Cuando la policía secreta mexicana miró a los cielos en busca de ovnis
Laura Sánchez Ley
Ilustraciones de Mara Hernández
Te presentamos un repaso de las páginas del expediente que la policía de inteligencia mexicana (DFS) tuvo sobre avistamientos de ovnis en México, desde testimonios en Guerrero hasta lo visto en Ciudad Pemex.
Localizar la ranchería de Casa Verde es imposible. Un dibujo elaborado por un par de agentes de la Dirección Federal de Seguridad (DFS) es la única señal de que el pobladito existió. Es muy parecido a los mapas del tesoro: con tinta negra y un punto grande marcaron Iguala, ciudad en el estado de Guerrero; más al sur anotaron el kilómetro 236 y “arribita” pusieron un puntito rojo.
Con la referencia de un mapa actual, infiero que Casa Verde estaba en la intersección de lo que hoy es la carretera federal México-Acapulco y la 196, que lleva a Atoyac. Como si se tratara de una investigación judicial, armaron un expediente que incluía fotografías en blanco y negro, las cuales permiten viajar a Casa Verde de finales de 1960: a sus cerros de matorrales secos, a sus cinco casitas de madera y a sus 30 habitantes. Una tienda de abarrotes repleta de letreros cincuenteros de Pepsi-Cola y Coca-Cola tenía un rótulo a un costado de las ventanas con el nombre del pueblo, y me hace imaginar que probablemente la ranchería fue bautizada así en honor a su única tienda.
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El 25 de marzo de 1967, a las 2:30 de la madrugada, Enrique Barbosa, un agente de la entonces Policía Federal de Caminos, estaba por terminar sus rondines diarios. Agarró camino de regreso a Iguala, y en Mezcala, a unos kilómetros de Casa Verde, se le apareció. Aunque esa noche hubo luna llena y su luz alumbraba las montañas guerrerenses, pudo ver una bola de fuego que atravesaba el cielo rumbo a Iguala. Y fue hermoso: iba iluminando todo con una “luz colorada”, dijo Barbosa.
En la misma carretera, al señor Elpidio Figueroa, chofer de la unidad número 89 de los autobuses Estrella Roja, también se le apareció: había salido temprano de Acapulco y casi para terminar el viaje una luz lo cegó, al punto de casi perder el control del camión. Frenó de sopetón para evitar el accidente, y cuando miró atrás se dio cuenta de que los pasajeros también miraban atónitos por la ventana: una bola de fuego se perdía en los cerros de Casa Verde.
Al sur, en una de las cinco casitas de madera del pueblo, la señorita María Zamora se espantó. Ya estaba dormida cuando una luz intensísima la despertó. Se asomó por la ventana del cuartito y miró para el cerro: un objeto “raro” estaba volando a ras de tierra y parecía, sí, una bola de fuego.
Al día siguiente, 26 de marzo, los agentes de la DFS anduvieron buscando testigos en la central de autobuses de Iguala y en los poblados cercanos a los testigos. Y lo hicieron con ahínco. Interrogaron a todo mundo como si trataran de localizar una persona extraviada.
Desde Casa Verde, el agente Gustavo Castillo Chapital firmó un informe que decía que no encontró “ninguna huella” de un aterrizaje. Pero dejó para la historia de la policía mexicana una muestra maravillosa del viejo “yo no sé, pero me contaron”:
Se deduce:
Que efectivamente el día 25 del presente mes a las 02.15 hrs. un objeto extraño luminoso de un diámetro aproximado de 80 cm cruzó el firmamento del lugar denominado “La casa Verde”, ya que ésto [sic] es asegurado tanto por los habitantes de dicha Ranchería, los operadores de la Línea de Camiones Estrella de Oro y el Policía de la Federal de Caminos a los que les constó este hecho.
