La película Tótem, de Lila Avilés, recibió 15 nominaciones a los Premios Ariel. En una charla con Gatopardo, su directora nos cuenta acerca del imaginario que construye la película y de sus inicios en los escenarios, los comerciales y la actuación.
Las hormigas caminan en el sol. Suben y bajan por el canto de la pared azul, junto al timbre, en la entrada de la casa, en un barrio silencioso al sur de la Ciudad de México. Hay plantas. Hay una planta trepadora con flores moradas. En un pequeño pizarrón blanco alguien escribió en color rojo: TÓTEM. Y a poca distancia: un corazón gigante, amarillo.
El sonido llega antes que la imagen. Fuera de campo una mujer ríe fuerte. Luego ríe una niña. No se entiende bien qué están diciendo. Pero parece que se divierten. No puedo entrar todavía, hay otra entrevista en curso, en video. Así que me detengo antes de que me vean, me quedo en el pasillo externo, que también funciona como patio. En la pared, a la altura de mi cabeza, veo una araña de patas muy largas y cuerpo minúsculo, redondo. Podría estar viéndome. Seguramente es así. En la misma pared, está subiendo un grillo con sus antenas móviles. Podría estar observando al interior de la casa, con sus ojos miniatura. Es un día de sol de noviembre de 2023.
En Tótem, la película de Lila Avilés preseleccionada para representar a México en los premios Óscar, hay muchos animalitos. Hay caracoles, un gato que se llama Monsi, que suena a Monsiváis, un perro que se llama Garnacha, un perico, una mantis, un alacrán. La protagonista se llama Sol y es interpretada por Naíma Sentíes. Una niña de siete años cuyo padre tiene una enfermedad terminal. Transita por la enorme casa de sus abuelos en el día en que se festejará lo que posiblemente será el último cumpleaños de su papá, en medio de hermanas, sobrinos, parientes y amigos que hacen lo posible para soportar el dolor de la pérdida y alegrar un día de fiesta.
Naíma escoge con atención un puñado de frambuesas, moras y arándanos frescos de un plato. Los coloca lentamente en la palma de su mano izquierda y de ahí va agarrando las frutas y las va comiendo de dos en dos. De tres en tres. Ya ha sido entrevistada muchas veces. Sabe estar frente a un micrófono. Se ha convertido en una actriz. Le pregunto por qué cree que hay tantos animalitos en su nueva cinta, Tótem.
—Porque en sí demuestran… —lo piensa un poco, Naíma— la madurez. Pregúntale a Lila.
—Ahorita le pregunto a Lila pero quería saber cómo lo ves tú.
—Pues… para mí, yo siento que… el entorno en una casa puede tener vegetación, como acá. Si lo piensas bien los animales tienen mucha madurez. Son chiquitos, son grandes, pero tienen una mente increíble. Son sabios. No sé si has visto videos de animales.
—Muchos.
—Hacen cosas impactantes.
—¿Por qué hay un alacrán al final de la película?
—Pues vaya yo a saber…
—Ay, seguro te imaginas algo.
—Es que me imagino al alacrán yéndose y ya. Como que el papá se fue al alacrán.
—¿Reencarna en un alacrán?
—Ajá. Mira, aquí arriba hay un frasco con un alacrán.
—Sí. Ya vi. Me da escalofríos. Es enorme.
—¡Se te está subiendo un alacrán a la cabeza!
En Tótem, la película de Lila Avilés preseleccionada para representar a México en los premios Oscar, hay muchos animalitos. Hay caracoles, un gato que se llama Monsi, que suena a Monsiváis, un perro que se llama Garnacha, un perico, una mantis, un alacrán. La protagonista se llama Sol. Una niña cuyo padre tiene una enfermedad terminal.
Antes de que pueda averiguar que no tengo ningún alacrán en la cabeza, llega la directora de Tótem. Alta, esbelta, camina como alguien que sabe dar órdenes pero que no quiere que se note. Viste un impermeable color gris y recuerda los de Cary Grant en las películas de Hitchcock. Se detiene en la puerta, mira a Naíma, le sonríe. Estaba hablando por teléfono con alguien en Londres. Pregunta dónde prefiero hacer la entrevista. Me gusta la cocina. Es en la cocina donde se cuentan los secretos. Así que nos sentamos en unos banquitos de madera cerca de la ventana. Lila Avilés se acerca sonriendo a la niña, le pone una mano al oído, como para decirle un secreto, pero le habla en voz alta para que yo escuche.
