La alfombra roja no mide más de diez metros, pero tampoco le queda chica a la inauguración del Festival Internacional de Cine de Guanajuato que hasta hace poco se llamaba Expresión en Corto y que apenas ahora estiró sus aspiraciones a largometrajes de todo el mundo. Por ella desfilan directores primerizos, luchadores que actuaron en los cortometrajes de algún concurso, funcionarios de la burocracia cinematográfica y uno que otro despistado que creyó que por ahí era la entrada. Las celebridades más esperadas son el fotógrafo Spencer Tunick, que fue a dar una conferencia magistral y que varias noches aprovechó para encuerar a los invitados de las fiestas y tomarles fotos; Silvia Navarro, la actriz elegida como imagen del festival, y el equipo de Miss Bala, la película abridora del evento. Esa noche se exhibe por primera vez en México, después de su estreno mundial en el Festival de Cannes. Gerardo Naranjo, el director; Pablo Cruz, el productor, y Stephanie Sigman, la protagonista, caminan por la corta pasarela, ellos despeinados Gerardo más, vestidos de camisa clara y pantalones casuales; ella, las más alta de los tres, con un vestido multicolor, largo y vaporoso, zapatos sin tacón y poco maquillaje.
«En ese momento pensé: Voy a decir Pavarotti, voy a decir una pendejada y se va a armar un desastre nacional'», nos dice Gerardo la tarde siguiente, frente a unos tragos y varios platos de botana, en el Bar Luna de Guanajuato, lugar que él propuso. Trae un pantalón gris, una camiseta blanca (que después de un rato estará adornada con manchas de salsa) y una camisa de mezclilla. Está despeinado hasta el bigote, como siempre.
Ya sin público ni cámaras, Gerardo dice que parte de ser cineasta es volverse un poco más público, un juego que tiene que jugar pero que le ha dado un par de dolores de cabeza. Cuando, por ejemplo, sacó Drama/Mex, un reportero de La Jornada lo entrevistó y al final le dijo: «Gerardo, yo creo que la tuya es la primera película posmoderna mexicana», a lo que él respondió: «Ah, qué bueno que pienses eso». Al día siguiente se publicó la nota con el encabezado: «Gerardo Naranjo: Drama/Mex es la primera película posmoderna mexicana». «No sabes cómo me arruinó la vida. Todo lo que había luchado para ser coherente
me destruyó. Recibía llamadas de amigos que me decían: Gerardo, ¿qué pasó, por qué dijiste esa pendejada?’, y yo: Te juro que yo no lo dije’. Le llamé al reportero: Güey, yo nunca dije eso’, y él: No, bueno, Gerardo, no te preocupes, la nota le está encantando a la gente’. Y desde ese día comprendí que no había que confiar en la prensa mexicana».
No sé si son los tragos o el hechizo guanajuatense, pero a nosotros no nos ve como prensa y nos cuenta todo sobre él y sobre Miss Bala.
Creo que la película que sigue la vamos a hacer de violencia le soltó Gerardo Naranjo a los de Canana, sus productores: Pablo Cruz, Diego Luna y Gael García Bernal.
Después de su segunda cinta, Voy a explotar, a la que le fue muy bien en festivales pero mal en taquilla, Naranjo había pasado semanas en su casa leyendo periódicos y viendo noticias sobre la desastrosa situación de México. Llegó un punto en que se sintió enfermo y supo que tenía que hacer algo al respecto. Una película.
«Creo que callar lo que está pasando es un acto criminal.»
La idea no fue bien recibida por los de Canana. «¡No, Naranjo! De todos los temas ¿por qué ése?; qué mierda, qué hueva», le decían. Pero él estaba decidido. «Era mi exorcismo, hacer un acercamiento al tema de una manera constructiva, porque estar nada más odiando a los políticos no lleva a nada, no cambia nada». Los convenció y arrancó el proyecto, hace tres años. «Y ya que estás metido no puedes echarte para atrás, no hay manera de titubear», dice Gerardo.
Lo primero que hizo fue buscar un coguionista, porque sus trabajos anteriores habían sido muy personales. Lo encontró en uno de sus mejores amigos, Mauricio Katz, socio del videoclub Videodromo y fanático del cine. Antes de llegar a Miss Bala trabajaron en otras ideas que no cuajaron, todas en torno al crimen organizado. Hasta que, en diciembre de 2008, Gerardo se topó con la noticia de que Laura Zúñiga, ganadora del certamen Nuestra Belleza Sinaloa de ese año, había sido detenida junto con su novio y otros hombres, presuntos miembros del cártel de Juárez, en una camioneta en la que transportaban armas de fuego. Él y Pablo Cruz supieron que ahí estaba la historia que querían contar.
