Contra la posverdad y a favor del periodismo (de verdad)
Ahora se dice “posverdad” en vez de “información falsa”; el peligro es que normalice las malas prácticas de mentira y desinformación en los medios.
El término del 2016 según el diccionario Oxford fue post-truth. Se define como algo “relativo o referido a circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la opinión pública que las emociones y las creencias personales”. En español, la traducción más directa ha sido “posverdad”. El triunfo de Donald Trump y el inesperado resultado del Brexit contribuyeron a popularizar este término que se volvió rápidamente en el concepto de moda.
En su uso más banal y extendido, se ha popularizado denominar “posverdad” a ideas que son tomadas como verdad aunque sean falsas, simplemente el factor emocional por encima de lo verificable. Ejemplo de ello son las noticias falsas propagadas vía Internet contra Hillary Clinton antes de la elección norteamericana. Según esta lógica, muchas personas habrían tomado dichas noticias falsas como si fueran verdaderas y en consecuencia habrían votado por Trump. ¿Por qué denominar “posverdad” a la vieja práctica de sembrar rumores como parte de la propaganda negativa en la política?
El problema con el uso simplón de este concepto, es que normaliza la mentira. En vez de decir “información falsa”, últimamente se dice “posverdad”. En vez de condenar la falta de verificación en los medios, se habla de la “Post-truth era“. Más de una columna de opinión ha dicho que Trump ganó a punta de “posverdades”. Como si fuera una maldición de los tiempos de la que fuera imposible escapar. Como si fueran armas perversas y totalmente eficaces.
Y claro que son perversas, pero no invencibles. Puede ser un exceso otorgarle propiedades omnipotentes a estos datos falsos. Según esta idea, serían estas “posverdades” las causas del comportamiento irracional de muchas personas. ¿Realmente alguien votaría por Trump solamente porque una noticia falsa le dice algo perverso sobre Clinton? Sin duda influiría, pero tampoco puede ser el único factor a tomar en cuenta.
Ante el sesgo, diversidad
Si tomamos en cuenta las teorías comunicativas del refuerzo cognitivo, es fácil ver que la cosa es mucho más compleja. La mayoría de lectores (de periódicos, de programas audiovisuales, de redes sociales) siguen a medios que coinciden con su punto de vista. Así, un seguidor de Trump también seguirá medios favorables al republicano y por lo tanto consumirá contenidos sesgados que solamente refuercen su postura preexistente.
En la era de los algoritmos, como en Facebook, este refuerzo cognitivo se hace más evidente: En nuestro muro tenemos contenidos similares a los que les dimos like y cosas compartidas por nuestros amigos. Así, las redes sociales suelen reforzar nuestras propias opiniones a tal grado que muchas veces damos unfollow a los contactos con opiniones distintas a la nuestra.
Ahí está la labor pendiente de los medios: mostrar el panorama general, la big picture, y no solo los fragmentos inconexos. El gran reto en los medios no es tanto combatir la posverdad, sino verificar la información y contrastar fuentes. Dados a usar anglicismos, ante la post-truth hace falta más fair play.
Necesitamos medios fuertes que se asuman como agentes periodísticos éticos. Con códigos éticos y protocolos de verificación de la información. Que no se dejen llevar por las tendencias del día en busca de clics. Que expliquen más a profundidad aunque eso signifique tener menos noticias breves.
El profesor Bernal: Un ejemplo reciente
En la víspera del Día Internacional de la Mujer, un video se viralizó: El profesor Ramón Bernal lanzaba –aparentemente– insultos misóginos ante un salón de clases. Después nos enteraríamos que en el fragmento del video se omitía que se trataba de la representación de un caso de violencia. Que Bernal sí había usado un lenguaje criticable y una técnica didáctica cuestionable, pero que no era la perorata misógina que se creyó originalmente. Que según el profesor, estaba ejemplificando casos de violencia para ayudar a los jóvenes a identificarlos. Que el video había sido grabado, editado y difundido con dolo para afectar al profesor.
