible y seguir con su preparación pues, como ha dicho, todo depende de él.
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En Latinoamérica, considera Toti, los competidores a vencer en downhill y enduro son los de Brasil y Colombia, y ni hablar de los estadounidenses y europeos. “Cuando han venido del extranjero, dicen que las pistas son muy fáciles”, explica Tania Hope. Tampoco hay apoyos federales y la Federación Mexicana de Ciclismo no es parte de la World Cup de la UCI por lo que la única forma en la que Toti eventualmente podrá competir es como individuo y no como abanderado del país.
Con su trabajo, Toti y Tania costean por sí mismos los vuelos, equipaje, hospedajes y viáticos de las competencias. En 2021, Tania abrió HOPE Team, escuela de downhill y enduro para cuarenta infancias y juventudes en la que Toti es profesor. Y parte del trabajo duro, además de dar clases y entrenar, es la constante búsqueda de patrocinadores de bicicletas —de más de 100 000 pesos—, cascos –de más de 3 000 pesos—, suspensiones, frenos y todo tipo de refacciones. “Lo que nos respalda mucho es lo del viaje”, señala Tania; “la gente dice que si un niño pedaleó 22 000 kilómetros durante un año y medio para ver pingüinos, obviamente va a hacer todo lo que necesite para llegar a cumplir su sueño de ser el mejor de México y el mundo. Así sin nada, así como nos fuimos al viaje sin dinero, sin saber nada de ciclismo, sin unas buenas bicis, sin conocer a nadie, siendo una mujer y un niño, podemos lograr cualquier cosa”.
Con el deseo de cumplir su sueño, Toti participará el 21 de septiembre en la carrera Ultimate Urban Enduro, clasificatorio para el Red Bull Guanajuato Cerro Abajo, considerado el evento de bici de montaña más importante en México. Esta sería para Toti la primera competencia seguida por millones de personas alrededor del mundo. Y de ganar esta primera etapa clasificatoria, tendría un boleto para probarse en una segunda instancia de la que saldrán solo 15 ciclistas de 33. Pocos días después, del 26 al 29 de septiembre, representará a México en el Campeonato Panamericano de Downhill 2024 de El Salvador, como parte de la categoría Junior. Según las estadísticas —ha ganado casi el 90% de sus carreras—, Toti debería quedar en lo más alto de ambas tablas. Pero los podios, insiste, son solo parte de la trama. Hay una cosa muy poderosa en su enunciación. Toti no habla de la copa mundial como un sueño sino como de una realidad. Su biografía en Instagram simplemente dice “documentando mi proceso para llegar a la World Cup”.
“Yo le creo. Le creo. Sé que lo va a hacer”, asegura Tania mientras su hijo hace una última bajada por la montaña como parte de su entrenamiento.
Y antes de que termine el día, Toti vuelve a saltar esa vertical de ocho metros y se enfrenta de nuevo a la rampa que lo llevó al hospital. “No es que no tenga miedo”, dice el ciclista, “pero lo hago con miedo porque sé que soy capaz y porque prefiero vencer esos miedos a quedarme con el ‘¿qué hubiera pasado’”. Toti Hope lucha por ser el primer mexicano en ganar la World Cup de la UCI Mountain Bike World Series porque nadie va a contárselo.
Toti Hope entrenando en la pista Panamericana, del Parque Nacional Cumbres del Ajusco, en la Ciudad de México.
Lo que comenzó con un viaje en bici desde México a la Patagonia para que Toti Hope conociera a los pingüinos, hoy, seis años después, ha convertido al chico de 18 años en el primer mexicano que podría ganar la World Cup de la Union Cycliste Internationale (UCI) Mountain Bike World Series.
