Las fronteras son efímeras
Parte de colectivos artísticos como grupo CADA (Colectivo Acciones de Arte) o Artists for Democracy, Cecilia Vicuña a través de su práctica artística ha denunciado las atrocidades cometidas contra el pueblo chileno y promovido un activismo radical en temas de raza, género y medio ambiente.
Hace una tarde calurosa de febrero en la Ciudad de México cuando la artista, poeta y activista chilena Cecilia Vicuña aparece en una terraza vestida con varias capas de prendas tejidas a mano y coronada con una trenza de pelo cano que cae hasta su cintura. Es pequeña y su voz tenue requiere atención para ser escuchada. Tiene 71 años, y desde hace un par de días se hospeda en la ciudad para supervisar el montaje de “Veroír el fracaso iluminado” en el Museo Universitario de Arte Contemporáneo (MUAC), la primera retrospectiva de su obra en América Latina.
Vicuña, a pesar de ser mestiza, se identifica como indígena. Durante su infancia vivió en el campo chileno hasta que fue enviada a la ciudad de Santiago para ir al colegio y en 1973 fue exiliada a Londres tras el golpe que derrocó a Salvador Allende. Desde entonces, la artista ha vivido como migrante en Europa y Estados Unidos, donde ha formado parte de colectivos artísticos como grupo CADA (Colectivo Acciones de Arte) o Artists for Democracy, con los que ha denunciado las atrocidades cometidas contra el pueblo chileno en tiempos de la dictadura, y a través de su práctica artística ha promovido un activismo radical en temas de raza, género y medio ambiente.
La condición de tránsito, extranjería y desarraigo que rige su vida ha sido no sólo el origen de su arte, sino también el condicionante de su obra. “No quería ser una refugiada en Europa, ni una mujer en la ciudad, por lo tanto, crecer en un espacio no definido, peligroso, raro e imposible fue lo que me hizo poeta y artista”, dice Vicuña en entrevista con Gatopardo. “Cuántos creadores en la cultura occidental no han sido exactamente eso, un bicho raro que no calza, que siente cosas que uno no debe sentir, que piensa pensamientos que no son adecuados”.
Mostrados como piezas centrales de la muestra, sus “precarios” (1966-2018), una serie de esculturas e instalaciones muy pequeñas realizadas con fragmentos de objetos encontrados (como pedazos de madera, rocas, hilos o plumas) y dispuestos para deshacerse y fundirse con el paisaje, han sido un elemento persistente en la práctica artística de Vicuña y un ejemplo contundente del carácter efímero de su obra. Con ellos, se ha basado en su condición de paria para comunicar conocimientos inspirados en prácticas ancestrales. “Lo que verdaderamente importa en la obra de Vicuña no es accesible con los ojos, no es permanente, no es capturable. Lo importante de su trabajo late, brinca, se arrastra, se escapa”, escribe Miguel A. López, curador de la exposición.
“Veroír el fracaso iluminado”, con más de cien obras en forma de pinturas, objetos o instalaciones realizadas en paisajes, para la calle o alrededor del mundo, es una recopilación de piezas que no estaban pensadas para sobrevivir el paso del tiempo y, mucho menos, para ser expuestas en una retrospectiva. “El hecho de que en este universo, dominado por artistas masculinos, se empiece a abrir un espacio para que entren mujeres despreciadas como yo o que mi obra poco conocida en Latinoamérica llegue a México, me parece poderoso”, dice Vicuña.
Encontramos además quipus (nudos de algodón utilizados por las comunidades andinas como una manera de escritura) o dibujos trazados sobre la arena en lugares imposibles de imaginar, como en lo alto de los glaciares, en un abismo, encima del río Hudson, o en una calle transitada por miles de personas. Las piezas recuerdan los rituales de las comunidades indígenas y nada tienen que ver con colonizar un espacio, sino que propician experiencias sanadoras frente al desarraigo y la violencia en el mundo.
Quipu de lava, por ejemplo, es un performance realizado por la artista en el Espacio Escultórico durante la primera semana de exposición, un acontecimiento en el que la artista mediante un hilo rojo une los cuerpos de los espectadores para crear un gran tejido colectivo que, por un instante, le devuelve armonía al paisaje. Un arte-ritual que, ante la amenaza de la devastación del entorno natural, busca difuminar las fronteras y restaurar la frágil relación entre el hombre y la naturaleza, y entre el hombre y sí mismo.
Veroír el fracaso iluminado
Insurgentes 3000, C.U., Coyoacán, Ciudad de México
Hasta el 2 de agosto
muac.unam.mx
Recomendaciones Gatopardo
Más historias que podrían interesarte.