El camino trunco de un líder kumiai
Orgullosamente indígena kumiai, Óscar Eyraud Adams fue uno de los fundadores del movimiento Mexicali Resiste, el cual defiende el agua de la región. Su asesinato en 2020 conmovió a su comunidad pero también fortaleció sus convicciones ambientalistas.
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El camino trunco de un líder kumiai

Orgullosamente indígena kumiai, Óscar Eyraud Adams fue uno de los fundadores del movimiento Mexicali Resiste, el cual defiende el agua de la región. Su asesinato en 2020 conmovió a su comunidad pero también fortaleció las convicciones ambientalistas entre los kumiai.

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Óscar Eyraud Adams solía escapar de su casa para ir a la telesecundaria de Juntas de Nejí, una comunidad indígena localizada a más de cien kilómetros de Mexicali, capital de Baja California. Tenía catorce años y era un orgulloso indígena kumiai dispuesto a confrontar a los políticos que veían como botín los recursos naturales de su comunidad. Desde entonces, tomó como misión de vida señalar a los caciques que disponían del agua a su antojo, una consigna que le ganó reconocimiento, pero también lo llevó a un camino sin retorno. Ha pasado casi un año desde que un grupo armado asesinó a Óscar. Tenía 34 años. A su madre, Norma Adams, la persiguen los recuerdos. Por eso, la mañana del 6 de junio de 2021 se preparó para salir con su otro hijo, Carlos, a recorrer en una vieja pickup los pasos que Óscar dio en vida. Así es como los kumiais despiden a sus muertos: inmortalizan sus pisadas.

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Óscar fue el primer líder kumiai al frente del movimiento Mexicali Resiste, que se opuso a la instalación de la cervecera Constellation Brands en 2017, que proyectaba consumir unos 5.8 millones de metros cúbicos de agua por año. “Él nos hace falta”, dice Norma y agrega que tiene claro que, quien haya sido el autor intelectual, ordenó el asesinato de su hijo en el momento más obvio de la lucha: cuando empezó a pisarle los talones a los empresarios y caciques de la región con su batalla por la defensa del agua y la libre autodeterminación de los kumiais.

La reconstrucción de sus pasos arrancó en el centro de Tecate, a un costado de la avenida Benito Juárez, que conecta con la carretera Tecate-Ensenada. Para esta parte del trayecto, que dura al menos seis horas, primero en auto y luego a pie, Norma y Carlos llevaron consigo algunas fotos de cuando era niño y adolescente. Óscar parecía tímido, pero ése era sólo el disfraz de un hombre muy alto, bonachón, carrillero y glotón, de espíritu combativo y gran lector de Eduardo Galeano. La pickup se detuvo en varios lugares importantes para él: uno de ellos, la casa de su tío José Enrique, quien tiene un retrato de su sobrino junto a un cuadro con los mandamientos indios, debajo del jefe Gerónimo, el apache que se enfrentó a los ejércitos de México y Estados Unidos en la frontera durante el siglo XIX. José Enrique es un tipo duro que no suele mostrar sus sentimientos, pero todos en el pueblo saben que Óscar era su sobrino consentido.

Los kumiais conforman, junto con los cucapá, los kiliwa y los paipai, la familia yumana de grupos indígenas de Baja California. “Yo soy indio y a mí nadie me va a quitar eso”, decía con orgullo desde siempre, recuerda su madre, quien repite sus palabras mientras su pequeña caravana se desvía a un camino de terracería a la altura del kilómetro 36 de la carretera Tecate-Ensenada. Tras un par de horas, llegaron al que fue su hogar, de unos cinco metros cuadrados y rodeado de árboles. Óscar solía tener la fachada de su casa repleta de letreros con consignas revolucionarias e imágenes de Emiliano Zapata o Pancho Villa, pero ahora, ya sin él, sus paredes color salmón no tienen tanto que decir. Dos perros y un enorme candado custodian la pequeña propiedad. Tres horas después, aún no logran quitarle los ojos de encima, como si esperaran que Óscar saliera a recibirlos una vez más para gritarles: “¿Y la caguama?”.

