Detrás de "El baile de los 41". Un director en estado de creación
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David Pablos, detrás de El baile de los 41

David Pablos es un joven director de cine mexicano que parece vivir en estado constante de creación. Una anécdota histórica y un recuerdo familiar fueron la semilla que terminaría por conformar a su más reciente película El baile de los 41.

Tiempo de lectura: 16 minutos

Un hombre frente al espejo tiene el torso apretado en un corsé blanco. Se pone un collar de jade. Con un dedo desliza maquillaje a lo largo de la nariz y lo va aplicando en sus pómulos. Un toque de rosa en las mejillas. Los ojos se llenan de lágrimas. Ahora se pone unos aretes, también de jade. Prende un cigarro, aspira con fuerza, las brasas del tabaco se avivan. Se pone labial rojo debajo de su bigote negro arreglado, espeso. Pausa. Levanta su mano izquierda y la posa en el hombro derecho desnudo, roza la gema verde del collar, sube al lóbulo izquierdo para acariciar el arete de jade. La mirada es melancólica y desafiante.

El hombre cierra los ojos.

***

David Pablos llega tarde a su cita. Quedamos a las siete de la noche frente al portón de su casa, pero todavía no está aquí. Mandó un mensaje para avisar que iba a tener tres minutos de retraso, y llega a las 7:03 exactas del martes 20 de octubre de 2020. Le apena no ser puntual.

En su departamento, cada detalle combina con el entorno; entre los colores tenues de los muebles prevalece un gris declinado en un abanico de tonos. Una relación armónica. “Me gusta. Resalta los otros colores, por contraste”, dice, y así el gris cenizo del sillón cubierto de cojines simétricos resalta el verde oscuro de una de las paredes de la sala. Sobriedad y elegancia. Ni un gramo de polvo. Nada fuera de lugar. Libros, cuatro Arieles, viniles y una Diosa de Plata comparten en armonía los estantes de los libreros. Los premios de su segunda película, Las elegidas. Junto con los posters, en español y francés, colgados en una pared del pequeño estudio, dan testimonio de un reconocimiento a su trabajo, pero no ocupan la escena. Se mimetizan con sobriedad entre los demás objetos de la casa.

Descubriré más tarde que hay un espacio de la casa donde el caos tiene permiso de existencia. Está detrás de una puerta que lleva a una entrada de luz del edificio. Es un espacio extraño, al mismo tiempo es interno y externo a la casa. Una pequeña terraza no techada encajada entre las paredes donde se asoman todos los balcones del edificio. Ahí, en ese rincón oscuro en el que no hay luz eléctrica porque está iluminado por la luz del sol, muchas plantas exuberantes se amontonan compitiendo por alcanzar los rayos del sol que llegan de muchos metros arriba. David dice que quiere muchas más plantas de las que tiene. Lo dice mientras saca con delicadeza una orquídea blanca, solitaria, de la entrada de luz, donde la flor ha estado bebiendo agua durante el día, para colocarla en una pulcra alacena de madera oscura, en un comedor en el que parece que nunca nadie ha almorzado. Al colocar la flor voltea a verme satisfecho. Faltaba el candor de una orquídea para que el set fuera perfecto.

David quiere que ese espacio sea su pequeña selva. Así lo dice.

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