Madrid: ciudad mutante

Madrid: ciudad mutante

Madrid es una ciudad que exige compromiso, que te acoge con cariño y que se disfruta abrazando todas sus facetas.

Tiempo de lectura: 5 minutos

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“Buenas noches, Madrid. Ha sido muy duro llegar hoy hasta aquí. Pero ahora me alegro.” Estas palabras las pronunciaba Marisa Paredes en Tacones lejanos. Comenzar un artículo sobre esta ciudad citando a Almodóvar debería estar prohibido. Pero a Madrid no le gustan las prohibiciones. Es inevitable. Sus películas están llenas de referencias a la capital. Hasta cuando sus protagonistas se van de ella, siempre es para volver. El propio director es el perfecto local, alguien que no es de Madrid y que llega a la ciudad cargado de deseos. Alguien que viaja y regresa. Que se queja de ella, pero sigue aquí. Es duro llegar hasta Madrid y vivir en Madrid, pero no hay que ser una diva con la melena cardada vestida de Sybilla, para reconocer que todo el mundo que está aquí se alegra de estar aquí.

Arquitectura de Madrid.

Arquitectura de Madrid.

Esta ciudad exige compromiso, no es un romance de verano, ni mucho menos de una noche, como sí lo pueden ser Barcelona o Sevilla. Aquí, si se viene, es para estar, aunque sea un verano o una noche. Madrid se disfruta abrazando todo lo que es: los cuadros de Goya y los bares de Malasaña, la aristocracia arruinada merendando en Embassy y el Google Campus, las galerías de arte de Doctor Fourquet y los pinchos de tortilla, las boutiques escandinavizadas de Salesas y los restaurantes hindús de Lavapiés, los conciertos del Price y el vermut en Jorge Juan. Madrid es tan vibrante como se supone que son las grandes metrópolis, pero (y aquí va un gesto de chulería muy madrileña) en este caso es verdad. Esto tiene su sentido. Madrid se nutre, en una proporción gigante, de personas que vienen a trabajar procedentes de otros lugares. Por tanto, concentra mucha energía que compartir, que iguala, que transforma. Esto justifica que la gente se reconozca entre sí; que, año tras año, se acumulen capas de amigos y conocidos y que, cada día, después de trabajar, necesiten descomprimir esa energía tomando una caña (la unidad de medida del ocio) en cualquier bar.

Madrid es una pura paradoja. Te acoge con cariño y, como encanta decir por aquí, sin preguntarte de dónde eres, a la vez te expulsa si no estás a la altura. Tiene más de tres millones de habitantes, sin embargo, puede ofrecer vida de pueblo: el camarero te saluda, el zapatero te arregla los zapatos rotos. No es oficialmente una ciudad hermosa, pero es una belleza. No hay nada, en España, (de acuerdo, en Europa) comparable con la majestuosidad y dramatismo de la Gran Vía al atardecer. En este país la belleza tiene que ver con eso.

En los durísimos años de la crisis, la ciudad tuvo que repensarse. Las grandes certezas se caían y los modelos de vida y trabajo que habían funcionado hasta entonces dejaron de hacerlo. Si hubo una consecuencia positiva, pensemos que sí, es que la gente se dio cuenta de que podía inventarse su vida. Había poco que perder (y que ganar), así que era el momento de imaginar. También de compartir. La nueva energía era compartida o no era. En los últimos cinco años, las aventuras empresariales personales han encontrado su sitio. Han abierto pequeños restaurantes, tiendas, empresas, galerías de arte, librerías y negocios que antes eran impensables. Han nacido negocios como Cántaro Blanco, una lechería; Lolo Polos, una tienda de polos artesanales; Miguitas, que vende galletas para perros; The Concrete Co., una sastrería de jeans artesanales; Laon Pottery, cerámica coreano-madrileña; y Planthae, una concept store dedicada a plantas verdes. Ninguno podría haber salido del Madrid de principios de siglo, cuando todo el mundo era rico y tenía varios coches. La consigna de los últimos años parece haber sido “no tienes nada que perder, así que haz lo que siempre habías querido”. Mario Suárez, comisario de Gunter Gallery, lo tiene claro: “La ciudad vive un nuevo resurgir creativo, quizá provocado por la crisis, pero muy similar al que se vivió en los años ochenta”.

Mercado Antón Martín.

Mercado Antón Martín.

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En los ochenta había barrios, como Lavapiés o Malasaña, que no se habían gentrificado, las estrellas Michelin no significaban nada, e iniciativas culturales como la de Matadero ni se planteaban. Hoy Madrid cumple con lo que se espera de una urbe occidental importante. Por ejemplo, se ha gourmetizado. Existen calles enteras, como Ponzano o Jorge Juan, que funcionan como gastro-mecas. También cuenta con una considerable cantidad de mercados gastronómicos. Al clásico de San Miguel, que los locales apenas frecuentan, se unen algunos no tan bonitos, pero con más carisma, como el de Vallehermoso, el de la Paz o el de Antón Martín. Este último es un buen ejemplo de lugar que ha sabido conservar su función de mercado de barrio y acoger restaurantes con propuestas interesantes. Ahí está Yokaloka, uno de los mejores japoneses de la capital, y también un puesto especializado en algas, La Mar de Algas. En ese mercado se encuentra Botanique, un proyecto de Nacho Sánchez, en el que pretende colocar a la cocina vegana en otro lugar: el de la cocina, sencillamente, rica. Quiere que el título de vegano llegue después del de apetecible. Él habla de la evolución del paladar madrileño: “Queremos cosas nuevas, nuevos sabores y texturas. Los restaurantes cada vez nos preocupamos más y más por sorprender. Nosotros, por ejemplo, deshidratamos gazpachos a veces, de forma que el comensal puede comerse un gazpacho sólido. Hacemos quesos con frutos secos, tartares de tomate, de sandía…”. A Madrid antes no se venía a comer. Ahora sí. Además de los 12 restaurantes con estrella Michelin, existen otros sin estrella que justifican un viaje.

Acaba de instalarse, con sus estrellas Michelin, Dani García. Ha abierto BiBO, un espacio espectacular de 800 metros cuadrados que incluye cuatro zonas: La Terraza, Rincón de la Abuela, Raw Bar & Oyster Bar y Bar Cocktail. También espectacular es el nuevo restaurante del Museo Reina Sofía, capitaneado por el chef Javier Muñoz-Calero. Su nombre NuBel es un guiño a Jean Nouvel, autor del edificio. Otros espacios nuevos, mucho más íntimos y con un estilo de cocina juguetona y fresca son Navaja, Mejillón, Triciclo y Barra Atlántica. Estos últimos se encuentran en cuatro de los barrios que concentran esa energía creativa de la que habla Mario Suárez. Malasaña, el Barrio de las Letras, Chueca y Salesas son sectores históricos que no fallan para pasear, tomar vino, comer o comprar. Son de calles estrechas y llenas de un paisaje humano variado.

Micaela de la Maza es la creadora de Sr Perro, la guía de perros urbana más importante de España. Ella es una activista a la hora de luchar por una ciudad más humana gracias a estas mascotas, y hay que considerar que en Madrid es posible subirlas al metro desde hace poco y acudir a muchos bares y restaurantes con ellas. Micaela de la Maza afirma que “todo esto es parte de un cambio de mentalidad, no es algo radical ni tampoco rápido, pero está en marcha y creo, espero, es imparable”.

Madrid no se está quieta. Si parpadeas, cambia.

Barrio Malasaña.

Barrio Malasaña.

Versión del reportaje “Madrid: ciudad mutante”, publicado en el número 169 de la revista Travesías.

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