Un mes después, Zúñiga salió de prisión, y la buscaron para entrevistarla. En algún momento consideraron que la película podría estar completamente basada en su relato y que incluso ella podría protagonizarla, pero se dieron cuenta de que su versión estaba llena de contradicciones. «Ella está en una postura de reafirmarse y componer la situación
Dice que les plantaron las armas; al principio, cuando la arrestaron, dijo que la habían secuestrado, luego dijo que iban de compras a Colombia», dice Gerardo. Por eso prefirieron crear una historia de ficción inspirada en la anécdota.
Así nació su propia Laura, Laura Guerrero, una hermosa chica que vive en el área conurbada de Tijuana con su papá, quien se dedica a vender ropa, y su hermano pequeño. Persuadida por su amiga Suzu, decide entrar al concurso de Miss Baja California. De ganarlo, según ella, podría hacer muy buen dinero. Un día antes de que empiecen los ensayos, también incitada por Suzu, Laura va a un antro de mala muerte donde irrumpe un comando armado que lleva a cabo una masacre. Ella logra escapar, pero no encuentra a su amiga, a quien busca obstinadamente esa noche y la mañana siguiente. Desesperada, se acerca a un policía de tránsito, le confiesa que estuvo en el incidente de la noche anterior y le pide ayuda. El policía resulta estar coludido con la banda de criminales que hizo la matazón y la entrega con ellos. Lino, su líder, la perdona a cambio de que le ayude con algunos asuntos, a la vez que promete echarle la mano en el concurso. Aunque ella intenta escapar, pronto se da cuenta de que no tiene más opción que seguirle el juego a Lino que desde un principio la apoda Canelita y obedecerlo. «Yo creo que este cuate juega con la mente de ella y le da gusto sacarla de pedo y tener una relación muy de dominador», dice Gerardo. Pero para que no fuera el cliché de un macho mexicano, y también para alejarlo de la figura del héroe, «le pusimos un problema genital; nunca se sabe qué trae este cuate ahí, probablemente le dieron un balazo en los huevos. Eso a mí me dio una manera de verlo como un güey caliente que sólo quiere pero no puede», explica Gerardo.
Tijuana, aunque es la ciudad más icónica del norte del país, no fue su primera opción para filmar. Quisieron hacer la película en Matamoros, Tamaulipas, pero el gobierno no sólo no se ofreció a ayudarlos sino que les prohibió ir porque la situación allá está descontrolada. «El gobierno de Baja, en cambio, no nos peló, pero tampoco nos dijeron no vengan’. Los criminales tijuanenses, o más bien, la gente que controla las zonas, venía y preguntaba qué íbamos a hacer; nos decían que iba a ir alguien a cobrarnos y que no usáramos armas. Muy diplomático. Nos pedían mucho nuestros nombres y nosotros los reportábamos
eran como la verdadera autoridad. Nadie llegó pero sí nos tenían muy bajo el radar, aunque nos respetaron», cuenta Gerardo.
Otras secuencias, especialmente las que involucraban armas, fueron filmadas en Aguascalientes. El equipo quedó sorprendido por la indiferencia de los transeúntes, que no sabían que se estaba rodando una película, al ver individuos armados en la calle. Gerardo no podía creerlo, le decía a los actores que invadieran más el espacio de la gente. «Podríamos pensar que es parte del asombro, pero no, no hubo ninguna reacción». Hay una escena cuya filmación les reveló una clave para entender el problema de la violencia en México. En ella, Laura regresa de Estados Unidos, a donde fue a conseguir armas. El paso por la frontera lo rodaron sin avisarle a nadie, sin pedir permiso. Simplemente pusieron la cámara en el asiento trasero, y con ella registraron la indiferencia de los oficiales mexicanos, que dejan pasar a los autos como si nada. «Podría yo traer la bomba de Hiroshima allá atrás y nadie se inmuta. A nadie le importa. Es de chiste la discusión sobre la seguridad cuando cosas tan esenciales como el control de entrada al país no existe».
