Red Rocket, de Sean Baker: el peligro de las apariencias
Red Rocket, la nueva película de Sean Baker, se estrena en las salas de cine. El protagonista, al volver a su pueblo natal tras ser expulsado de la industria pornográfica, logra embaucar a conocidos y extraños. Su delirio de grandeza lo hace inconsciente de los demás y, sobre todo, de sí mismo.
¿Qué espejismo puede ser más traicionero que una canción? Al menos en la música popular contemporánea, la melodía suele ser una trampa que nos distrae de la letra para inyectarnos discretamente su veneno. Por ejemplo, “Bye Bye Bye”, de NSYNC, no sugiere, con su producción típica de boy band, la crueldad de un hombre que, sin mucho preámbulo, le anuncia a su pareja que ya no quiere verla. Aunque quien la canta se describe como la víctima, es difícil ponerse de su lado cuando echa a su interlocutora —o interlocutor— por la puerta. La canción es relevante porque Sean Baker la usa como leitmotiv a lo largo de su película más reciente, Red Rocket (2021). De hecho, hay una escena de despedida donde el protagonista bien podría ser el mismo de la canción, aunque la actitud que expresan su espalda encorvada y sus manos ansiosas es más cobarde de lo que él quiere aparentar: otro espejismo.
En películas como Tangerine (2015) y The Florida Project (2017), el director estadounidense ha explorado el jaloneo entre lo que parecen las cosas y lo que realmente son: nos ha contado, con humor y espacios coloridos, alegres, las historias de trabajadoras sexuales trans y la de una niñez hostil y traviesa en un motel habitado por parias. El mundo parece bonito a pesar de sus persistentes golpes, que no logran acabar con la esperanza o la inocencia. Quizá no sea exagerado decir que el imaginario de Baker emula el consumismo de su país, capaz de ofrecer ataques cardiacos en atractivos envoltorios que ocultan el contenido calórico.
El protagonista de Red Rocket, que se estrena en salas hoy, 21 de abril, aparenta ser un tipo agradable: Mikey (Simon Rex) cuenta sus historias con la emoción desbordada de un adolescente, pero es justamente eso lo que incomoda a otros personajes. Resulta desconcertante que alguien hable tan rápido, tan fuerte y con tanto orgullo sobre adicciones, pleitos y su expulsión del paraíso pornográfico, donde Mikey fue una estrella. A veces el carisma logra enganchar a la gente, pero siempre es un anzuelo peligroso. Aunque Baker no juzga a sus personajes —no les impone castigos ni moraliza con la música—, queda claro desde las primeras escenas que Mikey es un timador. Caído y sin un lugar adonde ir, el exactor porno convence a su esposa, a quien no ha visto en años, de meterse a vivir con ella mientras logra restablecerse en su pueblo natal de Texas. Pronto, el peso de la cotidianidad irá oprimiendo a Mikey, que siempre busca cómo zafarse de la norma con aventuras encaminadas a la desgracia.
Aunque no cae en la formación de un culto a su alrededor, el protagonista tiene una habilidad notable para manipular a la gente y quizá por ello a lo largo del metraje se asoma varias veces Donald Trump. En un espectacular se lee el eslogan “Make America Great Again” y después Mikey se compra un papel para envolver cigarros decorado con la bandera estadounidense. “Soy un patriota”, le dice al hombre que se lo vende y más adelante enrolla mariguana con ese papel mientras ve al candidato fascistoide en la televisión. Mikey, parece decirnos Sean Baker, no es un estafador cualquiera, sino un síntoma de la sociedad estadounidense que entroniza a hombres como él. No importan la crueldad o la incompetencia sino las mentiras que sepan contar.
Por todo lo anterior, se hace importante un expendio de donas donde Mikey descubre a Strawberry (Suzanna Son), una adolescente de diecisiete años, a quien empieza a enredar inventando que aún es poderoso en Los Ángeles y que sólo está de vuelta en Texas para cuidar a su madre. En un principio parece que Mikey se interesa en ella por razones románticas y Baker filma sus primeros encuentros así: el protagonista la mira, la busca y finalmente logra conversar con ella en una larga escena donde la seduce con chistes malos y una actitud torpe, incluso inocente. Conforme se esclarecen las intenciones, esta idealización, expresada también por imágenes cálidas, queda expuesta como una ilusión, un velo que cae y revela al fin al hombre que es Mikey.
El pequeño edificio donde trabaja Strawberry acompaña este arco: en un principio se ve luminoso, más parecido a un pastel que a un pálido Dunkin’ Donuts, pero al avanzar la trama se impone la noche y, con cada imagen nueva, vemos a este lugar convertirse en algo más apagado, más pequeño y más vulnerable a la fealdad industrial que lo rodea. Pasa lo mismo con el protagonista, que empieza a cansar a la gente, en particular, a June (Brittney Rodriguez), la hija de la narcotraficante para la que trabaja. Por ejemplo, en una escena Mikey justifica haber merecido, hace tiempo, un premio al mejor sexo oral en una película pornográfica, aunque él no hiciera nada más que recibirlo. La cámara se desplaza sutilmente hacia June mientras Mikey describe detalladamente su cuestionable esfuerzo hasta que ella lo detiene. Baker, insisto, no juzga, pero en Red Rocket nos sugiere las condenas de los personajes que rodean al protagonista porque, si bien la película plantea circunstancias problemáticas, sobre todo en la relación con Strawberry, su perspectiva no lo es; Mikey es evidentemente el autor cotidiano de una destrucción que los consume a él y a quienes lo rodean.
Aunque la responsabilidad se concentra en el protagonista, Baker no evade los factores sociales que marginan a Mikey, y por eso vemos que lo discriminan cuando intenta conseguir un trabajo formal o cuando el gobierno tejano le niega apoyo económico por no considerarlo residente del estado. Como dije antes, el protagonista es el síntoma de una sociedad que se presume como la tierra de las oportunidades y la libertad, pero que en los hechos provoca el oportunismo y el afán capitalista de acaparar lo que se pueda a costa de los demás. Por eso, en Red Rocket lo que parece amor es un intento de explotación y la propuesta de huir juntos de un pueblo lánguido es interrumpida por el paso ruidoso de un tren. Baker combina en ese momento el humor de una petición que cae en el ridículo y la melancolía de alguna canción de Bruce Springsteen en la que los personajes se prometen caminar juntos bajo un sol más amable. Tarde o temprano esos mismos amantes ilusionados se hunden en el resentimiento mutuo porque la promesa fue sólo un sueño que se desgastó con cada decepción. Mikey resulta más trágico porque, aun al borde del abismo, se aferra a lo imposible.
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