El narrador y ensayista hondureño Augusto Monterroso pasó a la historia gracias a sus breves relatos, especialmente ‘El dinosaurio’.
Hay autores a los que les basta un texto para apuntar su nombre en la historia de la literatura. En el caso del escritor y narrador hondureño Augusto Monterroso, ese texto fue un relato corto que tenía “interpretaciones tan infinitas como el universo mismo”, según señaló.
Monterroso —que falleció el 7 de febrero de 2003 en la Ciudad de México—, presentó dicho texto, “El dinosaurio”, dentro de su primera compilación de cuentos, Obras completas (y otros cuentos), publicada en 1959. Desde entonces su trabajo literario, al igual que el personaje principal de su relato, se ha mantenido presente en el imaginario colectivo.
Sin embargo, sería injusto limitar la vida del escritor a sólo su más célebre texto. De hecho, la historia de Monterroso es una de las más interesantes que tiene la literatura latinoamericana.
Nacido el 21 de diciembre de 1921 en Tegucigalpa, Honduras, Augusto Monterroso Bonilla creció manteniéndose alejado de la patria donde nació y se instaló junto a sus padres en Guatemala. Durante su adolescencia, el hijo de Vicente Monterroso y Amelia Bonilla se enfrentó a los estragos que la Segunda Guerra Mundial y la dictadura de Jorge Ubico provocaron en el país centroamericano, dificultando el crecimiento de su sociedad pero orillándolo a interesarse en las problemáticas políticas que golpeaban a la nación.
Augusto Monterroso jugó un papel clave durante las revueltas sociales que quitaron de la silla presidencial a Ubico al organizar grupos clandestinos y movilizar la opinión pública desde su columna en el diario El imparcial, uno de los más importantes del país. Al ascenso del general Federico Ponce, Monterroso huyó a México escapando de una persecución policiaca. La embajada de México lo recibió y poco después fue asignado para tomar un cargo diplomático. En 1953 fue llamado por Pablo Neruda para actuar como su secretario en en la Gaceta de Chile. En esos años Monterroso comenzó a escribir y publicar microficciones, género que se alejaba de las tendencias periodísticas a las que había estado acostumbrado y con sobre el cual se empezó a formar el resto de su carrera literaria.
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A su regreso a México, en 1956, comenzó a escribir ensayos y narraciones breves, las cuales le hicieron de un nombre dentro de la naciente industria editorial en Centroamérica. En 1959, el autor cautivó a la escena literaria con su microrrelato El dinosaurio, en el que con tan solo siete palabras lograba presentar una historia y un misterio, y que se considera como uno de los relatos más cortos de la lengua española: “Cuando despertó, el dinosaurio todavía estaba allí”.
A la publicación del texto, contenido en Obras completas (y otros cuentos), le siguieron La oveja negra y demás fábulas, de 1969; Movimiento perpetuo, de 1972 y las novelas Lo demás es silencio, de 1978; Viaje al centro de la fábula, de 1981; La palabra mágica, de 1983; La letra e: Fragmentos de un diario, de 1987 y la colección de ensayos La vaca, de 1998.
Por si fuera poco, Monterroso también fue condecorado con la Medalla del Águila Azteca en 1988 por su trabajo como diplomático. Este reconocimiento se suma a la lista donde se encuentran el Premio Xavier Villaurrutia de novela en 1975 y el Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances en 1996.
En el 2000 le fue entregado el Premio Príncipe de Asturias de las Letras (hoy Premio Princesa de Asturias). En su discurso, el autor guatemalteco dedicó el premio a la literatura centroamericana y recordó a la larga herencia que antecedió a su surgimiento como escritor.
“Recordaré que nuestros ancestros mayas, refinados astrónomos y matemáticos que inventaron el cero antes que otras grandes civilizaciones, tuvieron su propia cosmogonía en lo que hoy conocemos con el nombre de Popol Vuh, el libro nacional de los quichés, mitológico y poético y misterioso; a Rafael Landívar, autor de la Rusticatio mexicana, el mejor poema neolatino del siglo XVIII; a José Batres Montúfar, cuentista satírico en verso, cuyas octavas reales vienen en línea directa de Ariosto y de Casti y cierran brillantemente la narrativa mundial en esta estrofa; y por último, para no acercarme peligrosamente a nuestro tiempo, a Rubén Darío, renovador del lenguaje poético en español como no lo había habido desde los tiempos de Góngora y Garcilaso de la Vega“, mencionó en el discurso.
Monterroso también señaló que, en algún momento de su carrera, su sueño ideal era aparecer en los libros de lectura entregados a las primarias de su país, por lo que agradeció la corona española le diera tal reconocimiento pues podría contribuir a que aquel deseo –al que consideraba “más vanidoso de lo que parece”– se convirtiera en realidad.
Augusto Monterroso falleció tres años después, un 7 de febrero del 2003, con la tranquilidad de que su obra, ya sea en su versión más corta, figuraba no sólo en los libros de lectura obligatorios para los escolares, sino también en aquellos que son una necesidad en la vida de todos los que aman los libros.
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