—Pregúntale al periodista: ¿Visconti o Fellini?
Naíma amplifica.
—¿Visconti o Fellini?
Fellini. Por supuesto.
Lila Avilés se acomoda en su banquito de madera y jala a Naíma para que se siente en sus piernas. Se abrazan con dulzura. Se toman de las manos. Se besan.
—Para mí Lila es una segunda mamá— me había dicho unos minutos antes.
Las veo y pienso que a lo mejor no era un decir. El lazo creado durante la filmación, hace ya más de dos años, sigue poderoso. Se ha ampliado la familia.
Lila deja las frases en suspenso, como si el interlocutor tuviera siempre que acabarlas en su mente, como si fueran hilos sueltos que no necesitan cerrarse. Tener una conversación con ella es seguir la espiral de la concha de un caracol. Una vez que llegas al ápice, ya empezó otra espiral.
Hay una atmósfera relajada en esta casa compartida que funciona como espacio de trabajo colectivo. Gente va y viene como hormigas. La cocina está repleta de una variedad de objetos, algunos extraños, como esa imagen colgada en la pared, en la que un Jesucristo tiene un bebé en los brazos y parece que lo está amamantando.
La cineasta repite que es muy importante establecer lazos de confianza con sus colaboradores. Y ponerse en juego. Se recibe pero se tiene que dar.
—¿Cómo te puedes ir de ese proceso sin empaparte? No sales seco del agua. Este trabajo es un ejercicio de apertura. Los vínculos no se dan si tú no tienes la capacidad de abrirte. Es como este ejercicio hippie de dejarte caer para que los demás te agarren.
Mientras dice esto, desde la calle llegan las notas de un clarinete que toca “The sound of silence”, de Simon & Garfunkel.
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***
Lila Avilés ya no quiere hablar de Tótem. Lo dice y se ríe, con su risa potente, cortada. Pero es verdad que cada vez que lo proyectan en algún festival de cine, ella prefiere salirse de la sala. Solo la vio en Berlín. La crítica ama su película, que ha sido bien recibida y definida como dulce, emocionante; según The New York Times, “tierna, sin ninguna nota falsa”. Quizás por eso la película Tótem se ha vuelto casi el único tema de conversación del que se habla en su familia y, a veces, Lila se aburre a sí misma.
“Es una película que nace del amor a la vida —me explicó emocionada, días después, en una entrevista Gabriela Cartol, protagonista de La camarista, opera prima de Lila Avilés, y directora de casting en Tótem—. Yo salí del cine y dije, bueno, es que ante la muerte hay que honrar la vida. Y creo que eso es lo que conecta. Todos vamos a morir y todos nos relacionamos con una pérdida. Es una película en la que todos nos reconocemos. Deja de ser la historia de Sol y se convierte en la de todos nosotros”.
Con la película mexicana más premiada del año a punto de estrenar en todos los cines del país, con la candidatura a película mexicana que va por el Óscar, por segunda vez, la enésima alfombra roja, Lila estaba pensando en la reacción de su familia a su éxito.
—¿Fue suficiente lo que demostraste a tu familia? ¿O todavía falta algo?
—No, ya está —dice y su risa potente invade el espacio, y se acaba de manera abrupta, como ha llegado—. De pronto digo: ya menos, menos. Hay que demostrar cautela. Todo está en la familia. Ya lo decía El Padrino. Somos un misterio a veces. Y eso es muy lindo. Son las personas que más te conocen y que menos te conocen. Lo que es lindo, que me ha regalado el cine, es esa capacidad de ser.