Fue la primera película de Gerardo con escenas de acción. Sabía que sería más difícil filmar balazos que adolescentes en conflicto, pero él es fanático del género, creció viendo películas como The French Connection o Hit!, así que no fue algo tan ajeno. «Traicionamos un poquito la regla, y en vez de ver al que dispara vemos los hoyos que se hacen de su disparo. También traicionamos la fórmula del thriller, donde normalmente tú sabes lo que el malo piensa y que hay una bomba debajo de la mesa; aquí lo subvertimos y creo que funciona que tú sólo sepas lo que sabe la chica. Y todo eso creo que tiene una base, que cuando decidimos hacer la película dijimos que la regla número uno era no meternos a la psique del asesino; no me interesaba justificar nada, tal como en otros productos que tratan el tema: Es que el gobierno nos falló y estamos tan jodidos y mi hijo tiene leucemia, necesita medicinas, voy a ser criminal'».
El tono de la cinta se aleja lo más posible del melodrama, un vicio de la televisión y el cine mexicanos que ha obsesionado a Gerardo durante toda su carrera. En las actuaciones buscó eliminar lo que llama «expresividad mexicana», la sobreactuación. Lo mismo pasa con lo que se ve en el cuadro y en los diálogos: «Tratamos de mostrar poquito para que tu imaginación llene lo otro, espero que usen lo que para mí es la mayor capacidad del cine que es ponerte a imaginar. Creo que no hay que enseñar a Godzilla, si enseñas la última parte de la cola dices: Ahí hay un dinosaurio'». Aquí Godzilla son las drogas: el espectador asume que Lino y su banda son narcotraficantes, pero eso jamás se menciona; tampoco se ve una línea de coca ni un cigarro de mariguana.
La única mención al tema se hace al final de la película, cuando aparece una leyenda que enuncia que en México hay una guerra contra el narcotráfico en la que han muerto miles de personas. Originalmente no estaba, pero decidieron agregarla porque en el extranjero no podían creer que la película retratara la realidad de México. «No lo veo como parte de la película, es un chipote, pero me parece necesario porque siento que hago más mal si tengo que dar un choro al final de cada proyección y decir: Ay, mi pobre país’. Siento que ahí es un poco más parco», explica Gerardo.
Hoy, como sea, la cifra está atrasada.
En sus películas anteriores, Gerardo trabajó con actores poco conocidos o gente que de plano no se dedicaba a eso. Drama/Mex la protagonizaron Diana García y Miriana Moro, que se estaban estrenando como actrices, y Emilio Valdés, que es artista visual y no ha vuelto a hacer cine. El único actor con experiencia era Fernando Becerril. Para Voy a explotar se apoyó en Daniel Giménez Cacho y Rebecca Jones, pero los protagonistas eran dos adolescentes novatos: María Deschamps y Juan Pablo de Santiago.
Por eso no tiene empacho en decir que a Stephanie Sigman la vio en el casting para un anuncio de shampoo y pensó que, si podía actuar, sería ideal para interpretar a Laura. Resultó que sí podía, y aunque él vio a más actrices para estar seguro, al final le dio el papel.
Stephanie mide 1.75, tiene una mirada brillante, unas piernas interminables y una sonrisa en la que muestra unos dientes ligeramente chuecos un detalle que, según las fuentes masculinas consultadas, en ella se ve increíblemente sexy. Nació en Obregón, Sonora y, aunque tuvo una infancia feliz y ama su terruño, quería irse de ahí y hacer más cosas de las que una ciudad de menos de medio millón de habitantes le ofrecía. Eso sí, nunca consideró ser reina de belleza como una opción para lograrlo. «No me gustaba, escuchaba las historias y pensaba que no me iban a dejar ser yo misma, que iba a tener que estar en pose todo el tiempo», dice. De niña, profesiones como militar o ciclista pasaron por su mente, pero nunca modelo ni actriz. A los quince años, mientras estudiaba la prepa, entró a un concurso de modelaje con el que viajó a la ciudad de México y a varios países de Latinoamérica. Después le ofrecieron trabajo en una agencia en el DF y, como de todos modos ya había perdido el semestre, aceptó. Ya nunca regresó a Sonora.
Dos años después audicionó para ingresar al Centro de Formación Actoral (Cefac) de TV Azteca. Ella no estaba muy segura de querer ser actriz. Lo confesó, pero aun así la admitieron, y estudió la carrera de dos años y medio. Aunque de niña y adolescente fue estudiante ejemplar («Era una ñoña», dice), en el Cefac fue rebelde y respondona. «Los maestros me querían correr, seguro ahora dicen que no, pero sí me querían correr. Todos menos [Raúl] Quintanilla [el director], él decía: No, se queda'».
