Tiempo de lectura: 4 minutosDiego Rivera nació el 8 de diciembre de 1886 en la ciudad de Guanajuato. A 135 años de su natalicio, sigue siendo un referente del arte mexicano del siglo XX, tanto en nuestro país como en el resto del mundo. Su obra atravesó varias facetas, aunque quizá la que más se recuerda es la del muralismo. En las grandes extensiones de sus murales, Diego Rivera plasmó una ideología contundente sobre el proyecto de nación posterior a la Revolución mexicana, al igual que una estética innovadora que puso los pilares para un nuevo arte de carácter nacional.
La Revolución mexicana, en la que murieron entre 300 mil y 500 mil personas, dio pie a una enorme producción artística e intelectual. En la literatura, por ejemplo, floreció un género completamente nuevo: la novela de la Revolución. Algunos títulos que destacan son Cartucho (1931), una colección de relatos de la escritora duranguense Nellie Campobello; Los de abajo (1915), del autor jalisciense Mariano Azuela; y La sombra del Caudillo (1929), del escritor chihuahuense Martín Luis Guzmán. En el caso del arte plástico, sin duda alguna, el muralismo fue el movimiento más representativo de la época y Diego Rivera, uno de sus más conocidos representantes.
Promovido asiduamente por José Vasconcelos, quien fue secretario de Educación de 1921 a 1924, el muralismo fue una manifestación artística acerca de lo revolucionario y lo popular, con carácter didáctico. El Estado buscaba, a través de él, cambiar la narrativa del país y construir una identidad nacional que le diera sentido a la revolución. Al integrarse al gabinete del presidente Álvaro Obregón, Vasconcelos llamó a Diego Rivera, quien se encontraba desde hacía más de una década en Europa, para que volviera a México a pintar sus primeros murales en las paredes de los edificios más simbólicos de la era posrevolucionaria.
Epopeya del pueblo mexicano (1929-1935).
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La historia de Diego Rivera como artista empezó cuando se inscribió a clases nocturnas de pintura en la Academia de San Carlos, en la Ciudad de México, donde conoció al paisajista José María Velasco. Gracias a una beca otorgada por el gobierno, en 1907 pudo viajar a España para seguir formándose como pintor. Luego se mudó a París, donde continuó su aprendizaje sobre las vanguardias artísticas del siglo XX.
Durante su estancia en Europa, Diego Rivera se empapó de las corrientes que estaban en boga, como el cubismo y el posimpresionismo, y coincidió con Picasso, Matisse, Modigliani y otros renombrados artistas. A pesar de que se asocia a Rivera con la Revolución mexicana, el pintor no estuvo en México durante el conflicto bélico. En cambio, mientras vivió en Europa, exploró una serie de temáticas que no estaban ligadas con la revolución, salvo por el famoso cuadro Paisaje zapatista (1915), pintado en estilo cubista. No fue sino hasta que regresó a nuestro país en 1921 y comenzó a pintar murales que la Revolución mexicana se volvió uno de los tópicos centrales de su producción artística.
Paisaje zapatista (1915).
En 1922 Vasconcelos le comisionó el primer mural para el anfiteatro Bolívar, en la Escuela Nacional Preparatoria (el Antiguo Colegio de San Ildefonso). El mural, titulado La creación, es una apología de las artes y las ciencias, que resultaban imprescindibles para el proyecto de nación posrevolucionaria. Al concluir esa obra, comenzó a pintar los murales del edificio de la Secretaría de Educación Pública, donde haría las series que actualmente se ubican en el Patio del Trabajo y de la Fiesta, en el recinto.
A partir de este momento, Diego Rivera empezó a representar la Revolución mexicana con un enfoque agrario, rural e indigenista. En la serie de frescos de la SEP figuran personajes como Emiliano Zapata, Felipe Carrillo Puerto y Otilio Montaño, quienes lucharon por los derechos de los estratos más empobrecidos de la sociedad. Los retratos de estos personajes revelan el interés que tuvo el guanajuatense por los movimientos obreros y agrarios.
Por otro lado, en los murales de esta serie se exalta al campesino y al obrero en el contexto de la Revolución mexicana. Mineros, trapicheros, tejedores, alfareros y labradores protagonizan las escenas representadas en los diversos muros del edificio de la SEP. En estos murales también pueden reconocerse los valores revolucionarios que defendía el proyecto de nación propuesto en la pintura de Diego Rivera: la fraternidad, la educación, el arte, el desarrollo, la unión y la libertad.
El carácter agrario de la revolución también se aprecia en el mural de la capilla de la Escuela Nacional de Agricultura de Chapingo (1924-1927), así como en el mural Historia del estado de Morelos, Conquista y Revolución (1929-1930) en el Palacio de Cortés, en Cuernavaca. En una de las paredes de la serie, Diego Rivera pintó a Zapata deteniendo a un caballo blanco con una mano y sosteniendo una hoz con la otra, mientras dirige a un grupo de campesinos en un ambiente bélico. En Epopeya del pueblo mexicano (1929-1935), el mural que se encuentra en las escaleras principales del Palacio Nacional y que para muchos es la obra maestra de Rivera, dedica una gran parte a mostrar a los personajes principales de la Revolución mexicana.
Como parte del muralismo, Rivera abonó al desarrollo del discurso indigenista –que no “arte indígena” porque ese término se reserva a las creaciones y prácticas en las que los miembros de las naciones indígenas participan como autores–; también fortaleció el discurso de la lucha zapatista y el de la revolución proletaria. En esta prolífica época de la historia de nuestro país, Rivera logró destacar como fundador de un arte nacional de carácter vanguardista y social. En el aniversario del natalicio de Diego Rivera, recordamos al artista guanajuatense como uno de los máximos representantes del arte mexicano del siglo XX.