Evgen Bavcar, el fotógrafo ciego más famoso del mundo
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Evgen Bavcar, el fotógrafo ciego más famoso del mundo

Santiago Rosero
Fotografía de Evgen Bavcar


Perfil de Evgen Bavcar, el fotógrafo ciego más famoso del mundo, el hombre que retrata desde las tinieblas pues perdió la vista en su infancia.

Tiempo de lectura: 24 minutos

Cuando Evgen Bavcar tomó su primera fotografía estaba totalmente ciego. Fue una tarde de 1961, probablemente una tarde ventosa, tan común al oeste de Eslovenia. El joven Evgen, de 16 años, le pidió a su hermana su cámara Zorki 6, una copia soviética de la Leica de inicios de los años sesenta, y le hizo un retrato a la chica de la que estaba enamorado. En el colegio regular de Nova Gorica al que Bavcar había ingresado tras convencer a todos de que podría avanzar en sus estudios pese a que había perdido la vista cinco años antes, era normal que los muchachos les sacaran fotos a sus compañeras.

—Lo que es trágico en la vida de un ciego, o al menos así me parecía en esa época, es que nos enamoramos por intermedio de otros. Si los otros muchachos me decían que una chica era bella y a ellos les gustaba, yo también me enamoraba.

Cincuenta y cinco años más tarde, en su modesto departamento de París, donde siempre ha vivido solo, Bavcar recuerda ese episodio logrando que el humor se sobreponga a la nostalgia. Pero aquel primer disparo le enseñó también que no bastaba hacer lo mismo que todos para parecerse a ellos.

—Nuestra tragedia es que, para ser igual, hay que ser mejor.

Y entregó todo para cumplir ese designio. Obtuvo un doctorado en Filosofía en la Universidad de la Sorbona y luego dos doctorados honoris causa, uno por la Universidad de Nova Gorica y otro por 17, Instituto de Estudios Críticos, de México. En paralelo, aprendió siete idiomas (esloveno, serbocroata, ruso, italiano, alemán, francés y español), investigó el universo de la estética y la imagen, escribió libros. Empezó su carrera de fotógrafo profesional a mediados de la década de los ochenta, cuando tenía más de treinta años, y desde entonces hace series que, pese a la variedad de sus temáticas, se alimentan de los mismos fundamentos: destellos de la memoria, traducciones de la imaginación, representaciones de los sueños. Son retratos de mujeres —desnudas o no—; paisajes de su tierra natal —los únicos que alcanzó a ver con sus ojos—; imágenes nocturnas de ciudades; esculturas, monumentos, vestigios de la Historia sobre los que posa su mano para que el tacto compense la vista ausente. Cuando realiza fotos en exteriores necesita la ayuda de alguien que le describa el escenario, pero cuando hace retratos o dispara frente a objetos a los que puede acercarse, utiliza sus manos para ubicarse y medir la distancia. Aunque en los últimos años ha incursionado en la fotografía digital a color, la mayor parte de sus series más destacadas están hechas en película en blanco y negro. Gran parte de su obra, caracterizada por un altísimo contraste del claroscuro, está intencionalmente alterada por corrientazos lumínicos, logrados por la acción de pequeñas lámparas de bolsillo, que le confieren una estética fantasmagórica e irreal.

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