La libertad del diablo, la libertad de una máscara
El realizador mexicano Everardo González presentó su nuevo documental “La libertad del diablo” en la 32ª edición del FICG.
“La mejor entrevista en un documental es el soliloquio”, dice Everardo González. Este cineasta mexicano, conocido por sus multipremiados trabajos Los ladrones viejos (2007) y El Paso (2015), presentó su nueva cinta en la 32ª edición del Festival Internacional de Cine en Guadalajara. En La libertad del diablo, el director ofrece una estremecedora reflexión desde el punto de vista de las víctimas y victimarios de la guerra contra el narcotráfico en México.
El documental dura apenas 74 minutos, pero para Everardo González, es más que suficiente. “Es una película difícil. No es difícil entrar a ella, es difícil salir de ella”. Dos de los catalizadores principales del proyecto fueron el libro Fuego cruzado de Marcela Turati y el Acuerdo para la Cobertura Informativa de la Violencia. “Lo que hizo por lo pronto fue que los medios se callaran y vino un poco del concepto del daño colateral, las bajas civiles o los asesinatos de civiles”.
En La libertad del diablo no hay imágenes de archivo. Los pilares de la narrativa son las entrevistas con los verdaderos protagonistas del conflicto. Cubiertos con una máscara, los personajes cuyas vidas fueron marcadas por la violencia relatan sus historias sin dejar de ver a la cámara: A falta de un rostro, la empatía recae en el constante contacto visual con el espectador.
“Ese era el riesgo mayor que tenía la película, porque al borrar los rostros se borra mucho la identificación”, señala González. Sin embargo, ése era el justo riesgo que buscaba enfrentar el director en La libertad del diablo. “Quería probar si la mirada bastaba para generar empatía, o si la mirada ofrecía observaciones complejas. Hoy me parece que sí, que es la mirada la que revela muchas cosas de las emociones de las personas”.
La máscara que utilizan todos los entrevistados, el eje estético de la película, recuerda a aquellas utilizadas por quienes tienen quemaduras en el rostro. Para González, ésta es una máscara que habla de dolor. La máscara protege su identidad, mientras que los libera del miedo y la responsabilidad, permitiéndoles exponer sus resentimientos, sus fracturas y sus cicatrices ante la cámara. El director asegura que las máscaras revelan más de lo que pueden ocultar.
La libertad del diablo está llena de líneas borrosas que permiten revisar el conflicto a un nivel más humano: Sicarios, soldados, víctimas de tortura y familiares de desaparecidos aparecen bajo la máscara, donde a momentos los primeros hablan de perdón y los segundos de venganza. Pero no termina ahí: A pesar de un par de menciones circunstanciales, el director nunca especifica de dónde provienen las historias, pintando así un problema que cubre al país entero.
González también difumina la línea con el silencio, el cual abarca una buena parte de La libertad del diablo pero a ratos relata más que las palabras. “Hay silencios que resultan incómodos para ellos, pero que también les ayudan a sentir lo que van a decir”, dice el director. “Para muchos, es la primera vez que se les hacen estas preguntas”. Por ello, que exista un espacio de reflexión dentro de la narrativa, ayuda a que el entrevistado articule lo que tiene que decir, que pueda entrar en una catarsis. “El uso de la máscara, de los espacios controlados, del silencio, ayudó a que ellos hicieran una introspección que no habían tenido y que hicieran una catarsis que será luego compartida con el espectador. Finalmente, ése el diálogo que existe entre el espectador y lo que está sucediendo en pantalla”.
Para González, La libertad del diablo también le permitió explorar nuevos caminos dentro de la creación cinematográfica. “Quería experimentar sin mucho miedo a que las cosas salieran mal. Quise hacer un ejercicio teatral dentro de la misma realidad y por eso la idea de usar las máscaras, la idea de reconstruir la cotidianidad con gente que está interpretando algo que no sabe muy bien qué es y quizá eso vino antes que el mismo proyecto, esa idea de buscar nuevas formas de narrar”. A pesar de ello, el proyecto pasó factura en el director. “Cargar con tantas historias dolorosas por muchos años es la cuota más alta que cobró esta película”, concluye.
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