Los fantasmas del oro: Minería ilegal en Colombia

Los fantasmas del oro: Minería ilegal en Colombia

La minería ilegal de oro ha dejado estragos en Colombia. Desde hace unos años, es una de las principales fuentes para financiar organizaciones al margen de la ley.

Tiempo de lectura: 28 minutos

Muchos de los crímenes que se han producido en los últimos veinte años en Segovia, un pueblo de poco más de 40 000 habitantes en el centro de Colombia, tienen su origen en una explosión de estrellas que forjó los metales pesados en los albores del universo. Cerca de 9 000 millones de años más tarde, una implacable lluvia de meteoros golpeó el planeta Tierra y los metales llegaron a su superficie. De esa manera, el oro, ese elemento que empezó a utilizarse como moneda hace casi 2 600 años, ese metal que no se ensucia, que se puede hilar en fibras minúsculas y moldear con facilidad en láminas más delgadas que el papel, la razón que encaminó a Alejandro Magno hacia Persia y a Colón hacia América, de acuerdo con el historiador francés Pierre Villar, ese mismo que “conjura una bruma alrededor del hombre más destructiva para sus viejos sentidos y más adormecedora que los humos del carbón”, según Dickens, el oro se diseminó por los ríos, las montañas y los valles para adornar las cabezas de los reyes y las reinas, e impulsar asesinatos selectivos, financiar bandas criminales y, también, poner en riesgo el fin del conflicto armado en Colombia. Desde hace por lo menos cinco años, en más de un centenar de pueblos como Segovia, el oro es responsable de miles de muertes y de enfrentamientos entre organizaciones al margen de la ley.

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Una tarde soleada a principios de julio de 2016, una suerte de rickshaw motorizado nos dejó por primera vez al fotógrafo Federico Ríos y a mí en la plaza de Segovia. Bajamos frente a la iglesia, una construcción de ladrillo con aspecto de bodega que yace frente a una tienda donde un grupo de personas parece beber cerveza eternamente. Varios colegiales se refugiaban del sol bajo las sombras de almendros, nogales y galeanas. En la calle, un carro destartalado anunciaba por megáfono el último espectáculo de un circo. A pocos pasos, había una estatua dorada de una mujer desnuda alzando los brazos al cielo, mientras un minero extraía oro de un corte bajo sus senos.

Habíamos llegado al nordeste antioqueño, un área montañosa en el centro de Colombia, para cubrir lo que sucedía en una de las zonas del país más afectadas por un reciente auge en la minería aurífera. En 2012, Remedios y Segovia, las dos poblaciones más emblemáticas de la región, habían registrado tasas superiores a 204 homicidios por cada 100 000 habitantes, casi 50 puntos por encima de San Pedro Sula y Ciudad Juárez, para ese momento las dos ciudades más peligrosas del mundo, de acuerdo con el Consejo Ciudadano para la Seguridad Pública y la Justicia Penal, de México. Según las autoridades, las muertes eran el resultado de un enfrentamiento por el control del negocio aurífero entre Los Rastrojos y los Urabeños (ahora llamados el Clan del Golfo), dos bandas criminales conformadas en su mayor parte por ex paramilitares. En 2014, más de 800 policías y la presencia del ejército lograron que los homicidios se redujeran a la mitad. Sin embargo, la calma duró poco. Un año más tarde, Segovia fue el quinto municipio más violento del país, nuevamente con una tasa superior a la de las ciudades más violentas del mundo. A principios de 2016, dos nuevos grupos criminales irrumpieron en el pueblo imponiendo un toque de queda, amenazando de muerte por medio de panfletos a todos los menores de edad del municipio y masacrando a cuatro personas en un aparente ajuste de cuentas.

La región refleja lo que viene sucediendo en el resto del país desde hace por lo menos cinco años. Según la Brigada Contra la Minería Ilegal, un grupo especializado creado en 2015 para combatir este problema, en varias regiones de Colombia el dinero proveniente del oro reemplazó al narcotráfico como el principal método de financiación de los grupos al margen de la ley. Un informe confidencial de la Unidad de Información y Análisis Financiero de la Fiscalía estima que las organizaciones criminales obtienen aproximadamente 4 000 millones de dólares al año de la minería ilegal. (Un estudio del Banco Mundial en 2013 situaba la cifra en 4 800 millones de dólares). Además, la minería aurífera ya no es exclusiva, como solía serlo hasta mediados de la década pasada, de un puñado de municipios. De acuerdo con la Asociación Colombiana de Minería, la actividad se lleva a cabo en por lo menos 307 de los 1 102 municipios del país, cerca del 30% del territorio.

En lugares como Segovia, el oro es la nueva coca, el motor que mueve la economía legal e ilegal de la población. Uno de los principales comerciantes del pueblo nos dijo que casi todos los negocios deben pagar una extorsión. Desde la panadería de la plaza, administrada y atendida por una viuda y su hija (que paga el equivalente a 330 dólares mensuales), hasta las compraventas de oro (desde 1 330 dólares en adelante, dependiendo del volumen) y las mismas minas (hasta 50 000 mensuales). Bandas criminales con nombres como La Nueva Generación y La Mano que Limpia son las que mayor tajada sacan dentro del pueblo.

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