Toti Hope se para al filo de la vertical. Desde donde está parado hasta el fondo hay una profundidad equivalente a una casa de dos pisos, pero Toti apenas dedica unos segundos a estudiar los ocho metros que brincará con su bicicleta. A sus 18 años, el ciclista no piensa mucho en lo que será su primer salto de este entrenamiento rutinario de cara a sus próximas competencias de downhill y enduro. Desde donde Toti analiza el salto, a lo lejos se ven las colinas del Ajusco con sus árboles y hacia abajo la pista repleta de obstáculos y constantes montículos que le sumarán velocidad. Desde el borde, lo que Toti ve es una meta: ser el primer competidor mexicano en ganar la World Cup de la UCI Mountain Bike World Series, competencia internacional en la que los mejores deportistas del mundo recorren circuitos de Inglaterra, Polonia, Austria, Francia, Italia, Canadá y Estados Unidos, y en la que México nunca ha tenido una buena participación en la tabla de puntos. Toti mantiene en la mira el camino recorrido y lo que le falta. “Lo que me hace despertarme cada día es la meta, pero disfruto tanto mi vida que no ha habido ningún entrenamiento en el que haya dicho que quiero irme a mi casa”, dice Toti a Gatopardo.
El comienzo
A los 12 años, Joshua Hope —conocido como Toti— y su madre, Tania, viajaron en bicicleta desde la Ciudad de México hasta Ushuaia, en la Patagonia argentina, y durante un año y tres meses recorrieron 22 000 kilómetros y nueve países. De vuelta en México, Toti retomó el ciclismo y conoció el enduro —modalidad de ciclismo que consiste en carreras tipo rally de resistencia en las que el competidor atraviesa la montaña y la baja en el menor tiempo posible— y downhill —que califica únicamente el tiempo de bajada en campo traviesa—, disciplinas que le han dado 31 campeonatos de los 35 en los que ha competido. Con esa marca, cualquiera pensaría que llegar a la meta es un trámite y que ganará sus próximas competiciones del 21 de septiembre, cuando se una a la carrera Ultimate Urban Enduro —clasificatorio para el Red Bull Guanajuato Cerro Abajo—, y del 26 al 29 de septiembre en el Campeonato Panamericano de Downhill 2024, en El Salvador. Sin embargo, el camino a convertirse en campeón mundial es muy difícil. Estos deportes son relativamente nuevos en México y aún no se alcanza el nivel de las grandes potencias. La Federación Mexicana de Ciclismo no es parte de la World Cup de la UCI por lo que los participantes nacionales no pueden competir como representantes del país sino como individuos particulares. No hay apoyos ni becas federales, y tanto Toti como Tania deben buscar por sí mismos los patrocinios de bicicletas, cascos, refacciones, vuelos, hospedajes y alimentos. Y por supuesto que cada bajada, salto, curva y piedra en el camino debe tomarse con la seriedad y concentración que un deporte de alto riesgo supone. Toti ha tenido ya varias caídas. La más reciente lo mandó en ambulancia al hospital y resultó en una luxación de clavícula y un casco partido en cuatro. Con todo, Toti echa un vistazo desde el borde. Toma la bicicleta y encara ese salto de ocho metros de la misma manera con la que persigue su sueño. “Todo el mundo cree que no me da miedo hacer estas locuras, pero la verdad hay veces en las que por dentro estoy muriendo de miedo”, confiesa Toti Hope; pero siempre salta.
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Toti toma el lift, como se le conoce al transporte ejidal que lleva a los practicantes de downhill de la entrada del Parque Ejidal San Nicolás Totolapan, en el Ajusco, al punto de partida de la pista. Desde que sube al remolque, el ciclista intuye cómo estará la carrera en esta mañana de agosto. Las lluvias de anoche han dejado el terreno ideal: no hay muchos charcos, no hay muchas ramas, nada de polvo. La media hora que toma el recorrido de subida contrasta con el de bajada. “Hoy me iré tranquilo, pero cuando entreno muy duro puedo bajar la montaña en cinco minutos”, explica.
El downhill es una modalidad del ciclismo de montaña, pero mucho más adrenalínico y riesgoso, lo que contrasta con lo contemplativo del viaje de 22 000 kilómetros que hizo en bicicleta junto con su madre desde la Ciudad de México hasta Ushuaia, en la Patagonia argentina. De niño, Toti amaba a los pingüinos, y con el pretexto de ver a las aves en libertad, su madre Tania Hope, organizó una travesía por nueve países que realizarían durante un año y tres meses. “Quería una aventura madre e hijo para que Toti cerrara su infancia con algo que nunca olvidaría”, explica la también ciclista.
