La historia de un niño que admira a Hitler
Jojo Rabbit, de Taika Waititi, es una sátira antiodio
Jojo Rabbit es, como muchas otras antes de ella, una película sobre la Segunda Guerra Mundial, y —específicamente— sobre el pueblo judío, que fue perseguido por la Alemania Nazi con la intención de exterminarlo. Con una trama como esta, uno pensaría que está a punto de ver una historia más en que como espectador va a empatizar y a solidarizarse con las víctimas. Sin embargo, Jojo Rabbit, la más reciente sátira del neozelandés Taika Waititi elige el camino contrario. Su personaje principal, Johannes “Jojo” Betzler, es un muy joven fanático de Hitler y su ideología Nazi, especialmente en lo que respecta a racismo y violencia. Sin embargo, y en contraste con lo anterior, aún tiene rastros de compasión e inocencia infantil. Estas dos facetas hacen colisión cuando descubre que su madre Rosie, protagonizada por Scarlett Johansson, esconde a una niña judía en las paredes de su casa para protegerla.
Aunque puede sonar como una película dramática, Jojo Rabbit tiene un tono cómico, ingenioso y hasta naïf, cortesía de Waititi, experto en explotar un sentido del humor excéntrico, como lo ha hecho en películas como What we do in the Shadows o Thor Ragnarok. En su última cinta esto se hace presente a través de la alucinación, o amigo imaginario del protagonista: una versión bufona y tontuela de Hitler, protagonizada por el propio Taika Waititi, quien sirve de consejero para Jojo, al estilo de Humphrey Bogart con Woody Allen en Play it Again, Sam.
Si todo esto suena como una provocación es porque lo es. Jojo Rabbit es una emotiva comedia coming-of-age con el Holocausto de fondo. No es una premisa fácil de vender. Sin embargo, la película estrenó en el Festival de Cine de Toronto (TIFF), lugar donde su polarizada recepción no fue impedimento para llevarse a casa el premio más relevante de la muestra: el Premio del Público (El TIFF es una muestra sin competencia, donde los asistentes eligen el premio más importante). En muchas ocasiones este premio coincide con el Oscar a Mejor Película.
La controversia no ha abandonado a Jojo Rabbit desde su estreno. En el TIFF hubo críticos que la hicieron a un lado por su mezcla de humor positivo en contraste con el Holocausto, mientras que otros aclamaron su desarrollo de personajes y su invitación a confrontar odios, prejuicios e inseguridades. Es decir, a apelar a lo que nos une como humanidad.
Waititi y el equipo creativo detrás del largometraje, describen a Jojo Rabbit como una “sátira antiodio”. Y aunque muchos teóricos podrán discutir si la “sátira” realmente aplica a esta historia, el director construyó una película donde la burla a los Nazis es no sólo evidente sino ácida, mientras que su mensaje antiodio es claro como el agua. Y es este, quizás, uno de los puntos más flojos de la cinta: Jojo Rabbit es dolorosamente obvia en su sentimentalismo y en ciertos momentos raya en lo cursi.
Taika Waititi es experto en clichés y en llevarlos más allá de su obvia repetición. Hay una decisión clave que hace diferente a esta película: la persecución de judíos no es el centro temático o narrativo de la cinta, sino la transformación y crecimiento del protagonista. La decisión es arriesgada, pues deja en segundo plano una tragedia histórica atroz, aunque no por eso ignora lo sucedido. Esto es claro, por ejemplo, cuando la mamá del protagonista (interpretada por Scarlett Johansson) observa con su hijo a personas colgadas por actuar contra el régimen. Mientras el niño busca desviar la mirada, su madre toma su cabeza y lo obliga a observar fijamente la violencia y sus consecuencias.
En Jojo Rabbit esta brutalidad convive de manera periférica con el desarrollo del personaje. Su protagonista esta en el camino de formarse un criterio propio sobre lo que sucede a su alrededor. La actuación debutante de Roman Griffin Davis supera cualquier expectativa, mientras que Thomasin McKenzie, interepretando a Elsa —la niña judía que vive entre los muros— opaca incluso al protagonista con su presencia y talento.
Jojo Rabbit no será del gusto de todos. A pesar de no ser explícita en cuanto a violencia, esta comedia (talada del mismo árbol que los trabajos de Wes Anderson), siempre tiene de fondo a la Alemania Nazi, así como sus políticas de odio y exclusión. La inusual combinación es complicada de digerir, pero no deja de ser una historia que invita a dejar odios y prejuicios en la puerta.
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