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La historia según Jorge Ibargüengoitia

Un escritor que retrato los absurdos y las contradicciones de México bajo la lupa de su literatura.

Tiempo de lectura: 4 minutos

“Lo que me interesa al escribir es presentar la realidad según la veo”, le expresó Jorge Ibargüengoitia a Aurelio Asiain, en una conversación para la revista Guernica, sostenida el 3 de marzo de 1978Esta idea es fundamental para comprender el pensamiento del escritor, quien en su obra alteró la historia para satisfacer fines propios e ironizar sobre la realidad y la vida contemporánea. La literatura de Ibargüengoitia, plagada de salvaje humor y lacerante sarcasmo, provoca risas, aunque este no sea exactamente su objetivo. “Soy un escritor cómico, pero no burlón”, dijo alguna vez Ibargüengoitia.

Publicado y becado innumerables veces alrededor del mundo, Ibargüengoitia observó sus alrededores bajo la lupa de la literatura. Esta forma de observar el mundo, con sus absurdos y contradicciones, personajes ridículos –con nombres aún más ridículos–, y situaciones surrealmente incómodas, representa tan solo un vistazo a la vida cotidiana de México: un irrisorio farfullo donde la comedia y la tragedia se mezclan, y donde las limitantes de la corrección política y la alta literatura se rompen.

Ibargüengoitia escribía novelas para ser leídas por el grueso de la población, y esta conexión era posible gracias a su efectiva mezcla de realidad y humor.

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La vida de Ibargüengoitia no fue documentada ampliamente y los pocos testimonios que existen sobre él son contradictorios. Se sabe que nació el 22 de enero de 1928 en Guanajuato. Su padre murió al poco tiempo de haber nacido, y se crió entre mujeres, rodeado por su familia materna, proveniente de Guanajuato. A los tres años de nacido, su mamá se mudó al Distrito Federal, lugar donde Ibargüengoitia creció hasta iniciar sus estudios en ingeniería.

Tras unos años de hartazgo académico y poca motivación, Ibargüengoitia regresó a Guanajuato a trabajar en la granja de su familia. Durante estos años Salvador Novo montó Rosalba y los Llaveros (de Emilio Carballido) en el Teatro Juárez. Tras presenciar la obra, Ibargüengoitia, influenciado por el trabajo de Novo, se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y se inscribió en el taller de escritura dramática de Rodolfo Usigli. Sin embargo, el futuro Ibargüengoitia sería reticente al admitir su cercanía con el teatro, llamándolo “un accidente”. “No había un taller de composición novelística, si un maestro me hubiera dado clases de cómo escribir una novela yo la hubiera tomado antes”, declaró un ya adulto Ibargüengoitia a Aurelio Asiain.

A pesar de ganar varios premios con sus obras de teatro, obtener muchas becas para escribir en Nueva York y Stanford, e invertir una década de su vida a este oficio, Ibargüengoitia se refirió a sus obras de teatro con desencanto, salvando solamente dos: Susana y los Jóvenes (1953) y Clotilde en su casa (1955)

A pesar de su eventual fracaso en la dramaturgia, Ibargüengoitia constantemente recibía un cumplido específico: su talento para escribir, efectivamente y con fluidez, diálogos. Este hecho lo recordaría a la hora de realizar narrativa. Ya cuando la carrera como dramaturgo de Ibargüengoitia decaía (los premios, becas y oportunidades de montaje se extinguieron), el autor se dedicó a varios empleos. Fue traductor, intento ser guionista cinematográfico, e incluso el escritor recuerda que en algún momento fue al Departamento de Teatro de Bellas Artes a pedir dinero prestado. Eventualmente, Ibargüengoitia se dedicó a la crítica teatral.

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Ibargüengoitia, influenciado por el trabajo de Novo, se matriculó en la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, y se inscribió en el taller de escritura dramática de Rodolfo Usigli.