Más adelante participó en la serie de televisión Los Minondo y en la película Río de oro, de Pablo Aldrete, que se terminó el año pasado pero que no se ha estrenado. Fuera de eso, todo era modelaje. En un casting para un comercial, que se intercaló con su proceso de selección para Miss Bala, como si fuera una broma del destino, se topó con Laura Zúñiga. Un chico les pidió que pasaran juntas: el anuncio se trataba de dos hermanas, y él notó su semejanza. «¿Eres Laura Zúñiga? Nos han dicho que nos parecemos», fue lo único que Stephanie le dijo.
Para el papel de Lino, Gerardo volvió a usar a Noé Hernández, que aparece en su fragmento de la película colectiva Revolución. Es un hombre moreno, de baja estatura, músculos marcados y mirada penetrante, con una sonrisa que, según su actuación, puede ser angelical o pavorosa.
Hijo de campesinos, Noé nació en Atitalaquia, Hidalgo, donde creció trabajando la tierra. En la secundaria se metió al taller de teatro y ahí descubrió cuánto le gustaba actuar. Como no sabía que había una carrera de eso, se preparó para hacer su examen de admisión a Derecho en la Universidad Autónoma del Estado de México (UAEM), en Toluca. Mientras estaba formado para entrar al salón donde se realizaría la prueba, Noé encontró una guía de las carreras que ofrecía la UAEM. Vio que una de ellas era Arte Dramático. «Apártame mi lugar, ahorita regreso», le dijo al chavo que estaba frente a él en la fila. «Y nunca regresé. Me fui a la Facultad de Humanidades», dice.
Al egresar, Noé fundó un grupo de teatro independiente. Para sostenerlo, dio clases de preparatoria por seis o siete años. «Pero van pasando los años y uno empieza a sentirlos, uno empieza a ver que muchos proyectos se te van muriendo en el camino porque no hay la infraestructura teatral ni la economía necesarias para hacerlos. No me voy a pasar toda mi vida produciendo teatro que no me mantiene, pensé, y yo quiero vivir de mi carrera
entonces me entró la idea de hacer cine». Dejó Toluca y fue al DF, donde según él iba a conseguir trabajo en un par de meses. «Y no, llegué aquí y en todo un año no agarré absolutamente nada, me tuve que regresar a Hidalgo». Estando allá le empezaron a caer sus primeros trabajos, primero en comerciales, después pequeñas apariciones en cine y, más adelante, papeles de reparto en películas como Espiral, Vaho, Somos lo que hay y El infierno. El de Miss Bala es su primer protagónico.
Desde su primer encuentro, aún durante el proceso de selección, Stephanie y Noé tuvieron una excelente química ante la cámara. «Entre nosotros hubo algo. Me decía Andrea, que fue quien hizo el casting, que a Stephanie le habían puesto a puros chavos guapos, y entonces llega Noé con esta jeta. Creo que inmediatamente entramos dentro del rol que a cada uno nos tocaba jugar», dice Noé.
Gerardo les pedía que no se aprendieran el guión, sólo una coreografía general de cada escena. «Mi dirección sobre todo fue no decirle a Stephanie cómo iban a venir los trancazos. A Noé lo dirigía más, le decía: Ella va a estar aquí, tú entras y le vas a hacer esto y esto» y lo que quería era capturar su reacción. Jamás les dije: Tú aquí piensas en tu primo o piensas que tu vida es esto o lo otro’, no quiero darles razones psicológicas, sino que los actores vivan en el momento y que reaccionen con todo el sentido común que puedan sentir».
La única actriz conocida de la película es Irene Azuela, que hace el papel de la aspirante más popular a ser Miss Baja California. Aunque sólo aparece en tres escenas, Gerardo cree que era de los personajes más complicados. «Quería hacer alguien odioso que creyera en la legitimidad del concurso, alguien a quien su mamá peinó durante toda su vida diciéndole: Tú eres preciosa mi’jita, te lo vas a ganar’; quería a una Sarah Palin pero de ficción
Tenía que ser una actriz que manejara muy bien esos momentitos, la decepción cuando no gana y tiene que llorar, alguien con experiencia, que manejara muy bien sus emociones». A Irene le hizo gracia el papel, así que aceptó. El otro actor famoso es el que hace de maestro de ceremonias del certamen, Gabriel Chávez, a quien se le reconoce por su voz: él dobla al personaje de Mr. Burns en Los Simpson.