En los alrededores hay tres pozos que los hermanos cavaron juntos, cada uno con una historia distinta, pero todos con una misma esperanza: recuperar su nivel de agua que hoy luce empantanada. Óscar dejó pendientes varios proyectos, entre ellos, una escuela para educar con una visión sustentable y en la lengua kumiai y una serie de huertos para consumo local; pero estas tierras, que antes fueron propicias para la siembra y que él cuidó por años, hoy están secas. Porque en Juntas de Nejí las sequías son cada vez más frecuentes. Cada año disminuyen los pozos de agua sin que las autoridades atiendan la problemática, en un estado cuya tasa de lluvia está debajo de la media.

La siguiente parada del recorrido es el cementerio donde yacen los antepasados de la familia Adams, a quienes se les sumó Óscar. Sobre su tumba, Norma y Carlos dejan unos chocolates y dos cervezas —una abierta y otra cerrada—, mientras abren un par más para acompañarlo. Norma acaricia la cruz como si pasara los dedos entre el cabello de su hijo.

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La vida de Óscar como activista comenzó en 2014, con la desaparición de los 43 estudiantes de Ayotzinapa en Guerrero. A partir de ese momento empezó a sumarse a distintas protestas en la capital bajacaliforniana, como la de los jornaleros de San Quintín, y fue ahí donde conoció a quienes serían sus compañeros en Mexicali Resiste, la organización que conformó años después con el fin de defender el agua de su región.

Para llegar a las movilizaciones en otras ciudades pedía “raites” o dinero prestado para la gasolina. Mientras tanto, seguía con sus labores en el campo y trataba de organizar a la comunidad para que no votara por los caciques ni recibiera sus despensas. Les decía que les exigieran cumplir sus promesas antes de hacer nuevos acuerdos y organizaba a la gente en la asamblea para hacerle frente a la sequía. En 2016 Óscar visitó la comunidad de Cherán en Michoacán y quedó sorprendido con la labor de la policía comunitaria y otros logros de la lucha por la autodeterminación indígena que los cheraníes iniciaron en 2011. Los reconoció como un ejemplo. Unos meses después, en enero de 2017, estaba afuera del Congreso local protestando por el carácter privatizador de la Ley Estatal de Aguas; luego siguió una serie de protestas contra Constellation Brands, que marcó el banderazo de salida para Mexicali Resiste y le dieron mayor visibilidad.

Él cargaba siempre una Constitución mexicana de bolsillo, donde consultaba constantemente cuestiones ambientales. Entre lo que dejó pendiente está una batalla por un título de propiedad de agua ante la Comisión Nacional del Agua, a nombre de la familia Adams, para combatir la escasez que aqueja a su comunidad, mientras se autorizan grandes concesiones a empresas.

Durante la pandemia, en agosto de 2020, Óscar tuvo una videollamada con Carlos González, abogado agrario del Congreso Nacional Indígena (CNI), para hablar de los pasos a seguir rumbo a la autodeterminación de su pueblo, temeroso de ver sus usos y costumbres desaparecer ante la expansión de las corporaciones y la inacción de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales. Se trataba de una tarea ardua, de la que seguirían hablando en una segunda llamada, programada para cuando tuvieran la información del censo de la comunidad, desglosado por sexo y edad.

Horas antes de que lo asesinaran, el 24 de septiembre de 2020, anunció en sus redes sociales el inicio de “Buscando lluvia en el desierto”, otra iniciativa para denunciar la escasez del agua en su región, entre otros problemas sociales. Quienes entraron a su casa para matarlo a tiros se llevaron también su celular y la libreta en la que tenía todos sus apuntes.

Las sequías —consecuencia del cambio climático y la extracción por parte de grandes proyectos alrededor de su comunidad— se intensifican día a día, pero los kumiais están convencidos de que la muerte de este líder no fue en vano: tarde o temprano aparecerá quien retome el trabajo de Óscar y algo de agua volverá al desierto.

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