La pianista en el espejo
Marta Argerich, según pasan los años.
En una escena de Bloody Daughter, el documental que dirige la hija de Marta Argerich sobre su madre, la pianista aparece sentada sobre una tela de colores en el césped de una plaza, con el pelo salvaje y suelto, como si fuera aún la mujer joven que a los 75 años ya no es. La hija le ha preguntado sobre la vejez, acercándole la cámara al rostro casi hasta tocarlo. Ahí están las arrugas, las manchas en la piel, la suave despedida de la belleza. La madre tiene una mirada ascética. Ni resignada, ni melancólica, ni triste. Suelta la repuesta. Serena, natural, envenenada. Le dice que un día vio de lejos su reflejo en un espejo y que de pronto, inesperadamente, se dio cuenta de que esa imagen no era la que ella tenía de sí misma. Que ella se pensaba como era algún tiempo atrás. Cuando escuché esa frase pensé en aquellas mariposas de la infancia prendidas con alfileres sobre un telgopor; en sus alas deshaciéndose como polvo de terciopelo a medida que pasan los días. Después supe que había empezado a pasarme lo mismo. Que en mi mente mi reflejo se quedó detenido en un momento distinto al presente. No sé cuántas cosas me desesperan del paso del tiempo. Pero todo se resume en esa frase, en ese desconcierto, en esa especie de recuerdo de mí misma. Marta Argerich cumple hoy, 5 de junio, 78 años. Y yo vuelvo a pensar en ella, y en su elegancia imperial para saber callar todo lo demás.
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