Había también otro motivo. Tania, una enamorada de la libertad, la naturaleza y la vida, quería darle a su hijo todo el tiempo que en su día a día como tatuadora no había podido brindarle. “Trabajaba un montón para sacarlo adelante. Lo veía aburrido porque no tenían televisión ni distracciones. Toti pasaba todo el tiempo en el celular”, recuerda la artista egresada de la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda.
Te recomendamos leer el reportaje: "Una casa llena de medallas: Jessica García y su camino a París 2024".
Trazaron la ruta y pedalearon. Llevaron lo indispensable: ropa, herramientas, la máquina para tatuar con la que Tania trabajaría en cada destino y costearía el viaje, y 18 000 pesos mexicanos —menos que lo que cuesta un vuelo redondo hacia Argentina para un adulto—. Madre e hijo forjaron un vínculo a partir de todo lo que Toti contaba, pero también había muchos momentos de silencio. El pedaleo constante resulta meditabundo.
“Me empecé a conocer a mí mismo, a ver qué me gustaba, qué se me ocurría. Mi abuela dice mucho una frase: ‘el aburrimiento es una elección’. Yo lo apliqué en ese viaje. Muchos dirán que no había mucho qué hacer más que pedalear, pero yo iba en mi cabeza pensando qué quería hacer incluso cuando fuera grande”, recuerda Toti Hope. “Lo que más quería era mostrarle al mundo que hay que hacer lo que a uno le gusta. En ese momento yo estaba disfrutando mucho y me di cuenta de que en la vida hay que hacer lo que te apasiona porque es muy corta como para arrepentirse”.
En partes iguales, cada día representaba la misma dosis de rutina que de sorpresa: pedalear 6, 8, 12 horas; encontrar un sitio dónde dormir y comer; nunca alejarse de las bicicletas que entonces eran su hogar. Además de los tatuajes, Tania y Toti vivían de las fotografías que tomaban y vendían como postales, así como de la generosidad de la gente. En una ocasión les dieron 100 dólares por una de las postales y era común que en fondas y restaurantes algún comensal pagara la cuenta por ellos. Un chico de 12 años, de cabello desteñido y montado en una bicicleta totalmente cargada, con su bandera de México colgada en el equipaje, siempre inspiraba a las personas.
Lo más difícil fue alejarme de la gente que quería. De mi casa, de mi cama y de mi ducha [me] daba igual; aprendes a adaptarte, [aunque] muchas veces extrañaba a mi familia y a mis amigos. Era complicado porque era una etapa en la que todos mis amigos estaban experimentando muchas cosas.
La única vez que Tania pensó que quizá el viaje no era una buena idea fue cuando apenas iban por Cancún. Estaba en contacto con Luis Alberto Ramírez D’Angelo, conocido como Lucho, administrador del refugio para ciclistas La Casa de la Amistad, en Trujillo, Perú. En un intercambio de mensajes habían acordado que se verían ahí, además, habían sellado una promesa: Toti conocería a Lance, hijo del también ciclista. El encuentro emocionaba a ambas familias porque no es común que chicos de 12 años emprendan viajes en bicicleta tan desafiantes. Lance era campeón regional infantil y soñaba con ser profesional. Sin embargo, la promesa de llegar a los podios y la de conocer a su amigo mexicano quedaron inconclusas. Edwin Haro Ruiz atropelló a Lance cuando el chico montaba en bicicleta. Según la emisora Antena 3, el sospechoso del accidente conducía a 150 kilómetros por hora en una carretera limitada a 50 kilómetros por hora; fue puesto en libertad. Pensando en su hijo, Tania ajustó la ruta. Ya no tomarían autopistas sino veredas y rutas menos transitadas, pero seguirían adelante.
“Lo más importante en este tipo de viajes y en la vida es ser flexible”, explica Toti Hope, “luego uno se amarra a que todo tiene que ser como lo planeaste, pero los viajes son todo lo contrario. No puedes controlar las cosas porque no están en tu entorno. Una enseñanza del viaje que me va a seguir toda la vida es que tienes que ir fluyendo”.