Los dos protagonistas vienen de lugares que en los últimos años se han vuelto muy violentos. Obregón es un punto clave del tráfico hacia y desde Culiacán. «Es una ciudad muy chiquita como para que haya dos balaceras al día. La gente no quiere salir. Antes las puertas de las casas estaban abiertas todo el tiempo, ahora ya no», dice Stephanie. Atitalaquia fue uno de los municipios elegidos para levantar la aún inconclusa Refinería Bicentenario, y para construirla le compraron sus tierras a los ejidatarios. Desde que se las pagaron, son víctimas de amenazas, secuestros y violencia. «Hace poco mataron a cuatro amigos porque no quisieron dar el dinero. Yo los conocí desde niño pastoreando borregas, eran campesinos que se dedicaban a trabajar la tierra, no a otra cosa, ni eran agresivos, nada. A mi papá constantemente le llaman por teléfono, le dicen: Vas tú, ya sabemos dónde vive tu hijo, lo vamos a chingar’, intimidaciones de ese tipo. Llega un momento en que dices ni modo, hoy los veo y mañana quién sabe, asumes que quizás es la última vez que ves a la familia. A veces adaptarse es un modo de decir: Si me llega, pues ni modo’. Lo aceptas, y eso es peligroso, muy peligroso», dice Noé.
Aunque la prensa internacional ha recibido muy bien sus actuaciones y la película en general, «el único comentario que sentí medio animoso fue del medio cinematográfico mexicano, comentarios de compañeros que decían: Ay, se están aprovechando de la narcocultura’, Ay, otra película de narcos'», dice Gerardo. Ante esas críticas, Noé cita al alemán Bertolt Brecht, que cuando su país estaba en medio de la guerra, el hambre y la destrucción, decía que hacer poemas de amor y de rosas en esos tiempos era un crimen. «Creo que aquí pasa lo mismo con Miss Bala, tenemos que decirlo, no te puedes quedar en el margen. Muchas veces nos vamos a las telenovelas o nos vamos al cine a ver Cansada de besar sapos, que está bien que existan, pero de momento creo que nos hace falta comprometernos más con lo que está pasando, decirlo, hablarlo. Callarlo creo que es un acto criminal».
«Me acuerdo mucho del programa de Ultraman, por momentos estaba convencido de que venía de ese planeta, que me habían robado de ahí», dice Gerardo, que desde niño se sintió inadaptado, desinteresado de lo que ocurría a su alrededor. Las actividades propias de la juventud de Salamanca, Guanajuato, su ciudad natal, como ir a dar la vuelta al bulevar o ver quién bebía más cerveza, no lo apasionaban. «Tenía una atracción hacia la vida artística’, aunque no sabía muy bien qué era eso, estaba llena de mitos como que los artistas eran drogadictos y estaban entregados al sinsentido».
No obstante esa curiosidad, se fue a estudiar Administración de Empresas a Celaya. «Todo estaba relacionado con prestaciones en mi vida burguesa: si uno hace lo que se supone que debe hacer, se te suelta la cuerda, y ése era mi fin último, ser lo más libre posible». Estaba convencido de que iba a ser un buen administrador, porque además sacaba dieces en la escuela, y eso lo deprimía. Hasta que un día apareció un amigo de la juventud, el mismo que le habló de la existencia de bandas como The Cure. «Obviamente en Guanajuato se oía Milli Vanilli, y este cuate entonces traía grandes descubrimientos». El amigo acababa de regresar de tomar un curso de cine en Guadalajara y quería hacer un cortometraje que fuera su carta de despedida a la vida, para el que le pidió a Gerardo que actuara. «Lo primero que hizo fue comprar una chamarra de piel y atrás le escribió con pasta de zapatos soy malo’. Me la puse y todo era Gerardo caminando por la carretera, Gerardo visitando cementerios, Gerardo durmiendo en los bosques
una cosa muy deprimente. Pero me sorprendió la concentración que le puse a un evento tan fallido, aunque yo creí que estaba haciendo algo muy importante. Por primera vez en mi vida le eché muchas ganas a algo», recuerda.
