Diario del Hay Festival - Día 1: el deseo se encuentra con la realidad

Día 1: el deseo se encuentra con la realidad

Felipe Restrepo escribe desde Hay on Wye en Gales este blog sobre su participación en el 31 aniversario del Hay Festival.

Tiempo de lectura: 4 minutos

Hay on Wye es una pequeña ciudad de dos mil habitantes en la campiña galesa, que se hizo famosa en la segunda mitad del siglo XX por ser la ciudad del mundo con más librerías por habitante. Es la sede original del Hay Festival, un encuentro cultural que surgió en 1988 y desde entonces se ha extendido a varios países del mundo. Ahí se reúnen todos los años escritores, políticos, científicos, músicos y artistas para hablarle de viva voz a su audiencia. Desde allá, Felipe Restrepo, nuestro Director Editorial escribe este blog.

Con el paso de los años algunos nos hacemos tercos. Pareciera que una de las consecuencias de crecer es ignorar los consejos. A mi –cuando estoy a punto de cumplir 40 años– me ocurre cada vez con más frecuencia: escucho las recomendaciones de los demás con cierto escepticismo. Me ocurrió hace unas semanas, antes de tomar un vuelo hacia el Reino Unido:

– Puede llover mucho en Hay. Lo mejor es que lleves paraguas, abrigo y botas para la lluvia –me dijeron algunos amigos que ya había venido al festival.

– Nací en Bogotá –respondí con ironía–. Vengo de una ciudad en la que no llueve a diario. Allá llueve cada tres horas. Sé manejar ese tipo de clima.

– Es posible que haga mucho frío –me dijo un colega escritor que participó en una edición anterior –.

– No creo, ya he estado en Europa y en los países nórdicos en mayo: es el comienzo del verano– contesté.

‘The pulse of her being’ … Girl With a White Dog, 1950-51, Lucian Freud. – Fotografía: Tate

Así que me embarqué hacia el festival dirigido por el deseo: iba con la imagen mental que había escogido creer. Es curioso cómo funciona el deseo. Ignoramos los hechos y creemos que la realidad se adaptará a nuestros caprichos. Antes de llegar al festival pasé unos días esplendorosos en Londres. Además de caminar por una de las ciudades más vibrantes de Europa, tuve la oportunidad de conocer gente asombrosa, de ver una retrospectiva de Francis Bacon y Lucian Freud –dos de mis artistas favoritos– en la Tate Britain, ir a un concierto de los Rolling Stones y dar una charla ante el equipo de Google UK. Participé, además, en la presentación de la Antología Bogotá 39, junto a otros colegas que hacen parte de esta lista de autores jóvenes latinoamericanos. Difícilmente hubiera podido pasar unos días más provechosos en la capital inglesa.

El viernes llegué temprano en la mañana a la estación de Paddigton, en Londres, para tomar un tren hacia Hereford. A medida que el tren avanzaba, el típico paisaje de la campiña empezaba a aparecer en la ventana. Las casas adorables de estilo inglés, los campos verdes habitados por vacas y ovejas y las montañas que, tímidamente, se levantan a lo lejos. Al mismo tiempo, una fina, pero densa capa de lluvia caía sobre los cristales.

cronica Hay Festival día 1, int

Boceto de Lucian Freud

Cuando llegamos a Hay, después de un viaje en carretera de una hora a través de un pequeño camino sinuoso, una enorme nube gris cubría el cielo y la neblina llegaba casi hasta el piso.

– ¿Hay una tormenta inesperada? – le pregunté con angustia al conductor.

– No señor, – respondió con un acento que delataba de inmediato su lugar de origen – bienvenido al verano en Gales.

* * *

Un reportero debe saber adaptarse. Cuando comencé a trabajar como periodista, hace casi 20 años, entendí que era una condición fundamental. Me pareció entonces –y me sigue pareciendo hoy– muy difícil: llegar a un lugar nuevo, conocer desconocidos, empezar a entender, en poco tiempo, las sutilezas y los códigos locales. En Hay, sin embargo, la tarea no es complicada. Por supuesto que se trata de un lugar único en el mundo: es un pequeño pueblo de dos mil habitantes en la frontera entre Inglaterra y Gales. Se hizo famoso, durante la segunda mitad del siglo XX, por ser el lugar del mundo con más librerías por habitantes. “Llegamos a contar 42 librerías”, me dijo Michael, el propietario de la casa donde me estoy hospedando. Desde hace 30 años también se organiza acá uno de los festivales culturales más prestigiosos del mundo. Por estos escenarios han transitado artistas, pensadores, periodistas, científicos, estrellas de rock y, por supuesto, los escritores más relevantes de las últimas décadas.

Se puede decir que esta pequeña población se transforma, durante dos semanas, en un centro de pensamiento del planeta. Y eso se siente de inmediato en el ambiente. Por los pasillos del festival circulan creadores e intelectuales de todas las nacionalidades.

Pero el verdadero protagonista es el público. En las pocas horas que he pasado en el Hay Festival he visto hordas de personas que vienen de todo el Reino Unido para escuchar las charlas. Hay estudiantes, grupos de turistas y muchas familias. Son estas personas las que construyen el ambiente del festival. Recorren las librerías, los parques y llenan las charlas. Proyectan una energía que contrasta con el clima gélido.

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Keith Richards de The Rolling Stones.

Sentí este entusiasmo en la primera charla en la que participé durante la mañana del sábado. Carlos Fonseca (de Costa Rica), Liliana Colanzi (de Bolivia) y yo conversamos con Daniel Hahn sobre la antología de Bogotá 39. En la conversación se habló de las nuevas voces de la narrativa latinoamericana, la ruptura con la tradición literaria del continente, la ironía, el distanciamiento de nuestros propios países. La sala estaba repleta de lectores que, muy seguramente, no conocían nuestro trabajo pero que escucharon con atención. Durante los últimos minutos de la charla hicieron preguntas muy pertinentes que revelaron otra de las características de este festival: la voluntad de entrar en contacto con lo nuevo. Esa fue mi segunda lección del día: muchas veces la verdadera inteligencia es la que se enfrenta con lo desconocido sin prejuicios.

En la noche de mi primer día en el festival decidí caminar de regreso a casa. Salí de la cede y caminé, solo, por una carretera desierta. Llovía –parece ser que la lluvia es muy obstinada– y no había luz. Prendí la linterna de mi celular para alumbrar el camino. No se escuchaba un sonido (seguramente las ovejas y las vacas ya dormían). Los pocos carros que circulaban por la calle pasaban a toda velocidad y varias veces estuve a punto de morir atropellado. Sería una lástima: tendrían que cambiar el nombre de la lista de Bogotá 39 a Bogotá 38. Atravesé los campos despiertos, tratando de encontrar la luna o las estrellas en un cielo cerrado. Por un momento sentí miedo. Qué curioso que un colombiano que vive en Ciudad de México, uno de los lugares más peligrosos del mundo, se sienta en riesgo en la campiña inglesa. Finalmente llegué a mi habitación, con las botas y el pantalón cubiertos de lodo y empapado. Pero no estaba de mal humor. Quizás la realidad me estaba dando una lección. O, tal vez, apenas me estaba empezando a adaptar.

***

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