Jacques Demy hizo películas donde la tristeza y la felicidad son dos caras de la misma moneda.
Anna Biller, realizadora conocida por su exquisito diseño de producción y por ser una alquimista del cine de género, dijo lo siguiente sobre Jacques Demy: “Ver las películas de Jacques Demy me permitió hacer las películas que yo hago hoy”. La influencia se refleja en que los largometrajes de ambos tienen una preocupación por la iluminación de estudio profesional y exagerada, por explotar la saturación de los colores que filmar en película permite, así como aventurarse a proyectar una sensibilidad femenina; alejada del mundo viril y agresivo que se antepone a la visión y las fantasías de una mujer.
Jacqués Demy nació el 5 de junio de 1931 en la comuna de Pontchâteau, al poniente de Francia. A pesar de que Pontchâteau es un territorio pequeño, la región occidental francesa —particularmente la costa— se volvería seminal para el director y su manufactura, en especial la ciudad de Nantes, con la que Demy estableció un importante vínculo emocional.
Desde pequeño, Jacques Demy estaba interesado en animaciones e imágenes en movimiento. Gran parte de su infancia la pasó dibujando directamente sobre el celuloide y haciendo animaciones por diversión. A los 14 años de edad ya era un cinéfilo empecinado, y ese camino lo llevó a la Escuela Técnica de Fotografía y Cinematografía (ETPC por sus siglas en francés), donde se formó como director y coreógrafo. Fue ahí donde dirigió su primer cortometraje, Les Horizons Morts (Horizontes Muertos en español), un expresivo relato de un joven con el corazón roto.
Por razones de contexto y a causa del estado de la industria fílmica francesa, Demy formó parte de uno de los movimientos cinematográficos más importantes del siglo XXI: la Nueva Ola francesa (también conocida como la Nouvelle Vague). El movimiento estaba intelectualmente motivado a desestabilizar las convenciones del cine francés clásico (influenciado también por el cine norteamericano) y a crear una nueva forma cinematográfica. Demy se convirtió rápidamente en una de las joyas más brillantes de la tendencia.
No obstante, sería una figura singular del movimiento francés. Sin darle la espalda al rigor formal o a la prominente erudición de la Nueva Ola, Jacques Demy optó menos por obliterar las reglas del cine norteamericano y más bien por adaptarlas a sus ideas. Este director no tenía aversión por el estilo Hollywoodense, por el contrario, estaba enamorado de su inocencia y optimismo, elementos que adaptó a su peculiar discurso. Otro elemento que Demy adoraba del cine estadounidense era su aproximación musical, y cómo éste era un recurso utilizado para desvanecer el umbral entre realidad y ficción.
La admiración de Demy por Hollywood y su felicidad no lo alejaría de sus intenciones fílmicas. Cuando el realizador era un niño, vio cómo la ciudad de Nantes era destruida por los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, lo cual marcaría su personalidad y estilo. En los trabajos de Jacques Demy la fantasía ingenua convive con la amarga realidad y las consecuencias de la vida cotidiana. Su primera película, Lola (basada en personajes de Josef von Sternberg), dio un primer vistazo a este mundo de exquisita fantasía pero cruda realidad, donde uno que otro número musical se colaba al producto final. Demy luego diría que Lola es un musical sin música.
La importancia de Lola radicó también en la reunión de Demy con Michel Legrand, afamado compositor francés. Ambos conectaron inmediatamente por gustar de musicales hollywoodenses y decidieron colaborar nuevamente para una película musical 100 por ciento original en historia y tema.
Tres años después de Lola, Demy y Legrand produjeron Los Paraguas de Cherburgo, probablemente la mejor combinación de euforia y resignación que realizó el par. Este explosivo largometraje musical, proyectado en un saturado Technicolor, era una propuesta alternativa a la visión intelectual de la Nouvelle Vague. Mientras la Nueva Ola se orientaba a películas iconoclastas de contenido político y de aversión a fórmulas convencionales, Demy hizo de lo político algo mucho más sutil y lo resaltaba como parte de su estilo cinematográfico. Sus musicales no dudaban en tomar elementos prestados del cine estadounidense, pero llevaban sus características a un extremo casi molesto y ciertamente inesperado: todos los diálogos de la película están cantados y acompasados con música.
Los Paraguas de Cherburgo demostraba que no se necesitaba romper todas las reglas para ser innovador. El glamoroso cine de estudio era su más grande inspiración. Sus películas tienen un aura encantadora y agridulce que mantienen los materiales políticos y sociales presentes, sólo que rodeados de caramelo. Demy era un innovador que no sentía la necesidad de una amplia experimentación para hacer algo diferente. Más bien, pensaba que la fantasía ingenua servía para escapar del doloroso fondo de la realidad y no requería de un complejo aparato ideológico para comunicarlo, sino del lenguaje común de la melancolía.
La siguiente película de Demy era aún más ambiciosa. Con papeles estelares de Catherine Deneuve y Gene Kelly (dos iconos de la industria francesa y norteamericana respectivamente), Las Señoritas de Rochefort es un delirante largometraje de sueños technicolor y nostalgia hollywoodense. Para Gene Kelly —actor de clásicos musicales como Cantando Bajo la Lluvia o Un Americano en París— este fue su primer musical en una década.
Jacques Demy se convertiría en un director inolvidable. Su éxito con la dupla Los Paraguas de Cherburgo y Las Señoritas de Rochefort jamás sería replicado a la misma escala, y sus siguientes largometrajes pasarían mucho más desapercibidos. Sin embargo, esto no hizo de sus siguientes trabajos algo menos memorable.
Destaca particularmente Peau D’Ane (distribuida en Latinoamérica como Piel de Asno), un largometraje musical fantasioso y opulento, en el que el romance cursi y la ambientación para cuento de hadas, conviven a la par de una trama incestuosa. Piel de Asno también es fiel en su compromiso anacrónico, ya que, a pesar de ser prácticamente un cuento de Hans Christian Andersen, Demy decidió concluir la película con un viaje de los personajes en helicóptero.
Otras películas de Demy no dejarían atrás su característica mezcla agridulce. Lady Oscar, Una Habitación en la Ciudad y Model Shop perpetúan las capacidades que tuvo Demy para no ajustarse a un solo tono y aún así hacer películas inolvidables.
La carrera de Demy poco a poco se opacó hasta su muerte en 1990. Inicialmente se dio a conocer que su fallecimiento fue por leucemia. Su esposa, la directora Agnés Varda, eventualmente reveló que Jaques Demy falleció por complicaciones con el SIDA. Varda también fue instrumental en la restauración y mayor difusión de las películas de Demy. Por último, poco después de su muerte, Varda realizó Jacquot de Nantes, un trabajo experimental que retrata la infancia ficticia de Demy, mezclada con clips de sus películas y material de sus últimos días de vida. Otros dos documentales sobre la vida del prolífico director también fueron realizados por Agnés.
Terrence Rafferty, afamado crítico de cine británico, dijo que Jacques Demy era, como los personajes de sus películas, un soñador. El perfecto cuidado que Demy le daba a sus vestuarios, ambientes y personajes sólo remarcaban las desgracias. Por ello vale la pena recordar a Demy con una sabiduría realista: toda tragedia cuenta con un notable destello de dulzura.
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