Al final hablamos de Tótem. La cinta recuerda a La ciénaga de Lucrecia Martel, sobre todo por la escena en la que la madre habla por teléfono y los niños juegan en la cocina. Resuena la forma de acercarse a la vida, los encuadres estrechos, la cámara en mano, lo familiar que da una sensación de cotidianidad aniquilante, el aburrimiento de las fiestas familiares. Un tedio que puede volverse siniestro. Lo mismo pasa con La grande bellezza de Paolo Sorrentino: no se puede evitar pensar en La dolce vita de Fellini. Porque está ahí en el imaginario cinematográfico del director. Porque así funciona el cine, el arte, la literatura. Porque así funciona lo humano. Admiraciones, inspiraciones, resonancias, que recuerdan algo conocido y se alejan de ello. Así, cuando en 2022 Martel dirigió Camarera de piso, un corto sobre una camarista, a Lila le pareció muy lindo.
—Porque lo hizo con su esencia. Lucrecia ha significado demasiado para muchas directoras. Más allá del género. Más allá de la película. Ella. Hay un momento en que dije: yo voy a ser cineasta. Aunque nadie lo sepa. Fue cuando vi La ciénaga de Lucrecia Martel.
Lila Avilés no ama ver películas mientras está filmando.
—Porque tengo miedo de irme ahí.
La crítica ama su película, que ha sido bien recibida y definida como dulce, emocionante; según The New York Times, “tierna, sin ninguna nota falsa”. Quizás por eso la película Tótem se ha vuelto casi el único tema de conversación del que se habla en su familia y, a veces, Lila se aburre a sí misma.
La película de Lucrecia Martel la vio solo dos veces hace muchos años. Pero está presente en su imaginario fílmico, al igual que Agnes Varda, Werner Herzog (Lila dice amar el cine documental), Aki Kaurismäki (“en Finlandia no todo es como una película de Kaurismäki ¡sí está bien moderno!”), Ingmar Bergman (“amo mucho a ese señor. Lo amo. Y ese señor trabajó muchas veces con su actriz, que en algún momento fue su esposa, Liv Ullmann. Ella contó que mucha gente quería saber los secretos de Bergman. ¿Y qué decía Liv Ullmann? Pedacitos. A veces sí, abría un poquito la boca, pero a veces la cerraba”).
En Tótem pareciera que el ojo de la directora quisiera escarbar hasta las profundidades de sus personajes. Es la opinión de Cartol, que comenta con decisión que es el toque que la caracteriza: “Ella hace que la cámara se convierta en un personaje más, que el artificio desaparezca. Es una cámara minuciosa que se mete y que te va llevando, llevando, llevando. Y de pronto dices: ¿En qué momento estuvo la cámara aquí? Parece que solo le pusieron rec y la cosa sucedió”. Es lo que le digo a la directora en la pequeña cocina soleada de su oficina:
—Esta cercanía de la cámara. Hay momentos en que te acercas tanto que…
—Sí, pues ir muy adentro… como las buenas pláticas. Es la sagrada vida cotidiana que siempre se nos olvida. Ir cerquita de la gente. A veces dicen: qué película intimista. Pero todo es íntimo. ¿Por qué? ¿Tarkovsky no es intimista? Es lo más intimista. Eso me lo dio el teatro. Creo que lo bello del teatro es que puedes hablar de un universo y tu única escenografía es una banca. Hay una contención que está tanto en La Camarista como en Tótem.
En ambas películas quiso hablar de tantas cosas y fue reduciendo, fue conteniendo.
—¡Y ahora quiero descontenerme! Jajaja.
Su risa estalla seguido, como contrapunto, suavizando la seriedad de lo que dice, o cuando habla demasiado de sí. Es un personaje que interviene para poner los pies en la tierra.
—No quiero ser “la directora de una sola locación”. Quiero jugar.
Ya me lo había contado Naíma. Lila Avilés filma así: jugando. Pero tiene la situación bajo control. Y ella establece cuándo el juego se acaba. Y jugando, Naíma enfrentó su trabajo.
—Tomé clases de actuación. Me decían cómo era mi papel, cómo tenía que actuarlo, y entonces yo jugaba a ser Sol, como si Sol fuera mi gemela.
—¿Cómo que te dijeron que era Sol?
—Una niña que estaba viviendo la muerte de su papá, que su papá se iba a morir y que era una niña muy activa.