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El 1 de febrero de 1966 quedó oficialmente registrado. Con letras grandes estilo bold, la Fuerza Aérea de los Estados Unidos tituló su documento Project Blue Book, el Proyecto Libro Azul. En unos cuantos párrafos, intentaban justificar cómo, a mitad de acontecimientos como la guerra de Corea, la de Vietnam y la invasión de la Bahía de Cochinos, habían destinado recursos de los bolsillos de los estadounidenses a investigar la aparición de objetos voladores no identificados, ovnis, por sus siglas en español.
Desde 1948, cada avistamiento se analizaba, según los militares, de forma científica, e incluso presumían que se utilizaban todas las facilidades otorgadas por la Fuerza Aérea para llegar a una explicación lógica. Cada informe se revisaba con “una mente abierta”, aclaraban.
Hasta 1964, el Proyecto Libro Azul documentó 6 817 avistamientos, y solo 237 quedaron, digamos, en el aire; a los demás les encontró alguna explicación: que si eran satélites, globos aerostáticos, pájaros, aviones y hasta avistamientos por causas “psicológicas” y alucinaciones.
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El proyecto terminaría cinco años después, con miles de reportes, algunos fabulosos, como la crónica del día en que la Casa Blanca fue invadida por ovnis; el misterio de las luces de Lubbock o la historia del capitán Mantell, que murió en Kentucky persiguiendo un objeto volador.
Pues bien, por esos años una versión tropicalizada y con menos recursos del Blue Book comenzaba a armarse en México. La DFS, la policía de inteligencia mexicana, también destinó agentes y recursos al rastreo de objetos luminosos y hombrecillos verdes. En sus páginas puede comprobarse cómo la policía secreta, que por ese entonces perseguía y torturaba estudiantes y guerrilleros, también tenía intereses más cósmicos.
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Las hojas del expediente ovni que alguna vez fueron blancas hoy prácticamente son cafés, y una especie de polvo que se desprende de los recortes de periódicos viejos te hacen estornudar. Si no fuera por algunas palabrillas que cayeron en desuso, parecerían noticias de hoy: “Forcejeo con un hombrecillo que bajó de una nave espacial”. Pasas otra: “Una flotilla de ovnis sobrevoló la Huasteca”. Y una más: “En el DF vieron los platillos”.
Tras pasar varios informes, llego a una ficha que revela algo más interesante: los agentes de espionaje sí investigaron momentos icónicos de la historia ovni, aunque nunca lo aceptaron públicamente.
Veamos: para los ufólogos un momento que marcó un antes y un después en México fue el avistamiento del 1 de junio de 1973: un ovni habría bajado a Ciudad Pemex, un lugar medio distópico de torres altísimas, andamios y fumarolas negras en Macuspana, en Tabasco. Se trata de un centro urbano e industrial construido por el presidente Miguel Alemán Valdez, en una época en que el priismo gobernante soñaba con producir 18 000 barriles de petróleo diarios, y convertir así a México en una potencia mundial.
En los periódicos de la época se publicaron encabezados espectaculares: “¡Aterrizó un ovni en Ciudad Pemex!”. Tal cual: los ufólogos consideran que ese día se dio el primer contacto con seres de otros mundos.
La DFS no lo tomó como un chisme, y se movilizó. Interrogaron a un radioperador de aviación de Ciudad Pemex llamado Nicandro Vázquez Torres. El joven les juró que el 30 de mayo, cerca de las 11 de la noche, estaba trabajando de madrugada en la torre de radio de la petroquímica, cuando un objeto aterrizó frente a él en la pista y flotó por unos segundos en la zona norte del complejo:
El objeto despedía una luz fluorescente como la que despiden las lámparas de gas neón. Era de forma cóncava, como si fuera un plato, y tendría un diámetro de 10 metros. Cuando de repente empezó a desplegarse en forma de zigzag a gran velocidad y desapareció en el espacio.
Esa noche Nicandro llamó a otros dos amigos: quería estar acompañado por si regresaba el objeto volador. Pero lo que sucedió a la medianoche sí que es de otro planeta. Vieron a unos 75 metros de la torre de radio a una persona —lo que ellos pensaron que era una persona—. Cuando la miraron con lentes de rayos infrarrojos se dieron cuenta de que medía unos dos metros y medio, y estaba vestido de blanco, más bien plateado, se corrigió Nicandro. Se asustaron, claro, así que decidieron abandonar la torre de radio, pero lo último que alcanzaron a ver fue que “el hombre” se perdió en la maleza que marcaba el límite de la pista de aterrizaje. Al día siguiente, se encontraron huellas en un montículo de tierra, en el cual “se presume que se posó el objeto”, dejó registrado la DFS.