En Guatemala también hubo momentos muy tensos como cuando Toti pidió a una camioneta que les diera un aventón a la localidad de Poptún. Quienes manejaban, aparentemente miembros de la Mara Salvatrucha, subieron a Tania, Toti y las bicicletas a la caja de la pick-up. Recorrieron, recuerda la ciclista, varios kilómetros a una velocidad más allá de la permitida y no se detuvieron en el señalamiento de Poptún. El miedo cesó cuando los hombres finalmente pararon en una gasolinera y animaron a la familia a seguir con el viaje, además de prometerles que estarían pendientes de la travesía en redes sociales. También en Guatemala, recuerda Tania Hope, un bombero quiso “pasarse de listo”. El enojo y la frustración del acoso derivó en una lección para Toti: “Esto a lo que le tuviste miedo, nosotras como mujeres lo vivimos muchísimo. Nunca quiero que hostigues a ninguna mujer”.
El resto del viaje fue, si cabe la expresión, más tranquilo, o al menos se acostumbraron a la rutina. A la altura de Lima, Toti pensó en abandonar el viaje y regresar con la gente a la que tanto extrañaba, pero el camino de vuelta era tan largo como el que faltaba por recorrer y no quiso dejar la hazaña a la mitad. En Perú, Tania tuvo una crisis de cansancio y a Toti le tocó en Chile, pero no pararon hasta llegar al punto más lejano del continente.
“No lo asimilé hasta el último día. Mi mamá me dijo ‘hoy vamos a llegar a Ushuaia’ y me cayó el veinte”, recuerda Toti Hope; “fue bonito y había muchas emociones juntas, entre emoción y tristeza, y ver hacia atrás todo lo que había pasado para llegar hasta ahí. Ese momento fue muy shockeante porque yo esperaba una satisfacción enorme y me di cuenta de que no. Lo importante no es la meta sino el proceso, y disfruté tanto el proceso que la meta se volvió algo secundario. Ya era una persona totalmente diferente a la que había comenzado el viaje. Ya no era por lo que había empezado”.
En su entrenamiento en el Ajusco, cuando está a punto de descender como bólido, Toti contempla su bicicleta y dice que no, que no repetirá el viaje hasta que tenga 70 años. Tiene que ver con la adrenalina, pero no únicamente por el salto de ocho metros de alto que repetirá dos veces en este sábado de 2024 o esas rampas a las que se enfrentará de nuevo a solo dos semanas de haberse dislocado el brazo en una caída. La emoción apunta a convertirse en el primer mexicano en ganar la World Cup de la UCI Mountain Bike World Series, pero, sobre todo, a vivir el proceso.
“Quiero mostrar cómo es la vida de un atleta. Los momentos difíciles y los buenos para que la gente se humanice más con todos los atletas. Esto va a ayudar a que el deporte mejore porque unos los ve y piensa que son unas máquinas, que son gente fuera de este mundo”, señala Toti.
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Toti Hope aprovecha las rectas, como le llama a esos serpenteantes senderos llenos de ramas y rocas que no pueden ser ignoradas al manubrio. Ahí es donde el competidor se siente más cómodo y gana tiempo en las carreras de downhill y enduro. Las curvas son lo que más se le dificulta, pero la idea es que en cada entrenamiento lleve su límite físico y mental un poco más lejos. Cada día aumenta la velocidad, cierra más las curvas y arriesga en los saltos. También hay algo de suerte, confiesa.
En este entrenamiento de agosto, la vertical de ocho metros ha quedado muy atrás y Toti ha volado ya otra prueba conocida como “el columpio”, en la que el ciclista baja a toda velocidad una depresión en forma de “u” para brincar de vuelta hacia la pista; y el chico lo ha llevado con calma hasta que llega a la serie de rampas y saltos en la que hace dos semanas tuvo un accidente que lo mandó al hospital.
La suerte consiste en avanzar por un empedrado, bajar una primera pendiente de tres metros, saltar una rampa de tablones de unos cuatro o cinco metros, enfilar una recta y tomar una rampa de tierra que le hará volar otros 9 o 10 metros de largo. La última vez que lo hizo fue con una bicicleta nueva, más ligera que la de 18 kilogramos que generalmente usa. Ese día el cálculo no salió bien y voló más de lo debido. Cuando vio que el recibidor había quedado atrás y que su inclinación no era la correcta supo que el golpe era inevitable. Toti, de 71 kilos y 1.78 metros, cayó de cara desde cuatro metros de altura y a 40 kilómetros por hora. El casco se rompió en cuatro, los ojos y la nariz se le llenaron de tierra y, aturdido, logró caminar hasta la ambulancia. En el hospital fue diagnosticado con una luxación de clavícula.
