En una sociedad gangrenada por dos guerras, Camus fue guía para el pensamiento de una generación.
En una fotografía de 1944, Henri Cartier-Bresson retrató a Albert Camus en las calles de París. Con el pelo engomado, la mirada profunda y enfundado en un abrigo negro, el escritor argelino, emulando a un joven Humphrey Bogart, se convirtió, a través del ojo de Bresson, en un ícono visual de la época. Delgado, pálido y atractivo, Camus, a lo largo de su vida, no solo fue el escritor que marcó el rumbo del pensamiento occidental de mediados de siglo, sino que encarnó, a través del personaje que de sí mismo construyó, el querer y el sentir de una generación, la de la postguerra.
Nacido en Dréan, una localidad de la costa este de Argelia, Albert Camus perdió a su padre durante la primera guerra mundial quedando huérfano al año de nacido. Su madre, con la cual paso sus primeros años, era una mujer iletrada que, a pesar de los esfuerzos, no le pudo proveer de una educación tradicional. Tras pasar gran parte de su infancia en una de las provincias más pobres de Argelia, distanciado de la lectura y los libros, Camus se formó a través de los periódicos y de los profesores que, hasta sus 17 años, llegarían a su vida con su ida a los liceos; especialmente Louis Germain, a quien guardará total gratitud, hasta el punto de dedicarle su discurso del Premio Nobel, y Jean Grenier, quien lo inició en la lectura de los filósofos, y especialmente le dio a conocer a pensadores como Nietzsche.
Para el momento de la fotografía de Cartier-Bresson, con apenas 31 años y tras pasar algún tiempo estudiando filosofía, Camus ya se había convertido en un reconocido escritor, leído en varias partes del mundo, pero valorado específicamente por la juventud francesa debido a sus colaboraciones en Combat, el periódico clandestino de la Resistance. Su participación activa en la prensa, seguida por la aparición de su primera novela, El extranjero, posicionaron a Camus como una voz controversial, a partir de la cual muchos jóvenes estudiantes encontraron la vitalidad necesaria para enfrentar y cuestionar la realidad que dejó el paso de dos guerras mundiales.
En Francia, inmediatamente después de la desocupación alemana, la sociedad se enfrentaba a la inestabilidad provocada por una confusión moral extrema. La pregunta por quién había obrado bien, quiénes habían sido los culpables y cuáles habían sido las causas de la barbarie provocada por la guerra, mantenían latente un sin sentido en el corazón de la sociedad francesa. Desde esta perspectiva, la voz de Camus surgió entre las ruinas como una bocanada de aire fresco y se convirtió a través de personajes como Meursault, protagonista de El extranjero, en un guía ético para los jóvenes en los liceos y una piedra de toque desde donde la sociedad francesa pudo levantar nuevos cuestionamientos.
Albert Camus el 25 de noviembre de 1939 a sus 26 años, cuando Francia empezaba a ceder al miedo a la invasión alemana y sus élites políticas y periodísticas se disponían a entregarse al III Reich, escribiría un artículo temprano para Le Soir républicaine en donde versa: «Uno de los buenos preceptos de una filosofía digna es el de jamás caer en lamentaciones inútiles ante un estado de cosas que no puede ser evitado. La cuestión en Francia no es hoy saber cómo preservar la libertad. Es la de buscar cómo, ante la supresión de esas libertades, una persona puede mantenerse libre. El problema no concierte a la colectividad, concierne al individuo».
De esta manera Camus, quien sería reconocido con el Premio Nobel de Literatura en 1957 a sus 44 años, era un escritor que buscaba, de la mano de sus obras literarias y de su trabajo periodístico, restituir la responsabilidad moral del individuo y explorar los sentimientos provocados por el absurdo que, tras la guerra, se instauró en la médula del destino del hombre.
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