¿Es eso la dichosa posverdad? Uno podría decir que sí. Que los prosumidores internautas se creyeron el cuento por una reacción emocional más allá de los hechos. Que el contexto del Día de la Mujer y de la exacerbada violencia hacia las mujeres en México crearon el caldo de cultivo perfecto para que los lectores cayeran en la trampa. Y en parte es así, pero no se puede dejar de lado que los primeros en caer en la trampa fueron los medios que dieron visibilidad al caso.
El usuario que subió el video tenía su propia agenda difamatoria. Y aparentemente con un buen conocimiento del contexto, las prácticas y los temas susceptibles de desatar polémica en redes sociales. Porque se difundió ese día y no otro; en un clip breve y no uno largo; con un hashtag llamativo y no un contexto explicativo. Un contenido optimizado para ser viral: escandaloso, breve, ambiguo, llamativo e indignante.
Los medios informativos, en cambio, deberían tener una agenda de interés público, verificación de datos y fair play. Buscar al profesor en Facebook y preguntarle su versión. Indagar con otros alumnos presentes y ex alumnos para que dieran sus testimonios. Tratar de ubicar al usuario que subió el video. Buscar en redes el nombre del profesor para saber si había reportes previos. Consultar a las autoridades de la escuela sobre la conducta del profesor. Todo eso ANTES de publicar…
El problema es que la mayoría de medios informativos sigue la vieja lógica de publicar para tener más visitas, para vender más publicidad y así obtener mayores ingresos. Así que no importa verificar información, sino conseguir la mayor cantidad de clics mientras el tema sea tendencia. Una dinámica oportunista muy lejana a los principios de la ética periodística.
Así, los medios republican este tipo de videos virales sin constatar su veracidad solo porque les traen más visitas. Muchas veces hasta con conocimiento de causa.
Así que la dinámica suele ser la siguiente:
1) Un usuario con una agenda propia genera contenidos virales: A veces legítimos, a veces falsos, algunas propagandísticos, otras como distractores. Esta vez fue un alumno que quería hacer daño al profesor; a veces son políticos que quieren perjudicar a otros.
2) Otros usuarios (reales o falsos) comienzan a replicar la información: Algunos son personas reales pero desinformadas que caen en el anzuelo. Muchos otros son robots programados para hacer más visible el tema.
3) Algunos medios (a veces por despiste, otras por línea editorial) republican estos contenidos. La mayoría de las veces sin verificar ni hacer mayor investigación.
4) Más usuarios se enteran por estos medios tradicionales con muchos seguidores. La información se replica a más usuarios. Esto la coloca en más medios. Inicia el círculo vicioso de la desinformación…
5) Aunque haya nueva información (como en el caso del profesor Bernal), muy pocos medios rectifican. La mayoría dejan colgadas las notas con información falsa y jamás se piden disculpas. En tiempos de Internet donde actualizar una página web es muy sencillo, las erratas deberían estar en el mismo texto original para contextualizar la situación. Pero no. Se crea una nueva nota con un título distinto y sin vínculo a la original. Tal vez porque así hay una nueva página a la que traer usuarios y con la cual poder ganar más clics.
Así que ante la “posverdad” hay varios niveles de acción. Probablemente siempre habrá usuarios con intereses oscuros que usen los medios para desinformar, difamar, hacer propaganda y sembrar rumores. Ahora es en redes sociales, antes era en panfletos y mucho antes en el ágora. Pero para eso existe el periodismo y su ética.
La labor actual de los medios ya no es tanto la de llevar información a los usuarios (pues los usuarios pueden conseguirla directamente sin intermediarios). Serían mejor empleados los recursos mediáticos si se usaran como filtro, como verificación, como contextualización. Para explicar lo que es cierto, lo falso, lo conocido, lo desconocido, lo contradictorio y hasta lo incierto.
Contra la posverdad está el periodismo. Al menos el que se hace a conciencia y con principios éticos. Lo difícil es hacerlo y mantenerlo vivo.
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