Cuando me recuperé y me dijeron que podía volver a rodar, pensaba en el Ajusco y me ponía muy nervioso, se me aceleraba el corazón porque tenía el sentimiento de casi matarme. Decidí ir con una psicóloga deportiva porque parte de esto es que a veces necesitas ayuda; no sabes cómo manejarlo. Antes de rodar tuve una sesión con la psicóloga y me ayudó a darme cuenta de que va a depender de mí. Es retomar la confianza y saber que eres capaz de hacerlo.
En este entrenamiento, a Toti se le ve precavido y aunque pedalea con fuerza hacia la última rampa no logra completar el salto. “Es el trauma”, dice, y repite el circuito, pero sin completar de nuevo el segundo salto. Y lo seguirá intentando hasta que lo logre. No le queda de otra. Debe superar la desconfianza lo antes posible y seguir con su preparación pues, como ha dicho, todo depende de él.
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En Latinoamérica, considera Toti, los competidores a vencer en downhill y enduro son los de Brasil y Colombia, y ni hablar de los estadounidenses y europeos. “Cuando han venido del extranjero, dicen que las pistas son muy fáciles”, explica Tania Hope. Tampoco hay apoyos federales y la Federación Mexicana de Ciclismo no es parte de la World Cup de la UCI por lo que la única forma en la que Toti eventualmente podrá competir es como individuo y no como abanderado del país.
Con su trabajo, Toti y Tania costean por sí mismos los vuelos, equipaje, hospedajes y viáticos de las competencias. En 2021, Tania abrió HOPE Team, escuela de downhill y enduro para cuarenta infancias y juventudes en la que Toti es profesor. Y parte del trabajo duro, además de dar clases y entrenar, es la constante búsqueda de patrocinadores de bicicletas —de más de 100 000 pesos—, cascos –de más de 3 000 pesos—, suspensiones, frenos y todo tipo de refacciones. “Lo que nos respalda mucho es lo del viaje”, señala Tania; “la gente dice que si un niño pedaleó 22 000 kilómetros durante un año y medio para ver pingüinos, obviamente va a hacer todo lo que necesite para llegar a cumplir su sueño de ser el mejor de México y el mundo. Así sin nada, así como nos fuimos al viaje sin dinero, sin saber nada de ciclismo, sin unas buenas bicis, sin conocer a nadie, siendo una mujer y un niño, podemos lograr cualquier cosa”.
Con el deseo de cumplir su sueño, Toti participará el 21 de septiembre en la carrera Ultimate Urban Enduro, clasificatorio para el Red Bull Guanajuato Cerro Abajo, considerado el evento de bici de montaña más importante en México. Esta sería para Toti la primera competencia seguida por millones de personas alrededor del mundo. Y de ganar esta primera etapa clasificatoria, tendría un boleto para probarse en una segunda instancia de la que saldrán solo 15 ciclistas de 33. Pocos días después, del 26 al 29 de septiembre, representará a México en el Campeonato Panamericano de Downhill 2024 de El Salvador, como parte de la categoría Junior. Según las estadísticas —ha ganado casi el 90% de sus carreras—, Toti debería quedar en lo más alto de ambas tablas. Pero los podios, insiste, son solo parte de la trama. Hay una cosa muy poderosa en su enunciación. Toti no habla de la copa mundial como un sueño sino como de una realidad. Su biografía en Instagram simplemente dice “documentando mi proceso para llegar a la World Cup”.
“Yo le creo. Le creo. Sé que lo va a hacer”, asegura Tania mientras su hijo hace una última bajada por la montaña como parte de su entrenamiento.
Y antes de que termine el día, Toti vuelve a saltar esa vertical de ocho metros y se enfrenta de nuevo a la rampa que lo llevó al hospital. “No es que no tenga miedo”, dice el ciclista, “pero lo hago con miedo porque sé que soy capaz y porque prefiero vencer esos miedos a quedarme con el ‘¿qué hubiera pasado’”. Toti Hope lucha por ser el primer mexicano en ganar la World Cup de la UCI Mountain Bike World Series porque nadie va a contárselo.
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