Tal fue la intensidad del cortometraje que Gerardo resolvió dejar la carrera de Administración. La decisión se juntó con el hecho de que cacharon que su certificado de preparatoria era falso y, para su beneplácito, lo corrieron. «Me quedó claro que el destino me estaba llamando hacia lo que llamaría la vida artística’: según yo me vine a México a pintar y a la escuela de cine. Muy atontadamente me metí a la Ibero, sin saber mucho lo que implicaba entrar a la Ibero», dice. Ahí no tuvo vida social y se la pasó en la biblioteca poniéndose al día en cuestiones de arte en general y de cine en particular. «Mi referencia de cine era mucho más básica, pero igualmente la sentía íntima, cosas como Flash Gordon y The Wall, muy de cultura popular. Mientras más iba descubriendo más me volvía loco y más me asombraba que encontraba en mí una energía para dedicarme a eso», dice. Uno de sus obstáculos fueron los posers que se sentaban en la cafetería a discutir de temas elevados. «Yo venía de provincia, sin mucha seguridad en mí mismo, y me encontré con los miembros de esta raza llamada cineastas de café’, que hablaban de la revolución, y todos usaban su saco de pana con codos de piel, tenían el pelo largo y fumaban mota muy bien. Para mí era algo infranqueable, ¿cómo le iba a ganar a eso? Cuando llegó el momento de filmar sentí un poco de pánico escénico, pensé que no les iba a poder ganar a estos que tienen su choro preparado. Pero también es sabido que esta raza no es muy disciplinada, entonces dije: si no les gano con el choro o el look, pues seré muy disciplinado». A diferencia de los del saco de pana, Gerardo sí terminó un cortometraje de 35 milímetros, Perro negro, con el que concluyó su carrera, aunque nunca se tituló.
Después de la Ibero tuvo un breve paso por el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC). Salvo por la clase de Jorge Ayala Blanco, sus recuerdos no son muy gratos. «Todo era muy retrógrado, sobre todo porque los maestros se vengaban contigo, decían: Hasta que nosotros no hagamos una película, tú no tienes derecho a hacer una'». Entonces llegó la huelga de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), a la que pertecenece el CUEC, en 1999, que a él le pareció parte de la burocracia política de la universidad. «Yo no quería hacer huelgas, ¡quería hacer cine!». Y como él no quiso participar en el movimiento ni hacer guardias por las noches, una de las lideresas del movimiento le dijo que se fuera. Y se fue sin dudarlo, porque además habían visto Perro negro en el American Film Institute (AFI), de Los Ángeles, y lo habían invitado a estudiar una maestría allá.
Una vez aceptado, se topó con el problema de no tener dinero para pagarse los estudios. «Con esta anécdota cerraré mi carrera de Catch Me If You Can. Creé una institución en México que me iba a becar’, que obviamente tenía domicilio en mi casa y era mi teléfono. Toda mi maestría fue un vía crucis porque cada día me decían: Gerardo, no responden allá, hoy sí te vamos a correr’. Yo tenía una serie de cartas preparadas que mis amigos iban mandando conforme el fuego iba acrecentándose en Los Ángeles, que decían cosas como que hubo una crisis del gobierno pero que ahora sí ya iban a recibir el dinero. Todo fue un gran scam, y al final nunca pagué la universidad, logré terminarla aunque no me dieron mi título, pero bueno, fue una buena aventura».
En el AFI hizo su segundo corto, The Last Attack of the Beast, que fue muy premiado en Estados Unidos. También realizó su primer largometraje, Malachance, una road movie que él siempre califica como un rotundo fracaso. Se tardó cuatro años en terminarlo, pero casi no lo enseñó, no estaba satisfecho con el resultado ni con lo que la película decía de él mismo.
De una de las contadas veces que la exhibió nació otra cinta, que hoy es de culto, The Good Times Kid, protagonizada, coescrita y en cierta forma coproducida por él. Fue a mostrar un corte de Malachance a un festival de Las Vegas que organizaba un amigo suyo. «Yo no sabía que en Las Vegas no se abrían las ventanas y que sólo era aire acondicionado, y tengo alergia a los aires acondicionados, entonces me enfermé mucho, pero mucho, estaba realmente muriéndome». Llamó a su colega Azazel Jacobs para que fuera a rescatarlo. En el desierto, ahí donde pudo volver a respirar, y bajo los potentes efectos antigripales y estupefacientes del NyQuil, escribió junto con su amigo una historia agridulce sobre personalidades robadas, que Azazel dirigiría. Pactaron un plazo de dos meses para conseguir material y actores y empezar a filmarla.