—Como tú. Como Naíma.
Se ríe de mi comparación. Pero luego confirma.
—Sí se parecen. Claro, Sol estaba muy triste. En un momento dado sentí lo que estaba sintiendo Sol. Imaginarme si mi papá o mi mamá muriera.
Y así, jugando, Naíma se volvió Sol.
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***
En las familias numerosas se platica mucho. En la cocina. Y las familias tienen secretos que se pueden quedar guardados durante años, sin que nadie se entere, hasta que un día, sin ninguna razón aparente, salen a la luz.
—Mi secreto era que iba a ser cineasta. Nadie lo sabía excepto yo. Lo guardé durante muchísimos años. Me fui a trabajar de muy chavita, porque mis papás tuvieron un lapso muy difícil, económicamente, entonces tuve que salirme de la escuela y empecé a trabajar.
Dejó la escuela a los trece. Y empezó a hacer comerciales.
—Fue algo muy loco porque aprendí mucho de las cámaras y de todo eso. También aprendí lo que no quería hacer.
En las largas y tediosas esperas de la producción de comerciales en los que participaba como actriz, leía como loca.
—Paradójicamente estaba en el consumismo pero eso me permitió cultivarme muchísimo. Leía de todo, lo que cayera. No había celular, entonces yo leía como demente.
El personaje principal de Tótem se llama Sol. Su papá, Tonatiuh, el sol para los mexicas. Pero Sol, también diminutivo de Soledad, transita en un camino helicoidal, como la cáscara de un caracol, en una casa llena de gente que está ocupada en otras cosas. Casi nadie la ve realmente, salvo en pocos momentos. La gran parte del tiempo está ensimismada. También Lila, de niña, pasaba mucho tiempo sola. Le pregunto si este aspecto habla de ella. Esta vez no ríe fuerte. Me mira. No entiendo si está de acuerdo con mi observación o si piensa que dije alguna estupidez.
—Sí, estoy ahí en todas partes. Me pasó con las dos películas. Desde chiquita pasaba mucho tiempo sola. Siempre he tenido esa capacidad. Me llevaba mucho con niños también. El que se lleva, se aguanta. Siempre me gustó el desmadre. Siempre he tenido esta dualidad. Era una niña, pero muy niño. Una cosa, pero también la otra… La vida es más bonita. Podía sin problemas, estar horas, horas, horas, sola. La bendición de la imaginación. Te construyes una historia de cualquier tontería, o de la observación, o de la escucha. —Se queda pensando, luego me mira, pícara— Así, la tercera película: “y entonces, este personaje solitario”. La cuarta: “este personaje solitario”. La quinta: “este personaje solitario”… Ay, sí, soy como Kaurismäki.
Y tenía que volverse directora. O al menos esto me dijo Gabriela Cartol: “Lila nació para ser directora. Creo que es una gran motivación el poder probarse, el poder decir: aquí hay una historia que quiero contar. Porque ¿quién más le va a dar el título de directora sino ella?”
Resuena fuerte su risa e inunda la cocina al hablar del secreto que duró años, que quizá nació en la infancia cuando, a solas y a escondidas, sacaba las pilas de fotos familiares del cajón de su mamá. Las extendía sobre la cama y, con ellas, construía historias que iban cambiando cada vez.
—Estaba editando y no lo sabía.
Luego tenía que ordenar de prisa las fotos. Se inunda de luz el rostro y toda la cocina cuando lo cuenta. O lo imagino yo.
—Mi mamá tenía unas fotografías, como todas las tuvimos en nuestras casas, si naciste por ahí en los ochenta —dice y mueve las manos en el aire, como si tomara fotos frente a mí—. Tenía el paquetito de la vacación o el paquetito de cuando eras niña. Y a mí me fascinaba ir a ese cajón y desempaquetar todos los paquetitos en esta soledad que siempre me ha cargado. [suspira].Y luego ponerme a organizarlas. Entonces las desempaquetaba. Me ponía arriba de la cama de mis papás y ponía las fotos, iba haciendo historias. Sin saber ya estaba editando.
