Independencia de México: ¿cómo se originaron las ceremonias?

El origen y vigencia de las celebraciones de la Independencia

Las fiestas de Independencia han sido históricamente utilizadas para promover el nacionalismo y al gobierno en turno, pero también es la oportunidad de reconocer a quienes son siempre marginados.

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En México las fiestas patrias conmemoran sucesos históricos significativos. Son días que invitan a la reflexión sobre la historia, las identidades nacionales y los valores compartidos. También son una ocasión para celebrar y rendir homenaje a los héroes y heroínas nacionales, y desde sus inicios pretendían exaltar el orgullo de los mexicanos y unificar al país en torno a la idea de ser una nación soberana e independiente.

Sin embargo, aunque se lograron en su momento avances significativos, las promesas de igualdad y justicia social que enarbolaba el movimiento de Independencia no se materializaron para toda la población; mientras que la élite política se benefició de las nuevas estructuras del poder, las clases populares-campesinas, pueblos originarios, afrodescendientes y otros grupos sociales siguieron marginados. Por lo tanto, en un mundo globalizado donde las fronteras se diluyen, las identidades no son uniformes y la desigualdad es la constante, surge la pregunta: ¿por qué seguimos celebrando estos acontecimientos?

En América Latina, las celebraciones de la independencia tienen raíces profundas y generalmente conmemoran el inicio más que la consumación del proceso. Esto tiene un poderoso valor simbólico: el comienzo de un movimiento de independencia representa el anhelo de los territorios colonizados por emanciparse y emprender un camino hacia la autodeterminación. Es el acto fundacional que indica “el nacimiento de una nueva identidad nacional”.

En este sentido, parece que la conceptualización del Estado-Nación toma prestadas ciertas estructuras religiosas: celebra a los héroes y personajes que participaron en el nacimiento de ese nuevo ser, como si fuera un bebé en sus primeros días de vida.

Asimismo, la memoria histórica tiende a destacar ciertos eventos sobre otros para promover discursos nacionales coherentes: el inicio representa valentía, sacrificio, la ruptura con la opresión colonial; la consumación es vista muchas veces como un proceso administrativo: el día en que España firmó que sí, que ya éramos independientes.

En México, el 15 y 16 de septiembre marcan el comienzo de una serie de transformaciones históricas. La lucha reflejó el hartazgo de los criollos por ser excluidos de los principales cargos políticos y eclesiásticos, reservados únicamente para los peninsulares. La exclusión fue consecuencia de las reformas borbónicas, una serie de cambios influidos por ideales de la Ilustración que buscaban modernizar y centralizar el poder en el Imperio Español. El liderazgo de los criollos en la guerra de Independencia no coincidía con las expectativas de los mestizos, indígenas y grupos afrodescendientes, pues buscaban cambios sociales mucho más profundos, como la distribución equitativa de la tierra.

Así se evidenció en la fase final del movimiento independentista, cuando Agustín de Iturbide negoció con Vicente Guerrero el Plan de Iguala en 1821. El acuerdo garantizó la Independencia, pero también aseguró, lamentablemente, la preservación y continuidad de ciertas estructuras sociales novohispanas que marginaban a amplios sectores sociales. Para las clases populares, el resultado fue agridulce, ya que sus condiciones de vida no mejoraron de manera significativa.

¿Cómo surgió el festejo de la Independencia?

Las celebraciones de Independencia que hoy conocemos son el resultado de un proceso de oficialización gradual, convirtiéndose en una tradición casi obligatoria, presente desde la niñez hasta la adultez de los mexicanos. Además, han servido como una herramienta de propaganda gubernamental para consolidar discursos nacionales y proyectar una imagen de patriotismo y unidad; pero ¿siempre fue así?, ¿quiénes promovieron estas fechas?

La primera celebración del Grito de Independencia tuvo lugar en Huichapan, en el actual estado de Hidalgo, el 16 de septiembre de 1812, en una pequeña ceremonia. Según Ignacio López Rayón, presidente de la Junta de Zitácuaro,[1] se realizó una descarga de artillería y una vuelta general de esquilas para conmemorar la arenga lanzada por Hidalgo y Allende. En aquel momento esa conmemoración parecía más bien un homenaje de aquellos que comenzaron el movimiento, aunque sin ninguna pompa y circunstancia, como gritar un “¡Viva México!”.

Más tarde, en septiembre de 1813, José María Morelos, desde Chilpancingo, escribió:

Que igualmente se solemnice el día 16 de septiembre todos los años, como el día aniversario en que se levantó la voz de la Independencia y nuestra santa Libertad comenzó, pues en ese día fue en el que se desplegaron los labios de la Nación para reclamar sus derechos con espada en mano para ser oída; recordando siempre el mérito del grande héroe, el señor Dn. Miguel Hidalgo y su compañero Dn. Ignacio Allende.