“Como si le hubieran puesto una plancha caliente”. Así describieron el supuesto sitio de aterrizaje. Lo más raro para ellos fueron unas huellas de pisada de patas en la pista y en el lodo entre los matorrales, como de perritos, pero que medían… unos 30 centímetros de largo. Dicen que les sacaron moldes, pero no especifican a dónde los llevaron, a pesar de que constituían un elemento de prueba. El agente de la DFS, Efraín Tuma Velázquez, dejó una nota al final, esa que dejará la duda para siempre:
Que de lo anterior, según manifestó Vázquez Torres, la población en general piensa que él y sus amigos, son afectos a la mariguana y por eso han expuesto lo que se informa.
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En las hojas deterioradas de la DFS siempre hay más: “Un desfile de ovnis sobre la capital”. “Varios aviadores vieron ovnis”. “Retornaron al cielo los ovnis”. Los informes evidencian que los policías realizaron interrogatorios; de hecho, dedicaron días enteros a localizar testigos de los avistamientos que aparecían en la prensa.
En las 40 páginas de informes se revela que —al menos en este tema— no discriminaban: interrogaban tanto a los militares en los retenes como a ciudadanos de la capital en busca de evidencias. Hay historias, como la del señor Pacheco, una especie de Orson Welles involuntario y chilango. El señor aterrorizó a toda la ciudad con una historia inventada. El 6 de mayo de 1967 se publicaron en El Universal unas fotos que él, supuestamente, había tomado. La nota se titulaba “Primera fotografía clara de un platillo volador”.
Tal cual, el periódico revelaba que el señor Bernardo Pacheco había logrado una fotografía histórica y a color de un ovni. Entonces, la DFS comenzó una investigación frenética para corroborar su historia. El resultado: el señor Pacheco, un operario de grúas en la colonia Doctores del entonces Distrito Federal, era amigo íntimo de Melitón Castañeda, otro operario que estaba trabajando para una película que se rodaba en Veracruz, sobre ovnis. Melitón tomó dos fotografías durante la filmación y se las regaló al señor Pacheco de recuerdo.
Bernardo Pacheco terminaría usando las fotos para engañar a su hija Guadalupe Pacheco, a quien le juró que él mismo había tomado esas fotografías. La jovencita corrió a El Universal y les contó cómo su padre las había capturado en la carretera de Durango a Mazatlán. La publicación a página entera supuso un problemón para el señor, que terminó siendo interrogado por la DFS.
Aunque al señor Pacheco no lo bajaron de farsante, en los reportes hay pequeñas muestras de que a veces se le dio el beneficio de la duda. Sus compañeros Eduardo Valverde y Silvestre López Rosas, policías, juraron que el 25 de enero de 1975 vieron un “platillo volador” en Perote, Veracruz. A un kilómetro de las instalaciones de las antenas repetidoras locales, vieron un objeto redondo de 20 metros; era color gris acero y estaba sostenido en tres patas. Despegó y se perdió lanzando unas luces rojas y azules, con una estela de humo: “Se hace notar que los elementos policiacos se encontraban sobrios”.
Paolo Sánchez Castañeda contribuyó en la búsqueda de este archivo.
LAURA SÁNCHEZ LEY. Periodista independiente que escribe sobre archivos y expedientes olvidados. Estudió Comunicación y desde hace catorce años es periodista especializada en temas de transparencia, seguridad y desclasificación de documentos. Ha colaborado con medios como Milenio, El Universal, Los Angeles Times, entre otros. También escribió el libro Aburto. Testimonios desde Almoloya, el infierno de hielo, y actualmente se concentra en su proyecto de apertura de expedientes llamado Archivero.
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