Resuena su risa cortada, fuerte, ritmada, con la dicha de esa niña que se esconde y juega. Me lleva a descubrir su secreto travieso.
—Ya ni me acordaba de eso… Y luego hubo un momento con La camarista que me acordé, dije: ¡Claro! ¡jajaja! Ya estaba el cine. ¡Y me volvía loca! Jajaja Eran las mismas fotos, pero cambiaba la historia. Y siempre había un principio y un fin. Y mi mamá me regañaba porque era un desastre volver a ordenar las fotos.
De repente se transforma. Cambia la expresión y la voz aguda y armoniosa se torna casi ronca. El ceño, los labios fruncidos, la voz de una mamá enojada. Se vuelve actriz.
—Y llegaba mi mamá: ¡¿Quién me desorganizó otra vez?! Me encantaba hacer esas estupideces.
Era el cine.
En las familias numerosas se platica mucho. En la cocina. Y las familias tienen secretos que se pueden quedar guardados durante años, sin que nadie se entere, hasta que un día, sin ninguna razón aparente, salen a la luz.
***
Después de los comerciales, su formación se fue solidificando en las tablas del teatro.
—Fue muy bello cuando ya entré al teatro. No importaba el físico, ahí importan las palabras. Y uno se puede transformar en lo que sea. ¡Ay, gracias! No dependo de un casting. Lo que importa es la esencia. Ahí dije: ¡guau! ¡Viva! Viva el teatro. Fue una libertad máxima.
Lila Avilés trabajó mucho más detrás del telón que en el escenario: asistente de dirección, asistente de producción, a veces vestuarista, a veces hacía arte, luego directora.
—Desde hacer las maquetas, las carpetas… luego: vete a Chihuahua, en la camioneta. Cero glamour. ¡Jajaja! Vas a montar dos días, vente de regreso. Ok. ¡Jajaja! Pero el teatro te da vida. Te da gente. Te da… Ahora sí que, a la Fellini, como teatro de circo: se monta la carpa, se desarma la carpa. Eso fue muy bello que me regaló el teatro.
Al inicio de la frase, Lila Avilés te mira a los ojos. Pero luego la mirada se levanta. Será porque justo detrás de mí está la ventana que ilumina la cocina y la mesa y la planta con flores moradas y los pájaros y los insectos. Será porque es la forma en la que ella persigue las ideas, las palabras, que parecen escaparse, en una búsqueda de precisión, que construye espirales suspendidas en el aire. Cualquiera que sea la razón, gran parte del tiempo la mirada de Lila Avilés se dispersa en el aire. Y cuando habla dice esto:
—Es un ejercicio raro. He estado del otro lado. Eres bien vulnerable cuando estás de actriz. O de actor. Sí, interpretar es…
Sugiere el final de la frase pero no lo dice. Hace pausas, muchos puntos de suspensión en sus frases. No son asertivas, son más bien pensativas. Se interrumpe, se va por otro lado, dando vueltas, en espiral. Está consciente de la incertidumbre que viven los actores, de sus dificultades, sus inseguridades. No son meros instrumentos para llevar a cabo las ideas de la directora, son parte de la familia. Pero en el juego del cine no solo está la actuación. Está la dirección. Le pregunto:
—¿Qué es esto de dirigir películas?
—Es bien bonito ese ejercicio de la dirección. Es un enorme enamoramiento. Confiar en el otro. El cine es un ejercicio de cuidados. Producción tiene que cuidar a todos. Y, ferozmente, a la dirección. Pero al mismo tiempo es la médula. Dirección cuida a cada departamento. Ferozmente, tiene que cuidar la historia. Y ferozmente tiene que cuidar a los intérpretes.
Ferozmente. Pareciera que su cine es puro amor, armonía, cuidado. Pero, ferozmente, toma decisiones. Encuadra. El encuadre, por definición, elimina lo que queda afuera. Mientras en La camarista las tomas están centradas en el personaje de Eve (Gabriela Cartol), los movimientos de cámara, en Tótem, parecen escapar de algunos personajes, no centrarse en ellos, esquivar más que detenerse, como si lo importante pasara fuera del encuadre.