Quien piense en la Independencia de México desde el prejuicio podría afirmar que “no existía un proyecto político” en las insurgencias. Sin embargo, se ha demostrado, con base en estudios históricos, que Hidalgo tenía considerado materializar su visión política para México.

La instrucción fue atendida por Ignacio López Rayón y José María Morelos, quienes tuvieron numerosas diferencias y disputas, tanto en el ámbito militar como en el ideológico. No obstante, ambos comprendieron la importancia de promover celebraciones que conmemoraran el inicio de la lucha por la Independencia dentro de su incipiente proyecto político nacional.

Entre el 24 de febrero y el 24 de agosto de 1821 se vivieron momentos decisivos: la proclamación del Plan de Iguala y el respaldo de Vicente Guerrero en marzo, lo que permitió emprender una campaña político-militar a la que se unieron diversas tropas. Más tarde, con la firma de los Tratados de Córdoba, el 24 de agosto de 1821 en Veracruz, se declaró públicamente la Independencia de México y se acordó la retirada de las tropas españolas de la capital.

Después de que el movimiento de Independencia alcanzara su objetivo final el 27 de septiembre de 1821, con la entrada del Ejército Trigarante a la Ciudad de México, la Junta Soberana proclamó la Independencia del Imperio Mexicano. Agustín de Iturbide intentó darle más peso a este suceso, pero no obstaculizó las celebraciones y festejos del 16 de septiembre.

El 1 de febrero de 1823 se proclamó el Plan de Casa Mata, reconocido como el primer pronunciamiento militar mexicano tras la consumación de la Independencia. Liderado por Antonio López de Santa Anna y respaldado por Vicente Guerrero, este movimiento se opuso al gobierno de Agustín de Iturbide. Tras la caída del Imperio, el Congreso decretó el 27 de noviembre de 1823 que el 16 de septiembre se conmemoraría como fiesta nacional.

La primera celebración oficial del Grito de Independencia tuvo lugar en 1825, durante la presidencia de Guadalupe Victoria. A pesar de una epidemia de sarampión que afectaba al país, la nación se unió en una gran fiesta. La Junta Cívica Patriótica organizó una colecta para ayudar a los afectados, un acto considerado como una muestra de patriotismo por parte de los ciudadanos. En ese mismo año, se reinauguró el Hospital San Juan de Dios, brindando atención médica gratuita a los necesitados. Aunque algunos bailes se cancelaron en señal de luto por las víctimas de la epidemia, la Ciudad de México experimentó un ambiente festivo y de unidad nacional.

Fue el general Antonio López de Santa Anna quien, en 1843, decidió cambiar la hora de la celebración a las 11 de la noche del 15 de septiembre. Según Artemio de Valle-Arizpe, esto se hizo para “evitar la fatiga de despertarse a horas tempranas”.

En 1854, durante la celebración, se entonó por primera vez el himno nacional mexicano, compuesto por Francisco González Bocanegra y Jaime Nunó. El gobierno había dispuesto que una compañía de ópera italiana estrenara esta obra, que se convertiría en uno de los tres símbolos patrios, representando las victorias, la defensa de la patria y las virtudes del pueblo mexicano.

De la Campana de Dolores a la trascendencia de los símbolos

La llegada del presidente Porfirio Díaz marcó un cambio significativo en la celebración de las fiestas patrias. En 1896 ordenó que la histórica Campana de Dolores, también llamada Esquilón de San José, fuera trasladada desde Dolores Hidalgo a la Ciudad de México, y colocada en el balcón central del Palacio Nacional. El 15 de septiembre de ese mismo año, el tañido de la campana resonó en medio del júbilo de los presentes. Desde entonces, cada presidente en turno ha replicado este acto simbólico como parte integral de la conmemoración de la Independencia de México.

Más tarde, en 1910, Porfirio Díaz promovió una serie de celebraciones con motivo del centenario de la Independencia. Se recibieron invitados provenientes de todos los rincones del mundo. Y aquellos que no pudieron asistir, enviaron presentes y fotografías celebrando el suceso. En ese mes de la patria se inauguraron monumentos como la Columna de la Independencia y el Hemiciclo a Juárez. El embajador del Imperio chino, Chan Yin Tang, fue designado para custodiar un reloj financiado por la comunidad de chinos en México, el cual se instaló en las calles de Bucareli y Atenas, frente al Palacio de Cobián que hoy alberga a la Secretaría de Gobernación. En uno de los costados del hermoso presente se puede leer: “La colonia china a México, en el primer Centenario de la Consumación de su Independencia”, y en otro lado se puede apreciar una escritura en chino que significa: “Las voces del mismo sentir hacen ecos”.

