Cien años del nacimiento de una voz inolvidable.
Chavela Vargas humedecía la garganta con tequila, la calentaba con tabaco y entregaba su voz como una ofrenda. Sólo ella sabía a qué ánimas se la ofrecía. Quizás dedicaba su canto a quienes la curaron de niña, a esos chamanes que desvanecieron las nubes de sus ojos a los seis meses de vida para devolverle la vista; o a aquellos que tiempo después le espantaron la poliomielitis.
Cuando sus brazos salían del poncho y ponía las manos en alto, ella se sabía tocada por una luz lejana. Con el micrófono al frente, soltaba una bocanada de aire acompañada de un lamento, un desgarre, un llanto contenido.
Ella creía en los malos augurios:
“Yo era un ser predestinado para mucho dolor en la vida”, dijo más de una vez.
Una tarde, Alicia Elena, su pareja, le dijo: “dejas de beber o no me vuelves a ver”. Se convertía nuevamente en la niña carente de amor, abandonada por sus padres al cuidado de un tío que la escondía de la gente. La niña amenazada de excomunión por ser lesbiana, recibía otra contundente advertencia.
El día en que el camión dotado de pulque y tequila llegó a su casa, Alicia Elena, les dejó claro: “la señora ya no toma”. El presidente municipal avisó a los presentes: “hemos sufrido una pérdida irreparable, la señora Vargas ya no toma. Vámonos”.
María Isabel Anita, era la niña de 15 años que salió de Costa Rica sin dejar padres angustiados. “Todo lo que mi padre le negaba a la familia, lo despilfarraba en sus amoríos”, decía.
“México representa a mi padre, me educó, ¿quieres cantar?, aguanta. Me enseñó, pero no con besos, sino a patadas y balazos. Me agarró y me dijo: ‘te voy a hacer una mujer en tierra de hombres’”.
El repertorio de Chavela Vargas estaba firmado por Agustín Lara, Roberto Cantoral, Tomás Méndez, Chicho Monje, Cuco Sánchez y José Alfredo Jiménez.
“No vengo a ver si puedo, porque puedo, vengo”, así se presentó con José Alfredo Jiménez para grabar su primer disco, Noche de Bohemia en 1961. Los boleros y las rancheras las cantaba como le dijo Carlos Monsiváis “de puertas adentro, en el fracaso de la victoria que da el recuerdo, en el triunfo de la memoria”.
Al igual que La llorona, Macorina es una de sus canciones más emblemáticas.“Conocí a Macorina en Cuba, en una fiesta del poeta español Camín. Él hizo los versos, yo hice el arreglo y a Macorina la llevé a todo el mundo. Ponme la mano aquí, Macorina, para tapar la herida que me dejó la bala de la Revolución”, cantó.
Y cantó también Por el boulevard de los sueños rotos, de su amigo Joaquín Sabina. Así le llamaban a la esquina donde estaba una cantina que ella frecuentaba y cuando Sabina la visitó, pasaron ahí tres días, hasta que los sacó la policía. “Me ponía un cuete rete a gusto”, decía la intérprete. “Somos almas gemelas, los dos hemos sido muy borrachos y los dos hemos sido muy mujeriegos”, decía Sabina sobre su amiga.
Un 17 de abril de hace 100 años, nació Chavela Vargas, esa criatura melancólica que tantas veces afirmó: “la tristeza es mi amiga, yo no la odio. Tristeza y soledad van hermanadas conmigo”.
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