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—Como directora uno cree que tiene el secreto del cosmos. Pero hay veces que uno sabe. Cuando uno sabe, sabe, ¿no? Tampoco es imponer.
Usa el impersonal para hablar de la responsabilidad de la dirección.
—Creo que todo este delirio de cuidados, de soltar, de fluir… creo que esa es la belleza.
Sus palabras son olas que van y vienen de la playa, frases inacabadas, evocativas, que imponen siempre una interpretación. Sugerencias.
—Puedo ser bastante control-freak. Pero jamás voy a exigir lo que yo no doy. Jamás voy a ponerte a trabajar más de lo que yo no estoy trabajando. Busco tener cierta equidad o cierto equilibrio. Obviamente, pues no siempre uno es perfecto o perfecta. Piensa en los [años] setenta, esa exploración: ahora vamos a hacer este performance. Y se encerraban días. Seguro había una parte sectaria y dogmática, no estoy a favor del dogma, pero creo que sí había un ímpetu que no se nos puede perder ahora. Hoy, viviendo en estos veinte veintes, lo que voy a intentar es que haya esa devoción hacia el oficio.
Devoción y cuidado. Sostiene que jamás pondría a un actor, con tal de lograr algo, en un lugar de incomodidad terrible. “Lila sabía exactamente lo que quería, lo que estaba buscando —confirma Cartol—. Es una directora muy precisa, una grandiosa directora de actores. Hay muy pocos. Sabe guiar a los actores en el proceso creativo y sacar lo mejor de nosotros en beneficio de la historia que quiere narrar”.
De aquella década de los setenta, Lila Avilés ama la locura, el compromiso. Sobre todo, la devoción, una palabra fuera de moda. De hecho, habla como si ella misma viniera de otra época.
—Esas loqueras eran resistencia. Las nuevas generaciones tienen algo muy bello, que les da muchos caminos y vertientes, pero también se han vuelto bastante flojos. O flojas. Fue una época linda, la de Grotowski que, pase lo que pase, tú vas a dar función. Hay algo ahí de la entrega, de la belleza… Sí. Te da carácter, temperamento, paciencia, ímpetu, unión. Te da entrega. Fue una época de mucha investigación creativa y entrega. Ves películas de los setenta y dices: ¿qué estaban haciendo? ¡Qué delirios! Y ahora se divide todo: ah, esta es película para público “shabadaba”. Y esta es para público “shubidubi”.
En medio de la sala hay un mueble de madera. Podría ser pino. O encino. Es un marco enorme. Lo veo desde donde estoy sentado, a través de la puerta de la cocina, detrás de Lila Avilés. Imagino una pantalla, una pantalla de cine, en la cual se enmarca lo que pasa atrás.
Es un enorme enamoramiento. Confiar en el otro. El cine es un ejercicio de cuidados. Producción tiene que cuidar a todos. Y, ferozmente, a la dirección, la que cuida a cada departamento. Ferozmente, tiene que cuidar la historia. Y ferozmente tiene que cuidar a los intérpretes.
***
La luz del día se va mitigando, avanza la tarde de otoño con toque melancólico. El té de manzanilla que me preparó se ha enfriado. Se siente que la conversación va hacia su fin. Me dice que le han preguntado mucho sobre las mujeres de sus películas. Las mujeres imperfectas de Lila Avilés. Imperfectas y tan creíbles que son familiares a cualquier tipo de público: Alejandra, la hermana exagerada y coda (interpretada por Marisol Gasé); Nuria (Montserrat Marañón), que se refugia en el alcohol, rebasada por la angustia y el dolor da la inminente pérdida de su hermano; Lucía (Iazua Larios), que como dice Naíma, quiere estar en todos lados y hacerlo todo, sin lograrlo.
—Siempre me hacen esta pregunta: ¿qué es ser directora mujer?
—¿Y qué contestas?
—Pues no lo sé. A veces solo se piensa… Ah, es que la sensibilidad… son palabras que se repiten. Y obvio, hay un patrón, seguramente. Me da mucha gracia siempre que escucho a amigos hablar de una película de Scorsese. Hay un ímpetu… de hombre. Hay algo ahí… biológico… que brota. ¿No?