Claro está que el reloj chino no fue el único obsequio, también estaba el que se encuentra ubicado en las calles de Venustiano Carranza y Bolívar: el reloj otomano, o como algunos lo llaman: “el reloj turco”. Este obsequio fue enviado como símbolo de amistad por parte del Imperio Otomano y para agradecer el recibimiento que México tuvo con la población de esa región que migró a nuestro país. Otras fuentes mencionan más monumentos, como el de George Washington, Isabel la Católica, Garibaldi, entre otros.

Sin embargo, tras estos festejos existía un descontento social latente que más tarde estallaría y opacaría la aparición de todos estos monumentos públicos. La población venía cargando esa inconformidad desde que se proclamó la Independencia, pues las clases populares se quedaron rezagadas. Por ello, tanto la Guerra de Reforma como la Revolución de Ayutla, se convirtieron en movimientos clave para quienes buscaban un lugar más justo dentro de la estructura social y política del país. Algunos de estos grupos siguen buscando ese espacio aún después de la Revolución Mexicana, y hasta nuestros días.

Festejos patrios en 2024

Este año nos preparamos para otra celebración de nuestros héroes y heroínas nacionales. Sin embargo, en una época donde la historia debe trascender el nacionalismo y la propaganda, ¿cómo podemos transformar estas festividades?

Es crucial reconocer tanto los logros como los errores de nuestro pasado, fomentando una comprensión más honesta y matizada de la historia nacional. También debemos crear espacios donde la ciudadanía participe activamente, compartiendo sus talentos y celebrando nuestra diversidad cultural. De esta manera, evitaremos la glorificación unilateral de eventos históricos y propiciaremos un análisis mucho más crítico de estos eventos y cómo han afectado a grupos socialmente marginados.

Debemos recordar que estas conmemoraciones deben resaltar la importancia de la dignidad humana y los derechos fundamentales, sin importar la nacionalidad o el gobierno en turno. En una celebración con tanta historia y visibilidad, hoy podemos aprovechar las redes sociales para amplificar las voces de grupos históricamente marginados y promover un diálogo intercultural enriquecedor. Asimismo, no basta con celebrar eventos históricos desde una sola perspectiva: debemos reconocer a todos los sectores de la población para fortalecer la riqueza cultural de nuestro país.

En un mundo sin fronteras, como lo es internet, los derechos fundamentales y la dignidad humana, la justicia y la igualdad son principios universales que trascienden cualquier línea trazada por los individuos. Si reconocemos los errores y los logros del pasado, fomentaremos la participación en comunidad y la diversidad cultural. Así podremos construir una sociedad que comprenda su pasado en el presente, sin vanagloriar a los personajes de la historia y comprendiendo el proceso que nos formó como nación.

 


[1] La Suprema Junta Nacional Americana o Junta de Zitácuaro fue un órgano integrado después de la aprehensión de Miguel Hidalgo, Ignacio Allende, Mariano Jiménez y otros caudillos. Planeada para evitar la extinción del movimiento, una asamblea de generales se reunió el 19 de agosto de 1811 en Zitácuaro. Esto con la intención de remediar la desorganización y confusión que reinaba en el movimiento insurgente. Así establecieron un principio de gobierno, orden y dirección con una autoridad central compuesta por tres vocales: Ignacio López Rayón, José Sixto Verduzco y José María Liceaga. Rayón ocupó el cargo de presidente, y más tarde los tres vocales invitaron a José María Morelos a participar en el órgano soberano en calidad de cuarto vocal.

Fuentes consultadas


SARA MARIANA BENÍTEZ. Es licenciada en Historia por la Universidad Iberoamericana y maestra en Artes Visuales por la UNAM. Realizó una estancia académica en la Universidad de Leiden, en Países Bajos. Ha trabajado en investigación y colaborado con instituciones de cultura como El Colegio Nacional, el Museo Mural Diego Rivera y el Museo de Arte Popular. Fundó el proyecto de divulgación Historia Chiquita, que produce pódcast y materiales digitales. Colaboró con Podimo en una temporada exclusiva sobre el asesinato de León Trotsky. Publicó un libro con Editorial Planeta titulado Historia chiquita: los personajes, barrios y recetas que dan color y sabor a México. Ha sido consultora para proyectos como Clipperton: Infierno en el Mar para Himalaya. Ha colaborado en diversos medios como Este País, Letras Libres, Ibero 909, Radio Chilango y Nexos, entre otros.


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