Gerardo regresó a México y la suerte se manifestó muy clara para él. Un amigo suyo le dijo que había trabajado en Troya sí, la de Brad Pitt y que había sobrado mucho negativo de la producción. «Yo no te lo puedo regalar, porque no es mío. Pero está en una bodega en los Estudios Churubusco, te voy a decir exactamente en donde, y voy a dejar la puerta abierta. Si tú vas, lo agarras y te lo llevas, es tuyo; si te agarran, pues no te conozco», le dijo. Gerardo consiguió una camioneta, se metió a los Churubusco, agarró el material y se fue manejando derechito hasta Los Ángeles. Como no consiguieron actores, la hicieron ellos mismos. «Es la mejor escuela de cine que he tenido en mi vida. No teníamos idea. Muchas veces cuando hacíamos las tomas oíamos que algo estaba mal, abríamos la cámara y todo el negativo salía volando porque no se había enrollado, era como del Pato Donald. La película me enseñó, sobre cómo filmar, lo que es importante y lo que no, me dio lecciones de economía y me enseñó que no debo de actuar mucho porque no soy actor». Ahora la cinta tiene seguidores hipsters, y cuando Gerardo camina en la parte este de Los Ángeles le gritan en la calle: «¡Depresso!», el nombre de su personaje.
Luego de esa experiencia, Gerardo regresó a México y, pum, hizo Drama/Mex en mes y medio. A los tres meses estaba en Cannes. «¿Han oído de esa teoría japonesa ninja que dice que te preparas toda tu vida para un solo momento, para un movimiento? Tuve ocho años según yo de preparación de dos proyectos que no acabaron en nada y en chinga hice Drama/Mex«.
«Cuando empecé a hacer películas dije: Odio el «cine mexicano de calidad» voy a hacer lo más opuesto que pueda, voy a retratar a mis amigos, voy a tratar de documentar la falla, hacer del error un valor’. Eso era Drama/Mex según nosotros. Luego hice Voy a explotar, una memoria atormentada de mis tiempos de juventud. Terminando esas dos películas estaba muy insatisfecho con el cine juvenil y con los resultados, porque una vez más decían que Voy a explotar era de arte’, lo cual me cagó. Tiene fieles seguidores pero le fue muy mal, para los productores fue una muy mala noticia, teníamos inversionistas gringos, hubo relaciones rotas».
Y entonces fue el encerrón en su casa, las noticias que lo abrumaron, la necesidad de hacer una película sobre la violencia, el rodaje de Miss Bala, su presentación en Cannes como parte de Una Cierta Mirada, el aplauso de doce minutos de los franceses, su estreno en México en Guanajuato y Gerardo en esta mesa, contándonos todo eso.
Miss Bala se estrena en México el 9 de septiembre, y casi simultáneamente se podrá ver en algunas salas de Estados Unidos. La película será distribuida por Fox en ambos países. «Espero que eso implique que no tenga que ir a darle el DVD a mi abuelita personalmente», dice Gerardo. La cinta, que ya estuvo en Cannes, también estará en los festivales de cine de Toronto y de Nueva York.
Después de un par de whiskies, Gerardo nos confiesa que su próxima película será de túneles. «El principal negocio del narco ahora, después de la droga, es el tráfico de petróleo. Se roban mucho petróleo de los tubos y lo están mercando. Ahora ya no quiero tratar el narco mexicano, ya me gradué, no me interesa más, porque no quiero ser el cronista del crimen en México».
En eso, un fan treintón, que viste una camisa de colores, lo saluda desde la calle y le dice que tuvo pesadillas después de ver Miss Bala. Gerardo lo toma como un halago y agradece el comentario.
¿Tú tuviste pesadillas mientras hacías la película?
Yo creo que el miedo cuando estás haciendo una película es hacer una mala película. Los balazos y eso no importan tanto como la tristeza de hacer algo malo. Imagínate dedicarte tres años sólo a una cosa y que te salga mal, y que sucede mucho en algo tan etéreo como el cine, no hay manera de garantizar que salga bien. Truffaut lo decía: cuesta el mismo trabajo hacer una película buena que una mala.
Hoy, Gerardo duerme tranquilo. //