La académica Cristina Secci, autora de «Rompecabezas: vida y obra de Jorge Ibargüengoitia» (2006) publicada en Casa del tiempo, describe al escritor de la siguiente forma: “Toda su vida pareció desertar para buscar y encontrar un nuevo puerto”. Es así como eventualmente Ibargüengoitia empezó a darle nueva forma a las palabras. En 1962 publicó un cuento por primera vez, “La mujer que no”, en la Revista Mexicana de Literatura. Su primera novela, Los Relámpagos de Agosto, publicada en 1964, fue el resultado de su extensa investigación para una obra de teatro, El Atentado, montada años después de su escritura. Esta novela, ganadora del premio Casa de las Américas, sentó el estilo característico de Ibargüengoitia: desacralizar a las figuras históricas y autoritarias, y hablar de ellas con una voz socarrona y profundamente sarcástica.

A partir de la publicación de Los Relámpagos de Agosto, Ibargüengoitia se estableció en la creación de novelas. A esta le siguieron Maten al León (1977) y Estas Ruinas que Ves (1979). La última es un relato irónico y semi-autobiográfico de un profesor, mientras que Maten al León es una sátira histórica sobre un tirano ficticio en una isla latinoamericana que emula la realidad de países como República Dominicana o Haití. Estas Ruinas que ves ganó en 1975 el Premio Internacional de Novela, y el autor lo consideró uno de sus libros mejor logrados.

En los 70, quizás su décadas más fructífera, Ibargüengoitia también publicó la novela Las Muertas (1977), inspirada en una nota roja que sacudió al país: Las Poquianchis, mujeres proxonetas y asesinas seriales de las décadas de los 40 a 60 del siglo XX. Ibargüengoitia, un poco sorprendido por el excesivo escándalo mediático, y la cobertura tendenciosa de los medios, escribió esta novela, donde mordazmente satiriza la violencia y el sistema de vida mexicano.

Sus últimas dos novelas fueron Dos Crímenes (una comedia adaptada al cine en 1993) y Los Pasos de López (1981), una socarrona revisión histórica de la primera etapa independentista, despojada de seriedad histórica y más bien enfocada en los sucesos pequeños y situaciones chistosas.

En 1965, Ibargüengoitia se casó con Joy Laville, pintora y artista que conoció en San Miguel Allende, y se volvió su compañera hasta su muerte. Las ilustraciones de Laville aún se pueden ver en algunas ediciones de los libros de su esposo, pues ella realizó algunas de sus portadas. La pareja vivió alrededor del mundo: Ibargüengoitia era invitado a dar clases en algún lado, recibía una beca en otro país, o simplemente decidían establecer su vida en otros lugares. 

En 1983, cuando Ibargüengoitia vivía en París, el escritor fue invitado al Primer Encuentro de la Cultura Hispanoamericana en Colombia, en un vuelo con escala en España. Reacio a ir en un inicio, el escritor decidió poner en pausa su novela para asistir al evento. El avión se estrelló antes de poder aterrizar en Madrid, 181 pasajeros murieron, entre ellos Jorge Ibargüengoitia.

En su publicación, donde trata de reconstruir la vida de Ibargüengoitia, Cristina Secci declara que, ante las declaraciones contradictorias sobre su vida, el mejor biógrafo del escritor es él mismo. Esto es evidente en  La Ley de Herodes, publicada en 1967, un compilado de cuentos y relatos donde el protagonista (siempre llamado Jorge o Ibargüengoitia) atraviesa encuentros y vivencias sardónicas: desde enamorarse perdidamente de una mujer que no le hace caso, hasta una odisea inane con los Boy Scouts.

Incluso en los relatos de tinte no autobiográfico se asoma la vida de Ibargüengoitia, la de un hombre que distorsiona la realidad Mexicana —de por sí distorsionada— porque, como dijo en una entrevista, “México no tiene historia”, y entonces él se dedicó a inventarle una.

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