—Sí.
—Obviamente hay una cualidad biológica que brota. Pero también hay otras capas, hay infinitas cualidades. En el cine a veces se quiere nada más etiquetar: esta película es para este público, como si fueran productos. Esto es para la bandita healthy. Y ahí les va. Y esta… es… para los aguerridos. Y esta es… Y pues no… Una cosa puede ser para todo el mundo, ¿no? Como los quelites.
Y sí. Los quelites son para todo el mundo.
—Me pasa con mi familia. Te dicen: ¡Ay! Una película de arte, esa odiosa etiqueta. Y ya eres cadáver, ¿no? Hace películas de arte… es como un horror. A veces cuando de pronto la amiga de la amiga de la amiga cae por casualidad a ver la película, y te dice: ¡Ah, mira, sí me entretuve! ¡Claro que te vas a entretener! ¡Claro que tiene su cosa linda! Nada más es eso, darse la oportunidad.
Nos acercamos al final de la entrevista, pero antes quisiera satisfacer mi curiosidad sobre el alacrán.
—¿Por qué hay un alacrán en la última escena de Tótem?
Silencio. Me mira con una sonrisa a medias.
No entiendo si está jugando o le doy pena.
Pati, la abuela de Naíma, que la acompaña en muchas de las entrevistas, había dado su propia interpretación antes de retirarse con la niña: “El alacrán, animal enigmático y mítico, representa la muerte y el renacimiento. Es el animal que puede sobrevivir en las temperaturas más altas o bajas. Puede estar en un lugar gélido totalmente y cuando surge el sol, revive. Son impresionantes las virtudes del alacrán”.
Lila Avilés prefiere dejarme con la duda y segir jugando. Sonríe, y dice:
—El alacrán es el primer animal que caminó después del pez.
***
—Hay que ser como Varda y hay que recorrer el camino como Herzog. Ser trotamundos. Y los dos te hacen identificar. Te hacen seguir.
Silencio. Varda y Herzog. Sus talismanes.
—Finito. ¡Jajaja! Es finito. Ahora sí que, como Il Gattopardo de Visconti.
En la puerta siguen las hormigas caminando arriba y abajo. Antes de despedirse la directora de Tótem se pone seria. En una última vuelta de espiral, se despide. Y cierra la puerta.
Parece que no nos hemos movido de aquí, que dimos vuelta en espiral. Pero ya estamos en otro lugar. Mientras estoy esperando mi taxi, se posa una catarina amarilla en la solapa de mi chamarra. Podría estar mirándome. Se detiene un momento. Intento acercar un dedo para que se suba a mi mano, pero ella alza el vuelo. Y se va.
Mira el trailer de Tótem:
FEDERICO MASTROGIOVANNI (Roma, Italia, 1979). Escritor, periodista, documentalista, traductor y académico. Colabora para Gatopardo, Sentido Común, Milenio y Rolling Stone. Es autor del libro Aquí acaba la patria (Fondo de Cultura Económica, 2021, libro finalista en el Premio Rodolfo Walsh de la Semana Negra de Gijón 2022); El asesino que no seremos. Biografía melancólica de un pandillero (Debate, 2017); Ni vivos ni muertos, la desaparición forzada en México como estrategia de terror (Grijalbo, 2014, libro ganador del Premio PEN 2015 y el Certamen Nacional e Internacional de Periodismo del Club de Periodistas 2015). Es ganador del Premio Nacional de Periodismo 2021 en la categoría “entrevista/perfil” con el texto David Pablos, detrás del Baile de los 41, publicado en la revista Gatopardo. Desde 2003 es periodista freelance en Italia, América Latina y Estados Unidos. Es fundador del Premio Breach/Valdéz de periodismo y derechos humanos, y ha sido miembro del jurado del Premio Alemán de Periodismo Walter Reuter y del Premio Nacional de Periodismo. Académico de antropología del imaginario en la Escuela Nacional de Antropología e Historia (ENAH). Entre 2016 y 2022 fue académico titular de Periodismo en la Universidad Iberoamericana Ciudad de México.
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